sábado, 27 de septiembre de 2014
UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN- SEGUNDA PARTE- ANDREA- CAPÍTULO-31-LAS SEDES
CAPÍTULO
TRIGÉSIMO PRIMERO LAS SEDES
Andrea se concentró en sus estudios llevaba su primer curso de medicina
a la perfección hasta la fecha. Todos los parciales y exámenes de asignaturas
cuatrimestrales los solventó con sobresaliente. Hablaban con frecuencia por el
Skype. Julián le relataba cómo iban los preparativos y lo ilusionados que
estaban los críos con la llegada de esos jugadores famosos.
Por fin a finales de abril les llegó el material. Todo lo tenían
dispuesto para asistir a la primera sede en el norte del país. San Rafael de Guatuso
se vistió de gala para los tres días de competición. El abuelo de Andrea
aprovechó el tiempo para hablar con los principales jefes de los Malekus y
fueron preparando la reunión que tendrían en julio todos los jefes o sus
representantes en el complejo deportivo de Talamanca. Fueron seis partidos de
una deportividad ejemplar. Jugándose dos cada jornada, para completar una
liguilla a una vuelta. No hubo trofeos, cada jugador, entrenador, masajista o
utilero recibió dos equipajes completos, con los nombres de sus jugadores
preferidos, tanto del Real Madrid como del Barcelona. Con equipajes tanto de
verano como de invierno, incluidos chándal y zamarras para el invierno.
Aquellos chiquillos no salían de su asombro y cuando se lo entregaron parecía
que les había tocado la lotería. El equipo de los Malekus, y el de los Quitirrísies
representarían a sus tribus en la final de julio.
Fue todo un éxito, el abuelo de Andrea y el mismo Julián recibían
felicitaciones allende fueran. En las otras tres sedes sucedió algo parecido.
Solo faltaba un equipo para clasificarse el de los Bribri. Dos hermanos de
Roberto participaban con uno de los cuatro equipos que disputarían un puesto.
Al llegar la primera jornada toda la familia al completo incluida Andrea, que
se desplazó a Costa Rica a pesar de tener pendiente dos exámenes a principio de
julio, pero pensaba aislarse y estudiar en la cabaña, con la excepción de esas
tres jornadas de competición.
El ambiente increíble, familiares, jovencitos, jovencitas, abuelos, abuelas,
tíos, tías, primos, primas, compañeros y compañeras de clase. Fue una gran
fiesta. En la última jornada se presentó el Usekör y se emocionó al ver un
ambiente tan familiar, especialmente le impresionó la deportividad con que
aquellos jovencitos jugaron con el apoyo de sus familiares. Ganar o perder era
secundario.
El alboroto saltó cuando recibieron su premio. Los más generosos
repartían entre amigos y familiares tres de los cuatro equipajes que habían recibido
quedándose ellos con uno. Ese detalle se inició con los hermanos de Roberto y
pronto contagió al resto de los participantes, emocionando a más de uno de
aquellos ancianos. En la reunión de los jefes se destacó el valor que suponía
aquel acontecimiento a nivel formativo y de amor hacia la tribu. Se
maravillaban al observar a aquel español que se dirigía a todos en su lengua y
lo cierto es que no lo hacía nada mal. Ahora separaban cuatro semanas para el
gran acontecimiento en Talamanca. Andrea se encerró en su cuarto de la cabaña y
estudió con ganas. Aprovechando el atardecer para pasear junto a Julián por la
cala.
Una de las mañanas él debía acercarse a San José para ultimar hasta el
último detalle la atención a sus famosos personajes. Andrea se había levantado y antes de ponerse
a estudiar como una loca salió al pórtico de la primera planta para recibir el
frescor de la mañana en su rostro, paseó un poco y pudo ver la habitación de
Julián. Sobre su mesa de trabajo y junto a su ordenador se encontraba la
herencia de su amada. Sintió una curiosidad incontrolada y sin pensárselo dos
veces entró en la habitación, retiró la tapa de la caja y extrajo el primer
pliego de papel. Temblorosa, avergonzada, culpable pero leyendo su contenido.
Al llegar al siguiente párrafo comprendió muchas cosas.
“Recuerdas.
Estábamos en la guardilla del pajar de la granja de mis padres abrazados. ¡Cómo
no! A mi pregunta, si me voy primero que es lo más probable, busca otra mujer
por favor. Eres demasiado joven, demasiado bueno para vivir solo el resto de tu
vida. Y con ese temple, esa serenidad, ese cariño, esa dulzura. Contestaste sin
pensarlo ni una milésima de segundo. Solo existe un amor para cada ser y no
tiene principio ni fin. Nació con la creación y como la vida eterna, es eterno.
De ahí la importancia de saber cuál es el nuestro. Y estoy seguro que el mío
eres tú, por eso mi amor jamás podrá haber otra mujer en mi vida.
Ya se habían producido con anterioridad, mientras leía las primeras
frases, lloros y pucheros. Pero cuando terminó el párrafo último. Las piernas
le fallaron y cayó en el suelo presa de un ataque de llanto. Fue en ese
momento, en esa situación, en ese instante cuando se percató que jamás lo
podría tener. Que aquella frase que pronunció hacía la friolera de casi
cuarenta años la había cumplido y no solo eso ahora estaba convencida que la
mantendría el resto de su vida. Lloró como no recordaba en su vida. Ni siquiera
cuando aquel animal abusó de ella. Mientras el llanto persistía las preguntas
se formaban en su cabeza activando sus neuronas. Una de ellas volvía con mayor
frecuencia a su mente y se prometió que cuando lo viera se la plantearía.
Rezaba en los siguientes términos:
“¿Te habrías tirado
conmigo en el faro Igualo?”
Para hacerse preguntas a sí misma
“¿Por qué
me separé del acantilado y fue hacia él?”. “¿Por qué accedí a seguir viviendo
si era lo último que en esos momentos quería?” “¿Por qué lo llamé a él?”
Los lloros no cesaban y aunque se sentía
como si le hubiesen clavado unos puñales en el pecho no sentía esa necesidad de
abandonar este mundo. Es más a pesar de aquella decepción. Nunca lo tendría.
Deseaba vivir y lo deseaba con todas sus fuerzas. Pero si seguía existiendo era
única y exclusivamente con la esperanza de tenerlo y por primera vez desde que
lo conoció tenía la certeza que no sucedería nunca y aun así quería vivir. No
lo entendía.
“¿Por qué no se tiró con ella? ¿Si lo único
que anhelaba era reunirse con su amor?”
Por más vueltas que le daba, siguiendo con
su llanto, no entendía nada, no comprendía. Todo aquello no sería un sueño. Por
fin consiguió un poco de control, dejó todo en orden, no sin quedarse con ganas
de averiguar algo más sobre aquella herencia. Pero en esos momentos sitió tal
vergüenza, se sentía tan enormemente culpable. Robar la intimidad de alguien
era algo que siempre había detestado y ahora lo estaba haciendo. Se lo tendría
que decir, confesarle su pecado y era consciente que le dolería, no por el
hecho de leer aquellas cuartillas que para cualquier persona podría resultar
simplemente emotivo, ni por el hecho de desvelar algo que él voluntariamente no
lo había decidido. Era consciente que el dolor de Julián estaría en dudar de la
confianza que había depositado siempre. A partir de su confesión su relación no
podría ser igual. Solo había leído una cuartilla y no pensaba leer más, pero
aun así se sentía sucia, ladrona, imbécil.
¡Dios!,
Sonrió, su expresión favorita. Como lo
quería, como lo amaba. Y aún a sabiendas que jamás lo conseguiría se sentía
feliz. Feliz porque las dudas se habían disipado, sus esperanzas también y sin
embargo radiaba felicidad. No entendía nada, se estaría volviendo loca o
idiota. Pegó un grito que se escuchó por toda la cala.
¡Perdónameeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!
Abandonó la cabaña a toda velocidad, en
busca del mar. Iba con una camisola, y un pantalón corto, debajo simplemente un
tanga. Al llegar a la playa se quitó el pantalón, la camisola y se adentró en
el mar, para refrescarse, para nadar, para relajarse, para pensar, para no
pensar, para recordar, para abrazarse a ese mar que era parte de él. Para
beberlo, para saborearlo. Flotaba completamente relajada en posición supina. El
oleaje le mecía al ritmo incomparable del Caribe. Ese mar de un ritmo
inconfundible, del lugar, de sus gentes, de todo ser viviente de aquel rincón
que el Señor dejó en la tierra para que lo buenos de corazón se dieran cuenta
como era un pedazo del Paraíso. Su rostro cambiaba constantemente de expresión,
de la alegría, a la tristeza, de la risa al llanto, de la preocupación, a la
serenidad. Cuan confortable eran esas aguas que calmaban a la gente y les hacía
sentir el slogan del país. ¡PURA VIDA!
Fue a comer con sus padres,
hermanos y abuelos. De inmediato todos captaron un cambio. Estaba insultante,
feliz, amable, generosa, participativa y no estaba Julián. Solo el abuelo, con
esa sabiduría de los nativos de la tierra, le llegó a comentar.
¿Has encontrado tú camino, verdad?
Se quedó perpleja, pero le
dio un beso en la mejilla y prosiguió como si no hubiera oído nada. Nadie más
le hizo un comentario pero todos eran conscientes que Andrea había dado un
cambio notable. Comenzaba a oscurecer, se encontraba sentada en un tronco
frente al Caribe, observando como la armonía de las olas, espumosas, vibrantes
morían con dulzura y sumisión a sus pies. Mientras el resto de la naturaleza
completaba la armonía de la tarde. Las nubes al fondo mojándose en el horizonte
iban probándose las diferentes galas para pasar la noche. Del tono blanco
intenso, al amarillo, anaranjado, azulado, grisáceo. Sonriendo lo comentaba.
Ese tono me gusta pero no es apropiado. Este otro no está mal. Me quedo
con este último.
Andaba repasando como exponer
su pecado, cuando unos labios se depositaban en su mejilla, se sobresaltó, pues
estaba tan metida en sus reflexiones que ni le vio, ni le oyó llegar. Se
disculpó ante la reacción de su niña y de inmediato para recuperarse del susto,
pero especialmente recomponerse un poco para confesarle su pecado, se puso en
pie, le obligó a descalzarse, imitándole, para iniciar un paseo por donde las
olas se postraban ante ellos. Julián intuyó de inmediato que algo importante
quería confesarle. Temía una nueva intentona, pero sin saber muy bien el porqué
no le preocupaba. En silencio, disfrutando de una brisa fresca, suave,
reconfortante, después del calor de esa jornada. El fondo de la escena no podía
mejorarse, la naturaleza se lo ofrecía con toda su generosidad y la cadencia de
sus pasos, seguían el compás de la melodía que iban componiendo esas dos
personas y el resto de seres vivos, incluidas las plantas decorativas del
camino por donde transitaban. Sonreían con las miradas al frente, al cielo, o
al suelo. Contemplando las estrellas, el cierre de la vegetación a la bahía, la
espuma en sus pies, sintiendo su cosquilleo al esfumarse las burbujas y
acompañándoles los millones de granitos de arena que masajeando sus cansados
pies. Esbozando una sonrisa, esperando, con esa parsimonia de los nativos. Sin
las prisas ni el stress de Europa. Temerosa de empezar, pero feliz como nunca
se había sentido. De pronto le vino a la memoria las preguntas que se estuvo
haciendo y sin pensarlo soltó la primera.
¿Te habrías lanzado del acantilado conmigo?
Le pilló. Creo que había pensado, durante toda esa hora larga de paseo,
cualquier otra cosa menos que le saliera por ahí. Esperó no podía precipitarse.
No porque no tuviera una respuesta inmediata. Precisaba centrarse, recuperarse
y estar preparado para responder con la sinceridad de siempre pero evitando
poder hacer daño a esa criatura. Tratando de explicarse el porqué de esa
pregunta en esos momentos, en esa situación, en ese paraíso. Cuando parecía que
todo aquello se había olvidado, o al menos, desde la última vez que hablaron
del tema no había vuelto a salir.
Comenzó aseverando que sí. Lo habría hecho. Confesando que iba a iniciar
la carrera para cogerle en brazos y lanzarse juntos a la eternidad. Estaba
desesperado, el Señor no se lo quería llevar ni teniendo a E.T.A. detrás, su
único deseo era reencontrarse con ella en la otra vida. Suicidarse él,
probablemente no conseguiría su objetivo y durante toda una eternidad estaría
alejado de su amada. Pero si se hubiera lanzado con ella al vacío tal vez El
Señor le habría perdonado. Era un cobarde. Un imbécil. Un miedoso, más bien le
aterraba el solo hecho de pensar que no estaría con ella. Había pensado muchas
veces en el suicidio, pero con seguridad su amada se lo impedía para que el
Señor no le castigara separándoles por toda la eternidad. Y tras concederle el
deseo, a él le permitía vivir y vivir más años como castigo a su insensatez.
Ahora lo tenía claro, desde el último viaje a Costa Rica cuando se perdió con
aquel loco por la selva se dio cuenta de todo y se dedicaría a ayudar a todo el
que pudiera. Viviendo en paz y en armonía. No dudaba que era una mujercita
increíble. Dulce, cariñosa, inteligente, comprometida con la gente, generosa,
entregada a los demás y de una belleza sin igual. Llegó a asegurarle que estaba
convencido que el Señor le había puesto esa prueba, que tal vez si la superaba
se lo llevaría más pronto. Iba confesando, lo que jamás hubiera pensado
confesar a nadie y mucho menos a ella, mientras sus mejillas se bañaban con ese
líquido salado, capaz de expresar todo tipo de sensaciones, desde la alegría
desorbitada hasta la mayor amargura de un ser humano. Escuchando e imitando a
su gran amor por todo ese cariño que le profesaba, por todos esos esfuerzos por
no hacerle daño y ahora le había traicionado. Pero si era capaz de desnudarse
de esa forma, no podía ser tan vil y no confesarle su pecado. Se abrazó tropezando
y cayendo sobre la arena húmeda, impregnado sus ropas de arena mojada y
empapándose con cada ola que los bañaba. Mezclando los líquidos para añadir más
cloruro sódico al agua. La resaca los adentraba hacía la mar y cuando se dieron
cuenta el agua les llegaba por la cintura, no sin esfuerzo con los pies en el
suelo y tirando de ella, arrastrándole materialmente hacía la orilla,
consiguieron salir. Empapados se miraron y del llanto se pasó a una risa
descontrolada. Nuevo abrazo y tras el mismo le pidió sentarse. Buscaron uno de
los numerosos troncos que el mar solía depositar en la orilla, regalo de los
ríos y este generoso los retornaba a tierra. Encontraron uno perfecto para que
sus posaderas se acoplaran y el descanso fuera lo más perfecto posible. El
silencio se adueño de la pareja. Conforme el tiempo pasaba las sensaciones
auditivas iban desapareciendo. Primero el roce del viento con las hojas, luego
los múltiples sonidos provocados por los animalitos de la noche, luego el
runrunear de las olas al romper próximas a sus pies. Hasta que no escuchaban
nada en absoluto. El puro silencio del vacío se apodero de sus sistemas
auditivos. A continuación las tenues imágenes desaparecían y solo la
luminosidad de su acompañante permanecía visible cuando dirigían su mirada.
Pero el resto era un manto negro, intenso, infinito. La magia de aquel rincón
de la tierra, reducto del paraíso que quiso el Señor dejar para constancia de
los seres humanos, retornaba a la pareja. Ella comenzó a tiritar, la brisa
marina pero especialmente la humedad de sus vestimentas llegó a penetrar en sus
huesos. Al mirar a su compañera y observar como esa imagen temblaba la magia
desapareció y llamó la atención de Andrea que a punto estaba de iniciar la
confesión. Tras la intervención de él la magia se desvaneció. Cogidos de la
mano y a la carrera entraron en la cabaña para cambiarse las ropas y darse una
buena ducha de agua casi hirviendo.
Julián aguardaba ya quince minutos a la salida de Andrea, eran cerca de
las dos de la madrugada, cuando se le unió. Iba a sugerir recogerse en sus habitaciones
y descansar, pero no le dejó terminar la frase.
- No me puedo acostar sin
confesarme. Había salido a platicar con usted por algo muy concreto y no he
conseguido iniciarlo. Si no tiene inconveniente me gustaría platicarlo con
usted.
Sonrió, le propuso lugar e inmediatamente optaron por recogerse en la
cabaña, en una de las hamacas de la primera planta, sentados cara al Caribe, se
encontrarían cómodos y sin accidentes.
No sabía cómo iniciar la conversación y quiso adornarlo para no soltarlo
de sopetón. Inició la charla con serenidad, con pausa, al más puro estilo de
Usekör. Desde esa mañana era consciente que una relación con él no era factible
y esa noche le confirmaba lo que ya sabía. Y lejos de sentirse mal,
desesperada, hundida, estaba plena de felicidad. Le quería y le amaba como
jamás había querido a nadie. Pero como le dijo esa mañana se dio cuenta que el
Señor no le había seleccionado a Julián como su complemento. Debía andar no muy
lejos, pero de lo que si estaba convencida era que tenía que ser alguien muy
parecido a él. De la ligera tensión del inicio de esa noche, Julián se relajó
de tal forma que de no haberse visto acoplado en la hamaca se habría caído al
suelo. Pasó su brazo por encima de los hombros de la joven tratando de buscar
apoyo, mientras ella se reclinaba, descansando su cabeza en los pectorales de
su maestro. Medir lo inmedible era imposible por tanto no nos pararemos a
cuantificar el tiempo que estuvieron en esa posición sin pronunciar palabra.
Hasta que ella se decidió, entre lágrimas. Pero no llegó a pronunciar una sola
palabra. Cuando quiso liberarle de la tensión.
¿Has estado curioseando mi herencia verdad?
Elevó su mirada hacia él portando la sorpresa en su rostro.
¿Cómo
era posible?
Pero él se lo explicó. Aquel legado lo controlaba como el gobierno USA
controla el tesoro americano. Con seguridad solo había leído un documento y
luego se arrepintió, pues dicho documento se encontraba al final de la cartera
y cuando la abrió nada más llegar como era su costumbre lo encontró en primer
lugar. De inmediato antes que comenzara con disculpas le aseguró que cuanto
había en la casa les pertenecía. Consciente que le gustaría leer toda aquella documentación
le comunicó que cuando lo deseara lo podía hacer. No había terminado de decirlo
cuando rogó ir con él y leer un rato.
Estaba amaneciendo cuando entraban en el despacho, y sentados en los
sillones comenzaron la lectura.
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