- LA CHAMPION LEAGUE -
Comenzaba una nueva temporada deportiva, el
equipo Signone de fútbol infantil iniciaba su competición. Había estado
trabajando casi todo el verano a las órdenes de su entrenador. Estaban muy
ilusionados, logrando formar un conjunto muy unido y confiando plenamente en su
entrenador. Aquel hombre de negocios disfrutaba con su hobbies, le encantaba
entrenar a los pequeños y especialmente se lo pasaba de maravilla con los
porteros. Paul había dejado el Bordeaux para integrarse en el equipo de su
ciudad. Le pillaba más cerca para entrenar y, además, era José el que los
entrenaba. Solo había una consigna por parte del entrenador divertirse jugando.
Si se ganaba mucho mejor pero lo importante era ser muy serios en los
entrenamientos, procurando no fallar a ninguno y dejarse el alma en cada uno de
ellos. El partido era para disfrutar y aplicar las habilidades que iban
adquiriendo día a día en los entrenes. Establecieron una rueda. Todo el mundo
jugaría el mismo tiempo y a todos les tocaría quedarse en casa alguna jornada
por no poder convocar a todos. La plantilla constaba de dieciocho jugadores y,
tan solo, se les permitía tener dieciséis en acta.
Esa tarde noche del viernes les costó a
todos conciliar el sueño, pero el más
tenso y nervioso de todos era José, había pasado por situaciones muy delicadas
pero el debut de su equipo al día siguiente lo tenía atenazado. Marie le
preguntó varias veces lo que le sucedía y cuando sé lo confesó comenzó a reír y
le costó mucho trabajo contenerse.
- Tienes toda la razón del mundo mama. Pero
no puedo evitarlo. Estoy más ilusionado que los chicos.
Por fin llegó el momento clave, el árbitro
iba a dar por iniciado el juego. En el momento de sonar el silbato José se
tranquilizó inexplicablemente, estaba convencido de la victoria, sus chicos
habían trabajado con seriedad y sabían mover perfectamente el balón. Luego
tenían en la portería a Paul y a Franc, toda una garantía. Sería muy difícil
que el equipo contrario consiguiera encajarles un gol.
A su regreso a casa estaba insultante de
felicidad. Marie no lo había visto tan contento ni cuando Michel les comunicó la
maniobra con los toneles madres.
Se encontraba en la biblioteca leyendo un
libro cuando el servicio le acercó el teléfono.
- Le llamaban desde Valencia. Una tal Elena.
Sobrina de Amparo.
Se puso al aparato y contestó. En el sorteo
de la Champion ,
el Valencia y el Bordeaux disputarían la liguilla en el mismo grupo, su hermano
iba convocado con el equipo. Por ello la familia había decidido desplazarse
para presenciar el partido.
- Te he tomado la palabra y aceptamos tu
invitación. Bueno bromas aparte. Si no te resulta molesto me gustaría que nos
proporcionaras las entradas y algún hotel próximo al estadio para hacer noche.
José le comunicó que no tenía que
preocuparse de nada Gerardo les entregaría los pasajes para el avión. La
estancia esperaba tenerlos en casa y en cuanto a las entradas, disponía de un
palco con capacidad para veinte personas.
- José, somos muchos los que queremos
desplazarnos, en concreto vamos a ir los de casa y Amparo con una de sus hijas.
En total siete. La verdad, sería abusar de tu amabilidad.
Le aseguró que si no aceptaba su invitación
se enfadaría con ella. Al tiempo que añadía.
- Para mi madre y para mí es un placer poder
compartir con vosotros vuestra agradable compañía. Además, por fin podré conocer a esa mujer de
la que solo he oído maravillas.
Nada más colgar el aparato se lo comentó a
su madre y le aseguró que estaba ansioso de conocer a esa extraordinaria mujer
de una vez. En cuanto a su sobrina y esposo eran una pareja encantadora y se
alegraba de poderlos tener de nuevo en casa.
Solo pasarían unas horas, con noche
incluida, pues llegaban a Bordeaux en la tarde del miércoles y regresaban en un
vuelo extraordinario a la mañana siguiente.
Amparo se desplazaba porqué sabía que José deseaba
conocerla y al ir su familia le apeteció apuntarse al viaje. Gema, su mediana,
era una autentica forofa del Valencia y fue la primera en solicitar plaza. El
resto, de sus hijos ó tenían entrenamientos ó clase y no les fue posible
acompañar a su madre. Al contactar con Gerardo para la cuestión de los
billetes, éste la aseguró.
- Ellos no han querido decir nada por
educación, pero sé que a la jovencita le gustaría ir con su novio.
- Por favor Gerardo compra un billete para
él y yo les telefonearé ahora mismo para comunicárselo. Gente tan honrada y
mirada, me haría falta por aquí.
Añadió a la conversación antes de
despedirse y colgar el aparato. A continuación marcó el número del móvil de
Amparo y le mostró su deseo de ver al novio de su hija en la expedición.
- Personalmente no nos conocemos, pero para
mí, sois como de mi familia y de ti he oído hablar tanto que hasta creo que me
estoy enamorado.
Amparo sonrió ante el cumplido de aquel
caballero y le prometió que se lo notificaría a su hija.
Finalizada la conversación con Valencia fue
al encuentro de su madre y le aseguró que ese martes por la noche irían a cenar
y a dormir ocho personas a casa, que advirtiera al servicio para que todo
estuviera en orden para atenderlos como merecían.
Marie se alegró, sabía el aprecio que “su
hijo” tenía hacía esas personas y ella misma había podido comprobar el cariño y
el saber estar de esa gente. Durante la conversación que mantuvo con su hijo le
comentó que había decidido vender de forma simbólica la Ciudad del Deporte a esa mujer. Con su gestión y
trabajo había salvado al holding cuando pasaron por aquel momento tan delicado
y pensaba que se merecían un premio por ello. José se quedó un poco parado,
pero sus deseos eran órdenes para él. Al notar su expresión preguntó de
inmediato.
- ¿Te parece mal hijo?
Rápidamente respondió a su madre. En
absoluto le parecía mal, algo que su madre había decidido y menos a esas
personas que eran dignas de toda la confianza del mundo. Pero su madre no era una
mujer que se desprendiera de propiedades de tanto valor por una simple simpatía
hacía unas personas. Sin duda debía haber algo más, pero no era una persona
curiosa y dio por buena su decisión.
Cuando al día siguiente Marie le comentó a
Bernard lo hablado con su hijo y la presencia casi al completo de la familia de
Paco, sabía que las expectativas estarían en alto hasta la fecha del encuentro.
Tal vez a raíz de ese momento, no volverían a contar con la inestimable
colaboración de aquella persona. Pero, si bien, les dolería sabían que habrían
repuesto en parte el daño causado a esa familia.
El día del partido llegó. Llovía
torrencialmente José había enviado a Michel y Bernard al aeropuerto. Él tenía
que estar en el club, era el directivo encargado y responsable de los hombres
de la U. E. F.
A. y aunque trató de eludir su responsabilidad no lo consiguió. Si no había
mucho tráfico le daría tiempo ir al aeropuerto, pero de lo contrario los vería
en el estadio y luego en la cena.
La tarde anterior se había dejado caer por
el hotel de concentración del Valencia, solo, disponía de unos minutos pero
pudo conocer al sobrino de Amparo. Se presentó como un amigo de su hermana y
tía. Al encontrarse, de nuevo se quedó bloqueado. El rostro del joven portero creía
recordarlo. De nuevo las siluetas de dos niños con el equipo de portero se
proyectaban en su mente y uno de ellos tenía rostro. Era el de ese guardameta,
con unos cuantos años menos. El joven le llamó la atención en dos ocasiones
hasta que consiguió volverle al presente. El muchacho no tenía tiempo se iba a
un salón a la charla técnica saludo cortésmente al conocido de su hermana y de
inmediato tuvo que reunirse con el equipo. A José le hubiera gustado conversar
y preguntarle, pero estaba claro que eso era imposible, a él también le
esperaban. Pero ese encuentro le tuvo preocupado toda la noche. La imagen de
los dos muchachos se le repetía con frecuencia, pero hasta ese día no había
podido identificar sus rostros y ahora uno de ellos parecía que lo había conseguido.
Seguía sin recordar la mayor parte de su vida y deseaba más que nada en este
mundo poderse zambullir en su pasado y descubrir cómo fueron esos años. Ahora
que parecía que quería conectar con esa época las circunstancias se lo
impedían.
Al informarse del tráfico que había al
aeropuerto desistió de ir al encuentro de aquella familia. Los visitaría en el
palco y luego si Dios no lo impedía los vería en casa, cenando.
Michel y Bernard aguardaron la llegada del
vuelo procedente de Valencia y recibieron a la familia. Amparo, su hermana y
esposo, con sus dos hijos y el marido de su hija. Gema, la hija de Amparo y su
novio. Los ocho invitados, llegaban con el nerviosismo del partido, saludaron a
sus anfitriones y éstos se disculparon por no poder estar su patrón presente.
Había sido su deseo desde que supo que se desplazarían pero las obligaciones en
el club le impidieron hacer lo que más deseaba en esos momentos. Poderlos
atender personalmente.
- Esta visto tía, que el destino no quiere
que os encontréis.
Fue el comentario de su sobrina al comprobar
que en esta ocasión tampoco pudieron conocerse. En los dos vehículos
traslada-ron a la comitiva hasta la antigua mansión. Los instalaron en sus
habitaciones y tras darse un buen baño se vistieron para asistir al partido. De
nuevo las dos personas que habían ido al aeropuerto a recogerlos los llevaron
hasta el estadio. Los vehículos con su correspondiente acreditación se saltaron
todos los controles y llegaron hasta el aparcamiento del interior del estadio.
Luego en ascensor los acompañaron hasta el palco. El lujo, la ubicación del
mismo y la comodidad de los sillones encandilaron a los visitantes. De
inmediato dos encantadoras señoritas se acercaron a los recién llegados
ofreciéndoles bebidas y unas bandejas repletas de canapés.
Justo en el momento que Amparo entró en los
servicios hizo su entrada como un rayo José y aseguró que de la misma forma
tenía que irse. Pudo conocer a la hermana de Amparo, a su cuñado, a su hijo
pequeño, a Gema y a su novio. Lo cierto es que no prestó mucha atención, venía
dispuesto a conocer a esa encantadora mujer y al comunicarle que se encontraba
en el servicio se sonrió al tiempo que comentaba con la sobrina de Amparo.
- Cuando consiga que me la presentes la
llevo al altar para que no se me escape nunca más.
Todos los presentes rieron la gracia de su
anfitrión. Permaneció unos minutos más con la esperanza de poderla conocer,
pero como no regresaba no tuvo más remedio que retomar sus obligaciones. Cruzó
la mirada dos o tres veces con Gema impresionándole sus encantadores ojos
azules. Tuvo un leve bloqueo, esa cara la había visto antes. Pero la
preocupación de tener que atender a los delegados de la U. E. F. A. le impidió
concentrarse en la joven.
Al medio minuto, de abandonar el palco,
regresaba Amparo. Comentaron y rieron las coincidencias. Fue su hermana la que
le confesó.
- Nos ha comunicado que en el momento que
tenga la ocasión de cruzarse contigo te llevara directa al altar, pues no desea
que te escapes.
Sonriendo se sentaron en sus butacas. El
partido se iniciaba en ese momento.
Fue un encuentro entretenido y con ocasiones
en un bando y otro. Pero el resultado final, uno a uno, favorecía claramente
las aspiraciones del equipo visitante. Un punto fuera de casa era importante en
una liguilla tan corta como esa.
Bajaron en ascensor con Michel y Bernard,
pasaron a las oficinas del club y Michel preguntó por Don José. Al comunicarles
que había salido con la comitiva de la
U. E. F. A. a cenar, decidieron bajar a los vestuarios, pues
los padres del portero deseaban ver y saludar a su hijo. Les indicaron el
camino y en la entrada aguardaron la salida de los jugadores visitantes.
Transcurridos veinte minutos salía el familiar y pudieron saludar y felicitar
al muchacho por el resultado. Conversaron por espacio de unos minutos y
regresaron a casa. Marie los recibió encantada y cuando le presenta-ron a
Amparo su rostro se llenó de felicidad al tiempo que comentaba.
- La deseada. Espero que mi hijo esté un poco
más sereno. Creo que suspira por usted sin conocerla. Pero ahora, no me cabe la
menor duda que así será. Es verdaderamente encantadora.
Pronunciaba estas palabras mientras se
fundía en un abrazo con ella. En ese momento a Marie le llovía toneladas de
agradecimientos y de ruegos de perdón hacía aquella mujer a quien le había
arrebatado por más de dos años a su esposo.
Andaban con las presentaciones cuando el
servicio se aproximó a Marie y le tendió un teléfono inalámbrico, al tiempo que
le comunicaba que se trataba de su hijo. Conversó por espacio de unos minutos y
luego dirigiéndose a sus invitados rogó que disculparan a su hijo. Tenía que
irse a cenar con los delegados de la
U. E. F. A., que cenaran sin él. Fue en esta ocasión Amparo quien comentó.
- Por lo visto el destino no quiere que nos
conozcamos.
Marie se sorprendió, creía que había ido al
aeropuerto a recibirlos. Al escuchar todas las coincidencias que no habían
permitido a su hijo coincidir le dio la razón, para añadir.
- Usted no se va de Bordeaux sin conocer a
mi hijo. De lo contrario me va a taladrar la cabeza hasta que vuelva a tener
una nueva oportunidad,
Dicho esto, pasaron al comedor y les
sirvieron la cena. En el salón permanecieron conversando mientras degustaban el
café, al que le acompañaban unas pastas. Los comentarios sobre la cena y
especialmente los vinos inundaron aquella sala de elogios. Era tarde los
invitados se retiraron a sus habitaciones. Amparo quiso quedarse hasta que el
señor de la casa regresara. Marie aunque estaba bastante cansada se quedó con
ella acompañándole junto con Bernard.
La señora de la casa se encariñó con aquella
mujer. Era la primera vez que la trataba y le resultó encantadora. Sencilla,
culta, inteligente, de una elegancia exquisita y de una educación envidiable.
Durante la conversación salió a relucir la desaparición de su esposo y el
calvario que los cielos le estaban haciendo pasar. Pero también mostró lo
generosos que habían sido con ella al tropezarse con Gerardo y José. La oportunidad
que le habían dado supuso mucho para su situación y la de sus hijos. Marie
estuvo en un tris de confesarle todo, pero consiguió controlarse. Deseaba que
cuando José regresara y fueran presentados surgiera lo que tanto estaba
deseando. Que recordara su pasado.
Eran cerca de las cuatro de la madrugada
cuando el sonido del coche de señor se hizo sentir. Al ver luz en el salón
entró casi a la carrera y nada más abrir la puerta se encontró cara a cara con
su madre y junto a ella la mujer deseada. Se aproximó a las dos. No sabía cómo
reaccionar, por fin y sin saber de quién partió la iniciativa estaban
abrazados. Sus labios se dejaron caer en las mejillas, se separaron y tras
besar a su madre se sentaron a conversar.
José quedó prendado de aquella mujer. La
había idealizado hasta tal punto que llegó a pensar que cuando se la
presentaran tal vez sufriera una decepción. Pero lejos de ello se quedó abobado
contemplándola. Sus enormes ojos verdes le cautivaron.
Marie observaba a su hijo, esperaba algo, no
sabía muy bien el que pero esperaba algo. José tomó la iniciativa, le tomó la
mano y comentó.
- He oído maravillas de tu persona. Perdona
si te tuteo. Pero la realidad supera con creces todo lo que había escuchado de
ti.
La sonrisa de su invitada lo dejó
petrificado. Quería decir algo más pero su estado se lo impedía. El silencio
era absoluto. Había emociones, pero la tensión también se iba acumulando. Por
fin fue Marie quien rompió aquel profundo silencio.
- Me quiero ir a dormir, estoy muy cansada.
Pero antes de retirarme quiero que sepa que hemos acordado mi hijo y yo
trasladarle los títulos de propiedad de la Ciudad del Deporte, como agradecimiento a su
trabajo y tesón. No sé si sabrá que gracias a su gestión hemos podido salvar
este gran holding de vinos aquí en Bordeaux. Por eso me es grato notificarle
que la ciudad del deporte no solo la dirige. Ahora le pertenece en propiedad. A
Gerardo le hemos dado instrucciones concretas y desde este mismo momento le
pertenece a usted y a su familia. No quería acostarme sin comunicárselo, pero
hasta que no llegase mi hijo no lo quería hacer.
Amparo se quedó sorprendida. Aquello eran
demasiados millones como para regalárselos a alguien sin motivo aparente. En
esos momentos Marie se fundía en un abrazo al tiempo que se despedía y se iba a
sus habitaciones. A la mañana siguiente ya no sé verían, pues ellos iban a
madrugar demasiado. Bernard también sé despidió y abandonó el salón acompañando
a Marie. Allí de pie como dos estatuas quedaron Amparo y José. Fue él quien
rompió ese instante de tensión ofreciéndole una copa de vino. Aceptó y mientras
la degustaban conversaron sentados en los sillones.
Amparo no sabía cómo agradecer esa muestra de
generosidad. Sin pensarlo dos veces se levantó, se abrazó a José al tiempo que
comentaba.
- No sé qué decir. Gracias. Buenas
noches.
Salieron juntos, cogidos de la mano, del
salón y él le acompañó hasta la puerta de su habitación. Tras despedirse con un
leve beso, se fueron a sus respectivas camas a descansar.
Cuando
José se metió en su habitación estaba flotando en una nube. Le habían hablado
tanto de aquella mujer y ahora por fin la había conocido. Sin la menor duda
aunque se esforzaban por describirla, la realidad superaba con creces lo que
había oído de ella. Al recordar su último momento creía que le iba a faltar el
aliento, que dulzura, que ternura había puesto en aquel leve pero inolvidable
beso. Se arrepentía de no haber sido capaz de reaccionar e intentar estar más
junto a ella.
Allí en Bordeaux asistía, por obligación a
innumerables fiestas. Era el soltero de oro y todas las chicas en edad de
casarse iban detrás de él. Jovencitas, a las que doblaba en edad, y de unas
figuras sorprendentes. Pero ninguna le había tocado la fibra floja. Con Amparo
solo había compartido unos minutos y se había prendado de su figura, de su
dulzura, de su simpatía y de esos enormes ojos verdes que le cautivaron desde
el primer cruce de miradas. Ahora el abrazo tímido, hasta vergonzoso que le
había dado agradeciendo la concesión de los títulos de propiedad de la Ciudad del deporte, le
tenían atenazado. Las sensaciones invadían su cuerpo y rogaba a los cielos que
no finalizasen nunca. Aquello era el paraíso vivido en la tierra. Iba a tratar
de despejar su mente de esos recuerdos y sensaciones cuando el despertador le
sobresaltó. Era hora de acompañarlos al aeropuerto.
Una hora escasa llegó a dormir Amparo,
mientras que José con aquella fugaz presentación tenía bastante. Debían estar
en el aeropuerto a las seis y media. El avión partía hacía Valencia a las
siete.
En el aeropuerto la hermana de Amparo se
quedó contemplando la imagen de su hermana con aquel atento caballero. Él tenía
cogidas las manos con las suyas y su rostro reflejaba la mirada de un
enamorado. Le hubiera gustado saber, de que hablaban, pero las llamadas
reiteradas de su esposo le impidieron poder seguir observando aquella
enternecedora escena.
Intentó abrazarla y fundirse con aquella
mujer, pero ella con una dulzura estremecedora le detuvo. Volvió a posar sus
labios por un instante en los de él y se fue con sus familiares por la puerta
de embarque.