jueves, 14 de agosto de 2014
UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN- SEGUNDA PARTE- ANDREA- CAPITUITULO 25 LA ESCUELA DE FÚTBOL
CAPÍTULO VIGÉSIMO QUINTO LA ESCUELA DE FÚTBOL
Andrea abandonaba, en compañía de su padre
Costa Rica, muy a pesar suyo. La reanudación de las clases y las obligaciones
de la empresa así lo requerían.
Con el permiso del consejo de ancianos Bribri
adquirió unos terrenos donde funcionaba una sección de fútbol. Jóvenes
indígenas se hacían cargo de la enseñanza del juego bajo la supervisión del
español. El Bribri era la única lengua que se podía hablar en aquellas
magníficas instalaciones y el objetivo principal de sus matriculados era
divertirse y disfrutar por medió de aquella actividad tan anhelada y deseada
por su población infantil. Entre los ancianos Bribri consiguió la participación
de los abuelos de Andrea para impartir clases del idioma nativo. Pronto la
comunicación entre todos los componentes de aquella asociación deportiva,
apoyada y financiada por aquel extranjero, fue fluida. En broma los ancianos comentaban
que en la etapa colombina los españoles les habían intentado conquistar, con
todo ese armamento sofisticado para la época, enviando miles de soldados. Nunca
consiguieron someter a su pueblo. Ahora un solo español les había conquistado
el corazón a todos.
Las últimas semanas Andrea buscó con
desesperación poder encontrarse con Julián a solas, pues la fecha de su regreso
a España estaba próxima. Por más que lo intentó le resultó imposible. Su empeño
por unir su vida con aquel maestro se había liberado de uno de los obstáculos
más grande para conseguir su sueño desde que le conoció. El mismo día de la
celebración de su decimoctavo aniversario, trató de quedarse a solas con él a
pesar de ser consciente que Julián no cedería a una relación de otro tipo. Pero
recordaba muy bien esa frase suya donde insistía:
“No os
desaniméis nunca luchar por lo que verdaderamente queréis, sin desfallecer,
tarde o temprano lo conseguiréis”.
Siempre lanzaba la frase en referencia a su
vocación, a sus metas profesionales, a sus estudios o a los estudios. A sus
deseos sociales y profesionales. En varias ocasiones y conociendo a su alumna
le había advertido que en el campo sentimental se daban situaciones insalvables
y para eso estaban los sueños, los amores platónicos. Siempre sonreía. Deseando
tanto llegar a la mayoría de edad que ahora aquel hombre se le escapaba como
una anguila de la albufera levantina. Cualquier otro muchacho u hombre no le
atraía, la imagen de su padrastro abusando la tenía muy reciente y huía del
contacto con varones, a excepción de sus familiares y por supuesto de Julián.
Al volver a España se volcaba en sus
estudios y se olvidaba de todo menos de su maestro. Vivir en el palacete le
supuso una buena terapia para las dudas, los temores, las inseguridades que le
había creado aquel desagradable incidente. Gente de la facultad que intentaban
conectar, por su belleza, por su simpatía pero espacialmente por su disposición
a ayudar al que lo necesitaba. Pero a la conclusión de la jornada abandonaba el
recinto universitario no se sabía nada de ella. Conocían que se desplazaba
desde Donostia todos los días y regresaba a descansar. Pero los viernes por la
tarde había tiempo libre hasta la mañana del lunes y siempre había posibilidad
de quedar, para tomar una copa, bailar, ir al cine o cualquier otro
espectáculo. Cuando alguien le proponía alguna salida siempre alegaba que
estaba solo con su padre y le necesitaba. Eludía las invitaciones.
La comunidad de Talamanca estaba
entusiasmada con el quehacer de aquel español. Los niños esperaban la hora de
su actividad futbolera como maná del cielo. De qué forma tan sencilla Julián
había conseguido que sintieran verdadera pasión y amor por aprender la lengua
de sus antepasados. Todas las actividades se planteaban con un único fin,
divertirse por medio del juego. El baloncesto aunque tímidamente comenzó sus
pasitos, y el balonvolea entre las féminas adquiría una gran atención y
participación.
El recinto deportivo quedó paralizado ante
la presencia de un inesperado personaje, el Usekör. Se presentó sin previo
aviso para conocer aquel centro del que tanto había oído hablar. Aunque
conociendo al responsable de su funcionamiento no le extrañó. Compartir
conversación, discusiones y planteamientos de la vida con aquel maduro
extranjero era algo que le fascinaba. Recorrió con su parsimonia y parco en
palabras todas las secciones y en especial se detuvo en las aulas de la
enseñanza de la lengua autóctona. Varios de sus colegas de edad similar
ocupaban parte de su tiempo en propagar la lengua, las leyendas y mitos de
aquella raza, de aquellos nativos, legítimos dueños de aquel paraíso tropical.
El primer torneo que celebró la entidad se
produjo a primeros de enero. Julián consiguió que asistieran un par de
jugadores de la selección nacional y aquello fue todo un acontecimiento. Con
anterioridad averiguó que jugador de la nacional les gustaba más a cada uno de
ellos y adquirió un equipaje completo de la selección con los nombres que le
pidió, cada niño. Finalizado el torneo tendría su camiseta y los dos jugadores
asistentes fueron los encargados de entregársela. Hubo ganadores y vencidos
pero el premio fue por igual para todos los participantes. En esa primera
edición consiguieron un total de cinco equipos con una participación de setenta
y cinco muchachos, todos Bribri. Pero en la mente de Julián andaba la idea de
organizar un torneo a nivel nacional de todas las tribus indígenas de Costa
Rica.
En una de sus conversaciones con el Usekör,
le confirmó que acudiría a su celebración y le ayudaría hablando con otros
jefes de las diferentes tribus para que fuera todo un éxito. Los nativos de
Costa Rica debían unirse y el deporte era una buena excusa para reencontrarse y
tratar otros temas de importancia. Principalmente el acoso a que eran sometidas
algunas etnias minoritarias que corrían el peligro de su extinción.
Aquellos niños, muchos de ellos descalzos, recibían
personalmente los equipajes, balones, botas y además por dos de sus ídolos
nacionales. Corrían como gamo delante del jaguar para enseñarla a sus hermanos,
primos, parientes, padre, madre, abuelo, abuela. Hasta hubo un pequeñín que se
la enseñó a los cuatro animalitos que tenían en la granja. Al recriminarle su
abuelo que los bichos no entendían de eso, el niño muy enfadado repuso que
siempre le decía que había que cuidar de los animales pues eran de casa. Las
sonrisas en el seno de aquella familia saltó con la salida de aquel mocoso. Más
tarde Julián se enteraría de la anécdota pues se la contaría el propio abuelo
del niño.
Esa noche recogido en la cabaña con Maureen
y Roberto, tras cenar se perdió por la selva siguiendo el camino de la cala.
Noche luminosa, el cielo estrellado reflejándose en el Caribe multiplicándose.
La claridad proporcionada por una luna llena facilitaba el transitar en la
oscuridad sin encontrar el menor impedimento para colocar un paso y luego el
otro. Nada más irrumpir en aquel marco abierto, iluminado, estrellado hasta tal
punto de no encontrar hueco en el firmamento, incluso las luces de alguna
aeronave, a miles de metros de altura, destellaban al compás de su
desplazamiento, surcando el cielo. En ese instante, en ese lugar, en la playa
de su cala, se iniciaron recuerdos lejanos que alegraba, aterraba, satisfacían,
apenaban o congratulaban su alma y su corazón. Su mente viajaba a miles de
kilómetros, a décadas atrás, a otra cala, a otra playa con diferente encanto, a
sonidos conocidos o desconocidos. A percibir en su piel la brisa, la misma
brisa que arropó sus cuerpos, sus almas, sus rostros. Esa brisa que portaba las
ondas de uno a otro con la misma sintonía. A percibir su mano entrelazada.
Caminaba pausadamente, recreándose con el desfallecimiento de la última ola,
percibiendo su magia. Esa magia que nunca llegaría a comprender porque se daba
en aquel lugar del planeta. Nunca sintió algo parecido en España. La mirada
perdida, quieta, inmóvil, sin un solo pestañeo, mientras saboreaba la calidez
de su mano, e incluso en ocasiones el roce de su antebrazo. Se detuvo
bruscamente, la tenía delante de él, era real. Hizo aman de tocarle pero se
retuvo, no fuera que la magia del momento se desvaneciera y perdiera su imagen
para el resto de la noche. Abobado, acaramelado, completamente enamorado
aguardando y anhelando que se lanzara, a conversar, a abrazarle, a besarle. A
que le diera aunque fuera un bofetón, pero sentirle. Sentir el contacto de su
piel con la suya. Su respiración se aceleraba a la par que su corazón. El aire
parecía ser insuficiente para la demanda de sus constantes vitales. De pronto sintió
su mano, con una ternura, una dulzura, un cariño y un amor, que no perdió las
fuerzas de sus piernas de puro milagro para mantener ese contacto. No estaba
soñando, no se había metido en la cama. Todo había oscurecido, solo su figura
iluminada como para rodar una escena cinematográfica se le presentaba ante él.
Trató de desviar levemente su mirada hacia el firmamento para captar las
estrellas pero era un velo negro cubriendo todo aquel manto que hacía
escasamente unos segundos les envolvió. Incluso sintió su mano entrelazada con
la suya. Buscó el mar. Nada. Toda una sombra negra y ante él aquella figura
resplandeciente. Desvió su mirada con desesperación buscando la arena. Flotaba,
flotaba en la oscuridad. Solo la percibía a ella. Resplandeciente, bella,
joven, hermosa. Esa mueca de dulzura dibujada en su rostro era la premonición
de que no tardaría en romper el silencio. Un silencio espacial, mudo,
inquietante, esperanzador. Y el ruido de la selva, el romper de las olas, los
latidos escandalosos de su corazón, los jadeos de su boca al tratar de captar
bocanadas de aire, todos esos sonidos se esfumaron, desaparecieron. El silencio
se había apoderado del momento.
Tengo cáncer.
Volvió a escuchar esas dos palabras mientras
las lágrimas brotaban sin pausa. Esas dos palabras, retumbaron en sus oídos.
Esas terroríficas palabras que trataba de justificar cuando le negó su amor.
Cuando su conexión era total desde el primer cruce de miradas. Si era la
energía complementaría a la suya y por no dañarle rechazó esa conexión y en
esos momentos se dio cuenta de su error.
Te quiero, te quiero.
Gritaba entre un llanto de liberación de
deseos, de compartir su dolor, que también era parte de su amor hacia él. Se
desplomaron los dos sobre la arena, abrazados, llorosos, sofocados, buscando
sus bocas, buscando sus cuerpos. Besos, lloros, lágrimas, achuchones, caricias.
Las palabras sobraban. El aire les faltaba, sus corazones chocaban
materialmente fuera de sus cuerpos impregnados de arena, de agua, de lágrimas.
Sus ropas se fundían con cada caricia, con cada beso, hasta sentir la piel de
uno en la del otro. Compartiéndose, explorando cada rincón de sus cuerpos.
Unidos en uno solo rodaban por la playa, hasta la plenitud del placer, de la
pasión, de compartir hasta el último cabello. De pronto aquella luz que le daba
imagen se fundió y de nuevo el cielo estrellado, la luna en lo más alto, el mar
hablando, la selva chillando y él tirado en el suelo abrazado a la arena,
mojado. Se levantó y chilló como un poseído. Se dejó caer de nuevo en la arena
para comenzar un llanto que le duró hasta su regreso a la cabaña.
Fue directo a la ducha, recogió la ropa en
una bolsa de plástico, ya que estaba completamente mojada y con el pantalón
corto con el que solía dormir en aquellas tierras y sin camisa, bajó a la
cocina y depositó las ropas en la pila. Dio al grifo, las enjuagó un poco y
luego tras llenarla dejó en reposo las prendas que se había quitado.
Esa mañana llegaban a Limón los padres de
Andrea y de la tropa. Para pasar una temporada y solucionar asuntos de la
empresa. Julián fue a buscarlos al aeropuerto y los llevó de vuelta a casa.
Comieron todos en familia y luego nada mas comer Julián se fue hacia el
complejo deportivo, para seguir con el trabajo que se había impuesto en
aquellas tierras. La idea de organizar a nivel nacional una competición entre
las tribus indígenas había calado, principalmente a los jefes de los distintos
clanes que tras la charla con el Usekör, les pareció una magnífica oportunidad
para tratar asuntos entre todos que les afectaba en general. En su pequeño
despacho del complejo deportivo y en su ordenador tenía numerosos correos de
diferentes lugares en los que solicitaban más información. Mandó la
documentación que habían elaborado y las fechas que tenían en un principio para
celebrar dicho acontecimiento. Julián había hablado con su cuñado, pues varios
jugadores de la primera plantilla del Barcelona y del Real Madrid habían
firmado unos contratos con el banco para una serie de anuncios y él trataba que
en el mes de julio alguno de estos jugadores accediera a asistir al evento
deportivo de tribus indígenas en Costa Rica. En esta ocasión su cuñado se volcó
con la petición de Julián. Vio una gran posibilidad comercial si se le daba
algo de bombo a la presencia de ciertos jugadores de esas dos importantes
plantillas. Dialogó con las empresas de publicidad para aprovechar el evento y
rodar algún spot en Costa Rica, de esa manera mataba dos pájaros de un tiro. Añadiendo
la parte humanitaria al spot, tan necesitada en esos tiempos por las entidades
bancarias.
Aprovecharía su próximo viaje a España para
poder cerrar el asunto con su cuñado y con los jugadores en cuestión. Estarían
de vacaciones y podrían aprovecharlas para cumplir con las entidades con las
que se comprometieron para los spot publicitarios. El planteamiento de considerarlo
como una colaboración con gente necesitada motivaría a esas grandes figuras a
soportar la dureza de un viaje tan largo. Tenía pensado también buscar
equipamientos tanto de un club como de otro para el reparto a todos los
participantes y aprovecharía la presencia de los jugadores para firmar alguna
de forma simbólica, ya que la mayoría de las mismas llegaban con la firma y una
dedicación de los jugadores.
Terminada su jornada impuesta por él decidió
perderse por la selva, buscando la compañía y la conversación de aquel
personaje de los Bribri.
En la cabaña, sentados sobre dos troncos, se
despacharon con los productos que la selva les proporcionaba. Luego, Julián se
quiso dar un baño y se lanzó a la poza cuando la noche había invadido la selva.
Conversaron durante un rato y luego uno en cada hamaca se dejó llevar al mundo
de los sueños.
Muy temprano, con la primera claridad del
día ambos personajes decidieron ir de caza por la selva. A pesar de la edad
aquel endiablado viejo se movía como un autentico atleta. Habían cazado dos
piezas para la comida y decidieron hacerse con ellas sentados al lado de una
gran cascada, junto a un pequeño riachuelo de aguas cálidas. El viejo le
aconsejó que un baño diario en ellas, fortalecían los huesos y relajaba la
tensión de toda la musculatura. No hubo necesidad de repetirlo dos veces. No
había finalizado la frase cuando se relajaba en esas aguas bajo una diminuta
cascada de un metro que caía sobre su espalda, mientras sus posaderas
permanecían asentadas en el curso del riachuelo. No pudo comprobar que sus
huesos eran más fuertes, de lo que no le cabía la menor duda era del descanso
de toda su musculatura, cansada de la caminata, y al ritmo que ponía aquel
sabio. En el gran río tras un pequeño reposo, mientras conversaban, se
dispusieron a pescar. Aquel hombre le sorprendía en cada momento. Su habilidad
para la pesca era increíble, Julián lo intentó en más de treinta ocasiones y no
llegó a conseguir nada. Mientras que aquel anciano tiro de lanza era sinónimo
de pez en su punta. Envueltos en unas hojas y cubiertos de sal, que Dios sabe
de dónde la sacó aquel hombre se las llevaron para cenar esa noche en la
cabaña. De nuevo y antes de ponerse a cenar, en esta ocasión, Julián se dio un buen
baño en la poza. El viejo le decía que se ponía apetitoso para los mosquitos y
los insectos. Pero ya había tenido alguna experiencia de ello y siempre en su
mochila portaba el protector contra los insectos, una tela fina que la colocaba
estratégicamente para que ningún bicho pudiera perturbar su sueño.
Pronto le llegó el día de su marcha a España
donde permanecería unas tres semanas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)