- CAPÍTULO OCTAVO.
- LA DECISIÓN. -
El Mercedes se deslizaba por las calles de
París a gran velocidad. En él la pareja en compañía de sus abogados se dirigían
hacia la mansión de Pierre Valery. El coche se detuvo en la entrada permitiendo
observar las luces, el sonido y el movimiento en la vivienda revelando la
presencia de personas en la casa. Llamaron a la puerta y un criado atendió a
los recién llegados. Los invitó a pasar, pero José presentó a Linda y a sus
abogados. Le entregó una tarjeta y rogó, con su exquisita amabilidad, que
comunicara al señor su presencia y el deseo de conversar con él, aguardando en
la entrada la respuesta. De inmediato se presentó Pierre, estaba desencajado,
esas horas de tensión vividas habían hecho mella en el rostro de aquel hombre.
Con una educación no esperada invitó a los presentes a entrar en el salón.
Esperarían si deseaba tener a su abogado. Con la misma educación que los
recibió rechazó la petición y esperó el vendaval.
José, junto a sus abogados, se colocó en un
segundo plano y cedió la palabra a
Linda. Estaba muy tranquila tener a José arropándole le dio la serenidad y la
fuerza para enfrentarse a la situación. Se extrañó al no sentir el menor rencor
hacia aquel hombre que estaba contra las cuerdas. No tenía ansias de revancha y
en esos momentos lo que menos deseaba era hacer daño a nadie, ni siquiera a
Pierre. Con suma serenidad y confianza en si misma comenzó su exposición.
- Supongo que sabrás cual es tu situación en
estos momentos.
Pierre, que aparentaba bastante serenidad,
le interrumpió.
- Linda creo que no estás muy al corriente.
Ella le rogó escuchar y si algo de lo
expuesto no era cierto podía interrumpirle.
- Continúo.
Comenzó diciendo para proseguir.
- Sé que tu compañera te ha dejado en la
estacada y ha empleado las mismas formas que tú hace tiempo empleaste conmigo.
Lo sabes porque te lo han comunicado nuestros abogados y supongo que el tuyo.
También serás sabedor por la misma vía que se ha presentado una demanda contra
tu firma por apropiación indebida de modelos registrados con mi nombre. Por
supuesto que tu compañera pedrera la firma, con toda probabilidad, pues la
demanda va contra la compañía y según obra en nuestro poder ahora figura a su
nombre. Sobre tu casa pesa un embargo por el pago de cuatro millones de francos
y tus haberes en estos momentos no ascienden a más de cien mil.
Conforme Linda iba exponiéndole la
situación, su rostro cambiaba. La seguridad de un principio fue desapareciendo
hasta el punto de romper a llorar y suplicar. Linda sin inmutarse, serena y
segura prosiguió.
- Pierre a estas alturas no me puedes
conmover. Te he dicho desde un principio que toda relación entre nosotros
terminó. Te he perdonado como persona y mi intención, es olvidarlo. Bety se
viene a trabajar con nosotros, conoce perfectamente la firma y nos será de
mucha ayuda para integrarla en la nuestra. Sabe lo sucedido y no quiere
volverte a ver. Al menos de momento. Es posible, y también son palabras de
Caterine, que con algo de tiempo quieran conversar contigo. Al fin y al cabo
eres su padre.
Un prolongado silencio. José y los abogados
permanecían expectantes con el semblante serio. Atentos a los acontecimientos
pero sin pronunciar palabra. Casi ni respiraban. De nuevo fue Linda quien
rompió aquel cortante silencio.
- Traigo aquí el pagaret de todas tus
deudas. Tu casa seguirá siendo tuya y José me ha rogado pagarte dos millones de
francos por lo que te han robado, con una condición. Los modelos registrados
con tu nombre pasaran a la firma Revaud. Hay cosas muy buenas que pueden
aprovecharse. Espero tu respuesta.
Pierre rompió de nuevo a llorar tomó la mano
de Linda y la besaba mientras suplicaba perdón. Con delicadeza la retiró y con
la misma serenidad del principio añadió.
- Pierre no somos niños. La vida me ha
endurecido como jamás pensé que podría hacerlo. Tienes mi perdón, pero es mejor
seguir por el mundo cada uno por su lado.
Pierre solicitó de inmediato los papeles
para firmarlos, pero José con su característico aplomo le rogó llamar a su
abogado. Tras insistir así lo hizo. Tardó un par de horas, que fueron
impresionantemente tensas. Al personarse le informaron la oferta realizada a su
cliente, así como la posibilidad de tomarse el tiempo necesario para
reflexionar la propuesta. No llegaron a salir del salón, estaba claro. La
oferta era inmejorable y sin dudarlo firmaron los documentos. José entregó a
Pierre los papeles como pago de sus deudas y firmó un cheque con el valor
acordado. Se dieron la mano y cuando iban a abandonar aquella mansión se
cruzaron con Bety y Jorge. Ella iba a recoger sus pertenencias y abandonar el
hogar. Besó a su madre. Luego a su padre.
- Sé que deseas hablarme pero dale tiempo al
tiempo. Me ha dolido mucho todo esto, pero eres mi padre y si mamá ha sido
capaz de perdonarte con mayor motivo lo hago yo. Cuídate. Nos veremos.
Dio media vuelta y subió a su habitación
para recoger sus cosas. A Pierre le hubiera gustado abrazar a su hija y rogarle
el perdón. Pero se dio cuenta que en esos momentos la mejor despedida o dialogo
entre los dos se dio con sus palabras. Por ello esperó a que sus invitados
abandonaran su casa y con su abogado cerraron el trabajo iniciado ante el
posible juicio. Ahora la demanda se volvería contra su infiel amiga. Tanto el
abogado como Pierre se ofrecieron a ayudar en la demanda planteada contra la
que figuraba como titular de la firma Pierre Valery.
De regreso al hotel, dejaron a los abogados
en casa y la pareja en coche decidieron detenerse junto al Sena.
Antes, Linda, se lo había pedido.
- Necesito tomar un poco el aire. José detén
el coche por favor.
Le rogó si lo deseaba regresar solo. Ella
volvería al hotel en taxis. Pero no se lo permitió, bajó con ella y a dos pasos
caminaba detrás como guardaespaldas lo hace con su jefe. Linda le tendió la
mano y le rogó.
- Te importa abrazarme.
No había terminado la frase cuando los
fuertes brazos de José la rodeaban. Fundiéndose en un apasionado abrazo. Era la
segunda vez que notaba a su amigo algo descontrolado. Esta vez inicialmente no
consiguió reprimir esa agradable sensación. A su mente acudió Silvia pero se
dejó llevar por la pasión y mantuvo
durante unos minutos su cuerpo junto aquel maravilloso hombre. Ninguno de los
dos hizo aman de besarse, aunque sus cuerpos se lo pedía con fogosidad y
pasión. Se dieron la mano y comenzaron a pasear bajo la fría noche Parisina.
José estuvo en un trís de confesarle quien era. Pero esa jornada había sido demasiada
cargada de sorpresas, de alegrías, de encuentros. Y prefirió guardarlo para más
adelante.
Vieron un local, de los que permanecen las
veinticuatro horas abierto entraron a tomar café. Estaban congelados. Sentados
uno frente a otro se contemplaban. Con sus miradas se desearon, se dieron y se
sintieron enormemente felices de estar juntos y de haberse conocido. No se
pronunció una sola palabra. Tan solo miradas, sonrisas y algún que otro gesto
con el rostro. Pero la hora y media que estuvieron uno frente al otro les
parecieron segundos.
Por fin se levantaron, pagaron y cogidos de
la mano, como dos enamorados regresaron al coche y fueron a sus habitaciones en
el Hotel. Silvia esperaba a su marido despierta viendo una película en la
televisión. Al verle entrar se levantó se abrazó a él y se besaron. No hubo
necesidad de palabras. Unieron sus cuerpos y dejándose caer sobre la cama se
quedaron dormidos.
La familia los despertó con los periódicos
de la mañana y las primeras revista de moda resaltando el éxito de la firma
Revaud. Todo eran elogios para la colección y especialmente para las
diseñadoras. Alababan la buena visión de aquel español que había financiado la
firma y la profesionalidad llevada. Les invitaban a lanzar al mercado bursátil
acciones pues sería una garantía de rentabilidad para los inversores y un
seguro para la empresa.
Desayunaron y fueron al aeropuerto para
regresar a New Ville. Deseaban estar en casa, pues tarde o temprano deberían
fijar su residencia en París.
Tras la comida se reunieron en el
apartamento de Linda. Jorge comenzaba a distinguir a las dos hermanas, pero en
más de una ocasión dudaba. A ellas les agradaba la situación y bromeaban con
él. El matrimonio al ver a su hijo con Bety cruzó sus miradas y sonrieron. Durante
la conversación comentaron que ya iba siendo hora de abandonar Francia y
regresar a España. El negocio estaba asegurado con esas cuatro encantadoras
mujeres, en las que depositaba toda su confianza. Los rostros de Linda, Brisite
y Caterine cambiaron radicalmente. Eran casi dos años con aquel maravilloso
hombre y ahora les iba a dejar. Con quien iban a soñar, a quien esperarían con
impaciencia verle entrar con la sonrisa en los labios por la puerta. Pero
debían resignarse a lo inevitable. Al comprobar sus rostros se permitió
bromear.
- Espero que nos hagáis alguna visita a
España. Nosotros también haremos alguna por aquí. Además, me temo que mi
querido hijo va a realizar muchos viajes.
De inmediato las miradas se dirigieron a la
pareja que precisamente en esos momentos y en un rincón algo discreto se
fundían en un apasionado abrazo con beso incluido. Al sentirse observados se
ruborizaron y las risas rompieron aquel momento tenso y triste.