miércoles, 2 de abril de 2014

UN AMOR NACIDO CON LA CREACIÓN - SEGUNDA PARTES- ANDREA- CAPITULO XI -EL INCIDENTE


CAPÍTULO DÉCIMO PRIMERO 

 

                                                     EL INCIDENTE


 

  Los últimos días de estancia en Costa Rica se consumían. Le quedaba una semana para concluir sus vacaciones y la pasaría en Donostia, en el palacete, para poner todo en orden y reanudar su vida cotidiana. La rutina, los horarios, las clases, el tráfico, los nuevos retos, con ponerse un poco más al día, ir comprendiendo un poco más a esas generaciones, las reuniones (en el mayor de los casos una autentica pérdida de tiempo). Con la ironía de aquel maestro que no se creía los cuentos de los parlanchines y poco eficaces. Iba al encuentro, del orden, de la disciplina, de lo correcto. En su cabeza zumbaba la vida de aquel nativo que sin techo, con su soledad, le dio las mejores lecciones de su vida. Esas clases de la vida que por mucho que las busques en los libros no las encuentras. Aquel nativo que no conocía ni día ni noche, ni lunes, ni…, ni domingo. Ni año, ni siglo, ni época. Ni plata, ni carro. Cuando Julián le contó la frase de San Francisco de Asís, que por supuesto no sabía quién era, ni pimientos le importaba.

 

“Deseo poco y lo poco que deseo, lo deseo poco”

 

   Le sonrió dejando una pausa infinita. Parecía que las palabras también precisaban su pausa para saborearlas, analizarlas pero sobre todo reflexionar lo dicho o escuchado.

 

   - Es posible que ese sea el camino de la felicidad. Pero yo no deseo ni ese poco.

 

   ¡Dios, Dios!

 

   Gritaba su interior

 

   Es el camino. Es ese.

 

   Entonces que le impulsaba a regresar, que fuerza interna no le daba permiso para quedarse allí y perderse como ese nativo. Cuantos miedos, cuantas trabas se pone el hombre “civilizado”.

 

¿Qué le ataba para regresar? ¿Su familia?

 

Con toda seguridad no. Sus ideales, aquel nativo los había resumido perfectamente. Vivir el instante y disfrutar de lo que recibes sin desear, sin pedir, sin luchar, sin trabajar. Simplemente tomándolo de la naturaleza, para disfrutar lo que nos ofrece, devolviéndole su generosidad respetándola, ayudándola, conservándola, ampliándola.

   Sonreía al recordar cuando le preguntó donde tenía su choza, porque a bien seguro casa no tenia. Su choza era la selva, cada día disponía de un nuevo lecho, una nueva bañera, un nuevo comedor, eso sí le aseguró el techo siempre es el mismo, azulado con una luz intensa, u oscuro con millones de destellos. Le contó porque permanecer en un lugar si el mundo era muy extenso y podías dormir, comer, bañarte, hacer tus necesidades en cualquier lugar. Allí donde te apeteciese descansar, dormir, comer, correr, saltar, bañarte.

   Su mente se torturaba, hasta que puso fin a sus dudas, a sus anhelos, a sus miedos, a sus principios y partió con el grupo a cenar y disfrutar del espectáculo que le ofertaba un restaurante junto a la playa. Sería su última noche en Costa Rica, a la mañana siguiente junto al padre de Andrea se desplazaban al aeropuerto en Alajuela, uno con destino a Donostia con previa escala en Barajas. El otro con destino a Port Elizabeth en Suráfrica. David había decidido prolongar su estancia hasta regresar con Andrea cuando se iniciase el curso. Él comenzaba el bachiller en otro edificio a unas manzanas del centro donde había estudiado. Andrea comenzaba el último curso de la secundaria. Esa noche abandonó por completo a David para no dejar un solo instante a su padre. No sabía cuántos meses volverían a pasar sin disfrutarlo, si abrazarlo, sin recibir sus mimos pero especialmente compartiendo sus inquietudes, sus miedos o sus dudas.

   El local estaba muy concurrido y la música acompañó la velada durante muy entrada la noche.

   Consumidos los postres, los cafés y algunas infusiones decidieron moverse al ritmo marcado por los diferentes artistas que desfilaron por el escenario montado en la playa y amen del restaurante una instalación hotelera y otros dos chiringuitos de la zona habían montado sus mesas, cara al escenario. Justo a sus pies una pista inmensa de baile montada en madera sobre la misma playa permitía, a quien se atreviese, a mover el esqueleto. Andrea sacó a su padre y comenzó a moverse a los ritmos marcados, Maureen ante la negativa de Julián lo hizo con David. No renunciaron a moverse los abuelos de Andrea que también se atrevieron. Julián permanecía, tomando una bebida refrescante, contemplando el ambiente, la música, la gente en algunos casos pasaditos de bebida. Cuerpos con escasa ropa se contorneaban en la pista invitando a la sensualidad, al arte del ritmo de los cuerpos y sus encantos. Las reflexiones, los pensamientos trataron de invadir su mente pero aunque le costó un poco evitarlo lo consiguió, recreando sus sentidos en la noche, en el colorido, en las letras de las canciones, en los movimientos de aquellas mujeres que con su contorneo invitaban a sus parejas a lanzarse a algo más que el baile. Por primera vez contempló a Maureen y Andrea como mujeres, sensuales olvidando. O tal vez no. que eras unas adolescentes. Apartó veloz su mirada y de nuevo la pregunta.

 

 ¿Qué le estaba pasando?

 

   Pero a pesar que aquellos cuerpos ahora se contorneaban con mayor sensualidad, y provocación, cuando volvió a mirar de nuevo vio a esas niñas de clase que les habían encomendado sus padres para colaborar en su formación. Volvía a ser él y eso le tranquilizó. Pero al recorrer su mirada por los espectadores de aquella escena de la noche se detuvo en un grupo de hombres de mediana edad. Tres en concreto y ante su asombro uno de ellos era el americano que andaba inquietando a Andrea. Le produjo nauseas observar como desnudaban a las dos jóvenes en la misma pista, mientras comentaban entre sí. Andaban muy cargados de alcohol y Julián se temió alguna salida de tono de esos tres gorilas. Su primer impulso fue levantarse y avisar a las parejas, pero los veía con tanta felicidad, disfrutando tantos esos momentos, que se detuvo y esperó acontecimientos. Pero tomó su celular, como suelen nombrar a los móviles por esas latitudes, y puso al corriente a las fuerzas del orden de posibles incidentes en el espectáculo de la playa. A los quince minutos se personaba una patrulla. Los dos representantes de las fuerzas del orden eran los que pidieron la documentación a Julián en los primeros días. Los saludó e invitó a tomar algo en la barra del restaurante. Julián les expuso sus temores y le tranquilizaron asegurando que andarían rondado por ahí hasta que el espectáculo finalizase. Más tranquilo regresó a su sitio para que el ambiente, y la noche le absorbiera para disfrutar de sus últimas horas en el país. Se encontraba enfrascado en el ambiente cuando observó como aquel extranjero se aproximaba a David y de un empujón le alejó de su compañera de baile. Iba a prender la mano de la adolescente cuando los policías intervinieron aconsejando al personajes que se retirase de la joven y no le molestara, de inmediato los otros dos gorilas, cubas perdidos se aproximaron dando tumbos a uno y otro lado. El segundo representante de la ley fue al vehículo y con la radió del carro solicitó refuerzos. Hubo un poco de forcejeo pero los dos representantes de la ley también poseían una buena presencia y con la utilización de las porras pudieron neutralizar la agresividad del trío. Cuando llegaron los refuerzos los tres perturbadores del orden estaban esposados. Con la ayuda de sus compañeros los llevaron a comisaría. La fiesta se había apagado ya no quedaba tiempo material para revivirla, por ello y como solo faltaban diez minutos para dar concluido el permiso que disponían, decidieron dar  por concluido el espectáculo. Nuestros amigos se subieron a los carros para regresar a casa.

  En el pórtico inferior reunidos comentaban lo fascinante que había sido esa noche. Hablaron de fin de las vacaciones y del las pocas motivaciones que había para reanudar la vida cotidiana. Por fin el primero en abandonar la reunión fue Julián andaba cansado y las persianas se le cerraban, se despidió de los presentes y tras el oportuno aseo personal se metió en la habitación para recuperar su cuerpo y su mente.

   Llevaría unas dos horas durmiendo cuando una mano suave se posó en su rostro y la voz dulce, melosa y cariñosa de Andrea le despertó.

 

   - Don Julián lo siento pero preciso hablar con usted de algo muy importante. Puede atenderme.

 

   Había descansado unas horas y no le supuso mucho esfuerzo levantarse, se enfundó unas bermudas, dormía siempre con un pijama de pantalón corto, un polo y se ajustó unas sandalias para salir en compañía de la joven al exterior de la cabaña. Sin mediar palabra ella le tomó la mano y caminando delante de él le indicó hacia donde deseaba ir. Al pasar la barrera de la vegetación y encontrase cara a cara con el Caribe, la joven se abrazó a su profesor y comenzó a llorar como lo que era, una niña. Le acarició los cabellos con una mano mientras la otra abarcaba su espalda. Proseguía su llanto ocultando su rostro en los pectorales de su maestro y él continuó con el consuelo sin pronunciar palabra alguna. Esperaba que ella fuera calmándose y le relatara a continuación su inquietud. Se separó de él, mientras enjugaba sus lagrimas con la camisola que llevaba, alzó su mirada hacia su maestro mientras le regalaba una sonrisa llena de afecto, de ternura, de cariño, de gratitud hacia aquel profesor que les atendía fuera la hora que fuera y el momento. Siempre estaba a disposición de ellos. Con una última sonrisa picarona y tomando su mano le invitó con el lenguaje corporal a pasear. Él sonreía pero se mantuvo en silencio, temía que fuera a contarle algo relacionado con lo que hablaron Maureen y él la otra noche. Pero dejó de suponer y aguardó como un tico sin prisas, sin apremios, sin atropellos a que ella se soltara. Notaba algo de tensión en su mano. En ese preciso momento se percató que cuando se relajaba, daba tiempo al tiempo, sin ansiedades, sin premuras, podía captar mucho mejor el lenguaje corporal. Ahora era consciente de las palabras de aquel nativo.

 

   “Los silencios enseñan más que las palabras”. “Y las ondas que transmitimos, si somos capaces de tener la mente en blanco y el alma en paz nos permitirá leer todos los secretos de cualquier otro ser vivo, sea animal, planta o persona”

 

   Indudablemente estaba en lo cierto. Tendría que entrenarse más pero estaba convencido de la afirmación de aquel personaje. Cuanto había aprendido de la vida en aquellas dos escasas semanas. Cuanto se aprende cuando se dispone de tiempo para la reflexión, para el análisis, incluso los secretos de los silencios. O aquella otra frase que la había leído en libros, en revistas, en artículos, pero que era consciente que aquel nativo nunca la había escuchado.

 

   “No es más sabio el que más habla sino el que más escucha”

 

   O aquella otra de Diógenes que rezaba así:

 

   “Tenemos dos orejas y una sola lengua para que oigamos más y hablemos menos”.

 

   Julián era una persona acostumbrada a la reflexión diaria, pues no se iba a la cama sin analizar la jornada de ese día y esa acción le permitía centrarse más en lo que hacía y al mismo tiempo mejorarlo. Ahora le tocaba aprender a realizarlo en cada instante y para ello debía dar tiempo, pausas, silencio a todo lo que fuera realizando instante a instante. La aceleración de la vida, las prisas, el estrés de la vida cotidiana en España y en general en los países occidentales no permitía esa otra filosofía. Tan importante para tener un grado de felicidad optimo. Como cambiaría la vida si todos anhelásemos el consumismo de aquel nativo. De nuevo otra frase de aquel filósofo. Diógenes.

 

   “Como me gusta ir al mercado y ver cuántas cosas no necesito”

 

   En qué mundo de necesidades innecesarias nos habíamos visto abocados. La voz de Andrea le sacó de sus cavilaciones.

 

   - David no me atrae como antes y no sé como decírselo, es un gran chico, buen amigo pero creo que la química se evaporó.

 

   Sin dejar la vista al frente continuaba con la cadencia de su paso mientras por sus mejillas comenzó a gotear unas lágrimas, una pequeña pausa y dos nuevas gotas siguieron el sendero abierto por las primeras exploradoras, luego como una columna de hormigas fueron deslizándose, sin pausa pero sin prisas.

   Julián soltó la mano de aquella niña y abarcándola por los hombros siguió impertérrito el paseo. Ella se refugió abarcando su cintura y mientras sus lagrimales se desbordaban fue poco a poco controlándose. Aquellos brazos acogiéndola mitigaron su tristeza, su inquietud, su problema. Sabedora que en aquel maestro iba a conseguir el apoyo y el consejo que le permitiera resolver la situación sin dañar a su amigo. Anduvieron por la cala desde el extremo norte al sur y de este de nuevo al norte. Estaba tranquila y conforme avanzaba un paso, la paz regresaba a su alma. Tener a Julián a su lado, sentir el calor de su cuerpo le iba secando los lagrimales. No se mostró impaciente en ningún momento y eso que el silenció entre los dos se prorrogó durante muchos minutos. Con la misma cadencia de paso miraban la arena, sus pies bañados por las olas, las estrellas, la selva, a su compañía de paseo. Sonreían, pero especialmente se recreaban en esos momentos, de paz, de tranquilidad, de sonidos nocturnos, de la brisa del Caribe, del calor acumulado en las aguas durante el día, del frescor de la arena que perdió con mayor rapidez que el agua ese calor que el sol les proporcionaba. Ella daba gracias a los cielos por permitirle cruzarse con ese maestro.

 

   ¿Qué habría sido de ella con todos los problemas añadidos ese curso? ¿Dónde habría terminado de no tener ese constante apoyo?

 

   Estaba convencida que el Señor se acordó de ella al cambiarle la tutoría. Sin duda la llave que le permitió, no solo a ella, también al resto de sus compañeros, madurar con normalidad, con apoyo, con cariño, o como les comentó el primer día de clase,

 

   “Dos son las condiciones para dedicarse una persona a la educación. La primera el conocimiento más profundo posible de sus alumnos y la segunda y principal mucho amor, hacia su profesión pero especialmente hacia el alumnado”.

 

   Mantenía esos pensamientos en su cabecita cuando de forma brusca se puso frente a él y se abrazó llena de gratitud, de cariño, de amor hacia ese personaje. Julián posó con delicadeza sus labios en la frente de aquella niña, siempre que una alumna o alumno se ponía sentimental los veía y sentía como niños, aunque como era el caso era ya una mujercita. Entonces inició una charla mientras mantenía sus manos envolviendo sus mejillas. Mirándole fijamente a los ojos, esos ojos verdes como la misma tierra que la vio nacer. Chispeantes, llenos de vitalidad, de ¡pura vida!, como dicen por esas latitudes. Fue directo y claro y le aseguró que después de aclararlo con David hablaría a continuación con él. Pero por lógica debería hacerlo a primeras horas de esa mañana ya que el partía hacia España y debía estar en el aeródromo de Limón no más tarde de las once de la mañana. Se volvió a abrazar a su maestro y plasmó un par de besos. El primero lo dejó caer en la mejilla derecha de su maestro pero el segundo los depositó en los labios. Julián con naturalidad le dio la mano e inició el regreso a la cabaña. Con la segunda muestra esperaba la reacción apasionada de aquel hombre, pero su respuesta le  resultó decepcionante. Pero a los pocos segundos se dio cuenta de su torpeza. Sin apartar la mirada de la ruta a seguir pidió disculpas, Julián sonrió. No pronuncio palabra alguna. Aquella criatura había comprendido perfectamente que su acción no era la correcta y que su maestro dio la respuesta adecuada a tal atrevimiento. Estaban a punto de cruzar el umbral de la selva cuando se sobresaltaron al ver aparecer ante ellos a una persona. Tras el primer susto, comprobaron que era Maureen, comenzaron a reír al tiempo que le expresaban el susto que les había dado.  Con ese desparpajo de los adolescentes los invitó a que le siguieran, sin más palabras se lanzó a las aguas con las prendas que llevaba, la camisola y la parte inferior de su ropa interior. Andrea sin pensárselo salió tras su amiga para enredarse con la primera ola. Julián comenzó a reírse, adoraba a esos dos torbellinos. Le invitaban a entrar en el agua. Con una mueca se negó, estaba algo destemplado y lo que menos le apetecía en esos momentos era mojarse con agua salada. Su alma andaba confusa, de nuevo esos deseos de abandonar todo y quedarse en aquel paraíso para siempre. Pero las palabras de Andrea le mostraban con claridad que la misión suya en este mundo era atender a los jóvenes y acompañarles en su madurez personal, con plena libertad, pero especialmente que llegaran a descubrirse a sí mismos. Que lucharan con todas sus fuerzas por lo que desearan y especialmente solo hicieran caso a su interior. Si lo que habían hecho, hacían o harían, fue, era, será, decisión propia, nunca se podrían lamentar como mucho rectificar. De ahí y mirando siempre a su interior se iniciaba la verdadera felicidad. Le vino otra de las frases que insistía a sus alumnos, pertenecía a un pueblo precolombino, en concreto a los mayas

 

   “El nacer es algo doloroso pero que la vida compensa”.

 

   Sentado en el tronco seco, contempló a las dos jovencitas recrearse en las aguas. Por fin cuando se cansaron regresaron a la cabaña para darse una ducha y recogerse en sus habitaciones.