miércoles, 18 de febrero de 2015

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN. TERCERA PARTE. ESTER. CAPITULO DÉCIMO SEXTO. EL VIAJE A AUSTRALIA

CAPITULO DÉCIMO SEXTO EL VIAJE A AUSTRALIA

 

 

   


   Algo tristes entregaron a su niña a los encargados de la Federación. De los diez participantes que se desplazaban solo cuatro no tenían aun plaza para la olimpiada. Y la condición impuesta por la federación era lograr el oro en Australia. Sabedores del nivel que se iba a dar era poco menos que imposible, pero Ester adoraba los desafíos. Sabía que se encontraría con su abuelo y juntos lograrían el primer objetivo, estar presentes en la olimpiada. Había trabajado muy duro y si lograba la hazaña esos ocho meses que quedaban hasta el inicio de la competición olímpica iban a ser muy intensos pero en algo que le apasionaba. Su otro gran sueño era llegar a ser ingeniera náutica. Tenía en mente, a pesar de su corta edad, unos diseños para embarcaciones deportivas con las que pensaba revolucionar el mundo de los cascos para las embarcaciones a vela.

  Cuando esa mañana del tercer día de Navidad Ester abandonaba el palacete su madre le abrazaba y no pudo retener las lágrimas. Su pequeña al verle, en vez de entristecerse y acompañar a su madre le animó

 

     Mamá el abuelo va estar a mi lado en todo momento no tienes por qué preocuparte. El día de reyes traeré como regalo mi clasificación olímpica.

 

    Lo dijo con tal alegría, con tal seguridad que Andrea cambió radicalmente su expresión de preocupación por la alegría que inundaba a su hija. Ella también estaba convencida que su querido “papá” acompañaría a su niña para protegerle en todo momento. Luego tener a Julián a su lado para aconsejar el manejo de la embarcación le daba plena certeza que su pequeña cumpliría con su objetivo en Australia. Subió al coche contratado por la federación con Rafael, quien se encargaba siempre de aquella jovencita, tutelándo como familiar y entrenador de la selección. Muchas veces se preguntaba el porqué de esa suerte. Pues fue la propia pequeña quien le eligió para que velara cuando no estuvieran sus padres. El vehículo dejaba el palacete y comenzó a circular por la ciudad en busca de su destino el aeropuerto de Barajas en Madrid.

   Era muy temprano y aunque la niña se había tomado el zumo y una ensalada de frutas, a las dos horas pararon en un parador para descansar y recuperar energías. Se pasó esas horas con su libreta de diseños, dibujando diferentes tipos de embarcaciones que las musas enviaban a su cabecita. No pensaba si serian realizables pero eran las imágenes que captaba su cerebro, ordenando a la coordinación fina de la mano que los plasmara sobre aquella libreta bloc que siempre le acompañaba. Durante el desayuno Rafael le preguntó si deseaba ser artista, porque siempre la encontraba dibujando en sus ratos libres. Sonrió para aclararle a continuación cuáles eran sus proyectos y sueños. Rafael era ingeniero naval y al confesarle que esas eran sus intenciones se sonrió. Pero cuando le confirmó que lo que dibujaba eran diseños de cascos que llevaría a la práctica cuando lograra la titulación, en plan algo paternalista Rafael comentó que le gustaría verlos. No dudó ni un solo segundo, asegurándole que nada más regresar al coche le dejaría su bloc con los diseños. 

   Mantener una conversación con aquel renacuajo le tenía embelesado. Ya le conocía de otros encuentros ese año pero cada vez que entablaban una conversación aquella chiquilla le sorprendía. No era la clásica niña de posición que solo pensaba en la moda y en la última novedad en tecnología de móviles o de aparatos reproductores de música. Con su corta edad pensaba y razonaba como un adulto. Se ponía a conversar con cualquier tipo de persona y utilizaba vocablos adaptados a la edad y posición social de la gente. Eso lo había mamado de su abuelo. Su madre y su padre aunque no pensaban igual también lo hacían porque el abuelo influyo muchísimo en ellos. Especialmente en mamá. Rafael recordaba durante el desayuno, mirando a la mujercita que tenía delante, las conversaciones que mantenía tanto con los pescadores como con los millonarios de las grandes embarcaciones de recreo. Una de las cosas que más le chocó fue la espontaneidad, pero especialmente su estado de ánimo y de confianza cuando parlamentaba con todas las personas. Pero donde más a gusto se sentía era con la gente sencilla, siempre comentaba que eran seres humanos mucho más nobles y sencillos que los adinerados patrones deportivos. Estos últimos en muchas ocasiones los veía a la defensiva como temiendo transmitir sus conocimientos adquiridos en la navegación. Mientras que los pescadores o marineros eran libros abiertos, espontáneos, deseosos de transmitir cuanto sabían y conocían de la mar, y desde luego la conocían bastante mejor que los otros. Pero como siempre le decía de todo y de todos se puede aprender. En esos momentos recordó una frase que le dijo en una ocasión, le recalcó que era de su abuelo, o al menos a él se la escuchó pronunciar.

 

     Mi niña ten bien abiertos todos tus sentidos, recibe cuantas sensaciones e informaciones puedas, luego analízalas, critícalas, compáralas y luego de reflexionar bien sobre todo lo recibido toma tú la decisión. Que nadie absolutamente nadie, la tome por ti.

 

   Sabio consejo sin la menor duda. Con esa manera de pensar los triunfos y los aciertos serían responsabilidad de uno. Al igual pasaría con los fracasos o los fallos. Pudiendo rectificar uno sin posibilidad de justificarse trasladando el problema a otros.                         

   Habían iniciado la marcha cuando la pequeña sacó de su bolsa de mano el bloc con los dibujos. Rafael se puso a observarlos con detalle, Había fallos de conceptos náuticos pero especialmente un modelo le llamó poderosamente la atención. Le preguntó el porqué había dibujado aquella quilla de esa manera y la respuesta recibida le dejó atónito. Al preguntarle si le podía hacer una copia, sin pronunciar palabra tomó el cuaderno y se puso a replicar el diseño en otra hoja.  Finalizada la misma separó la hoja del bloc y se lo ofreció a su tutor y entrenador. Le aseguró que deseaba comprobar en el astillero deportivo que tenía en Portugalete, pues era bilbaíno, pero que en primer lugar solicitaría permiso a sus padres. Con su desparpajo comentó que sus padres siempre admitían las decisiones suyas cuando solo influyera en sus cosas y, eso era suyo, por lo tanto le iban a dar el visto bueno sin ningún problema. Se lo agradeció pero a pesar de todo llamaría a la familia para solicitarlo.

   Conversando sobre el diseño llegaron a Barajas, el resto de la expedición ya se encontraba allí. Todos, menos Ester y un compañero, eran mayores de edad. Los más jovencitos eran los cuatro que aspiraban a una plaza, dos de ellos en la clase Laser, nuestra protagonista y un chaval poco sociable y bastante extraño que estaba a punto de cumplir los dieciocho. Los otros dos tenían diez y nueve y veinte años respectivamente. Ya había convivido con ellos en varios encuentros ese último trimestre del año. Precisamente para la preparación de la competición donde se jugarían la posibilidad de ir a la Olimpiada en el verano. Todos con excepción de Ester llevaban años con la selección preparando precisamente el evento. A Ester la incluyeron más tarde al ver la potencialidad que tenía esa pequeña. Aunque salvo Rafael nadie confiaba que pudiera lograr la plaza para la próxima olimpiada. Si estaban convencido que tenían a una posible campeona olímpica para las siguientes.

   Ester andaba preocupada por el joven que competiría con ella en Australia. Era de Gandía y se llamaba Vicente. Había regateado en alguna ocasión y siempre lo veía triste y solitario. Las dos veces que trató de contactar con él, fue requerida su presencia primero por su progenitor y de forma algo violenta. Y en la segunda por su progenitora, no variando mucho el trato. En parte sentía lastima por el muchacho. No le había visto sonreír ni una sola vez de las que se cruzaron antes de ser seleccionada. Ni en esos tres meses desde que compartía concentraciones. Rafael conocía el interés de Ester por entablar conversación con el muchacho, le había comentado que le gustaría poder ayudarle. Ester había estado rodeada de gente alegre, llegó a comentar en una ocasión, y tener gente triste no era bueno para la competición. Ni para él ni para el resto, a los que nos enseñaron cual era la esencia del ser humano. Bueno pues en el avión tendría ocasión de entablar conversación con él pues Rafa procuró que se sentaran juntos. Había dos chicas de los seis que tenían plaza para la olimpiada, contaban con veintitrés años. Rafael aprovechó la ocasión para, alegando que los dos participaban en la misma clase si los ponían juntos podrían intercambiar opiniones sobre la embarcación. Sería bueno que fueran haciendo labor de equipo.

   Iba a iniciarse el despegue y Ester para tratar de iniciar la conversación comentó.

 

   ¿Has viajado mucho en avión?

 

    Vicente le miró por encima del hombro como respondiendo sin palabras que era “tonta del culo”. Su padre vivía en New York y su madre en Gandía ¿Cómo no iba a volar? Captó de inmediato el mensaje, su interpretación del lenguaje corporal lo había adquirido desde sus primeros meses. Por su sangre circulaba la de los Bribris y por si esto era poco Julián le enseñó todos los signos, gesticulaciones y movimientos que descifraban el lenguaje corporal.

 

    Si te he molestado perdóname no era mi intención lo siento. Si no quieres no hablaré en todo el viaje.

 

     El muchacho se quedó pensativo. Era una niña y no tenía ningún derecho a descargar su frustración y sus problemas con ella. Pero el avión avanzaba en plena aceleración para despegar del suelo y prefirió callar. Tal vez luego pudiera compensar un poco su falta de tacto con aquella inocente niña. Además pensó que estaría algo nerviosa pues sin duda era su primera gran competición. Conocía su capacidad para navegar y su objetivo nunca era la simple participación. Si competía era para ganar. Aunque cuando perdía no se desanimaba ni mucho menos. Era un reto mayor y buscaba las soluciones pertinentes para que no volviera a suceder.

    El vuelo se reguló, había alcanzado la altura de crucero y la velocidad estacionada. Los auxiliares de vuelo anunciaban por la megafonía que podían desabrocharse los cinturones y levantarse si lo deseaban. Ester sacó su bloc de diseño y con los lápices y pinturas comenzó a dibujar. Vicente encontró el momento oportuno para entablar conversación y disculparse.

 

     ¿Te gusta dibujar?

 

     Ester se giró incrédula. Eran las primeras palabras que le escuchaba decir en todos esos meses que se conocieron. Sabía que no era mudo, pues Rafael a su pregunta le respondió que si hablaba. Con la felicidad reflejada en su rostro y dejando de dibujar de inmediato, al tiempo que le mostraba el boceto que había iniciado le respondió

 

    ¿Te gusta? Son diseños de cascos de embarcaciones a vela.

 

   Vicente pensó que andaría dibujando vestidos, brujas, hadas o cualquier otra memez de las niñas de esas edades pero diseñar embarcaciones era algo que no se le habría pasado por la cabeza. 

 

    Terci. ¿Te importa que te llame así? Mi mejor amiga del instituto se llamaba como tú.

 

    Su rostro se iluminó. Por supuesto que le podía llamar como quisiera. Oírlo le llenaba de satisfacción. Vicente comprobó los diseños. También le llamó poderosamente la atención el mismo dibujo que le impresionó a Rafael. Ese año cursaba el último de Bachiller y le confesó que deseaba estudiar ingeniería naval como su madre. Las coincidencias se estaban dando en ese viaje. Y había tema para hablar de largo. Dos enamorados de la vela y de la ingeniería. Su madre poseía un negocio de embarcaciones en la costa levantina. Tenía un pequeño astillero deportivo en Oliva y se dedicaba a comprar y alquilar embarcaciones deportivas. Aquella idea se la transmitiría a su madre sin duda tendría posibilidades comerciales. Tomó con su móvil una foto del diseño y se lo envió de inmediato con un mensaje de texto donde le explicaba la procedencia del diseño. A continuación prosiguieron la conversación en torno a la afición de ambos a la vela. Vicente recordaba en esos momentos las veces que se había enfrentado a Terci y comenzaba a ser consciente de las pocas posibilidades que aquella jovencita le daría. Mientras ella le revelaba las estrategias y su modo de preparar una prueba. Cada vez se maravillaba más de esa jovencita. En un momento comentó:

 

   No te han enseñado que no se deben revelar los secretos de la preparación de una prueba. Das ventaja a tus contrincantes, pues tú no conoces la de ellos.

 

    Sonrió. Sabía perfectamente que frase de su abuelo le iba a recitar. Si efectivamente señores lectores la de Einstein “La esencia del ser humano…...” Vicente estaba en una nube, que generosidad, cuanta bondad, cuanta ternura, pero especialmente cuanta madurez en una niña. Desde ese mismo instante aquel renacuajo le conquistó. No podía haber secretos aquella criatura era todo generosidad, todo entrega con quien fuera. Le chocó mucho cuando le reveló su secreto.

 

    Pero hay algo que mis adversarios de vela nunca podrán tener. Mi abuelo. Siempre que subo a una embarcación él está junto a mí inspirándome, dándome ánimos, fuerzas para salvar cualquier dificultad o flaqueza. Ese es mi gran secreto. Un secreto que aunque lo confiese a voces nadie podrá tener y precisamente esa es la baza para mi victoria. 

 

     No entendía muy bien esa última manifestación. En la clase y categoría que ellos competían solo podía haber un navegante a bordo. Pero pronto Terci le aclaró sus dudas e inquietudes. Comenzó relatando toda la historia de su abuelo. Así como era descendiente de los Bribri y su capacidad de la lectura corporal. Le explicó que era capaz de conectar con el espíritu de su abuelo con unas técnicas que le llevaban a un estado que le permitía conectar con él. Aquel último relato le sorprendió, era una mujercita con los pies en el suelo, algo que precisamente le sorprendió por su edad, pero aquello rozaba la fantasía. No le dio mucha importancia. A esas edades ciertamente la fantasía era el gran mundo de esos preadolescentes. Había oído hablar a sus abuelos maternos de Julián pues era un asiduo de Gandía en su juventud. También conocía que en plena madurez como navegante se dejó la competición tras un éxito tan arrollador en la olimpiada. Ahora no le extrañaba que Terci fuera una navegante con esas cualidades, pues lo llevaba en los genes. Pero cuando fue avanzando en sus confesiones y se enteró que en realidad Julián no era su abuelo comenzó a sospechar si no sería tanta fantasía como él se imaginaba lo de “su abuelo” y realmente esa conexión existía.

   Desde los asientos laterales Rafael alucinaba con la larga conversación que mantenían. ¿Que no lograría ese diablillo? Al que todo el equipo olímpico adoraba.

   Vicente iba a confesar algo que jamás había comunicado a nadie ni siquiera a su madre. Pero los auxiliares de vuelo les rogaban que pusieran rectos sus asientos apagaran todos los aparatos electrónicos y se abrocharan los cinturones pues iban a tomar tierra en Australia. Se cruzaron sus miradas y tras una fuerte carcajada, siguieron las instrucciones de los empleados del avión. El resto del equipo de vela se miró entre ellos al poder estar presentes ante tal acontecimiento. Vicente no solo había sonreído ese bichillo había conseguido que rompiera a reír a carcajadas.