José advirtió a la tripulación que saldrían temprano al día siguiente.
El matrimonio, dado el desarrollo los acontecimientos, decidió abandonar el
país.
Esa tarde previa a la partida José se acercó a la Fundación para
despedirse de los conocidos. Caterine y Neus decidieron ir de tiendas y comprar algunos regalos para la familia.
Estando en el centro de rehabilitación el director de la fundación llegó
corriendo para avisar a José. La televisión y la radio daban la noticia. Se
precipitaron hacía uno de los salones del edificio donde estaban dando la
última hora sobre el suceso. La guerrilla había secuestrado a dos mujeres
europeas para presionar al gobierno con la intención de intercambiarlas por
diez guerrilleros detenidos por el ejército. En sus conversaciones con los
máximos dirigentes desconocían la
identidad de las secuestradas pero según testigos presénciales se podría tratar
de una joven enfermera y la mujer del “Salvador”.
La noticia le dejó helado. Tenía previsto salir a la mañana siguiente.
De inmediato se puso en contacto con las autoridades, deseaba confirmar las
sospechas y tratar de agilizar las gestiones para conseguir la liberación de
sus dos compañeras.
Era una persona muy apreciada por todos, desde el poder hasta los medios
sociales más humildes de la provincia. Fue atendido inmediatamente por la
primera autoridad de la ciudad, pero no le pudo dar garantías de conseguir una
liberación rápida. Las cosas se estaban complicando de nuevo en el país y el
gobierno se negaba a negociar con la guerrilla. Se mostró muy cordial con él y
le confirmó sus sospechas. Efectivamente se trataba de su mujer y Neus. Le
aconsejó ponerse en contacto con el comandante en jefe del ejército de aquella
región. Era el único con poder de decisión en situaciones de esa gravedad. Pero
también le informó la dificultad de la situación. No sería fácil. Se trataba de
un viejo conocido, pues no en balde salvó la vida a sus padres, la de sus dos
hermanos y a él mismo, cuando una mina personal les explosionó cuando era
pequeño y paseaba en familia.
- Aunque en estas situaciones no suelen recibir a civiles, a ti te
atenderá de inmediato, pero has de comprender una cosa. También tiene las manos
atadas por parte de sus superiores en la capital.
Añadió antes de partir en compañía del secretario del regidor, para
conducirlo ante el comandante de las fuerzas armadas. El oficial de la puerta
se negó en rotundo a concederles paso sin concertar una cita previa con su
comandante. Pero gracias a la habilidad de José accedió a coger una tarjeta
suya y llevarla ante su jefe. A los dos minutos, de abandonar el soldado el
puesto de guardia con la tarjeta, volvía apresurado para confirmarle a su oficial
el inmediato permiso de acceso al personaje y la orden de acompañarlo
personalmente el oficial de guardia hasta su presencia.
- Lo siento, Señor, pero son órdenes.
El oficial los cacheó y tras una minuciosa comprobación, escoltados por
dos soldados, los condujeron ante el despacho del jefe de las fuerzas armadas
de la zona en cuestión. Tardó unos minutos en atenderlos, pero por fin y
personalmente salió a su encuentro. Al verle se aproximó con los brazos
abiertos y se fundió en un fuerte abrazo. No lo veía desde hacía mucho tiempo.
- Supe de tu llegada, pero me encontraba en la capital resolviendo
problemas castrenses y aunque me hubiera gustado darte un fuerte abrazo me fue
imposible.
José comentó su estancia con sus padres y hermanos en casa para comer en
varias ocasiones desde su llegada.
- Me contaron que últimamente dispones de pocos momentos liberes, pues
el trabajo te tiene mucho tiempo fuera de esta zona. Me transmitieron tus
disculpas por no podernos acompañar esos días.
Paró para volverse a abrazar reanudando la conversación, mientras
entraban en el despacho.
Cerrada la puerta y antes de tomar
asiento José le comentó.
- ¿Te imaginaras el porqué me atrevo a molestarte en unos momentos tan
difíciles?
El silencio se adueñó del despacho, su amigo bajó la cabeza y mientras lo invitaba a sentarse contestó en
voz baja y sin atreverse a mirarle al rostro.
- Lo sé, José, y siento no poderte dar una rápida solución. Haré todo lo
que este en mi mano. De eso no lo dudes. Pero hay órdenes tajantes de no
negociar absolutamente nada con esos terroristas. Si de mí dependiera ahora
mismo soltaba a esos asesinos para devolverte a tu mujer.
El rostro duro y firme del oficial se relajó, de tal modo, que de los
lagrimales comenzaron a deslizarse unas lágrimas por al impotencia de la
situación. Deseaba ayudar a su gran amigo pero las circunstancias, el cargo y
como se iban desarrollando los acontecimientos le tenían atado de pies y manos.
Se levantó, mordiéndose los labios, y de inmediato José hizo lo propio. De
nuevo un abrazo para comentar.
- No te preocupes Chang. Soy consciente que estas haciendo todo lo
posible. Me consta la movilización de contingentes del ejército para tratar de
socorrerles. He venido a verte, para saber la situación e informarme de las
posibilidades. Sé que no depende de ti pero te agradezco todos los esfuerzos
por devolverme a mi mujer. Me encuentro des... No pudo continuar, comenzó a
llorar como un chiquillo y abrazado a su amigo descargó toda la tensión
acumulada. Eran demasiadas desgracias en poco tiempo. La pérdida de Silvia, de
Linda, su enfermedad. Y ahora cuando consiguió ordenar de nuevo su vida y
rehacerla junto a esa encantadora mujer, parecía que los cielos no estaban
dispuestos a darle tregua en los últimos meses. Cuando los dos hombres
consiguieron controlar sus emociones continuaron conversando por espacio de
unos minutos. Luego se despidieron prometiendo a su amigo ayudarle.
Tras la entrevista, José se dirigió al consulado español y francés y
puso en conocimiento de los respectivos cónsules la situación creada con el
secuestro de un súbdito de los respectivos países. De inmediato los medios
diplomáticos se pusieron en funcionamiento, pero era consciente, por lo hablado
con su amigo Chang, de no tener visas de solución por la vía diplomática. Pero
se movía con rapidez sin desechar ningún hilo a su alcance, pero especialmente,
aquellos con posibilidades y garantía de recuperarles sanas y salvas. Regresó
al hotel y de inmediato se puso en comunicación con los diferentes líderes
locales y solicitó ayuda para localizarlas. Se ofreció él como moneda de
cambio, asegurando a los jefes el valor de su persona para cualquier intento de
cambio. El prestigio internacional y especialmente el aprecio, a su persona, en
aquella región lograrían una mayor presión ante el gobierno y sus fuerzas
armadas. La idea no era mala, la guerrilla era consciente de los beneficios, en
cuanto a presión popular, pero también tenía sus puntos negativos. Entre ellos
un mayor alejamiento del pueblo, ahora que parecía haber más gente por la
causa. Pero también esa información llegó a las autoridades militares y, por
tanto, la vigilancia del personaje en cuestión aumentó considerablemente con
mayor dificultad para acceder a él.