jueves, 5 de diciembre de 2013
UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN-PRIMERA PARTE-ANKI-CAPITULO XVIII-UNA DURA PENITENCIA
CAPÍTULO XVIII
Esa mañana, tras desayunar, se prepararon un picnic. Hacía frió pero sin embargo lucía un
inesperado sol. Subieron todo lo necesario al coche, para dirigirse al
acantilado. Extendió la gran lona de plástico junto al saco de montaña abierto
completamente y junto al mismo dos gruesas mantas. Una vez preparado todo, se
acercó al coche para tomar en brazos a Anki y depositarle sobre aquel
confortable lugar. A escasamente diez metros del acantilado y con una
panorámica increíble. Ese día acordaron ir todos los días. Intuía que no le
quedaba tiempo y precisaba serenidad, sosiego, pero especialmente la compañía
de él. Aquel paraje le resultaba tan gratificante y por si fuera poco
compartirlo era algo que le llenaba por completo.
En un determinado
momento le pidió que le ayudara a levantarse, deseaba pasear un poco. No hizo
falta repetirlo, de inmediato cumplió sus deseos. Le costó andar, pero lo hizo
por espacio de treinta minutos para regresar de nuevo al lugar inicial y
descansar antes de hacerse con los alimentos que preparó Julián esa mañana
antes de salir de casa. No se recogieron muy tarde. Cuando el sol comenzó a
ocultarse el frió se notaba con más intensidad. Llegaron con ganas de estrenar
el jacuzzi que su familia en la remodelación de la vivienda mandaron instalar
en el servicio de la habitación. El agua casi hirviendo consiguió devolver a
esos cuerpos fríos su temperatura natural. Le encantaban los masajes en los
pies y no desperdició la oportunidad que le brindó para deleitarse con un
prolongado y eficaz masaje. Secos y envueltos en los albornoces fueron al
salón, dejó a Anki sobre el sofá y le dio el mando de la televisión, mientras
él se perdía en la cocina para preparar una buena sopa bien caliente a la que
le acompañaría una tortilla de patata y cebolla que tanto les gustaba. Luego un buen vaso de leche, ella con café, él
con descafeinado y unos bollos que les preparó su madre dieron concluida la
jornada.
Al llegar el
viernes, era consciente que se iba. Le rogó acercarse al liceo para ver a sus amigas. En
realidad sabía que lo hacía para despedirse, convencida que abandonaría este
mundo antes de finalizar la semana, pero esto último no se lo comunicó.
No pudieron
disimular su asombro y preocupación, pues le encontraron muy desmejorada y por
si no bastaba, verle en silla de ruedas le provocó un vuelco en sus corazones. Pero
pronto se recuperaron. Estuvieron cariñosas y atentas con su amiga mientras que
se metieron con él con las clásicas
bromas de las jovencitas en esas edades. Julián capoteó el vendaval como sabía,
con arte, gracia y la maestría de un torero. Estuvo simpático, ocurrente, pero
no se separó ni un solo instante de ella. Fueron a una cafetería y mantuvieron
una conversación por espacio de dos horas. Anki
estaba cansada y decidió dar por concluida la jornada, para regresar a
casa, cenar una tortilla francesa y algo de fruta.
El sábado por la mañana sin desayunar le
rogó a acercarse unas horas al acantilado. Presentía que iba a abandonar este
mundo. Su último aliento deseaba darlo de cara a la furia del Atlántico en esas
latitudes. Era incapaz de negarle nada. Le tomó en brazos, le sentó en el
vehículo, para colocarse el de piloto y abandonar la pequeña población.
Llegaron al lugar, junto al océano, donde se perdieron durante esos meses en
infinidad de ocasiones. Algunos días acudían por la mañana y luego de comer
regresaban por la tarde a reposar la comida. Hacía mucho frío y Julián no
olvidó los sacos de montaña, una gran lona de plástico y un par de buenas
mantas. Gracias a los cielos, aunque cubiertos de espesas nubes, no llovía. El
trayecto, que les llevó de casa al lugar donde deseaba terminar sus días, se lo
pasó, sin despegar su mirada cansada y su cuerpo derrotado por la enfermedad,
contemplando a ese joven que se había entregado a ella en cuerpo y alma. Le
hubiera gustado incorporarse para besarlo, aunque estuviese conduciendo, pero
las fuerzas se habían agotado para tal esfuerzo. En su rostro se reflejaba el
dolor físico pero también delataba el estado de felicidad que portaba su alma. En
dos o tres ocasiones retiró la vista de la carretera para mirar a su dueña, e
inmediatamente las comisuras de sus labios se rasgaban para ofrecerle, con las
pocas fuerzas que le quedaban, toda la ternura y amor que le profesaba. Con que
dulzura aquel ángel le miraba. Anki era la misma definición del amor, era la
felicidad, era su Dios en la tierra mostrándose para que creyesen en Él. Dos
profundas bocanadas para paliar la falta de oxigeno y concentrarse en la
carretera. Se había jurado y perjurado que no lloraría mientras le quedara un
soplo de vida a su compañera, a su amor.
Al ayudarle
para bajar del vehículo se percató de las escasas fuerzas que le quedaban. Tuvo
que hacer un esfuerzo sobrehumano para no derrumbarse en ese mismo instante.
Pero por nada en este mundo estaría triste mientras su corazón funcionara.
Subió un poco más el brazo para sujetar mejor la cabeza y con toda su ternura
la depositó sobre el saco abierto de par en par sobre la gran lona que
previamente había extendido en el suelo. Anki respiraba con dificultad y
contemplar la bravura del océano le sobrecogió. Abrazada a ese hombre que había
sido su bendición daba gracias al Señor por haberle permitido vivir todo ese
tiempo que no esperaba para compartir su vida hasta la eternidad con aquel
hombre.
Sus lagrimales
dejaron escapar dos lágrimas que no pudo retener, pues fuerza no le quedaba.
Julián con el rostro sonriente lloraba por dentro mientras su corazón se hacía
añicos. Ella, con las escasas fuerzas que le quedaban las utilizó para confesar
sus deseos.
Busca una buena mujer para que te acompañe
el resto de tu vida. Eres muy joven y seguro que la agraciada alabara al Señor
por tal regalo. Me voy Julián, allá te esperaré para compartir la eternidad por
los siglos de los siglos. Y recuerda esa frase que me contabas de Gabriel
García Márquez. “No llores porque pasó, sonríe porque sucedió”. Has sido mi
mejor medicina, todos los médicos lo han dicho. Pero yo sé muy bien que no
hacía falta fui consciente de ello desde mi primer cruce de mirada contigo allí
en tu país. He de agradecerte…
Julián no le
dejó seguir.
Mi amor no digas barbaridades porque el
afortunado he sido yo. Con respecto a buscarme otra chica sabes que no es
posible. Ya te comenté que creo ciegamente en esa frase: “Todos tenemos un amor
designado desde el principio de la creación y al igual que ésta es eterna. Por
eso es importante acertar con él. Y Tú eres ese amor designado y nunca podrá
haber otra mujer en mi vida”. Te
imaginas que cuando nos encontremos en el mas allá se interpusiese otra persona
entre los dos. No tiene sentido. Mi amor y fidelidad a ti comenzó con la
creación y se mantendrá por los siglos de los siglos.
Hizo amán de
abrazarse pero no le daban sus fuerzas. Al percatarse le abrazó y sus labios se
rozaron en un beso de ternura, en un contacto infinitamente corto pero de una
carga emocional indescriptible.
Un te quiero
para descifrar, fueron sus últimas palabras. Sintió como aquel cuerpo perdía
toda tensión hasta desparramarse entre sus brazos como un elemento que comienza
a derretirse. Se la aproximó al pecho, para comenzar con un llanto que nunca
supo lo que duró. En un principio pensó lanzarse por el acantilado y
acompañarle en ese viaje a la eternidad, pero como buen cristiano no podía
cometer el mismo error que Adán. Si por no sufrir en la Tierra el dolor y la
desesperación que sin duda ya le invadían, se podía quedar para toda la
eternidad sin ella. Sin duda por muy duro que fuera debería asumirlo. No le
cabía la menor duda que era una prueba del Señor. El don que le había concedido
al permitirle cruzarse con aquel ángel. Cuan cierto era aquello que había
escuchado en multitud de ocasiones. Todo sucede por algo.
El teléfono
sonaba hasta agotar el tiempo, nadie respondía. El matrimonio estaba preocupado
llevaban todo el sábado intentando conectar con sus hijos y no había respuesta.
No pudieron esperar por más tiempo, subieron al coche y fueron a casa. Al
llamar repetidamente y no encontrar respuesta se decidieron a entrar. El pánico
se observaba en los rostros de esos padres, recorrieron todos los rincones de
la casa y no había señal de ellos. ¿En qué otro lugar podrían estar? Si no
habían abandonado la población solo los podrían localizar en el acantilado. Sin
pensarlo dos segundos volvieron a tomar el vehículo y por fin distinguieron el
coche de la pareja. Aparcado cerca del acantilado. Sobre la lona, rodeados de
mantas, estaba la pareja. Los llamaban al mismo tiempo que se aproximaban a sus
hijos. El corazón se les heló al contemplar el rostro de Julián que asía con
fuerza el cadáver de su amada. La manta que los cubría estaba empapada de
lágrimas y estas seguían brotando de los ojos del muchacho. Un grito de la
madre le dejó impasible manteniéndose inmóvil y sin cesar de derramar lágrimas mientras la mirada andaba perdida en el
infinito. En un principio pensaron llamar a las autoridades pero sin duda eso
llevaría todo un proceso. Ayudaron al joven a incorporarse. Seguía sin soltar a
Anki y lo introdujeron como pudieron en el vehículo. El padre se puso al
volante, conectó el motor poniendo rumbo a casa. Ella en el coche de la pareja
siguió a su esposo para dejar aparcados los coches en el garaje. Luego con gran
esfuerzo consiguieron llevar a Julián que seguía sin soltar a su amor hasta la
habitación. Allí lograron que la depositara sobre el lecho y él cayó de rodillas
junto a la cama mientras mantenía su mano unida a ella. Su llanto seguía y
pronto un charco se formó. Una vez realizada toda la operación telefonearon al
médico de la familia que se personó a los pocos minutos confirmando la muerte
de la joven. Pasaban de las veinticuatro horas desde que falleció. Firmó el
consiguiente parte de defunción y se telefoneó a los padres de Julián y a la
funeraria para que se hiciera cargo del cadáver. Intentaron sacar a Julián de
la habitación pero no lograron separarlo de ella. Hasta que deshidratado se
desmayó y los servicios sanitarios en una ambulancia lo condujeron al hospital.
Los sueros correspondientes y medicación consiguieron reanimarlo justo en el
momento que entraban sus padres por la puerta del hospital. Consciente pero
como si se tratase de un autista permanecía en el lecho. Como había intentado
levantarse y abandonar la cama lo tenían amarrado a ella con unas correas. La
madre del joven se lamentaba de lo dura que estaba siendo la vida con su
pequeño. No hacía ni tres años que perdió a sus tres mejores amigos y ahora que
parecía que la felicidad regresaba a su hijo el Señor se la quiso arrebatar.
Las cenizas
de Anki permanecían en la mesita del hospital junto a él. Iba recobrándose muy
lentamente. Su madre y los padres de Anki no se separaron de él prácticamente
en toda esa semana. Por fin le dieron el alta. Salió del centro sanitario en el
coche en compañía de sus padres, los de Anki les seguían en su vehículo. Habían
quedado en realizar la siguiente parada en el acantilado donde hacia
exactamente una semana se fue su razón de vivir. Se aproximó al acantilado,
tanto su padre como su madre le sujetaban de ambos brazos. Temían lo que temían
todos, pero a decir verdad la corpulencia y la fuerza del joven les hubiera
resultado imposible impedir que se lanzara si hubiera sido su intención. Pero
ya una semana atrás cuando ella falleció se le pasó por la cabeza hacerlo
comprendiendo que eso hubiera supuesto no volverse a encontrar con ella. Era la
penitencia que los cielos le exigían por haberle concedido ese medio año de
infinita felicidad y si quería pasar la eternidad no tenía más solución que
aguantar el purgatorio al que había sido condenado.
Destapó la
urna y dejó que aquella brisa, aquel viento del mar del norte que tanto amaba y
deseaba, acariciando su cara, se encargara de recoger sus cenizas y portarlas
sobre los mares por los siglos de los siglos hasta que aquel muchacho, aquel
español le acompañara para vivir con intensidad la eternidad. Dos palabras, la misma repetida, sonaron como
estruendo de un gran rayo por todo el acantilado, transformando a todos los
presentes su piel, erizando el bello de sus cuerpos.
¡ANKI! ¡ANKI!
La voz de
Julián pronunciando su nombre se escuchó hasta el otro lado del canal. Cayó de
rodillas en el mismo lugar donde dejó que las cenizas las portara el viento. Se
encorvó y comenzó a llorar como un chiquillo.
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