jueves, 8 de septiembre de 2011

NEGRITA PURA VIDA CAPITULO 12 LA BAÑERA

- CAPITULO - XII -

- LA BAÑERA -

Ese día se acercaron al parque nacional de Cahuita. Las maravillas contadas por Gonzalo sobre la belleza de sus playas y la posibilidad de practicar el buceo e incluso en una de sus calas con un poco de suerte conseguir alguna que otra langosta les empujó a visitarlo en primer lugar. A primeras horas estaban en la zona sur del parque buceando. Los hombres, entre sus rocas, intentando buscar alguna langosta para cenar esa noche. Ellas extendieron sus toallas en una de sus interminables playas disfrutando de un día de sol y baño en el Caribe.

En los primeros momentos del día Ana y sus compañeras se divirtieron de lo lindo con un grupo de monos que lejos de temer a las personas bajaban hasta la playa con la intención de conseguir comida de los turistas. Hacían todo tipo de monadas para llamar su atención. Corría uno detrás del otro subiendo y bajando de las palmeras. Ángela les advirtió que estuvieran atentas a sus bolsos, pues en ocasiones esos truhanes se los arrebataban a los turistas para revisar su contenido en busca de alimento. Pero lo gracioso estaba en la estrategia empleada, para conseguir su objetivo Y subir a toda velocidad al primer árbol o palmera cercana.

Una vez comprobaban su seguridad se dedicaban a vaciarlo por completo, en busca de llevarse algo a la boca.

Requisado el bolso y localizado lo que les interesaba, lanzaban al vacío cualquier objeto que no contuviera calorías. Finalizando su fechoría deshaciéndose del cuerpo del delito. Tras relatar la maniobra empleada por aquellos simios, Ángela, vació una bolsa para colocar en su interior una toalla, un par de támpax y dos barritas de cereales que solía llevar por si le apetecía comer algo.

Depositó la bolsa a unos dos metros de donde estaban tomando el sol y esperaron pacientemente. De inmediato se inició los tanteos de los simios alrededor del grupo. Ángela los había observado en numerosas ocasiones y advirtió la maniobra que ya había comprobado con anterioridad.

- Fijaros en esos tres. Son el cebo para que les observéis. Ahora comenzarán con las monerías, lejos de la bolsa a este lado. Estar atentas, pero hacerlo con disimulo, y observar el lado opuesto, allí, sobre la palmera. Mirad al granuja que se esconde entre las palmas. Cuando estemos contemplando las monerías de sus colegas bajará como un rayo y se apoderará de la bolsa.

Nada mas iniciar su ascensión al primer árbol o palmera sus compinches dejaran su actuación para acudir prestos junto a su compañero, y compartir el botín.

No llegó a transcurrir mas de cinco minutos desde que iniciaron el plan cuando todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Ana y Marta quedaron pasmadas ante la astucia de aquellos animalitos.

Que como había asegurado Ángela una vez capturada la bolsa los otros tres se reunieron con el ladrón y comenzaron a desvalijarla hasta dar con las barritas de cereales y zampárselas. Mientras la bolsa, la toalla y los tampax caían esparcidos en las proximidades de la palmera. Buscaron un local para comer en Puerto Cahuita. En concreto, el restaurante que regentaba como socia de Gonzalo Mamá Cahuita. Al escuchar quien era la propietaria del establecimiento Anita recordó la conversación y la historia relatada por Negrita la noche anterior en la cala donde estaba ubicada la cabaña de papá.

Se interesó por las niñas que junto a su madre salieron a saludar al Viejito y su familia. Comieron como pocas veces se consigue comer.

Aquellas mujeres se esmeraron en cocinar para aquellas personas con todo el cariño e interés del mundo. Ana se estremeció al percibir sus miradas, todavía temerosas. Sin duda lo vivido por esas criaturas era imposible borrarlo de la mente en toda su existencia. Llegó hasta derramar unas lágrimas por aquellas personas y su suave cutis se transformó en piel de gallina al recordar el relato de Negrita.

- ¿Te sucede algo? ¿Tesoro?

La voz preocupada de su esposo consiguió recuperar su piel y regresar al lugar y al momento. Le tranquilizó depositando sus labios en los de él y a continuación, al oído le aseguró que cuando tuviera un momento se lo explicaría. Pero que no se preocupase se encontraba perfectamente. Estaban en la sobremesa, Mamá Cahuita se sentó con ellos a platicar y disfrutar de la compañía del Viejito, cuando Anita vio a las niñas jugando en la playa. No pudo resistir la tentación y bajó para conversar con ellas. Su belleza, aunque no tan destacada como la de Negrita, era evidente.

Al acercarse la pequeña fue la más receptiva, mostrando la mayor algo más de distanciamiento hacia la extranjera.

Sabían que era hija del Viejito, como se le conocía en todo Puerto Viejo, pero a pesar de ello, no sintió la cercanía que experimentaba con otros personajes conocidos o amigos de su papuchi. No permaneció mucho tiempo con ellas pero se alegró de conversar un rato, especialmente con la pequeña.

Regresaron al parque pues deseaban finalizar la visita. A media tarde, cuando el cielo perdía la luminosidad solar y se adornaba con mil tonalidades en sus nubes, en sus aguas y en el horizonte, Alberto propuso acercarse a Limón para asistir a un musical típico del país.

Cenar en la población para una vez concluido el espectáculo recogerse en sus cabañas y descansar. Tras aquella primera jornada completa en Puerto Viejo y sus alrededores. Gonzalo no les acompañó. Optó por regresar a la cabaña y descansar.

Negrita aguardaba en el porche la llegada del grupo pero al ver entrar el coche con su Viejito solo y al volante reaccionó con prontitud. Se le ocurrió la idea de ofrecerle el espectáculo que le contó El Negro. Conectó la cadena musical del salón y puso la canción de Delgadillo. La bañera. A continuación, entró en el servicio contiguo al salón, se desnudó por completo y entró en la ducha dejando la puerta completamente abierta.

Al escuchar la melodía. Un calor creciente fue recubriendo su piel, provocando unos escalofríos placenteros, que le pusieron la piel de gallina. Pero al mirar hacia el cuarto de aseo y comprobar como los vapores del agua caliente envolvían el cuerpo desnudo de una mujer se quedó paralizado. De nuevo la magia de Puerto Viejo le envolvió convencido que era Ana. Se sentó en el sillón y contempló aquel fresco cuerpo acariciado por los vapores de agua mientras sus manos con el jabón recorrían su contorno con lentitud, con sensualidad. De nuevo su miembro condenado al paro se alteró.

La última vez, que recordaba ese mismo accidente, sucedió en Quepos recordando a su mujer al escuchar la canción. Pero la presencia de ella era real. Realizó dos o tres tomas de aire consecutivas para conseguir paliar la falta de oxigeno provocada por la demanda de su organismo ante la alteración de sus constantes vitales. La respiración aumentó considerablemente su ritmo acompañando al del corazón. La figura, a través del cristal de la bañera, permanecía de espaldas mientras su tronco flexionado iba enjabonando sus piernas sus muslos, su vientre y sus glúteos.

Su mirada permanecía fija en esas caderas perfectas que se contorneaban de un lado a otro dependiendo de la parte del cuerpo a enjabonar. El agua caía sobre aquel escultural cuerpo resbalando y acariciándolo desde la cabeza hasta los pies. Ahora adoptó una posición lateral. Uno de sus pechos, terso, firme, redondo, sensual se dibujaba a la perfección al rozar contra el cristal. Mientras sus manos proseguían con el tronco flexionado enjabonándose los pies. Llegó a percibir el pezón de aquel pecho perfecto, grande, capaz de saciar cualquier tipo de sed. La melodía llegaba a su fin y aquel cuerpo proseguía con su inmejorable armonía de movimientos enloqueciendo al Viejito.

La música finalizó. Automáticamente se levantó del sillón una fuerza desconocida le impulsaba a ir hacia la bañera y entrar, pero al mismo tiempo otra no menos fuerte intentaba impedir la maniobra. Al retirar la hoja de la mampara de cristal volvió a la realidad. Era Negrita, sonriente abriendo los brazos suplicando ser abrazada, ser querida, ser amada. Gonzalo reaccionó con calma. Se giró. Tomó su albornoz que prendía de una percha en la pared opuesta a la bañera, cubrió el cuerpo de aquella criatura, para abandonar el aseo cerrando la puerta tras de sí mientras comentaba.

- Ese negro cabrón, no sabe callarse nada.

Mientras Negrita trataba de colocarse el albornoz intentó detenerlo. Salió inmediatamente detrás de su Viejito, alcanzándolo antes de abandonar la cabaña y tomándole del brazo le suplicó.

- Mi Viejito, espere un momento desearía platicar con usted.

Y si hay un culpable. Esa soy yo.

Se abrazó a su espalda para iniciar un llanto desconsolador. Lo ultimo que pretendía en esta vida era hacer algo que disgustara a su Viejito y mientras el llanto ahogaba sus palabras suplicando perdón, Gonzalo, con la sonrisa dibujada en el rostro, se giró, abrazó aquel tierno cuerpecito mientras sus manos acariciaban sus cabellos y trataba de consolarla.

- Mi Negrita no estoy enfadado con usted. Se que lo ha hecho con toda su buena intención deseosa de complacerme, pero ya le comenté que nuestra deuda con su pueblo es de siglos y por mucho que pudiera hacer jamás compensaremos el daño causado. No me debéis nada, es mas somos nosotros los que estamos en continua deuda. Solo estoy algo enojado con El Negro Langostero. Es un charlatán.

La ternura, el cariño, la comprensión pero sobre todo sentir sus brazos abarcándole y acariciando sus cabellos, sus mejillas. Mientras sus dedos enjugaban sus lágrimas, logró el milagro de sofocar su llanto, su pena por suponer que había disgustado a su Viejito.

Se separó de él y enjugando con sus puños las últimas lágrimas le miró a los ojos.

Gonzalo tomaba las solapas del albornoz para cubrir esos pechos que habían quedado al descubierto ofreciendo todo el encanto y sensualidad de esa parte perfecta de su cuerpo. Cruzó ambas solapas para tomar a continuación el cinturón que colgaba de las cintas de sujeción. Luego posó sus labios en su frente y comentó.

- Mi Negrita venga al sofá. Ya ve que no estoy enfadado con usted.

-Soy todo oídos para escuchar su plática.

Escuchar a su Viejito hablando con serenidad, con dulzura, con un cariño paternal, serenó su espíritu.

Su corazón dejó de oprimirle y esa sonrisa que lo enloquecía fue recobrada por su rostro para mirarlo con toda su ternura, su cariño y amor. Estaba acostumbrada a las brusquedades, malos modos y abusos del “gringo”, y ahora contrastaba con aquel ángel. Lo primero que le expuso fue que disculpara al Negro. Ella había sido quien le pidió que le confesara algo que complaciera a su Viejito. Y El Negro le contó el incidente en Quepos y la posterior explicación. Deseaba agradarle. Estaba dispuesta a todo por su Viejito, y pensó que seria una representación de su agrado.

Gonzalo tomó sus manos con la ternura de siempre, aclarando que con contemplarla todas las mañanas en el desayuno diario y observar el cariño puesto en su preparación, le compensaba de sobra.

- Además, mi Negrita, Voy a confesarle un secreto.

Se levantó del sofá, Soltó las manos de Negrita que se entrelazaba a las suyas y fue directo a la cadena musical. Buscó un compact y seleccionó una canción. “Tu eres la música que tengo que cantar” de Pablo Milanes. La pieza musical comenzó a sonar justo cuando él retornó a su lado y sus manos volvieron a entrelazarse. Dejaron caer las cabezas sobre el respaldo del sofá y ante la advertencia de su Viejito escuchó atentamente la letra de la melodía. Que rezaba así.

Sé que hace tiempo te buscaba el nombre

Y así despacio sin hacerme daño
Fuiste una luz iluminando a un hombre
Que anduvo a oscuras todos estos años
Qué buscarás en mí que ya no tengas
Y no me hablen de paz ni de cordura
Porque mi paz y toda mi experiencia

Me laceran de muerte tu figura
Por eso yo, quiero llenarte de color tu intimidad
Pintar de risa tu impresión de soledad
Irte cantando por el mar y la ciudad
Tú te pareces tanto a la felicidad

Que en ese ritmo tan difícil de lograr. En los matices que no hay que retocar. En la belleza del arte más natural. Tú eres la música que tengo que cantar. Lo que yo siento quisiera decirlo. Un día de julio en medio de la plaza. Para oír tú nombre por los altavoces. Sentirlo rebotar de casa en casa.
Y aquí me tienes tarareando un sueño. Cazando estrellas por la madrugada. Pupila alerta, guardando un momento. Para irme a refugiarme en tu mirada

Por eso yo, quiero llenarte de color tu intimidad. Pintar de risa tu impresión de soledad. Irte cantando por el mar la ciudad
Tú te pareces tanto a la felicidad
Que en ese ritmo tan difícil de lograr. En los matices que no hay que retocar. En la belleza del arte más natural. Tú eres la música que tengo que cantar.

- Siempre que le tengo lejos o no puede verle ese día, me pongo esta melodía y pienso en usted. Mi Negrita. Como puede comprobar le llevo en mis pensamientos. Desligó su mano de la de él y se abrazó a su cuello. Iba a besarlo, pero de nuevo se encontró con el freno de su Viejito.

- Mi Negrita, mi amor, mi cariño. Mi afecto por usted es el mismo que siento por mi hijita. No debe confundirlo mi niña.

De nuevo intercambiaron opiniones pero estaba claro que Gonzalo era consciente que una relación de esas características era imposible. Una vez aclaradas las cosas y puestas cada una en su sitio.

Gonzalo le expresó que él también se informó sobre ella y estaba orgulloso por lo mucho que había hecho por su gente especialmente por las mujeres.

Tuvo la intención de iniciar un dialogo sobre “el gringo” pero al creer que estaba enamorada de aquel hombre prefirió no complicar la cosa y se mantuvo al margen de comentar nada sobre el personaje.

Le acompañó hasta la casa del “gringo” y luego regresó por la playa. Podía haber optado por la carretera pero era más bonito, especialmente por la noche hacerlo por la orilla de Caribe. Estaba profundamente emocionado con la acción de esa noche de Negrita.

Consiguió erizarle todos los pelos de su cuerpo y alguna cosita más que llevaba tiempo dormida. Pero desde luego el espectáculo fue inigualable. Convencido que su familia no dispuso de una actuación de tanta belleza, pero especialmente de armonía en su desarrollo. Algo extraño envolvía su ser, agradable, dulce, esa sensación que percibía siempre que se acercaba su esposa. Cada día estaba más convencido que su espíritu rondaba por Puerto Viejo, acompañándolo, para elevar su moral, y aquellos espejismos eran reales.

Desapareciendo cuando ella lo deseaba.

¡ANA TE QUIERO!

Chilló con todas sus fuerzas dirigiendo su voz hacia la bahía. Seguro que le escuchaba y se sonreía de verle feliz y completamente enamorado de ella.

Se fue directo a la cama y a los pocos segundos quedó completamente dormido. Le despertó el murmullo de la conversación de sus familiares tomándose una copa en el salón. Bajó, saludó al grupo y preguntó si se habían divertido, Luego besó a su hija y regresó a la cama. Poco a poco el murmullo desapareció al irse retirando el personal a sus camas y descansar tras aquel ajetreado pero encantador día.

No pudo recobrar el sueño y con su MP3 abandonó la cabaña para ir a la playa y tumbarse en su hamaca.

Escuchó la bañera y las lágrimas brotaron con facilidad. A continuación seleccionó una melodía de Luís Miguel Del amargue. “Siempre que tu pasas por mi lado”. Una amplia sonrisa sustituyó a las lágrimas que aun juguetonas resbalaban por sus mejillas.

La suavidad de sus manos, retiraron los auriculares y permitió captar la armonía de su voz.

- Mi Viejito. ¿Me hace campito?

Despegó sus ojos que permanecían cerrados para concentrarse en la letra de las canciones y de inmediato le hizo sitio.

Se recostó de lado a él y reposó su mejilla derecha sobre su pectoral. Elevó en dos ocasiones la cabeza para mirar y sonreír. Automáticamente los labios de Gonzalo se posaban en su frente. Le colocó un auricular en el oído libre y él se enchufó al otro. El silencio de esa noche cálida, luminosa no se rompió por ninguna otra palabra humana. Ninguno de los dos recuerda quien se durmió primero pero los rayos del sol emergiendo del Caribe los despertó. Se levantaron y tras el beso en la mejilla cada uno se fue a casa para darse una ducha y comenzar la jornada.