jueves, 29 de diciembre de 2011

EL PRIMER AMOR - CAPÍTULO V EL DESAGRADABLE INCIDENTE

- CAPÍTULO QUINTO.

- EL DESAGRADABLE INCIDENTE.

Esa tarde se encontraba, parte de lafamilia, a veinte kilómetros de casa, recogiendo los campos de cebollas de unvecino. En la alquería quedaron el Coeter con dos de sus hijos. José y Rita.Uno para ayudar a su padre y la otra para preparar la comida y cena de ese día.Había sido un día agotador y una vez finalizada la faena, el Coeter, se puso ajugar una partida de cartas, mientras sus hijos desaparecieron para subir aldesván a estudiar. Había llegado Ana para repasar. El examen estaba en puertas.Les quedaba una semana.
La partida acababa de terminar. Estabaentrando la mesa y las sillas en casa, cuando se presentó Elisa con los librosde exámenes de ingreso de otros años. Ese día, la maestra venía algoprovocativa. Un corto vestido rojo permitía dejar a la vista sus esbeltas ytersas piernas, mientras un redondeado escote mostraba, en todo su esplendor,la parte superior de unos voluminosos y firmes pechos. Cuando el Coeter la vioquedó impresionado y no se cortó al decirle antes de saludarle.
- Mira que estas "buena". Putona.
Elisa no hizo caso de la grosería y preguntópor su mujer. Al no encontrarse en casa, solicitó ver a José.
Había bebido en exceso durante la partida y,no ingirió alimento alguno, por tanto sus escasos mecanismos de inhibiciónestaban anulados. Por su mente le vino la idea de tirarse a la moza y ni cortoni perezoso le invitó a acompañarle, su hijo se encontraba en el piso superiorestudiando. Estaba convencido de su marcha, en compañía de Rita y Ana, parajugar en casa de la niña.
Subía, por aquella estrecha escalera enpenumbras, en primer lugar, él detrás miraba sus muslos y su ropa interior que,por la acción de balanceo al subir las escaleras, dejaba al aire. Se excitóhasta tal punto que sin pensarlo puso el cerrojo a la puerta. Al percibir,Elisa, aquel temido sonido, se le aflojaron las piernas. Debía controlarse. Lamejor manera de dominar a un animal era no sentir miedo. Siguió subiendo aunquesu trabajo le costó, pues no encontraba fuerzas en su cuerpo. El ruido de lapuerta, alertó a los tres amigos escondiéndose de inmediato detrás de los fajosde paja para permanecer expectantes ante los acontecimientos. Elisa se alejó dela escalera y junto a una pared, de cara, preguntó sin titubear.
- ¿Dónde está tu hijo?
Aquel salvaje se había quitado la camisa ycomenzaba a desabrocharse los pantalones, acercándose a ella para replicar.
-El hijo. Te lo haré yo. Tía puta.
La joven maestra sacó fuerzas de donde creíano encontrarlas y cargándose de valor volvió a dar sensación de seguridad.
- Pero, buen hombre, no hace falta emplearla fuerza yo te ayudaré a pasar la mejor tarde de tu vida. Quítate con tranquilidadlos pantalones y prepara una manta sobre la paja.
Se quedó quieto. Frente a ella. Al observarcomo comenzaba a desabrocharse la blusa, su rostro se iluminó y prosiguióquitándose los pantalones, sin apartar la mirada de la maestra. Se había despojadode la blusa y como aquel hombre seguía vigilando sus movimientos se desabrochóel sujetador, permitiendo airear sus voluminosos y firmes pechos. Consiguiómantener la firmeza de su voz, para decirle.
- Prepara el lecho pichón mío.
Él, estaba desnudo con su miembro más tersoque un palo de escoba. Fue a por una manta y en el momento de darle la espalda,agarró una azada que había a mano y le propinó un golpe con el mango tirándoloal suelo. José salió de su escondite para tomarle la mano y acompañarle hasta una escalera de mano queunía el corral con el desván para regresar a su escondite junto a las niñas. ElCoeter se incorporó, estaba mareado por el alcohol y el golpe recibido. Nocaptó de nada de lo desarrollado a sus espaldas. Comenzó a buscarle maldiciendoy blasfemando. Elisa, consciente que descubriría a su hijo, desde el corral legritó.
- Mi amor otro día será ahora no tengotiempo. Debo partir.
Como un loco se lanzó hacia la escaleratratando de alcanzarla, pero antes de alertarle la había retirado y no le quedóotro remedio que bajar por donde subieron. Al llegar a la puerta intentóabrirla pero el cerrojo estaba puesto y la llave girada. Iba en pelotas y lospantalones estaban arriba. Jamás se oyó lanzar tales blasfemias en todo elplaneta. Cuando consiguió la llave y bajar, Elisa se encontraba lejos de laalquería.
Los niños permanecieron abrazados, muertosde pánico, no se atrevían casi ni a respirar. Por fin José salió y trató deaveriguar donde se encontraba su padre. Tras recorrer la casa, con sumo cuidadoy sigilo, le oyó roncar en su habitación. Se había tumbado a dormir laborrachera. Subió a por sus compañeras y salieron despacio y sin hacer ruido.Cuando pusieron los pies en la carretera comenzaron a correr y no pararon hastallegar al cruce de la avenida. Allí en la civilización pudieron respirar yrecuperarse. Sus corazones latían a un ritmo infernal y en sus rostros se dibujabaa la perfección el pánico vivido esa tarde. Ahora lejos del lugar del incidentey recuperado, en parte el miedo escénico Rita comenzó a llorardesconsoladamente. Ana reaccionó al instante abrazándose a su amiga tratando decalmarle. Mientras ella se desahogaba con lágrimas y lamentos.
- ¡Dios mío! Es un cerdo, un auténticoanimal. Lo odio.
Entrecortadas por el llanto y la impotenciano decía otras palabras, mientras su amiga se desvivía por tranquilizarle.
- No ha ocurrido nada gracias a Dios.Además, estaba borracho y en ese estado uno no sabe lo que hace.
Por fin logró su objetivo. Aunque no estabamuy segura de conseguirlo gracias a sus consuelos. Mas bien el llanto y susgritos liberaron la tensión. Pero lo importante se repetía mentalmente era quesu amiga estaba mejor. Se juraron no contárselo a nadie. Añadiendo un nuevo secretoa compartir.
Después de dejar a Ana en casa, abrazadosregresaron a la alquería. Comenzaba a anochecer y Rita debía tener preparada lacena. Rezaban con la esperanza de encontrar a su padre durmiendo y Dios escuchóa esos asustados chiquillos. Dormía y el resto de la familia no había llegado.José con sumo cuidado, para no despertar a su padre, puso la mesa y ayudó a suhermana a pelar patatas y cebollas. Batió huevos. Y entre los dos, cuando supadre despertó, tenían todo preparado.
- ¿La inútil de tu madre no ha vuelto aún?
Al encontrarse con la negativa. Volvió apreguntar.
- ¿Y la cena? ¿Está preparada?
Una afirmación le llevó a dar una nuevaorden.
- Yaeres una mujer y va siendo hora que aprendas a servir a los hombres. Hoy mebañaras tú.
Precisamente ese día, la petición de supadre era lo peor que le podía haber pasado. Su progenitor le daba asco,después de lo sucedido esa tarde, y ahora tenía que bañarlo. Las lágrimas lecaían por sus rojas mejillas y cuando se disponía a entrar en el cuarto debaño, su madre cruzaba el umbral de la entrada, con el resto de la familia. Elcielo se le abrió. Corrió hacia ella, le besó y le comunicó que papá leesperaba. Al verle llorar le preguntó.
- Nada mama, quería que lo bañara. Y no secomo es un hombre desnudo.
Fue la primera vez que oía blasfemar a sumadre mientras entraba en el cuarto de baño. Pero un impresionante bofetón seescuchó desde su interior mientras se oía rugir.
- Que sea la última vez que me levantas lavoz. Puta. Solo una puta tiene ese descaro. Tu obligación es atender a tumarido y no estabas. No ibas a pensar que me iba a duchar solo.
Intentó contestarle pero de nuevo seencontró con un nuevo bofetón. No se volvió a escuchar ni una sola palabra. CuandoMarta salió del cuarto de baño sus ojos estaban llorosos y su cara marcada porlas dos bofetadas propinadas por aquel salvaje. Cuando el padre se sentó a lamesa y comenzó a comer, la tropa se dispuso a devorar los alimentos preparados.
A ella no le entraba la comida, tenía talnudo en la garganta que era incapaz de ingerir alimento alguno. Se arrepentíapor no haber entrado a bañar a su padre, pues habría evitado los bofetonesrecibidos por su madre. Se sentía culpable y deseaba ponerse a fregar cuantoantes para disculparse. Tal vez si no hubiera sucedido aquel incidente esatarde no le habría importado tanto bañarle. Pero después de aquello el solomirarlo le producían nauseas. Su padre no era santo de su devoción, pero a raízde aquella tarde, le costaría mirarle a la cara. Fue una cena de las mássilenciosas que se recordaban en casa. La otra noche con Ana también lo fue,pero en esta ocasión se palpaba la tensión.
Mientras unos salían al porche a comentar lajornada y descansar antes de meterse en la cama. José atendía a los animalespara que pasaran la noche con la mayor limpieza y tranquilidad posible. Estabaen la cuadra realizando la faena cuando su padre entró y le comunicó que, comotenía ese dichoso examen, podía ir a clase esa mañana, pues el trabajo estabamuy adelantado
- Cumpliendo con tus obligaciones diariasbastará.
Terminó diciendo mientras volvía al porchecon los vecinos reunidos a conversar sobre la recogida de la cebolla.
Rita y su madre se encontraban en la cocinaponiéndola en orden. Al juntarse en el fregadero la pequeña se disculpó. Lecomunicó su inquietud durante la cena y se sentía culpable de los bofetonesrecibidos. Se abrazó a ella mientras su pequeña lloraba desconsoladamente.Marta se sentía orgullosa de sus dos hijos. Quería a todos, pero Rita y Joséeran algo especiales. Parecía mentira que fueran hermanos de los otros. Tansencillos, tan obedientes, tan seguros, tan inteligentes y en especial elcariño que le profesaban.
- Lo cierto es que ya va siendo hora desentarnos a hablar de algunos temas. Estas entrando en una edad que...
Durante el tiempo que estuvieron fregandoMarta le miraba y su rostro mostraba toda la ternura de una madre hacia sumayor.
Esa mañana José se levantó como de costumbrecuando iba a clase, lo primero eran los animales y así lo hizo. Se estabadesarrollando de una forma escandalosa, iba a cumplir ocho años pero tenía laestatura y el cuerpo de un muchacho de tres o cuatro años más, era fuerte comoun toro y con unos rasgos varoniles que le proporcionaban una gran presencia.Cuando todo estaba listo, se duchó se puso su ropa de los domingos y con loslibros en la mano se encaminó hacia la escuela. En el patio se encontró con Anay se saludaron, sus miradas reflejaban todas esas preguntas, sin respuesta, quesus mentes dejaron correr en sus cabecitas durante la noche. Al entrar en claseElisa miró a su alumno preferido y le esbozó la más dulce y tierna sonrisa queaquel niño había recibido hasta la fecha. Toda la mañana trabajaron sobre lostemas de exámenes anteriores y la maestra se maravillaba con aquel niño. Nohacía ni una sola falta de ortografía y contestaba a todas las preguntas conmayores detalles que los libros utilizados en el aula. Cuando le preguntabadónde había conseguido esos datos, él contestaba haberlos sacado de labiblioteca, para ampliar sus conocimientos. Se lamentaba por no presentarlo acuarto de bachiller y su revalida, sin duda la pasaría sin el menor problema,con la salvedad del latín. Pues sabía que el inglés lo estaba trabajando eincluso ese verano había pensado comenzar con el francés. Al llegar la hora delrecreo la maestra rogó al niño quedarse durante el mismo. Ana se esperó tambiény cuando la maestra le comentó ser un asunto personal entre José y ella, seencontró con la sorpresa de la contestación del pequeño.
- Sabemos del tema que quiere hablarnos.Ella, junto con mi hermana, estábamos escondidos en el pajar.
- Así pues. ¿Visteis todo los tres? ¿No? Enprimer lugar deseo darte las gracias personalmente a ti. Encanto de niño.
Lo cogió entre sus brazos y le propinó dossonoros besos en sus cálidas mejillas mientras añadía.
- De no haber sido por ti, Dios sabe lo quehubiera pasado. Eres un cielo.
Iba a reanudar la charla con los niñoscuando nuevamente aquel diablillo le volvió a sorprender.
- Tienes unos pechos verdaderamente bonitos.
La frase del renacuajo le dejó perpleja, nocomprendía que aquel niño, de tan solo siete años, saliera con un halagó de esanaturaleza. Sonrío y volvió a besarlo con el cariño de una madre
- ¿Me dejáis hablar o no? Debéis tener enconsideración el estado de embriaguez de tu padre pues en esas circunstanciasuno no sabe lo que hace. De no haber sido por eso me hubiera visto en laobligación de denunciarlo. Pero nos puede pasar a cualquiera que se exceda conel alcohol, hacer algo de lo que nos arrepentiríamos después. He perdonado a tupadre, pues no era consciente de lo que hacía y vosotros debéis hacer lo mismoy no darle más vueltas al asunto. Yo que he sido la víctima lo he olvidado porcompleto.
La maestra se estrujaba el cerebro pararestar importancia al incidente y de esa forma quitar dramatismo a unasituación que podía provocar algún trauma en aquellos inteligentes peropequeños seres.
De nuevo José sorprendió a Elisa con unapregunta.
- Deseamos saber cosas sobre el sexo. Losmayores siempre contestan con evasivas incluso con tonterías. No he encontradonada sobre ese tema en la biblioteca y cuando creí tener algo la bibliotecariame contestó que no se permitía a los niños llevarse ese tipo de libros.
Elisa no salía de su asombro. Aquellosmocosos haciéndose preguntas de esa índole y sin saber muy bien el porqué dejócaer una pregunta.
- ¿Os ha ocurrido algo con el tema por elque preguntáis?
Sus rostros se sonrojaron de formaescandalosa y graciosa. El poder de asombro de la maestra parecía no tenerlímites. Les había sucedido algo, pero el recreo se terminaba y quedó con ellosen casa de Ana al salir de clase esa tarde. Además, advirtió a José.
- Procura traer a tu hermana Rita. Deseoreflexionar con los tres.
La clase se desarrolló con normalidad, menospara Elisa que no podía explicarse como aquellos niños plantearan esascuestiones. Recapacitando se dio cuenta que ella también con la edad de Ana yase lo planteaba y era cierto. Los mayores contestaban con evasivas o decíantonterías como decía José. La madurez, la inteligencia y las salidas, de aquelmuchacho, le sorprendían cada segundo pero también se divertía enormementerecordando todas las situaciones vividas junto aquel prodigio de la Naturaleza. Comoera posible que una criatura tan maravillosa hubiera salido de un padre comoaquel. Era algo que no le entraba en la cabeza y así se pasó el resto de lamañana hasta que el timbre del fin de las clases le volvió a la situación. Ledio los libros con los exámenes de ingreso de otros años para que los repasarajunto a su hermana. Los vio salir por la puerta del colegio y le hizo graciaver como nada más cruzar la valla Ana le daba la mano y abandonaban la escuelacogidos.
Cuando los cuatro entraban en casa de Ana,su madre se disponía a marcharse, había quedado con unas amigas. Conversó conElisa y le rogó que le disculpara y ante cualquier cosa que necesitará, lotomara sin problema. Si no lo encontraba se lo podía preguntar a su hija.
- No olvide prepararles merienda, en ladespensa y en la fresquera hay de todo. Pero como le he dicho Ana sabe dondeestán las cosas. No tenga el menor reparo. Como si estuviese en su casa.
Se disculpó una vez más por no podersequedar, cerró la puerta tras de si y abandono el hogar.
Sentó a sus tres alumnos en el tresillo,mientras ella lo hizo frente a ellos en una silla.
- Espero vuestras preguntas.
El silencio se hizo por unos segundos hastaque Ana con el desparpajo que le caracterizaba se lanzó. No pensaba perderaquella oportunidad tan deseada y buscada. Sin el menor reparo preguntó.
-¿Porqué se les hincha y endurece el pito alos chicos cuando se lo tocas?
"Dios Santo". Soltó en su interiorla sorprendida maestra, aquello superaba todo lo previsible por ella, pero noera momento de decepcionarlos se llenó de valor y de serenidad y con unadulzura y naturalidad brillante les comenzó a explicar la primera, ycomprometida pregunta.
Cuando finalizó los tres se sentían segurosy sin el menor temor a volver a preguntar a su maravillosa maestra. Se le veíaen disposición a contestar y aclararles todas sus dudas. Rita tomó la palabra.
- Yo asistí a mi madre con otras vecinas alnacimiento de mi hermana Elena y pude ver como la mujer tiene tres orificios.
Los explicó y cuando se refirió al último,por donde salen los bebes, la maestra guardó unos segundos de silencio paraescoger las mejores palabras para sus alumnos y por fin comenzó la explicación.
- El tercero es la vagina y por ese conductoes por donde se introduce el pene para la procreación de la especie y a eseacto se le denomina copular.
Prosiguió explicándoles todo el proceso dereproducción humana, lo que era la masturbación, así como el ciclo de la mujer,e incluso algunos métodos anticonceptivos.
- Fue Ana la que planteó la siguientepregunta
-¿Es cierto que si un niño hace el sexo seva de cabeza al infierno?
Elisa no era creyente pero respetaba a laspersonas que si creían. Con la misma dulzura y cariño que les había estadoexplicando lo anterior le comentó.
- No sé si habrá infierno o no, pero de loque sí os puedo asegurar es que cualquiera que lo haga sin una verdaderaentrega al otro tiene que ser consciente que no esta obrando correctamente.
- ¿Nosotros podemos practicar el sexo?
"Este José no para de ponerme en uncompromiso. ¡Dios! Que madurez tiene este mocoso."
- Pienso que todo tiene su momento y serequiere una madurez para todo en esta vida.
La exposición del tema se prolongó porespacio de una hora larga, con las oportunas interrupciones para enriquecerlacon más preguntas. Elisa comenzaba a sentirse más segura, gracias a la madurezde aquellos críos. Pero especialmente a las preguntas que iban formulando.Mucho mas relacionadas con sus aclaraciones señal inequívoca que iban comprendiendo y asimilando el enfoque dado.
Hubo un comentario de Rita que le llamópoderosamente la atención y que estaba temiendo. Fue cuando en el transcurso dela conversación comentó
- Mi padre me da asco.
De inmediato le recriminó. Reflexionó a laniña como lo había hecho esa mañana con los otros dos. La lección que debíanaprender de aquello no era el rechazo a la persona sino más bien al exceso dela ingestión de alcohol. Culpable principal de aquel incidente. Mientrasrazonaba con la niña le lanzó una pregunta directa.
- ¿Has visto a tu padre fijarse en otramujer alguna vez?
Lo cierto es que Elisa tenía razón su padreno solía ir detrás de otras mujeres como había observado en algún vecino de lahuerta. Bajo, ese punto de vista estaba en lo cierto. Además, la maestraprosiguió que eso le podía pasar a cualquiera y debía olvidar el incidente yasimilar la lección de la causa que lo provoco. Rita se abrazó a Elisa y le comentó al oído
- Te quiero tanto como a mama.
Ella con la sonrisa en los labios añadió.
- Y como a papá.
La niña frunció el ceño, sonrío y respondió.
- Y como a Papa.
Abrazó a la pequeña con la ternura de unamadre. Aquellos mocosos eran capaces de emocionarle como hacía tiempo que nohabía conseguido hacerlo nadie. Los adoraba y sería capaz de cualquier cosa porellos.
Al entrar en casa, estaba agotada. Norecordaba sentirse tan cansada desde hacía mucho tiempo. La tensión de esatarde le había derrotado física y psicológicamente y no se quitaba de su menteal pequeño. “Llegar a decirme que tengo uno pechos preciosos" Desde luego.¡Que crío!







sábado, 24 de diciembre de 2011

EL PRIMER AMOR-CAPITULO 4-LOS PRIMEROS PASOS EN EL SEXO

   - CAPÍTLO CUARTO.

                           - LOS PRIMEROS PASOS EN EL SEXO -

   La primavera tocaba a su fin. Los últimos coletazos del año escolar perdían intensidad y las pruebas de ingreso esperaban a los niños españoles para dar por concluida una etapa. De la escuela de la señorita Elisa se presentaban al examen, en presencia del inspector del ministerio, Ana, Adrián, José y Pedro. Pero en la relación llegada al ministerio figuraba un nombre más. El de Rita Carbonell. Su hermano se empeñó en conseguirlo y no paró en su lucha hasta lograrlo. A pesar de no asistir a clase la pequeña no iba, ni mucho menos, en peores condiciones. José se había volcado durante el curso en ayudarle para salvar sin dificultades el examen. La propia señorita Elisa consciente de las dificultades de la pequeña para poder estudiar y conocedora de su ilusión le ayudó. No todo lo deseado pero segura de afrontar con éxito la prueba de final de etapa.
   Pero esas fechas coincidían con la faena dura en el campo. El trabajo era de sol a sol y tanto José como Rita tenían dificultades para estudiar. Allí, donde iban se llevaban los libros y durante los descansos los devoraban.
  Faltaban dos semanas y José advirtió a Elisa la imposibilidad de ir a clase, el trabajo del campo era lo primero, y si el próximo curso quería ir a la escuela no le quedaba otro remedio que estar allí esos días. Su maestra le prometió acercarse por la alquería para entregarles unos libros, donde estaban recopiladas las pruebas de ingreso de cursos anteriores.
   Esa tarde Ana se presentó en la alquería. Tenía la edad del hermano mayor de José, sus pechos comenzaban a marcarse a través de su ropa. Se había puesto una hermosa blusa y una falda que realzaban su figura. Buscaba a José, para aclarar dudas. Marta fue quien le atendió.
   - ¡Rita!
  Su presencia no se hizo esperar. Atendió el ruego de su madre para ir en busca de su hermano al campo del cementerio. Donde se encontraba trabajando con su padre y hermanos. Como le llevaría una media hora invitó a la joven a entrar en casa y le sirvió una limonada. Rita cogió la bicicleta y partió a toda velocidad para comunicarle a José la presencia de Ana. Al contárselo a su padre, entre gritos, insultos y quejas aceptó con una condición. Rita debía sustituirlo. Aceptó encantada, era capaz de hacer cualquier cosa por él. Así pues, José montó en la bicicleta para iniciar la contrarreloj hasta la alquería y reunirse con su amiga. Tras saludarse subieron al desván, lugar preferido de José, y su sala de estudios. Extendió una manta sobre las balas de paja y tumbados sacaron los libros. Le explicaba todas las dudas a su amiga. Ella le observaba encandilada. Había hecho una gran amistad con él, se sentía muy a gusto a su lado y captaba a la primera todas sus explicaciones. En un momento dado él le preguntó.
   - ¿Tienes alguna duda más?
   Se sonrojó un poco pero luego con una picara sonrisa comentó.
   - No sé cómo es un chico desnudo.
   La pregunta le dejó perplejo, en ese momento se dio cuenta que él también sentía curiosidad por el asunto, pues aunque tenía hermanas esos temas en casa era tabúes e incluso cuando eran bebes y los cambiaban no permitían al resto de los hermanos estar presente.
   - La verdad.
   Comenzó titubeando.
   - Yo tampoco se como es el cuerpo de una chica desnuda.
   Sus corazones se aceleraban por momentos habían oído comentarios de los mayores pero nunca lo habían visto. Ana tomó la iniciativa y comenzó a desabrocharse la blusa. Pronto aquellos incipientes pechos quedaron al aire. José sintió que su cuerpo se alteraba. Alargó su mano y con una dulzura exagerada tocó con la yema de sus dedos uno de los pechos de su amiga, el suspiro profundo de su compañera le asustó y retiró rápidamente la mano. Ella, sin pronunciar palabra tomó su mano y la volvió a colocar sobre el pecho. Acarició alrededor del pezón y cuando su pulgar e índice lo mimaban, Ana se dejó caer sobre la manta y se abandonó al placer producido por las caricias. Sus respiraciones eran sofocantes, sus corazones se aceleraban a ritmos insospechados. Él se tumbó junto a ella y continuó acariciando con la misma delicadeza del principio. El ruido de una puerta sorprendió aquel agradable momento, se incorporaron y ella colocándose la blusa en su sitio la abotonó rápidamente y con el libro en las manos, simularon leerlo. Cuando se dieron cuenta lo tenían del revés y como nadie hacía acto de presencia rompieron en una histérica risa liberando toda la tensión de ese momento. Transcurrieron unos segundos, retornaron de nuevo a satisfacer esas ansias infinitas por descubrir sus inquietudes. José se desabrochó el pantalón, se lo quitó y a continuación bajó sus calzoncillos hasta las rodillas. Ana miraba, aquel apéndice colgado, maravillada. Nunca se había imaginado algo así. Cuando su mano lo tocó, el susto fue monumental, aquello se hinchaba y aumentaba de tamaño. Debía ser un castigo por el pecado cometido. Él que había cerrado los ojos, pues le daba vergüenza la situación, al sentir como su compañera retiraba la mano los abrió y suplicó continuar. Pero la elevación del apéndice duró poco, pues las voces de sus hermanos y padre se escuchaban en el pórtico. Como una bala se subió los calzoncillos y se puso los pantalones. Con la respiración jadeante se pusieron a leer el libro. "OH maravilla de la Naturaleza aquello había sido el paraíso" Esos pensamientos rondaban en las cabezas de los dos chiquillos. Fue Rita quien se presentó en el desván y aproximándose a la pareja se sorprendió.
   - Estáis colorados y no podéis respirar bien.
   Se levantó enfadada, regañando a su hermano, al tiempo que abría la ventana del desván y les decía.
   - ¿Con el calor que hace, cómo no has abierto la ventana? Desde luego no me explico como podías aguantar con este calor. No me extraña que estéis sofocados.
   Se encontraba abriendo ventanales en esos momentos les daba la espalda, se miraron y con una sonrisa picara esperaron a que la recién llegada se sentara junto a ellos.
   Repasaron varios temas hasta que los llamaron a cenar. Ana, tras la insistencia de Marta, les acompañó. Aquella noche su padre no abrió la boca, no podía haber pasado nada mejor. La faena iba muy bien y los precios de la cosecha eran de los mejores de esos últimos años. El décimo estaba a punto de llegar y la mano de obra para el campo asegurada.
   Alex y Jaime se brindaron a acompañar a Ana. A los dos les había gustado la amiga de su hermano. Así pues tras el consentimiento de su padre los cuatro se fueron paseando por el camino hasta su casa. Los dos mayores se peleaban por conversar con la joven, que se asombraba por la diferencia de educación entre aquellos rudos jóvenes y su compañero de clase. Las frases groseras, las brusquedades y el elevado tono de sus voces contrastaban con la educación refinada y hasta exquisita de su amigo. Pero siguiendo su instinto femenino tonteó con los dos para observar su reacción. Él se limitó a bajar la mirada y proseguir la marcha junto a ellos. Cuando se iban a despedir les dio la mano y besó a José en la mejilla. Pretendía dar media vuelta y subirse a casa pero la voz ronca de Alex se lo impidió.
   - ¿Y a nosotros solo nos das la mano? 
   Ana, sonrío, besó aquellas sudorosas y sucias mejillas y desapareció. De vuelta a casa aseguraron que no se lavarían la cara en el resto de sus vidas.
   José caminaba junto a ellos pensativos con lo sucedido esa tarde. "Tengo que averiguar todo lo referente al sexo. No puedo permanecer pasivo ante una cosa evidente y natural, por muchos secretos que la gente mayor se lleve.” Éstos y otros pensamientos relativos a lo mismo ocupaban la mente del niño.
   Cuando Ana se metió en la cama no podía creer lo sucedido aquella tarde. Estaba entusiasmada y al igual que su amigo deseaba conocer todo lo referente al sexo.
   Las primeras averiguaciones sobre el tema fueron bastante desconsoladoras. La madre de Ana lo presentó como algo malo y pecaminoso. Los hombres vivían para aprovecharse de las mujeres y le aseguró que cuando tuviese más edad le explicaría lo que tendría que sufrir como mujer. Estaba desconcertada, su primera experiencia, había sido maravillosa. Tampoco sabía si aquello había sido sexo, pero jamás lo podría olvidar y desde luego nunca lo recordaría como una mala experiencia.
   José tuvo peor suerte. Su padre le contestó con dos blasfemias diciendo. “Eres muy pequeño para pensar en ponértela dura”.
   - Además, los niños que hacen cosas de esas se van de cabeza al infierno.
   Su madre fue menos expresiva.
   - Ya te llegará la hora y sabrás lo que hay que saber.
   Otra tarde José fue a casa de Ana, pero estuvieron controlados por su madre, que no abandonó la habitación. Cuando Ana le acompañó al portal para despedirse le preguntó sí sabía algo más sobre el tema que les inquietaba. Se quedaron iguales o peor que antes. Pero si los mayores no querían contárselo, tal vez, lo mejor sería ver esas revistas que algunos chiquillos del colegio manejaban y llevarlo a la práctica.
   Cuando a la siguiente tarde se reunieron en la alquería, Rita se apuntó a estar con ellos. Concluida su tarea podía acompañarles en el estudio sin problemas. Ana realizó un gesto de desagrado cuando se enteró, pero José le comentó que Rita era maravillosa y tal vez pudiera aclararles algo sobre el tema.
   En el desván repasaban los diferentes temas pendientes para la prueba de ingreso. Uno preguntaba a los otros y planteaban el estudio como una competición entre los tres divirtiéndose de lo lindo. Ana era la que más dificultad tenía en especial cuando trabajaban las matemáticas a pesar de tener cuatro años más que José y dos más que Rita. Pero se sentía tan animada por sus compañeros que cada día ponía mayor interés por conseguir dominar esa maldita asignatura.
   Por fin se tomaron un respiro. Fue su hermano quien preguntó.
      - ¿Sabes algo sobre el sexo?
   Rita se ruborizó por la pregunta, mientras mostraba su interés por el tema últimamente, asegurándoles en el transcurso de la conversación, que no había visto nunca a un chico desnudo. Cuando Ana aseguró que ella si, el interrogatorio sobre el asunto no se hizo esperar. El rostro de la joven se sonrojó de forma escandalosa, Rita se extrañó pero al ver a su hermano ruborizarse comenzó a sospechar. Confesaron la experiencia mantenida unos días atrás y quiso apuntarse. José sintió curiosidad por descubrir el misterio de cintura para bajo. Pues la otra tarde solo mostró la otra mitad de su cuerpo. Ana se bajó las braguitas, unas azules de volantes, y se levantó lentamente la falda. El incipiente bello del pubis quedó al descubierto y el niño se sorprendió al comprobar un pequeño culo delante. Esta vez no se atrevió a poner la mano pues estaba su hermana y eso le cortaba algo. Tampoco el espectáculo duró mucho, pues de inmediato se bajó de nuevo las faldas y se subió la prenda interior.
   - José enséñaselo a tu hermana.
   Se apresuró a decir. Él se ruborizó, pero se bajó los pantalones y los calzoncillos y de nuevo su miembro quedó al descubierto. Ana lo cogió con la mano y comentó a su amiga.
   - Mira como se hace grande y se levanta mientras se pone como una piedra. 
   Ana movió sus dedos sin querer y José dio un profundo suspiro. Ella se asustó y le preguntó si le había hecho daño.
   - Al contrario me gustaría continuar.
   Las dos niñas se sonrieron y de inmediato él se sonrojó escandalosamente para subirse los calzoncillos y los pantalones de inmediato. Rita entró en la dinámica de la curiosidad por el tema, pero por lo comentado lo peor era preguntar a los mayores.
   - Yo sé.
   Comentó, cuando la situación se calmó un poco.
   - Que  los niños se forman en la barriga de la madre y salen por el conejillo, cuando crecen lo suficiente, pues en el parto de Elena estuve presente para aprender a traer niños al mundo. Desde luego me impresionó, pero es algo maravilloso. Casi tiro la primera papilla, pero conseguí superarlo y cuando recapacité sobre lo sucedido me di cuenta que verdaderamente es milagroso. Nosotras tenemos tres orificios uno por donde c.. , otro por donde m... y el tercero por donde salen los niños.
   Bueno, por fin, comenzaban a averiguar algo sobre el asunto. Rita se sentía orgullosa por haber podido explicar algo a su inteligente hermano y se sentía tan feliz que se abrazó a los dos.
   Durante varios minutos permanecieron unidos y la felicidad inundaba sus pequeños seres.
   Al separarse reanudaron el estudio. 





martes, 20 de diciembre de 2011

EL PRIMER AMOR - CAPÍTULO III LA ESCUELA

  - CAPITULO III –

                                       - LA ESCUELA -

   Esa mañana se levantó muy temprano. Debía atender a los animales antes de ir a la escuela. Iba a ser su primer día y el corazón le latía con más frecuencia de lo habitual. Su hermana madrugó más de lo habitual para ayudarle. Mientras limpiaba la cuadra y ponía paja nueva, ella ordeñaba las vacas. Sacó todo el estiércol a la montaña junto al granero y cuando se levantaron sus hermanos tuvo que soportar sus mofas y bromas por querer ir a la escuela. Pero cuando pasó Paco a recogerlo tenía toda la faena, ordenada por su padre, concluida. Incluso tuvo tiempo de darse una ducha. No podía presentarse ese primer día de clase oliendo a ganado. Su  madre le dio un fuerte abrazo y, mientras le tendía el almuerzo le susurró al oído.
   - Sé que serás el mejor médico del mundo.
   Aquella mañana, compensaba todos sus sufrimientos, se atrevió a pensar la buena mujer. Se sentía orgullosa de su niño, pero al ver a Rita con los ojos llorosos y a punto de derramar unas lágrimas, se lamentó por ser mujer. Tal vez, de haber nacido varón, gozaría de la misma oportunidad que su hijo. Se aproximó, le abrazó y tras besarle continúo con la faena diaria.   
   ¡No puede ser! 
   Se preguntaran ustedes señores lectores. Pero efectivamente. Esperaba el décimo.
   José creyó vivir un sueño esa mañana. La señorita Elisa presentó a los alumnos al nuevo pupilo. A pesar de su corta edad lo puso con el grupo de chavales que preparaban el ingreso. Estaba segura de superar perfectamente un segundo o tercero de bachiller, pero en ningún momento quiso poner el listón muy alto para evitar cualquier fracaso. El ingreso lo superaría con creces. Adelantando tres cursos a los niños de su edad.
   Por primera vez, en su vida, se relacionaba con otras personas fuera del entorno familiar o de las alquerías de la huerta. Lo sentó junto a Ana, una mujercita de doce años, de cara angelical quien comenzaba a mostrar los signos externos propios de una mujer. Le llamó poderosamente la atención y pronto entabló una buena amistad. Al quien no le cayó tan bien, el nuevo alumno, fue a Adrián, el matón de la clase y considerado novio de Ana. Durante ese primer recreo de su vida se le acercó y le amenazó diciendo.
   - Como no dejes a mi novia en paz te llevaras una soberana paliza.
   José sonrió. Adrián iba a pegarle cuando se dio cuenta del control de Elisa. Sonriendo se retiró, pero en voz baja prosiguió amenazando. No era un chico asustadizo, estaba acostumbrado a las peleas con sus hermanos mayores y su cuerpo bastante curtido por los golpes recibidos de su padre. Cuando la clase se reanudó, en uno de los descansos, donde Elisa permitía a sus alumnos hablar por espacio de unos minutos, según ella, era para relajarse y volver con mayor atención a sus explicaciones. José  preguntó a Ana sí tenía novio. Antes de contestarle sonrió.
   - Te lo ha dicho el estúpido de Adrián. ¿Verdad? A mí el único de la clase que me gusta eres tú.
   José se quedó sorprendido en todo lo leído siempre era el hombre quien tomaba la iniciativa, aunque desde luego de chicas no sabía mucho. Pues aunque tenía una hermana mayor, nunca hablaron de esos temas. Con la mayor naturalidad del mundo le contestó.
   - Tú también me gustas mucho.
   Cuando iniciaban la conversación de nuevo la maestra los llamó al trabajo, sonrieron y rápidamente su atención la pusieron en la señorita.
   José resolvía con gran facilidad todas las cuestiones planteadas por la maestra. Era el primero en levantar la mano cuando preguntaba. Al dirigir su mirada al nuevo alumno sonreía y se sentía orgullosa de haber conseguido, gracias a su astucia, la presencia de ese futuro genio.
   Ana solía tener dificultades, especialmente con las matemáticas y recurría a su compañero para resolverlas. Ciertamente tenía a su lado una gran ayuda. Pues, además de saberlo casi todo, se las componía para explicarse con gracia, captando Ana con rapidez la solución a sus dificultades.
   Al salir de clase, la mañana se le había hecho muy corta, lo hizo en compañía de Paco y de Ana. Y aunque Adrián los seguía no se atrevió a intervenir ante el mastodonte de muchacho que era Paco. Al llegar al cruce de la gran avenida, Ana se despidió de los dos y tras cruzarla comenzaron a corretear entre los campos de naranjos, patatas, maíz, alfalfa, cebolla, etc. Saltaba por encima de las acequias o correteaban por dentro de ellas, hasta llegar a la alquería. Paco se despidió de su vecino y José entró loco de contento a contarle a su madre todo lo vivido esa mañana. Su padre estaba en casa y el semblante del muchacho cambió de inmediato. Contuvo su alegría y lo saludo como acostumbraban a saludar en la huerta a los jefes de la casa.
   - Buenas. Padre.
   En tono seco y sin el mínimo gesto cariñoso. Su padre se limitó a realizar un gesto con la cabeza para de inmediato ordenar al muchacho arreglar a los animales y entrar al desván las balas de paja descargadas por el carro. Se cambió, como un rayo, de ropa y se dedicó a subir aquellas balas de paja que pesaban más que él. Cuando la mesa estaba servida el muchacho ya las había subido y, por supuesto, ordenado. Se disponía a barrer el trayecto desde la entrada hasta el desván cuando su padre le propinó un bofetón tirándole al suelo.
   - Mariconadas no hace ninguno de mis hijos, para que están las mujeres en casa. Bastante tengo con la perdida de tiempo en la mierda de escuela.
   El pequeño se levantó del suelo. En su cara y con un llamativo tono rojo la mano de su padre se dibujaba a la perfección. Se podían contar los cinco dedos de la mano. Se lavó y se sentó a la mesa. Rita se apresuró a recoger la escoba que yacía en el suelo y barrió el recorrido realizado por su hermano para llevar las balas hasta el desván. El silencio en la mesa era sepulcral. Cuando todos estaban sentados el padre cogió la cuchara y comenzó a comer el plato de arroz con caracoles y acelgas, de inmediato el resto de la familia. Marta quiso romper ese silencio y preguntó a José como le habían ido las clases. El fuerte puñetazo sobre la mesa hizo temblar platos, vasos y a toda la tropa agolpada alrededor de ella.
   - En esta casa no quiero oír hablar de la escuela, ya tenemos bastante con un vago que no quiere trabajar el campo.
   Soltó dos o tres blasfemias y prosiguió comiendo. Durante el resto de la comida nadie fue capaz de elevar la mirada del plato. Se levantaron y fueron de inmediato a la faena asignada a cada uno. Las mujeres recogieron la mesa y se pusieron a fregar. José, al terminar el trabajo encomendado por su padre, se puso junto a su madre y hermana para relatarles como le había ido esa primera mañana de clase. Estaban ansiosas por escucharle y mientras fregaban él les iba relatando hasta el mínimo detalle de lo sucedido. Había conocido a Ana, una chiquilla casi tan guapa como Rita. Su hermana se llenó de satisfacción al escuchar a su hermano, pues salvo los cumplidos que solía lanzar José, en esa casa no se escuchaban otros.
   Era una chica muy guapa, pero sus ropas y lo sucia que solía ir no permitía resaltar la belleza natural de la niña. Alex entró en casa para recoger unas herramientas y al ver a su hermano charlando refunfuño.
   - Listillo. ¿No tienes nada más que hacer? Deja de mariconear con las mujeres y ayúdame a preparar el campo de la vía.
   Sin rechistar cogió la herramienta que le tendía y con gesto triste se despidió. Estuvo trabajando duro junto a su hermano hasta que Rita le fue a buscar pues Paco se iba a la escuela. Dejó de inmediato las herramientas de trabajo, corrió hasta la alquería para darse una ducha rápida y vestirse. Su hermano se quedó blasfemando en el campo. Conforme pasaba el tiempo se parecía más a su padre.
   De nuevo fue una tarde inolvidable, las tres horas  de clase se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos. Se despidió de sus compañeros, pues debía estar pronto en casa para hacer los deberes, leer pero sobre todo tener a punto la faena asignada por su padre. De no cumplir con ella, a la hora de cenar, no iría al día siguiente a clase y eso sería lo último en perderse en su vida.
   Nada más llegar se cambió de ropa, guardó sus libros en su lugar secreto, el desván, y fue en busca de su padre. Lo encontró como siempre maldiciendo y blasfemando en el campo de la torre. Los pájaros se habían despachado picoteando la cosecha.
   - Ya era hora que llegara el señorito. Trae de inmediato unas estacas y construiremos unos cuantos espantapájaros.
   Las blasfemias y tacos escupidos por aquella boca no alteraron al niño, estaba acostumbrado a ellas desde el mismo día de su nacimiento, corrió y a los pocos segundos llegó cargado con unos cuantos palos. De nuevo a la carrera hacia la alquería para traer unos trapos viejos, clavar las estacas en el suelo y vestir el armazón de madera. José realizó más de diez viajes del campo a casa y siempre a la carrera. Finalizada su obra de arte le mandó arreglar a los animales. Era su principal faena, no había terminado de mandárselo cuando corría hacia los corrales para atenderlos. No había alfalfa para el caballo, cogió la “corbella” y se marchó al campo para segar unos cuantos manojos. Cuando tenía suficiente, realizó un fajo y lo ató con una correa. Lo cargó a sus espaldas dando la sensación que aquel fajo de hierbas andará solo pues cubría al muchacho por completo. Lo descargó y guardó en su lugar el que no puso a los animales. Limpió la cuadra hasta el último rincón y tiró paja limpia. Cepilló a todos los animales y cuando terminó estaba agotado. Pero había algo más, el depósito del agua estaba vacío. Debía sacar agua del pozo y llenarlo. Fueron más de cien pozales los subidos por el muchacho. Cuando lo llamaron a cenar acababa en esos momentos de ducharse. Sus dos hermanos mayores se reían de él al verlo lavarse más que las putas. Pero él hacía caso omiso de sus burlas.     
   Estaban terminando de cenar cuando padre advirtió a todos sus hijos que esa noche tocaba regar. José estaba roto, pero cuando su padre se levantó de la mesa corrió hasta la ermita para desviar el agua hacia casa. Eran las veintitrés horas cuando regresaban. Avisó a su hermana Rita y los dos con un farolillo de petróleo subieron al desván para repasar lo asimilado en la escuela. Aquella maldita luz se movía en exceso como consecuencia del viento entrando por todos los rincones del desván. Pero ambos pasaron dos horas repasando y explicándole a su hermana todo lo asimilado ese día en clase. Luego cada uno cogió un libro y se pusieron a leer. Tan solo consiguieron aguantar media hora pues sus ojos se cerraban y sus cuerpos doloridos pedían descanso. Apagaron la luz y bajaron con sumo cuidado a sus habitaciones para no despertar a nadie. No habían entrado aún en la cama, cuando dormían plácidamente.
   Esa mañana, cuando el sol no despuntaba en el horizonte, sus padres se levantaban. A él le costó Dios y ayuda hacerlo, pero los animales debían estar arreglados antes de partir a la escuela. Se dio una ducha con agua del pozo, que lo despertó desde la primera gota, y se puso manos a la obra. Solo él y sus padres se levantaron para iniciar la faena diaria, no había que hacer demasiado y disculpo a su hermana esa mañana para que prosiguiera durmiendo él solo terminaría la faena sin problemas. Marta miraba a su pequeño y su mente se llenaba de compasión y admiración por su niño. "Dios si tiene tan solo siete años, el pobre esta reventado, pero ahí lo tienes cumpliendo con lo que le prometió a su padre". Sentía una mezcla de pena y felicidad al comprobar como aquel mocoso se comportaba como un hombre. A las dos horas de haberse levantado los primeros de la familia lo hacía el resto. José ya tenía arreglado a los animales. Su padre le ordenó que cortara alfalfa pues no quedaba casi. Lo estaba diciendo cuando al ir al lugar donde la guardaban lo vio repleto. José le aclaró que al darle a los animales por la tarde repuso el almacén. El Coeter se quedó asombrado. Trabajaba duro y sin descanso cualquier momento que estaba en casa y, además, iba a ser médico. Siempre que pensaba en ello en su mente le venía la misma idea. "No, tener que soltarle un real a ese médico". La verdad era que el chaval, aunque estaba en la escuela seis horas al día, no le impedía cumplir con su labor en casa. Andrés ya era lo suficiente mayor, seis años, como para encargarse de sus hermanos pequeños.
   - José comprueba el depósito.
   - Padre.
   Contestó
   - Lo llené anoche.
   - Pues descansa hasta ir a la escuela demonio de chiquillo.
   No había terminado de pronunciar esas palabras cuando ya estaba en el desván repasando los deberes y estudiando.
   Ese primer mes de colegio se le hizo muy duro, pues no dormía más de cinco o seis horas al día y el esfuerzo físico era considerable. Pero era tal la ilusión, por aprender cada día cosas nuevas, que no le importó tanto sacrificio.
   Una tarde, Paco se puso malo, al salir de clase le aguardaba Adrián con su pandilla. Lo había deseado desde que aquel listo pisó la escuela. Lo rodearon y comenzaron con amenazas y empujones. José no respondió a las provocaciones, cuando se caía al suelo se levantaba e intentaba reanudar la marcha. Pero pronto de los empujones se pasó a los golpes. José se defendió y se entabló una batalla campal. Eran cuatro y mucho mayores que él pero se defendió como un jabato, no podían con aquel muchacho. La pelea se estaba desarrollando cerca del campo del río donde Jaime estaba trabajando con su hermano Alex. Escucharon los insultos y acudieron para ver lo que ocurría. Al ver a su hermano permanecieron unos segundos observando como se defendía. Parecía un león acosado. Pero cuando vieron que la cosa se le ponía mal intervinieron y les propinaron una buena paliza. José sangraba por la nariz y boca. Su mejor ropa estaba destrozada y manchada de sangre. Sus hermanos lo levantaron del suelo y le acompañaron a casa. Mientras Alex limpiaba y curaba sus heridas le comentó.
   - Muchacho eres un Carbonell, vaya cojones le has echado al asunto. Nos explicaras porque te querían pegar esos mariquitas.
    José se sentía orgulloso por el comentario y les relató lo sucedido. En esta ocasión fue Jaime quien comentó.
   - Mira el mocoso. Peleándose ya por una mujer.
   Sonrieron juntos y tras las oportunas burradas de sus hermanos en torno a su amiga Ana, regresaron al campo para seguir su trabajo. Marta al ver a su hijo se asustó, pero cuando vio sus ropas, no servían ni para trapos, el alma se le cayó a los pies. No tenía otras decentes para ir a la escuela. Pedirle dinero a su marido para ropa era como firmar su sentencia de muerte. Pasó a su vecina y ésta le dio unas de su hijo, que no le venían, y aunque no estaban muy bien al menos podía ir decente y limpio a la escuela.
   Nada más curarlo José se puso con los animales, ordenó el granero y fue a rascar el campo de naranjos con su padre. Éste al verle con un ojo hinchado comentó.
   - Me imagino que al gilpollas. que te lo ha hecho le habrás calentado la cara. Porque tú eres tan tonto que te marcan una mejilla y pones la otra.
   No hizo comentario, se puso a trabajar sin pronunciar palabra. Había mucha faena como para entretenerse con esas cosas. Pero se emocionó. Era el primer comentario de su padre hacia él sin mandarle o castigarle.



jueves, 15 de diciembre de 2011

EL PRIMER AMOR - CAPÍTULO II MIS PRIMEROS LIBROS

   - CAPITULO II - 

                                   - MIS PRIMEROS LIBROS -

   La maestra, por mediación de Paco, se informó cuando aquel animal, que tenía por vecino, no se encontraba en casa. Esa mañana dejó en la escuela a su hermano pequeño, estudiante de magisterio y se acercó a la alquería.
   A Marta se le inundaron los ojos de felicidad mientras el pavor embargaba todo su ser. Si su marido se presentaba y le sorprendía en casa. La mataba.
   Elisa, que así se llamaba la maestra, era una joven de veintidós años, de un físico llamativo pero de un fuerte carácter y reivindicativa de los derechos de la mujer como pocas. Era soltera. Había tenido infinidad de pretendientes pero el ambiente machista reinante en el país provocó el rechazo de todos los que se le acercaban sin respetar sus opiniones ni sus derechos. Conversaron de la misma forma que la otra vez. Ella de un lado para otro, trajinando con los niños, la casa y la comida. Elisa le seguía y trataba de colaborar, en lo que podía y sabía, sin dejar la conversación. Se dio cuenta de la gran necesidad que tenía aquella mujer de poderse comunicar con otra persona. Trabajaba sin parar pero sentía como la felicidad, en esos momentos, se le escapaba por cada poro de su piel. Mientras el estómago se le revolvía al describir su rutina diaria. Era increíble lo que aquella mujer del campo era capaz de soportar. En ese momento a su mente acudió la situación de marginación de las mujeres de la ciudad pero la madre de José era tratada peor que los esclavos. "Pero bueno" meditaba cuando la conversación se detenía unos segundos " Yo he venido aquí por el niño".
   - ¿Y José?
   Marta salió y llamó a su hijo. Un ruido procedente del desván se escuchó con claridad. Al instante los niños bajaban por la escalera.
   - ¿Que andabais haciendo?
   Preguntó. Cabizbajos no se atrevieron a responder. Marta besó con ternura a su hijo y volvió a insistir.
   - Mi vida. ¿Tú no tienes secretos con mama verdad?
   La sonrisa se dibujó en el rostro del niño. Con esa expresión característica en él cuando se disponía a sorprender a sus oyentes. Con esa soltura y desparpajo confesó estar enseñando a Rita a leer. Elisa giró la cabeza de izquierda a derecha y de nuevo a la izquierda. La sonrisa acompañaba al gesto de cabeza y a sus reflexiones. "Contra la cultura no puede ni el más animal de los hombres".
   La maestra se quedó con los niños en el desván, mientras Marta prosiguió con la rutina diaria. Estaba atónita por la forma como aquel renacuajo enseñaba a su hermana las vocales. Había traído unas libretas y unas cartillas de lectura. Les explicó como avanzar con ese material. Aconsejándoles realizar, al menos, una hoja, de cada libreta, todos los días. Por medio de su vecino Paco hacérselas llegar a diario a la escuela. Ella se comprometía a devolvérselas lo antes posible corregidas con el mismo medio de comunicación.
   - Ante cualquier duda, podéis preguntarle a Paco, él os ayudará.
   La felicidad inundó a los pequeños. Sus primeros libros, con seguridad su mejor regalo hasta la fecha. Rita era una chica inteligente, pero Elisa se prendó con la capacidad, el razonamiento, la inteligencia, la creatividad y la improvisación de aquel mocoso.
  Marta subió en repetidas ocasiones alertando a Elisa del riesgo, en el caso de personarse su marido en casa. Por fin abandonó la alquería y los niños se abrazaron llenos de alegría porque, ahora, tenían material para aprender durante un tiempo.     
   Desde aquel feliz día, cuando su padre salía de casa, los dos hermanos se levantaban y subían al desván a realizar los deberes y cuando Paco se disponía a ir a la escuela, salían a su encuentro. Le entregaban los cuadernos trabajados, para ser corregidos por Elisa y a continuación se ponían a leer pasando casi toda la mañana con la lectura.
   Cuando Paco volvía de la escuela corrían hacia él para recoger los cuadernos corregidos y preguntarle sobre las dificultades y dudas encontradas. Cada vez la caligrafía era más controlada. Elisa estaba asombrada por los progresos de los pequeños. Se enteró, por uno de los dibujos, enviados para corregir por sus pupilos a distancia del nacimiento del sexto hijo en la familia. Alfredo. También y por el mismo sistema se enteró del séptimo, Javier, el octavo, Pedro. Y por fin otra niña la novena, Elena. 
   Su alumno José contaba con siete años y había superado en mucho a su vecino de trece. En los trabajos se quejaba de las dudas sin resolver, principalmente con las matemáticas.
   Tanto José como Rita, no disponían de tanto tiempo como antes. El atender a los animales y la faena en el campo les daba poco margen de tiempo libre para el estudio y la lectura. Tanto uno como el otro en la mochila utilizada para llevar los almuerzos, la bebida, el material, acoplaban también unos libros para devorarlos sus mentes recopilando todo tipo de conocimiento en sus escasos descansos. Sus hermanos mayores bromeaba y se burlaban de ellos e incluso en alguna ocasión les quemaron algún libro, con el consiguiente disgusto. Pero Elisa siempre los animaba y les proporcionaba otro nuevo al instante.
   Había intentado por todos los medios traerlos a la escuela, pero siempre se encontró con la negativa de su padre. Utilizaba a su hermano para convencer al Coeter, pero nunca consiguió sacar nada.
   Un día, la maestra, conversando con la madre de Paco, sacó a relucir el tema de su vecino.
   - Mi querida maestra el único capaz de poner los puntos sobre las “í, es” a ese pedazo de animal es don Fulgencio. El medico y sin duda por ser quien le ayuda a traer hijos al mundo para tener mano de obra en el campo.
   La conversación mantenida con la madre de Paco se le gravó en la memoria. Pero no permaneció quieta. Sus constantes salidas al consciente durante varios días forzó la búsqueda de una solución. Una mañana de vacaciones escolares decidió conocer al doctor. Se encontró con un hombre sencillo, de pueblo, bastante bruto pero de un inmenso corazón. Por supuesto no le pasó desapercibido el toque machista del facultativo, quien desde luego no lo disimuló en ningún momento. Pero como en esos instantes lo importante eran los niños prefirió apartarlo.
   Expuso su preocupación durante los últimos cinco años. Y la reacción de aquel hombre, tras sus primeras palabras, fue muy reveladora.
   - Con el muro hemos topado.
   Significativa y desmoralizadora la frase. Pero ante la inmediata afirmación de conversar con aquel primitivo ser Elisa quedo algo mas esperanzada.
   En una de las pausas, de la tradicional partida de domino del viernes, para picotear y levantar la bota de vino. Don Fulgencio, en presencia de su padre, llamó a José. Sacó uno de sus viejos libros de medicina que solía llevar, se lo dio al muchacho y dijo.
   - Lee chaval.
   Su corazón latía a un ritmo desenfrenado. Iba a leer en voz alta y ante todas aquellas personalidades de la huerta. Sus ojos se iluminaron, radiaba felicidad hasta por las orejas. En tono pausado y claro comenzó a leer lo ordenado por el sanitario. Todos los presentes quedaron asombrados por la perfección y claridad en la lectura del chaval. La mayoría no sabía leer y el que era capaz se desenvolvía como un niño de la escuela. Haciéndolo sílaba por sílaba. José daba la entonación exacta a la frase. Paraba en los puntos y hacía las inflexiones correspondientes. Su padre, perplejo, permanecía en la silla ante la demostración de su hijo. Cuando el doctor le rogó parar, miró al "Coeter" y éste sintiéndose molesto por la mirada de don Fulgencio, era al único al que temía y respetaba al máximo, se atrevió a decir.
   - ¿Y esa mariconada que utilidad tiene? No para plantar patatas, o rascar el cebollino, o para  replegar la alfalfa. Además.
   Le propinó un cachete en el cogote al chaval.    
   - A ti, quien te ha metido esa idiotez de leer.
   Don Fulgencio con el tono empleado cuando deseaba recriminar al Coeter. Le frenó
   - ¡Pedazo de animal! Yo he tenido que leer esas idioteces para  traer al mundo a esa retahíla de hijos que tienes y por las trazas me temo que me tocará atender a bastantes más.
   La sumisión del Coeter ante aquel hombre era increíble. En tono dócil y suave se aventuró a contestar.
   - ¡Esta bien! ¿Pero como este mocoso va a llegar a ser médico?
   - ¡Cacho adoquín! Tu mula es bastante más inteligente que tú. Permitiéndole ir a la escuela. Por supuesto.
   El enfoque dado al asunto por don Fulgencio estaba dando sus frutos. Aquel infeliz quiso salir del paso diciendo
   - ¿Y quien irá al campo? ¿O arreglará a los animales?
   José que había permanecido mudo, con lágrimas en los ojos, juró a su padre no ir al día siguiente al colegio sin cumplir con su trabajo en la alquería. Don Fulgencio, conociendo las reacciones de aquel hombre, intervino evitándole al niño el inevitable sopapo.
   - Desgraciado no te mereces este hijo. Como seas capaz de negarte es para echarte a la acequia.
   Estaba fuera de juego no sabía como salir. Tenía toda la razón si cumplía con su trabajo, porqué no dedicar su tiempo libre a lo que quisiera. "Tal vez se ahorraría el médico cuando su hijo lo fuera". Esos pensamientos retumbaban su mente en esos instantes. José llevado por su afán de ayudar a su hermana a punto estuvo de tirar por la borda el éxito del doctor al proponer.
   - ¿Rita podría ir también?
   Don Fulgencio, nuevamente, sabedor de la reacción de aquel hombre le interrumpió.  
   - Pero niño eres como tu padre. Tú hermana a coser y cocinar para atender a su marido el día de mañana.
   - Eso. Eso.
   Aseveró su padre sintiéndose seguro al coincidir con el doctor en algo. Rita desde el desván estaba escuchando la conversación y rompió a llorar. En un principio no sabía muy bien si era de alegría, su hermano iba a ir a la escuela. O por el interés mostrado por ella, aún arriesgando su posibilidad. O por la rabia que inundaba su cuerpo consciente de no conseguir ella aquella dicha.
   José entró en casa dando saltos de alegría. En primer lugar fue a su madre. Estaba dando de mamar a Elena, le abrazó, besó y le comunicó la noticia. Cuando su hijo salía de la habitación sus ojos se inundaron de lágrimas, no se sentía tan feliz desde que su hijo le leyó el primer cuento. Aquella dulce sensación llenaba todo su ser, apretó a su pequeña contra su pecho descubierto y elevando la mirada hacía el techo dio gracias a Dios por concederle aquel ansiado deseo.
   Las escaleras hasta el desván las subió de tres en tres. Cuando se presentó ante su hermana y constató su llanto la felicidad, almacenada en su alma, se desvaneció y una inmensa tristeza se apoderó de su pequeño ser. Su hermana no podría ir con él. Comenzó a llorar como un chiquillo y abrazándole comentó.
   - ¿Si tu no puedes ir, tampoco iré yo?
   Rita se emocionó, abrazó a su hermano y controlando la situación replicó inmediatamente.
   - No seas tonto. Has abierto camino. Y quien sabe si más adelante también podré ir yo.
   Se secó las lágrimas con la manga, para apuntillar.
   - Mi querido hermanito tendrás que aprender por los dos y cuando regreses a casa, en el desván, me podrás explicar todo.
   Se abrazó con fuerza a él y prosiguió.
   - Cuando te veas agobiado con la faena de casa o del campo me lo dices y te ayudaré. No me gustaría perderme ni un solo día de clase.
   Permanecieron abrazados por espacio de varios minutos. Se secaron las lágrimas mutuamente para abrazarse de nuevo. José se sentía doblemente feliz. Por ir a la escuela, pero sobre todo por tener a Rita como hermana.   

  

jueves, 8 de diciembre de 2011

EL PRIMER AMOR - PROLOGO Y CAPÍTULO I- EL CUARTO

                  EL      PRIMER      AMOR                 

- PRÓLOGO -


A mi dueña... A mi Dios...
A mi mujer:


Sabes  cuando me di cuenta que te amaba.

Fue esa mañana al despertar a mi lado,

sin maquillar, despeinada y ojerosa.

Me miraste. Sonreíste. Y esa mirada,

y esa sonrisa erizó el vello de mi cuerpo

y me ahogaba en deseos de poseerte. 
Paco
                             PRIMERA     PARTE

                          LOS  PRIMEROS  AÑOS

   - CAPITULO I -

                               - EL CUARTO -

   En la alquería los calderos de agua caliente circulaban de la cocina al dormitorio. El bullicio, las prisas, la tensión, se palpaba en el ambiente. Las mujeres se desplazaban de un lugar a otro desviviéndose por atender a la parturienta. Fuera, en el porche, el silencio se controlaba gracias a los cigarros consumidos, uno tras otro, por los hombres.
   Las noticias filtradas del interior eran preocupantes. No era primeriza. Llegaba el cuarto. Pero las complicaciones se sucedían haciéndose imprescindible tomar una determinación. Pues, si bien, hacía más de treinta minutos que fueron a buscar al doctor, el niño no podía esperar.  
   Por fin el lloro desgarrador del recién nacido calmó en parte los  ánimos. Pero fue un espejismo. La incertidumbre regresó, ante la imposibilidad de controlar la perdida de sangre. Ahora la presencia del doctor, si se quería salvar a la madre, era imprescindible.
   Los críos, ajenos a los acontecimientos, jugaban entorno al pajar con despreocupación y gran alboroto, siendo recriminados por los  mayores. Hasta que un sonoro bofetón se estrelló en la cara del mayor. Rodó por el suelo, técnica adquirida a lo largo de su corta vida para evitar que otra muestra de cariño terminara en la otra mejilla, para terminar con sus huesos en el pajar. El pequeño no estaba muy convencido del los sermones del domingo en misa. “Pon la otra mejilla”. La primitiva medicina fue fulminante. No se les volvió a oír en el resto de la tarde.
   Consumidos unos eternos quince minutos llegó el médico, en el carro del "Pimentón", quien se apresuró a buscarlo.  Entró en la alcoba de la parturienta y tras dos interminables horas, manteniendo en vilo a los presentes, abandonó la casa tranquilizando a los huertanos.
   - He conseguido controlar la situación. Que guarde unos días de  absoluto reposo. Vendré mañana a ver como evoluciona la paciente, pero si se presenta cualquier contratiempo avisarme sin premura de tiempo.
   El Coeter había tenido su cuarto hijo. Los hombres le felicitaban.
   - Unos brazos más para ayudar en el campo.
   Se pudo escuchar en varios de los presentes, mientras se consumían los caliqueños y el porrón circulaba sin descanso.
   Entró en la habitación, cogió a su vástago en brazos, y lo mostró a los presentes. Luego lo devolvió a la madre y abandonó la alcoba mientras se dirigía a su mujer.
   - Marta. Recupérate pronto, la recogida de la naranja esta a la vuelta de la esquina. 
   Desde la cama, exhausta por el complicado parto y la pérdida de  sangre, aún tuvo agallas para sonreír y contestar a su marido.
   - Si es necesario me levanto ahora mismo.
   Al escuchar a la bestia del esposo, los más sonoros tacos del momento, se pudieron escuchar de labios de las vecinas que asistieron a Marta. Empleando vocablos propios de aquel ser primitivo quien se vio obligado a salir por piernas.
   Bastó una sola voz del padre, para que los pequeños, dos chicos y una chica, se personaran, de inmediato, ante él. Las advertencias de rigor y los niños entraron en la habitación de matrimonio para conocer a su hermano. La niña, no contaba aún con los dos años, se aproximó a su madre le besó y  fue a conocer al pequeño, que acaparaban, en esos momentos, sus hermanos. El mayor, con las manos sucias de jugar en la era, trató de tocar al pequeño. Al  escuchar su nombre se quedó inmóvil, como una piedra. Esperaba el bofetón. Cerró los ojos: Las piernas comenzaron a temblarle. Pero éste no llegó. Por fin, se decidió a abrirlos lentamente con el temor de encontrarse con él de un momento a otro. Pero al observar a su  padre junto a la puerta se calmó y con las manos a la espalda pudo  seguir contemplando al bebe.
   Tendió, no sin esfuerzo, su mano para acariciar a sus hijos. Su pequeña al sentir el contacto se olvidó del bebe. Para abrazarse a su madre mientras los labios se posaban en su mejilla. Estaba muy cansada, fue un parto muy difícil, con mucho sufrimiento. Pero ahora contemplaba con satisfacción a Alejandro, el mayor, de cuatro años, Jaime, el segundo de tres y su, hasta ahora, pequeña Rita, una criaturita cercana a los dos.
   El nuevo día amaneció resplandeciente, aunque con bastante  fresco,   propio   de   la   época   del   año en la que se encontraban. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, a petición de su esposo, se levantó para atender a los animales y ordeñar las vacas.
   Cuando don Fulgencio, el doctor, entró en la alquería, por su boca sonaron las más insospechadas palabrotas. Mandó a Marta a la  cama y no le atizó con la vara de su caballo de puro milagro. Pero cuando se enteró que el responsable, de encontrar a su paciente atendiendo a los animales, era el Coeter. El pequeño pudo aprender los últimos tacos del momento. 
   - ¡Cuando entre ese animal de marido, que tienes, le voy a romper la vara en la espalda! ¡El muy bestia! ¡Si su mulo, que tira del arado, tiene más sentido común que él!
   La mujer, asustada, se desnudó, se puso el camisón y se metió de  inmediato en la cama. Llamó a su hijo para hacerse cargo de la faena iniciada con los animales, pues si llegaba a  casa su padre los gritos se oirá en Nazaret.
  Mientras don Fulgencio reconocía a la buena mujer, el mayor de la casa, cuatro años, se metía entre las patas de los animales y les  obligaba a retirarse para limpiar la cuadra. A pocos metros sus hermanos, en casa de la vecina, jugaban en la era con sus vecinos. Concluido el examen, Don Fulgencio, le juró que si al día siguiente le volvía a ver levantada no pisaría más esa casa.
   - Y ahora.
   Añadió.
   - En cuanto vea a la bestia de tu marido le diré lo que vale un peine.
   Al salir al patio, que separaba la casa de las cuadras, sonrío. Era  chocante ver aquel microbio de crío pelear con las vacas, los terneros, el caballo y el toro. "Como no van a estar, a verlas caer, estos críos, si no han dejado de mamar y ya están trabajando como  bestias". Se despidió del muchacho dándole un caramelo. Con las  manos llenas de porquería, de los animales, lo desenvolvió y con los dedos se lo llevó a la boca. "Seguro que éstos el tétanos no lo  cogen" Comentó para sí, mientras abandonaba la alquería.
   Al ver al Coeter, trabajando un campo cercano a la casa, se  aproximó y le dijo todo lo inimaginable. Aquél bestia, pero humilde hombre, aguantó el chaparrón como pudo y juró por sus  hijos cumplir con lo exigido. El doctor abandonó el campo para regresar a su trabajo y el Coeter mientras lo veía partir en el caballo se maldecía por la mala suerte con ese último parto. "Con los otros tres los parió y aun tenía el cordón colgando, cuando ya se levantaba a trabajar". "En fin, tendremos que obedecer, éste es capaz de coger la escopeta como ha dicho y pegarme dos tiros". Miró hacia la alquería y al ver a su mayor con la carretilla repleta de estiércol, que más bien le llevaba la carretilla a él, que él a la carretilla, para volcarla en la montaña que hacían a diario para abono se sintió orgulloso. "Menos mal que ya tengo un hombre en casa".
   Los días que Marta tuvo que guardar cama Alex se encargó de los animales y, por cierto, el chaval se desenvolvía con bastante arte y maña. Sus hermanos siguieron durante el día en casa de la vecina jugando. El pequeño junto a su madre  mamaba y dormía sin dar mayor faena. Se sentía orgullosa de su bebe. Gracias a Dios, había salido un chiquillo maravilloso, comía y dormía todo el día. Incluso cuando se manchaba, entre comidas, seguía tranquilo en su cuna esperando la siguiente toma. Daba la sensación de ser consciente del precario estado de su madre.
   Marta se encontraba bastante bien, y aunque debía guardar  cama varias horas al día, se levantaba y hacía las comidas.
   Una mañana mientras preparaba el almuerzo, para la familia, las  blasfemias y gritos de su esposo le sorprendieron. Salió al corral y  pudo observar, ante su impotencia, como su pequeño Alex recibía  una soberbia paliza, por haber derramado un pozal repleto de leche. Cuando padre descargó su agresividad en el pequeño. Éste lleno de mocos y sangre se acercó a la pila, sin una sola lágrima en los ojos, para lavarse. Su madre se aproximó. Lo acogió en su regazo acariciarle a continuación.. 
   - Mímalo, mujer, y hazlo un inútil, que el chaval no lo es ya suficiente. En esta casa todo le toca hacerlo a uno.
   Marta besó al pequeño y le rogó que ayudara a su padre. Era un buen hombre pero solo vivía por y para el trabajo. "Y hay otras  cosas". Pensaba cuando lo vio salir de casa en compañía de su hijo.
   José comenzó a caminar cuando su madre estaba a punto de lanzar al mundo el quinto hijo. Su mayor distracción era ir tras los gatos y cuando los cogía les hacía las mil perrerías. Sentía curiosidad, por el movimiento del rabo. Por encontrar las uñas que veía  cuando agarraban una rata o un pájaro. Siempre que algún papel con letras caía en sus manos lo contemplaba durante varios minutos y cuando pasaba a jugar con sus vecinos y pillaba un tebeo se quedaba abobado durante horas mirando aquellos dibujos e imaginándose el relatado de esas viñetas. Otras veces el mayor de los vecinos, que iba a la escuela, les leía una historia de un gran libro y esa noche le costaba conciliar el sueño. Él quería leer. Estaba maravillado con la cartilla de su vecino y con el libro de lecturas, donde se relataban historias verdaderamente fabulosas. Comenzó a hablar muy pronto y con gran claridad. Había tebeos, del vecino, que recitaba de memoria y los seguía en voz alta dando la sensación de estar leyendo. Éste, al percatarse, quiso gastar una broma. Una tarde, encontrándose el Coeter y su esposa sentados en el porche de la alquería, se presentó con el tebeo en la mano y les confesó que el pequeño sabía leer. Le dio aquel tebeo y comenzó a recitarlo de memoria como si lo leyera. Marta no salía de su asombro y se emocionó profundamente. Su esposo en tono de desprecio comentó.
   - Mas vale que le enseñes a coger la azada y el arado que falta hace en casa y no esas tonterías que solo sirven para crear vagos.
   Siempre que iba a jugar a casa de su vecino se ponía junto al mayor y observaba como hacía los deberes. En muchas ocasiones le prestaba un lápiz, una hoja y trataba de imitarle. Era verdadera pasión la que sentía por aprender.
   Cuando nació el quinto de los hermanos, otro chico, él ya distinguía las vocales y tres consonantes. Las podía leer y escribir formando palabras con esas ocho letras aprendidas. Paco, que así se llamaba su vecino, tenía siete años. Le hacía mucha gracia el pequeño y un día lo comentó con su maestra. Ésta le pidió que si podía lo llevara una mañana a la escuela. Ni corto ni perezoso, esa noche habló con Marta. Con el padre cuando más lejos lo viera mejor. La idea le entusiasmó, pero le rogó que no se enterase su marido. Así pues, a la mañana siguiente, cuando Paco partía hacia la escuela pasó por casa y se llevó a José.
   Aquella maestra quedó tan impresionada por la capacidad de aquel pequeño que, esa misma tarde, se personaba después de las clases en la alquería del Coeter. Gracias a Dios él no se encontraba en casa, estaba en el campo, y conversó con Marta. Lo que aquella mujer culta y hermosa le contaba le llenaba de felicidad. Pero mostró su preocupación, pues estaba convencida que su marido se negaría. Le persuadió para que no hablase con él. Pero ella, segura de sí misma, le confesó que ninguno que llevara pantalones le había asustado y mucho menos a esas alturas. Decidida aguardó en el porche la llegada del señor.
   El cansancio iba reflejado en aquel hombre que llevaba más de catorce horas en el campo, saludo, aunque aquello preció más bien un bramido. Entró en el cuarto de baño y comenzó a llamar a su esposa.
   - ¡Marta! A que esperas para ducharme.
   La maestra quedó perpleja. Durante el tiempo que permaneció en la alquería, Marta no había parado. Su conversación se desarrolló de un lado para otro mientras no perdía ni un solo instante para atender a los animales, a los niños, a la cocina y ahora aquel salvaje que pretendía que lo relajasen en el baño. Los ojos se le encendieron. Era indudable que aquel hombre estaba cansado, pero no menos lo estaba aquella buena mujer, que por las trazas iba a por el sexto.
   Marta salió del cuarto de baño pues el pequeño estaba llorando. No hacía ni dos minutos desde su salida del aseo, cuanto su marido le llamaba a voz en grito.
   - ¡Marta trae agua caliente y ven a frotarme que me voy a congelar!
   La maestra aguantó al límite de sus posibilidades. Las entradas y salidas de aquella mujer de un lado para otro y la impertinencia de su marido le desesperaron. Fue a la cocina cogió un barreño de agua del pozo y ni corta ni perezosa entró en el cuarto de baño y se lo tiró por encima de aquel animal. Salió, dio dos besos a Marta, y se despidió. Camino de su casa la sangre le hervía. Como a una bestia de tal calaña se le podía considerar un ser humano. Marta, que observó perpleja el incidente, sonrió. "Si yo tuviera el valor de hacer algo así tal vez me iría mejor". Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por los nuevos bramidos de su esposo. "¿Quién era esa puta que había entrado en el cuarto de baño, cuando él se encontraba con las pelotas al aire?"
   - La mala puta, no me ha tirado un pozal de agua del pozo.
   Marta trató de explicar de quien se trataba y lo que deseaba, pero le fue imposible explicarse. Las blasfemias insultos y amenazas se lo impidieron.
   - ¡Que a esa puta no se le ocurra pisar mi casa porque cojo la azada y la entierro viva!   
   La posibilidad de ir a la escuela un hijo suyo se iba al traste. La maestra le confesó, durante su estancia, las grandes cualidades de su pequeño, a pesar de su corta edad. Allí casi ningún crío iba y solo en contadas excepciones lo hacía uno por familia. Ella deseaba tener uno como su vecina, que enviaba al mayor. De sus cinco hijos, tan solo, la tercera y el cuarto tenían ilusión e interés por aprender. De Rita, su única hija, mejor ni mencionarlo, una mujer se ha de preparar para atender a su marido y dejarse de libros e historias. Pero. ¿Por qué José no podía ir a la escuela? Por sus ojos se dejaron caer unas lágrimas. Le costaba recordar cuando fue la última vez que lloró. Ni en el parto de José que fue el peor de los cinco. Pero ahora sentía esfumarse uno de sus sueños. Si su marido se enteraba que algún hijo suyo estaba aprendiendo con aquella maestra los mataba a los dos. Enjugó sus lágrimas con el pañuelo y entró en el cuarto de baño para terminar de asear a su marido. Cuando ya estaba seco y se disponía, a ver, como andaba la cena, de nuevo la petición de su marido, para recórtale las uñas, le retuvo unos minutos más. La cena se cogió un poco, pero pudo salvarla. Dio de mamar al pequeño y mientras lo hacía iba poniendo la mesa. Su esposo, en el porche de casa, se reunía con los vecinos para beber un poco en la bota y comentar los problemas del campo. Mientras unos jugaban un Truc, otros se dedicaban a mover las fichas del dominó sobre la mesa. Marta caldeaba las camas con el brasero, pues la humedad en el interior de la casa era exagerada. El encontrarse el pozo dentro de la casa tenía sus ventajas pero también el grave inconveniente en el invierno. La maldita humedad. Acostaba al pequeño en su cuna, tras su ración de teta y el cambio de pañal. La mesa estaba servida llamó a la prole y todos sentados aguardaron a la conclusión de la partida para recibir al cabeza de familia en la mesa. 
   Al probar la comida las blasfemias volvieron a escupir por la boca de aquel hombre.
   - ¡Uno se mata a trabajar para cuatro garbanzos y viene ésta inútil y te los quema!  
   Propinó un puñetazo sobre la mesa, se levantó, entró en la despensa, cortó un trozo de queso, de chorizo y con media barra salió al porche con la bota para cenar el fiambre con pan. El resto permaneció inmóvil en su sitio. Cenaron lo cocinado por su madre y tras besarle se prepararon para descansar. Marta entró en las dos habitaciones ocupadas por sus hijos. Los arropó y tras desearles buenas noches salió a sentarse junto a su esposo.
   El silencio era hiriente. Marta estaba destrozada, no había parado desde las seis de la mañana, cuando inició la jornada junto a su esposo. Deseaba rogar a su marido para que el pequeño José fuera a la escuela. Pero era consciente, que tras lo sucedido esa tarde, no era el momento más propicio para proponérselo. Recogió la mesa donde jugaron su partida los hombres y entró las sillas. Fregó los cacharros de la cena y cuando estaba terminando, su marido entraba en casa.
   - ¿Supongo que esta noche me compensaras?
   Estaba destrozada. En esos momentos lo que menos le apetecía era sexo. Pero no pronunció palabra se ofreció a su marido y cuando éste se desahogó se levantó y con agua fría, pues no estaba para calentarla, se lavó. Entró en la habitación y cuando se dio la vuelta para dormir los lloros del pequeño le pusieron en pie. Lo sacó de la habitación, pues a la mañana siguiente su marido tenía que trabajar. Andrés, el quinto, desde su nacimiento no había dejado dormir dos horas seguidas a su madre.  Mientras entraba arrullando a su pequeño en el corral pensó. "Toda la tranquilidad que tuve con José, éste está vengándose".