miércoles, 6 de junio de 2012

EL PRIMER AMOR TERCERA PARTE CAPITULO II - LA DECEPCIÓN



   Eran las cinco de la madrugada cuando sonó el teléfono de los Carbonell. José se incorporó sobresaltado de la cama y se apresuró  a descolgarlo. Era Caterine que entre sollozos le comunicaba, haber escuchado por la CNN, la concesión del Nóbel a Aleixandre Dekrauf. Con la ternura, la sencillez y el cariño de siempre, consoló a su amiga.
   - Pienso que deberías estar contenta. Gracias a él tu madre sigue con vida y con toda sinceridad pienso que han acertado plenamente.
   Silvia comenzaba a despertarse, preguntó quien se atrevía a llamar a esas horas y al detener por unos instantes su conversación con Caterine para aclararle de quien se trataba, realizó un gesto muy expresivo y dando media vuelta, trató de coger de nuevo el sueño.
   Tras más de media hora de conversación, colgó. El sueño no consiguió dominar de nuevo a  Silvia y al percibir el fin de la conversación. Preguntó.
   - ¿Qué quería?
   - Nada.
   Contestó con rapidez.  Dejó parar unos segundos y añadió.
   - Ha escuchado que le han concedido el Nóbel a Aleixandre.
   De inmediato Silvia se incorporó se abrazó con fuerza a su marido y trató de animarlo. Estaba convencida que se lo concederían a él y la noticia debió suponer una gran decepción. Al comprobar lo afectada que estaba, restó importancia a la noticia y trató de animarle. Tras una larga pausa de silencio absoluto sustituido por todo el afecto y cariño de los dos esposos, rompió aquel silencio.
   - Mi único y ansiado premio eres tú. Nada ni nadie en el mundo puede igualar lo que supone compartir mi vida contigo.
   Las lágrimas se escaparon de los bellos ojos de Silvia. Se abrazó a su esposo y se entregó llena de felicidad y satisfacción. Pues no era él quien le estaba animando. “Este hombre es excepcional pensaba mientras se entregaba a su esposo llena de pasión y deseo.
   Cuando aquella pasión se calmó José cogió el teléfono y llamó a su colega. Lo sacó de la cama, pero no le había notificado nadie la noticia y agradeció de corazón a su compañero y gran amigo la información. Se disculpó por la decepción que sin duda habría sufrido y colgaron.
   Esa mañana tuvo que atender a infinidad de medios de comunicación y a un gran número de visitas que se sucedieron una tras otra a lo largo del día, principalmente de familiares y amigos.
   Cuando a las doce de la mañana se presentaba Caterine, no podía dar crédito a sus ojos. Se encontraba metida de lleno en la presentación de su colección. Esa misma noche se celebraba en París. Al expresarle José su preocupación ella le tranquilizó asegurando que el jet alquilado le esperaría sin problemas y llegaría sin dificultad al inicio del pase.
   Se encontraban conversando, cuando por la puerta del salón hacía su entrada Ignacio. Se enteró por televisión y quería expresarle su apoyo. Al ver a su esposa se quedó petrificado. Ella se aproximó, le dio un par de besos en las mejillas, y regresó al tiempo que reanudaba la conversación. José observó la reacción de Ignacio y aprovechó la ocasión para facilitarles lo hablado en la alquería.
   - Pienso que es hora que os sentéis, ahora que tenéis tiempo y os sinceréis el uno con el otro.
   Al tiempo que pronunciaba estas palabras abandonaba el salón y cerraba tras de sí la puerta. El matrimonio se encontró fuera de juego. Los había pillado por sorpresa y permanecieron varios minutos uno frente al otro sin pronunciar una sola palabra. No era fácil iniciar la conversación, pero por fin, tras unos eternos y tensos minutos Ignacio se decidió.
   - Caterine, no me explico como has sido capaz de dejarte una presentación por algo así. Te juro que no te entiendo. Murió mi padre y tan solo te dignaste a telefonear. Cuando el bufete tuvo esa crisis tan profunda y te rogué que te necesitaba a mi lado. Te dignaste a telefonearme tres veces, lo cierto es que te molestaste tres veces ese día para animarme, pero fuiste incapaz de venir porque estaba la fiesta final de la presentación.
   Ignacio continuó relatando infinidad de circunstancias y situaciones por las que su mujer no había dado una respuesta adecuada según su opinión. Escuchaba a su esposo con atención. En su memoria iba grabándose uno a uno sus reproches. Se estaba tomando su tiempo para responderle. No deseaba alterarse, necesitaba más que nunca estar serena y dominar la situación. Ignacio continuaba sin parar recriminándole acciones, despechos desaires y demás. Por fin, algo fuera de sí por la actitud de su esposa añadió. 
   - ¿No tienes nada que decirme?
   Un silencio hiriente se apoderó de aquel amplio salón. Caterine no quitaba su mirada de los ojos de su esposo. Éste, cuando la cruzaba la retiraba de inmediato, era incapaz de aguantar aquella mirada fría, calculadora e hiriente cuando lo deseaba. De pronto, pensó que era el mejor momento. Con voz pausada y tranquila comenzó.
   - Por lo que he podido escuchar debo ser una esposa con solo defectos. No te he oído decirme nada bueno hacia mi persona. Cuando te conocí eras un chico encantador, alegre, divertido y disponías de todo el tiempo del mundo para mí. Has sido una persona paciente con mi profesión. Sabías desde un principio como era esto de la moda. Eres un hombre muy trabajador y sé por José que cuando te confió los asuntos de sus empresas respondiste perfectamente.
   Cuando Caterine pronunció el fatídico nombre, para él, saltó de su asiento como una pelota.
   - ¡José! ¡Cómo no! Para ti solo existe ese hombre en el mundo.
    La entonación que le dio su esposo a la frase estuvo a punto de hacerle perder la compostura, se mordió la lengua contó hasta diez y le interrumpió diciendo.
   - ¿Así que tus problemas son exclusivamente los celos? Pues lo siento Ignacio. Para eso no hay remedio.
   - Desde luego que lo hay.
  Replicó exaltado por la tranquilidad y seguridad con que le respondía.
  - Dedica más tiempo a tu marido y olvida por una temporada a José.
   Mientras ella hacía sus ejercicios de autocontrol para no perder los papeles, él proseguía con sus recriminaciones. Llevaban más de sesenta minutos hablando, Caterine tan solo había dado unas pinceladas a su intervención. Cansada de oír a su esposo le rogó guardar silencio y le pidió que se sentara. Había hablado demasiado y ahora le tocaba a ella aclarar ciertas cosas. Con una asombrosa tranquilidad y con ese tono dulce y cariñoso que tanto agradaba a José comenzó su discurso.
   - En primer lugar. Y no es la primera vez que te lo digo. José esta por encima de todo, incluso antes que yo misma. Si después de lo que te voy a contar, no estas de acuerdo con esta primera y única premisa, será mejor que cada uno tome su camino. No es negociable. El resto, hasta mi propia persona lo es. Comprendo tu incapacidad de entender algo que no has vivido personalmente. También soy consciente que aun siendo capaz de explicártelo a la perfección, nunca llegarás a saber la verdadera dimensión de la situación vivida. Mi madre y yo no teníamos donde caernos, todo el mundo nos rechazaba, nos repudiaban e incluso nos increpaban. Cuando nadie daba nada por nosotras llegó el personaje del que tienes celos y nos tendió la mano. Te recuerdo, por si tu memoria té falla, que a ti también te la tendió, aunque en otras circunstancias. Fui yo la que le conté  los problemas del bufete y no se lo había terminado de contar cuando ya te solucionó todas las dificultades. Pero volvamos a la época que teníamos verdaderos problemas mi madre y yo. No solo se limitó a proporcionarnos trabajo, vivienda, comida, ropas, dignidad, y un largo repertorio. Se ofreció él mismo, su tiempo, su ternura, su cariño, su amistad. Robándoselo a sus negocios, a su esposa, que por cierto la adora, a sus hijos. Si hubieras podido ver la ternura y el cariño que tuvo con mamá, sin lugar a dudas fue determinante para salvarla, estoy segura que no serias capaz de decir lo que acabo de escuchar.
   Las lagrimas acudieron a sus ojos, el recuerdo de aquel tiempo, la incomprensión de su marido hacía José le impidió proseguir. Comenzó a sollozar y aunque intentó continuar no conseguía articular una sola palabra. Ignacio se conmovió se aproximó a su mujer se abrazó y mientras sus brazos le abarcaban con lagrimas en los ojos se disculpó.
   - Perdón. Caterine, perdóname por favor.
   El silencio se adueño de la habitación. Ella continuaba llorando, incapaz de salir de aquel llanto. Una mezcla de rabia, de incomprensión, de amor, de agradecimiento y de tensión se daba en ese momento en su ser.
   Con dulzura rogó a su esposa que se sentase en el tresillo. Sacó un pañuelo del bolsillo y enjugó sus lágrimas, mientras acariciaba con ternura y cariño aquel angelical rostro.
   - Espero que sepas disculparme. Tratare por todos los medios a mi alcance respetar esa premisa que has expuesto y como señal de mi voluntad y mi amor hacia ti, me iré contigo a París para apoyarte en la presentación de esta colección. 
   Abandonaron el salón. Entraron en el servicio, se lavaron la cara y refrescaron el rostro. Salieron cogidos de la mano y fueron a despedirse. Ignacio se disculpó ante José en presencia de su esposa, agradeciendo el interés puesto por salvar su matrimonio. El chofer personal de José les llevó al aeropuerto para subir al avión fletado por Caterine para regresar a París.
   Cuando ella, en la despedida, se abrazó a José le susurró.
   - Ya te contaré, eres un encanto. Y sigo opinando que esos suecos se han equivocado de personaje al conceder el premio.
   Posó sus labios en los de él y se marchó con su esposo. Se sintió satisfecho los veía marchar bastante reconciliados y el hecho de que Ignacio le acompañara era señal inequívoca que él comenzaba a ceder en algo. Ahora solo le cabía esperar que Caterine fuese capaz de ceder. Le hubiera gustado hablar con ella pero se les haría tarde si no emprendían pronto el regreso.
   El internado donde José cursó el bachillerato se engalanó para recibir al personaje más celebre salido de aquel centro. El salón de actos repleto de gente, no permitía entrar ni una alfiler, alumnos, padres, religiosos, seglares. En fin toda la comunidad educativa sé dieron cita para agasajar al personaje en cuestión. Se encontró y pudo saludar a algunos de sus profesores. En la presentación del acto, la realizó el rector mayor de la congregación desplazado exclusivamente para rendir homenaje a tan celebre personaje. Los elogios, virtudes y cualidades del invitado se resaltaron sin escatimar el mínimo calificativo. Cuando José tomó la palabra fue muy corto en su mensaje.
   - Sé por experiencia que los grandes discursos no suelen llegar a la gente y como también fui niño sé que esto es lo que más os aburre, seré breve y que la fiesta comience. Mi intención es dar un consejo. Vosotros no debéis  pensar en mí, ni en esas figuras de la música, del deporte, de las ciencias o de la política y ser vosotros mismos. Sois únicos y eso es lo que ha de mover vuestras vidas. Tratar de sacar lo mejor que hay en vosotros y desarrollarlo todo lo posible. Y que la fiesta comience.    
   El salón rompió en un estremecedor aplauso, José bajó al público para estrechar la mano que le tendían aquellos estudiantes. Ya en el patio del colegio los juegos, deportes y concursos comenzaron, celebrando de esta manera la presencia del personaje en cuestión. Junto a su esposa Silvia, compartió la conversación y el vino en su honor que les brindó la dirección de la comunidad educativa.
   Quedaron gratamente sorprendidos por la sencillez y el saber estar del matrimonio.
   Permaneció la jornada completa en el centro, dedicando su tiempo especialmente a los más pequeños. Quienes los abrazaban, manchaban sus trajes de chocolate, caramelo o de barro. Si algún educador trataba de recriminarlos tanto uno como otro salían en su defensa.
   - La ropa tiene fácil solución. Deben comportarse como lo hacen con sus papás, nos encontramos mucho mejor si son espontáneos, tal y como son.
   Los niños giraban su rostro hacía el educador y con un gesto muy significativo volvían con los esposos.
   Cuando el matrimonio llegó a su casa, estaban agotados. Se metieron directamente al baño y tras una buena sesión de hidromasaje se fueron a la cama sin cenar.