viernes, 12 de agosto de 2011

NEGRITA PURA VIDA CAPITULO 10 LAS NAVIDADES

- CAPITULO – X -

- LAS NAVIDADES -

Gonzalo y su pequeña se fundieron en un abrazo, levantando barreras a sus sentimientos para fluir en ambas direcciones y transmitirse toda la carga emocional acumulada a lo largo de ese año. Manteniéndose a la expectativa, en un segundo plano, el resto del grupo. Anita no se desplazó sola para recibir a su papi. Carlos, Alberto, Alfredo, Marta y Ángela. Ésta última, procedente de Nueva York para pasar las Navidades en compañía de Alberto. Había aterrizado esa misma madrugada. Cuando por fin Anita liberó a su padre de sus brazos.

El recién llegado volvió a repetir la muestra cariñosa con Marta, para hacer lo propio con Ángela, Alfredo, Carlos y en último lugar con su ahijado. No habían finalizado los saludos cuando partían en conversación camino del parking del aeropuerto. Carlos y Alberto se hicieron cargo del equipaje, para introducirlo en los maleteros de los coches. Subir a los vehículos y regresar a casa.

El viajero se instaló en la habitación que su pequeña le tenía preparada. Mientras el resto, con la única excepción del matrimonio, lo había hecho con anterioridad en el chalet continuo propiedad de Gonzalo. La ausencia total de cualquier tipo de brisa mantenía inmóvil la vegetación del jardín.

Nada alteraba la quietud de su arboleda, de sus plantas y flores. El sol calentaba con cierta intensidad, para la época del año en que se encontraban, y la temperatura a esas horas era más que aceptable. La estancia, al amparo del sol, era incluso agradable. Decidiendo realizar el aperitivo en el jardín junto a la piscina. Para lo cual Anita dio con antelación la orden oportuna. Mientras el servicio se encargó de deshacer las maletas del señor, para colocarlas en el armario. Ellos entraban en la casa. Dos enormes toallas descansaban sobre la cama de la habitación reservada para Gonzalo.

Fue directo al servicio y comenzó a desnudarse, tras comprobar que una muda limpia, junto a la camisa y el traje pendían del vestidor de la habitación. Se dejó acariciar por el chorro de agua caliente permitiendo a su cansado cuerpo relajarse, tras un vuelo cercano a las once horas. Su entrada se recibió con un gran aplauso. Mil preguntas, con sus correspondientes respuestas y lo temido por sus familiares. Había decidido instalarse en Puerto Viejo. Aquel lugar cargado de embrujo, magia, fantasmas, espíritus pero especialmente de negros jamaicanos o descendientes de éstos había cautivado a Gonzalo.

Relató las injusticias, los atropellos, los abusos a los que el negro había y seguía sufriendo. No solamente en aquella zona del mundo, sino en general. Una persecución sobre una raza, trabajadora, sacrificada, y humilde.

- Estoy tratando de poner mi granito de arena para hacer un poco de justicia con esa gente. Y lo cierto es que con ayuda de mi ahijado principalmente lo estamos consiguiendo.

Gonzalo se detuvo para fundirse en un abrazo con Alberto. Expresando la magnífica labor en la gestión de las inversiones realizadas. En menos de seis meses había duplicado sus ahorros. Alberto sonrió y no tardó en repartir los meritos con Ángela.

Pues la ayuda de aquella amiga mutua había sido providencial, sobre todo en el acierto de las inversiones. Ella se quiso quitar las medallas que su amigo le estaba poniendo, y expresó la magnífica conexión con él, ayudándose mutuamente en su trabajo. Se conversó especialmente en la sobremesa. Allí fue donde Gonzalo optó por dejar sus propiedades en España, su chalet, la finca con ganado, próxima a la sierra madrileña y el chalet en Gandia a su hija y yerno. Dejándose caer él por España, especialmente en Navidades. El deseo de su hija se cumpliría al instalarse con ellos las temporadas que pasara en su Patria. Durante la velada les propuso pasar el fin de año en Costa Rica.

En Puerto Viejo, por supuesto. Eso reducía sus días de estancia en España. Cosa que no le disgustaba en absoluto. Su embrujo por Puerto Viejo llegaba a tal extremo que la aceptación de su propuesta le supuso un gran alivio. No estaba muy seguro de poder resistir casi un mes fuera de aquel paraíso. Ahora, si lo unía a tener a la familia al completo durante unos días en su cala, culminaba su felicidad. Por fin les podría presentar a sus socios de Puerto y especialmente al Negro. Esa misma noche Carlos se encargó de sacar, a través de Internet, los billetes de avión para la nación centroamericana. Con su desplazamiento desde el aeropuerto de Alajuela hasta Limón.

En los billetes rezaban sus fechas.

La salida el segundo día de Navidad. El regreso el día anterior de Reyes. De inmediato Gonzalo se puso en contacto con El Negro. Encargándole tener listas un par de cabañas. A ser posible las más próximas a su vivienda. Por ultimo le rogó desplazarse hasta Limón con dos vehículos para transportar a la familia a casa. La noticia del regreso antes de lo previsto del Viejito alegró al Negro Langostero.

Pero cuando éste, fue a desayunar como tenía costumbre al chiringuito de Negrita, y se lo confesó no pudo evitar unas lágrimas de emoción. Iba a tener a su Viejito de regreso antes de lo previsto.

Salvador no perdió el tiempo y de inmediato se dispuso a preparar todo para cuando el Ángel Viejito de Puerto se presentara con la familia. Gonzalo abandonó la conversación antes de la cena. Comió demasiado, pero especialmente estaba roto por el cambio de horario. Se despidió de la familia retirándose a su habitación. Perdonaba la cena. En el salón la conversación proseguía y en todos se reflejaba la felicidad por tener de nuevo y en buen estado al cabeza de familia. Aprovechando el momento bajo de la conversación Alberto invitó a Ángela a pasear.

En principio lo hicieron por el jardín, pero deseaba sincerarse con la americana y sugirió hacerlo por la urbanización. La invitación para pasar las Navidades en España tenía un objetivo muy concreto. De la mano caminaban en silencio, dibujándose en sus rostros la sonrisa e intercambiando miradas. Por fin Alberto se decidió.

- Querida Ángela antes que nada me gustaría sincerarme contigo.

Ángela permaneció atenta y expectante ante sus palabras. Le había hecho hueco en su corazón y estaba convencida que aquel hombre iba a ser el definitivo, tras el fracaso de su matrimonio.

Alberto inició su confesión comenzando por su desengaño.

Su corazón había estado ocupado hasta esas fechas por Ana, la hija de su padrino. Eran de edades similares y desde pequeñitos se veían con asiduidad. Con el pasar del tiempo y conforme evolucionaban de niños, a adolescentes, a jóvenes y por fin a adultos su pasión por ella fue en aumento hasta que un buen día se decidió a confesarle sus verdaderos sentimientos.

Su declaración y consecuente reacción se produjo en Cangas, durante un verano cuando ella y Marta se quedaban en la localidad gallega para pasar el verano, mientras el matrimonio y la madre de Marta acudían los fines de semana.

Se detuvo, tendiendo sus manos a Ángela, para afirmar que en sus largos cuarenta años solo con Ana sintió algo parecido a lo que le sucedía con ella. Su primera y única declaración la realizó en el puerto de Cangas.

Ana con esa dulzura que aun conservaba le confesó que su corazón no sentía lo mismo que él. Lo quería como a pocas personas, pero ese afecto era sin lugar a dudas el que sienten dos hermanos. Estuvo muy comprensiva e incluso cariñosa, circunstancias que le ayudaron a superar la decepción. Luego llegó Carlos y entonces supo con seguridad que toda posibilidad murió con la presencia de éste. Pero desde que se cruzó con ella las cosas cambiaron.

Un te quiero selló la primera parte de su intervención para continuar.

- Me gustaría que pensaras seriamente en la posibilidad de unir nuestras vidas. Pero tómate tu tiempo. Sabré esperar y también debo confesarte que si la respuesta es negativa la asimilaré. La vida me ha enseñado a saber encajar los golpes duros y aunque supondrá una gran decepción, ando algo entrenado precisamente en ese campo.

No soportaba verle con esa expresión preocupada y sin vacilar un solo instante le respondió.

- Mi querido Alberto, si he aceptado la invitación en estas fechas dejando a papá y mamá solos por primera vez en mi vida, en unas fechas como estas ha sido precisamente con la esperanza que sucedieran estos momentos. En nuestro último encuentro estuve a punto de expresarte lo que mi corazón y mi alma sentían por ti.

Ella sonreía contemplando su rostro. Se le notaba temeroso, dudoso, esperanzado, pero al mismo tiempo con esa incertidumbre de volver a sufrir un nuevo revés.

-Ahora se cumplen todos mis sueños. Todas mis expectativas

Se abrazaron intercambiaron sus químicas cargados de deseo y de pasión. Y como dos adolescentes no les preocupo encontrarse en la vía pública, regresando a casa con el semblante feliz. Sus miradas cargadas de ternura se cruzaban con más frecuencia de lo habitual. Tanto ella como él habían mantenido unos días de intranquilidad, de suspenso, de anhelos y deseos. En dos minutos se despejó. Ahora la dicha inundaba sus corazones enamorados. Una de las dificultades con las que debían enfrentarse sería el lugar de residencia. Los dos tenían posibilidad de pedir el traslado al país del otro.

Como personas ordenadas y meticulosas optaron por consultar. Para analizar la situación de cada uno y tomar una decisión, de esa importancia con serenidad. Aunque como muy bien expresaron lo importante era estar juntos. Eran conscientes de los constantes viajes que sus ocupaciones les obligaban. Pero se las compondrían para coincidir en los desplazamientos. Conversaron sobre el momento mas propicio para comunicarlo a sus familiares. No hubo mucho que discutir. Su viaje a Puerto Viejo para pasar el fin de año sería una oportunidad única para notificarlo a la familia. Ángela pensaba llamar a sus padres para reunirse en Costa Rica y pasar juntos el fin de año.

Les comunicarían como al resto su compromiso y tal vez para esas fechas, aunque próximas en el tiempo, tuvieran resuelto la ciudad donde pensaban residir. Esa mañana las señoras se fueron de compras, mientras ellos prefirieron acercarse al club de golf para completar al menos nueve hoyos.

Iban por el hoyo tres, el pequeño bosque de robles, arropaba el recorrido de un par cuatro. Gonzalo, había lanzado su segundo golpe y estaba a escasos diez metros del green, cuando alzó su mirada barriendo el paisaje.

El día acompañaba y el campo, gracias a las recientes lluvias estaba insultante de colorido. Pero Gonzalo sonrió al comprobar que le faltaba esa magia que le cautivó. La de su Puerto Viejo del alma.

Ahora comprendía perfectamente al Negro cuando le faltaban palabras para describir su tierra. Pisar su suelo, su playa o estar bajo su cielo era involucrarse en su encanto, en su atracción en esa magia que te atrapaba desde el primer instante. No jugó mal pero su concentración su mente y especialmente su corazón no estuvo presente en el juego.

Ni siquiera en la conversación circunstancia de la que no fueron ajenos sus amistades ni su yerno.

Recordaba al Negro, le preocupaba aquel pequeño imperio que estaba poco a poco formando en aquella parte de Centroamérica. En Negrita. Como no. Esa criatura tostada por el sol del Caribe. La mujer embrujada que aceptaba el espíritu de su Ana, presentándose ante él el espejismo de su esposa. “Mi Negrita”. Se repetía mentalmente mientras recordaba sus andares por la playa encaminándose hacia su hamaca.

Esos andares que con su ritmo, sus silencios, sus pausas, iban componiendo toda una armonía a la que las olas del Caribe acompañaban. O era ella la que seguía el compás de las olas. Había regresado a España, con los suyos y sin embargo su mente, su corazón, pero sobre todo su alma seguía en Puerto Viejo. Al regresar a la realidad, al presente, a la situación, finalizaba la partida. No había tiempo para más. La comida les esperaba junto a las mujeres. En el trayecto a casa Alfredo comentó con su amigo lo distante que lo notaba. Pidió disculpas pero aquel país centroamericano le había embrujado.

Comentó las técnicas de pesca de la langosta por aquellas latitudes y le prometió llevarle a pescar durante esas mini vacaciones de fin de año. Sus familiares y amigos lo notaron distante pero rebosaba felicidad. Con los ánimos vivos a pesar de la pérdida de Ana. Congratulándose por verle con esas ganas de vivir. Durante la sobremesa su hija le llegó a preguntar.

- Primero que nada quiero confesarte que me alegraría mucho por ti. Cuando vivía mamá se que le fuiste fiel y soy consciente de la necesidad que tenemos todos especialmente a ciertas edades de tener alguien con quien compartir la vida.

Gonzalo le interrumpió.

- Mi pequeña. Si tu intención es saber si hay alguna mujer allí. Te diré que no. Lucho por aportar una gotita a ese vaso que tenemos pendientes con una raza que ha sido y sigue siendo machacada. Y lo hago sin distinción de sexo, edad o religión. Mamá ha sido la única mujer de mi vida y cuando nos reunamos en la eternidad lo seguirá siendo. Te imaginas que luego allí tuviera que compartir mi vida con dos mujeres. Por el simple egoísmo de mantener satisfecho un instinto primario. Ya se que es maravilloso, único, insustituible, pero al fin y al cabo primario. No mi amor, deseo seguirle fiel hasta la eternidad.

A mi edad aunque el sexo pica no es ese fuego de años atrás y puedo superarlo perfectamente volcándome en mis ocupaciones. El compensar aunque sea muy levemente a ese pueblo me hace sentirme bien. Lo cierto es que estoy lleno de vida, con unas ganas de vivir que no tenía cuando aterricé y me enteré del fallecimiento de mamá. Tal vez este perdiendo la chaveta pero muchas veces la veo tan guapa, tan dulce, tan encantadora. Puerto Viejo esta embrujado. Su espíritu aparece en una criatura de aquellas latitudes. No dejo de pensar en ella ni una sola noche.

Cuando vengas a Puerto te enseñare la hamaca junto a la cala bañada por el Caribe donde me tumbo por las noches pensando en ella, mientras siento que me abraza y juntos contemplamos la belleza de aquel paraje salvaje, libre y solitario. Donde no hay ningún impedimento para que su espíritu se presente y me acompañe.

Anita escuchaba a su padre embelesada. No le hubiera importado que estuviese con otra mujer en Costa Rica, pero ahora se alegraba mucho más con lo relatado. No le cabía duda que era feliz con lo que hacía y que aquel país ciertamente le había cautivado.

La paz, la tranquilidad, la ausencia de civilización, sus parajes, el mar, la langosta, la posibilidad de soledad durante largos periodos del día embrujaron a su papito. Amante de la tranquilidad. Consciente de lo mucho que evitaba los actos sociales, la gente, especialmente la gente que solía frecuentar en España, con la única salvedad de la familia gallega. Sin duda Cangas era otro paraíso para él. Pero Puerto Viejo había conseguido embrujar a su padre y hacerle olvidar Cangas, donde ella pensó más de una vez que terminaría sus días.

También lo hubiera preferido pues lo tendría más a su alcance. Pero lo importante era él. Que donde fuera, se sintiera bien y disfrutara de los años que le quedaban. Al fin y a la postre la distancia con los aparatos del momento tampoco suponía excesivo tiempo para viajar uno o el otro.

El día de Navidad al finalizar la comida se produjo un momento emotivo. Fue cuando se brindó con el cava y Gonzalo recordó a Ana. Su compañera. Su amada. La madre de aquella criatura que apretaba fuertemente su mano mientras de esos ojitos verdes, idénticos a los de su mamá, dejaba escapar unas lagrimas de recuerdo, de cariño, de afecto, de reconocimiento. Sin secarse sus mejillas se abrazó a su papá del alma y le besaba con todo su amor. Luego se volvió e hizo lo propio con su esposo. Gonzalo volvió a solicitar un brindis y lo hizo pidiendo las mejores perspectivas y el reconocimiento a ese pueblo, al Negro de su Puerto Viejo, de aquel país extraño que ahora ocupaba parte de su corazón.

De aquel país centroamericano que llegaba a conseguir llevarle junto a su esposa, sentirle, oírle, olerle, degustarle. Pero especialmente comprobar como esa sonrisa se introducía en Negrita para mostrársela con mayor realidad. Finalizó el brindis con esas dos palabras mágicas que iban introduciéndose en la familia. ¡PURA VIDA!