miércoles, 12 de marzo de 2014

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN SEGUNDA PARTE ANDRÉA CAPITULO OCTAVO COSTA RICA

    CAPÍTULO OCTAVO

 

                                  COSTA RICA

 

 

   En taxi, Julián pasó a por David para ir al aeropuerto y disfrutar de once horas de vuelo. Andrea les advirtió que contrataran un vuelo local de Alajuela al aeródromo de Limón. Pues tras un vuelo de esa duración realizar el viaje por carretera les resultaría excesivamente duro. Por el estado de las carreteras pero especialmente por la densidad del tráfico de camiones. Ella misma en compañía de sus abuelos les aguardarían en el aeródromo de Limón, para llevarles hasta la cabaña en Puerto Viejo, donde pasarían el verano. Así se lo comunicó a los dos la última vez que contactaron por Internet. El viaje se les hizo algo pesado y una vez en tierra un gran letrero luminoso anunciaba el lema del país. “COSTA RICA. ¡PURA VIDA!”. Salvados los correspondientes controles, pasaporte y equipaje, en un vehículo eléctrico, los condujeron por las inmediaciones de la terminal hasta llegar a las pistas auxiliares donde la avioneta que los llevaría al cantón de Limón les aguardaba. Fue verla y bromeando Julián soltó.

 

    Si se esto, David, me quedo en España con E.T.A., estaría más seguro que si subo a ese aparato.

   No sin los reparos y el consiguiente miedo en el cuerpo se adentraron en aquella lata con alas. Otras cuatro caras con la misma palidez en sus rostros se acoplaban en aquel habitáculo. La hélice del morro comenzó a marearse aumentando el motor las revoluciones, ésta giraba a mayor velocidad hasta que tímidamente aquella ave mecánica comenzó a desplazarse lentamente por la pista. Con la mirada Julián dio un barrido a los pasajeros de aquel viaje al paraíso, no estaba muy seguro si irían directamente o podrían disfrutar de la selva y playas del Caribe sur de Costa Rica. Eran auténticos poemas, lanzando al viento cálido y húmedo esa poesía de terror que sus rostros componían a cada paso que se deslizaban por la pista. Un primer intento para elevar el morro falló, para de nuevo aquellas ruedas volver a contactar con el suelo. Mayor potencia al motor y esta vez sí parecía que las tres ruedas abandonaban la tierra. Los tripulantes no estaban muy convencidos pero ya era tarde para volverse atrás. Al chequear de nuevo los rostros pudo comprobar la expresión de los pilotos, observó la tranquilidad y la despreocupación de una tarea mecánica y cotidiana cosa que le permitió relajarse un poco. También ayudó las imágenes verdes que impactaban en sus retinas ofreciendo la belleza de las poblaciones, de la selva, de las montañas y las ruinosas carreteras.

 

   “Bueno”

 

   Pensaba Julián

 

   “Después de todo creo que no ha sido mala idea este viaje, por ahí abajo no creo que vayan mucho más seguros que nosotros”.

 

   Tuvieron suerte pues había salido un día despejado. De vez en cuando un badén del viento les hacia descender con brusquedad diez, quince metros para de inmediato recuperar la altura. No tardaron mucho en ver la costa y el contraste de colores volvieron a recrear sus retinas.

 

   - Amárrense bien, vamos a tomar tierra.

 

   Las palabras del copiloto aconsejaba mantenerse rectos y pegados al sillón y las cintas de los cinturones bien amarraditas a sus cuerpos. El primer contacto con el suelo les hizo botar al compás de la avioneta. Hasta tres maravillosos botes dieron en sus asientos en compañía de aquel artilugio volador. Poco a poco la tensión fue relajándose a medida que la velocidad disminuía hasta tal punto, que se llegó a escuchar los profundos suspiros entre el pasaje de la avioneta. David localizó a Andrea junto al edificio del aeródromo agitando sus brazos, saludaba a sus invitados.

   Fue directa a su maestro y abrazándose le agradeció que aceptara su invitación. Besó sus mejillas para perderse en los brazos de su amor mientras sus labios buscaba con ansias la humedad de sus bocas calmando esa sed de día sin verse con el intercambio de sus químicas. Luego presentó a sus abuelos que aguardaban pacientemente a que su nieta finalizase los saludos. Un buen carro les aguardaba en el aparcamiento de tierra del aeródromo, acoplaron el equipaje en el maletero y a continuación se alojaron en los asientos del carro. Cincuenta minutos por una ruinosa carretera les llevó hasta Puerto Viejo. Sumergido entre selva, playa, pero especialmente bañado por el Caribe, aquel paraíso asombró a sus visitantes. Se detuvieron en un puesto de frutas. Los extranjeros pensaron que iban a comprar pero en una mesa de madera casera pues habían aprovechado la tala de un árbol para convertir sus raíces y el tronco en esa improvisada mesa, empleando el resto del árbol para confeccionar las sillas. Ahora eso sí, no se molestaron ni en limar o pulir un poco esas sillas. Allí les ofrecieron unas bebidas refrescantes servidas en el mismo cuerpo del coco. La joven dependienta saludo en primer lugar a los extranjeros deseándoles una buena estancia en esas tierras, luego se abrazó a Andrea y a los abuelos. Se llamaba Maureen y era una amiga de Andrea de la niñez. Trabajaba en aquel chiringuito en la población próxima al embarcadero de pescadores y junto a la carretera que llegaba de Limón. Le fue presentado en primer lugar su maestro Julián y luego le tocó el turno a su amor. Tras refrescar sus gargantas se despidieron de la joven quedando en verse al atardecer para salir juntas. De nuevo en el vehículo prosiguieron hasta playa Uvita donde se encontraba la finca de los abuelos. Bajó la joven, retiro la puerta de la valla e iniciaron su entrada por un camino adornado por la selva que invadía aquel espacio. Tras doscientos metros ante ellos se mostraba una cabaña abrazada por los árboles, palmeras y plantas de la selva. Al fondo y cuando la brisa despejaba un poco el ramaje se contemplaba el azul deslumbrante del Caribe. Era una cabaña de dos plantas, la casa de la playa. La principal se encontraba ubicada en una pequeña colina al otro lado de la carretera, pero los abuelos de Andrea ubicaron a sus invitados allí la playa donde Andrea se trasladó para pasar esos días junto a sus invitados. Su amiga del alma Maureen se instaló esos días para compartirlos con los invitados y su amiga. Ahora bien le tocaba trabajar todos los días seis hasta las dieciséis, librando un día a la semana siempre y cuando éste no fuera domingo. Se acercaban muchos ticos a pasar su día de descanso y era el de más trabajo. Pero la tarde noche la tenía libre para salir con el grupo y relajarse un poco de la jornada.

   La cabaña constaba de planta baja y una altura. En la primera se ubicaba la zona de servicio, cocina, comedor salón, un par de aseos y un impresionante pórtico que rodeaba la cabaña. En la planta superior habían dos habitaciones con sus respectivas camas dobles, que junto a un servicio.

   Un pórtico un poco más reducido que el de la planta baja completaba la edificación.

   No era una vivienda que se pudiera distinguir ni desde la playa y mucho menos desde la carretera. La selva parecía que se engullía la cabaña. Tres hamacas en el pórtico superior y otras tantas en la planta baja completaban el lugar de veraneo. Los abuelos habían asignado a un matrimonio para atender el servicio de la cabaña tanto para la comida como para el aseo de la vivienda. Una vez acoplados los viajeros se despidieron hasta el próximo día donde los esperaban para comer en la finca principal. Les proporcionaron un todo terreno para desplazarse por la zona. Se aproximaba la hora del fin de jornada de Maureen les metió prisa para que se ducharan cambiaran de ropa y juntos en el vehículo recoger a su amiga. El maestro suplicó que tuvieran consideración con su edad no era un chiquillo y estaba muy cansado optando por quedarse tras la ducha y dejó que la pareja se fuera sola. Aunque en un principio pensó meterse en la cama, cambió de opción y en el pórtico de las habitaciones se tumbó en una de las hamacas con vistas al Caribe. Los tortolitos en el vehículo se adentraban en la selva en busca de la carretera principal.

   El ramaje por acción de la brisa permitía de vez en cuando. A través del escaso hueco libre, la vibrante superficie de aquel mar de tonalidades increíble. El atardecer daba paso a la noche y el colorido del paisaje variaban a cada instante. Julián, en posición horizontal sobre aquel artilugio flotante pudo disfrutar de los sonidos, de la humedad, de las tonalidades que se dibujaban en aquel firmamento de ensueño. Disfrutando de todo lo que la Naturaleza en un lugar casi salvaje brindaba al espectador. Ante aquella representación concentró sus sentidos en los sonidos, en los aromas, en los roces del aire con su piel, o en las visiones proporcionadas por la magia de aquel rincón del mundo.

   Cuando la luz regresó a sus ojos, la tenue luz de una luna llena, que parecía que jugara como un niños al aparecer y desaparecer entre el ramaje, por la acción de la brisa. La luz se reflejaba en las aguas del Caribe portando unos destellos melodiosos, rítmicos y acompasados por todos los agentes naturales del entorno. Los grises y blancos se mezclaban con el verdor casi negro del ramaje. Estaba solo en la cabaña, los jóvenes debieron estar, pues había muestras de su presencia. Sin duda al verle tan plácidamente dormido le permitieron proseguir con sus sueños, sus fantasías, sus penas, sus pesadillas, sus recuerdos, sus deseos, sus pecados... Sonrió, se incorporó aposentándose como si de una butaca se tratase, los pies colgando las posaderas sobre las cuerdas y siguiendo la línea de la columna hasta el hueso occipital reposó sobre el trenzado de su hamaca. Los recuerdos, sus preocupaciones, mamá, su hermana, su cuñado, sus clases, su cátedra, la retahíla de alumnos que habían pasado por sus manos fueron recorriendo su mente. En ciertos instantes inhalaba profundamente el aire para expulsarlo lentamente y recobrar su estado emocional ante determinadas imágenes que circulaban por sus neuronas. Llevaba unas escasas horas en aquel lugar cuando se percató de la tremenda necesidad de descansar que tenía. Aquellas dos horas durmiendo le habían recuperado de toda la fatiga del viaje, de la avioneta, del curso. Le pasó por la mente sacar el ordenador y ponerse a trabajar pero de inmediato su subconsciente se lo bloqueó borrando, difuminando, desintegrando tales pensamientos. Sonrió de nuevo unas respiraciones profundas para captar todo el oxigeno posible del ambiente. Trataba de conquistar y asumir toda la calma de ese momento, de ese lugar, de esa paz. Los sonidos de la noche, el desfallecer de las olas en la playa para recuperar energías y regresar. Ahora recordaba la dulzura de las voces de sus habitantes en armonía con el entorno, las edificaciones casi ruinosas pero sin destrozar el paisaje. La sencillez y educación del servicio que les habían asignado. La afabilidad de la poca gente con la que se cruzó. Sin duda ese país era el ideal para recuperarse del estrés de la sociedad europea, del estrés de las ciudades, del trabajo, del discurrir diario en cualquier ciudad del otro lado del charco. La luz y el aterrador sonido del vehículo con sus jóvenes alumnos le hicieron volver de sus cavilaciones. Se levantó para ir al encuentro del trío, que regresaban de un concierto de música.

   Miró el reloj de pulsera, las cinco y quince, la claridad despuntaba entre el ramaje mientras los primeros sonidos emitidos por las aves del lugar se escuchaban con claridad. Saludó a los recién llegados para abandonar la cabaña perdiéndose por la senda que conducía a la playa. Dejó sus sandalias sobre un tronco en el límite con la arena para iniciar un paseo por el linde del mar.

   Al regresar Maureen se había levantado y desayudaba para incorporarse al trabajo. Lo saludó e invitó a sentarse para reponer fuerzas. Iba a ir a la cocina para prepararse algo pero el servicio suplicó al señor que se sentara que de inmediato le llevaban lo que deseara. Una fuente de ensalada de frutas junto a un buen vaso de zumo fueron las primeras calorías que le ofrecieron. Mantuvo una agradable conversación con aquel matrimonio, con la joven y luego se ofreció para acompañarle hasta su puesto de trabajo. Cuando propuso coger el coche le rogó que si no estaba muy cansado prefería ir por la orilla. Así pues se descalzaron para posar los pies en la arena y en grata conversación fueron paseando al tiempo que sus pies se refrescaban con las aguas de la mañana. Al llegar al chiringuito se despidió de la joven para perderse por la pequeña población y conocer las cuatro casas que la formaban. Paseaba frente a las instalaciones del banco nacional cuando una pareja de las fuerzas del orden le pararon y solicitaron la documentación. Conversó con los agentes y pudo descubrir que ese país centroamericano no poseía ejército. Hablaron especialmente de fútbol. Ni que decir tiene que el Madrid y el Barcelona fueron el motivo y centro de la conversación. Se confesó aficionado de la Real Sociedad aunque a decir verdad no era demasiado partidario del circo tendido por ciertos sectores apoyados por las autoridades. En la despedida comentaron que se verían por ahí si acostumbraba a pasear a esas horas. Al regresar a la cabaña David y Andrea desayunaban, se saludaron dándose los buenos días y les confesó que había ido a acompañar a Maureen al trabajo. Cuando observó como Andrea se enfadaba por no prender el coche, le calmó confesando que lo intentó pero la muchacha prefirió ir paseando por la playa. Esa mañana la pasarían en la cala de la cabaña y a media mañana se desplazarían a la vivienda de los abuelos para comer juntos. Luego por la tarde los anfitriones les tenía preparada una excursión a caballo. David era el único que no había montado y estaba, aunque ilusionado, algo temeroso. Así pues su primera jornada, tras la noche, en Costa Rica la pasaron en familia. Sobre las trece horas comieron. No realizaron ni sobremesa se levantaron para ir a las cuadras donde les tenían preparadas las monturas. Lo cierto es que la excursión mereció la pena. Se adentraron por parajes de una belleza increíble, impensable. Y el desplazamiento sereno y tranquilo en las cabalgaduras les permitió recrearse en el paisaje. Aquellas inalcanzables copas de los árboles que se alzaban rozando el cielo, aquellos ríos torrenciales y precipitándose por cascadas sin principio o esos tres o cuatro lagos impresionaron a nuestros viajeros. En un rellano algo despejado del ramaje descabalgaron. Amarraron los animales y siguiendo una senda se aproximaban a un ruido ensordecedor. Por fin pudieron divisar la procedencia de aquel impactante sonido. Una cascada cercana a los cincuenta metros se precipitaba sobre aquella poza, de color blanco por la constante espuma que se formaba. Siguieron subiendo aproximándose cada vez más a la cascada y a mayor altura de la poza de la que partieron. A unos veinte metros, el sendero se perdía por detrás de aquel enfurecido torrente de agua. Era indescriptible, de una belleza sin igual. Pero no se podía mantener una conversación por el estruendo de las aguas al precipitarse y solo el lenguaje mímico permitía intercambiar alguna idea o asombro sobre lo que percibían.

   Por la noche se acercaron a Manzanillo, población a unos veinte minutos de Puerto Viejo circulando por ese camino de tierra y adornado cada cinco metros por algún bache que otro. Por fin llegaron a una pequeña cala, un escenario sobre la playa se encaraba con las mesas del restaurante Maxim. Allí pensaba cenar esa noche. Andrea les aseguró poder deleitarse con el mejor marisco y pescado de toda Costa Rica. Además un grupo de música tica y un cantautor actuaban en el escenario preparado para dar el pequeño concierto. El espectáculo fue de cierta calidad pero quien deleito a los presentes fue Maureen que no vaciló en saltar a la pista y contornearse al ritmo del conjunto tico para acompañar la música con el movimiento de sus caderas. Siguiendo el compás de las notas y ambas parecían que acompañaba a las olas del Caribe que rompían a pocos metros en la playa.

  Mientras Andrea ponía al corriente a su maestro sobre su amiga. Tuvo que solventar su vida muy joven. No contaba con diez años cuando, al morir su familia en una de las últimas inundaciones que se produjeron por la zona, tuvo que valerse por sí misma. Es cierto que sus abuelos le apoyaron y ayudaron en sus primeros años cuando se hizo cargo del negocio de sus padres. Pero desde que dejó la escuela a petición propia manejaba sola el negocio. Los abuelos se encargaron de tutelar pero vivía en su casa a pesar de haberle ofertado vivir con ellos. Pero era una joven demasiado independiente y como pudieron comprobar que sabía defenderse pactaron esa independencia, pero a ellos los tendría siempre que los necesitara.

   Como a la mañana siguiente Maureen no trabajaba regresaron tarde a la cabaña y allí sentados en las hamacas de cuerda conversaban sobre sus inquietudes y su futuro. Julián sonrió siempre le había chocado como a la mayoría de la gente, la preocupación del futuro les impedía disfrutar del presente. Nunca sabe uno lo que le puede suceder por eso siempre decía que se debía vivir el presente con intensidad pues no había llegado y en un instante nos abandonaba.

   Esa paz, ese ritmo natural, esos jóvenes, ese país, ese lugar del que había oído y leído, tenía un algo mágico y en esos momentos lo percibía con una realidad que le llegó a estremecer. David y Andrea se levantaron para dar un paseo por la playa y disponer de un poco de intimidad. Julián quedó con Maureen conversando. Le asombraba la madurez de aquella joven tan diferente a la visión frívola de sus alumnos de Donostia.

 

   - ¿Que les da a sus alumnos don Julián? Los tiene embelesados. Andrea creo que está más enamorada de usted que de David. No para de hablar de usted desde que llegó.  

 

   Sonrió ante la afirmación de aquella chiquilla. Dejó unos segundos para que el silencio impregnara el ambiente y manteniendo el gesto en su rostro comentó.

 

   - Cuando un educador consigue darle a sus educandos lo que más precisan, tiene su trabajo completamente despejado. La dificultad está en acertar en el mayor número posible y si este es elevado el resto le sigue y la maduración en el equipo viene sola.

 

  Comenzó a largar toda una lección filosófica de la vida y aquella criatura le contemplaba llena de admiración y asombro. Se habló del amor, de las relaciones, del sexo, de donde estaba la felicidad. De los jóvenes de un lado y del otro del charco. Julián siempre que salía en una charla con sus alumnos el tema de la felicidad siempre lo resumía en dos frases una propia y otra de San Francisco de Asís. La primera rezaba en los siguientes términos. “Jamás busquéis la felicidad fuera de vosotros, porque nunca la encontraréis. Ésta se encuentra en el interior de cada uno y difieren bastante de las del resto”. La segunda, la que pertenecía al santo lo hacía con las siguientes palabras. “Deseo poco y lo poco que deseo lo deseo poco.” Le explicó que eran dos formas de enfocar la parte profunda de la vida existencial de toda persona.