sábado, 24 de diciembre de 2011

EL PRIMER AMOR-CAPITULO 4-LOS PRIMEROS PASOS EN EL SEXO

   - CAPÍTLO CUARTO.

                           - LOS PRIMEROS PASOS EN EL SEXO -

   La primavera tocaba a su fin. Los últimos coletazos del año escolar perdían intensidad y las pruebas de ingreso esperaban a los niños españoles para dar por concluida una etapa. De la escuela de la señorita Elisa se presentaban al examen, en presencia del inspector del ministerio, Ana, Adrián, José y Pedro. Pero en la relación llegada al ministerio figuraba un nombre más. El de Rita Carbonell. Su hermano se empeñó en conseguirlo y no paró en su lucha hasta lograrlo. A pesar de no asistir a clase la pequeña no iba, ni mucho menos, en peores condiciones. José se había volcado durante el curso en ayudarle para salvar sin dificultades el examen. La propia señorita Elisa consciente de las dificultades de la pequeña para poder estudiar y conocedora de su ilusión le ayudó. No todo lo deseado pero segura de afrontar con éxito la prueba de final de etapa.
   Pero esas fechas coincidían con la faena dura en el campo. El trabajo era de sol a sol y tanto José como Rita tenían dificultades para estudiar. Allí, donde iban se llevaban los libros y durante los descansos los devoraban.
  Faltaban dos semanas y José advirtió a Elisa la imposibilidad de ir a clase, el trabajo del campo era lo primero, y si el próximo curso quería ir a la escuela no le quedaba otro remedio que estar allí esos días. Su maestra le prometió acercarse por la alquería para entregarles unos libros, donde estaban recopiladas las pruebas de ingreso de cursos anteriores.
   Esa tarde Ana se presentó en la alquería. Tenía la edad del hermano mayor de José, sus pechos comenzaban a marcarse a través de su ropa. Se había puesto una hermosa blusa y una falda que realzaban su figura. Buscaba a José, para aclarar dudas. Marta fue quien le atendió.
   - ¡Rita!
  Su presencia no se hizo esperar. Atendió el ruego de su madre para ir en busca de su hermano al campo del cementerio. Donde se encontraba trabajando con su padre y hermanos. Como le llevaría una media hora invitó a la joven a entrar en casa y le sirvió una limonada. Rita cogió la bicicleta y partió a toda velocidad para comunicarle a José la presencia de Ana. Al contárselo a su padre, entre gritos, insultos y quejas aceptó con una condición. Rita debía sustituirlo. Aceptó encantada, era capaz de hacer cualquier cosa por él. Así pues, José montó en la bicicleta para iniciar la contrarreloj hasta la alquería y reunirse con su amiga. Tras saludarse subieron al desván, lugar preferido de José, y su sala de estudios. Extendió una manta sobre las balas de paja y tumbados sacaron los libros. Le explicaba todas las dudas a su amiga. Ella le observaba encandilada. Había hecho una gran amistad con él, se sentía muy a gusto a su lado y captaba a la primera todas sus explicaciones. En un momento dado él le preguntó.
   - ¿Tienes alguna duda más?
   Se sonrojó un poco pero luego con una picara sonrisa comentó.
   - No sé cómo es un chico desnudo.
   La pregunta le dejó perplejo, en ese momento se dio cuenta que él también sentía curiosidad por el asunto, pues aunque tenía hermanas esos temas en casa era tabúes e incluso cuando eran bebes y los cambiaban no permitían al resto de los hermanos estar presente.
   - La verdad.
   Comenzó titubeando.
   - Yo tampoco se como es el cuerpo de una chica desnuda.
   Sus corazones se aceleraban por momentos habían oído comentarios de los mayores pero nunca lo habían visto. Ana tomó la iniciativa y comenzó a desabrocharse la blusa. Pronto aquellos incipientes pechos quedaron al aire. José sintió que su cuerpo se alteraba. Alargó su mano y con una dulzura exagerada tocó con la yema de sus dedos uno de los pechos de su amiga, el suspiro profundo de su compañera le asustó y retiró rápidamente la mano. Ella, sin pronunciar palabra tomó su mano y la volvió a colocar sobre el pecho. Acarició alrededor del pezón y cuando su pulgar e índice lo mimaban, Ana se dejó caer sobre la manta y se abandonó al placer producido por las caricias. Sus respiraciones eran sofocantes, sus corazones se aceleraban a ritmos insospechados. Él se tumbó junto a ella y continuó acariciando con la misma delicadeza del principio. El ruido de una puerta sorprendió aquel agradable momento, se incorporaron y ella colocándose la blusa en su sitio la abotonó rápidamente y con el libro en las manos, simularon leerlo. Cuando se dieron cuenta lo tenían del revés y como nadie hacía acto de presencia rompieron en una histérica risa liberando toda la tensión de ese momento. Transcurrieron unos segundos, retornaron de nuevo a satisfacer esas ansias infinitas por descubrir sus inquietudes. José se desabrochó el pantalón, se lo quitó y a continuación bajó sus calzoncillos hasta las rodillas. Ana miraba, aquel apéndice colgado, maravillada. Nunca se había imaginado algo así. Cuando su mano lo tocó, el susto fue monumental, aquello se hinchaba y aumentaba de tamaño. Debía ser un castigo por el pecado cometido. Él que había cerrado los ojos, pues le daba vergüenza la situación, al sentir como su compañera retiraba la mano los abrió y suplicó continuar. Pero la elevación del apéndice duró poco, pues las voces de sus hermanos y padre se escuchaban en el pórtico. Como una bala se subió los calzoncillos y se puso los pantalones. Con la respiración jadeante se pusieron a leer el libro. "OH maravilla de la Naturaleza aquello había sido el paraíso" Esos pensamientos rondaban en las cabezas de los dos chiquillos. Fue Rita quien se presentó en el desván y aproximándose a la pareja se sorprendió.
   - Estáis colorados y no podéis respirar bien.
   Se levantó enfadada, regañando a su hermano, al tiempo que abría la ventana del desván y les decía.
   - ¿Con el calor que hace, cómo no has abierto la ventana? Desde luego no me explico como podías aguantar con este calor. No me extraña que estéis sofocados.
   Se encontraba abriendo ventanales en esos momentos les daba la espalda, se miraron y con una sonrisa picara esperaron a que la recién llegada se sentara junto a ellos.
   Repasaron varios temas hasta que los llamaron a cenar. Ana, tras la insistencia de Marta, les acompañó. Aquella noche su padre no abrió la boca, no podía haber pasado nada mejor. La faena iba muy bien y los precios de la cosecha eran de los mejores de esos últimos años. El décimo estaba a punto de llegar y la mano de obra para el campo asegurada.
   Alex y Jaime se brindaron a acompañar a Ana. A los dos les había gustado la amiga de su hermano. Así pues tras el consentimiento de su padre los cuatro se fueron paseando por el camino hasta su casa. Los dos mayores se peleaban por conversar con la joven, que se asombraba por la diferencia de educación entre aquellos rudos jóvenes y su compañero de clase. Las frases groseras, las brusquedades y el elevado tono de sus voces contrastaban con la educación refinada y hasta exquisita de su amigo. Pero siguiendo su instinto femenino tonteó con los dos para observar su reacción. Él se limitó a bajar la mirada y proseguir la marcha junto a ellos. Cuando se iban a despedir les dio la mano y besó a José en la mejilla. Pretendía dar media vuelta y subirse a casa pero la voz ronca de Alex se lo impidió.
   - ¿Y a nosotros solo nos das la mano? 
   Ana, sonrío, besó aquellas sudorosas y sucias mejillas y desapareció. De vuelta a casa aseguraron que no se lavarían la cara en el resto de sus vidas.
   José caminaba junto a ellos pensativos con lo sucedido esa tarde. "Tengo que averiguar todo lo referente al sexo. No puedo permanecer pasivo ante una cosa evidente y natural, por muchos secretos que la gente mayor se lleve.” Éstos y otros pensamientos relativos a lo mismo ocupaban la mente del niño.
   Cuando Ana se metió en la cama no podía creer lo sucedido aquella tarde. Estaba entusiasmada y al igual que su amigo deseaba conocer todo lo referente al sexo.
   Las primeras averiguaciones sobre el tema fueron bastante desconsoladoras. La madre de Ana lo presentó como algo malo y pecaminoso. Los hombres vivían para aprovecharse de las mujeres y le aseguró que cuando tuviese más edad le explicaría lo que tendría que sufrir como mujer. Estaba desconcertada, su primera experiencia, había sido maravillosa. Tampoco sabía si aquello había sido sexo, pero jamás lo podría olvidar y desde luego nunca lo recordaría como una mala experiencia.
   José tuvo peor suerte. Su padre le contestó con dos blasfemias diciendo. “Eres muy pequeño para pensar en ponértela dura”.
   - Además, los niños que hacen cosas de esas se van de cabeza al infierno.
   Su madre fue menos expresiva.
   - Ya te llegará la hora y sabrás lo que hay que saber.
   Otra tarde José fue a casa de Ana, pero estuvieron controlados por su madre, que no abandonó la habitación. Cuando Ana le acompañó al portal para despedirse le preguntó sí sabía algo más sobre el tema que les inquietaba. Se quedaron iguales o peor que antes. Pero si los mayores no querían contárselo, tal vez, lo mejor sería ver esas revistas que algunos chiquillos del colegio manejaban y llevarlo a la práctica.
   Cuando a la siguiente tarde se reunieron en la alquería, Rita se apuntó a estar con ellos. Concluida su tarea podía acompañarles en el estudio sin problemas. Ana realizó un gesto de desagrado cuando se enteró, pero José le comentó que Rita era maravillosa y tal vez pudiera aclararles algo sobre el tema.
   En el desván repasaban los diferentes temas pendientes para la prueba de ingreso. Uno preguntaba a los otros y planteaban el estudio como una competición entre los tres divirtiéndose de lo lindo. Ana era la que más dificultad tenía en especial cuando trabajaban las matemáticas a pesar de tener cuatro años más que José y dos más que Rita. Pero se sentía tan animada por sus compañeros que cada día ponía mayor interés por conseguir dominar esa maldita asignatura.
   Por fin se tomaron un respiro. Fue su hermano quien preguntó.
      - ¿Sabes algo sobre el sexo?
   Rita se ruborizó por la pregunta, mientras mostraba su interés por el tema últimamente, asegurándoles en el transcurso de la conversación, que no había visto nunca a un chico desnudo. Cuando Ana aseguró que ella si, el interrogatorio sobre el asunto no se hizo esperar. El rostro de la joven se sonrojó de forma escandalosa, Rita se extrañó pero al ver a su hermano ruborizarse comenzó a sospechar. Confesaron la experiencia mantenida unos días atrás y quiso apuntarse. José sintió curiosidad por descubrir el misterio de cintura para bajo. Pues la otra tarde solo mostró la otra mitad de su cuerpo. Ana se bajó las braguitas, unas azules de volantes, y se levantó lentamente la falda. El incipiente bello del pubis quedó al descubierto y el niño se sorprendió al comprobar un pequeño culo delante. Esta vez no se atrevió a poner la mano pues estaba su hermana y eso le cortaba algo. Tampoco el espectáculo duró mucho, pues de inmediato se bajó de nuevo las faldas y se subió la prenda interior.
   - José enséñaselo a tu hermana.
   Se apresuró a decir. Él se ruborizó, pero se bajó los pantalones y los calzoncillos y de nuevo su miembro quedó al descubierto. Ana lo cogió con la mano y comentó a su amiga.
   - Mira como se hace grande y se levanta mientras se pone como una piedra. 
   Ana movió sus dedos sin querer y José dio un profundo suspiro. Ella se asustó y le preguntó si le había hecho daño.
   - Al contrario me gustaría continuar.
   Las dos niñas se sonrieron y de inmediato él se sonrojó escandalosamente para subirse los calzoncillos y los pantalones de inmediato. Rita entró en la dinámica de la curiosidad por el tema, pero por lo comentado lo peor era preguntar a los mayores.
   - Yo sé.
   Comentó, cuando la situación se calmó un poco.
   - Que  los niños se forman en la barriga de la madre y salen por el conejillo, cuando crecen lo suficiente, pues en el parto de Elena estuve presente para aprender a traer niños al mundo. Desde luego me impresionó, pero es algo maravilloso. Casi tiro la primera papilla, pero conseguí superarlo y cuando recapacité sobre lo sucedido me di cuenta que verdaderamente es milagroso. Nosotras tenemos tres orificios uno por donde c.. , otro por donde m... y el tercero por donde salen los niños.
   Bueno, por fin, comenzaban a averiguar algo sobre el asunto. Rita se sentía orgullosa por haber podido explicar algo a su inteligente hermano y se sentía tan feliz que se abrazó a los dos.
   Durante varios minutos permanecieron unidos y la felicidad inundaba sus pequeños seres.
   Al separarse reanudaron el estudio. 





martes, 20 de diciembre de 2011

EL PRIMER AMOR - CAPÍTULO III LA ESCUELA

  - CAPITULO III –

                                       - LA ESCUELA -

   Esa mañana se levantó muy temprano. Debía atender a los animales antes de ir a la escuela. Iba a ser su primer día y el corazón le latía con más frecuencia de lo habitual. Su hermana madrugó más de lo habitual para ayudarle. Mientras limpiaba la cuadra y ponía paja nueva, ella ordeñaba las vacas. Sacó todo el estiércol a la montaña junto al granero y cuando se levantaron sus hermanos tuvo que soportar sus mofas y bromas por querer ir a la escuela. Pero cuando pasó Paco a recogerlo tenía toda la faena, ordenada por su padre, concluida. Incluso tuvo tiempo de darse una ducha. No podía presentarse ese primer día de clase oliendo a ganado. Su  madre le dio un fuerte abrazo y, mientras le tendía el almuerzo le susurró al oído.
   - Sé que serás el mejor médico del mundo.
   Aquella mañana, compensaba todos sus sufrimientos, se atrevió a pensar la buena mujer. Se sentía orgullosa de su niño, pero al ver a Rita con los ojos llorosos y a punto de derramar unas lágrimas, se lamentó por ser mujer. Tal vez, de haber nacido varón, gozaría de la misma oportunidad que su hijo. Se aproximó, le abrazó y tras besarle continúo con la faena diaria.   
   ¡No puede ser! 
   Se preguntaran ustedes señores lectores. Pero efectivamente. Esperaba el décimo.
   José creyó vivir un sueño esa mañana. La señorita Elisa presentó a los alumnos al nuevo pupilo. A pesar de su corta edad lo puso con el grupo de chavales que preparaban el ingreso. Estaba segura de superar perfectamente un segundo o tercero de bachiller, pero en ningún momento quiso poner el listón muy alto para evitar cualquier fracaso. El ingreso lo superaría con creces. Adelantando tres cursos a los niños de su edad.
   Por primera vez, en su vida, se relacionaba con otras personas fuera del entorno familiar o de las alquerías de la huerta. Lo sentó junto a Ana, una mujercita de doce años, de cara angelical quien comenzaba a mostrar los signos externos propios de una mujer. Le llamó poderosamente la atención y pronto entabló una buena amistad. Al quien no le cayó tan bien, el nuevo alumno, fue a Adrián, el matón de la clase y considerado novio de Ana. Durante ese primer recreo de su vida se le acercó y le amenazó diciendo.
   - Como no dejes a mi novia en paz te llevaras una soberana paliza.
   José sonrió. Adrián iba a pegarle cuando se dio cuenta del control de Elisa. Sonriendo se retiró, pero en voz baja prosiguió amenazando. No era un chico asustadizo, estaba acostumbrado a las peleas con sus hermanos mayores y su cuerpo bastante curtido por los golpes recibidos de su padre. Cuando la clase se reanudó, en uno de los descansos, donde Elisa permitía a sus alumnos hablar por espacio de unos minutos, según ella, era para relajarse y volver con mayor atención a sus explicaciones. José  preguntó a Ana sí tenía novio. Antes de contestarle sonrió.
   - Te lo ha dicho el estúpido de Adrián. ¿Verdad? A mí el único de la clase que me gusta eres tú.
   José se quedó sorprendido en todo lo leído siempre era el hombre quien tomaba la iniciativa, aunque desde luego de chicas no sabía mucho. Pues aunque tenía una hermana mayor, nunca hablaron de esos temas. Con la mayor naturalidad del mundo le contestó.
   - Tú también me gustas mucho.
   Cuando iniciaban la conversación de nuevo la maestra los llamó al trabajo, sonrieron y rápidamente su atención la pusieron en la señorita.
   José resolvía con gran facilidad todas las cuestiones planteadas por la maestra. Era el primero en levantar la mano cuando preguntaba. Al dirigir su mirada al nuevo alumno sonreía y se sentía orgullosa de haber conseguido, gracias a su astucia, la presencia de ese futuro genio.
   Ana solía tener dificultades, especialmente con las matemáticas y recurría a su compañero para resolverlas. Ciertamente tenía a su lado una gran ayuda. Pues, además de saberlo casi todo, se las componía para explicarse con gracia, captando Ana con rapidez la solución a sus dificultades.
   Al salir de clase, la mañana se le había hecho muy corta, lo hizo en compañía de Paco y de Ana. Y aunque Adrián los seguía no se atrevió a intervenir ante el mastodonte de muchacho que era Paco. Al llegar al cruce de la gran avenida, Ana se despidió de los dos y tras cruzarla comenzaron a corretear entre los campos de naranjos, patatas, maíz, alfalfa, cebolla, etc. Saltaba por encima de las acequias o correteaban por dentro de ellas, hasta llegar a la alquería. Paco se despidió de su vecino y José entró loco de contento a contarle a su madre todo lo vivido esa mañana. Su padre estaba en casa y el semblante del muchacho cambió de inmediato. Contuvo su alegría y lo saludo como acostumbraban a saludar en la huerta a los jefes de la casa.
   - Buenas. Padre.
   En tono seco y sin el mínimo gesto cariñoso. Su padre se limitó a realizar un gesto con la cabeza para de inmediato ordenar al muchacho arreglar a los animales y entrar al desván las balas de paja descargadas por el carro. Se cambió, como un rayo, de ropa y se dedicó a subir aquellas balas de paja que pesaban más que él. Cuando la mesa estaba servida el muchacho ya las había subido y, por supuesto, ordenado. Se disponía a barrer el trayecto desde la entrada hasta el desván cuando su padre le propinó un bofetón tirándole al suelo.
   - Mariconadas no hace ninguno de mis hijos, para que están las mujeres en casa. Bastante tengo con la perdida de tiempo en la mierda de escuela.
   El pequeño se levantó del suelo. En su cara y con un llamativo tono rojo la mano de su padre se dibujaba a la perfección. Se podían contar los cinco dedos de la mano. Se lavó y se sentó a la mesa. Rita se apresuró a recoger la escoba que yacía en el suelo y barrió el recorrido realizado por su hermano para llevar las balas hasta el desván. El silencio en la mesa era sepulcral. Cuando todos estaban sentados el padre cogió la cuchara y comenzó a comer el plato de arroz con caracoles y acelgas, de inmediato el resto de la familia. Marta quiso romper ese silencio y preguntó a José como le habían ido las clases. El fuerte puñetazo sobre la mesa hizo temblar platos, vasos y a toda la tropa agolpada alrededor de ella.
   - En esta casa no quiero oír hablar de la escuela, ya tenemos bastante con un vago que no quiere trabajar el campo.
   Soltó dos o tres blasfemias y prosiguió comiendo. Durante el resto de la comida nadie fue capaz de elevar la mirada del plato. Se levantaron y fueron de inmediato a la faena asignada a cada uno. Las mujeres recogieron la mesa y se pusieron a fregar. José, al terminar el trabajo encomendado por su padre, se puso junto a su madre y hermana para relatarles como le había ido esa primera mañana de clase. Estaban ansiosas por escucharle y mientras fregaban él les iba relatando hasta el mínimo detalle de lo sucedido. Había conocido a Ana, una chiquilla casi tan guapa como Rita. Su hermana se llenó de satisfacción al escuchar a su hermano, pues salvo los cumplidos que solía lanzar José, en esa casa no se escuchaban otros.
   Era una chica muy guapa, pero sus ropas y lo sucia que solía ir no permitía resaltar la belleza natural de la niña. Alex entró en casa para recoger unas herramientas y al ver a su hermano charlando refunfuño.
   - Listillo. ¿No tienes nada más que hacer? Deja de mariconear con las mujeres y ayúdame a preparar el campo de la vía.
   Sin rechistar cogió la herramienta que le tendía y con gesto triste se despidió. Estuvo trabajando duro junto a su hermano hasta que Rita le fue a buscar pues Paco se iba a la escuela. Dejó de inmediato las herramientas de trabajo, corrió hasta la alquería para darse una ducha rápida y vestirse. Su hermano se quedó blasfemando en el campo. Conforme pasaba el tiempo se parecía más a su padre.
   De nuevo fue una tarde inolvidable, las tres horas  de clase se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos. Se despidió de sus compañeros, pues debía estar pronto en casa para hacer los deberes, leer pero sobre todo tener a punto la faena asignada por su padre. De no cumplir con ella, a la hora de cenar, no iría al día siguiente a clase y eso sería lo último en perderse en su vida.
   Nada más llegar se cambió de ropa, guardó sus libros en su lugar secreto, el desván, y fue en busca de su padre. Lo encontró como siempre maldiciendo y blasfemando en el campo de la torre. Los pájaros se habían despachado picoteando la cosecha.
   - Ya era hora que llegara el señorito. Trae de inmediato unas estacas y construiremos unos cuantos espantapájaros.
   Las blasfemias y tacos escupidos por aquella boca no alteraron al niño, estaba acostumbrado a ellas desde el mismo día de su nacimiento, corrió y a los pocos segundos llegó cargado con unos cuantos palos. De nuevo a la carrera hacia la alquería para traer unos trapos viejos, clavar las estacas en el suelo y vestir el armazón de madera. José realizó más de diez viajes del campo a casa y siempre a la carrera. Finalizada su obra de arte le mandó arreglar a los animales. Era su principal faena, no había terminado de mandárselo cuando corría hacia los corrales para atenderlos. No había alfalfa para el caballo, cogió la “corbella” y se marchó al campo para segar unos cuantos manojos. Cuando tenía suficiente, realizó un fajo y lo ató con una correa. Lo cargó a sus espaldas dando la sensación que aquel fajo de hierbas andará solo pues cubría al muchacho por completo. Lo descargó y guardó en su lugar el que no puso a los animales. Limpió la cuadra hasta el último rincón y tiró paja limpia. Cepilló a todos los animales y cuando terminó estaba agotado. Pero había algo más, el depósito del agua estaba vacío. Debía sacar agua del pozo y llenarlo. Fueron más de cien pozales los subidos por el muchacho. Cuando lo llamaron a cenar acababa en esos momentos de ducharse. Sus dos hermanos mayores se reían de él al verlo lavarse más que las putas. Pero él hacía caso omiso de sus burlas.     
   Estaban terminando de cenar cuando padre advirtió a todos sus hijos que esa noche tocaba regar. José estaba roto, pero cuando su padre se levantó de la mesa corrió hasta la ermita para desviar el agua hacia casa. Eran las veintitrés horas cuando regresaban. Avisó a su hermana Rita y los dos con un farolillo de petróleo subieron al desván para repasar lo asimilado en la escuela. Aquella maldita luz se movía en exceso como consecuencia del viento entrando por todos los rincones del desván. Pero ambos pasaron dos horas repasando y explicándole a su hermana todo lo asimilado ese día en clase. Luego cada uno cogió un libro y se pusieron a leer. Tan solo consiguieron aguantar media hora pues sus ojos se cerraban y sus cuerpos doloridos pedían descanso. Apagaron la luz y bajaron con sumo cuidado a sus habitaciones para no despertar a nadie. No habían entrado aún en la cama, cuando dormían plácidamente.
   Esa mañana, cuando el sol no despuntaba en el horizonte, sus padres se levantaban. A él le costó Dios y ayuda hacerlo, pero los animales debían estar arreglados antes de partir a la escuela. Se dio una ducha con agua del pozo, que lo despertó desde la primera gota, y se puso manos a la obra. Solo él y sus padres se levantaron para iniciar la faena diaria, no había que hacer demasiado y disculpo a su hermana esa mañana para que prosiguiera durmiendo él solo terminaría la faena sin problemas. Marta miraba a su pequeño y su mente se llenaba de compasión y admiración por su niño. "Dios si tiene tan solo siete años, el pobre esta reventado, pero ahí lo tienes cumpliendo con lo que le prometió a su padre". Sentía una mezcla de pena y felicidad al comprobar como aquel mocoso se comportaba como un hombre. A las dos horas de haberse levantado los primeros de la familia lo hacía el resto. José ya tenía arreglado a los animales. Su padre le ordenó que cortara alfalfa pues no quedaba casi. Lo estaba diciendo cuando al ir al lugar donde la guardaban lo vio repleto. José le aclaró que al darle a los animales por la tarde repuso el almacén. El Coeter se quedó asombrado. Trabajaba duro y sin descanso cualquier momento que estaba en casa y, además, iba a ser médico. Siempre que pensaba en ello en su mente le venía la misma idea. "No, tener que soltarle un real a ese médico". La verdad era que el chaval, aunque estaba en la escuela seis horas al día, no le impedía cumplir con su labor en casa. Andrés ya era lo suficiente mayor, seis años, como para encargarse de sus hermanos pequeños.
   - José comprueba el depósito.
   - Padre.
   Contestó
   - Lo llené anoche.
   - Pues descansa hasta ir a la escuela demonio de chiquillo.
   No había terminado de pronunciar esas palabras cuando ya estaba en el desván repasando los deberes y estudiando.
   Ese primer mes de colegio se le hizo muy duro, pues no dormía más de cinco o seis horas al día y el esfuerzo físico era considerable. Pero era tal la ilusión, por aprender cada día cosas nuevas, que no le importó tanto sacrificio.
   Una tarde, Paco se puso malo, al salir de clase le aguardaba Adrián con su pandilla. Lo había deseado desde que aquel listo pisó la escuela. Lo rodearon y comenzaron con amenazas y empujones. José no respondió a las provocaciones, cuando se caía al suelo se levantaba e intentaba reanudar la marcha. Pero pronto de los empujones se pasó a los golpes. José se defendió y se entabló una batalla campal. Eran cuatro y mucho mayores que él pero se defendió como un jabato, no podían con aquel muchacho. La pelea se estaba desarrollando cerca del campo del río donde Jaime estaba trabajando con su hermano Alex. Escucharon los insultos y acudieron para ver lo que ocurría. Al ver a su hermano permanecieron unos segundos observando como se defendía. Parecía un león acosado. Pero cuando vieron que la cosa se le ponía mal intervinieron y les propinaron una buena paliza. José sangraba por la nariz y boca. Su mejor ropa estaba destrozada y manchada de sangre. Sus hermanos lo levantaron del suelo y le acompañaron a casa. Mientras Alex limpiaba y curaba sus heridas le comentó.
   - Muchacho eres un Carbonell, vaya cojones le has echado al asunto. Nos explicaras porque te querían pegar esos mariquitas.
    José se sentía orgulloso por el comentario y les relató lo sucedido. En esta ocasión fue Jaime quien comentó.
   - Mira el mocoso. Peleándose ya por una mujer.
   Sonrieron juntos y tras las oportunas burradas de sus hermanos en torno a su amiga Ana, regresaron al campo para seguir su trabajo. Marta al ver a su hijo se asustó, pero cuando vio sus ropas, no servían ni para trapos, el alma se le cayó a los pies. No tenía otras decentes para ir a la escuela. Pedirle dinero a su marido para ropa era como firmar su sentencia de muerte. Pasó a su vecina y ésta le dio unas de su hijo, que no le venían, y aunque no estaban muy bien al menos podía ir decente y limpio a la escuela.
   Nada más curarlo José se puso con los animales, ordenó el granero y fue a rascar el campo de naranjos con su padre. Éste al verle con un ojo hinchado comentó.
   - Me imagino que al gilpollas. que te lo ha hecho le habrás calentado la cara. Porque tú eres tan tonto que te marcan una mejilla y pones la otra.
   No hizo comentario, se puso a trabajar sin pronunciar palabra. Había mucha faena como para entretenerse con esas cosas. Pero se emocionó. Era el primer comentario de su padre hacia él sin mandarle o castigarle.