sábado, 6 de septiembre de 2014

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN- SEGUNDA PARTE- ANDREA- CAPÍTUITULO 28-RECUERDOS, RECUERDOS,...

CAPITULO 28- RECUERDOS, RECUERDOS, ...



 Regresaba a casa, pensativo, desconectado, triste, melancólico, indeciso, estaba sin estar. Conducía diferente, con excesiva tranquilidad para su temperamento. Sin apurar las marchas como era costumbre, utilizando el freno, cuando lo normal era reducir antes de frenar. La mirada fija en la carretera. Andrea se pasó todo el trayecto observando a su maestro. No era el mismo y era consciente que aunque estuviese a su lado físicamente, su alma, su espíritu no se encontraba en aquel vehículo. Era sábado, no tenía ninguna obligación ese día, pero tampoco habían planeado nada salvo llevar a los viajeros al aeropuerto. Situación también desconocida. Julián era de esas personas que le gustaba planificar todo. La visita o tal vez el contenido de aquella caja, o ambas cosas, le habían afectado profundamente. Pero no era solamente su estado, ya había observado situaciones similares, pero consciente que era una persona con una gran fortaleza que lo superaba casi a los pocos minutos. Sin embargo todo el fin de semana su comportamiento dio un vuelco total, Desde que entró en casa, para encontrarse con la visita, hasta esos momentos en el coche, había cambiado hasta su expresividad. No le habló a pesar de desearlo en lo más profundo de su ser, pero se mantuvo muda, esperando que la iniciativa partiera de él. Entonces y solo entonces constataría que había regresado y volvería a ser el Julián de siempre. Llegaron a casa y se extrañó cuando le vio dirigirse al mueble bar, provisto de una mini nevera, para prepararse un cubalibre y sin pronunciar palabra con el gesto le invitaba. Julián solo bebía vino y en las comidas, alguna vez le vio beber una cervecita fría pero nunca lo había visto beber bebidas de alta graduación. Por lo general solía tomar zumos o refrescos. Ella tampoco era amante de ese tipo de bebidas sin embargo aceptó su ofrecimiento y con sus respectivas copas se sentaron en los sillones del salón. Dio un pequeño sorbo y le imitó, aguardando que reaccionara, que tomara alguna iniciativa.

   Unos eternos quince minutos, condensaron la tensión de la habitación, mientras la bebida de sus vasos se iba consumiendo. Por fin cuando la densidad se podía cortar, sin mirar a la joven, Julián rompió el silencio.

 

    - Perdóname. Necesito estar solo. ¿Prefieres quedarte en el palacete o salir?

   Las tres frases las dijo de carretilla no quería que le interrumpiera. Le pilló fuera de juego, pero como tenía que estudiar, ya que el lunes tenía unos parciales importantes, contestó sin reflexionar. Al darse cuenta quiso enmendarlo rogando que fuera él quien eligiera. Pero no lo logró. Se levantó del sillón, puso sus labios en sus mejillas mientras lanzaba una frase de disculpa y agradecimiento a la vez. Entró en su despacho, liberó su tesoro de la caja fuerte y con él en sus manos se fue al coche y salió a toda velocidad. Andrea se quedó inmóvil, indecisa, sin lógica, temerosa, asustada, incrédula pero a los tres minutos entró en su habitación. Desconectó de aquel fin de semana que se prometía maravilloso y se sumergió en los contenidos de sus libros.

   Llevaba un par de horas inmersa en su labor, cuando hizo un pequeño receso, se levantó fue a la nevera tomó un refresco y entre sorbo y sorbo mandó un s. m. a Julián.

 

   “Cuando te detengas mándame un mensaje” “Cuídate, pero especialmente permite que te cuide”

 

    Escrito el mensaje, terminó su refresco y de nuevo ante los libros comenzó a liberar la batalla de grabar en su cerebro los contenidos que ese lunes debería tratar de plasmar en los exámenes que le aguardaban.

   A gran velocidad buscó la localidad de Hondarribia, para desviarse y subir a Jaizkibel. Aquella montaña, con vistas al golfo de Vizcaya y a ese bravo mar Cantábrico, fue su refugio cuando abandonó su casa y se trasladó a Donostia a las pocas horas de dejar a su amada en manos del Señor. Ahora deseaba leer algunos de aquellos documentos que le había dejado en herencia y precisaba hacerlo en solitario. Aquel paisaje era el idóneo y se alegró que Andrea se hubiera quedado en casa. Allí entre cemento no habría sido igual. Hacía bastante frío y el viento arreciaba con fuerza pero al no llover logró una ubicación en el terreno ideal para sus pretensiones. Dejó su coche en un claro junto al camino forestal. Con la caja y dentro de ella su contenido lo acopló en su cartera de cuero. Aquella que conservaba cuando daba clases en la universidad, con el propósito de proteger los documentos. Inició una caminata por la montaña hasta dar con el cobijo que años atrás, pasó veladas recordando y llorando a pesar de los vientos y la lluvia. Precisó tiempo y camino recorrido, subiendo, bajando. Se detuvo para visionar mentalmente aquel lugar donde estuvo. Era un emplazamiento alto pues ahora su cerebro visionaba el lugar y recordaba los atardeceres que inspiraron su alma, mostrando la imagen de su amada. Desde aquel cobertizo podía ver tanto la vertiente oeste, hacia Donostia como la vertiente este, hacía Hondarribia. Siguiendo esas imágenes que se reproducían con claridad en su mente logró localizar el sitio exacto. Andaba bastante cambiado pues la pequeña edificación estaba en ruinas, pero quedaba un pequeño tramo con los dos espacio de los ventanales de donde se divisaba Donostia y Hondarribia y se pudo resguardar un poco del frío, pero especialmente del viento. Al elevar su mirada a lo que quedaba de techo fue consciente que de llover no tendría la misma protección que unas décadas atrás. El trozo de techo que quedaba era un autentico colador. Sonrió, aunque frio y viento si reinaba en el lugar la lluvia andaba lejos de poder caer, se hizo un pequeño asiento al abrigo de las tres ruinosas paredes que quedaban. Instalado y acomodado tomó el móvil pues le había avisado mientras conducía de un s m. Al conectarlo comprobó que era de Andrea, sonrió y tras su lectura le contestó de inmediato.

 

   “Llegué, ya te cuento”

 

   Aquella criatura era un encanto y con toda seguridad su comportamiento y actitud de esas últimas horas le tendrían preocupada. Fue finalizar la respuesta al mensaje cuando unos ruidos externos le alertaron. Salió a investigar y sonrió, unos caballos sueltos andaban pastando por aquellos parajes.

 

   ”Bueno por lo visto solo. Solo no puedo estar”

 

   Pensó al tiempo que una sonrisa recuperaba su expresión cotidiana. Aquella especie de catarsis había desaparecido y podía controlar su situación, sus voluntades, sus deseos. Desde la tarde noche del viernes hasta ese momento había sido imposible, andaba como drogado, sin ser consciente de sus actos, de sus movimientos, de sus acciones. Al sacar el primer pliego del contenido y desdoblarlo, recordó que lo había leído esa noche, siendo consciente de lo sucedido en esas horas. Los padres de ella llegaron, cenaron, se quedó la noche leyendo una hoja, sin desvelar ningún otro contenido de aquella herencia. Llevó a los viajeros al aeropuerto regresando a casa y en el salón dejó casi plantada a Andrea. Ahora se encontraba allí donde décadas atrás pasó cuarenta y ocho horas, sin dormir, sin comer y bebiendo de los charcos que formaba la intensa lluvia que padeció esos dos días perdido en el monte.

   Extrajo la caja de su cartera, la destapó y tras extraer unas hojas y comprobar que fueron las que leyó en casa, devolvió lo robado para extraer una nueva cuartilla. Un vuelco de su corazón lo condujo de nuevo al estado de catarsis. Cerró los ojos, cinco respiraciones profundas, tres tensiones al máximo de toda su musculatura para relajarla a continuación al máximo. Cuando se encontró capacitado para mantener esa cuartilla y leerla sin interrupción, pero especialmente sin riesgo a malograr el documento por las posibles lágrimas, inició su lectura.

 

    “Te escribo en una sesión de quimioterapia. Son minutos que nos roban y de ahí que decida escribirte y guardarlo para que cuando me vaya sigamos en contacto. Para recuperar todos estos momentos que nos han privado”

 

   Paró su lectura, retiró la cuartilla, se habría tirado por el acantilado si malograra alguno de los legados que le había dejado. Lloró, lloró como la noche anterior, parecía que se recuperaba y podría seguir con su lectura cuando una nueva ola de dolor le embargaba y los pucheros se transformaban en un llanto desconsolador. ¡Como recordaba cada instante junto a ella! Su figura frágil, castigada por esa maldita enfermedad. La forma como le abrazaba, con tal delicadeza temiendo que se pudiera romper como una figura de porcelana. La postura que adoptaban para pasar la noche, en ese momento no recordaba si había conseguido dormir en esos seis meses, lo más probable era que si pero no lo recordaba. Ella de espaldas a él, él abrazado mientras sus cuerpos se fundían en uno y los brazos cruzados por delante de ella descansaban en aquellos tersos y redondos senos. De nuevo el llanto, de nuevo la calma, de nuevo ejercicios de concentración y relajación. Recobrando las constantes vitales. Nuevo intento y nada, vuelta a empezar. Por fin no era consciente del tiempo transcurrido cuando de nuevo consiguió proseguir. No veía bien, posiblemente el llanto nublo su mirada, se secó con el polo que llevaba debajo del abrigo. Nada seguía nublado. Estaría perdiendo vista. Pero al alzar la vista comprendió que estaba anocheciendo.

 

    ¡Dios!

 

   No podía ser si allí llegó lo mas tardar a las nueve o diez de la mañana. Y en esos momentos el reloj se acercaba a las diez y ocho horas. No podía dar crédito, casi diez horas y solo había leído un párrafo. Había vuelto a ser él, se estaba dando cuenta de lo que sucedía. Pensó en Andrea, pobrecilla estaría muy preocupada y él pensando solo en él.

 

   ¿También estaba cambiando lo poco bueno que le quedaba?

 

   Guardó con ritual religioso aquella cuartilla en su cartera de piel y antes de levantarse tomó su móvil y llamó a Andrea. Lo primero que escuchó fue un suspiro profundo. Le pidió mil disculpas y le aseguró que antes de sesenta minutos estaba en casa.

   No le dejó ni entrar, nada más bajarse del coche en el garaje ella se lanzaba a sus brazos. Al contacto comenzó a llorar liberando toda la tensión de aquel maldito día. Él trataba de tranquilizarle pidiendo disculpas. Sin soltarse entraron en el salón. Cuando se dio cuenta que el Julián que conocía había regresado, se calmó. Las lágrimas proseguían el camino abierto por las primeras que brotaron a modo de torrente, mientras sus manos acariciaban la espalda de su gran amor. Con el dominio de sí misma, sin preguntar ni recibir aclaración alguna se separaron par ir al servicio, adecentarse un poco, vestirse para salir a cenar a su restaurante favorito. Durante la velada le fue contando lo sucedido. Revelando el contenido de esa herencia que recibía de su amada, tras casi cuarenta años. Confesó que a pesar del tiempo transcurrido no había leído casi nada. Trató de aclararle su comportamiento de esas últimas horas, aunque él tampoco lo tenía muy claro. Andrea conforme su maestro le daba las explicaciones se convenció que el ataque que pensaba llevar a cabo ese fin de semana no se desataría. Julián debía asimilar aquella herencia en primer lugar, luego debía darle tiempo al tiempo para que se asentaran esos recuerdos. Estaba claro que debía esperar un tiempo aunque difícil y duro, no era menos cierto que el posible éxito en esos momentos era completamente imposible. Lo iba a tener una semana más con él, viviendo, comiendo, desayunando, cenando, durmiendo bajo el mismo techo y eso, por el momento era mucho.

   Iban camino de casa cuando Julián le propuso regresar juntos a Jaizkibel, al lugar donde permaneció casi todo el sábado. Deseaba mostrarle especialmente la caída del sol por el lado de San Sebastián. Así como descubrir toda la belleza del paisaje desde aquella montaña. Entraron en casa para perderse en sus respectivas habitaciones. Estuvo tentado de ir a su despacho y proseguir con la lectura iniciada de la cuartilla. Pero estaba agotado no había dormido nada y las persianas se le cerraban. Se dio una ducha rápida, sin utilizar el sistema de hidromasaje y enfundándose el pijama se arropó con el edredón de su cama.

   Tuvieron suerte de nuevo, aunque parezca increíble, el sol lucía en ese día frío de invierno. Con la sonrisa en sus rostros y la felicidad invadiendo todo su organismo pusieron rumbo a Jaizkibel. Aparcó en la misma explanada y fueron recorriendo la montaña para ver las diferentes vistas que la naturaleza en aquel rincón del norte de España, del norte de Euskadi para otros, les ofrecía. Llevaba su cámara digital y pasaron la mañana fotografiándose uno a otro con el fondo, que aquellos parajes les proporcionaba. Andrea estuvo genial, divertida, cariñosa sin pasarse, dulce, atenta, derrochando sus encantos en diferentes poses para la instantánea al más puro estilo Fashion. Julián reía, sonreía y en un momento de la mañana fue consciente de la inteligencia de aquella “hija adoptiva”. Como le había leído su lenguaje corporal. Había llegado a España con un temor fundado, pero se había percatado de las circunstancias que le habían rodeado y en vez de pensar solo en ella había sido capaz de sacrificarse por recuperar a su maestro. En un momento que posaba, dejó la cámara y con lágrimas en los ojos deposito por una milésima de segundo sus labios en los de ella mientras se le escapaban tres palabras.

 

    - Gracias hija mía. 

 

   Quedó petrificada, sin respuesta, sin respiración, sin pulsaciones, mientras una gratificante sensación placentera recorría cada rincón de su escultural cuerpo.

   Julián se había retirado unos metros para enjugar las gotas de agua salada que brotaban de sus lagrimales mientras ella, recuperados los calores sonrió. Le hubiera gustado lanzarse hacia aquel hombre pero era consciente que se había dado cuenta de su generosidad, de su amor y realizar cualquier acción fuera de lo normal habría sido un grave error. Solventó la situación quitándose el abrigo, a pesar del frío y retirando un poco los tirantes de su vestido mostró con un escote generoso los encantos del canalillo con la parte superior de sus pechos mostrándose a la cámara. Un

 

   “No te muevas”

 

    Siguiendo el juego de la joven, para plasmar el momento en un río de fotografías pues puso el motor para lanzar aproximadamente unas treinta y cinco fotos en menos de diez segundos. Recuperó la compostura de su traje, volvió a ponerse el abrigo y se abrazó a Julián. Se acercaron al coche y en Hondarribia, volvieron al restaurante junto al club náutico para comer. No se entretuvieron mucho. Deseaba mostrarle el atardecer desde la montaña para proseguir con la toma de instantáneas. Estaban pletóricos. Cuanta generosidad había en ambos. De nuevo la sesión fotográfica, de nuevo las bromas, de nuevo los cumplidos, de nuevo el cariño.

   Llegaron a casa recordando ese domingo, ese día lo guardarían en sus corazones como una de las mejores jornadas, juntos. Cenaron muy poco, él se metió en su despacho y ella se perdió en el suyo inmersa en los libros. Al día siguiente por la tarde tenía un examen importante.

   Sentado en su despacho, con la cuartilla en la mano se propuso recuperar la lectura.  Volvió a releer el párrafo.

 

    “Te escribo en una sesión de quimioterapia. Son minutos que nos roban y de ahí que decida escribirte y guardarlo para que cuando me vaya sigamos en contacto. Para recuperar todos estos momentos robados”

 

   Y sin pausa prosiguió.

 

    “Nadie puede imaginarse lo que supuso para mí no confesarte mi amor durante casi un mes. Ese mes que desperdiciamos. Ahora sé que fui una estúpida y cuando lo leas se que tu generosidad me perdonara. Me gustaría poderte expresar con palabras lo que has supuesto para mí estos meses que llevamos juntos y que el Señor en su misericordia nos ha concedido por tu inmensa entrega, por tu generosidad, por tu amor hacia mí. Creo sinceramente que sigo con vida por ti. Romper con todo, con tu familia, con tu profesión, con las oportunidades que la vida te ofrecía para dejarlo todo absolutamente todo y entregarte en cuerpo y alma a mí, ha sido la medicina que requería mi enfermedad. Te lo podrás creer o no pero no siento ningún dolor, molestias, ni reacciones secundarias cada vez que me someten a este martirio. Me duele muchísimo más no estar a tu lado. Para olerte, tocarte, acariciarte, adorarte. ¡Dios!, tú expresión favorita, me gustaría encontrar esas palabras que pudieran expresar lo que siento, lo que significas, lo que eres para mí, pero precisamente las lenguas no fueron mi fuerte”

 

   No pudo más volvió a llorar como un chiquillo. Gritó.

 

“Como podía pensar que no expresaba allí su amor, si ella misma era la definición del amor”

 

    Se repuso y con los pañuelos desechables que se iban acumulando en la papelera enjugó sus lágrimas. Para una vez recuperada la compostura proseguir con su lectura.

 

   “Recuerdas. Estábamos en la guardilla del pajar de la granja de mis padres abrazados. ¡Cómo no! A mi pregunta, si me voy primero que es lo más probable, busca otra mujer por favor. Eres demasiado joven, demasiado bueno para vivir solo el resto de tu vida. Y con ese temple, esa serenidad, ese cariño, esa dulzura. Contestaste sin pensarlo ni una milésima de segundo. Solo existe un amor para cada ser y no tiene principio ni fin. Nació con la creación y como la vida eterna, es eterno. De ahí la importancia de saber cuál es el nuestro. Y estoy seguro que el mío eres tú, por eso mi amor jamás podrá haber otra mujer en mi vida.

   No hace falta que siga contando lo que pasó, porque esas sensaciones de entrega absoluta solo se pueden vivir. Te amé al principio de los siglos, te amo, y te amare eternamente.

 

   ¡Dios!

 

   Su expresión favorita dio rienda suelta a sus sentimientos a sus lamentos, a su amor descontrolado hacia esa mujer que le esperaba para vivir juntos la eternidad.