martes, 20 de diciembre de 2011

EL PRIMER AMOR - CAPÍTULO III LA ESCUELA

  - CAPITULO III –

                                       - LA ESCUELA -

   Esa mañana se levantó muy temprano. Debía atender a los animales antes de ir a la escuela. Iba a ser su primer día y el corazón le latía con más frecuencia de lo habitual. Su hermana madrugó más de lo habitual para ayudarle. Mientras limpiaba la cuadra y ponía paja nueva, ella ordeñaba las vacas. Sacó todo el estiércol a la montaña junto al granero y cuando se levantaron sus hermanos tuvo que soportar sus mofas y bromas por querer ir a la escuela. Pero cuando pasó Paco a recogerlo tenía toda la faena, ordenada por su padre, concluida. Incluso tuvo tiempo de darse una ducha. No podía presentarse ese primer día de clase oliendo a ganado. Su  madre le dio un fuerte abrazo y, mientras le tendía el almuerzo le susurró al oído.
   - Sé que serás el mejor médico del mundo.
   Aquella mañana, compensaba todos sus sufrimientos, se atrevió a pensar la buena mujer. Se sentía orgullosa de su niño, pero al ver a Rita con los ojos llorosos y a punto de derramar unas lágrimas, se lamentó por ser mujer. Tal vez, de haber nacido varón, gozaría de la misma oportunidad que su hijo. Se aproximó, le abrazó y tras besarle continúo con la faena diaria.   
   ¡No puede ser! 
   Se preguntaran ustedes señores lectores. Pero efectivamente. Esperaba el décimo.
   José creyó vivir un sueño esa mañana. La señorita Elisa presentó a los alumnos al nuevo pupilo. A pesar de su corta edad lo puso con el grupo de chavales que preparaban el ingreso. Estaba segura de superar perfectamente un segundo o tercero de bachiller, pero en ningún momento quiso poner el listón muy alto para evitar cualquier fracaso. El ingreso lo superaría con creces. Adelantando tres cursos a los niños de su edad.
   Por primera vez, en su vida, se relacionaba con otras personas fuera del entorno familiar o de las alquerías de la huerta. Lo sentó junto a Ana, una mujercita de doce años, de cara angelical quien comenzaba a mostrar los signos externos propios de una mujer. Le llamó poderosamente la atención y pronto entabló una buena amistad. Al quien no le cayó tan bien, el nuevo alumno, fue a Adrián, el matón de la clase y considerado novio de Ana. Durante ese primer recreo de su vida se le acercó y le amenazó diciendo.
   - Como no dejes a mi novia en paz te llevaras una soberana paliza.
   José sonrió. Adrián iba a pegarle cuando se dio cuenta del control de Elisa. Sonriendo se retiró, pero en voz baja prosiguió amenazando. No era un chico asustadizo, estaba acostumbrado a las peleas con sus hermanos mayores y su cuerpo bastante curtido por los golpes recibidos de su padre. Cuando la clase se reanudó, en uno de los descansos, donde Elisa permitía a sus alumnos hablar por espacio de unos minutos, según ella, era para relajarse y volver con mayor atención a sus explicaciones. José  preguntó a Ana sí tenía novio. Antes de contestarle sonrió.
   - Te lo ha dicho el estúpido de Adrián. ¿Verdad? A mí el único de la clase que me gusta eres tú.
   José se quedó sorprendido en todo lo leído siempre era el hombre quien tomaba la iniciativa, aunque desde luego de chicas no sabía mucho. Pues aunque tenía una hermana mayor, nunca hablaron de esos temas. Con la mayor naturalidad del mundo le contestó.
   - Tú también me gustas mucho.
   Cuando iniciaban la conversación de nuevo la maestra los llamó al trabajo, sonrieron y rápidamente su atención la pusieron en la señorita.
   José resolvía con gran facilidad todas las cuestiones planteadas por la maestra. Era el primero en levantar la mano cuando preguntaba. Al dirigir su mirada al nuevo alumno sonreía y se sentía orgullosa de haber conseguido, gracias a su astucia, la presencia de ese futuro genio.
   Ana solía tener dificultades, especialmente con las matemáticas y recurría a su compañero para resolverlas. Ciertamente tenía a su lado una gran ayuda. Pues, además de saberlo casi todo, se las componía para explicarse con gracia, captando Ana con rapidez la solución a sus dificultades.
   Al salir de clase, la mañana se le había hecho muy corta, lo hizo en compañía de Paco y de Ana. Y aunque Adrián los seguía no se atrevió a intervenir ante el mastodonte de muchacho que era Paco. Al llegar al cruce de la gran avenida, Ana se despidió de los dos y tras cruzarla comenzaron a corretear entre los campos de naranjos, patatas, maíz, alfalfa, cebolla, etc. Saltaba por encima de las acequias o correteaban por dentro de ellas, hasta llegar a la alquería. Paco se despidió de su vecino y José entró loco de contento a contarle a su madre todo lo vivido esa mañana. Su padre estaba en casa y el semblante del muchacho cambió de inmediato. Contuvo su alegría y lo saludo como acostumbraban a saludar en la huerta a los jefes de la casa.
   - Buenas. Padre.
   En tono seco y sin el mínimo gesto cariñoso. Su padre se limitó a realizar un gesto con la cabeza para de inmediato ordenar al muchacho arreglar a los animales y entrar al desván las balas de paja descargadas por el carro. Se cambió, como un rayo, de ropa y se dedicó a subir aquellas balas de paja que pesaban más que él. Cuando la mesa estaba servida el muchacho ya las había subido y, por supuesto, ordenado. Se disponía a barrer el trayecto desde la entrada hasta el desván cuando su padre le propinó un bofetón tirándole al suelo.
   - Mariconadas no hace ninguno de mis hijos, para que están las mujeres en casa. Bastante tengo con la perdida de tiempo en la mierda de escuela.
   El pequeño se levantó del suelo. En su cara y con un llamativo tono rojo la mano de su padre se dibujaba a la perfección. Se podían contar los cinco dedos de la mano. Se lavó y se sentó a la mesa. Rita se apresuró a recoger la escoba que yacía en el suelo y barrió el recorrido realizado por su hermano para llevar las balas hasta el desván. El silencio en la mesa era sepulcral. Cuando todos estaban sentados el padre cogió la cuchara y comenzó a comer el plato de arroz con caracoles y acelgas, de inmediato el resto de la familia. Marta quiso romper ese silencio y preguntó a José como le habían ido las clases. El fuerte puñetazo sobre la mesa hizo temblar platos, vasos y a toda la tropa agolpada alrededor de ella.
   - En esta casa no quiero oír hablar de la escuela, ya tenemos bastante con un vago que no quiere trabajar el campo.
   Soltó dos o tres blasfemias y prosiguió comiendo. Durante el resto de la comida nadie fue capaz de elevar la mirada del plato. Se levantaron y fueron de inmediato a la faena asignada a cada uno. Las mujeres recogieron la mesa y se pusieron a fregar. José, al terminar el trabajo encomendado por su padre, se puso junto a su madre y hermana para relatarles como le había ido esa primera mañana de clase. Estaban ansiosas por escucharle y mientras fregaban él les iba relatando hasta el mínimo detalle de lo sucedido. Había conocido a Ana, una chiquilla casi tan guapa como Rita. Su hermana se llenó de satisfacción al escuchar a su hermano, pues salvo los cumplidos que solía lanzar José, en esa casa no se escuchaban otros.
   Era una chica muy guapa, pero sus ropas y lo sucia que solía ir no permitía resaltar la belleza natural de la niña. Alex entró en casa para recoger unas herramientas y al ver a su hermano charlando refunfuño.
   - Listillo. ¿No tienes nada más que hacer? Deja de mariconear con las mujeres y ayúdame a preparar el campo de la vía.
   Sin rechistar cogió la herramienta que le tendía y con gesto triste se despidió. Estuvo trabajando duro junto a su hermano hasta que Rita le fue a buscar pues Paco se iba a la escuela. Dejó de inmediato las herramientas de trabajo, corrió hasta la alquería para darse una ducha rápida y vestirse. Su hermano se quedó blasfemando en el campo. Conforme pasaba el tiempo se parecía más a su padre.
   De nuevo fue una tarde inolvidable, las tres horas  de clase se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos. Se despidió de sus compañeros, pues debía estar pronto en casa para hacer los deberes, leer pero sobre todo tener a punto la faena asignada por su padre. De no cumplir con ella, a la hora de cenar, no iría al día siguiente a clase y eso sería lo último en perderse en su vida.
   Nada más llegar se cambió de ropa, guardó sus libros en su lugar secreto, el desván, y fue en busca de su padre. Lo encontró como siempre maldiciendo y blasfemando en el campo de la torre. Los pájaros se habían despachado picoteando la cosecha.
   - Ya era hora que llegara el señorito. Trae de inmediato unas estacas y construiremos unos cuantos espantapájaros.
   Las blasfemias y tacos escupidos por aquella boca no alteraron al niño, estaba acostumbrado a ellas desde el mismo día de su nacimiento, corrió y a los pocos segundos llegó cargado con unos cuantos palos. De nuevo a la carrera hacia la alquería para traer unos trapos viejos, clavar las estacas en el suelo y vestir el armazón de madera. José realizó más de diez viajes del campo a casa y siempre a la carrera. Finalizada su obra de arte le mandó arreglar a los animales. Era su principal faena, no había terminado de mandárselo cuando corría hacia los corrales para atenderlos. No había alfalfa para el caballo, cogió la “corbella” y se marchó al campo para segar unos cuantos manojos. Cuando tenía suficiente, realizó un fajo y lo ató con una correa. Lo cargó a sus espaldas dando la sensación que aquel fajo de hierbas andará solo pues cubría al muchacho por completo. Lo descargó y guardó en su lugar el que no puso a los animales. Limpió la cuadra hasta el último rincón y tiró paja limpia. Cepilló a todos los animales y cuando terminó estaba agotado. Pero había algo más, el depósito del agua estaba vacío. Debía sacar agua del pozo y llenarlo. Fueron más de cien pozales los subidos por el muchacho. Cuando lo llamaron a cenar acababa en esos momentos de ducharse. Sus dos hermanos mayores se reían de él al verlo lavarse más que las putas. Pero él hacía caso omiso de sus burlas.     
   Estaban terminando de cenar cuando padre advirtió a todos sus hijos que esa noche tocaba regar. José estaba roto, pero cuando su padre se levantó de la mesa corrió hasta la ermita para desviar el agua hacia casa. Eran las veintitrés horas cuando regresaban. Avisó a su hermana Rita y los dos con un farolillo de petróleo subieron al desván para repasar lo asimilado en la escuela. Aquella maldita luz se movía en exceso como consecuencia del viento entrando por todos los rincones del desván. Pero ambos pasaron dos horas repasando y explicándole a su hermana todo lo asimilado ese día en clase. Luego cada uno cogió un libro y se pusieron a leer. Tan solo consiguieron aguantar media hora pues sus ojos se cerraban y sus cuerpos doloridos pedían descanso. Apagaron la luz y bajaron con sumo cuidado a sus habitaciones para no despertar a nadie. No habían entrado aún en la cama, cuando dormían plácidamente.
   Esa mañana, cuando el sol no despuntaba en el horizonte, sus padres se levantaban. A él le costó Dios y ayuda hacerlo, pero los animales debían estar arreglados antes de partir a la escuela. Se dio una ducha con agua del pozo, que lo despertó desde la primera gota, y se puso manos a la obra. Solo él y sus padres se levantaron para iniciar la faena diaria, no había que hacer demasiado y disculpo a su hermana esa mañana para que prosiguiera durmiendo él solo terminaría la faena sin problemas. Marta miraba a su pequeño y su mente se llenaba de compasión y admiración por su niño. "Dios si tiene tan solo siete años, el pobre esta reventado, pero ahí lo tienes cumpliendo con lo que le prometió a su padre". Sentía una mezcla de pena y felicidad al comprobar como aquel mocoso se comportaba como un hombre. A las dos horas de haberse levantado los primeros de la familia lo hacía el resto. José ya tenía arreglado a los animales. Su padre le ordenó que cortara alfalfa pues no quedaba casi. Lo estaba diciendo cuando al ir al lugar donde la guardaban lo vio repleto. José le aclaró que al darle a los animales por la tarde repuso el almacén. El Coeter se quedó asombrado. Trabajaba duro y sin descanso cualquier momento que estaba en casa y, además, iba a ser médico. Siempre que pensaba en ello en su mente le venía la misma idea. "No, tener que soltarle un real a ese médico". La verdad era que el chaval, aunque estaba en la escuela seis horas al día, no le impedía cumplir con su labor en casa. Andrés ya era lo suficiente mayor, seis años, como para encargarse de sus hermanos pequeños.
   - José comprueba el depósito.
   - Padre.
   Contestó
   - Lo llené anoche.
   - Pues descansa hasta ir a la escuela demonio de chiquillo.
   No había terminado de pronunciar esas palabras cuando ya estaba en el desván repasando los deberes y estudiando.
   Ese primer mes de colegio se le hizo muy duro, pues no dormía más de cinco o seis horas al día y el esfuerzo físico era considerable. Pero era tal la ilusión, por aprender cada día cosas nuevas, que no le importó tanto sacrificio.
   Una tarde, Paco se puso malo, al salir de clase le aguardaba Adrián con su pandilla. Lo había deseado desde que aquel listo pisó la escuela. Lo rodearon y comenzaron con amenazas y empujones. José no respondió a las provocaciones, cuando se caía al suelo se levantaba e intentaba reanudar la marcha. Pero pronto de los empujones se pasó a los golpes. José se defendió y se entabló una batalla campal. Eran cuatro y mucho mayores que él pero se defendió como un jabato, no podían con aquel muchacho. La pelea se estaba desarrollando cerca del campo del río donde Jaime estaba trabajando con su hermano Alex. Escucharon los insultos y acudieron para ver lo que ocurría. Al ver a su hermano permanecieron unos segundos observando como se defendía. Parecía un león acosado. Pero cuando vieron que la cosa se le ponía mal intervinieron y les propinaron una buena paliza. José sangraba por la nariz y boca. Su mejor ropa estaba destrozada y manchada de sangre. Sus hermanos lo levantaron del suelo y le acompañaron a casa. Mientras Alex limpiaba y curaba sus heridas le comentó.
   - Muchacho eres un Carbonell, vaya cojones le has echado al asunto. Nos explicaras porque te querían pegar esos mariquitas.
    José se sentía orgulloso por el comentario y les relató lo sucedido. En esta ocasión fue Jaime quien comentó.
   - Mira el mocoso. Peleándose ya por una mujer.
   Sonrieron juntos y tras las oportunas burradas de sus hermanos en torno a su amiga Ana, regresaron al campo para seguir su trabajo. Marta al ver a su hijo se asustó, pero cuando vio sus ropas, no servían ni para trapos, el alma se le cayó a los pies. No tenía otras decentes para ir a la escuela. Pedirle dinero a su marido para ropa era como firmar su sentencia de muerte. Pasó a su vecina y ésta le dio unas de su hijo, que no le venían, y aunque no estaban muy bien al menos podía ir decente y limpio a la escuela.
   Nada más curarlo José se puso con los animales, ordenó el granero y fue a rascar el campo de naranjos con su padre. Éste al verle con un ojo hinchado comentó.
   - Me imagino que al gilpollas. que te lo ha hecho le habrás calentado la cara. Porque tú eres tan tonto que te marcan una mejilla y pones la otra.
   No hizo comentario, se puso a trabajar sin pronunciar palabra. Había mucha faena como para entretenerse con esas cosas. Pero se emocionó. Era el primer comentario de su padre hacia él sin mandarle o castigarle.



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