lunes, 25 de marzo de 2013

TRES AÑOS EN EL LABERINTO- CAPITULO VII-EL NUEVO HOGAR


                                           - EL NUEVO HOGAR -

   El terreno que ocupaba la Ciudad de los Deportes se iba perfilando semana a semana. Se distinguía perfectamente la ubicación de su campo de golf. Los pabellones polideportivos iban levantándose. Primeros sus esqueletos para revestirse con los materiales de construcción y ofrecer unas instalaciones perfectas para la práctica deportiva. Las zonas de recreo y ocio, adjuntas al complejo deportivo surgían al tiempo que las otras inhalaciones. A su derecha, justo a continuación, del pequeño bosque de pino mediterráneo se alzaba la mansión de su directora.
   Durante toda esa semana Amparo había dado su toque personal a la mansión. Desplazándose a unos grandes almacenes, llenó los armarios de las habitaciones de sus hijos, la suya y la de su padre de la ropa y enseres personales que necesitarían cuando se trasladasen a su nuevo hogar.
   Ese viernes en la mansión todo estaba preparado para recibir a la familia. Alertó al personal de servicio que esa misma noche se instalarían definitivamente. Llegarían a la hora de cenar y todo debía estar cuidado hasta el último detalle.
   A las veinte horas Amparo llegaba a su humilde hogar de la barriada de La Plata. Al abrir la puerta de casa se encontró con las discusiones de sus tres pequeños por la televisión. Saludo, puso un poco de orden y fue al encuentro de su padre para darle un beso y notificar su llegada a casa. Se metió en la ducha y tras relajar un poco su cansado cuerpo se sentó en el salón con sus hijos a leer la prensa y esperar la llegada de su mayor. Cuando la pequeña iba a levantarse para preparar la cena, le tocaba a ella, su madre le detuvo. Comunicándole que esa noche cenarían fuera de casa. Su jefe deseaba conocer a la familia. La alegría se reflejó en su sonrisa de oreja a oreja. Podría seguir viendo la película.
   Transcurridos unos cuarenta minutos, desde la llegada de Amparo, hacía su presencia Ana. Fue el pequeño quien le recibió alborotado, se iban a cenar fuera de casa. Besó a su madre, quien se levantó y animó a la familia para adecentarse y salir.
   En la calle se encontraron con la primera sorpresa. Su madre se dirigía al coche aparcado junto al portal. Al abría la puerta los rostros extrañados de su padre e hijos le hizo reaccionar. Les confesó que pertenecía a la empresa y esa mañana se lo adjudicaron. Era el coche oficial de la directora del complejo. José dio al menos tres vueltas alrededor del vehículo y después se metió dispuesto a observar todo su interior. Al comunicar su madre que disponía de televisión la batalla por poner el canal que cada uno quería se desató entre los hermanos. Pero Amparo puso orden, conectó el canal que en esos momentos daban los dibujos animados del momento y se desplazaron hacía su nuevo hogar. Fue la pequeña, con lágrimas en sus enormes ojos, quien comentó.
   - Papá disfrutaría conduciendo este coche. Era el vehículo de sus sueños.
   Las palabras, de la pequeña, inundaron de tristeza el interior del coche. Había transcurrido casi un año desde su desaparición y el recuerdo por parte de Ester entristeció a todos. Pero no tuvieron mucho tiempo para pensar en ello pues el coche se detenía ante una amplia entrada. Amparo tomó el mando a distancia y abrió la puerta. Recorrieron unos metros y de nuevo la puerta del garaje se elevaba para dar paso al flamante vehículo. En ese momento el móvil del coche sonó. Descolgó, conversó por espacio de unos minutos y colgó poniendo de nuevo el coche en marcha mientras comentaba.
   - Mi jefe, no cenara con nosotros. Ha perdido el avión que le tenía que traer de Madrid. Pero ha dejado orden para que nos atiendan. Cenaremos solos.    
   Descendieron por la rampa hasta llegar al garaje. Aparcó junto a otro automóvil y fue Ana la que rompió el silencio de aquel amplio recinto.
   - Mama yo quiero un coche como ese.
   Indicó mientras señalaba el coche junto al que habían aparcado. Al mirar a su alrededor comprobaron que había dos instalaciones deportivas, una pista de squash y una de pádel. Amparo les aseguró que también contaba con un enorme gimnasio con una gran variedad de aparatos junto a un vestuario, sauna y jacuzzi incluidos. En esta ocasión la expresión de la mediana se pudo escuchar en aquel recito.
   - Menuda casa tiene el ca...
   Su madre le recriminó, rogando que moderara su vocabulario. Pero todos estaban maravillados ante aquella mansión. Fueron al ascensor y mientras, madre, abuelo y Gema subían en el elevador el resto lo hacía a la carrera por las escaleras. Ciertamente, solo era un piso y cuando los tres hermanos llegaron a la planta baja, antes que el ascensor, se encontraron con un hombre de uniforme que atendía la puerta. Se quedaron un poco parados, pero la presencia de su madre saludando al personaje en cuestión los tranquilizó.
   - Buenas noches Ramón. Ésta es mi familia.
   Luego dirigiéndose a sus seres queridos les comentó que era el mayordomo de la casa. Con una exquisita cortesía invitó a los recién llegados a entrar en el salón. Una sala, de cerca de los ochenta metros cuadrados, decorada con todo lujo de detalles. Fue José, el pequeño, quien comenzó a observar todo lo que se cruzaba en su camino. Se entretuvo observando el gran acuario que había con peces de todas clases, mientras sus hermanas, abuelo y madre se aposentaban en unos cómodos sillones. Al aproximarse a las cortinas e investigar lo que había tras de ellas llamó a sus hermanas para comunicarles su descubrimiento. Al otro lado del cristal había una piscina. De inmediato se levantaron para observar lo que su hermano aseguraba. Pero el pequeño no se entretuvo mucho se lanzó a los sillones, miró a izquierda, derecha, delante y detrás, pero lo que buscaba no lo encontró. Con descaro y dirigiéndose a Ramón le preguntó.
   - ¿En esta casa no hay televisión?
   El quejido de su madre se pudo escuchar. El mayordomo abrió un mueble, tomó en sus manos un impresionante mando a distancia, apretó uno de sus botones y la pared que había frente a los sillones se desplazaba hacia la derecha dejando al descubierto una enorme pantalla plana de televisión de dimensiones gigantescas. No la había encendido cuando el pequeño volvió a preguntar.
   - ¿Hay canal Disney?
   De nuevo la sonrisa se dibujó en el mayordomo. Conectó el televisor al tiempo que comentaba.
   - En efecto hay cualquier canal que el señorito desee ver. Y como veo que la televisión le gusta. Esta noche el mando le pertenece.
   José dirigió su mirada victoriosa hacía sus hermanas que en esos momentos se acercaban para ver aquella descomunal pantalla de televisión. Ante la actitud chulesca de su hermano y cuando Ramón abandonó la habitación comenzaron  a burlarse de él. “El señorito”. “Está contento el señorito con su televisión”. De nuevo tuvo que intervenir Amparo para que se moderaran un poco. Se encontraban enfrascados comentando las impresiones provocadas por la mansión cuando una encantadora señorita de uniforme, con cofia incluida, se presentaba con un variado y suculento aperitivo. A continuación. Ramón, con el carro de servicio, llevaba las bebidas.
   Ramón regresaba de la cocina para reponer la bebida cuando la pequeña preguntó si se podía bañar en la piscina. Amparo, tras un guiño al mayordomo,  preguntó.
   - ¿Habrá algún bañador para que mi hija pueda darse un baño?
   De inmediato le aseguró que lo buscaría. Al solicitarlo el resto de los hijos. Les rogó que le acompañaran. Se metieron en los vestuarios de la piscina y ante sus ojos estaban preparados los bañadores, unos albornoces, zapatillas de piscina, gorros de baño y las gafas. Les invitó a que se cambiaran y abandonó los vestuarios. Ana se extrañó al comprobar que todo era de su talla y al observar que a sus hermanos les ocurría lo mismo comenzó a reflexionar. Pero la impaciencia del pequeño le sacó de sus reflexiones y se fueron a la pileta para disfrutar de aquellas cálidas y cristalinas aguas. Fueron directos al tobogán y se entretuvieron haciendo el gamberro en aquella atracción.    
   Al presentarse Amparo en la piscina y rogarles que saliesen del agua, pues iban a servir la cenar, se encontró con su mayor tratando de consolar a la pequeña, mientras Gema y el pequeño jugueteaban en el agua. Al acercarse para interesarse por ella comprendió el sofoco de ésta. Lo que había visto coincidía exactamente con la casa que papá, en broma, le comentaba que  sería su casa dentro de unos años. Aseguró a su madre que tenía configurado unos planos que se los enseñaba y le explicaba cada detalle del mismo y hasta el momento, sótano y planta baja eran una reproducción exacta. Al tiempo que les iba relatando sus inquietudes, tanto madre como hermana se vieron sorprendidas por la humedad en sus ojos. No pudieron evitarlo. Amparo se abrazó a sus dos hijas y estuvo en un tris de confesarles la sorpresa, pero había decidido revelarla al finalizar la cena. Estaba convencida que cuando vieran en la puerta de sus habitaciones su nombre escrito desvelarían la sorpresa que les tenía preparada.
    Ana tuvo que pelear más de la cuenta para conseguir que el pequeño abandonase la pileta. Pero cuando le amenazó con retirarle el mando de la tele obedeció de inmediato y en compañía de su hermana se metió en los vestuarios para ducharse, vestirse e ir a cenar.
   De nuevo al entrar en el comedor sus ojos contemplaron el lujo y la amplitud de la casa. Al tomar asiento el último componente de la familia el servicio hizo acto de presencia. En procesión, provistos de unas bandejas, con la cena. Al comprobar que eran sus platos favoritos y cocinados de manera magistral se sorprendieron. Sin duda mama había hablado con su jefe y le había confesado lo que le gustaba a cada uno. Fue una cena encantadora. Mientras se deleitaban con sus platos de su preferencia pudieron conversar sobre la increíble casa que tenía su jefe y lo que habían podido disfrutar esa noche.
   Reconfortados sus cuerpos de calorías Amparo les invitó a visitar la casa. Ramón iba a ofrecerse, pero la señora le dispensó. Ese placer de poder contemplar el rostro de sus hijos cuando descubrieran la sorpresa deseaba gozarlo sola con sus pequeños. En primer lugar bajó con toda la familia al sótano. Mama, el abuelo y Gema lo hicieron en el ascensor, mientras que los otros, a la carrera, descendieron por las escaleras. Al entrar en el gimnasio el pequeño se subió y probó todos aquellos aparatos, estaba como loco, no sabía a cual acudir, sus hermanas hacían lo mismo, con la excepción de la mayor que junto a su madre y abuelo comentaban la grandeza de aquella mansión. Entraron en los vestuarios y quisieron poner la sauna, pero mama no se lo permitió. Conectaron el jacuzzi y si no es por la rápida intervención de su hermana Gema el pequeño se habría caído al agua vestido y todo. Tras pelear un poco con él volvieron a la planta baja. Salieron directamente al exterior de la casa. Un pequeño y cuidado jardín se les ofrecía ante sus asombrados ojos para disfrutar de su belleza y aroma durante el recorrido. Fue Ester la que llena de alegría comunicó a todos su descubrimiento. Un campo de Vóley. Estaba montado y un balón junto a un poste esperaba que alguien lo cogiera para jugar con él. Y efectivamente así fue, pues la pequeña no se resistió a cogerlo y golpear varias veces. Realizó algún saque y rogó a sus hermanos que le acompañasen. Amparo les aclaró que en verano el suelo se retiraba y daba paso a una piscina descubierta. Tras pelotear, un poco en el campo, prosiguieron su recorrido por los alrededores de la mansión. Dos greenes separaban un pequeño campo de fútbol de césped. En esta ocasión el recuerdo de papá partió por parte del pequeño. Todos cruzaron sus miradas y la tristeza se reflejó en sus rostros. Al otro lateral  una magnifica pista de tenis completaba las instalaciones deportivas de la casa. Finalizada la visita externa volvieron a entrar. Ya conocían el vestíbulo, el salón y el comedor. Por ello, mama, les paso directamente a la biblioteca. Una suntuosa  habitación repleta de estanterías sin un solo hueco para poder poner un nuevo libro. Ocho escritorios en el centro de la sala, con su ordenador correspondiente. Ana se interesó por la bibliografía. Su madre conectó un ordenador, buscó el archivo del índice de libros. Una primera parrilla se mostraba en la pantalla. Temas, genero, orden alfabético, etc. Una gama de posibilidades para buscar cualquier ejemplar que se encontrase en esa enorme sala de cultura. Ana pulsó sobre temas y buscó lo que le interesaba. Ante sus asombrados ojos fue apareciendo una retahíla de títulos de gran interés para ella. Se giró hacía su madre y preguntó.
   - ¿Podría llevarme prestado o venir aquí para consultar algunos libros?      
   La sonrisa se dibujó en el rostro de Amparo de oreja a oreja. La felicidad embargaba todo su cuerpo al comprobar lo emocionada que estaba su familia. En esos momentos se imaginó sus rostros cuando comprobaran que todo aquello que les estaba maravillando les pertenecía. Sin desdibujar la sonrisa le aseguró que podría entrar en aquella biblioteca cuantas veces quisiera. La emoción y alegría no le permitió captar la entonación que le había dado su madre a lo dicho y prosiguieron con la visita a la mansión.   
   Entraron en las cocinas, visitaron las dos habitaciones para invitados. Cada una constaba de un salón, un despacho, un aseo y un dormitorio. Más que habitaciones parecían unos amplios apartamentos.
   Por fin llegó el momento deseado. Sabía que cuando subieran a la primera planta y vieran en las puertas de sus dominios su nombre se desvelaría el secreto. Pero en primer lugar entraron en el dormitorio principal, el de su madre. La puerta daba entrada a un gran salón, con toda clase de detalles. Tres puertas más daban a esa sala. La primera a un amplió despacho, la central, al dormitorio de matrimonio, donde dos puertas a izquierda y derecha conectaban con ambos aseos con jacuzzi incluido en cada uno de ellos, por último la otra puerta daba a un despacho gemelo al anterior.
  De nuevo Gema con la exclamación de rigor comentó.
  - Menudo h. de p. Vaya casa tiene.
   De nuevo, Amparo, tuvo que recriminar a su mediana. Salían de los dominios de Amparo, el corazón comenzó a funcionar a un ritmo superior. Era consciente que cuando se encontraran en la puerta el nombre de su primera hija lo descubrirían. Al llegar ante los dominios de Ana un gran letrero con su nombre en la puerta los dejó perplejos. Al unísono dirigieron su mirada a su madre. La felicidad embargaba todo su cuerpo. Ese momento era de los pocos que había tenido desde la desaparición de Paco. La sonrisa delataba lo que sus incrédulas mentes les confirmaban. Exhausta de felicidad y sin desdibujar su sonrisa comentó.
   - Efectivamente, cada uno, tiene su habitación.
   Fue decir esas palabras, cuando el primero en reaccionar fue el pequeño que como una exhalación fue a buscar su puerta. Correteó de un lugar a otro hasta que dio con la suya. Entró como una estampida. Lo primero que hizo fue abrir todas las puertas.  Pasó al salón, con su pantalla plana de televisión, su tresillo, sus sillones y un pequeño bar con nevera incluida. Al abrirla y verla repleta, a pesar de cenar como un porcino, cogió un kidkad y una coca cola. Entró en el despacho y no daba crédito a lo que veía. Al abrir la siguiente puerta se encontró con el cuarto de aseo. Allí se podía perder uno. El jacuzzi le enloqueció, entró en su habitación y luego a la carrera salió como una exhalación en busca de sus hermanas. Al oír al pequeño salieron al pasillo. Amparo comprobó que su pequeña no estaba y mientras el resto acompañaba a José para que les mostrara su habitación ella se introdujo en la de Ester. Al entrar en el dormitorio se quedó inmóvil, sus ojos se cargaron de lágrimas en un instante. Su pequeña sobre el lecho lloraba amargamente mientras repetía una y otra vez la misma palabra.
   - ¡Papá!... ¡Papá!... ¡Papá!
   Buscó, en el bolsillo de la chaqueta de punto, el pañuelo y mientras secaba su cara se aproximó a su pequeña para consolarla y consolarse con ella. Al sentir a su madre se abrazó fuertemente. Permanecieron varios minutos llorando como la mismísima Magdalena. Al descargar todas esas emociones que se juntaron en esos instantes. Ester, algo más calmada se decidió a hablar.
   - Mama. Esta es la casa que papá había soñado tener.
   Pausa para liberar un puchero y de nuevo se arrancó.
   - Me enseñó hasta los planos de esa casa ideal y coincide metro a metro, detalle por detalle con la de sus sueños.
   Nueva pausa para lanzar de inmediato una pregunta.
   - ¿Por qué no puede estar con nosotras?
   El llanto le pudo y las lágrimas salían de sus ojos como los torrentes que solían visitar en Los Pirineos. Se produjo un largo momento de silencio, roto por los sollozos y gemidos de su pequeña, al tiempo que su madre, con la emoción en el cuerpo, trataba de tranquilizarla. De nuevo volvió a dirigirse a su madre.
   - No te puedes imaginar cuando, cada noche, al meter me en la cama, los recuerdos de sus locuras, de sus manías, de sus risas, del cariño y la entrega hacia nosotras inundan mi mente. Recuerdo cuando me veía deprimida y acudía presto a mi lado para interesarse de mis problemas y tratar de consolarme.
   Los pucheros, el sofoco y las lágrimas acompañaban a la pequeña de la casa mientras comentaba con su madre todo lo que le inquietaba en esos momentos.
   - ¡Tiene que aparecer! Le necesito más que este maravilloso cuarto con el que todos hemos soñado. ¡Mi propia habitación! Te juro que cambiaría todo absolutamente todo por tenerle aunque fueran unos segundos a nuestro lado.
   Amparo abrazó con fuerza a su niña y cuando descargaron todo el dolor, que llevaban dentro, ella comenzó animando a su hija mostrando cuanto disponía en sus dominios. Transcurridos varios minutos de nuevo se reunieron todos para ver juntos uno por uno sus aposentos. Los de Ana, de Gema, de Ester, de José, del abuelo y por último en esa planta la de la abuela.         
   Salían de la estancia de la abuela cuando Ester se adelantó al resto y descubrió lo que guardaba el último piso, al  comentar.
   - Arriba deben estar las salas de juego.
   Fue pronunciar la frase cuando José se precipitó en busca de las escaleras que conducían a la planta superior.
   Con toda seguridad Amparo tendría que pelear con sus hijos y especialmente con el pequeño para que saliera de ese piso. Pero desde ese mismo momento puso las condiciones muy claras para disfrutar de aquella última planta.
   - Durante los días de clase está totalmente prohibido y solo sé abrirá los fines de semana y en los periodos de vacaciones. Pero, suponiendo que los resultados del colegio no sean satisfactorios, tampoco se tocará por parte de quien no cumpla con su obligación. 
   Entraron en la bolera, en la sala de ordenadores y consolas. Allí  se podrían pasar horas y horas sin enterarse que el tiempo pasaba.  Les chocó una gran sala con solo parqué, con una gran armariada y dos puertas que daban paso a los servicios y duchas. Amparo les aseguró que aquello estaba para cuando se reuniesen todos los primos. Principalmente en Navidades. La armariada se ubicaba a lo largo de la sala. Una, para guardar ropa la otra era falsa. Unas camas plegables se dejaban caer al abrir las puertas. Allí podrían instalarse todos dejando las habitaciones para los matrimonios.
   - Mama, llama a los primos y que vengan mañana a pasar el fin de semana.
   Amparo, sonrió la ocurrencia de su pequeño, tomó el teléfono móvil y conectó con una de sus cuñadas.