viernes, 22 de noviembre de 2013

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN- PRIMERA PARTE- ANKI-CAPITULO XVI-EL PALACETE

   CAPÍTULO XVI

 

                             EL PALACETE

 

    

   El taxi los dejó frente al palacete. Anki miraba asombrada aquel edificio de primeros de siglo. Él cedió las maletas al servicio que salía para atender a la pareja y una vez vencida la valla de entrada al jardín tomó a la joven en brazos para pasar el umbral de la puerta. El personal contratado por su madre tenía todo a punto. La calefacción a pleno rendimiento y la limpieza no solo se veía, se olía. La mesa puesta para ponerse cuando los señores quisieran comer. Las maletas descansaban en la habitación de Julián y la bañera con hidromasaje en marcha a la temperatura que le gustaba al señor. Cuando dejó a Anki en el sofá, se dirigió a la cocina. En primer lugar agradeció todas las atenciones recibidas y como tenían el palacete. Luego les rogó que pusieran la comida en los calentadores y volvieran a sus casas u ocupaciones, no los necesitaba durante esa semana. Al insistir que era orden de su madre les comunicó que se las vería con ella. Les dio un buen aguinaldo y regresó junto a ella para en brazos de nuevo subir a la habitación. Entrar en el aseo e ir desflorando las prendas que cubrían sus cuerpos, para sumergirse en esa enorme bañera brotando burbujas y chorros por multitud de sitios.

   La música suave, el ambiente sin vapor, la maquinaria anti vaho permitía mantener el habitáculo en perfectas condiciones de temperatura y humedad. Abrazados se mantuvieron en aquel relajante lugar por espacio de una hora. Luego en bata se sentaron a la mesa para hacerse con aquellos alimentos.

   Tras la limpieza e higiene personal se tumbaron en la cama para descansar del viaje.

  Nada más levantarse, de esa costumbre hispana, telefoneo a La Perla para reservar mesa esa noche. El coche que le regalaron por sacarse el carné lo tenía en el garaje con el depósito lleno y limpio como pocos coches se ven. Se pusieron prendas cómodas para salir y perderse por la ciudad. Llegaron al paseo de la Concha y continuaron hasta  subir al faro Igueldo. Detuvieron el vehículo en una revuelta poco antes de llegar al faro. De ahí, un pequeño acantilado mostraba toda la belleza de la bahía de la Concha y se recrearon viendo aquel paraje. Un extraño escalofrío recorrió el cuerpo de Julián. Sintió un frió intenso para luego incluso llegar a sudar. Se sentaron en el coche cara al mar y se abrazó a Anki, no quería decirle nada de lo que le estaba ocurriendo. De pronto sus ojos se apagaron y vio una extraña escena. Una joven que se parecía a Anki trataba de tirarse por el acantilado y él corría hacia ella para abrazarle y detenerla. Cuando giró su cara comprobó que no era Anki, no conocía aquel rostro. Un movimiento involuntario de su cuerpo le hizo regresar y volver a la normalidad, pero había sobresaltado a Anki que le preguntó de inmediato que le sucedía. De nuevo sus labios se unieron y sin darle importancia al incidente prosiguieron juntos contemplando la panorámica. Recorrieron todo los alrededores, para bajar a la bahía, aparcar el coche en el parking del complejo deportivo  y dar un pequeño paseo por las inmediaciones del restaurante. Como hacía bastante frió decidieron entrar y sentarse a dialogar. Le propuso jugar una partida de bolos pero no estaba con fuerzas para mantener aquella pesada  bola y alegando que no le gustaba mucho, pero que si lo deseaba jugaban, se encontró de inmediato con su negativa. Nunca haría algo que no le apeteciese. Pasaron a conversar sobre el problema vasco, sobre la dictadura que reinaba en aquel país, de los estudios que hacia él, de las perspectivas de futuro que tenía, de vela, como no, y por supuesto también de voleibol. Buscarían un momento para ir a ver partidos de voley playa, que se solían disputar con una cierta frecuencia en la bahía y donde él muchas veces se medía con otros contrincantes. Tenía un buen historial de victorias y luego cuando fuera al palacete le mostraría los trofeos logrados a lo largo de los veranos que pasaba en aquella localidad.    

   Anki andaba cansada y rogó regresar a casa. No hizo falta repetirlo, bajaron al aparcamiento para poner el coche rumbo al palacete. Una vez aparcado en el garaje, Julián fue por la puerta del copiloto, la subió en brazos hasta el dormitorio. Allí dejó a su pareja con toda la dulzura y cariño sobre el lecho y entró para conectar el jacuzzi. Regresó a su encuentro y de nuevo en brazos entraron en el servicio.

   Fue una semana encantadora, juntos fueron conociendo todos aquellos rincones que le inspiraban a él. Ella disfrutó de su compañía, de su ternura, de su cariño y de su amor. Hubo momentos para ver algún partidillo de voleibol y aunque le insistió para que jugara, se negó. No podía desperdiciar ni una milésima de segundo separado, luego se arrepentiría con toda seguridad.

   Todos los días se ponían en contacto con la familia para tranquilizarlos. Anki sabía muy bien lo mal que lo estaría pasando su madre. Ya no le hizo mucha gracia que se fuera, le notaba mas desmejorada y a pesar que siempre era la más optimista de la familia con respecto a su recuperación, últimamente estaba perdiendo la esperanza. Solo le animaba verle tan feliz, a pesar de los pesares nunca la llegó a ver, desde que estaba con aquel español, triste. Antes de su encuentro su expresión siempre era seria, difícilmente se le sacaba una sonrisa. Pero desde aquel milagro, desde que Julián se cruzó en sus vidas todo había cambiado. Aquel chico no solo radiaba fuerza, vitalidad, energía también le acompañaba una buena carga de alegría, de felicidad sin límites. Tímido y  a la vez capaz de conversar como si fuera una persona enormemente sociable. De una gran educación pero de una sencillez que les llegó a toda la familia al corazón, en especial al de su hija. Luego a pesar de su juventud, su madurez era exagerada para un posadolescente. Tenía muy claro lo que quería y luchaba hasta el fin por esos sueños o esos objetivos que se marcaba. Anki era su único interés y sin embargo era capaz de captar las necesidades de la gente que le rodeaba. Dejó todo absolutamente todo por dedicárselo a su hija. Aquello no se pagaba con nada. Hablando con su niña recordaba cuando en ocasiones conversaban con él y le expresaban su agradecimiento. Siempre sonreía para expresar que el que tenía que dar gracias a los cielos era él. Por fin pudo reencontrarse con su gran amor. Con ese amor que el Señor le reservó desde la creación y que nada ni siquiera la muerte los separaría porque iba a ser eterno como la misma vida del creador.  Aquella frase que en más de una ocasión se la escuchó recitar a su hija le encantaba y siempre que las recordaba, las lágrimas se le escapaban.

   Luego el trabajo que le proporcionaron a su esposo en unos momentos críticos y difíciles había supuesto la salvación de la familia. Pero aquella mujer estaba deseando que finalizase esa semana para tener a su pequeña de nuevo en casa.

  Era su última noche en el palacete, tras la ritual sesión de hidromasaje, ella se tumbo en la cama para que le aplicase un masaje sobre sus doloridas espaldas. Untó aquella piel suave, embriagadora y capaz de despertar pasiones con unas cremas que solía utilizar e inició el masaje. Entraron en el salón. No había luz eléctrica, dos enormes candelabros iluminaban la mesa puesta con exquisito gusto. Julián le mantuvo la silla hasta que se sentó y le acercó a la mesa. Notó como su rostro cambiaba de expresión. La mesa, dispuesta para un banquete real, sin embargo los alimentos no los veía por ninguna parte. No se había producido ni una sola pregunta, ni una sola palabra pero él escuchó perfectamente lo que Anki estaba pensando. Casi al mismo tiempo, de descansar sus pensamientos, él rompió la armonía del silencio en aquella habitación.

 

    “Hoy el primer plato mi reina consiste en amor, el segundo podrá elegir entre amor o mas amor, el tercero tres cuartos de lo mismo, para cerrar esta velada con un postre dulce, suave y embriagador. Sus labios excelencia.”

 

  Iba a sonreír ante la frase de Julián cuando el timbre de la puerta les sorprendió. Julián fue presto, consciente que les llegaba la cena de esa noche. Efectivamente había encargado en La Perla la cena. No era un centro hostelero que sirviera comida a domicilio pero Julián fue esplendido con varios empleados y tras el permiso oportuno llevaron la cena al palacete de aquel joven.

  Fue una velada increíble, la calidad de los productos no cabía discusión y aunque no cenaron en exceso si se fueron a la cama satisfechos de aquellos manjares. 

      Julián observaba las dificultades que tenía para desnudarse. Se aproximó para rozar con sus labios el rincón del amor como dicen los franceses y con una ternura, que puso la piel de gallina a su pareja, ayudarle a despojarse de sus prendas para cubrirlas con aquel camisón de seda blanco. Luego se acostaron mientras él le abarcaba por la espalda para dejar sus manos sobre sus pechos y quedar profundamente dormidos.

   Esa mañana se despertó temprano, la ventana abierta y la persiana a media asta, como las banderas en los días tristes. El sol comenzaba a despuntar  proporcionando luminosidad a la habitación, cuando él abrió los ojos y se la vio de cara, durmiendo como un ángel celestial. Sonrió y pudo comprobar cómo su respiración se aceleraba.

Anki

   Se repetía mentalmente

    Mi gran amor.

 

    Un taxi los aguardaba en la puerta del palacete. Entre el chofer y él colocaron el equipaje en el maletero y luego él regresó para sacar a la novia en brazos e introducirle en el vehículo público. Regresó para cerrar las puertas del palacete y tomar rumbo a Irún, al aeropuerto de Donostia.