Por fin llegó el decisivo
lunes. Muy temprano un coche oficial del ejército se detenía frente a la puerta
principal de hotel. José aguardaba en el vestíbulo, al verlo salió a su
encuentro. Chang bajó, saludó y le invitó a subir para poner rumbo al
aeropuerto.
Antes de las diez, de esa
mañana lluviosa del lunes, aterrizaban en el aeropuerto militar. Un coche
oficial del ejercito les esperaba a pie de avión. Cuando sus pequeños equipajes
se cargaron y subieron al vehículo emprendieron la marcha con destino a la sede
del gobierno. Tras salvar el primer control se detuvieron en la puerta
principal, comprobaron sus identidades y entraron en el recinto. En el acceso al
edificio un soldado les abrió la puerta y fueron conducidos hasta un despacho,
donde les indicaron con amabilidad, esperar. Traía el informe encargado a la
empresa y los datos reflejaban lo intuido dándole la razón esos papeles. Ahora
era necesario conseguir, que esos extremistas, reaccionaran y aceptasen
negociar.
Por fin, tras dos largas horas
de espera, les hicieron pasar a una gran sala de juntas. El primer ministro no
estaba solo. Le acompañaba el ministro de defensa y varios asesores de éste. Unas
quince personas se reunieron, incluidos los dos amigos. “Al menos esto va en serio” Pensó al ver
aquel plantel de altos mandos. La lucha dialéctica sería dura, sin lugar a
dudas, pero al menos despertó el interés. Le rogaron comenzar su exposición. Estaba
muy concentrado, sabía que en esos momentos su intervención podría decidir
entre la paz o de nuevo la inestabilidad. Pero no le temblaron las piernas. Con
una de sus mejores intervenciones expuso con claridad y realismo la situación.
Aquellos personajes escuchaban atentos los planteamientos de aquel brillante
doctor. No le interrumpieron para nada, haciéndole temer una estrategia
preconcebida en el grupo. Y no era buena
señal. Pero prosiguió seguro de sí mismo hasta concluir. Al presentar el
informe sobre la encuesta realizada notó a dos o tres de los presentes hacer
aman de preguntar, pero al cruzar su mirada con el ministro del ejercito,
adoptaron de inmediato una posición de escucha. Ahora no había duda, aquel
grupo estaba cerrado a una determinación previa y todos los esfuerzos
realizados previamente para informar y exponer no tendría gran valor. Su
postura estaba decidida con antelación.
- Su exposición, sus
propuestas y el trabajo realizado son dignos de los mejores negociadores
diplomáticos con los que he tratado. Hemos escuchado atentamente su posición.
Ahora...
- Perdón que le interrumpa. He
de matizar que no es mi exposición, es el sentir del pueblo y creo sinceramente
no inclinarse hacía ninguna de las partes.
- Esta bien Esta bien. De
nuevo tiene razón. Pero si nos permite el ministro de defensa le explicará cual
es la posición de este gobierno.
José volvió a disculparse y
escuchó atentamente los razonamientos de aquel general, ministro de defensa.
Conforme le escuchaba el desánimo iba apoderándose de su ser. No podía
comprender como se podía ser tan ciego. Tras cerca de cincuenta minutos,
escuchó, estoicamente el discurso del general en cuestión, estaba seguro de una
cosa. No estaban negociando. Simplemente exponían su opinión y su postura
inflexible. La última parte de su discurso era la única con tintes
negociadores. Era referente a la iniciación de procesos judiciales a ciertos
gobernantes de la región por excederse en sus atribuciones. No era mucho pero
tal vez si la justicia se daba prisa tendría algo que ofrecer a la guerrilla.
Solo pensaba en ganar algo de tiempo. De lo contrario todo se perdería. La
condición impuesta para poder negociar el plan de paz, era entregar las armas,
sin condiciones, por parte de la guerrilla
y José sabía que esa cuestión, sin algo importante a cambio, no era
negociable por la guerrilla. Estaban imponiendo sus posiciones sin ceder nada.
Salió destrozado, principalmente por el desánimo y la impotencia de resolver de
una vez por todo ese maldito conflicto. Telefoneo a Caterine. No iría
directamente, pues volaba antes a la otra ciudad para comunicar a los
dirigentes de los guerrilleros la marcha de la negociación. Caterine colgó el
teléfono y dirigiéndose a Neus comentó.
- Me van a matar a este hombre.
Si no fuera por él ahora mismo le pediría regresar a New Ville y los mandara a
freír espárragos.
Estaba indignada. No había
derecho que no tendieran un poco la mano para tratar de solucionar la
situación. Mientras volaba a su nuevo destino, por medio del teléfono contactó
con varios amigos. Era necesario movilizar a la gente, pero en esta ocasión no
bastaría con cuatro o cinco centenas de millar. Se debía lograr una
manifestación fuera de lo normal. Debían ser simultaneas y en principio se
desarrollarían en la capital, en la ciudad donde se encontraba la Fundación y en la ciudad
sede de los guerrilleros. Pero recalcó la necesidad de desarrollarse de forma
similar a la espontánea del pueblo. Evitando cualquier tipo de violencia o de
proclamas contra nadie. La paz era el único lema. La única palabra a escucharse
en esas manifestaciones.
Antes de llegar el vuelo a su
destino, recibía las primeras llamadas confirmando la puesta en marcha de la
maquinaria. Y especialmente en la ciudad de La Fundación todo el mundo
acudiría. Las aldeas cercanas y no tan cercanas se adherirían.
Cuando José terminó de
exponerles el desarrollo de la negociación con el gobierno parte de los
componentes se levantaron de la mesa y abandonaron la reunión. Uno de ellos, aseguró
mientras se marchaba.
- La guerra es inevitable y,
mañana mismo serán conscientes de no
hablar al aire. Lo comprobaran con hechos.
Trató por todos los medios de
convencerlos, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Por lo visto nadie tenía
paciencia para algo tan trascendental. Aunque el líder de la guerrilla le
prometió tratar de calmar los ánimos. Regresó en su jet, a media noche, sin
estar nada convencido. Menos de una hora le llevó encontrarse con su mujer. Le
había telefoneado y le esperaba impaciente en el hotel. Cuando entró en la
habitación no supo que decir, comprobó como su marido entraba llorando a
lagrima viva. La impotencia había conseguido su desmoronamiento. Algo jamás
vivido hasta la fecha por ella. Se abrazó, con ternura lo acariciaba, le besaba
y en absoluto silencio le dio tiempo para desahogase de toda la tensión, rabia
e impotencia Mientras sus increíbles ojos azules se bañaban en lágrimas. Ver a
su esposo en ese estado le encogió el corazón. Deseaba gritar. Maldecir. Pero
era una mujer inteligente. Perder los nervios empeoraría el estado de ánimo de
su marido. Cuando la calma regresó a la pareja el teléfono los sorprendió. Eran
cerca de las cinco de la madrugada. Las piernas se le aflojaron hasta el punto
de tener que sentarse en la cama para no caer. Se imaginaba lo peor. Rogó, a
Caterine, con voz temblorosa, contestar.
- Es el hermano de Chang,
desea hablar contigo.
Extendió la mano y se colocó el
auricular en la oreja. Su interlocutor le informó de las intenciones de una facción
de la guerrilla. Sobre las trece horas de ese día se produciría un grave
atentado en un restaurante céntrico de esa localidad. Donde se celebraba un
homenaje a unos militares y donde habría cerca de medio centenar de fuerzas del
ejército. Entre ellos muchos altos cargos.
- Mi hermano Chang estará
entre ellos.
José se recuperó
sorprendentemente, no eran momentos de flaqueza, Se debía actuar rápidamente.
De producirse sería el fin a cualquier tipo de negociación.
- No sé si podré detenerlo pero
estaré allí. Si mi vida puede impedir una guerra entre estas gentes la ofreceré
sin vacilación.
Terminada la conversación
colgó. Si en ese atentado moría él, el pueblo se pondría en contra de la
guerrilla y probablemente eso terminaría con ella. El hermano de Chang era
consciente de ello. Pero no llegaba a comprender como un extranjero era capaz
de sacrificar su vida por unas personas tan lejanas a su país. No perdió un
solo segundo, inmediatamente fue a comunicárselo a su líder. La plana mayor de la
guerrilla se movilizó de inmediato, estaba claro que si se producía la muerte
del “Salvador” toda esperanza de conseguir sus propósitos se desvanecerían por
completo.
- Quiero ir, contigo, José.
Fueron las primeras palabras
de Caterine cuando su marido colgó. Se abrazó inmediatamente, mientras le
susurraba inundada por un amor infinito hacía su esposo.
- Sabes muy bien que tú eres
mi única razón de vivir. Sin ti no sería nada. Quiero estar contigo y si nos
hemos de ir, prefiero hacerlo a tu lado.
Por lo visto las únicas
personas aún con cordura en ese país era precisamente nuestro matrimonio. No
consiguieron acostarse, ninguno de los dos tenía sueño. Se metieron en el aseo,
llenaron la bañera. Conectaron el hidromasaje. Desnudos y abrazados se dejaron
acariciar por las cálidas burbujas de agua y las caricias de sus manos. Bajaron
a desayunar. Subieron de nuevo a la habitación y se vistieron de gala. Un taxi
les llevó al restaurante en cuestión. Descendían del vehículo para acceder al
restaurante cuando dos nativos, guerrilleros sin dudas, les rogaron no hacerlo.
Pero hicieron caso omiso del consejo. Como relámpagos desaparecieron del lugar.
No había dejado Caterine el chal, en guardarropía, cuando les informaron de la
manifestación junto al restaurante. La policía era alertada y se desplegaron
con rapidez. Más de diez mil personas se concentraron en el gran parking del
restaurante y con una sola consigna en sus labios. Paz. Caterine y José
salieron a la puerta para comprobar la grandeza del pueblo, uniéndose a ellos
Chang. De inmediato comprendieron. La colocación del artefacto no la pudieron
impedir e intentaban persuadir a los guerrilleros encargados de hacerla
estallar que desistieran o muchos de los su seres queridos morirían en el
atentado. “Dios”. “Como se puede ser tan ciego con un pueblo como este”. Se
preguntaba José emocionado y con el cuerpo encogido ante el comportamiento de
esa gente. Pudo ver al hermano de Chang entre la masa, y al resto de su
familia. Se acercaron a ellos y el guerrillero al abrazarse le susurró al oído.
- Si eres capaz de dar la vida por mi pueblo yo te ofrezco la mía. Nos
has dado una lección que no podremos olvidar en toda la vida.
Se limitó a sonreír. Se
dirigió a Chang suplicándole, evitar cualquier actuación policial contra el
pueblo.
La comida se celebró en el
interior no exenta de tensión. Cuando terminó y los militares abandonaron el
lugar, la manifestación se deshizo pacíficamente regresando a sus hogares.