jueves, 29 de enero de 2015

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN TERCERA PARTE. ESTER. CAPÍTULO DÉCIMO SEGUNDO. LA TERNURA DE UNA NIETA

CAPITULO DÉCIMO SEGUNDO 

LA TERNURA DE UNA NIETA






    Al finalizar la sobremesa la joven solicitó permiso y se perdió en la cabaña del abuelo. Llevaba dos días sin curiosear su legado y ya era hora de descubrir otra de sus misivas. La climatología no invitaba a descubrir la bóveda por lo que optó por cerrar ventanas y puertas. Hacía un calor sofocante y conectó el climatizador del despacho. A los pocos minutos el ambiente era agradable. Se reclinó en el sillón de su abuelo y comenzó con las técnicas de relajación. Previamente había abierto, puesta la contraseña, para extraer la caja azul y colocarla sobre la mesa del despacho. La experiencia de relajarse y luego ir a por ella no le convenció. Prefirió hacerlo a la inversa. Para tenerlo todo en orden y a mano cuando consiguiera concentrarse. Como descendiente de los Bribri sabía perfectamente que si lograba la máxima relajación conectaría con el espíritu de su abuelo. Puso en marcha la cadena con música instrumental de grupos nativos Bribri, conocidos en Costa Rica y comenzó con sus técnicas.

¡Abuelo!

   Andaba paseando por la cala, en su trance, cuando vio a Julián de pie recostado sobre una palmera que invadía el mar. La expresión le salió del alma. Y con toda seguridad, la presencia de cualquier ser humano en aquel despacho, le habría escuchado perfectamente. Fue a su encuentro y las dos energías se juntaron para abrazarse en un tierno gesto de ternura y cariño. Julián tendió la mano a su nieta y juntos comenzaron a caminar por el linde de la playa mientras sus desnudos pies saboreaban el frescor de las aguas a primera hora de la mañana. Ester lo supo porque el astro rey comenzaba a quitarse la sábana del mar para surgir en el espacio y calentar el planeta. El silencio era confortable sin embargo la comunicación era incalculable a tal velocidad que casi eran incapaces de registrar tanta información. Con los semblantes insultantes de felicidad, percibiendo todas esas sensaciones que dos personas que se quieren son capaces de transmitir con el contacto de sus manos. Él percibía la juventud, la bondad, la inteligencia, en pocas palabras descubrió a través de esa pequeña mano la esencia del ser humano. Una de sus citas favoritas que tanto había leído y pronunciado. Su autor Einstein y rezaba en los siguientes términos.

    “La esencia del ser humano consiste en la capacidad de entrega a los demás”.    Consciente de provocar la aceptación en la pequeña como base de su vida. Ester captaba todo el cariño que aquel ser le manifestó desde el primer día, del mismo día que fue concebida por la gracia de Dios, o por la de sus padres, o por lo que quiera creer la gente, todo el mundo es libre de creer lo que sienta su interior, haya aprendido o adquirido. Eso también se lo había oído decir en repetidas ocasiones a su yayo. Toda persona que sabía que se había cruzaron con él le contaban que nunca se habían encontrado con una persona como Don Julián. Ninguno le pudo asegurar que sí. Lo máximo que llegó a escuchar fue que amaban mucho a una persona pero Don Julián para muchos de los nativos era Sibú, o parte de él que se dignó a bajar para defenderlos de los políticos y especuladores. Cuanta generosidad, cuanta entrega, cuanto amor por esa persona que era su abuelo. De pronto su espíritu se detuvo, los dos se giraron y miraron fijamente, para que la niña rompiera el silencio de cerca de dos horas, para asegurar a su abuelo una afirmación.      ¿Sabes yayo lo único que me sacaba de quicio, que me llegaba a enfadar de verdad?     Julián permanecía frente a su niña, con la sonrisa en su rostro y completamente en silencio. Comprobó cómo al pronunciar la última frase los ojitos le chispeaban de rabia. Todo lo que percibía de aquel pequeño ser le llenaba de felicidad. Por fin Ester volvió a la carga para aclarar a su yayo que era eso que le enervaba.    Cuando mis primos me decían que no eras mi yayo. Aquello me duele en lo más profundo del corazón. Como recuerdo aquella fecha que fui corriendo hacia ti llorando como una Magdalena, pero fue sentir tus manos acariciando mis cabellos y se me pasó todo el sofoco. Todo mi ser se impregnó de tu cariño, de tu ternura y me sentí la niña más feliz de la creación.    Se detuvo para tomar aire. Cuando se embalaba:    “No callaba ni debajo del agua”    Otra de las frases que solía comentar su mamá cuando salían a pasear. Pero no tardó en recuperar el aliento y continuar con su discurso junto al ser que le llenaba. Luego aquella larga charla por la cala. Escucharte hablar, razonar, analizar las situaciones era una clase de vida que desde luego no se enseña en las escuelas. Se abrazó a su abuelo y de nuevo de la mano prosiguieron el paseo. Intentó abrir lentamente los ojos pero no podía captar sensaciones que le transmitieran a su cerebro para convertirlas en imágenes. Se asustó pero luego al mirar hacía la bóveda, pudo distinguir entre las nubes alguna estrella. Se había hecho de noche y no había encendido ninguna luz. Suspiró e incorporándose lentamente alcanzó la luz de la mesa del despacho. Ante ella la caja azul abierta, era el momento para sacar una nueva misiva y recrearse con ella. La tomó en sus manos cuando su madre hacía acto de presencia para saber si bajaría a la otra cabaña para cenar.   Ester le mostró aquel tesoro, que su yayo le había dejado. En un principio pensó si serían las cartas de Anki pero su hija se lo aclaró de inmediato. Andrea le pidió permiso para leer esa misiva que había sacado de la caja y luego bajarían juntas a cenar. Aceptó encantada y de inmediato le tendió la misiva para ponerse a leerla juntas. Al igual que sucedió con la primera tenía una introducción. LA TERNURA DE UNA NIETA

   Mi pequeña en esta comunicación estoy convencido que te acordarás perfectamente pues te costó unos cuantos meses recuperar tu preciosa melena de tirabuzones. Y más seguro todavía que tus padres lo recuerdan a la perfección. Me emocionó de tal modo aquella acción que ya he tenido que parar para escribir estas líneas dos o tres veces. De lo contrario habría malogrado el escrito.


   Me has sorprendido en numerosas ocasiones y siempre con detalles nuevos. Hubo situaciones, como la que recuerdo en estos momentos, me golpeaba en la fibra floja y no fui capaz de retener mis lagrimales. Por el contrario tu espontaneidad, ingenuidad e incluso la picardía me han llegado a sacar las lágrimas pero de la risa. Eres increíble mi princesa. Como te quería, te quiero y te seguiré queriendo por toda la eternidad.

   El suceso se inicia sobre las diez de una mañana, de un viernes. Nos encontrábamos jugando en el parque Mélodi al salir de clase, mientras tus padres paseaban por los alrededores cuando comencé a sentirme mal. No le di importancia, andaba jugando contigo y no era momento de romper aquel maravilloso momento, optando por aguantar a la espera que el dolor mitigara un poco. Efectivamente tras unos veinte minutos duros, por el dolor, decidió remitir. Proseguimos jugando, tus padres pasaban junto a nosotros. Al verme un poco desencajado tu madre me preguntó si me encontraba bien. Ante mi respuesta afirmativa siguieron el paseo pero ella no se fue muy convencida. No se había separado ni veinte metros cuando de nuevo me volvieron a atacar esos dolores intensos (llegué a pensar que estaba de parto, pues creo que son similares y con el barrigón, no me hubiera extrañado). Bueno como te iba contando. Tú te percataste de las muecas de dolor y mientras te aproximabas preguntaste si me dolía algo. Con gesto sonriente pero muriéndome de dolor te indique que me molestaba el costado, pero no tenía importancia y te pedí que siguiéramos jugando que serían aires. Con esa soltura que tiene mi buena moza replicaste.
  De acuerdo yayo pero cuando lleguemos a casa te daré un masaje para que se te pase. Ahora mismo vamos a buscar a mamá y a papá para que te den un vistazo. Al ir en aumento ese intenso dolor accedí a tu propuesta saliendo a la carrera en su búsqueda. Al darles alcance, Andrea y Greet se giraron asustados reaccionando de inmediato. El dolor era más intenso, sudores fríos, mareos y ganas de tirar la papilla. Me sentaron en el banco más cercano del parque y tras un examen rápido tomaron el móvil para contactar con una ambulancia. Recuerdo perfectamente tus lloros rogando a tus papás que me curaran. Que no te gustaba ver esa cara tan fea en su yayo. Luego añadiste que siempre estaba alegre y esa expresión en mi rostro no la conocías. Estabas muerta de miedo. Tu padre, a pesar que tú no querías te llevó a casa y el servicio se hizo cargo, mientras papá regresó al parque. Al no vernos tomó un taxi al tiempo que se ponía en contacto con tu madre y acudía a urgencias del hospital. Durante mi estancia, que no llegó ni a tres horas, tú conversabas con María y ella te confirmó que estaba en la clínica y que no tardaría nada en regresar. Según descubrimos después te subiste a tu habitación y al recordar el video que visionamos juntos sobre un corto anuncio sobre el cáncer, donde un hermanito de unos diez años regresaba de la clínica tras someterse a radioterapia. Al verle su hermana pequeña sin pelo desde el balcón se metió en el baño y comenzó a cortarse el pelo para dárselo a su hermano. Pues con tus tres añitos ni corta ni perezosa fuiste al baño de tus padres y con las tijeras comenzaste a realizarte el harakiri en tu hermosa melena de tirabuzones. Transcurridas esas tres horas en urgencias me soltaron con unas recomendaciones. Regresamos a casa y al entrar en mi despacho me encontré con aquel regalo de generosidad, de cariño sin límites. Para ti la melena era casi sagrada. Allí sobre la mesa un montón de rizos rubios reposaban junto a una nota que rezaba con los siguientes términos

   "Para mi yayo"

   ¡Dios!. Me puse a llorar y continuo ahora llorando como un niño Pues recordé que no hacía ni una semana que estuvimos juntos visionando aquel vídeo. Un vídeo que enternece el corazón. Busqué a tus padres y juntos fuimos a tu habitación donde llorabas desconsoladamente diciendo.

     No te muera yayo por favor no te mueras.

      Nos abrazamos a ti y lloramos los cuatro un buen rato, bueno miento los tres adultos, tú con tu cabellera inundada de trasquilones saltabas en la cama abrazándote a mí y chillando de alegría.

   Mi yayo está bien. Está bien, muchas gracias Jesusito.