miércoles, 26 de marzo de 2014
UN AMOR NACIDO CON LA CREACIÓN - SEGUNDA PARTES- ANDREA- CAPITULO X- LA RESERVA BIOLÓGICA HITOY CERERE
CAPÍTULO X LA RESERVA BIOLÓGICA HITOY CERERE
Como todas las mañanas a las cinco y media,
cuando el sol iniciaba su salida por el Caribe, Julián se levantó para
corretear por la playa. Normalmente dedicaba treinta minutos a esa actividad
física. Luego se quitó las zapatillas, el polo e iniciando una carrera se
zambulló en el agua hasta que la resistencia del agua y las olas lo tumbaron.
Pretendía refrescarse recuperando la temperatura del cuerpo y eliminar el
sudor. Se secó dando un paseo, correteando levemente o haciendo girar sus
brazos. Concluyó el secado captando las últimas gotas de agua salada con la
toalla que pendía de la palmera caída, su percha habitual. Eliminadas las
humedades, se puso las chanclas, el polo y regresó a la cabaña con el propósito
de recrearse con una buena ducha de agua dulce. En el instante de entrar en la
cabaña, aun con los ojos cerrados, aparecía por la puerta de su habitación
Maureen. La abandonaba para ir al servicio y despejarse con una buena ducha. La
camisola con la que había dormido se la dejó sobre su cama y apareció por la
casa con solo el tanga. Sin mueca, gesto, o sorpresa ante la presencia de
Julián, le saludó para perderse en el servicio. Él sonrió para cruzar la puerta
de su habitación coger ropa nueva y con la toalla se fue a duchar al otro
servicio de la planta.
Al sentarse a la mesa para reponer fuerza
Maureen estaba desayunando, se saludaron y le propuso que le acompañara al
chiringuito para iniciar su jornada laboral. Aceptó encantado y tras el aseo
bucal pertinente los dos abandonaban la cabaña para ir por la playa hasta la
población a escasos mil metros de la cabaña. Se cruzaron en la playa con el
americano del día anterior y este saludó a la joven con la frase que solía
decir cuando se cruzaba o iba al chiringuito de la joven.
- Buenos días Princesa.
Maureen ni le miró no lo soportaba, con la
inocencia pícara de toda adolescente aprovechó para abarcar la cintura de
Julián y perderse de la mirada de aquel personaje. Él envolvió a la joven por
el hombro para juntar sus cuerpos y seguir caminando. Habían enmudecido pero el
sonido de sus voces fue sustituido de inmediato con el morir de las olas, el
canto de las avecillas o las llamadas entre los congós armonizando sus oídos.
El ritmo de aquella criatura rozaba al compás del Caribe sobre su muslo, posó sus labios sobre los cabellos
de la joven y prosiguieron con el calor, la brisa, la musicalidad provocada por
la Naturaleza. A la izquierda el sonido de la selva, a la derecha el del
Caribe, componiendo en estéreo la melodía de aquel lugar, de aquella situación,
de aquella criatura. Estuvo tentada a confesarle lo callado la noche anterior
pero andaba captando todas esas sensaciones proporcionadas por el momento, que
prefirió concentrar todos sus sentidos en captar aquel momento.
- ¿Le
preparo un café?
Fueron sus primeras palabras tras llegar al
chiringuito, recuperando la comunicación entre los dos. Al tiempo y ayudada por
Julián elevaban la puerta metálica para entrar en el local e iniciar su jornada
laboral. Aceptó encantado y mientras conectaba la cafetera Express le ayudó a
sacar las diferentes cajas de fruta para mostrar el género que se vendía a todo
transeúnte. Durante la primera media hora hubo algo de movimiento, pero Julián
no se quedó ese tiempo. Tomó su café y regresó paseando por la playa para
volver a casa
Ese día permanecerían descansando en la
cabaña, bañándose en su cala o caminando por la selva. Fue el primer día que
Julián sacó su ordenador, con un prolongador conectó a la red y en una de las
hamacas del pórtico superior se tumbo con él para mirar el correo y escribir
algo. Tuvieron la visita de los abuelos de Andrea y se quedaron en la cabaña de
la playa a comer con los jóvenes. Advirtieron que esa tarde noche llegaba su
hijo procedente de Sudáfrica donde permanecería amarrada su embarcación durante
quince días. Aprovechó esa pausa de limpieza de fondos y reparación de la
embarcación para tomarse unas merecidas
vacaciones. Vería a su familia y especialmente compartir esos días con su
pequeña. Julián estaba inmerso en varios artículos que debía enviar al
periódico y a las revistas donde cooperaba semanalmente desde hacia una década
y prefirió quedarse en la cabaña mientras la familia en carro iban a Limón a
recoger al viajero.
Maureen se personó en la cabaña. Julián
proseguía con sus escritos. Encontró al maestro recostado en la hamaca, besó
sus mejillas para disculparse a continuación y entrar en la habitación. Debía
darse una buena ducha y cambiar sus ropas tras la jornada laboral. Mientras
atendía su aseo personal, él desconectó el ordenador, recogió los cables que lo
alimentaban para entrar en su habitación y guardarlo en el armario. Regresó a
la hamaca para aguardar a la joven. En esta ocasión no se tumbó se limitó a
sentarse sobre el artilugio flotante, cara a la mar y contemplar el
espectáculo. Se estuvo entreteniendo con un pequeño colibrí de color azul y
amarillo de una intensidad llamativa. Sus paradas en vuelo, y sus casi
imperceptibles vuelos de un lugar a otro. Maureen le sacó de sus observaciones
científicas de la naturaleza e incluso se sobresaltó pues era tal la
concentración que empleaba que no había percibido su llegada. Sonrieron para
acoplarse junto a él dejando caer sus posaderas sobre la hamaca. Abarcó a
Julián por la cintura y cuando estaba aposentada y abrazada a su cintura
expresó lo cansada que estaba al tiempo que preguntaba por el resto. Estuvo en
un tris de retirarle la mano de su cintura e incluso levantarse. Aquella
criatura le tenía desconcertado. Jamás le había sucedido algo similar con
ninguna alumna. Solía guardar las distancias pero en ciertas circunstancias
aceptaba el abrazo, tanto de un sexo como de otro pero no era lo normal en él.
Pero esa criatura ejercía un poder extraño en su persona y le costaba decidir
que sería la mejor actitud con ella. Ayer le había desnudado interiormente casi
por completo y no llegaba a asimilar lo que le sucedía. Luego dos o tres
detalles, le tenían preocupado. Pero aceptó el momento sin dejar ese tiempo de
silencio que se produjo por la mañana. De inmediato atacó.
-
Criatura que era esa cuestión que me aclararía en otro momento.
Sonrió, con esa picaresca de las nativas del
Caribe, se desligó de la cintura para tomar su mano e iniciar un paseo. Cuando
sus primeros pasos sobrepasaron la barrera verde para toparse con la otra, la
azul, que por momentos iba perdiendo su tonalidad, su brillantez, su color
conforme la noche iba invadiendo el lugar
con su manto negro atenuando poco a poco el color de las cosas. Ella sin soltarse de la mano, eso
sí realizando verdaderos equilibrios se descalzó. Con el lenguaje corporal le
rogó que elevara un pie, mientras con una angelical dulzura despojaba de su
calzado a Julián. La misma operación para retirar el juego de la primera. Dejó
sobre el tronco caído de una palmera los dos pares de calzado y manteniendo su
mano en la suya reanudaron la cadencia de sus pasos, ahora descalzos. La acción
de la adolescente estremeció a Julián hasta tal punto que unos escalofríos
encogieron su alma y punzaron su corazón mientras su mente recordaba cuatro
décadas atrás. Cuando ella, su único amor, realizó el mismo gesto en las playas
del este de España. Maureen sintió a través de su mano ese frió intenso y
asustada giró bruscamente su cara hacia su compañero y ante su estupefacción
pudo comprobar como aquel rostro tostado por el sol había palidecido como si de
polvos de talco se tratase y unas enormes lagrimas se deslizaban por su rostro.
¿Qué embrujo había? ¿Qué pasaba? ¿Qué sucedía?
No podía
entender nada. Uno frente al otro, sus manos desligadas, inmóviles. No
escuchaban nada, un silencio hiriente, dramático, terrorífico se adueño del
lugar. La noche, la oscuridad. Lo negro, lo oculto. Ninguno de los dos pudo
medir el tiempo que permanecieron en ese estado. Pero sin duda alguna bruja los
hechizó. Se deshizo cuando Julián dio
media vuelta y regresó a la carrera a la cabaña, entró en su habitación y comenzó
un llanto que no cesó hasta la llegada de los dueños de la cabaña. Maureen se había dejado caer en el mismo
sitio donde quedaron hechizados y lloraba como una magdalena. Reaccionó al
tiempo que Julián, al escuchar la llegada de su amiga, se levantó recogió el
calzado de los dos y se aproximó a la cabaña para saludar. Al cruzar su mirada
con la de él, la expectativa en sus rostros lo decía casi todo. Él sonrió, ella
le respondió y regresando a la conversación de saludos y bienvenidas se unieron
todos.
El padre de Andrea poseía un velero, sabedor
de la calidad del navegante que tenía en casa quedaron a la mañana siguiente
cuando descansara un poco para salir a navegar por el Caribe. Cuando el abuelo
se enteró se lamentó de no saberlo antes pues le habría dejado la embarcación
para esos días. Habían quedado en acercarse a la reserva biológica de Hitoy Cerere el día que Maureen descansara.
Esa mañana embarcaron y pasaron una jornada
navegando y visitando diferentes rincones de aquel paraíso de la naturaleza. A
pesar de reunirse Maureen con el grupo todas las tardes noches, ninguno de los
dos se atrevió a comentar o hablar de lo sucedido el día que llegó el padre de
Andrea. Una de esas noches volvió a Maxim. Al igual que una mañana muy
tempranito desayunaron en el chiringuito de
Maureen antes de embarcar.
Por fin llegó el día programado para visitar
la reserva natural de Hitoy Cerere, un lugar de una belleza espectacular pero
de gran dificultad para moverse. El abuelo de Andrea conocía el terreno como
pocos lugareños. No había amanecido cuando los dos adultos y los tres
adolescentes partían en carro con destino a la finca de los viejos. El abuelo
de Andrea tenía preparada las cabalgaduras y habían ensillado otros dos
animales con material y alimentos. Justo cuando la noche devolvía los colores
al paisaje partían en sus cabalgaduras. El abuelo, el padre de Andrea, junto a
ella, Julián David y Maureen. La abuela se quedó no estaba para esos trotes.
Fue una jornada inolvidable. Pasaron por varias pequeñas poblaciones,
deteniéndose en algunas de ellas para recuperar las posaderas. Pudieron
descubrir parajes de una belleza inimaginable. Árboles que sus copas se perdían
en el firmamento, cascadas que tenían fin o principio según por donde las
observaran, pero que no pudieron alcanzar a ver. Era imposible quedarse con
todos los nombres de las diferentes especies vegetales, o animales, aquello era
de una riqueza biológica increíble. Llegó a pensar que sería el mayor
sacrilegio de la humanidad destrozar aquel paraje. Lo cierto es que le confirmaron
que el gobierno protegía con bastante fidelidad las riquezas naturales de la
nación. Se zambulleron en una poza provocada por una pequeña cascada, comparada
con las que habían visto, de agua caliente. La evaporación de sus aguas se veía
perfectamente e incluso había zonas que la niebla provocada por las aguas
transformadas en vapor no permitían ver mucho más allá de los cuatro o cinco
metros. Los jóvenes no querían abandonar aquel lugar, pues hasta el momento
habían pasado fresco, como consecuencia de la humedad de la selva y ahora ese
calor envolviendo sus cuerpos se les hacía dura la partida. El abuelo comentó
que no les vendría mal a los animales descansar un poco más, pero también
advirtió que no debían alargarlo demasiado ya que no llegarían con la luz
natural a casa.
En un determinado momento y antes de comer
decidieron ir regresando, de lo contrarío la oscuridad les sorprendería. Julián
prometió volver a aquel lugar para poder recorrerlo con más tiempo. Todos
quedaron impresionados con la jornada, y eso que tanto el abuelo, como el
padre, y Maureen habían estado en la zona en más de una ocasión. Andrea, David
y Julián, por supuesto nunca habían pisado aquel paraje del País. Comieron en
una aldea con unos conocidos del abuelo, quien desmontó de los animales de
refresco los alimentos preparados esa mañana, se calentó y todos en torno a una
gran mesa redonda comenzaron a devorar la comida. Sin duda la calidad era buena
pero el apetito despertado tras esa jornada provocó en aquellos hambrientos
paladares que les supieran a verdaderos manjares.
Llegaban a las cuadras de la finca con los
últimos rayos solares de aquel día. Era pronto pero los dos adultos y los tres
adolescentes montaron en el carro y regresaron a la cabaña de la playa.
Era temprano para la cena, Andrea y su padre
habían salido a charlar paseando por la playa. David y Maureen habían iniciado
un juego de mesa y Julián aunque en un principio se puso al ordenador pronto lo
dejó para tumbarse sobre una de las hamacas del pórtico superior quedándose a
los escasos minutos completamente dormido. No había podido disfrutar de su
siesta y fue dejar caer su cuerpo en aquel lugar de descanso y sorprenderle el
sueño.
Se había hecho la hora de cenar y como
seguía durmiendo le dejaron descansar. Anteriormente Maureen descolgó la
mosquitera para proteger a Julián de los insectos, pues cuando él se tumbó,
como no pensaba dormirse en un principio ni se le ocurrió hacerlo. Pero en la
primera elevación de la mirada del juego de la joven al verlo tan quieto se
levantó tras las disculpas a su compañero de juego y bajó los protectores de
insectos. Cuando Julián despertó todo estaba en calma. Solo los sonidos de la
noche se percibían con claridad. Sonrió al ver que alguien se había preocupado
pos su integridad física protegiéndole de los chupa sangres de lugar. Cuando
sus ojos le permitieron recobrar la visión comprobó que era la una de la
madrugada. Había estado durmiendo la friolera de seis horas. No tenía sueño y
sin pensárselo mucho, provisto de su ipod salió a la playa a pasear un rato
mientras contemplaba aquella espectacular noche estrellada. En el preciso
momento que iniciaba el descenso de la escalera Maureen se había levantado para
ir al servicio para vaciar aguas menores, al verle le saludó.
- Don
Julián. ¿Qué hace?
Devolvió el saludo al tiempo que le
expresaba sus intenciones pues el sueño no quería regresar a su cuerpo. Le rogó
que le esperara en el salón que entraba en el servicio y le acompañaba. Esperó
donde le sorprendió al salir de la habitación. Al abandonar el servicio,
sonrió, fue hacia él y prendiendo su mano bajaron juntos las escaleras hasta
abandonar la cabaña. De nuevo la inquietud inundó al profesor, no se explicaba,
pues jamás le había ocurrido algo igual. Se sentía mal, no debía salir a solas
con la joven en plena noche. Pero a qué santo le venían a estas alturas esos
perjuicios, si podía ser su abuelo perfectamente. Pero esas mismas dudas esos pensamientos
le tenían preocupado. Él jamás dejaba de actuar por lo que alguien pudiera
pensar. Es cierto que siempre trataba de guardar las distancias con sus alumnos
pero por mero respeto a esos jóvenes abiertos, naturales, se mostraban tal y
como eran. Pero no cabía la menor duda que la educación recibida por muy progre
que fuera estaba latente. Dejó de taladrarse. De la mano de aquella chiquilla
se dejó llevar, manteniendo su mente en blanco. Al salvar la última barrera de
palmeras, árboles y matorrales se descalzó, ella había salido sin calzado.
Cuando se dio cuenta no se explicaba cómo había podido ir entre tantas ramas
piedrecillas y matorrales sin dañarse los pies, pero la joven solía ir muchas
veces con los pies desnudos. Las plantas de sus pies habían desarrollado las
callosidades necesarias para poder caminar por esos terrenos sin repercutir en
su sistema nervioso. Se sentaron en un gran tronco que hacía meses la mar
depositó sobre la playa. Deseaban hablar, aclarar que les ocurría cuando
andaban juntos. Que pasó la otra tarde noche. Encontrar alguna respuesta a esas
inquietudes, a esas inexplicables tensiones cerebrales. Pero ninguno se
atrevía, por el simple hecho que no entendían lo que les ocurría. Por fin
Julián inició la conversación aclarando lo que le sucedió a él la otra tarde
noche. Cuando ella comenzó a quitarle el calzado sin soltarle la mano, él
revivió, como si le estuviese sucediendo en esos momentos, lo vivido con su
primer y único amor. El gesto, la acción llevada a cabo por Maureen la otra
noche parecía calcada a la vivida hacía la friolera de cuarenta y tres años
atrás. Aquello le bloqueo por completo. El oxigeno le faltaba, su corazón,
seguro que permaneció parado durante un tiempo. La sangre se le debió congelar,
pues sintió un frío jamás experimentado y la suavidad de aquella mano.
- Te
juro que llegué a pensar que eras ella.
Fue pronunciar las palabras y un sollozo
acompañado de un buen torrente de lágrimas le embargaron. Ella le acompañó,
levantándose de su lado se sentó en su regazo y lo abrazó con todo su cariño,
mientras sus ojos le acompañaban liberando unas lágrimas.
No supieron el tiempo que permanecieron en
dicha posición pues cuando volvieron a recordar algo, paseaban juntos de la
mano por la playa. Las nubes que habían ocultado la luna hasta ese momento se
retiraron y su tenue luz iluminó el escenario. Ella iba con una camisola
transparente y un diminuto tanga. Dibujándose a la perfección aquel cuerpo que
al trasluz mostraba los límites de cada parte de su silueta.
Anduvieron unos quinientos metros cuando
ella, recuperada de aquella primera confesión se decidió a hablar.
- Sabe Don
Julián conecté con usted en el momento de presentarnos Andrea. Y le confesaré
un secreto de mi gran amiga. No está enamorada de David, a quien verdaderamente
ama es a usted. Por ese motivo el otro día le comenté que cualquier cosa que me
pidiera tendría a esta servidora. Andrea es algo más que una hermana, por ella
haría cualquier cosa. Cualquier cosa que me pidiera.
- Criaturas
de Dios, si puedo ser vuestro abuelo. Pero sé que son circunstancias de las
adolescentes que creen enamorarse de cualquier cosa que se desplaza con dos
piernas y les habla con ternura. Lo cierto es que últimamente los jóvenes de
hoy día están muy faltos de cariño, de amor de vuestros seres queridos. La
sociedad que nos hemos montado los aboca a ello. Y en cuanto alguien se
preocupa un poco de ellos, les da afecto, pero especialmente comprensión os
entregáis como corderitos. Pero el tiempo lo cura todo y eso mucho más.
Intercambiaron pareceres, opiniones,
compartiendo algunas cosas y otras respetando a su interlocutor pero no compartiéndolas. Paseaban enfrascados en la conversación que
por fin se había desatado y eliminado toda inquietud cuando prácticamente al
unísono los dos soltaron.
- ¡Esta
amaneciendo!
Comenzaron a reír y retándose a una carrera,
que iniciaron de inmediato, para ver quien lograba la mejor ducha de la cabaña.
Esa mañana Julián quedaba solo, los
jóvenes en compañía del padre habían decidido pasar unos días a Panamá.
Aprovechando para perderse por la península de Osa al oeste del sur de Costa
Rica, Llegó a Limón en coche acompañado por un compadre de Puerto Viejo y de
ahí en avioneta aterrizar en Puerto Jiménez. El abuelo de Andrea le había
proporcionado información para poderse desplazar por aquellos lugares
abandonados por el ser humano.
El vuelo fue increíble, un matrimonio y él
eran junto al piloto los únicos ocupantes de aquel artilugio volador,
disfrutando de un paisaje sin igual. Volaron por encima de la Cordillera de Talamanca, atravesando ríos,
cascadas, montañas, todas inmersas en una selva de un intenso verdor. Allí le
aseguraron que habitaban los verdaderos dueños de Costa Rica los Bri Bris.
Tenía la intención de encontrarse con un personaje muy peculiar perteneciente a
dicha tribu, de la que también provenía el abuelo de Andrea. Quien le aconsejó
que buscara un guía para llegar hasta él, pero prefirió intentarlo solo.
Buscó alojamiento y de inmediato se metió en
la cama a descansar. Se levantó muy temprano y fue en busca de un nuevo miembro
de la tribu donde el abuelo de Andrea le aseguró que le proporcionaría dos
buenas cabalgaduras para desplazarse por esos parajes. Almorzó con aquel
personaje y al indicarle a quien iba a buscar le dio algunas indicaciones para
que no se perdiera. Lo mejor sería seguir la costa, era más largo el trayecto
pero tendría la referencia del mar para no perderse. Debía ir bordeando la península hasta llegar
al rio Arriba, en concreto a Carate, preguntar por el rancho Oreros y allí
podría estar en cualquier lugar de la selva. Pero posiblemente sabrían donde
localizarlo. Antes de llegar a rio Arriba debería pasar por Matapalos la
Endija, por playa de Macc y Agua Buena, próxima a este enclave estaba Carate.
Antes de llegar a Carate se encontró con un
lugar paradisiaco denominado Laguna Vista Lodge, donde pernocto tras un duro
viaje. No le quedaba mucho camino para llegar al lugar de destino pero se temía
que tardaría en localizar a Alan personaje al que buscaba.
Descansó como en pocas ocasiones lo había
hecho hasta la fecha, fue ducharse y tumbarse en aquella hamaca en el pórtico
de su habitación. Tiró de una cuerda para que las mosquetera abarcaran por
completo aquel artilugio y sus persianas se cerraron al instante.
Desayunó fuerte pues le aguardaba una
jornada larga y dura, subiendo montaña y andando por la selva. Por fin se
encontraba en Rancho Orero, no encontró ni una sola alma, de rancho ni por
casualidad se veía algo que pudiera indicarle. Un palo con un cartel medio
borrado frente a unos palos indicaba Rancho Orero, pensó que era broma se
adentró por un pequeño camino, cuando al poco rato escuchó un ruido que iba en
aumento conforme subía junto al cauce del rio. Al llegar a una gran cascada se
detuvo, bajó de la montura, ató los caballos a la rama de un árbol y se propuso
darse un buen baño en aquella poza donde se despeñaba una enorme cascada.
Salían vapores de agua, sin duda de agua caliente. No se equivocó, liberado de
sus ropas se introdujo en sus aguas para relajarse. Nadó por espacio de unos
minutos para salir y prepararse un buen almuerzo. El olor de aquellos alimentos
cocinados despertó la curiosidad de un habitante de la zona que lo observaba
desde su llegada. No le oyó llegar, sorprendiéndose al girarse y vérselo a
menos de medio metro de él. Julián pronuncio dos palabras de asombró y luego
con gestos le invitó a que le acompañara para hacerse con esos alimentos. Aquel
personaje con unos pantalones largos confeccionado por él mismo con la piel sin
curar de algún animal y una camiseta de marín americano sin soltar prenda se
sentó junto a Julián y aceptó el plato que aquel desconocido le ofertaba. Se
observaban mutuamente, Julián había sido
aleccionado por el abuelo de Andrea y siguiendo sus consejos se mantuvo
sin pronunciar palabra. Hasta que aquel personaje no se dirigiera a él continuaría
con normalidad.
Finalizado el almuerzo, Julián le tendió la
mano para recoger el plato, se levantó los limpió en el rio, dejándolos a
secar, recogió aquella lona que había puesto en forma de mesa y descolgó de la
caballería una hamaca de cuerda. El personaje se levantó sonrió y se perdió por
el bosque. Estuvo tentado a conversar con él, pero estaba convencido que era
Alan y las indicaciones del abuelo eran claras, de haber pronunciado palabra no
lo habría encontrado de nuevo. Se mordió la lengua y prosiguió con su cometido.
Acopló el artilugio entre dos árboles y se tumbó con la correspondiente
protección a dormir la siesta. Efectivamente aquel personaje escondido entre el
ramaje de la selva observaba al visitante. Sentado sobre un tronco a cubierto
por el ramaje de la selva permanecieron los treinta minutos que duró aquella
siesta. No retiraba el artilugio y observó como fotografiaba todo aquel
contorno, los interminables árboles, las plantas, las flores, la cascada, la
poza, el rio, los mil bichos que se desplazaban por el lugar. Subiendo un poco
podía tomar unas vistas increíbles del océano. Comenzaba a oscurecer y el
atardecer le proporcionó unas instantáneas de una belleza plástica maravillosa.
Regreso a la poza, descargó por completo a las cabalgaduras y se metió en su
hamaca para pasar la noche.
Fue levantarse y de nuevo zambullirse en
aquella poza. En el pequeño hornillo de gas se preparó, junto a una buena
fuente de frutas troceadas un café con leche, de nuevo la presencia del mismo
personaje del día anterior, de nuevo le ofreció un plato repleto de fruta, y un
tazón de café, pues iba a ponerle leche y el personaje separo sus labios para
decir.
Solo.
Era la primera palabra que escuchaba de
aquel nativo, pero debía esperar. Sacó huevos y bacón y preparó de nuevo dos
platos con dos huevos cada uno y tres grandes cortadas de bacón, cocinando en
una sartén los huevos con la grase del bacón. Sin mediar palabra le tendió uno
de los platos y sacó una botella de vino español que llevaba especialmente para
una ocasión como aquella. Cuando Alan probó aquel vino volvió a despegar sus
labios para preguntar. Era lo que estaba deseando Julián desde su encuentro con
el personaje.
Es español
en concreto un rioja.
Tomó la botella
en su mano y leyó
Pujanza
2005.
De nuevo sus
palabras invadieron aquel espacio que se había resguardado de la voz humana. De
nuevo aquel nativo preguntó.
Conoce
a los Bribri, sin la menor duda.
Julián dejó ese tiempo eterno que solían
dejar los nativos, para serenar la conversación, para reflexionar sobre lo que
se iba a decir, para recrearse en ese país de Pura Vida. Esa estrategia también
se la enseñó el abuelo de Andrea. Cuando por fin se decidió a contestar y
confesarle que venía por consejo del abuelo de Andrea, se dejó el plato en la
lona, hizo levantar a Julián y se abrazó primero de izquierdas y luego de
derechas. Se volvieron a sentar y de nuevo un mundo para volver a romper el
silencio del paraje. En el transcurso de esa conversación que duro hasta la
hora de la cena, y no precisamente por la cantidad de cosas que se
intercambiaron con palabras pues estas fueron más bien escasas, pero si hubo
una gran transmisión del lenguaje corporal. Julián le contó la frase de San
Francisco de Asís, que por supuesto no sabía quién era, ni pimientos le importaba.
“Deseo poco
y lo poco que deseo lo deseo poco”
Le sonrió, dejó una pausa infinita. Parecía
que las palabras también precisaban su pausa para saborearlas, analizarlas y
sobre todo reflexionar lo dicho o escuchado.
- Es
posible que ese sea el camino de la felicidad. Pero yo no deseo ni ese poco.
Le preguntó donde tenía su choza, porque a
bien seguro casa no tenia. Su choza era la selva, cada día disponía de un nuevo
lecho, una nueva bañera, un nuevo comedor, eso sí le aseguró el techo siempre
es el mismo, azulado con una luz intensa, u oscuro con millones de destellos.
Le contó porque permanecer en un lugar si el mundo era muy extenso y podías
dormir, comer, bañarte, hacer tus necesidades en cualquier lugar. Allí donde te
apeteciese descansar, dormir, comer, correr, saltar, bañarte.
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