jueves, 23 de febrero de 2012

EL PRIMER AMOR -CAPITULO XIII- MI PRIMER AMOR

- CAPITULO XIII -

- MI PRIMER AMOR -

El mes de Agosto se presentó en un abrir y cerrar de ojos. A la estación le acompañó el padre Andrés y su hermano. En el andén, junto al tren con destino a Alicante y paradas en diferentes poblaciones, entre las que se encontraba Javea, se despidieron. José se había preparado una bolsa con la ropa y sobre sus hombros la mochila, con la tienda y el saco. Regalo de su amigo y vecino Paco. Su hermano Andrés le proporcionó el dinero para los gastos. Advirtiéndole la obligación de gastarse hasta el último céntimo. Se quejó, aquello era demasiado dinero.

- Si no lo coges y lo gastas no vuelvas a casa porque no te dejaremos entrar.

Comentó cuando se despedía con un fuerte abrazo.

El calor era sofocante, el tren se deslizaba por las vías a gran velocidad, el paisaje se le ofrecía en toda su extensión. El circular del tren próximo al mar encandiló a José. Había visto el mar en pocas ocasiones pero su pasión era sentarse frente al él y concentrarse en sus cosas escuchando el rumor de sus olas mientras la brisa le acariciaba el rostro. Cuando el tren se detuvo desde el andén sus amigos lo saludaban. Habían ido a recogerlo. Después de los correspondientes apretones de manos y tras meter el equipaje en el maletero, subieron al coche y circularon por aquellas estrechas calles hasta llegar al camping. A cincuenta metros, cruzando la carretera estaban los apartamentos de sus amigos. Se instaló, se duchó, se vistió y fue al encuentro de sus amigos para dar una vuelta por el paseo marítimo. Entraron en un bar y tomaron un aperitivo antes de ir a casa. Cuando llegó la hora de la comida, los amigos se separaron para ir a sus casas. Pepe, como le llamaban los compañeros de facultad, se fue con Roberto. La mesa estaba preparada para once personas, pues su amigo tenía siete hermanos y junto a sus padres la completaron. Se parecía a las comidas de casa pero con la mitad del personal. Estaban sorprendidos que aquel joven fuera a comenzar cuarto de medicina. Roberto iba al mismo curso pero su edad era de veintidós años, le sacaba la friolera de siete. Sus hermanas, tenía tres, la mayor contaba con dieciocho, la mediana dieciséis y la pequeña doce, se miraban y sonreían. A decir verdad eran unas chicas muy guapas. Las bromas durante las mesas se sucedieron. Pero a partir de llamarles la atención su padre consiguieron controlarse un poco. Pepe amenizó la comida, pues solía tener mucha chispa en las conversaciones y aquella familia se lo pasó en grande con su invitado. Al terminar de comer salieron a la terraza y prosiguieron conversando mientras degustaban una taza de café.

Los días transcurrían con verdadera velocidad, aquello era demasiado relajado. Pero a ciencia cierta, que lo necesitaba. Ahora se alegraba de la insistencia de sus amigos y del apoyo de su familia para tomarse esas vacaciones. Salían todas las noches y regresaban tarde a casa. Reuniéndose de nuevo ya entrada la mañana. Como sus amigos no madrugaban y él no aguantaba en la cama una vez despuntado el sol por el horizonte. Se levantaba se daba una ducha rápida de agua fresca y solo para acercarse a la playa todas las mañanas a eso de las siete. Se daba un buen baño en esa balsa de mar que ofrecía el Mediterráneo para sentarse y leer algún libro. Durante varios días vio a dos señoritas verdaderamente encantadoras corretear por la orilla de la playa. Pero transcurrida la primera quincena, las vio todas las mañanas haciendo footing. En una o dos ocasiones se cruzó con ellas y sonrieron los tres, pero siguieron su camino, mientras Pepe se metía en el mar para darse el baño matutino. Faltaban siete días para terminar el mes y regresar a casa, cuando paseando por la avenida del marítimo se cruzó con las señoritas en cuestión. Roberto se aproximó a la pareja y entabló conversación.

Caminaron juntos hasta el puerto, allí decidieron sentarse en una terraza de verano para degustar unos helados. Eran hermanas, la mayor de quince años se llamaba Linda y la pequeña de catorce, Brisite. Los cinco últimos años, el mes de Agosto, se desplazaban desde Penot, Francia, hasta Javea para pasar las vacaciones de verano. Pepe se quedó impresionado con Linda. Sus ojos, su expresión, su sonrisa, su voz, le cautivaron como nunca antes le había sucedido. Por fin se levantaron y como las hermanas tenían que regresar con sus padres les acompañaron. La casualidad quiso que esas dos preciosidades estuviesen instaladas en el camping.

- Yo también estoy acampado aquí.

Aseguró Pepe. Al tiempo que Brisite comentaba.

- ¿Eres quien se encarga de remover el mar todas las mañanas?

El gesto afirmativo dio pie a la despedida. Pero antes quedaron en salir esa noche después de cenar.

A Pedro se le terminaban las vacaciones y se iba esa noche a Valencia. Sus padres comenzaban a trabajar, se despidió de sus dos amigas y se fueron a casa a cenar.

Pepe fue al camping, a ducharse y cambiarse de ropa, quedando en acudir luego para salir esa noche con sus nuevas amigas.

Se dirigía a los aseos con los bártulos para adecentarse cuando se cruzó con Brisite. Se saludaron y permanecieron conversando durante unos minutos. Al despedirse, entraron en los aseos. Él estaba deseando cruzarse con Linda. Cautivado por ella desde el principio y mientras cumplimentaba su aseo personal no consiguió apartarla de su mente ni un solo instante. Vestido y aseado llevó la ropa sucia a la tienda y salió dispuesto a reunirse con sus amigos y sus dos nuevas compañeras. Iba por una de las calles del camping cuando Linda le llamó. Se aproximó, al tiempo que sentía como su corazón se agrandaba. Con la sonrisa en los labios, le tendió la mano, presentándolo a sus padres. La madre se sorprendió por la educación y cortesía del joven y la perfección en la expresión de su lengua. Ya que la conversación se desarrollo íntegramente en francés. Él no apartaba su mirada de aquella criatura, quien al sentirse observada, su rostro mostró la dulzura de su sonrisa. Esa que lo ahogaba de felicidad. Llevaba un corto vestido, de tejido suave y fino, ajustado hasta la cintura y suelto con vuelo hacía abajo, mostrando todo el encanto de su silueta. Cruzó en varias ocasiones la mirada con Pepe y sus labios se alargaban cada vez ofreciendo ese gesto que logró convertir a su amigo a un nuevo Dios. Ella. Estaban preparadas, se despidieron de sus padres y salieron juntos. Pepe tendió una mano a Linda y otra a Brisite y cogidos abandonaron la zona del Camping.

Al llegar al apartamento de Roberto, su otro amigo ya estaba con él. Bajaron y decidieron ir a una discoteca. Fue una noche inolvidable. Pepe acaparó a Linda y se pasó la noche bailando con ella. No podía dar crédito a sus oídos cuando le confesó haber finalizado cuarto de medicina. El dominio del francés, le alucinaba. Pero mucho más cuando le contó que en ingles se defendía mucho mejor. Desde luego estaba ante un fenómeno de la Naturaleza. Pepe estuvo ocurrente y enormemente gracioso pasando una noche maravillosa. Mientras sus amigos se turnaron para bailar con Brisite. Por fin llegó la hora de regresar y los cinco subieron al coche, prestado por el padre de Roberto, acompañándolas hasta el camping. Donde se despidieron para ir a dormir. Caminando hacia las tiendas, por las calles del camping, Pepe le preguntó si a la mañana siguiente se levantaba a correr. Ante la afirmación quedó con ella.

Esa última semana Pepe no se separó de Linda. Salían juntos a la playa, a pasear, a correr, al cine de verano, a la discoteca. Se había encariñado con ella y Linda parecía que le correspondía.

Una noche bailando en la discoteca. La melodía envolvía sus oídos invitándoles a sentir la energía de sus cuerpos. Permanecían abrazados siguiendo con una excitante lentitud el ritmo de la música. Al girar las cabezas sus apéndices nasales se tocaron, sonrieron y Linda girando levemente hacia la derecha su cara depositó sus labios en los de él. Con una dulzura sobrecogedora despegó sus labios y trató de buscar la boca de su pareja. La pasividad de Pepe le desconcertó se separó y preguntó.

- ¿No quieres besarme?

El asombro lo tenía completamente bloqueado. Contemplándolo, ella, extrañada, perpleja. Al momento comprendió a su amigo. Sonrió con tal ternura que lo dejó embobado. Ahora era consciente de su pasividad. Con seguridad era su primer beso. Y con certeza nunca besó a una chica. Se abrazó fuertemente a él. Su ingenuidad le estremeció hasta tal punto que procuró poner toda su ternura para evitar solventar a su maravilloso y sorprendente amigo. Con la delicadeza de una madre le susurró al oído.

- ¿Es la primera vez que besas a una chica?

Un agradable silencio, mezclado con las notas de esa inolvidable melodía, se apoderó de la pareja. De nuevo su excitante sonrisa, capaz de ahogarlo de placer, se dibujaba en sus labios. Con un cariño estremecedor y una dulzura incomparable comentó.

- Relájate.

Leve pausa.

- No pienses en nada.

El silencio entre los dos se prolongó algo más.

- Es muy sencillo. Cuando volvamos a unir nuestros labios, los separaremos, nuestras lenguas se encargaran de jugar mientras se miman. La química se encargará del resto.

Dicho esto, sus bocas se buscaron con desesperación. Las sensaciones recorrían sus adolescentes cuerpos y la química se encargó de embriagarlos de pasión y deseo. Aquel momento lo recordaría hasta el día de su muerte y esa melodía siempre estaría asociada a ese primer beso.

El día de la partida llegó y nuestros amigos se despidieron, se dieron mutuamente sus direcciones y quedaron en escribirse.

El mes de Septiembre fue duro para José. Añoraba mucho a Linda. Recibió en dos ocasiones carta y las leía escondido en el desván casi a diario. Trabajó duro en el campo y en la granja. Las cosas marchaban muy bien pero había mucho que hacer.

Durante el siguiente verano Linda y José se volvieron a ver. Él se sentía cada vez más identificado con la joven. Se había enamorado locamente. Ese último verano estuvo a punto de confesarle su amor pero no se atrevió y se pasó un año más con las cartas, que ahora eran semanales.

Cuando Pepe regresó de su segundo verano con Linda y estando trabajando en la granja les llegó la peor noticia de su vida. Sus padres fallecieron en un accidente de carretera. La familia se reunió en la alquería y nadie podía creer lo sucedido. Rita y Paco comenzaban tercero de ingeniero agrónomo. Ella comunicó a su novio que se quedaba en Valencia al cuidado de sus hermanos pequeños, de la alquería y de la cooperativa. A él le tocaría asistir a clases y proporcionarle los apuntes. Todos los fines de semana se los llevaría para poder estudiar en los ratos libres. Así lo hicieron y una vez más aquella maravillosa mujer tuvo que sacrificarse por su familia.

Después de enterrarlos se reunieron en la alquería. El pequeño Roberto contaba con solo cuatro años. Había que organizarse. Alex dirigía la empresa mayorista, Jaime la de exportación, Andrés la granja. Rita, al cuidado de sus hermanos, de la casa y de la cooperativa. Mientras que Don Andrés coordinaría todas las empresas. En aquella reunión se acordó dividir en diecisiete partes todos los ingresos de la familia dando una a cada miembro. A los pequeños se les ingresaba en una cuenta y los mayores de edad disponían de el libremente. Si alguien se casaba y trabajaba en las empresas de la familia el pastel se dividiría en una parte más y así sucesivamente. Una de las partes se la adjudicaron al cura. La tenía bien ganada y aunque en un principio se opuso toda la familia en bloque insistió.

Andrés, el futbolista, dejaba toda su ficha y primas en el fondo de la familia. Asegurando que aquello pertenecía a todos. Estaban muy unidos y ahora con la muerte de sus padres mucho más. Se reunían todos los fines de semana en la alquería y conversaban sobre los problemas surgidos. Rita comenzó a ejercer su papel con los más pequeños y los atendía como una verdadera madre. José, segundo, que le permitían las clases las dedicaba a sus hermanos y a la granja principalmente.