viernes, 9 de enero de 2015

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN. TERCERA PARTE. ESTER. CAPITULO NOVENO HOMENAJE A UNA BRIBRI

CAPITULO NOVENO HOMENAJE DE UNA BRIBRI.

 

 


   El vuelo de Ámsterdam a Alajuela, Costa Rica, iniciaba sus primeros metros por la pista europea. Cerca de once horas les aguardaba a sus viajeros.

   Ester se encontró en su bolsa la misiva de su yayo. Tomó aire en tres ocasiones e inició su extracción de su interior. Estaba aburrida y sentía la lógica curiosidad de una mujercita pero se detuvo, devolvió con la suavidad y delicadeza propia de una niña, la carta y abrazando la bolsa se reclinó para cerrar los ojos y tratar de dormir.

   Cuando se despertó los auxiliares de vuelo repartían la comida. Tomó su ordenador y envió un mensaje al correo a su amigo y contrincante en regatas Robert informando de lo sucedido. A su padre lo pudo saludar en Donostia pues se desplazó para asistir a la multitudinaria muestra de aprecio y dolor hacia aquel histórico personaje. Le comentó en el correo que preguntó por él pero que había iniciado el curso y no era cuestión de perder ritmo, pues con los estudios no era muy brillante. Confirmando que te enfadaste con él por no llevarte. Se despidió asegurando que se quedaría en Puerto toda la semana. Si tenía oportunidad de verse aunque fuera el fin de semana se congratularía, de lo contrario las redes sociales les servirían para no perder contacto. Ester comprendió que no estuviese conectado pues en México deberían ser sobre las seis o siete de la madrugada. Terminó el correo, guardó el portátil para pasar a comer a continuación. Finalizado el almuerzo se levantó para visitar a roca y luego conectó su móvil para visionar y recordar algunos videos de los últimos entrenamientos con su flamante embarcación, en compañía de su abuelo. Verlo sonreír le llenaba completamente. No recordaba ni una sola imagen de su abuelo que mantuviese la expresión triste. La alegría se reflejaba en ese anciano que disfrutaba la vida cada décima de segundo. Incluso cuando recordaba a su Anki, las lágrimas se deslizaban por su arrugado rostro pero la expresión era de una felicidad sin límites. Nunca lo había visto enfadado y girándose hacia su madre se lo preguntó.

 

     ¿Has llegado a ver alguna vez al abuelo enfadado? 

 

   Andrea sonrió mientras sus ojos se humedecían ligeramente, pero controló la acción fisiológica para responder de inmediato a su pequeña. Lo cierto es que se mantuvo unos minutos pensativa. Pero ante la impaciencia de su niña, quien le repetía la pregunta por si no le había escuchado. Serenó a su hija asintiendo que le había oído perfectamente, pero andaba recordando. Lo cierto es que ni siquiera cuando daba clases se enfadaba, gritar si lo hacía y con bastante frecuencia. Hasta tal punto que el alumnado de cursos inferiores a los que no daba clase le temían y no deseaban hacerse mayores, porque temían vérselas con aquel viejo cascarrabias. Luego a la semana de disfrutar de sus clases se volcaban con él. Era adoración la que tenía todo su alumnado por aquel maestro. Con sencillez, sin pregonar, sin alardes, sin castigos, sin restar nota. Siempre con un cariño paternal.

 

    Incluso me atrevería a decir con cariño de abuelo, pero mentiría. Cuando ha desempeñado su papel de abuelo te consentía cosas que a mí jamás, a pesar de lo que me quería, tuvo conmigo. La verdad es que derrochaba cercanía, cariño, pero especialmente un amor sin límites hacia su alumnado.

 

  Fue relatándole que cualquier cosa se le podía plantear, siempre buscaba la respuesta o el apoyo que precisaba el solicitante. Le confirmó que utilizaba mucho los silencios y eso lo había asimilado de los Bribri, especialmente de su bisabuelo y del Usekör. Como lograba de los silencios escuchar el lenguaje corporal de la gente y sin palabras descubrir lo que eran incapaces de transmitir. Se detuvo unos segundos para hacer un paréntesis pues recordó algo que Julián había dicho en una ocasión y que se le grabó en el corazón.

 

   Estaba en el recreo con él, nos rodeaba una multitud compartiendo esos momentos de descanso con Julián, era el único profesor que lo hacía, cuando una alumna le preguntó por qué chillaba tanto. Se tomó uno de esos silencios que mantenía la atención de sus pupilos y soltó una de sus grandes frases.

 

   - “No penséis que chillo para amedrantar, para temerme, si siquiera para reprimir. Chillo simplemente porque tengo el corazón tan grande que las frase surgen a borbotones”

 

     Todos los presentes comenzamos a reír, teníamos muy claro que no chillaba para nada de lo que en un principio dijo en su frase pero nunca imaginamos que nos saldría por esas. La mayoría del alumnado que estábamos no abrazamos besando sus mejillas y asegurando que también le teníamos en nuestros corazones.

 

   Verdaderamente no se hacía necesario explicarle a su hija como era el abuelo. Pero sinceramente ella no recordaba ni un solo instante enfadado. La alegría la portaba en su expresión, en su actuación, en el trato. Para Julián más importante que los contenidos era que la gente se sintiera feliz en sus clases, que disfrutaran practicando deporte y especialmente fortaleciendo valores. 

   Seguían parlamentando del personaje encontrando la ocupación perfecta para pasar esas horas de vuelo. Cuando les solicitaron que se sentaran bien y abrocharan los cinturones pues iban a tomar tierra no daban crédito al tiempo transcurrido. Pero hablar del abuelo era algo que provocaba que el tiempo volara.

   Los trámites de rigor y de nuevo en una de esas avionetas que había que hacer un acto de confianza para atreverse a volar. A los pocos minutos volvían a abandonar el suelo. En esta ocasión a menor altura para recrearse en esos parajes sin igual. No tardaron mucho en tomar de nuevo el suelo, para respirar tranquilos. En el aeródromo de Limón un todoterreno de la familia les aguardaba a pie de avioneta. Los equipajes en el maletero y una vez acoplados en el vehículo pusieron rumbo a la cala. La familia casi al pleno se había reunido para homenajear a la familia. Altos dirigentes de varias tribus nativas aguardaban la llegada de los viajeros para transmitirles en nombre de sus pueblos sus más sinceras condolencias.

    Cenaron en armonía y por fin lograron quedarse solos. Deseaban aislarse un poco de la familia y por ello se instalaron en la cabaña del abuelo. Allí, salvo ellos y de vez en cuando alguien del servicio para limpiar, no entraba nadie más. Era el santuario de Julián y lo respetaban al máximo. Andrea y Greet se quedaron en una de las habitaciones de la primera planta mientras que Ester se subió a la bóveda de la cabaña y se instaló en la habitación de su abuelo. Como adoraba aquel lugar. Cuantas historias, cuantas lecciones, cuanto amor había compartido con su yayo en aquellas habitaciones, el dormitorio y el despacho. Se metió en la ducha y se recreó, mientras el agua acariciaba aquel cuerpo preadolescente. Abrió el sistema de masaje y se deleitó con un hidromasaje.  Más de media hora permaneció bajo los chorros de agua. Por fin abandonó el tubo de la ducha y tras secarse y ponerse el camisón tomó con la delicadeza que precisaba la misiva que le había dejado su abuelo, se sentó en aquella cómoda y enorme silla del despacho. Siguiendo un ritual fue primero abriendo el sobre y luego despegando aquellas dos cuartillas escritas a mano. El trazo de la escritura era irregular, la enfermedad no le permitía mantener firme la mano pero aunque se notaba la falta de control en la escritura se podía leer perfectamente su texto.

 

   Mí querida princesita:

  

 Te escribo la tarde antes de abandonar este mundo para reencontrarme con ella. Mañana te pediré que nos perdamos por la bahía para navegar, sé que me voy y no deseo que me suceda en casa. Mucho menos en un hospital. Siempre soñé con hacerlo navegando. Si no te conociera como te conozco jamás me habría atrevido a pedírtelo, eres muy joven de edad pero muy fuerte de mente y sabes perfectamente, porque lo hemos comentado en más de una ocasión, que la única que me puede hacer este favor eres tú. Si lo comentara con tu padre o tu madre sabes que me llevarían al hospital para tratar de retrasarlo, pero sé perfectamente que me llegó la hora. Te escribo esta misiva para contarte varias cosas. La primera, al igual que hizo Anki conmigo, te dejo un legado de escritos reviviendo momentos que hemos compartido, especialmente en esas edades que solo las recuerdas por los comentarios, e incluso alguna novedad que seguro desconocías. La segunda para confirmarte que seguiré a tu lado en todo momento especialmente cuando salgas a navegar. Estoy convencido que el Señor me permitirá que mi espíritu baje a la embarcación y me siente como yo lo hacía con ella. Cuando subas a lo más alto del podio recuerda que no es un éxito individual, hazlo sentir y vivir a todos los que de una manera u otra intervienen para logar el fin de todo ese quipo. Por último la tercera cosa es para decirte que en el testamento, que se encuentra en una carpeta junto a tu carta y la que he escrito a tu madre, entre otras cosas te dejo las dos propiedades que más me enamoraron. El palacete de Donostia y mi rincón en la cala, la cabaña. Para cuidarlas y que te servirán de refugio para estudiar, para compartir, con ese amor eterno que te llegará sin la menor duda, al igual que Anki ha sido, es y será para toda la eternidad. Sabes que eres mi princesa, que desde que tus padres me confirmaron que iban a ser padres te he llevado, te llevo y llevaré en un rincón especial de mi corazón. Cuídate mucho y cuida como lo has hecho conmigo de papá y mamá cuando les falten las fuerzas. Te quiero hasta el infinito y más allá.                                                                                                                

                                                                             Tu abuelo.  

 

   Las lágrimas recorrían con velocidad sus sonrojadas mejillas. Plegó con todo su amor las cuartillas y fue a la caja fuerte de su abuelo. Sabía su combinación.  Dos cajas habían dentro, una roja, la que siempre había visto, era el legado de Anki y las había leído infinidad de veces pero nunca se cansaba de releerlas. Junto a esa caja había otra de color azul, la sacó, la destapó y aunque en un principio pensaba comenzar a leer, prefirió esperar a serenarse un poco. Por ese día ya había tenido suficiente y estaba muy cansada. Colocó la misiva que había leído cerró la caja y la volvió a depositar dentro de la pared, al tiempo que cerraba y quitaba la combinación. Se perdió en el cuarto y a los pocos minutos se quedó profundamente dormida. Había sido un día demasiado duro, con un viaje tan largo y luego el encuentro con la familia.

   Serían las cinco y pocos minutos cuando se levantó, comenzaba a clarear, se dio una ducha rápida y con unos pantalones cortos, una blusa, un sombrero y unas deportivas para abandonar la cabaña con la intención de acercarse a los hangares del puerto deportivo y ver en qué estado estaba su Laser. El personal de la cabaña se había preocupado de tener la embarcación preparada, conscientes que aquella criatura lo primero que realizaría seria navegar.  Pedro el compadre de Julián sabía que iría muy temprano. La conocía demasiado bien y aguardaba en las proximidades del hangar con su pequeña barca a motor. Por lo general solía coger la embarcación de recreo de Julián pero nunca lo hacía sin el permiso de los señores. No le dio tiempo a comentarlo y prefirió sacar su vieja barca de pesca para controlar a la regatista. Ester permaneció varias horas navegando, es cierto que no se retiró mucho de la costa, se lo prometió a sus padres, siempre que saliera sola. Pero de haber sabido que Pedro andaba por los alrededores pendiente no hubiera dudado entrar un poco más en la mar. Navegaba percibiendo el romper de las olas al cortar el casco el agua. El viento era continuado, no excesivamente fuerte pero ideal para la navegación. Esos sonidos que envuelven al navegante solitario le permitieron concentrarse. Poco a poco iba percibiendo la presencia del espíritu de su yayo. Y conforme esa sensación penetraba en su cuerpo sus ojos comenzaron a nublarse. Pronto las gotas resbalaban por aquellas infantiles mejillas para caer directamente al suelo conforme el sofoco se hacía más intenso. Captó como aquellos fuertes brazos del abuelo, abarcaba su cintura recreándose con ese placer familiar. Se sorprendió al percibir su olfato el gel que solía utilizar. Musel. Pero cuando dejó de llorar y pudo observar su contorno descubrió que había golpeado sin querer una botella con dicho gel y parte de él se había derramado sobre la embarcación. Sonrió pero a pesar de los pesares sabía a ciencia cierta que Julián le estaba acompañando.

   Disfrutó de esas horas de navegación y regresó al hangar. Pedro se le había adelantado y rogó a la señorita que fuera a desayunar, la familia le esperaba. Él se encargaría de limpiar un poco la embarcación y guardarla a cubierto para luego a la tarde o a la mañana siguiente tenerla preparada.

   Dio las gracias al compadre de su abuelo y corriendo por la selva se reunió con sus padres que esperaban sentados. Las primeras calorías del día se consumieron, habían pensado acercarse al centro deportivo, que dirigían unos primos suyos mayores, pero ella rogó quedarse en la cabaña, tenía cosas que hacer y de paso conectar con compañeras en España para informarse de los trabajos realizados y hacerlos. Luego como quedó con sus profesores lo escanearía y se lo enviaría a sus correros electrónicos para que lo corrigieran. Especialmente Andrea no le agradaba que se quedara sola, pero el personal le recordó a la señora que tenían sangre Bribri y sabía muy bien en que se traducía eso pues ella misma lo vivía, y lo vivió en sus propias carnes. No era cuestión de discutir. Habían ido para saludar a la familia pero especialmente para que Ester se recuperara de aquel golpe tan duro que le había proporcionado la vida. Así pues tras el desayuno los esposos se perdieron con el vehículo abandonando la cabaña, mientras ella se subía como una flecha a la bóveda para matar ese gusanillo de la curiosidad que le andaba molestando desde la lectura de la misiva que Julián le había dado.