jueves, 5 de febrero de 2015

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN. TERCER PARTE. CAPITULO DÉCIMO. TERCERLO FIN DE SEMANA CON ROBERT

CAPITULO DÉCIMO TERCERO
 FIN DE SEMANA CON ROBERT

 

 

   No concluyó su suplica cuando Pedro se ponía al volante para salir esa mañana soleada hacia el aeródromo de Limón. El amigo de Ester llegaba para pasar ese fin de semana y medirse a su amiga. La niña junto a su inseparable guardián en la mar se desplazaban con el todo terreno. Llegaron justo en el momento que el reactor privado tomaba tierra. Andaban aparcando, cuando Pedro alertó a la pequeña que en esos momentos tomaban tierra. Bajó corriendo del vehículo y entró en el aeródromo. Robert fue el segundo en descender del aparato y al comprobar que le aguardaba su amiga, se emocionó. Pedro tomó el equipaje, mientras que él de la mano de Ester solucionaba con un empleado de renta car la anulación del servicio. Pagó la cantidad contratada por la cancelación y dio una buena propina. Resuelto el problema con el vehículo de alquiler se dirigieron al aparcamiento para acoplarse en el coche e iniciar el regreso a la cabaña. La conversación durante el trayecto fue fluida, sin pausas y alegre, hasta tocar el asunto del fallecimiento de Julián. No pudo retener las lágrimas cobijándose en los brazos de Robert, que con un cariño enternecedor arropó a su amiga.

    Una vez en la cabaña con su acostumbrada educación saludó a los presentes sin olvidar la costumbre de compartir los saludos con el personal del servicio. Conocía los gustos y las costumbres de su amiga española. Desde luego en su casa al servicio no se le trataba como si fueran de la familia, pero a Robert le gustó el trato que allí les dispensaban, principalmente porque captó desde el primer momento que esa cercanía con esos empleados se hacía de corazón. Se había propuesto hacer algo así, pero le costaba, eran demasiados años educado y formado en el rol de clases. Pero en las conversaciones con Ester, le abrió los ojos. La posición económica, de raza, de sexo o social, no hacia a un ser humano mejor o peor. Simplemente eran las circunstancias de la vida, pero sobre todo el sistema social que Occidente explotaba. Pudo comprobar personalmente la bondad y el cariño de los empleados, e incluso la envidia de otros que no trataban tan directamente con la familia. Pero como muy bien le enseñó aquel renacuajo habían dos palabras que todo ser humano debía tener presente. La primera, “egoísmo”. Solo como un vocablo pero fuera de la persona. La segunda “comprensión” fundamental no solo como vocablo, era de obligado cumplimiento por la persona.

   Cada ser es diferente, ni mejor ni peor, de ahí la importancia de comprender al vecino. Aunque no se comparta todo si era necesario comprender, apuntillaba su querida amiga.

  Concluidas las presentaciones, le acompañó a una de las habitaciones para invitados. Pedro con antelación le había dejado la maleta en el dormitorio, espacioso y con dos dependencias más, un despacho y un aseo. Al recuperar la soledad entró en el servicio. Liberado de sus ropas se metió en la ducha. Conectó los chorros del hidromasaje con el propósito de espabilarse y relajar el cuerpo tras el viaje. Había madrugado demasiado esa mañana para poder estar antes de la comida.

   Pedro, tratándose de su princesa se movió con tiempo. Junto a la embarcación de su princesa había traído otra desde Limón, alquilándola en el mismo establecimiento donde su compadre compró la de Ester. Sabía porque lo habló con su niña que pasarían el fin de semana regateando en la mar. Mientras ofrecerían a los amantes de las regatas unas lecciones de cómo manejar una embarcación Laser. No olvidó de pregonar por toda la zona que a primeras horas de la tarde, sobre las trece horas, el que quisiera disfrutar y aprender algo sobre la navegación tendrían el privilegio de contemplar a una gran pareja de regatistas. Asegurando que uno de esos dos jóvenes saldría, en fecha no muy lejana, con una medalla de oro olímpica.

   Al bajar al comedor todo estaba preparado para almorzar. Sonrió al ver al matrimonio, un sitio libre, para él sin lugar a dudas. A continuación su amiga y hasta cerrar la línea los tres empleados de la casa. Se sentó y María Marta de inmediato inició una oración bendiciendo la mesa. Otra novedad que desconocía de esa casa, pero luego Ester le confesó que era costumbre de la gente nativa y que por supuesto respetaban. Fue una comida de una calidad y preparación propia de los mejores restaurantes donde solía comer con su padre. Pero sintió algo más de excelencia en aquella comida. El amor depositado para la preparación y confección de los platos era evidente. Ester se lo había anticipado, que lo sentiría al comer. Andaba incrédulo pero el cariño en la preparación se notaba en la degustación de los alimentos. Disfrutó del almuerzo como pocas veces, pero no ingirió en exceso tenía el reto de competir con su amiga, donde albergaba la esperanza de enseñarle algo. La sobremesa se prolongó, Robert estuvo en su papel y alabó aquellos platos en un gesto no habitual en su comportamiento se levantó y besó en la mejillas a esas nativas, entradas en años, que prepararon aquellos manjares y los compartieron juntos. El gesto que observó en su amiga le tocó la fibra floja, era una niña y él casi un hombre pero aquella mirada, aquel gesto, la dulzura que desprendía y la femineidad que emanaba de aquel ser joven le llegó a tocar el corazón. Hasta la fecha sentía a Ester como si fuera su hermana pequeña, pero desde ese cruce de miradas pensó que podría haber algo más. Se lo quitó de la cabeza, era una niña y él ya había sobrepasado casi la época caliente donde las hormonas causan estragos entre los adolescentes. Ese Diciembre cumplía los diecisiete y aquella criatura no cumpliría los diez hasta mediados del año siguiente. Ahora la diferencia era abismal, Si bien Ester tenía una madurez mental superior a la propia de su edad. Le confirmó que tenía dos embarcaciones Laser, una donde se entrenaba a diario y la otra la alquilaron para esos días. Debía elegir él para que no pensara que partía con ventaja. Aunque en realidad la rivalidad era de boquilla. Lo único que les importaba a los dos era disfrutar de su hobby, navegar.

  El sol apretaba de lo lindo, no era la mejor jornada para navegar, la mar muy tranquila y muy poco viento, pondría a nuestros navegantes en condiciones de aprovechar al máximo las ligeras ráfagas de viento.

   Al llegar al embarcadero, tenían las naves en el muelle, las balizas señalando el campo de regatas en su lugar Pedro se encargó que su princesa tuviera todo como le gustaba. Andrea estaba convencida que ni habría comido pues tras recogerlos del aeropuerto se puso a montar todo aquel tinglado. Se acercó al compadre de su “padre” y comentó

 

    Seguro que ni ha comido. Por favor Pedro tenga.

 

    Le tendió un billete de cien dólares y le suplicó que fuera al restaurante a tomar algo. Pero rechazó con cortesía aquella generosa proposición, por nada en el mundo se perdería aquella regata de su niña. Luego con alguna lagrimilla que se le escapó, por culpa de la edad volvió a replicar.

 

   Señora lo único que tengo en esta vida es ese angelito y me alimenta mucho mas verle feliz que cualquier caloría que pueda ingerir. Desgraciadamente solo la tengo en periodos de vacaciones y esta semana seguro que ha sido un regalo del Señor y de mi gran compadre Julián. Me vio tan decaído que me regalo la presencia de su niña

 

   Un nudo de difícil desenredó se le formó a Andrea que tras dos o tres tomas de aire profundo para evitar que los lagrimales dieran rienda suelta a sus sentimientos. Le aseguró que todo Puerto Viejo lo adoraba, por su bondad, su predisposición a ayudar a los demás, por su enorme corazón. De nuevo aquel viejo lobo de mar respondió a la señora.

 

   Todo eso que usted dice se lo debo a mi compadre, su padre, nos enseñó tantas cosas que quien llegó a conocerlo aunque fuera por unos minutos, nunca, y lo recalco, nunca ha conocido alguien que se le parezca. Don Julián, se lo he comentado en más de una ocasión, es el Sibú, o cuanto menos un enviado de él, para que los Bribris sigamos el ejemplo de compartir, de ayudar incluso a nuestros enemigos.

 

   Andrea se abrazó a ese nativo Bribri y comenzó a llorar de emoción, de felicidad. Sentía a Julián junto a ellos y su recuerdo, había sucedido hacía tan poco tiempo que le dolían las puñaladas que la vida le había dado al llevarse a su querido papá. Aquella enorme masa humana, pero muchísimo más grande por dentro, acariciaba el cabello de aquella madre. Andrea emocionaba trataba de recuperar la compostura. Una es más consciente de la grandeza de un personaje con la que compartió su vida, pues cuando uno pierde a un ser de esas características cuando no lo tiene a su lado se da cuenta de su verdadera dimensión. Cuantas charlas habían tenido sobre lo que le rondaba en la cabeza.

 

“En las cosas sencillas es donde se encuentra la felicidad, el amor, la dicha”

 

   Recordaba la frase. Tal vez no exactamente como le llegaba a su mente pero era una de las favoritas de Julián. Uno debía disfrutar cada décima de segundo que estaba en esta tierra porque era la única manera de ser feliz. Se dieron dos o tres apretones y sus labios descansaron en la mejilla del otro para pasar a contemplar aquel espectáculo entre el joven y esa niña que andaba en sus corazones.

   Robert se decidió por la embarcación de Ester. La niña se alegró en parte de lo contrario habría partido con ventaja ya que conocía aquella embarcación como la palma de su mano. Cuando Robert se enteró porque se le escapó a Pedro trató de que su amiga manejara su velero, pero no consintió. Desistió, la conocía demasiado bien como para seguir insistiendo. Los veleros se manejaban en torno a las balizas de salida mientras la cuenta atrás se escuchaba en la bahía. Pedro fue el encargado de cantar los segundos y Andrea quien con el sonido de su embarcación dio la salida. Le pilló en mejor posición a Robert quien tomó una ligera ventaja. Cada navegante leía las aguas, la costa, el fondo marino, las aves, los peces, las nubes, cualquier información podría ser importante. Eran conocedores de la calidad del contrario y Ester había leído en el lenguaje corporal de su amigo que le sorprendería. Comenzaba a confirmarlo, pero no era menos cierto que formaba parte de la guerra psicológica entre contrincantes. Al llegar a la primera baliza Ester se le coló con una inteligente maniobra, que tras el giro aumentó considerablemente su velocidad y aunque la trazada iba a ser más larga que la de Robert a éste le hizo perder algo de velocidad. Los espectadores aplaudieron la gran maniobra de la pequeña, sin duda su abuelo era el gran culpable del dominio que aquella jovencita tenía de la embarcación. Observó dos acciones de su amigo interesantes pero había adquirido demasiada ventaja para que esa regata se le escapara. La segunda, tercera y última baliza las pasó con holgura presentándose en meta con una importante diferencia. Su amigo se rindió. Sin duda el conocimiento de aquellas aguas le proporcionó aquella ventaja. Robert se sentía satisfecho pues pudo comprobar y demostrar su mejora. Al pasar por los muelles la gente felicitó a la pareja y por fin en la cabaña mientras merendaban Ester le comentó que la federación española le había seleccionado para la competición internacional que se celebraría en el mes de Diciembre en Australia. Robert le aseguró que hablaría con su padre para poder participar aunque fuera a título personal. No se perdería por nada en el mundo ver a su amiga ganar a los prepotentes de la vela en su clase Laser. Ese espectáculo lo deseaba ver en primera línea y que mejor que competir en la misma prueba. Solicitó permiso y en la misma mesa telefoneó a su padre para que realizara las gestiones pertinentes y poder competir junto a su amiga.

    Concluida la merienda subieron al despacho. Tenían tareas escolares y el lunes se verían en sus respectivos colegios para proseguir su formación escolar. Aunque había estado dos semanas fuera llevaba todo al día e incluso algo avanzada, especialmente con el estudio de los contenidos teóricos. Uno frente al otro sacaron sus libros, conectaron sus ordenadores, Ester el de mesa del despacho. Robert su portátil y se adentraron en ese otro mundo de la formación académica. Cuando a Ester le surgía alguna duda de inmediato Robert se la explicaba y lo solucionaba. De vez en cuando perdían la concentración en los estudios para mirarse. Robert retiraba de inmediato la mirada. Era una niña, pero sentía algo por ella. Y de Ester, para que hablar de los sueños de una chiquilla de nueve años. Pero él comprendía que debía comportarse como si de una hermana se tratase. Tal vez con la madurez de la joven pudieran entablar algo más que una simple amistad.

   Había oscurecido, andaban algo cansados y decidieron dejar por unos minutos los libros y pasear un poco para airearse y oxigenarse. Salieron a la playa, se descalzaron y por el linde de la playa caminaron recorriendo la cala de norte a sur y de sur hasta la cabaña. Comentaron la vela, la jornada, sus inquietudes, sus metas, pero especialmente hablaron de la competición que se celebraría en Australia. Andaban hacia la cala sur cuando el celular de Robert detuvo la conversación y el paseo. Ester iba a retirarse para permitir la intimidad de su amigo pero este tomándole de la mano impidió que se alejara de él. Al darse cuenta de su gesto retiró con disimulo su mano y permaneció junto a ella conversando con su padre. Al término de la charla se giró hacia ella para contarle su conversación.

 

   Papá lo ha resuelto, ya ha mandado mi inscripción. Me ha comentado, que estarían los mejores regatistas del mundo de la clase Laser. Entre ellos nuestro amigo el americano.

 

   Se miraron al tiempo que esbozaban la sonrisa y mientras se producía Ester rompió el silencio producido tras la aclaración de Robert

 

    ¿Al que ganaste en Cancún?

 

   De nuevo una sonrisa reveladora dando a entender que efectivamente era el personaje al que vencieron. Pues si no recordaba mal fueron los dos primeros y del primer puesto tenía ella la culpa.