jueves, 10 de noviembre de 2011

CAPITULO VIGÉSIMO TERCERO

 - CAPITULO - XXIII -

           - LA COMUNIÓN.

   La corona solar descubría su redondez en la lejanía del horizonte, emergiendo de las aguas del Caribe. Esa mañana la cala era un autentico lago. A medida que la luz se intensificaba las tonalidades del mar variaban del negro al azul y de este al verde esmeralda. Gonzalo contemplaba, como la mayoría de los días de la etapa seca, el amanecer desde  su hamaca aferrada con fuerza a las dos palmeras junto al Caribe.
   Y desde ese lugar privilegiado no pudo evitar traer a su mente esas dos palabras mágicas de aquel país. De aquel rincón. PURA VIDA.
 Pero la felicidad y la captación de sensaciones placenteras no terminaron con el espectáculo ofrecido por la escena paisajista.
   La dulzura por definición, la mano de Negrita acariciaba su cabeza y su voz dando los buenos días, inundaban de armonía sus oídos.
   Gonzalo se hizo hacia un lado ofertando campito a su cuidadora, que no vaciló en aceptar encantada su lugar, en aquel entrelazado de cuerdas que compartían desde hacía tiempo. Se tumbó junto a Su Viejito y dejó descansar sus mejillas en los pectorales desnudos de su bienhechor.
   Uno junto al otro descansaron por espacio de varios minutos con los únicos sonidos proporcionados por los agentes de la naturaleza y por alguna que otra avecilla que merodeaban por los alrededores. Negrita elevó en repetidas ocasiones su cabeza para encontrarse con los ojos de aquel Viejito que había supuesto su razón de existir.
  No pudo evitar mostrar esa sonrisa que a él le estremecía desde la punta de los dedos del pie hasta el último cabello que conservaba en el cogote. Si algo le mantenía con ganas de seguir viviendo y luchando.
   Si algo le protegía su débil corazón y lo regulaba como una perfecta máquina Suiza era precisamente esa sonrisa. Esa dulzura que regalaba cada vez que las comisuras de sus labios se prolongaban para mostrar ese gesto, esa muestra de cariño, ese afecto que acompañaba la mueca en su rostro. En más de una ocasión estuvo tentado a olvidar toda su estructura moral de  respeto  a  su  mujer  fallecida. Su  fidelidad hasta el infinito que le prometió en su día y como hombre de palabra cumplía a rajatabla.
   Pero aquella criatura cuando mostraba su sonrisa le hacía vacilar, dudar y hasta casi llegar a abandonarse a sus impulsos naturales. Y esa mañana le hubiera gustado perderse en aquel paraíso que dormitaba junto a él.
   Por fin fue ella quien rompió el momento al levantarse y besando su frente comentó.
   - No se me mueva Mi Viejito que voy a por el desayuno. Horita mismo me reporto.
 La respuesta la dio su sonrisa. Sabía muy bien que no tardaría en traerle una buena fuente con una gran variedad de fruta pelada y troceada.
   Con un mayor predominio de esa piña que se criaba en la tierra y no igualada por ninguna otra degustada en sus viajes por el mundo. Al girarse para ir a por el desayuno la mirada de Gonzalo se quedó cautivada por la armonía de esos glúteos redondos y tersos, que mostraba su tanga en todo su esplendor. Invitando a seguir su ritmo, aunque tan solo fuera con la mirada. Negrita se volvió para observarlo y al comprobar como su mirada le contemplaba llegó a ruborizarse, pero al mismo tiempo un calor, sin posibilidad de describirlo en toda su intensidad, recorrió su cuerpo.
   Llegó a sonrojarse ostensiblemente.
   Tragó saliva y sin explicárselo ni ella misma consiguió proseguir su camino sin bloquearse. Pero su mente no dejó de funcionar durante todo el trayecto. “Estoy convencida que en esa mirada había algo mas que deseo”. “Dios. Si él quisiera”. “Es lo único que me falta para completar mi felicidad”. Llegó con la fuente repleta de fruta y al cruzar la mirada de nuevo con él para entregársela. Su expresión había cambiado y percibió como aquel hombre que conseguía estremecerle había recobrado la compostura, su dominio y el control.
  Ahora se lamentaba de no haberse girado en ese momento y lanzarse a sus brazos. Convencida que le habría aceptado. Pero ese segundo se perdió. Ese instante que en muchas situaciones marca el futuro. Incluso el destino mientras su mente repetía peleándose con sus neuronas. ¡Dios que  torpe  he sido! Se mortificaba una y otra vez mientras lo contemplaba degustando la bandeja que había llevado. Hizo aman de abrazarse e intentarlo, pero se lo pensó mejor, consciente que rompería ese momento mágico.
   Optó por hacerse campito junto a él para compartir la hamaca y la fruta.
   Los años, hasta la comunión de las pequeñas, Negrita compaginaba su labor de cuidar a Su Viejito con la asistencia a clase. El titulo de enfermería se lo dieron justo el mes antes de viajar a España para asistir a la celebración religiosa. Contaba con veintisiete años. Su belleza y espectacularidad había alcanzado su cenit. Era una mujer increíblemente bella pero especialmente su lenguaje corporal hacía estremecer a quien tenía la dicha de cruzarse con ella.
La mayoría de los nativos andaban detrás de aquella criatura y muchos de los turistas que rondaban por esas tierras tres cuartos de lo mismo. Pero así como los nativos eran conscientes de sus nulas posibilidades, los turistas insistían con mayor constancia. No llegaban a entender como aquella criatura, un regalo de la naturaleza, perdía el tiempo junto a ese anciano español, a quien mimaba y cuidaba con religiosidad.
    El viaje a España se hizo agotador especialmente para Gonzalo.
   Su edad, pero especialmente su estado de salud, eran los principales culpables del cansancio provocado por el largo viaje.
   Negrita le había ayudado a ducharse, le arropó en la cama y tras bajar la persiana cerró la puerta para que descansara unas horas. Tenía su mano en el pomo de la puerta cuando Anita se la tomó invitándole al salón donde le esperaban las jovencitas. Ana había decidido que con sus ocho añitos era hora de aclarar ciertas cosas a las niñas y explicarles, como era costumbre lo más claro posible su historia.
Adoraba a las pequeñas y admiraba a Negrita.
   - Os he reunido a las tres para aclarar, ahora que sois mayores.
   Intentó proseguir pero Negrita le detuvo. Deseaba conservarse fuera de su verdadero papel con las pequeñas e intentó impedir por todos los medios la confesión de Ana. Pero también sabía que era tarde. Anita era firme en sus decisiones y si había decidido comunicarlo nada ni nadie se lo impedirían. Negrita se quedó con la suplica.
   Era la única que estaba convencida de las posibles consecuencias de la confesión. Hasta Su Viejito pensaba que exageraba cuando trataban el tema. El número de personas conocedoras del secreto que mantenían hasta la fecha, cinco, iba a aumentar en dos. Pero especialmente era consciente que las niñas a partir de ese día le tratarían de diferente manera. Con el mismo cariño o mas pero con otro talante y estaba convencida que si el “gringo” las observaba a las tres se daría cuenta.
   Consiguió calmar a Negrita y luego con la tranquilidad que le caracterizaba fue relatándoles toda su historia. Les habló del “gringo” y las consecuencias que llevaron a tomar esa decisión. Las niñas con la sorpresa en sus rostros contemplaban a las dos adultas, mirando en una y otra dirección para cruzar sus miradas con Ana y luego con Negrita.
   Fue Guadalupe la primera en levantarse del sillón y con lágrimas en los ojos abrazarse a Negrita. Inmediatamente le siguió su hermana. Cuando los brazos de Negrita se abrazaban a su segunda hija Guadalupe se giró y fue a refugiarse en los brazos de Ana.
   Lloraron hasta desahogar su pena, su sorpresa y su convencimiento de la necesidad de guardar el secreto en ese reducido grupo de personas.
   Cuando las emociones y los sentimientos recobraron la normalidad comenzaron a preguntar a una y a otra, ansiosas por conocer hasta los últimos detalles. Fue Ana la menor de las dos la que explotó por el comportamiento de su padre biológico. Pero inmediatamente Negrita le detuvo.
   - Mi niña, el odio solo genera odio. No es buena persona pero por ello no debemos comportarnos como él. Es mas lindo compartir con la gente las penas y las alegrías y olvidarse de odios y rencores.
   Os convendría que os fijarais en vuestro abuelo. Mi Viejito, siempre compartiendo con todo el mundo, su alegría, su felicidad,  su corazón. Ese es el camino.
   A partir de aquella confesión las niñas tomaron otra actitud con la gente en general pero especialmente, para ellas, Negrita era algo más que su madre biológica.
   La celebración religiosa fue enternecedora. La carta escrita por las dos gemelas para leerla en el templo puso los pelos de punta a los asistentes y consiguió las lágrimas de sus dos seres mas queridos.
   Gonzalo captó en ese instante que sus pequeñas conocían la historia. Sin duda su hija se lo había confesado recientemente.      
   Lo comentó con Negrita y esta se lo confirmó de inmediato. Al mismo tiempo le mostró su preocupación. Estaba convencida que a partir de ese día la estancia en Puerto Viejo de las gemelas aumentaría su preocupación.
   - Allí sabe muy bien. Mi Viejito, que le leen el cuerpo. Son capaces de descubrir secretos no revelados lográndolo a través del lenguaje corporal. Estas niñas serán incapaces de ocultarlo.     
   Negrita confesaba sus temores. Por otro lado era cierto que no supieron nada del “gringo” desde el día de la fuga, pero Negrita sentía en el ambiente de Puerto Viejo que aquel hombre le controlaba de alguna forma. Gonzalo le tranquilizó asegurándole que esas sensaciones las creaba ella misma. Fueron muchos años de sumisión. Ahora y a pesar de haber transcurrido mas de ocho años, nadie había detectado la mínima presencia del personaje, o alguno de sus compinches.
Negrita se abrazó a Su Viejito, mientras se sumía entre sus brazos disfrutando del cariño que aquel personaje le proporcionaba. Se disculpó.
   Pero en el fondo de su alma sabía que esas sensaciones eran reales. Conocía demasiado bien al “gringo” para darse por vencido. Pero olvidó rápidamente sus temores. Deseaba captar todas las sensaciones que sus terminaciones de la piel le transmitían, al permanecer abrazada a Su Viejito. Su cariño, su dulzura, su generosidad, su entrega, hasta el calor de su cuerpo lo captaba para envolverle en una magia que cubría no solo su cuerpo sino su alma.
   Permanecían abrazados en el balancín de la piscina y esos momentos solo los habría cambiado por estar en las mismas circunstancias en su Puerto Viejo. Fue Ana quien rompió aquel momento sublime al llamarlos a cenar. Al día siguiente regresaban en compañía del Negro a su Costa Rica del alma, a su Caribe y más concretamente a su Puerto Viejo.
   Desde que las niñas supieron de labios de su madre, quien era realmente su progenitora, siempre que salían de casa o se retiraban a descansar iban indistintamente a Ana o a Negrita y se despedían hasta su regreso o hasta la mañana siguiente.
   Tras abrazarse a ambas posaban sus labios en la mejilla y a continuación y al oído, a la palabra de despedida, añadían mamá. Negrita se emocionaba cada vez que lo hacían y aunque siempre intentaba retener sus lagrimales en muy pocas ocasiones lo conseguía. Escucharles decir esa palabra tras ocho años le llegaba a alterar el corazón. 
   En el aeropuerto antes de entrar en la puerta designada a su vuelo se despidieron de la familia. Ana y Carlos les aseguraron que el mes de Julio lo pasarían con ellos en Puerto Viejo y por supuesto que las niñas les acompañarían.
   Ver Cahuita a la izquierda camino de casa les puso la piel de gallina
   Aunque le gustaba ir a España, o viajar de vez en cuando, regresar a sus orígenes era algo que transformaba a los compañeros de viaje de Gonzalo. Negrita giró la cabeza para observar a su escolta. Ahí les seguían desde la escalera del avión en Alajuela. Ni el presidente del país contaba con una escolta de ese tipo. Costa Rica era una nación pacífica y la violencia no era precisamente uno de los defectos de su gente, pero a Negrita le gustaba ver a los dos grupos vigilando sus pasos. Pero cuando mas agradecía su presencia era cuando se personaban las niñas por esas tierras.
   Detuvieron el coche frente a la cabaña y los tres se encaminaron hacia la playa. El Negro y Negrita irrumpieron en una carrera para ver quien conseguía mojarse primero en las aguas del Caribe. Gonzalo, con paso mas reposado les seguía sonriendo, lleno de la misma vitalidad que ellos pero sin posibilidades de conseguir que sus piernas le respondieran con la misma intensidad.  Intentó  dar  una  pequeña  carrera  pero fue iniciarla y sentir una pequeña molestia en el costado izquierdo. Se detuvo asustado y pudo comprobar como Negrita se giraba con el rostro desencajado.
   No le había visto pero por su reacción intuyó lo que le ocurría.
   Lo último que consiguió ver fue a Negrita correr hacía él mientras llamaba al Negro desesperada.
   Cuando Gonzalo recobró la conciencia una serie de tubos y maquinas lo rodeaban controlando hasta la última terminación nerviosa de su cuerpo.
Junto a su cama con el rostro preocupado y lleno de un amor profundo, su Negrita.
  - ¡Dios! Estoy en el cielo. Y el Señor me ha otorgado el ángel más hermoso del paraíso.
   Fueron las primeras palabras que le dirigió a su Negrita, quien con los ojos turbios por las lágrimas le suplicaba perdón.
- He sido una insensata. Mi Viejito no se lo que haría si no le tuviera. Perdóneme nunca debí correr y dejarle solo. ¿Mi Viejito podrá disculparme?
   Aquella criatura era capaz de hacerle sentir lo mismo que su querida Ana había logrado en sus años de matrimonio. En ese momento si no se hubiera encontrado en la situación que estaba tal vez hubiera cometido una locura. Le sonrió con el amor dibujado en su rostro, acercó sus manos para tomar la suya y luego la aproximó a sus labios para depositar un beso lleno de ternura. Negrita no paraba de llorar y aquel gesto alteró si cabe más todo su cuerpo.
   Permanecieron con las miradas clavadas, sin pronunciar una sola palabra pero diciéndose mil cosas con la expresión. Por fin fue Gonzalo quien rompió de nuevo el silencio reinante en esa habitación de cuidados intensivos.
   - Mi Negrita ni una sola palabra a la familia. Prométamelo.
   Pero el gesto de su cara reveló que era demasiado tarde. Le confesó que llevaba una semana sin recobrar el conocimiento y que sus hijos se encontraban allí. Ese infarto había sido muy grave y posiblemente le dejaría secuelas. No podía mover prácticamente la mitad de su cuerpo.
   Durante toda la semana había precisado respiración y alimentación asistida. Negrita  se  disculpó para salir y avisar a los familiares. A los escasos minutos entraba Ana con el rostro desencajado. En el se dibujaban los días de angustia y preocupación. Se acercó a su papuchi, posó con una ternura sobrecogedora sus labios en las mejillas, mientras un torrente de lágrimas se escapaba de los lagrimales.
- Papá. Mi papuchi. Mi Viejito. No nos hagas esto. Este mundo sin ti sería muy triste. 
   Los primeros ejercicios de rehabilitación los efectuó en el hospital. Negrita no perdió el tiempo ayudando al fisioterapeuta en la recuperación, al tiempo que le lanzaba mil preguntas.Le pidió bibliografía y paginas de Internet donde pudiera acceder para un mayor conocimiento de la rehabilitación. Ahora en la cabaña era ella quien la dirigía personalmente y con la ayuda de un cochecito de golf acercaba a su Viejito a la playa para proseguir la recuperación en el agua.
   Hubo días, que por el estado del mar, tuvo que contentarse con hacerlos fuera, pero siempre que podían los realizaban en su Caribe. Gonzalo fue consiguiendo cada día una mayor movilidad. Ya se podía desplazar sin la necesidad del carrito pero Negrita no le permitía excesos, al menos los primeros días. Las muestras de cariño y afecto de toda la población se hizo patente durante toda su recuperación e incluso recibió la visita del presidente del país.
   Don Gilberto se desplazó todas las semanas para interesarse personalmente por su evolución y el resto de los días no dejaba de telefonearle ni un solo día. Aquel personaje era venerado por la mayoría de la localidad y las autoridades lo apreciaban por su sencillez, por su labor en aquel rincón del país y como no por los consejos que recibían con asiduidad del genio de las finanzas españolas don Alberto. Sus consejos no solo les había solucionado la vida, posiblemente, de no cometer locuras sus descendientes disfrutarían del legado conseguido gracias a ese español.
   Puerto Viejo comenzó a perder algo de su encanto al dedicarle las autoridades una mayor atención. Sus infraestructuras mejoraron en los últimos años y su conexión con la capital del cantón Limón, se podía realizar sin sobresaltos sobre la calzada. Muchos nativos de la zona temían que esa mejoría pudiera romper el encanto de su zona sur. Pero también eran conscientes que quien controlaba esas tierras, al menos mientras viviera, conservaría la magia y esa armonía natural que poseía ese rincón del mundo.