viernes, 23 de noviembre de 2012

EL PRIMER AMOR-TERCERA PARTE-CAPITULO XVIII-TODO ESTÁ PERDIDO


  Por fin llegó el decisivo lunes. Muy temprano un coche oficial del ejército se detenía frente a la puerta principal de hotel. José aguardaba en el vestíbulo, al verlo salió a su encuentro. Chang bajó, saludó y le invitó a subir para poner rumbo al aeropuerto.
   Antes de las diez, de esa mañana lluviosa del lunes, aterrizaban en el aeropuerto militar. Un coche oficial del ejercito les esperaba a pie de avión. Cuando sus pequeños equipajes se cargaron y subieron al vehículo emprendieron la marcha con destino a la sede del gobierno. Tras salvar el primer control se detuvieron en la puerta principal, comprobaron sus identidades y entraron en el recinto. En el acceso al edificio un soldado les abrió la puerta y fueron conducidos hasta un despacho, donde les indicaron con amabilidad, esperar. Traía el informe encargado a la empresa y los datos reflejaban lo intuido dándole la razón esos papeles. Ahora era necesario conseguir, que esos extremistas, reaccionaran y aceptasen negociar.
   Por fin, tras dos largas horas de espera, les hicieron pasar a una gran sala de juntas. El primer ministro no estaba solo. Le acompañaba el ministro de defensa y varios asesores de éste. Unas quince personas se reunieron, incluidos los dos amigos.  “Al menos esto va en serio” Pensó al ver aquel plantel de altos mandos. La lucha dialéctica sería dura, sin lugar a dudas, pero al menos despertó el interés. Le rogaron comenzar su exposición. Estaba muy concentrado, sabía que en esos momentos su intervención podría decidir entre la paz o de nuevo la inestabilidad. Pero no le temblaron las piernas. Con una de sus mejores intervenciones expuso con claridad y realismo la situación. Aquellos personajes escuchaban atentos los planteamientos de aquel brillante doctor. No le interrumpieron para nada, haciéndole temer una estrategia preconcebida en el grupo. Y no era  buena señal. Pero prosiguió seguro de sí mismo hasta concluir. Al presentar el informe sobre la encuesta realizada notó a dos o tres de los presentes hacer aman de preguntar, pero al cruzar su mirada con el ministro del ejercito, adoptaron de inmediato una posición de escucha. Ahora no había duda, aquel grupo estaba cerrado a una determinación previa y todos los esfuerzos realizados previamente para informar y exponer no tendría gran valor. Su postura estaba decidida con antelación. 
   - Su exposición, sus propuestas y el trabajo realizado son dignos de los mejores negociadores diplomáticos con los que he tratado. Hemos escuchado atentamente su posición. Ahora...
   - Perdón que le interrumpa. He de matizar que no es mi exposición, es el sentir del pueblo y creo sinceramente no inclinarse hacía ninguna de las partes.
   - Esta bien Esta bien. De nuevo tiene razón. Pero si nos permite el ministro de defensa le explicará cual es la posición de este gobierno.
   José volvió a disculparse y escuchó atentamente los razonamientos de aquel general, ministro de defensa. Conforme le escuchaba el desánimo iba apoderándose de su ser. No podía comprender como se podía ser tan ciego. Tras cerca de cincuenta minutos, escuchó, estoicamente el discurso del general en cuestión, estaba seguro de una cosa. No estaban negociando. Simplemente exponían su opinión y su postura inflexible. La última parte de su discurso era la única con tintes negociadores. Era referente a la iniciación de procesos judiciales a ciertos gobernantes de la región por excederse en sus atribuciones. No era mucho pero tal vez si la justicia se daba prisa tendría algo que ofrecer a la guerrilla. Solo pensaba en ganar algo de tiempo. De lo contrario todo se perdería. La condición impuesta para poder negociar el plan de paz, era entregar las armas, sin condiciones, por parte de la guerrilla  y José sabía que esa cuestión, sin algo importante a cambio, no era negociable por la guerrilla. Estaban imponiendo sus posiciones sin ceder nada. Salió destrozado, principalmente por el desánimo y la impotencia de resolver de una vez por todo ese maldito conflicto. Telefoneo a Caterine. No iría directamente, pues volaba antes a la otra ciudad para comunicar a los dirigentes de los guerrilleros la marcha de la negociación. Caterine colgó el teléfono y dirigiéndose a Neus comentó.
   - Me van a matar a este hombre. Si no fuera por él ahora mismo le pediría regresar a New Ville y los mandara a freír espárragos.
   Estaba indignada. No había derecho que no tendieran un poco la mano para tratar de solucionar la situación. Mientras volaba a su nuevo destino, por medio del teléfono contactó con varios amigos. Era necesario movilizar a la gente, pero en esta ocasión no bastaría con cuatro o cinco centenas de millar. Se debía lograr una manifestación fuera de lo normal. Debían ser simultaneas y en principio se desarrollarían en la capital, en la ciudad donde se encontraba la Fundación y en la ciudad sede de los guerrilleros. Pero recalcó la necesidad de desarrollarse de forma similar a la espontánea del pueblo. Evitando cualquier tipo de violencia o de proclamas contra nadie. La paz era el único lema. La única palabra a escucharse en esas manifestaciones.
   Antes de llegar el vuelo a su destino, recibía las primeras llamadas confirmando la puesta en marcha de la maquinaria. Y especialmente en la ciudad de La Fundación todo el mundo acudiría. Las aldeas cercanas y no tan cercanas se adherirían.
   Cuando José terminó de exponerles el desarrollo de la negociación con el gobierno parte de los componentes se levantaron de la mesa y abandonaron la reunión. Uno de ellos, aseguró mientras se marchaba.
   - La guerra es inevitable y, mañana mismo serán conscientes de  no hablar al aire. Lo comprobaran con hechos.
   Trató por todos los medios de convencerlos, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Por lo visto nadie tenía paciencia para algo tan trascendental. Aunque el líder de la guerrilla le prometió tratar de calmar los ánimos. Regresó en su jet, a media noche, sin estar nada convencido. Menos de una hora le llevó encontrarse con su mujer. Le había telefoneado y le esperaba impaciente en el hotel. Cuando entró en la habitación no supo que decir, comprobó como su marido entraba llorando a lagrima viva. La impotencia había conseguido su desmoronamiento. Algo jamás vivido hasta la fecha por ella. Se abrazó, con ternura lo acariciaba, le besaba y en absoluto silencio le dio tiempo para desahogase de toda la tensión, rabia e impotencia Mientras sus increíbles ojos azules se bañaban en lágrimas. Ver a su esposo en ese estado le encogió el corazón. Deseaba gritar. Maldecir. Pero era una mujer inteligente. Perder los nervios empeoraría el estado de ánimo de su marido. Cuando la calma regresó a la pareja el teléfono los sorprendió. Eran cerca de las cinco de la madrugada. Las piernas se le aflojaron hasta el punto de tener que sentarse en la cama para no caer. Se imaginaba lo peor. Rogó, a Caterine, con voz temblorosa, contestar.
   - Es el hermano de Chang, desea hablar contigo.
  Extendió la mano y se colocó el auricular en la oreja. Su interlocutor le informó de las intenciones de una facción de la guerrilla. Sobre las trece horas de ese día se produciría un grave atentado en un restaurante céntrico de esa localidad. Donde se celebraba un homenaje a unos militares y donde habría cerca de medio centenar de fuerzas del ejército. Entre ellos muchos altos cargos.
   - Mi hermano Chang estará entre ellos.
   José se recuperó sorprendentemente, no eran momentos de flaqueza, Se debía actuar rápidamente. De producirse sería el fin a cualquier tipo de negociación.
   - No sé si podré detenerlo pero estaré allí. Si mi vida puede impedir una guerra entre estas gentes la ofreceré sin vacilación.
   Terminada la conversación colgó. Si en ese atentado moría él, el pueblo se pondría en contra de la guerrilla y probablemente eso terminaría con ella. El hermano de Chang era consciente de ello. Pero no llegaba a comprender como un extranjero era capaz de sacrificar su vida por unas personas tan lejanas a su país. No perdió un solo segundo, inmediatamente fue a comunicárselo a su líder. La plana mayor de la guerrilla se movilizó de inmediato, estaba claro que si se producía la muerte del “Salvador” toda esperanza de conseguir sus propósitos se desvanecerían por completo.
   - Quiero ir, contigo, José.
   Fueron las primeras palabras de Caterine cuando su marido colgó. Se abrazó inmediatamente, mientras le susurraba inundada por un amor infinito hacía su esposo.
   - Sabes muy bien que tú eres mi única razón de vivir. Sin ti no sería nada. Quiero estar contigo y si nos hemos de ir, prefiero hacerlo a tu lado.
   Por lo visto las únicas personas aún con cordura en ese país era precisamente nuestro matrimonio. No consiguieron acostarse, ninguno de los dos tenía sueño. Se metieron en el aseo, llenaron la bañera. Conectaron el hidromasaje. Desnudos y abrazados se dejaron acariciar por las cálidas burbujas de agua y las caricias de sus manos. Bajaron a desayunar. Subieron de nuevo a la habitación y se vistieron de gala. Un taxi les llevó al restaurante en cuestión. Descendían del vehículo para acceder al restaurante cuando dos nativos, guerrilleros sin dudas, les rogaron no hacerlo. Pero hicieron caso omiso del consejo. Como relámpagos desaparecieron del lugar. No había dejado Caterine el chal, en guardarropía, cuando les informaron de la manifestación junto al restaurante. La policía era alertada y se desplegaron con rapidez. Más de diez mil personas se concentraron en el gran parking del restaurante y con una sola consigna en sus labios. Paz. Caterine y José salieron a la puerta para comprobar la grandeza del pueblo, uniéndose a ellos Chang. De inmediato comprendieron. La colocación del artefacto no la pudieron impedir e intentaban persuadir a los guerrilleros encargados de hacerla estallar que desistieran o muchos de los su seres queridos morirían en el atentado. “Dios”. “Como se puede ser tan ciego con un pueblo como este”. Se preguntaba José emocionado y con el cuerpo encogido ante el comportamiento de esa gente. Pudo ver al hermano de Chang entre la masa, y al resto de su familia. Se acercaron a ellos y el guerrillero al abrazarse le susurró al oído.
- Si eres capaz de dar la vida por mi pueblo yo te ofrezco la mía. Nos has dado una lección que no podremos olvidar en toda la vida.
   Se limitó a sonreír. Se dirigió a Chang suplicándole, evitar cualquier actuación policial contra el pueblo.
   La comida se celebró en el interior no exenta de tensión. Cuando terminó y los militares abandonaron el lugar, la manifestación se deshizo pacíficamente regresando a sus hogares.