viernes, 5 de agosto de 2011

NEGRITA PURA VIDA - CAPITULO 8 LA DECISION

- CAPÍTULO VIII -

- LA DECISIÓN.

Esa última semana, en la bahía de la cabaña, devolvieron a Gonzalo la necesidad de seguir viviendo con intensidad. Comenzó a conectar con los lugareños mezclándose en sus vidas e involucrándose en su peculiar sociedad. Descubrió las noches junto al Caribe desde la hamaca que se instaló entre aquellas dos palmeras. Y en innumerables mañanas acompañaba al sol, emergiendo por el caribe, mientras se balanceaba en su artilugio de descanso. Familiares del Negro se hicieron cargo del funcionamiento de la casa y sus alrededores.

Salvador no logró convencer a Negrita para trabajar en casa. Al menos eso es lo que le relató el Negro. Pero todas las mañanas desayunaban, por expreso deseo de Gonzalo, en el chiringuito y disfrutar de esa primera carga energética para afrontar con fuerzas el nuevo día. Siempre recibía a su Viejito con la alegría y la sonrisa en sus labios. A él le costaba convencerse que no era Ana. Pero sí creía fielmente en su reencarnación en esa nativa. Debía partir de nuevo España pues así rezaba el billete que tenía de regreso.

De buena gana lo habría anulado, pero era consciente de la necesidad de comunicar personalmente a sus hijos y amigos la decisión de instalarse en aquel país de Centroamérica. No habían dejado un solo día de salir a pescar con disparidad de suerte pero disfrutó, como no recordaba en su dilatada vida de pescador aficionado. Las técnicas, los lugares, el momento del día cambiaban considerablemente con respecto a lo que estaba acostumbrado. Pero gozó como nunca.

Su amigo y compañero El Negro entendía del oficio y le llegó a descubrir métodos y tretas que desconocía por completo. Aquella mañana se encontraba triste, melancólico, nostálgico y transmitía a sus amigos aquellas sensaciones. Lo cierto era que esperaba no estar mas de un par de semanas fuera, pero a pesar de ir a encontrase con su hija, le costaba trabajo tener que abandonar aquellas tierras. Temeroso de no volver a sentir la presencia de Ana a su regreso.

Pero cuando Negrita se abrazó a Su Viejito plasmando sus labios en ambas mejillas para despedirse y desearle un buen viaje, así como su pronto regreso, se convenció que el alma de su Ana le iba a esperar ansiosa en aquella criatura.

- Cuídese Mi Viejito y repórtese pronto de nuevo. Esta servidora tendrá preparado su cafetito, con mucha leche fría, un buen trozo de bizcocho tierno y bien calentito.

¡Dios! bien sabe que no utilizaba el mismo perfume que Ana, pero el aroma que desprendía aquella criatura era el de su mujer.

Esa mirada, esa voz, pero especialmente su sonrisa le despejaban toda duda. Al comprobar las lágrimas deslizándose por las mejillas de Su Viejito, se quitó el pañuelo que rodeaba su cuello para morir sus extremos sobre el escote generoso de su vestido y enjugó las lágrimas, para besar a continuación aquel líquido recogido por su pañuelo.

El todo terreno conducido por el Negro se alejaba del chiringuito. Gonzalo seguía con la mirada como aquella silueta, que iba menguando conforme la distancia, llegó a desaparecer de su vista. Los aviones correspondientes, primero en Limón y luego en Alajuela, le iban a conducir a su País junto a sus hijos. Durante el vuelo comenzó con el análisis de ese último mes desde la muerte de su esposa. Los primeros días fueron terribles, casi se hicieron imposibles, pero su pequeña se hizo cargo de todo.

Ahora era consciente de no haber podido soportar esos días de no haber sido por el comportamiento de sus hijos. Luego al comprobar la angustia y ansiedad de su pequeña, pensando que su papi podía cometer una locura le llegó al alma. En frío desde la lejanía en el tiempo y la perspectiva de los acontecimientos, reconocía que su pequeña no estaba exenta de razón. De haberse quedado en Madrid no sabe lo que habría pasado. Luego el calor de sus amigos.

Pero especialmente esos días en Puerto Viejo donde se reencontró con su mujer, gracias a la magia del Caribe, devolviéndole esas ganas de vivir, de luchar, de ayudar a esas gentes que le ganaron en pocos segundos el corazón. En sus reflexiones durante el vuelo era consciente de la dificultad de explicar a su familia la intención de abandonar España para instalarse en Costa Rica. Pero especialmente que llegaran a entender su decisión.

¿Qué escena más distinta, a la sufrida hacía tan solo un mes?

Pensaba cuando salía por la puerta de la terminal del aeropuerto y su hija se soltaba de su esposo para ir a su encuentro y abrazarse a su papito. Anita, contemplaba a su padre, emocionada, verlo con tan buen aspecto y con esa alegría le sorprendió gratamente.

Se disculpó de su esposo y se sentó en los asientos posteriores del coche abrazándose a su progenitor, mientras Carlos los conducía a casa desde el aeropuerto.

Dejaron a Papá que se tomara su tiempo para instalarse en la habitación que le prepararon, se diera una buena ducha y bajara al comedor para contarse tantas cosas mientras se hacían con el almuerzo del día.

Durante el almuerzo fue relatándoles todos los acontecimientos vividos durante esas semanas. Describió con pelos y señales todos los encantos de aquel país y ¿Como no? Las dos palabritas en cuestión no se quedaron fuera de la conversación. PURA VIDA. Estaban en los postres y Anita comenzó a intuir las intenciones de su papito y a ciencia cierta que no le hacía ninguna gracia. A pesar de ser bastante curiosa se contuvo y aguardó pacientemente a que lo soltara su papito.

Durante el resto de la velada iba reafirmando sus sospechas. Su papito del alma iba a salir con una de las suyas. Fue en el salón degustando el café, cuando su papi se decidió a desvelar sus intenciones. Pero cual fue su sorpresa cuando al iniciar su confesión su niña se le adelantó.

- Quiero que me prestéis atención.

- ¿Te quieres instalar en Puerto Viejo?

Las palabras de su hija le dejaron desarmado, le conocía demasiado como para dar una sorpresa. Pero Gonzalo se quedó perplejo al comprobar el grado de comprensión de sus hijos.

Ana sabía a la perfección que una vez tomada una decisión su padre no había nada ni nadie, salvo un asunto de gravedad, que cambiara su posición. Por otro lado ver a su padre con ese color de cara, con ese aspecto saludable y feliz, evitó todo egoísmo. Lo importante comentaba era que su papito se sintiera feliz.

- Hoy en día son unas horas las que nos separan.

Comentaba para darse ánimos y no soltar las lágrimas que pudieran entristecer o preocupar a su papi.

Pero cuando la velada terminó y se quedó a solas con Carlos en el salón comenzó a llorar como una chiquilla. Cuando aquel arranque concluyó, gracias, en gran medida, al consuelo de su esposo reconoció que había sido la liberación de la tensión acumulada al no poder soltar todo lo que le hubiera gustado decir. Pero primero que ella estaba su papi. Reconociendo a su marido que lo importante era que se sintiera bien. No cabía la menor duda que Puerto Viejo le había cautivado.

Los diez días que Gonzalo permaneció en Madrid su hija no se separó de su lado. Iban a comprar juntos, jugaron unos hoyos en el club de golf donde eran socios y compartieron dos veladas una de teatro y otra de música junto a su esposo

Gonzalo comentó con su yerno la necesidad de poner en regla sus asuntos antes de su partida. Aunque no pudieron resolver todo al menos lo más urgente lo zanjaron. Dio poderes a Carlos para manejar sus cuentas y bienes. Durante esos días se puso en contacto con su ahijado para recibir consejo sobre inversiones en el país Centroamericano, pero Alberto le aseguró que era mucho mejor invertir en valores con beneficios importantes pero especialmente con poco riesgo. Puso en contacto a su yerno y ahijado para manejar su capital.

El último fin de semana lo pasó la familia en Cangas con sus amigos y como no la pesca no faltó en ese corto, pero intenso, fin de semana.

Muy temprano regresaron a la capital pues ese mismo domingo partía su vuelo hacia Costa Rica. Llevaba preparado desde España todo el papeleo para conseguir la residencia en el País. Don Gilberto con la ayuda del ministro de exteriores se encargaron de agilizar los tramites, primero en colaboración con su embajada en Madrid y posteriormente en el ministerio del país.

Al sobrevolar el Caribe el alma se le encogió. De nuevo esa sensación de percibir la presencia de su esposa junto al sillón vacío de su asiento en el vuelo.

Estaba impaciente por llegar a Puerto Viejo, instalarse en la cabaña y tumbarse esa noche en la hamaca de la cala en compañía de su MP3 y disfrutar de la magia de aquel lugar. Anhelaba ese primer desayuno en el chiringuito de Negrita y sentir la presencia de su mujer reencarnada en aquella nativa. El paso de la aduana se realizó con relativa rapidez y al ir hacia los despachos para sacar vuelo hacia Limón se encontró con la sorpresa del Negro Langostero que se había desplazado hasta Alajuela con el todo terreno para recibir a su amigo. Se fundieron en un fuerte abrazo y en coche emprendieron el regreso a su paraíso.

Los días, las semanas, los meses transcurrían a una velocidad de vértigo. Las cosas por Puerto Viejo estaban excesivamente tranquilas, solían comentar los negros del lugar. “El gringo” había optado por dejar Puerto Viejo en el momento que llegara la época seca y trasladarse hacia Golfito. Sus contactos con Panamá así lo aconsejaron al no poder arriesgarse a pasar la mercancía por Puerto Viejo. Pues la vigilancia era notable desde la llegada del español. Alberto había conocido a Ángela, la americana de Puerto Jiménez, entablando una buena amistad, primero comercial pero posteriormente la personal superó a la primera.

Fruto de su relación comercial fueron las acertadas inversiones que realizaron junto a sus familiares con determinadas compras en bolsa.

Pero esa información también llegó a don Gilberto, y como consecuencia de manejar capital de casi toda la plantilla del gobierno, incluido el presidente. Proporcionándoles en escaso tiempo unos beneficios multimillonarios. En las primeras semanas el ministro del interior se quejó del despliegue de su subordinado en Limón. Ahora lo aplaudía y en repetidas ocasiones le llamaba para felicitarlo. Aumentando el celo por controlar la situación de Puerto Viejo.

Gonzalo se iba haciendo con diferentes propiedades de la zona, desde Cahuita, pasando por Puerto Viejo; hasta Manzanillo o Gandoca, poblaciones muy cercanas a la frontera con Panamá.

Pero el grueso de las propiedades seguía en manos de don Julián. Quien comenzaba a resentir sus ingresos al decidir “El gringo” trasladarse al pacífico. Las cuotas que recibía de aquel oscuro negocio eran elevadas y ahora eso al menos de momento estaba suspendido por aquella zona. Todas las propiedades adquiridas por Gonzalo las ponía en manos de nativos del lugar, negros descendientes de los jamaicanos.

Los beneficios de su explotación los repartía al cincuenta por ciento entre las personas que trabajaban la finca, dividiendo el otro cincuenta en dos partes. Una la ingresaba en su cuenta, la otra la dedicaba a las fincas con menos recursos para mejorar su explotación. Pero les puso una condición a sus socios. Mantener y respetar la selva. Exigencia que no resultó difícil pues los propios lugareños aspiraban a lo mismo que el español. Conservar su Puerto Viejo lo mas natural posible.

Se hizo con todas las propiedades que daban a su cala y respetando el medio natural contrató la construcción de otras cabañas similares a la suya en la zona para su alquiler.

Especialmente en la época seca. Iba a ser su última noche en Puerto Viejo, al menos hasta que terminara la estación seca. “El gringo” se personó en su casa con varios amigos. Mandó a Negrita y dos empleadas más preparar una fiesta. Eran las cuatro de la madrugada, continuaban trabajando, sirviendo copas principalmente, mientras iban recogiendo. La fiesta convirtió el chiringuito en un autentico caos de botellas, comida y bebidas por el suelo. La mayoría de los invitados habían abandonado la fiesta para recogerse en sus casas.

El “gringo”, que permanecía en el jardín, riendo y bebiendo con dos amigos recién aterrizados de su país, entró en la casa y mandó marcharse a las sirvientas. Negrita iba a irse cuando su patrón, borracho como una cuba, le retuvo del brazo.

- Usted no Negrita. Usted va a ser la guinda final a esta fiesta preparada para mis compadres.

Negrita comenzó a llorar hasta que dos bofetones enmudecieron su llanto. En la cala Gonzalo se había desvelado y decidió acercarse a la playa para recostarse en su hamaca y contemplar la bella noche caribeña.

Solo tenía conectado un auricular de su MP3, pues deseaba poder escuchar el sonido de las olas y el silencio de la noche. Cuando le pareció escuchar algo. Inmediatamente se desconectó del otro auricular y efectivamente unos sollozos procedentes de unos metros hacia la derecha se escuchaban con claridad. No lo dudo un solo instante, saltó de la hamaca y se aproximó al lugar de donde procedían.

- ¿Negrita?

Preguntó ante la falta de seguridad, al tiempo que le tendía la mano y trataba de incorporarle. Al contacto con aquella mano notó una sustancia cálida y viscosa. Tenía casi incorporada a la persona que sollozaba cuando se le desplomó y ahora contemplaba su rostro ensangrentado y completamente desfigurado.

Efectivamente era Negrita o al menos eso creía. La cogió entre sus brazos y acelerando el paso al máximo le llevó hasta la cabaña mientras a grito pelado llamaba al Negro. Salvador fue a su encuentro de inmediato y le ayudo a transportarla hasta el salón. Limpiaron un poco aquel rostro destrozado. A Gonzalo no le gustó su aspecto y pidió al Negro que la cogiera mientras él sacaba el coche. Todos los asientos traseros del todo terreno fueron retirados y colocó una colchoneta que tenía en el garaje. Se aproximó hacia Salvador y entre los dos la entraron en el vehículo.

- Negro esto lo veo muy mal. Ve detrás con ella, conduciré lo más rápido que pueda. La llevaremos a Limón.

El Negro Langostero obedeció de inmediato la petición de su amigo. A toda velocidad se desplazaron hasta la capital del cantón. Tardó escasamente sesenta minutos y allí en urgencias fue atendida de inmediato. Gonzalo ya se encargó de sacar algunos dólares para lograr una mayor atención del personal. Por los pasillos del centro sanitario caminaba inquieto de un lado para otro.

Llevaba más de dos horas sin saber nada de nada. De nuevo los malditos billetes verdes le sirvieron para acceder a un lugar donde podía observar la atención que estaba recibiendo. Negrita recobró el conocimiento. Permanecía tumbada y vendada por multitud de lugares. Las dos piernas y un brazo lucían una blanca escayola. Sin duda le estaban interrogando. Pero ahora podía respirar. Estaba bien dentro de su estado. Al girar la cabeza vio a su Viejito y esbozó, con mueca de dolor, una sonrisa. Para de inmediato dirigirse a los médicos que le interrogaban.

- ¿Por favor no le digan las causas de estas lesiones?

Los médicos quisieron saber si el agresor había sido Gonzalo.

- ¿Mi Viejito? Como pueden pensar eso de él. Pero si descubre quien ha sido ira cara a mi patrón y éste me lo matará.

Uno de los facultativos salió a parlamentar con Gonzalo y le contó la versión que deseaba Negrita.

- Bueno parece que está fuera de peligro. Pero ha de estar en observación al menos veinticuatro horas. Gonzalo le interrumpió.

- Doctor las que haga falta. Les pagaré cualquier gasto que les ocasione pero por el amor de Dios. Utilicen lo que necesite valga lo que valga.

El medico le rogó tranquilizarse y prosiguió con la aclaración.

Según el relato que recibió. Una caída por las escaleras era la causa de las lesiones unidas a los diferentes obstáculos con los que se encontró en su tropiezo. Le expuso las roturas sufridas, para finalizar con las recomendaciones para su cuidado al recibir el alta.

Esa misma noche la asistencia de Negrita, a su regreso a Puerto Viejo, estaba resuelta. Por supuesto se quedaría en la cabaña hasta su recuperación. Personalmente hablaría con el “gringo” para dejar claro todo. Si era necesario le compraba el negocio.

El Negro Langostero sabía a ciencia cierta quien era el causante de aquello pero temía decírselo. Sabía que no habría nada ni nadie que lo detuviese esa noche para encontrarse con él y seguro que ese cabrón se lo mataría. Por lo que optó por callar y animar a su amigo. Sobre las once de la mañana siguiente les avisaron que subían a la paciente a una sala donde se le permitía estar en compañía. Una enfermera precisamente la contratada esa noche para atender a Negrita en Puerto Viejo les acompañó. Estaba instalada en una habitación individual y Gonzalo se extrañó al comprobar como la misma enfermera no se explicaba como lo había conseguido.

- Negrita. ¿Cómo está?

Eran las palabras de Gonzalo mientras se aproximaba a la joven.

- Mi Viejito. Cuando va a ponerme el mí delante. Usted entró en mi corazón desde el primer día. Y le sentía tan mío que inconscientemente necesite poner el pronombre desde el primer instante. Yo para usted no debo ser tan importante. O en su corazón, esta negra no ha conseguido entrar.

Gonzalo le abrazaba con todo el cariño de un padre y sonriendo al tiempo que se separaba del apretón comentó.

- Mi Negrita no me riña. Pero me cuesta poner el pronombre, no porque no este en mi corazón sino porque una persona no pertenece a nadie. Pero de todas formas dejemos esa discusión. Lo importante es que esté bien y para no enfadarle ya ha visto que lo utilicé y espero hacerlo siempre.

Negrita sonrió. Saludó al Negro Langostero y a la enfermera. Cuando Gonzalo expresó su ingenuidad al afirmar que la caída que sufrió fue tremenda, la enfermera y El Negro se miraron perplejos ante la inocencia del Viejo. Ambos sabían perfectamente que aquello era la consecuencia de la paliza recibida.