CAPITULO DÉCIMO SEGUNDO
LA TERNURA DE UNA NIETA
Al finalizar la sobremesa la
joven solicitó permiso y se perdió en la cabaña del abuelo. Llevaba dos días
sin curiosear su legado y ya era hora de descubrir otra de sus misivas. La
climatología no invitaba a descubrir la bóveda por lo que optó por cerrar
ventanas y puertas. Hacía un calor sofocante y conectó el climatizador del
despacho. A los pocos minutos el ambiente era agradable. Se reclinó en el
sillón de su abuelo y comenzó con las técnicas de relajación. Previamente había
abierto, puesta la contraseña, para extraer la caja azul y colocarla sobre la
mesa del despacho. La experiencia de relajarse y luego ir a por ella no le
convenció. Prefirió hacerlo a la inversa. Para tenerlo todo en orden y a mano
cuando consiguiera concentrarse. Como descendiente de los Bribri sabía
perfectamente que si lograba la máxima relajación conectaría con el espíritu de
su abuelo. Puso en marcha la cadena con música instrumental de grupos nativos
Bribri, conocidos en Costa Rica y comenzó con sus técnicas.
¡Abuelo!
Andaba paseando por la cala,
en su trance, cuando vio a Julián de pie recostado sobre una palmera que
invadía el mar. La expresión le salió del alma. Y con toda seguridad, la
presencia de cualquier ser humano en aquel despacho, le habría escuchado
perfectamente. Fue a su encuentro y las dos energías se juntaron para abrazarse
en un tierno gesto de ternura y cariño. Julián tendió la mano a su nieta y
juntos comenzaron a caminar por el linde de la playa mientras sus desnudos pies
saboreaban el frescor de las aguas a primera hora de la mañana. Ester lo supo
porque el astro rey comenzaba a quitarse la sábana del mar para surgir en el
espacio y calentar el planeta. El silencio era confortable sin embargo la
comunicación era incalculable a tal velocidad que casi eran incapaces de
registrar tanta información. Con los semblantes insultantes de felicidad,
percibiendo todas esas sensaciones que dos personas que se quieren son capaces
de transmitir con el contacto de sus manos. Él percibía la juventud, la bondad,
la inteligencia, en pocas palabras descubrió a través de esa pequeña mano la
esencia del ser humano. Una de sus citas favoritas que tanto había leído y
pronunciado. Su autor Einstein y rezaba en los siguientes términos.
Mi pequeña en esta comunicación estoy convencido que te acordarás perfectamente pues te costó unos cuantos meses recuperar tu preciosa melena de tirabuzones. Y más seguro todavía que tus padres lo recuerdan a la perfección. Me emocionó de tal modo aquella acción que ya he tenido que parar para escribir estas líneas dos o tres veces. De lo contrario habría malogrado el escrito.
Me has sorprendido en
numerosas ocasiones y siempre con detalles nuevos. Hubo situaciones, como la
que recuerdo en estos momentos, me golpeaba en la fibra floja y no fui capaz de
retener mis lagrimales. Por el contrario tu espontaneidad, ingenuidad e incluso
la picardía me han llegado a sacar las lágrimas pero de la risa. Eres increíble
mi princesa. Como te quería, te quiero y te seguiré queriendo por toda la
eternidad.
El suceso se inicia sobre las diez de una
mañana, de un viernes. Nos encontrábamos jugando en el parque Mélodi al salir
de clase, mientras tus padres paseaban por los alrededores cuando comencé a
sentirme mal. No le di importancia, andaba jugando contigo y no era momento de
romper aquel maravilloso momento, optando por aguantar a la espera que el dolor
mitigara un poco. Efectivamente tras unos veinte minutos duros, por el dolor,
decidió remitir. Proseguimos jugando, tus padres pasaban
junto a nosotros. Al verme un poco desencajado tu madre me preguntó si me
encontraba bien. Ante mi respuesta afirmativa siguieron el paseo pero ella no
se fue muy convencida. No se había separado ni veinte metros cuando de nuevo me
volvieron a atacar esos dolores intensos (llegué a pensar que estaba de parto,
pues creo que son similares y con el barrigón, no me hubiera extrañado). Bueno
como te iba contando. Tú te percataste de las muecas de dolor y mientras te
aproximabas preguntaste si me dolía algo. Con gesto sonriente pero muriéndome
de dolor te indique que me molestaba el costado, pero no tenía importancia y te
pedí que siguiéramos jugando que serían aires. Con esa soltura que tiene mi
buena moza replicaste.
De acuerdo yayo pero cuando lleguemos a casa
te daré un masaje para que se te pase. Ahora mismo vamos a buscar a mamá y a
papá para que te den un vistazo. Al ir en aumento ese intenso dolor accedí a tu
propuesta saliendo a la carrera en su búsqueda. Al darles alcance, Andrea y
Greet se giraron asustados reaccionando de inmediato. El dolor era más intenso,
sudores fríos, mareos y ganas de tirar la papilla. Me sentaron en el banco más
cercano del parque y tras un examen rápido tomaron el móvil para contactar con
una ambulancia. Recuerdo perfectamente tus lloros rogando a tus papás que me
curaran. Que no te gustaba ver esa cara tan fea en su yayo. Luego añadiste que
siempre estaba alegre y esa expresión en mi rostro no la conocías. Estabas
muerta de miedo. Tu padre, a pesar que tú no querías te llevó a casa y el
servicio se hizo cargo, mientras papá regresó al parque. Al no vernos tomó un
taxi al tiempo que se ponía en contacto con tu madre y acudía a urgencias del
hospital. Durante mi estancia, que no llegó ni a tres horas, tú conversabas con
María y ella te confirmó que estaba en la clínica y que no tardaría nada en
regresar. Según descubrimos después te subiste a tu habitación y al recordar el
video que visionamos juntos sobre un corto anuncio sobre el cáncer, donde un
hermanito de unos diez años regresaba de la clínica tras someterse a
radioterapia. Al verle su hermana pequeña sin pelo desde el balcón se metió en
el baño y comenzó a cortarse el pelo para dárselo a su hermano. Pues con tus
tres añitos ni corta ni perezosa fuiste al baño de tus padres y con las tijeras
comenzaste a realizarte el harakiri en tu hermosa melena de tirabuzones.
Transcurridas esas tres horas en urgencias me soltaron con unas
recomendaciones. Regresamos a casa y al entrar en mi despacho me encontré con
aquel regalo de generosidad, de cariño sin límites. Para ti la melena era casi
sagrada. Allí sobre la mesa un montón de rizos rubios reposaban junto a una
nota que rezaba con los siguientes términos
"Para mi yayo"
¡Dios!. Me puse a llorar y continuo ahora
llorando como un niño Pues recordé que no hacía ni una semana que estuvimos
juntos visionando aquel vídeo. Un vídeo que enternece el corazón. Busqué a tus padres y
juntos fuimos a tu habitación donde llorabas desconsoladamente diciendo.
No te muera yayo por favor no te mueras.
Nos abrazamos a ti y lloramos los cuatro un buen rato, bueno miento los
tres adultos, tú con tu cabellera inundada de trasquilones saltabas en la cama
abrazándote a mí y chillando de alegría.
Mi yayo está bien. Está bien, muchas gracias
Jesusito.