martes, 3 de enero de 2012

EL PRIMER AMOR - CAPÍTULO VI LA PRUEBA DE INGRESO











- CAPÍTULO SEXTO.

- LA PRUEBA DE INGRESO.

Desde la conversación con la maestra Rita miraba a su padre con otros ojos. Ese odio almacenado, los últimos días, desapareció. Trasformándose, en algunos momentos, por compasión. Se daba cuenta que todo aquello era producto de su ignorancia y de no haber disfrutado de la oportunidad como su hermano o ella de adquirir un poco de cultura. Marta observó el cambio experimentado en su hija, pero no quiso preguntarle. Le complacía su nueva actitud y temía hablar del tema por si lo estropeaba.

Esos días previos al examen José y Rita lo aprovecharon para aumentar sus conocimientos sobre los diferentes temas. Sacaban libros de la biblioteca y los engullían en sus mentes. Sin olvidar las labores diarias asignadas. Que cumplían al pie de la letra.

Por fin llegó el gran día. Esa noche, no pudieron casi ni dormir. Los nervios envolvían sus mentes hasta el punto de tener grandes dificultades para conciliar el sueño. Rita se levantó a la misma hora que su hermano. Había pedido permiso a sus padres para acompañar a José al examen. No se negaron a la petición. Siempre y cuando sus tareas estuviesen finalizadas antes de partir.

Ni a su madre le comunicó la intención de presentarse al examen. Marta era consciente que José le transmitía todos los conocimientos adquiridos en la escuela. Pero desconocía que ese día Rita realizaría la prueba en compañía de su hermano.

Junto a Paco se perdieron por la carretera. Aquel día caluroso de verano les parecía el más maravilloso de sus cortas vidas, solo comparable a su primera jornada de clase. Elisa los recibió con los brazos abiertos. Debían ir al aula, junto al despacho del director, donde acudiría el inspector para entregarles el examen.

Un hombre maduro, seco, alto, delgado, con gafas y con bastante mal genio se personó. Los cinco niños se levantaron como resortes de sus sillas y dieron los buenos días al recién llegado.

- Siéntense.

Respondió en tono seco y cortante al saludo de aquellos niños. Lo primero fue el dictado. Por supuesto ni el menor problema para nuestros amigos. Luego prosiguieron con la prueba escrita. Mientras la realizaban aquel inspector corregía los dictados. Se asombró por la letra y la perfección de uno de ellos y de nuevo con voz seca y cortante nombró a José Carbonell. De inmediato se puso en pie.

- Para servirlo.

Hizo una mueca con la mano mandándolo sentar y prosiguió con su cometido. Finalizada la corrección, se levantó, para darse un paseo por la clase. Se aproximó al sitio de José y comenzó a leer el contenido del examen mientras el crío proseguía con el ejercicio. No podía dar crédito a sus ojos. Aquel examen era propio de un brillante alumno de sexto de bachiller e incluso de Selectividad. La letra de aquel mocoso era de tal perfección que de no verlo con sus propios ojos jamás hubiera dado fe de ello. Pero la forma de redactar, la amplitud de conocimientos transcritos al papel sobre el tema preguntado le tenía atónito.

Le dio, un cachete cariñoso, al cogote y le preguntó su edad.

- Siete. Señor, aunque dentro de unos meses cumpliré los ocho.

Contestaba al tiempo que se ponía en pie. Le puso la mano en el hombro y le invitó a seguir con su examen. Su capacidad de asombro se ampliaba al escuchar su edad. Siete años, era increíble la madurez de aquel pequeño. No pudo contenerse, salió al pasillo y al primer chiquillo que pasó, le ordenó avisar urgentemente a la señorita Elisa. No llegó a consumirse el primer minuto, cuando se presentó, preocupada y expectante.

- ¿Desea algo? ¿Señor?

Aquel curtido hombre de escuela en sus largos cuarenta años en la enseñanza jamás se encontró con un caso como ese. Se pasó el resto del tiempo que duró la prueba haciendo preguntas sobre aquel monstruo de la Naturaleza. Elisa confesó haber estado tentada a presentarlo a cuarto y revalidada pero al desconocer el latín no quiso forzar al muchacho. Se enteró de su soltura con la lengua anglosajona y de su intención de iniciar el francés durante el verano. Quedó tan impresionado que prometió a la maestra conseguir una beca para estudiar el bachiller en un colegio religioso. La promesa emocionó a la maestra, pero al mismo tiempo era consciente de las dificultades del muchacho para proseguir sus estudios. Su padre no accedería a perder un brazo en el campo. Preocupación que mostró al inspector del Ministerio.

- Sé que usted lo conseguirá señorita. Si ha logrado traerlo hasta la escuela. Creo, sinceramente, que sabrá salvar sin problemas este nuevo obstáculo.

Si esa mañana el inspector había quedado impresionado con el joven, cuando llevó a cabo el examen oral no podía dar crédito a las contestaciones de aquel muchacho. De que tema no sería capaz de contestar esa maquina viviente. Cuando terminó su exposición le felicitó personalmente y le animó a seguir estudiando. El país estaba falto de personas con esa capacidad intelectual.

Cuando a la semana siguiente llegaron los resultados. Los periódicos destacaban una pequeña escuela de Valencia. Donde uno de sus alumnos obtuvo la mejor nota, en toda la historia, hasta la fecha, en una prueba de ingreso. La noticia saltaba en todos los diarios nacionales y provinciales. Una foto de José Carbonell figuraba en Las Provincias, con una pequeña entrevista y el resultado de su brillante examen.

Todos los vecinos del Coeter se reunieron en el porche de la alquería para enseñarle la fotografía de su hijo en el periódico. Estaba orgulloso, pero no quería darle importancia no fuera que alguno de sus hijos siguiera el ejemplo y se quedara sin mano de obra. Por ello, sin perder un segundo, salió al paso.

- ¡Mariconadas! Esperó que en el campo rinda al menos igual que en los estudios. Entonces si que estaré orgulloso.

No había terminado de decir esas palabras cuando Elisa con del doctor se acercaban con el periódico en la mano para hablar con él.

Marta lloraba en el corral como una Magdalena. La emoción envolvía su cuerpo hasta tal extremo que lo hacía a lágrima viva. Se sentía tan orgullosa de su niño que era incapaz de articular palabra. Pero cuando Rita, con discreción le comentó haberse presentado al examen, obteniendo una calificación de sobresaliente, la felicidad inundó su ser hasta tal extremo que el aire llegó a faltarle. Si lo de José le había hecho feliz lo de su hija lo superaba con creces, sin ir a la escuela y además de realizar su faena ayudaba a José en la encomendada por su padre para no perder un día de clase. Luego no solo se contentó con aprobar. Había conseguido nota. Al ir José a besar a mama lo primero en preguntar fue si sabía lo de Rita. Con lágrimas en los ojos besaba a sus hijos.

- Sois mis tesoros. Os quiero.

Ante la presencia de Elisa, al Coeter le invadió el nerviosismo, quería esconderse, pero ya no era posible sin desairar a don Fulgencio, aguantó estoicamente la llegada de los dos y tras los pertinentes saludos se sentaron en unas sillas, a la sobra de la parra, mientras conversaban. Don Fulgencio le echaba en cara la posibilidad de haber perdido todo aquello de no permitir a José ir a la escuela. Le leyó lo escuchado en boca de sus vecinos y de su propio hijo, pero le agradaba volverlo a oír, especialmente de labios del doctor.

- Desde luego pedazo de animal, no te mereces un hijo así.

Fue la frase que añadió cuando terminó de leer el artículo. Dejó unos minutos que los aprovechó para levantarse, saludar y felicitar a Marta.

Cuando Don Fulgencio los abandonó, con la cabeza baja y sin atreverse a mirar a la maestra rugió en voz baja.

- Siento lo sucedido la otra tarde. No estaba muy católico.

A Elisa aquella disculpa le sonó a cantos celestiales, a pesar de haberlas rugido aquel salvaje. Pero ante esa solicitud de perdón, comprendió lo primitivo que era aquel hombre y en tono seguro y firme respondió.

- Aquello esta olvidado.

Tragó saliva y consiguió levantar la cabeza para cruzar unos instantes la mirada con aquella bella señorita. La sonrisa se dibujada en su rostro mientras le lanzaba la pregunta.

- ¿Supongo que estará orgulloso de su hijo?

Le costó responder, pero el tono formulando en la pregunta era más familiar que la contestación anterior, proporcionándole una mayor confianza.

- La verdad es que sí. Que no hay otro mejor que mi chico en toda España. Es un orgullo para su madre y para mí.

Aquel hombre se estaba emblandeciendo. Era el momento de lanzarle el dardo. Sin pensarlo dos veces fue al grano.

- Como sabrá le han concedido una beca en un colegio para estudiar interno el bachiller completamente gratis. Sin que le cueste un solo real.

Se quedó pensativo, no le habían dicho nada, pero temía meter la pata y mostrando su falta de seguridad preguntó.

- ¿Y eso es bueno?

- Como no va ser bueno.

La voz potente y segura de Don Fulgencio irrumpió en la conversación.

- Tendrás un hijo médico.

Aquel hombre estaba algo aturdido, la presencia de Elisa, el alboroto desatado en la huerta esos últimos días no le dejaban ver claro todo aquel asunto, pero ahora comenzaba a deslumbrar la luz.

- ¿Eso quiere decir que me quedo sin un brazo?

- Serás bestia siempre pensando en lo mismo. Ganas un médico, o no te das cuenta pedazo de adoquín. Un médico, capaz de curar a personas y a todas las bestias de la casa, incluido tú.

La idea no le entusiasmaba mucho pero si Don Fulgencio lo decía era porque tenía razón. No en balde la tuvo cuando decidió que fuera a la escuela y ahora era una celebridad en el país.

Todas aquellas circunstancias convencieron al Coeter para acceder a firmar los papeles concediendo permiso a su hijo José Carbonell a estudiar en un internado de un colegio religioso, en Valencia. Don Fulgencio, cuando consiguió la firma, guiñó el ojo a la bella maestra y en tono solemne dijo

- Misión cumplida.

Elisa se levantó y entró a saludar a Marta mientras el médico dialogaba con el hombre de la casa.

Cuando Marta vio entrar a Elisa se levantó de la silla como un resorte y se abrazó a la maestra. En voz baja le comentó al oído.

- Me lo ha contado mi hija, no tengo palabras para...

Elisa le interrumpió.

- No se preocupe su marido se ha disculpado ahora mismo y sé que fue producto de la bebida.

Marta se quedó petrificada, se separó de ella y al ver la cara de extrañeza que ponía aquella madre de diez hijos se percató que había metido la pata. Cerró los ojos y Marta se dio cuenta que había pasado algo entre su marido y ella. Por fin fue la madre la primera en romper aquel tenso silencio. A Elisa le hubiera gustado mantenerlo en silencio pero estaba claro que había metido la gamba.

- Creo que no hablamos de la misma cuestión, o, tal vez mi marido sabe lo de Rita.

Se retiraron hacia el dormitorio del matrimonio y allí aclararon el malentendido. Marta no sabía como disculpase por la salvajada de su marido. Elisa confesó que el alcohol fue la causa del problema y que gracia a Dios solo quedó en un gran susto. No olvidó confesarle que acababa de disculparse. Aquello le llenó de satisfacción, en realidad su marido se estaba emblandeciendo en muchos aspectos. Se felicitaron por el éxito de Rita y tras darse un fuerte abrazo se despidieron.

Durante la tarde Marta estuvo dándole vueltas al asunto. "¿Se lo ha contado Rita?".

Eso quería decir que su hija lo sabía. Esa misma noche cuando las dos estaban fregando se lo comentó. Rita le explicó a su madre todo lo sucedido, y la conversación mantenida con Elisa, sobre su padre, sobre el sexo. Ahora admiraba aún más a la maestra de sus hijos, se había comportado como una madre y había hecho cosas que ella o no sabía o no se atrevía a comentarlo con su hija. Le prometió que desde ese mismo momento confiaría plenamente en ella y le contestaría a cualquier pregunta.

- Aunque.

Aseguró.

- Estoy convencida que tú serás quien me aclare y me pongas al día en estos temas.

Ahora comprendía la actitud de su hija hacia su padre y el cambio posterior tras hablar con Elisa.

Cuando Rita se metió en la cama se felicitaba al haberse enterado que su padre había tenido las suficientes agallas como para disculparse ante Elisa. Eso venía a corroborar la teoría de la maestra. No era un mal hombre su padre. Tal vez algo primitivo, pero no un mal hombre como ella llegó a pensar y a creer ciegamente hasta el punto de odiarlo.