miércoles, 18 de enero de 2012

EL PRIMER AMOR CAPITULO VIII - MI AMIGO EL CURA ANDRÉS

- CAPITULO VIII -

- MI AMIGO. EL CURA ANDRÉS -

La tarde de su segundo día en el internado, cuando las clases finalizaron, Pepe pidió permiso para no acudir al estudio y poder conocer al padre Andrés. Era huertano y deseaba intercambiar opiniones con el cura. La forma como aquel crío le planteo la cuestión le hizo tanta gracia, que aunque el estudio era obligado para todos, consintió a la petición del muchacho. Loco de contento fue en busca del cura. Lo encontró metido en sus invernaderos. Esos tubos cubiertos por plástico transparente donde el cura surtía a la congregación de los alimentos del campo. Con el desparpajo característico se presentó. Don Andrés era una persona de cierta edad, había cumplido los sesenta y en efecto era ingeniero agrónomo. Estuvo casado, pero su mujer murió al año de su boda, no tuvieron descendencia, ni tenía familiares cercanos. Por ello, al quedarse solo, decidió tomar los hábitos y desde entonces se encontraba en aquel internado haciendo lo que más le gustaba, proporcionar alimentos de la huerta a la congregación. Le hizo tanta gracia aquel mocoso, que se hicieron amigos al instante. Pepe le preguntaba sin parar y aquel anciano estaba como loco con él. El niño le hizo algunas observaciones con respecto a las judías y los tomates y aquel hombre se dio cuenta que entendía de cultivos y en esas observaciones tenía toda la razón de mundo. Pepe se interesó especialmente por los invernaderos y le pidió libros sobre el tema.

- Pero hombre de Dios. Los que mejor los describen están escritos en ingles ó francés.

Cuando el muchacho le confesó ser capaz de traducir libros en esos dos idiomas. El asombro del anciano llegó a tal extremo que se quedó por unos segundos bloqueado. Al padre Feliciano, con varias estancias en Inglaterra, le costaba un día traducir cuatro o cinco paginas y al ver como Pepe las traducía con tanta facilidad como si leyese en castellano busco asiento atónito pero especialmente para no caerse al suelo de la impresión.

- Tú vas a ser mi ayudante. Ahora mismo hablaré con Pepe y las horas libres estarás conmigo trabajando en la huerta.

El niño estaba entusiasmado no le había podido dar una noticia mejor.

Se disponía a irse para cenar cuando Andrés le dio cuatro libros sobre temas del campo, los junto con los de la tarde y se subió como un rayo a su habitación para dejarlos en su mesa de estudios, lavarse las manos y bajar con Julián a cenar.

Cuando subía al cuarto para estudiar los temas tratados esa tarde y preparar los del día siguiente el padre Andrés lo retuvo y le dijo.

- Desde estos momentos serás mi ayudante. Como tenías costumbre de levantarte a las seis, a esa hora bajaras al huerto hasta la hora del desayuno. Luego, después de comer té bajas hasta las clases y por la tarde las dos horas de descanso las compartirás conmigo.

Paró un poco para recuperarse y advirtió al niño.

- Pero si bajas lo más mínimo en tu rendimiento académico esto se acaba en el momento que alguno de tus profesores me lo comunique. Pepe estaba como niño con zapatos nuevos, abrazó a padre Andrés y subió como una bala a la habitación para contárselo a su amigo Julián.

Durante esa semana Pepe le descubría los secretos de su familia en el arte de cultivar. Le traducía y copiaba artículos de revistas extranjeras, en ingles y francés, especializadas en temas del campo. Andrés le explicaba las técnicas de los invernaderos y la posibilidad de tener dos o tres cosechas al año. Poder disponer de verdura en cualquier época del año. Le sacaba los libros de la biblioteca solicitados y trabajaban codo a codo en la práctica de toda aquella información recogida. Se identificaron hasta tal punto que daba la sensación de conocerse desde hacía años. El padre Andrés no dejaba pasar un solo día sin preguntar a los profesores por la marcha del muchacho. Toda la información recibida no solamente era positiva. Nadie había conocido un caso como aquel muchacho.

Una tarde hablando con el de Geografía le confesó ser el niño quien le enseñaba a él. Sabía los afluentes de los ríos, los riachuelos de la zona, las fuentes en el entorno a un determinado río. Era una enciclopedia viviente. No se explicaba de donde sacaba tanta información, pero sobre todo, como era capaz de retenerla. Le explicó que durante un recreo se quedó con el muchacho para hacerle una prueba consistente en leer un libro. Concretamente el código penal. En el transcurso de los primeros quince minutos el niño lo estuvo leyendo. Luego se lo retiró y tomándolo en sus manos, me comenzó a repetir palabra por palabra, coma por coma, lo leído con anterioridad. Se quedó perplejo. No podía creer lo comprobando personalmente.

- Tiene una memoria fotográfica.

Andrés se sentía orgulloso de haber tomado la iniciativa con él. Se interesaba por los temas del campo y sus conocimientos iban en aumento. Escribía cartas a países del desierto donde tenían implantadas unas técnicas de cultivo que con toda seguridad valdrían para aplicarlas en los invernaderos. En conversaciones con el director y el jefe de estudios comentó haber aprendido más en esa semana con aquel mocoso que en dos años de facultad.

En las tertulias de los profesores, durante los recreos, Pepe era tema de constante conversación. Cuando se reunían ya iban preguntando por donde los sorprendió ese día aquel renacuajo. Sus modales educados, su ternura, su paciencia, su solidaridad con todos. Dedicaba tiempo a los compañeros con dificultades. Su forma de explicar era tan clara y amena que algún profesor llegó a afirmar.

- Nos quitará el puesto a todos.

En esa primera semana Pepe se había hecho con toda la gente, no había posibilidad ni siquiera de envidia, era tal la sencillez, tal la entrega de aquel niño ante cualquier necesitado que pronto se hizo querer por todos.

El sábado por la noche cuando estaba con el padre Andrés se acercó y con sencillez le preguntó.

- ¿Puedo llevarme estos libros y apuntes a casa? Me gustaría que mi hermana Rita los estudiara, sé que le gustaran y cuando vuelva otro domingo los recogeré y se los devolveré.

Don Andrés lo miró con la ternura de un padre.

- Todo lo que tenemos aquí es de los dos y tú puedes disponer de ello como sí te perteneciera.

Pepe se le abrazó. Cogió los libros y los apuntes que creía más interesantes para su hermana y se subió a su habitación para dormir.

Ese domingo también se levantó a las seis, bajó al huerto y comenzó a trabajar con Andrés. Estaban preparando un invernadero especial, dividido por compartimentos. Doce en concreto y habían decidido plantar cada mes unas judías. Las primeras en el primer compartimiento, las segundas un mes después en otro y así sucesivamente hasta completar un año y cubrir los doce espacios. Deseaban poder disponer de judías todos los días del año.

Cuando se hizo la hora del desayuno se fueron al comedor y antes de despedirse el niño le rogó que le acompañara ese día a casa, para ver sus campos y ayudar a su hermana Rita a poner en funcionamiento un pequeño invernadero. Andrés tenía cosas que hacer, pero aquella proposición le pareció mucho más atractiva, aceptando encantado.

Cuando los dos salían del internado la señorita Elisa le estaba esperando en la puerta. Había hablado con el director y le informaron de la marcha del muchacho. Estaba orgullosa de su hijo adoptivo, lo estrechó fuertemente contra su pecho y le propinó dos sonoros besos. Le fue presentado Andrés y los tres subieron en el tranvía para regresar a casa.

Rita fue quien anunció a toda la familia la llegaba de José. La prole de chiquillos salió al porche para recibir a su hermano. Marta estaba ansiosa de abrazarlo y tenerlo entre su regazo. Una semana sin verlo era demasiado. Una semana sin sus cumplidos y sus mimos, era un infierno. Rita salió corriendo por el camino y cuando llegó a la altura de su hermano de un salto se subió en sus brazos. Se lo comía a besos mientras él llevándole proseguía su camino hacia casa. Los saludos, los besos, los apretones de manos, las presentaciones y de más se dieron cita en aquel encuentro. José no daba a basto para saludar a todos, le dio los libros a Rita y esta escondiéndolos se subió rápida al desván para ocultarlos en su sitio secreto. La maniobra le chocó al padre Andrés que hizo la observación a Elisa. Ésta con discreción y en voz baja se lo explicó.

- Si se entera su padre que la niña lee y esta estudiando posiblemente le mate a ella y luego a mí.

A lo largo de la mañana le fue explicando la situación de aquella familia. Buscaron a José para presentar al padre Andrés, pero ya se había ido con sus dos hermanos mayores a los solares para recoger unos hierros necesarios para el invernadero. Hasta la hora de comer estuvieron montándolo, de diez metros por diez. Con el material recogido de los escombros. Era un pedazo de terreno muy próximo a la casa que no se utilizaba. El Coeter al ver a sus hijos montándolo, refunfuñó.

- En vez de construir cabañas para jugar más os valdría quitar malas hierbas de los campos.

Le presentaron al padre Andrés, que como ya estaba avisado por Elisa entró con buen pie al padre de su ayudante.

- Buen hombre.

Comenzó alabándole aquellas técnicas familiares para regar, para abonar, para plantar etc. Aquello escuchado de un ingeniero y, además, cura, le hicieron hinchar pecho y le cayó bien el invitado.

Tras la comida los hermanos prosiguieron montando aquella casa cubierta por plásticos. José les prometió que aquello sacaría a la familia de la pobreza. No estaban muy seguros pero como aquello no se utilizaba por probar no iba a quedar. No les hizo tanta gracia cuando les indicó que Rita se encargaría del invernadero, pues tenía una serie de libros y apuntes para realizarlo.

- Pero no lo comentéis con padre. Rita y yo hemos quedado en decir que ha sido idea vuestra, mientras ella se encargará de limpiar las paredes de plástico.

Andrés conversó con Rita por espacio de dos horas y le fue indicando como debía montarse todo aquello. Mientras tanto sus hermanos trabajaron la tierra cubierta por aquella casa en forma de tubo siguiendo las indicaciones de José. Plantaron tomates, la primera cosecha sería para Navidades, ya que era uno de los productos no propios de esa época.

Cuando terminaron el trabajo era hora de regresar al colegio. Elisa no se había quedado a comer, por tanto, el padre Andrés y José tras despedirse de la familia regresaron. Los dos tranvías de rigor y nuestros viajantes llegaron dos horas más tarde de las permitidas, pero como Pepe venía con Andrés no tuvo el mínimo problema, se subió a su habitación y tras lavarse como pudo se metió en la cama y quedó profundamente dormido. La visita a su familia el ajetreo, la tensión y el montaje récord de aquel invernadero lo habían agotado, intercambio algunas frases con su compañero de habitación y a los pocos minutos estaba en el séptimo cielo.

Las semanas transcurrían con normalidad. Las investigaciones llevadas a cabo por cura y alumno comenzaban a dar sus frutos. Recibían contestación a las cartas escritas y seleccionaban la información más interesante confeccionando un libro sobre el cultivo en invernaderos. Tomaban algo de una carta, de un artículo, de libros, de lo experimentado con éxito. Poco a poco llegaron a terminar un tratado sobre el tema.

Las clases se desarrollaban con normalidad Pepe realizó varios exámenes al igual que sus compañeros y en todos figuraba la máxima nota.

Todas las semanas recogía los libros prestados a Rita y le llevaba otros, su hermana estaba entusiasmada y en una de las visitas confesó a su hermano su deseo de estudiar ingeniero agrónomo. Aquel tema le apasionaba y le gustaba. Cuidaba con increíble esmero el invernadero y comenzaba a dar sus frutos, sus hermanos no podían creer ese milagro y mucho menos su padre que como siempre y ante su ignorancia auguraba que no tendrían sabor.