miércoles, 25 de enero de 2012

EL PRIMER AMOR CAPITULO IX - SU ÚNICO ENEMIGO

CAPITULO IX -

- SU ÚNICO ENEMIGO -

La proximidad de las Navidades estaba ahí. Los primeros resultados del primer trimestre, marcando el esfuerzo de los alumnos, estaban al caer. Pepe iba a ir a casa por espacio de dos semanas. Aquel internado y especialmente en el padre Andres descubrió un nuevo hogar. a pesar de ello deseaba poder compartir algunos días con la familia. Con el padre Andrés trabajaba sin descanso. Eran uña y carne. Consiguieron grandes éxitos pero también algunos fracasos. La productividad de las cosechas aumentaba de forma espectacular. Su experimento principal iba por buen camino. Pero les quedaba más de un años para desvelar su resultado final. Si bien, en esos tres primeros meses, se despuntaba la posibilidad de éxito.

El último día llegó. Esa mañana les daban las notas y partían a sus casas para comer con los suyos y no regresar hasta el día ocho de Enero. Las calificaciones, de Pepe, seguían su tónica habitual, mención especial en todas las asignaturas. Su nivel de conocimientos y madurez estaba muy por encima de ese cuarto de bachiller.

Al salir del internado nadie le aguardaba. No disponía de un céntimo para el tranvía y no veía a nadie conocido para pedírselo. Entró en el internado, el padre Andrés había salido y no regresaría hasta la noche. Cuando se disponía a marcharse se topó con el padre Federico.

- ¡Hombre si tenemos aquí al sabio de la huerta! ¿Que te ocurre bonito?

Alargó la mano para ponerla en el hombro y ni corto ni perezoso Pepe en voz alta y segura contestó.

- ¡Quíteme la mano de encima MARICÓN!

Le escuchó perfectamente, pero se hizo el sordo y comenzó a tocarle la cara. El miedo comenzaba a apoderarse del niño, pero recordó a Elisa y su actitud cuando su padre, borracho, se quiso pasar con ella. De nuevo superando el pánico, con firmeza y seguridad en sí mismo le retiró la mano con brusquedad y en tono elevado comentó

- ¡O me quita la mano, pedazo de maricón, o le pego una patada entre las piernas que se verá obligado a reproducirse por esporas!

Le soltó una de las clásicas de su padre. La actitud de Federico fue colérica. Iba a emprenderla con aquel mocoso cuando la puerta se abrió y apareció el director.

- ¿Ocurre algo Federico?

Se sonrojó. Sin contestar dio media vuelta y se fue lleno de rabia hacia la biblioteca. Don José tenía sospechas y la actitud de Federico iba confirmándoselas pero no tenía la seguridad. Se acercó a niño y le preguntó. No quiso contar nada y expuso su preocupación.

- No han venido a buscarme y no tengo dinero para el tranvía.

Don José sacó dos monedas del bolsillo de la sotana y se las entregó al muchacho.

- Me gustaría que reflexionaras y me hablaras de lo sucedido.

Pepe se comprometió, al regreso de Navidades, en cuanto pudiera, a entrar en su despacho y hablar del tema. Se dieron la mano felicitándose las fiestas y Pepe salió a la calle para reunirse con la familia.

Su señorita no pudo ir. Tenía clase a esas horas y le era materialmente imposible recogerlo. En su casa aunque sabían de su salida, confiaban en la señorita Elisa como de costumbre.

Ya veía la alquería, pero en esta ocasión nadie le vio llegar. Entró en casa, no encontró a nadie, subió al desván y buscó su escondite para guardar sus libros y los de Rita. Se quitó la ropa del colegio, se dio una ducha y se puso a la faena. En primer lugar se acercó al invernadero, allí estaba su hermana Rita cuidando con verdadero cariño y esmero aquel ingenio de su hermano. Al verlo dejó cuanto tenía entre manos y se lanzó a sus brazos. Como sus manos estaban llenas de barro untó a José toda la cara y la espalda. Estaba tan rebosante de alegría que olvidó el estado de sus manos. Comenzaron a reírse y mientras le ayudaba a limpiarse un poco le enseñaba la cosecha. Cogió uno de los tomates y se lo dio a probar.

- ¡Menudos tomates! El típico sabor de huerta. Jugoso y con un paladar incomparable.

- Padre esta que no cabe en sí. Se los están pagando a un precio nunca soñado. Quiere cubrir todos los campos con ese tubo como dice él. Con Alex y Jaime esta orgulloso, sigue creyendo que fue idea de ellos y se vanagloria delante de los vecinos diciendo “sin escuela ni nada ahí los tienen unos auténticos genios.” Me duele que tu idea no sea reconocida.

José sonrió, para añadir.

- Si hay algún éxito se debe a ti y estas Navidades habrá que poner los puntos sobre las íes a padre.

Cuando le dijo los resultados no se sorprendió era lo normal en su hermano, se sentaron en unas sillas pequeñas, y comenzaron a contarse sus cosas.

- Tengo novio, sabes.

Comentó Rita en una de las pequeñas pausas.

- ¡Mi querida hermana ya esta pensando en eso!

Cuando se enteró que era Paco, se alegró, era un poco bruto pero un gran chico y estaba estudiando que era lo importante.

Marta entró por la puerta del invernadero y al ver a su hijo se lanzó a sus brazos como si hubiera estado años sin verlo. El bombo del decimoprimero comenzaba a sobresalir de aquel cuerpo que no recuperaba su normalidad desde hacía más de quince años. Juan había nacido en Octubre y el bombo ya se notaba.

- ¡Mama! Ya tenemos un equipo de fútbol.

Las lágrimas cubrían las mejillas de aquella robusta y cariñosa madre. Su pequeño, como lo solía llamar, lo iba a tener dos semanas en casa. De inmediato preguntó si habían atendido a los animales.

- Descansa hijo, ya lo harán tus hermanos.

No accedió, asegurando llevar tres meses vagueando, y ya era hora de ponerse a trabajar. Partieron hacía la casa. Las mujeres debían preparar la comida y poner la mesa. Él adecentar la cuadra y darles de comer a las bestias.

- A propósito sabéis como me llaman en la escuela.

Dejó unos segundos para dar tiempo a la respuesta pero ante el silencio. Añadió.

- Me llaman Pepe.

- Me gusta.

Contestó Rita

- Yo también te llamaré así.

En el rostro de su hermano se dibujó una sonrisa mientras continuaba con su faena. La cuadra no estaba tan cuidada como cuando él se encargaba de los animales. Estaban sin cepillar al menos desde hacía una semana. Cuando el muchacho se puso a limpiarlas. A los animales se les veían tranquilos y alegres. Conscientes de la llegada de José. Ahora la seguridad de su limpieza y cuidado estaba asegurada. Sacó la porquería a la montaña de estiércol, dio de beber y comer a las bestias y los cepilló uno por uno. Desde que el muchacho abandonó la alquería no se les vio tan mansos. Con la manguera limpió bien toda la cuadra y con el escobón fue quitando toda el agua acumulada en los agujeros del suelo. Puso una primera capa de paja. Barrió para absorber toda la humedad y luego les preparó la cama. Limpios, comidos y bebidos mugían o relinchaban como agradeciéndoselo. Se metió en la ducha y se puso otras ropas. Cuando entraron sus hermanos se abrazaron al él. No era costumbre hacerlo entre los hombres pero desde lo del invernadero lo adoraban. No paraban de comentarles el éxito obtenido. Quisieron acompañarle para mostrarle aquel milagro. Pero Rita se les había adelantado. Cuando entró padre el clásico apretón de manos y un pequeño comentario que de boca de su padre era un halagó. Pero ante la percepción de un extraño más bien aseguraría, que el muchacho recibía una reprimenda. Aquella comida fue la más animada en el comedor de la alquería. José era el centro de atención y todos le preguntaban cosas y le relataban los progresos en los pequeños. Andrés jugaba al fútbol con los vecinos de la huerta y según la gente poseía maneras de futbolista. Por supuesto su padre comentó no conocer peor forma para emplear el tiempo.

- Las energías hay que guardarlas para el campo.

Decía siempre que salía el tema.

- ¿Habéis visto las cuadras?

Marta deseaba mostrar como su niño no perdió el tiempo desde que puso un pie de nuevo en la alquería. Alex se levantó y al verlos comentó.

- No hay nadie en el mundo que los cuide mejor.

Su madre le pidió la fruta. El puñetazo del padre sobre la mesa cortó aquella alegre comida.

- ¡Ostia! Cómo lo tengo que decir. Mis hijos no hacen mariconadas.

Soltó unas cuantas blasfemias y Rita de inmediato se levantó y cogió la fruta que traía su hermano. El silencio se apoderó de aquella mesa y nadie se atrevió a levantar la vista del plato hasta que padre abandonó la mesa, mientras refunfuñando comentó.

- Descansad un par de horas y nos vamos a regar.

Los pequeños se quedaron en el corral jugueteando. Andrés fue a buscar a sus amigos para darle al balón, mientras los dos mayores se tumbaron bajo la higuera para descansar. Padre se había ido a casa del vecino a tomar café y charlar un rato mientras reposaba un poco la comida. Marta se puso a recoger la mesa y fregar. José y Rita se pusieron a ayudar a su madre para tener tiempo de charlar.

- ¡Dejadlo! Ir al desván y charlar de vuestras cosas.

Subieron como relámpagos. Rita le enseñó los apuntes recogidos de los diferentes libros leídos hasta la fecha. Muchas de las ideas escritas las desconocía y felicitó a su hermana. Sin lugar a dudas su futuro estaba en la agricultura, como técnico superior. Lo iba a tener difícil, pues amen de la oposición de su padre se encontraría con la de los catedráticos de la escuela de agrónomos de Madrid o de Barcelona, pues así se lo había comunicado el padre Andrés, pero también le aseguró ayudarle a muerte dentro de sus posibilidades. Las mejores ideas las estaba sacando de las traducciones de revistas realizadas por su hermano. Estaba ensayando un riego por goteo, técnica practicada por los nómadas del desierto y que según aquel artículo daba grandes resultados y se empleaba poca agua. Aunque a decir verdad, problema de agua no había en la huerta. Pero tal vez el campo del solar como lo llamaban, que no disponía de canalizaciones, teniéndolo abandonado, se podía emplear esa técnica.

- ¿Cómo consigas que rinda esa tierra? Estoy seguro que papá no se opondrá a nada.

Todos esos días, su tiempo libre iba al solar para comenzar a trabajar la tierra e investigar la posibilidad de explotarlo. Sus hermanos mayores les ayudaron aunque estaban convencidos que aquello sería imposible. Padre como era trabajar la tierra no puso muchos impedimentos. El principal problema era el material, pero se recorrieron todos los basureros, chatarrerías de la ciudad y conseguir las piezas necesarias para montar aquel invernadero. Ahora el terreno a cubrir era cerca de los diez mil metros cuadrados y la cantidad de material era muy considerable. Durante esas Navidades consiguieron construir una nave, del las al menos diez o once más que cabían en aquella parcela. Con la paciencia de las hormigas fueron poco a poco completándolo. Rita ya comenzó a preparar aquella primera nave. Tuvieron que parar algunos días, especialmente con la recogida de la naranja, pero no cesaron en su empeño. Padre les decía que estaban locos. Allí sin agua no iban a poder cultivar ni un pedo.

José habló con Don Fulgencio y la señorita Elisa para preparar a padre con respecto a su hermana Rita. Sabían que era misión casi imposible pero le aseguraron que abonarían el terreno.

El regreso al internado se hizo necesario. En esta ocasión le costó algo más marcharse de casa, estaba compenetrándose con sus hermanos mayores y eso le hacía sentirse bien, pero los estudios eran lo primero y no iba a perder comba. Cuando entró se topó con don Federico, lo saludo con cortesía y notó una expresión de odio hacia su persona. Prosiguió su camino y se metió en su habitación. Cuando entró se encontró con Julián llorando y tembloroso. Se asustó, pensó que se encontraba mal y cuando se disponía a salir para avisar al padre Andrés Julián lo detuvo y le contó su secreto. El padre Federico le había visitado otros años y ahora a su llegada le había dicho que acudiese a su cuarto esa noche. La vergüenza y el temor le tenían aterrorizado. Recordaba las situaciones vividas con anterioridad y las arcadas acudían a su cuerpo entre sollozo y sollozo. Escuchó por primera vez blasfemar a su compañero de cuarto, un chaval de una educación y cortesía radiante. Soltó una de las clásicas de su padre. No pudo evitar que la rabia y la impotencia inundaran su joven cuerpo. Pero se repuso. Tranquilizó a su amigo y le rogó no abandonar la habitación. Si se presentaba él lo defendería. Aquella noche ninguno de los dos pudo dormir tranquilo. Había llave pero el padre Federico disponía de ella. Aunque tenían prohibido cerrar las habitaciones, esa noche la cerraron. Cuando el reloj marcaba las cinco y media Pepe se levantó, se duchó y fue a la huerta a encontrarse con el padre Andrés. Allí le estaba esperando con los brazos abiertos. Le comentó el descubrimiento de su hermana y de inmediato pensaron ponerlo en práctica allí. Le contó el problema con el padre Federico. La congregación sospechaba algo pero nadie se había atrevido a denunciarlo, reflexionó un poco y quiso tranquilizar al pequeño.

- De todas formas no es peligroso, pero si ocurre algo no dudes en avisarme.

Pepe se sentía más seguro, ahora estaba su amigo Andrés para defenderlos.

Los días transcurrían sin mayores problemas, la Semana Santa, se aproximaba y las segundas calificaciones estaban ahí. Pepe seguía en la misma tónica, solo tenía un enemigo en aquel gigantesco colegio internado. El padre Federico.

Los internos disfrutarían solo de una semana de vacaciones, pues la otra, iban de ejercicios espirituales. A la casa, de la orden en Garbí, para reflexionar y meditar sobre sus vocaciones religiosa.

Unos viejos autocares recogieron a los internos y los transportaron hasta el lugar. Se detuvieron ante varios bloques de edificios que se alzaban ante los asombrados ojos de aquellos adolescentes. A medida que descendían de los autocares formaban con sus equipajes, para ser distribuidos por cursos en diferentes pabellones. Eran unas instalaciones espectaculares y sin duda el lugar ideal para conseguir vocaciones.

Cuando, nuestros amigos, se enteraron quien sería su director espiritual el temor se adueñó de ellos. El padre Federico era el encargado de cuarto A.

- No te separes de mí.

Le decía a Julián.

- Ese cerdo ni me va a tocar a mi, ni mucho menos a ti.

Inicialmente, la suerte se alió con ellos. Las habitaciones eran generales. Un espacio inmenso, repleto de literas, daba cabida a todo el curso. Dos auxiliares ayudarían al padre Federico a controlar al grupo. Alumnos de selectividad de toda confianza del padre. Se decía que se entendían bien. Y eso quería decir mucho. Una vez instalados los equipajes y designadas las camas bajaron a comer. Llenos sus estómagos los reunieron en una habitación con el número justo de sillas formando una, U, en torno a tres sillas que presidían la sesión, donde se sentaron el padre Federico y sus ayudantes. Acoplados en sus asientos les fueron informando. Era la semana de la muerte de Cristo y nadie podía hablar durante esos días, salvo que alguno de ellos les dirigiera la palabra. Las normas se sucedieron una tras otra. La comunicación que puso en guardia a nuestros amigos fue que a partir de esa tarde y después de comer irían pasando uno a uno por el cuarto de don Federico, para confesarse y reflexionar sobre la vocación religiosa que sin lugar a dudas tenían. Sería por riguroso orden alfabético. Empleando dos horas para dicho menester. Si bien, esa tarde sólo lo harían por espacio de una. A razón de quince minutos por alumno, pero ya advirtieron que no era rígido. Si la ocasión lo requería un alumno podría estar más tiempo con el sacerdote. Hasta la tarde siguiente no le tocaba a Pepe y luego el turno sería para Julián. Esa noche no pudieron dormir ni un solo minuto.

Llegó el momento que le correspondía a Pepe. Se presentó seguro de sí mismo. Tenía muy claro que no le iba a dar ni siquiera la mano. Nada más entrar por la puerta uno de sus auxiliares, agazapado detrás, cerró con pestillo. La acción asustó al niño. Lo habían pillado, pero si intentaban algo tendrían que pelear.

- Bien aquí tenemos al listillo del colegio. Acércate.

Pepe permaneció quieto en su sitio y con voz firme comentó.

- Si, vengo a confesarme, éste sobra.

La gallardía de aquel niño puso nervioso al padre Federico.

- Pero tú que te crees mierda de niño, que vas a decir lo que tengo que hacer o lo que no tengo que hacer, como haces en el internado por ser el protegido de Don Andrés.

Sin darle tiempo se vio sorprendido al ser retenido por el auxiliar que lo retenía sujetándole los brazos. Don Federico se aproximaba a su cara produciéndole nauseas. Cuando el sacerdote rozaba la cara del niño, éste le arrojó toda la comida. Comenzó a vomitar sobre su rostro. Mientras, don Federico, se limpiaba con el pañuelo blasfemó. Pepe chilló a grito pelado mientras le propinaba un pisotón a quien lo sujetaba por los brazos. Cuando se vio libre comenzó a gritar

- ¡Maricones de mierda tendréis que matarme si queréis abusar de mí!

Julián que estaba próximo a la puerta salió como una exhalación del edificio. Fue directo al de los alumnos de sexto B donde sabía que encontraría al padre Andrés.

Pepe cogió una silla e impedía que aquellos degenerados se le acercaran. Mientras propinaba los piropos de rigor hacia aquellos salvajes. El segundo auxiliar al oír los gritos acudió. Se precipitó hacía la puerta y al encontrarla cerrada le propinó una patada irrumpiendo en la habitación. Ahora era más factible acceder al mocoso que se movía en todas direcciones, para tratar de evitar lo inevitable. Por fin consiguieron reducirlo, no sin recibir unos cuantos golpes de aquella fiera. Mientras, uno le cogía de las manos y el otro de las piernas, el sacerdote comenzó a desabrocharle los pantalones. Cuando tenía el culo al aire entró don Andrés, con su enorme mano, le soltó, en la cara de Federico, tal puñetazo que quedó inconsciente en el suelo. Sus auxiliares soltaron al pequeño y se dieron a la fuga. Con lágrimas en los ojos, don Andrés, abrazaba al chico mientras repetía.

- ¿Te han hecho algo esos degenerados? ¿Te han hecho algo?

Pepe no soltó una sola lágrima, la cara la tenía hinchada y, por sus narices chorreaban ríos de sangre, como consecuencia de la pelea desatada.

- No se preocupe don Andrés esos degenerados no han conseguido tocarme.

El alboroto en el centro de meditación fue enorme, la voz corrió hasta alcanzar el último rincón. Los responsables se vieron en la obligación de reunirlos en el salón de actos, para aclarar la situación.

Pepe, no estaba dispuesto a colaborar. El claustro decidió, para evitar el escándalo, que Pepe contara a la asamblea de alumnos haber infringido una regla y el padre Federico iba a darle una paliza en las posaderas con una vara como castigo. Le prometieron destinarlo a otro centro donde no hubiera alumnos. Fue amenazado con retirarle la beca y no poder continuar con los estudios. Incluso el padre Andrés, muy a pesar suyo, se vio obligado a forzar al niño para aceptar la estrategia montada por el claustro y salvar la imagen de la congregación.

Pero el niño seguía en sus trece. No mentiría por nada ni por nadie. Andrés se sintió orgulloso de su protegido, aunque su actitud le fuera a traer grandes dificultades para continuar en el internado. No podría disfrutar de su compañía de su saber y de sus genialidades, pero prefería verle en sus trece. Fiel a sus ideales a pesar de todas las presiones.

La dirección pudo salvar la imagen del centro con una larga y preparada charla a los muchachos. Pepe sería expulsado del centro por difamar a un sacerdote. Don Andrés que no había sido informado de ese último punto, al oírlo se aproximó al director y aseguró que si el niño era expulsado el escándalo saldría fuera de aquellos muros, porque acudiría a la policía y a la prensa.

Fueron momentos tensos, no iban a retractarse de lo dicho, pero le aseguraron que el niño continuaría en el internado.

Desde aquel incidente las cosas no fueron iguales ni en el internado ni en el colegio. Gozaba de la confianza de todos los alumnos, en especial de su curso, pero entre sus profesores, la mayoría eran religiosos, había un cierto rechazo por no colaborar. Tan solo don Andrés se sentía orgulloso de aquel maravilloso niño.

Cuando se cruzaba con el director o el jefe de estudios, que antes se paraban a charlar con él, se encontraba con un seco saludo. Se sentía mal, él solo había sido fiel a sus principios y por nada del mundo iba a traicionarse a sí mismo. Era algo que había oído decir muchas veces a Elisa y estaba dispuesto a todo por aquello que consideraba fundamental.