jueves, 27 de noviembre de 2014

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN- TERCERA PARTE- ESTER- CAPÍTULO 3-UNOS AÑOS DESPUES

CAPITULO TERCERO UNOS AÑOS DESPUÉS

 

 

  

   La torpeza al andar era manifiesta, su increíble lucidez al llegar la tarde desaparecía por completo y vivencias de su niñez creía vivir en primera persona. A esas horas a la única personilla que reconocía era una mujercita de escasamente nueve años de pelo rubio repleto de tirabuzones que se dirigía a él con la siguiente palabra. “yayo”. Ester, la mujercita de tirabuzones era hija de los doctores, Andrea y Greet, que con su vitalidad enloquecía al viejo de la cabaña. Cuantas horas se pasaba aquel renacuajo a los pies de su abuelo o sentada sobre su barriga mientras descansaba en su hamaca escuchando historias de su pasado. Lo llevaba haciendo desde que aquel renacuajo llegó al mundo. Estaban de vacaciones pues la vida tanto escolar de la pequeña, como la profesional de nuestros doctores se desarrollaba en el Palacete de Donostia. Donde la familia compartía su vida con aquel anciano al que su enfermedad le impedía valerse por sí mismo. Andrea llevaba ya dos años de excedencia desde que su profesor, amigo, padre, tío, abuelo, amor, para ella lo era todo, enfermó seriamente y le impedía tener una independencia. Se había volcado en cuerpo y alma con aquel increíble personaje al que adoraba. Desde los ocho años aquella criatura ayudaba a su madre con su yayo en todo lo que podía y le dejaba. Era adoración la que sentía por aquel torpe anciano que le costaba moverse de un lado para otro, requiriendo la ayuda de alguien para trasladarse del sofá, a la mesa, o a su lugar preferido, la hamaca del porche.

   Habían aterrizado en el país del Caribe hacia escasamente dos días y entre toda la familia habían conseguido poner en funcionamiento las dos cabañas próximas, la del matrimonio e hija y la del anciano. Por regla general la comida la realizaban en la cabaña del matrimonio mientras que el desayuno y la cena solía prepararlas Ester, para ella y su abuelo. Pues la pequeña no se separaba de él, instalándose en la cabaña del anciano.

   Durante esas vacaciones se habían propuesto él y la pequeña navegar a diario. Los dos eran unos enamorados de la mar y Ester se había propuesto asistir a una olimpiada, dos generaciones después. Siempre que la mar lo permitía salían muy temprano nieta y abuelo para embarcar en el catamaran y recorrer unas cuantas millas marinas. Incluso en alguna ocasión llegaron hasta las islas de Panamá donde se quedaban a comer para regresar a continuación antes de anochecer, sobre las dieciséis horas y treinta minutos aproximadamente. En más de una ocasión parte de la familia se preocupaba porque Julián no tenía sus facultades muy centradas, pero tanto Greet como Andrea eran conscientes que Julián lo último que haría en este mundo sería poner en riesgo a esa criatura. En una ocasión decidieron no salir de puerto de Bocas de Dragó, pernoctando para no arriesgar al ser conscientes que la mar podía ponerlos en dificultades. Ester con sus escasos nueve años manejaba el catamarán como pocas personas, pero siempre seguía las indicaciones de su abuelo y jamás desatendía cualquier sugerencia que le hacía. Era el campeón olímpico y nadie mejor que él conocía aquellas aguas. Con la embarcación en puerto buscaron un hotel y se alojaron en una cabaña, junto a la playa. Tumbados en la hamaca escuchaba relatos sobre Anki. En una ocasión cuando aquel anciano finalizó el relato se le ocurrió comentar

 

   “Qué bonito seria traer de regreso a Anki del cielo. ¿Te imaginas? Abuelo. Pasar un día con ella. Solamente un día… una última vez. Darle un último abrazo, un último beso, escuchar su voz nuevamente… Tener otra oportunidad para decirle: ¡¡¡¡Te quiero, te extraño!!!! Te amo con toda el alma. Te extraño demasiado ¿Sabes?”

 

  Con lágrimas en sus ojos aquel anciano le contaba a su pequeña que Anki se había metido primero en su madre Andrea para hacerse más joven y entrar en ella para acompañarle, cuidarle y mimarle hasta que los dos se encontraran en la eternidad. Su gran amor seguía ahí junto a él consciente que permanecería hasta que su alma se elevara junto a la de ella para compartir la eternidad. La pequeña se abrazó a su abuelo con sus ojitos chispeantes y mostrando todo el amor que le profesaba.

   En una cabaña, eran las habitaciones de aquel local hostelero, contigua a la que pernoctaba Ester con su abuelo se instaló un matrimonio joven con una niña de la misma edad que Ester, quien al ver que tenía por vecina a alguien de su edad quiso contactar. Ester iba a rechazar la invitación de aquella desconocida pero Julián no se lo permitió. Le aseguró que se encontraba en perfecto estado y que podía salir para jugar con aquella compañera. Le observó abandonar la cabaña temerosa, le apetecía jugar, era una chiquilla pero si le pasaba algo a su abuelo jamás se lo perdonaría. Él se acopló en la hamaca del pórtico y le prometió que no se movería de allí hasta su regreso. La visitante era canadiense y no hablaba una sola palabra de castellano pero no hubo inconveniente ya que Ester hablaba perfectamente en inglés, chapuceaba el francés y algo el alemán. Su padre principalmente se encargaba que no perdiera la lengua de su país. Aquella extranjera deseaba montar en las bicicletas y perderse por el complejo hotelero que abarcaba unos kilómetros, pero se negó en absoluto. No se separaría más de quinientos metros de su abuelo.

   Julián quedó a los pocos minutos completamente dormido. La brisa marina, la temperatura moderada y la ausencia casi total de humedad crearon un clima propicio para descansar, para viajar en el espacio entre lo real y esas otras dimensiones. Esos otros espacios que no somos capaces de captar, pero cuando uno se sumerge en lo más profundo de su espíritu, con el sueño profundo, puede cruzar esas dimensiones y descubrir esa otra vida. El cielo, el paraíso, otros campos energéticos, hay para todos los gustos. Pero Julián se había educado en el mundo cristiano, concretamente católico y por supuesto sus creencias permanecían intactas. Viajó junto a su amada. Sin duda Anki había escuchado las palabras de la pequeña y quiso reencontrarse en ese mundo de los sueños con aquel joven que le proporcionó esa otra vida. La eterna que compartía con otros seres. Donde le esperaría todo el tiempo que el Señor dispusiera, pues el premio que le proporcionó prolongando su vida durante esos seis meses no tenía precio y debían ganarse la eternidad para no separarse.

   Del tejado de aquella cabaña, tras un fundido al cerrar los ojos, a encontrarse en una nebulosa, cálida, seca, flotando en aquel inter espacio al que las fuerzas de sus almas le estaban conduciendo para reencontrarse como había solicitado Ester. De pronto unas turbulencias inexplicables zarandearon todo su cuerpo y cuando la calma llegó se encontraba sobre la arena, apoyando su espalda en una embarcación bien entrada en la playa, cerca de una valla de cemento. Su cabeza reposaba entre dos protuberancias y su cara se apoyaba en algo que se asemejaba a la piel. Alguien le abarcaba con sus brazos con una ternura que pudo sentirla. La esencia de aquella persona no podría olvidarla en toda la eternidad, era la esencia de Anki, no le cabía la menor duda. Temía moverse y perder todo el encanto del momento. Al sentir su mano acariciando sus cabellos se atrevió a descubrir sus ojos que se apretaban contra uno de los pechos de aquella bendición. Alzó la mirada temeroso y se encontró con unos labios que se rasgaban desde sus comisuras para regalarle la sonrisa más dulce que jamás había visto, pero sobre todo sentirla hasta en su corazón. No llego a poder saborearla porque aquellos labios cargados de generosidad, de un amor infinito se aproximaban a los suyos para depositar ese premio Nobel que él le demandaba con cierta asiduidad. Sentir aquella química le confirmó que no estaba soñando. De nuevo el Señor con su eterna generosidad les permitía reencontrarse aunque fuera por unos minutos. Aquello le devolvía la juventud, las ganas incluso de seguir viviendo a pesar de estar separado de su amada. Aunque jamás en esos cerca de setenta años, cumpliría pronto los noventa, nunca se sintió abandonado por su amor. Primero Andrea, convencido que parte de Anki se encontraba en ella y ahora con su nieta Ester, siempre le acompañaba para poder soportar aquel purgatorio que sin duda debían sufrir por la generosidad de haber podido compartir aquel medio año. Pero no eran momentos de explicaciones, de reflexiones se tenían los dos y lo único importante en esos momentos era disfrutar esos segundos, minutos, horas, o el tiempo que les permitiese “el de Arriba”. Se miraron al mismo tiempo que esbozaban una sonrisa. Pensaban lo mismo, conscientes de esa comunicación transmitidas por sus ondas cerebrales, sin duda iban a vivir esas horas que en aquella noche en Gandía se les negó. Si era así, iban a estar juntos varias horas hasta el amanecer, pues fueron las únicas que no podían recordar. Habrían viajado en aquella ocasión a otra dimensión y compartieron esas horas para regresar y encontrarse de nuevo en la playa junto a la embarcación. Si todo sucedía como sospechaban no solo habría que esperar a vivir con intensidad esas horas descubrirían lo compartido durante ese periodo de tiempo que nunca consiguieron recordar. Un enorme estruendo precedido de un gran rayo cegó sus ojos. Cuando lograron recuperar las sensaciones captadas por su visión se encontraban corriendo completamente desnudos, recorriendo un prado de un verdor intenso y bajo sus pies una alfombra que cuidaba sus pies. Vegetación y agua por todos los costados, unas sensaciones térmicas con un grado de placer que no recordaban ninguno de los dos haber disfrutado de unas condiciones meteorológicas iguales o parecidas en su vida. Tan pronto iba ella delante corriendo como él. A su paso escuchaban a los animales y entendían perfectamente sus saludos, sus ánimos, compartiendo con aquella pareja todo el encanto y belleza del lugar. Todo lo encontraban natural. No apartaba la mirada de su amada pero a una indicación, alzó primero al cielo. No podía contar el numero de soles que brillaban en las alturas, le llegó incluso a cegar y de inmediato llevó su mirada al suelo. Estaban flotando. No había suelo y andaban rodeados de vegetación, de torrentes de cascadas, pero no había nada bajo sus pies. Siguieron corriendo como si todo aquello fuera lo más natural del mundo. Aunque a decir verdad ¿De qué mundo se trataba? Anki le tendió la mano, para proseguir la carrera. El árbol se aproximaba a ellos pero no detuvieron la carrera, se iban a estrellar pero parecía que eso no importaba y sus piernas proseguían a buen ritmo hasta impactar con aquel ser viviente. Fue atravesarlo cuando comenzaron a caer en el vacio hasta dar con sus huesos sobre un lecho de algodones, para mirarse y comenzar a compartirse. Proseguir sería dañar la sensibilidad del lector y si ha vivido situaciones parecidas tampoco habrá que explicarle nada para viajar con su imaginación y revivirlos en su mente.

   De nuevo abrazados junto a la barca los rayos del sol los hizo volver a la realidad de aquel momento. Ninguno de los dos comprendía nada.

 

¿Se habían dormido? ¿Qué había sucedido en esas horas?

 

   Yayo. ¡Yayo!

 

    Una infantil voz le despertó de su siesta, de su sueño de aquellas horas que vivieron juntos y que no había logrado recordar. Se incorporó en la hamaca con la sonrisa en sus labios. La petición de su nieta se había cumplido y pudo recordar en aquel sueño maravilloso lo vivido durante esas horas con Anki. Había ido a su encuentro para recordarlas de nuevo juntos. Un beso selló el encuentro entre abuelo y nieta. Llevó la silla de ruedas y condujo a su abuelo hasta el comedor del hotel para cenar.

   Mientras aguardaban que les sirvieran, con su celular telefoneó a sus padres confirmándoles que se encontraban alojados en Panamá, en concreto en un hotel, les dio la dirección y el teléfono y les aseguró que si la mar se apaciguaba a la mañana siguiente saldrían de nuevo para regresar a casa. Pero que de continuar el temporal proseguirían instalados en aquel acogedor hotel. Ester confirmó a sus padres que por se hubiera lanzado al mar para regresar ese día pero que siguió los consejos del abuelo como les había prometido. El matrimonio se miró. Como conocían a Julián, jamás pondría en el menor riesgo a ese tesoro suyo.

  Durante la cena Ester comentó con su abuelo que esa noche se montaba una pequeña fiesta en la playa junto al hotel y que había quedado con la canadiense, por supuesto previo permiso suyo, para participar en la misma ya que varios artistas locales iban a interpretar algunas melodías propias de la región.

   Había descansado esa tarde más de lo normal y no tenía sueño por lo tanto les acompañaría a la fiesta. La joven se alegró y cuando se levantaban para ir a la fiesta se cruzaron con su amiga a la que acompañaban sus padres camino a la fiesta popular.

   Los ritmos caribeños se desataron en un escenario montado sobre la misma playa. La juventud, tanto biológica como de espíritu, se descalzaban para contornear sus cuerpos al ritmo que envolvía aquel rincón de la Naturaleza. Julián permanecía en su silla expectante, pero especialmente vigilante para que su tesoro no corriera el mínimo riesgo. Las dos amigas, se unieron con el primero que saltó a la pista. Se abotonaron la blusa por encima del ombligo y descalzas comenzaron a contornearse al más puro estilo tico. El anciano contemplaba a su nieta. Como había crecido, era ya una mujercita y de nuevo los recuerdos de su juventud llegaron a esa cabeza que de vez en cuando perdía el rumbo. A los treinta minutos comenzó a desvariar, le solía pasar de vez en cuando, pero últimamente se repetía con mayor asiduidad. Con sus primeras manifestaciones se encontró con la ternura de aquella criatura que adoraba a su abuelo. Se sentó sobre sus rodillas y le acariciaba cual bebé es mimado por su madre. Con esa dulzura primero fue calmándole para depositar aquellos infantiles labios en sus mejillas y tratando que regresara a la realidad. En algunos momentos se puso algo violento, cosa que no había sucedido hasta la fecha, pero aquella criatura respiró profundamente, tomó sus manos para deslizar sus dedos sobre la palma de aquellas arrugadas y cansadas manos, consiguió controlarse pero sobre todo logró que Julián se calmara. Parecía increíble el aplomo y la serenidad de aquella mujercita ante una situación difícil, pero especialmente inesperada. Julián nunca se había llegado a comportar de esa forma. Pero ella ya había escuchado al médico personal de su abuelo en Costa Rica decir que esos arrebatos se darían tarde o temprano. Como joven inquieta e interesada se informó de los consejos que aquel facultativo dio a la familia, pero no se quedo tan solo con eso. Buscó en internet sobre dichas situaciones, comparó y corroboró posteriormente con el facultativo sus indagaciones. El médico confirmo a Andrea que tenía un potencial sanitario en aquella criatura. Pero para Ester su abuelo era lo primero. Había escuchado tantas veces la historia de aquel hombre, unas veces porque se las relataba el mismo protagonista pero la mayoría de las veces era quien pedía a sus padres que le contaran historias sobre su abuelo. Aquel personaje estaba en un altar para su nieta. Sería capaz de dar su vida por él. Cuando en una ocasión se lo comentó con esa sonrisa que le llenaba el espíritu, con el cariño que siempre le mostraba le aseguraba que si hacia algo así, en la otra vida se las vería con él. Era viejo y ella debía vivir intensamente su vida. De inmediato una de sus citas favoritas

 

  “La vida es maravillosa aunque en ocasiones sea infinitamente injusta”.

 

  Cerca de una hora le llevó, con la paciencia y el estar de un adulto, serenar a su yayo. La voz de aquel ángel, sus mimos, su ternura lo adormeció hasta caer dormido. Ester sonrió se despidió de su amiga y se recogieron en la cabaña del hotel.  Arrimó la silla de ruedas a la hamaca del pórtico y cogiéndole de los hombros lo traspasó de la silla a la hamaca. Le costó algo pero la mar le había proporcionado la fuerza suficiente para transportar aquel personaje de un lugar a otro. Entró en la habitación sacó un cubre y tras abrigar a su abuelo descolgó la mosquetera, previamente sus labios se depositaron en su frente. Entró en la cabaña se dio una buena ducha de agua fría y en camisón se acostó en su cama.