CAPÍTULO DÉCIMO PRIMERO
EL INCIDENTE
Los últimos
días de estancia en Costa Rica se consumían. Le quedaba una semana para
concluir sus vacaciones y la pasaría en Donostia, en el palacete, para poner
todo en orden y reanudar su vida cotidiana. La rutina, los horarios, las
clases, el tráfico, los nuevos retos, con ponerse un poco más al día, ir
comprendiendo un poco más a esas generaciones, las reuniones (en el mayor de
los casos una autentica pérdida de tiempo). Con la ironía de aquel maestro que
no se creía los cuentos de los parlanchines y poco eficaces. Iba al encuentro,
del orden, de la disciplina, de lo correcto. En su cabeza zumbaba la vida de
aquel nativo que sin techo, con su soledad, le dio las mejores lecciones de su
vida. Esas clases de la vida que por mucho que las busques en los libros no las
encuentras. Aquel nativo que no conocía ni día ni noche, ni lunes, ni…, ni
domingo. Ni año, ni siglo, ni época. Ni plata, ni carro. Cuando Julián le contó
la frase de San Francisco de Asís, que por supuesto no sabía quién era, ni
pimientos le importaba.
“Deseo poco y lo poco que deseo, lo deseo poco”
Le sonrió dejando una pausa infinita.
Parecía que las palabras también precisaban su pausa para saborearlas,
analizarlas pero sobre todo reflexionar lo dicho o escuchado.
- Es posible que ese sea el camino de la
felicidad. Pero yo no deseo ni ese poco.
¡Dios,
Dios!
Gritaba su interior
Es el
camino. Es ese.
Entonces que le impulsaba a regresar, que
fuerza interna no le daba permiso para quedarse allí y perderse como ese
nativo. Cuantos miedos, cuantas trabas se pone el hombre “civilizado”.
¿Qué le ataba para regresar? ¿Su familia?
Con toda
seguridad no. Sus ideales, aquel nativo los había resumido perfectamente. Vivir
el instante y disfrutar de lo que recibes sin desear, sin pedir, sin luchar,
sin trabajar. Simplemente tomándolo de la naturaleza, para disfrutar lo que nos
ofrece, devolviéndole su generosidad respetándola, ayudándola, conservándola,
ampliándola.
Sonreía al recordar cuando le preguntó donde
tenía su choza, porque a bien seguro casa no tenia. Su choza era la selva, cada
día disponía de un nuevo lecho, una nueva bañera, un nuevo comedor, eso sí le
aseguró el techo siempre es el mismo, azulado con una luz intensa, u oscuro con
millones de destellos. Le contó porque permanecer en un lugar si el mundo era
muy extenso y podías dormir, comer, bañarte, hacer tus necesidades en cualquier
lugar. Allí donde te apeteciese descansar, dormir, comer, correr, saltar,
bañarte.
Su mente se torturaba, hasta que puso fin a
sus dudas, a sus anhelos, a sus miedos, a sus principios y partió con el grupo
a cenar y disfrutar del espectáculo que le ofertaba un restaurante junto a la
playa. Sería su última noche en Costa Rica, a la mañana siguiente junto al
padre de Andrea se desplazaban al aeropuerto en Alajuela, uno con destino a
Donostia con previa escala en Barajas. El otro con destino a Port Elizabeth en
Suráfrica. David había decidido prolongar su estancia hasta regresar con Andrea
cuando se iniciase el curso. Él comenzaba el bachiller en otro edificio a unas
manzanas del centro donde había estudiado. Andrea comenzaba el último curso de
la secundaria. Esa noche abandonó por completo a David para no dejar un solo
instante a su padre. No sabía cuántos meses volverían a pasar sin disfrutarlo,
si abrazarlo, sin recibir sus mimos pero especialmente compartiendo sus
inquietudes, sus miedos o sus dudas.
El local estaba muy concurrido y la música
acompañó la velada durante muy entrada la noche.
Consumidos los postres, los cafés y algunas
infusiones decidieron moverse al ritmo marcado por los diferentes artistas que
desfilaron por el escenario montado en la playa y amen del restaurante una
instalación hotelera y otros dos chiringuitos de la zona habían montado sus
mesas, cara al escenario. Justo a sus pies una pista inmensa de baile montada
en madera sobre la misma playa permitía, a quien se atreviese, a mover el
esqueleto. Andrea sacó a su padre y comenzó a moverse a los ritmos marcados,
Maureen ante la negativa de Julián lo hizo con David. No renunciaron a moverse
los abuelos de Andrea que también se atrevieron. Julián permanecía, tomando una
bebida refrescante, contemplando el ambiente, la música, la gente en algunos
casos pasaditos de bebida. Cuerpos con escasa ropa se contorneaban en la pista
invitando a la sensualidad, al arte del ritmo de los cuerpos y sus encantos.
Las reflexiones, los pensamientos trataron de invadir su mente pero aunque le
costó un poco evitarlo lo consiguió, recreando sus sentidos en la noche, en el
colorido, en las letras de las canciones, en los movimientos de aquellas
mujeres que con su contorneo invitaban a sus parejas a lanzarse a algo más que
el baile. Por primera vez contempló a Maureen y Andrea como mujeres, sensuales
olvidando. O tal vez no. que eras unas adolescentes. Apartó veloz su mirada y
de nuevo la pregunta.
¿Qué le
estaba pasando?
Pero a pesar que aquellos cuerpos ahora se
contorneaban con mayor sensualidad, y provocación, cuando volvió a mirar de
nuevo vio a esas niñas de clase que les habían encomendado sus padres para
colaborar en su formación. Volvía a ser él y eso le tranquilizó. Pero al
recorrer su mirada por los espectadores de aquella escena de la noche se detuvo
en un grupo de hombres de mediana edad. Tres en concreto y ante su asombro uno
de ellos era el americano que andaba inquietando a Andrea. Le produjo nauseas
observar como desnudaban a las dos jóvenes en la misma pista, mientras
comentaban entre sí. Andaban muy cargados de alcohol y Julián se temió alguna
salida de tono de esos tres gorilas. Su primer impulso fue levantarse y avisar
a las parejas, pero los veía con tanta felicidad, disfrutando tantos esos
momentos, que se detuvo y esperó acontecimientos. Pero tomó su celular, como
suelen nombrar a los móviles por esas latitudes, y puso al corriente a las
fuerzas del orden de posibles incidentes en el espectáculo de la playa. A los
quince minutos se personaba una patrulla. Los dos representantes de las fuerzas
del orden eran los que pidieron la documentación a Julián en los primeros días.
Los saludó e invitó a tomar algo en la barra del restaurante. Julián les expuso
sus temores y le tranquilizaron asegurando que andarían rondado por ahí hasta
que el espectáculo finalizase. Más tranquilo regresó a su sitio para que el
ambiente, y la noche le absorbiera para disfrutar de sus últimas horas en el
país. Se encontraba enfrascado en el ambiente cuando observó como aquel
extranjero se aproximaba a David y de un empujón le alejó de su compañera de
baile. Iba a prender la mano de la adolescente cuando los policías
intervinieron aconsejando al personajes que se retirase de la joven y no le
molestara, de inmediato los otros dos gorilas, cubas perdidos se aproximaron
dando tumbos a uno y otro lado. El segundo representante de la ley fue al
vehículo y con la radió del carro solicitó refuerzos. Hubo un poco de forcejeo
pero los dos representantes de la ley también poseían una buena presencia y con
la utilización de las porras pudieron neutralizar la agresividad del trío.
Cuando llegaron los refuerzos los tres perturbadores del orden estaban
esposados. Con la ayuda de sus compañeros los llevaron a comisaría. La fiesta
se había apagado ya no quedaba tiempo material para revivirla, por ello y como
solo faltaban diez minutos para dar concluido el permiso que disponían,
decidieron dar por concluido el
espectáculo. Nuestros amigos se subieron a los carros para regresar a casa.
En el pórtico inferior reunidos comentaban lo
fascinante que había sido esa noche. Hablaron de fin de las vacaciones y del
las pocas motivaciones que había para reanudar la vida cotidiana. Por fin el
primero en abandonar la reunión fue Julián andaba cansado y las persianas se le
cerraban, se despidió de los presentes y tras el oportuno aseo personal se
metió en la habitación para recuperar su cuerpo y su mente.
Llevaría unas dos horas durmiendo cuando una
mano suave se posó en su rostro y la voz dulce, melosa y cariñosa de Andrea le
despertó.
- Don
Julián lo siento pero preciso hablar con usted de algo muy importante. Puede
atenderme.
Había descansado unas horas y no le supuso
mucho esfuerzo levantarse, se enfundó unas bermudas, dormía siempre con un
pijama de pantalón corto, un polo y se ajustó unas sandalias para salir en
compañía de la joven al exterior de la cabaña. Sin mediar palabra ella le tomó
la mano y caminando delante de él le indicó hacia donde deseaba ir. Al pasar la
barrera de la vegetación y encontrase cara a cara con el Caribe, la joven se
abrazó a su profesor y comenzó a llorar como lo que era, una niña. Le acarició
los cabellos con una mano mientras la otra abarcaba su espalda. Proseguía su
llanto ocultando su rostro en los pectorales de su maestro y él continuó con el
consuelo sin pronunciar palabra alguna. Esperaba que ella fuera calmándose y le
relatara a continuación su inquietud. Se separó de él, mientras enjugaba sus
lagrimas con la camisola que llevaba, alzó su mirada hacia su maestro mientras
le regalaba una sonrisa llena de afecto, de ternura, de cariño, de gratitud
hacia aquel profesor que les atendía fuera la hora que fuera y el momento.
Siempre estaba a disposición de ellos. Con una última sonrisa picarona y
tomando su mano le invitó con el lenguaje corporal a pasear. Él sonreía pero se
mantuvo en silencio, temía que fuera a contarle algo relacionado con lo que
hablaron Maureen y él la otra noche. Pero dejó de suponer y aguardó como un
tico sin prisas, sin apremios, sin atropellos a que ella se soltara. Notaba
algo de tensión en su mano. En ese preciso momento se percató que cuando se
relajaba, daba tiempo al tiempo, sin ansiedades, sin premuras, podía captar
mucho mejor el lenguaje corporal. Ahora era consciente de las palabras de aquel
nativo.
“Los
silencios enseñan más que las palabras”. “Y las ondas que transmitimos, si
somos capaces de tener la mente en blanco y el alma en paz nos permitirá leer
todos los secretos de cualquier otro ser vivo, sea animal, planta o persona”
Indudablemente estaba en lo cierto. Tendría
que entrenarse más pero estaba convencido de la afirmación de aquel personaje.
Cuanto había aprendido de la vida en aquellas dos escasas semanas. Cuanto se
aprende cuando se dispone de tiempo para la reflexión, para el análisis,
incluso los secretos de los silencios. O aquella otra frase que la había leído
en libros, en revistas, en artículos, pero que era consciente que aquel nativo
nunca la había escuchado.
“No es
más sabio el que más habla sino el que más escucha”
O aquella otra de Diógenes que rezaba así:
“Tenemos
dos orejas y una sola lengua para que oigamos más y hablemos menos”.
Julián era una persona acostumbrada a la
reflexión diaria, pues no se iba a la cama sin analizar la jornada de ese día y
esa acción le permitía centrarse más en lo que hacía y al mismo tiempo
mejorarlo. Ahora le tocaba aprender a realizarlo en cada instante y para ello
debía dar tiempo, pausas, silencio a todo lo que fuera realizando instante a
instante. La aceleración de la vida, las prisas, el estrés de la vida cotidiana
en España y en general en los países occidentales no permitía esa otra
filosofía. Tan importante para tener un grado de felicidad optimo. Como
cambiaría la vida si todos anhelásemos el consumismo de aquel nativo. De nuevo
otra frase de aquel filósofo. Diógenes.
“Como me
gusta ir al mercado y ver cuántas cosas no necesito”
En qué mundo de necesidades innecesarias nos
habíamos visto abocados. La voz de Andrea le sacó de sus cavilaciones.
- David
no me atrae como antes y no sé como decírselo, es un gran chico, buen amigo
pero creo que la química se evaporó.
Sin dejar la vista al frente continuaba con
la cadencia de su paso mientras por sus mejillas comenzó a gotear unas
lágrimas, una pequeña pausa y dos nuevas gotas siguieron el sendero abierto por
las primeras exploradoras, luego como una columna de hormigas fueron
deslizándose, sin pausa pero sin prisas.
Julián soltó la mano de aquella niña y
abarcándola por los hombros siguió impertérrito el paseo. Ella se refugió
abarcando su cintura y mientras sus lagrimales se desbordaban fue poco a poco
controlándose. Aquellos brazos acogiéndola mitigaron su tristeza, su inquietud,
su problema. Sabedora que en aquel maestro iba a conseguir el apoyo y el
consejo que le permitiera resolver la situación sin dañar a su amigo.
Anduvieron por la cala desde el extremo norte al sur y de este de nuevo al
norte. Estaba tranquila y conforme avanzaba un paso, la paz regresaba a su
alma. Tener a Julián a su lado, sentir el calor de su cuerpo le iba secando los
lagrimales. No se mostró impaciente en ningún momento y eso que el silenció
entre los dos se prorrogó durante muchos minutos. Con la misma cadencia de paso
miraban la arena, sus pies bañados por las olas, las estrellas, la selva, a su
compañía de paseo. Sonreían, pero especialmente se recreaban en esos momentos,
de paz, de tranquilidad, de sonidos nocturnos, de la brisa del Caribe, del
calor acumulado en las aguas durante el día, del frescor de la arena que perdió
con mayor rapidez que el agua ese calor que el sol les proporcionaba. Ella daba
gracias a los cielos por permitirle cruzarse con ese maestro.
¿Qué habría
sido de ella con todos los problemas añadidos ese curso? ¿Dónde habría
terminado de no tener ese constante apoyo?
Estaba convencida que el Señor se acordó de
ella al cambiarle la tutoría. Sin duda la llave que le permitió, no solo a
ella, también al resto de sus compañeros, madurar con normalidad, con apoyo,
con cariño, o como les comentó el primer día de clase,
“Dos son
las condiciones para dedicarse una persona a la educación. La primera el
conocimiento más profundo posible de sus alumnos y la segunda y principal mucho
amor, hacia su profesión pero especialmente hacia el alumnado”.
Mantenía esos pensamientos en su cabecita
cuando de forma brusca se puso frente a él y se abrazó llena de gratitud, de
cariño, de amor hacia ese personaje. Julián posó con delicadeza sus labios en
la frente de aquella niña, siempre que una alumna o alumno se ponía sentimental
los veía y sentía como niños, aunque como era el caso era ya una mujercita.
Entonces inició una charla mientras mantenía sus manos envolviendo sus
mejillas. Mirándole fijamente a los ojos, esos ojos verdes como la misma tierra
que la vio nacer. Chispeantes, llenos de vitalidad, de ¡pura vida!, como dicen
por esas latitudes. Fue directo y claro y le aseguró que después de aclararlo
con David hablaría a continuación con él. Pero por lógica debería hacerlo a
primeras horas de esa mañana ya que el partía hacia España y debía estar en el
aeródromo de Limón no más tarde de las once de la mañana. Se volvió a abrazar a
su maestro y plasmó un par de besos. El primero lo dejó caer en la mejilla
derecha de su maestro pero el segundo los depositó en los labios. Julián con
naturalidad le dio la mano e inició el regreso a la cabaña. Con la segunda
muestra esperaba la reacción apasionada de aquel hombre, pero su respuesta
le resultó decepcionante. Pero a los
pocos segundos se dio cuenta de su torpeza. Sin apartar la mirada de la ruta a
seguir pidió disculpas, Julián sonrió. No pronuncio palabra alguna. Aquella
criatura había comprendido perfectamente que su acción no era la correcta y que
su maestro dio la respuesta adecuada a tal atrevimiento. Estaban a punto de
cruzar el umbral de la selva cuando se sobresaltaron al ver aparecer ante ellos
a una persona. Tras el primer susto, comprobaron que era Maureen, comenzaron a
reír al tiempo que le expresaban el susto que les había dado. Con ese desparpajo de los adolescentes los invitó
a que le siguieran, sin más palabras se lanzó a las aguas con las prendas que
llevaba, la camisola y la parte inferior de su ropa interior. Andrea sin
pensárselo salió tras su amiga para enredarse con la primera ola. Julián
comenzó a reírse, adoraba a esos dos torbellinos. Le invitaban a entrar en el
agua. Con una mueca se negó, estaba algo destemplado y lo que menos le apetecía
en esos momentos era mojarse con agua salada. Su alma andaba confusa, de nuevo
esos deseos de abandonar todo y quedarse en aquel paraíso para siempre. Pero
las palabras de Andrea le mostraban con claridad que la misión suya en este
mundo era atender a los jóvenes y acompañarles en su madurez personal, con
plena libertad, pero especialmente que llegaran a descubrirse a sí mismos. Que
lucharan con todas sus fuerzas por lo que desearan y especialmente solo
hicieran caso a su interior. Si lo que habían hecho, hacían o harían, fue, era,
será, decisión propia, nunca se podrían lamentar como mucho rectificar. De ahí
y mirando siempre a su interior se iniciaba la verdadera felicidad. Le vino
otra de las frases que insistía a sus alumnos, pertenecía a un pueblo
precolombino, en concreto a los mayas
“El nacer
es algo doloroso pero que la vida compensa”.
Sentado en el tronco seco, contempló a las
dos jovencitas recrearse en las aguas. Por fin cuando se cansaron regresaron a
la cabaña para darse una ducha y recogerse en sus habitaciones.