domingo, 12 de enero de 2014
UN AMOR NACIDO CON LA CREACIÓN- SEGUNDA PARTE - ANDREA - CAPITULO I - EL PRIMER ENCUENTRO
CAPÍTULO
PRIMERO
EL
PRIMER ENCUENTRO
Esa mañana de Septiembre se presentó fría. Con unas condiciones
meteorológicas poco comunes para esas fechas. Fue poner un pie en la calle y el
hedor penetró, a través de la ropa de abrigo, hasta su alma. Un punzante dolor
le retuvo por unos segundos mientras las manos arropaban su rodilla derecha.
Siempre que la humedad dominaba el ambiente se resentía de sus rodillas,
especialmente de su diestra, a pesar de haber transcurrido ya una década desde
el grave accidente. Su atlética figura iba perdiendo tonalidad con la edad. La
última operación sufrida, de hernia umbilical, había mermado sus abdominales. Mostrándose de forma llamativa la mal llamada curva
de la felicidad. Asumida esa primera puya en su rodilla, retomó su camino hacia
el centro educativo donde daba sus clases. Dos pasos y de nuevo el dolor
penetró en su rodilla como agujas de costura atravesando la piel para hundirse
en la carne y alcanzar el nervio obturador en su rama articular. El proceso
fisiológico, delatando que algo no funcionaba bien en esa rodilla, se
intensificó a la altura del hueco poplíteo. Apretó los labios, mostrando en el
rostro una mueca de dolor. Para sonreír a continuación al recordar las puyas
del picador en el programa de debate sobre la prohibición, o no de las corridas
de toros, pensando para sí, que si la pobre res brava sufría con la misma
intensidad que él, debían prohibir la fiesta. Consiguió
recuperarse para reanudar la marcha pero aun se detuvo varias veces antes de
llegar a su destino. No distaba más de seiscientos metros de su casa pero tardó
cerca de veinte minutos.
Al
pisar el umbral de la entrada, sus articulaciones se habían calentado al mismo
tiempo que su mente controlaba el dolor, entrando con naturalidad a su puesto
de trabajo. Vestía con ropa de calle, a la que estaba poco habituado, pues al
impartir la educación física siempre iba en chándal. Pero esa mañana no tenía
trabajo con su alumnado. Era la presentación del curso y tras la charla de
bienvenida por la dirección del centro
cada etapa y más concretamente cada unidad se perdía con el tutor en sus
respectivas aulas. Los horarios, las
normas de convivencia, las actividades a desarrollar, las salidas culturales y
demás estrategias de enseñanza les irían transmitiendo a lo largo de la
jornada.
Su rostro
cambió de expresión al encontrarse con sus primeros alumnos en el patio de
recreo. Las bromas, saludos, anécdotas y
aventuras del verano se las fueron relatando el muchacho, la muchacha, la
pareja o el grupo con el que se cruzaba.
Era un
enamorado de su profesión, adoraba a su alumnado y le correspondían de tal
forma que era patente la conexión entre aquel maduro maestro y sus alumnos. (Él
prefería el término de primaria, que el de profesor o catedrático más utilizado
en las etapas que impartía clase). Le tocaba bregar con
una banda de edad, entre los trece y dieciocho años, dura, difícil, que sin una
entrega y amor hacia su profesión pero especialmente hacia esos jóvenes hubiera
sido casi imposible llegar a sus casi cuarenta años de enseñanza.
Sonrió al cruzarse con los nuevos en la
plaza, quietos, asustadizos, temerosos al tiempo que esbozaban una sonrisa
tenue al cruzarse con la de aquel maestro. Le chocó una jovencita, seguramente
de 3º de la E.S.O., entre los catorce y quince años, que pegada materialmente
en una pared buscaba la protección del muro para pasar desapercibida. No le
había visto nunca por allí y aunque no daba clases en 2º de la E.S.O. si
conocía de vista a los 60 alumnos nuevos que pasarían al segundo nivel donde
impartía clases. Más tarde se enteraría
que no solo era nueva en el centro educativo, era nueva en la ciudad y en el
País. No hacía ni dos días que había aterrizado en España.
Le tendió la
mano y entrelazándola con la de ella le invitó a seguirle. Con los primeros pasos
y sonriendo comentó.
- No te preocupes ahora mismo te busco un
novio para que no te deje durante todo el curso.
Su sonrisa
femenina hasta límites fashion se trasformó en una expresión de asombro. Se
aproximó a uno de los veteranos de un curso superior, había pasado a cuarto y
amen de su buena presencia tanto a nivel personal como académico era de lo
mejorcito del centro. Los presentó y de inmediato los dejó solo para seguir
bromeando con otros que rondaban por las proximidades.
Estaba paralizada, no sabía cómo reaccionar pero el maestro había sabido
elegir bien a su compañero para que fuera perdiendo ese temor inicial a la
novedad. Se presentó con naturalidad.
- Me dicen David.
Algo indecisa aguardó unos momentos para confesarle que le decían
Andrea. Aquel acento del castellano dulce, sensual, acariciando el aire y este
arrastrado por las ondas envolver el rostro de su interlocutor. Que sorprendido
por su voz y tras fijar su mirada en ella, le llenó de tal forma que se produjo
una conexión instantánea. Pronto consiguió con sus bromas, sus cumplidos y esa
chispa característica de él, que la encantadora joven fuese perdiendo el miedo,
mientras le iba mostrando los diferentes lugares de su nuevo centro de
estudios.
Faltaban unos
diez minutos, para entrar en el salón de actos y comenzar la jornada de
presentación, cuando le preguntó con esa dulzura de las personas nacidas en
Centroamérica.
- ¿Quién es ese profesor? ¿Son todos iguales?
Sonrió,
confesándole a continuación que era el maestro de educación Física. (Él prefiere
ese término). Se llama, Julián, aunque en la presentación pedía que le
llamaran Brad Pitt, por su parecido
manifiesto.
- Pero todos le llamamos Homer. Y te
confesare algo, no me he cruzado en la vida con un maestro como él. Es genial,
divertido, atento, dispuesto.
Mantiene el
estatus de cada uno pero te sientes con él como con uno más de tus
compañeros. Puedes pedirle lo que
quieras si está en su mano te lo soluciona. Pero si es consciente que alguien
lo puede hacer mejor que él, lo buscara para que te atienda. Es directo. También y es bueno que lo sepas las pocas normas que pone
hay que respetarlas hasta el límite. Pues siempre las pacta con el equipo de
clase. Un curso no aceptó una de las que se plantearon y lo respetó. Es genial
pero ya te irás dando cuenta tú misma.
De
nuevo esa expresión, cien por cien femenina, mostrando su asombro. David le
confesó que no se ofendía en absoluto con lo de Homer. Siempre en su primer
contacto con el alumnado nos confesaba que prefería que le llamaran Homer a Don
Julián.
-Asegurando que lo que ofende, no son las
palabras sino las formas y los momentos que se expresan.
Don
Julián permaneció con el equipo de segundo ciclo durante la media hora que duró
la presentación por parte de la dirección pedagógica. Luego salió al patio. En su soledad y en silencio,
comenzó a recorrer aquellas instalaciones deportivas. El alumnado del primer
ciclo se perdió con sus respectivos tutores en las aulas designadas a cada
grupo.
De sus casi
cuarenta años en la enseñanza había disfrutado de lo lindo con su hobbies, pues
no lo consideraba un trabajo aunque estuviera remunerado. Sin embargo desde
hacía casi una década, concretamente sus últimos ocho años, los constantes
cambio en los sistemas por parte del ministerio y los cambios de línea en la
dirección de su centro educativo le tenían profundamente preocupado. En la
soledad de su gran aula, el patio, comenzó a caminar por los tres recintos por
dónde solía moverse para impartir su labor.
El
sol había comenzado a dominar la humedad inicial de esa mañana y sus ondas
comenzaban a poner el ambiente a la temperatura propia de las fechas en la
decadencia del verano. En la pista de balonmano, donde se dibujaba
transversalmente tres campos de baloncesto, recapitulaba sobre los últimos
acontecimientos que le tenían desconcertado. En su interior bullía esa
sensación de desánimo, de incredulidad, de asombro al percibir como todos los
estamentos educativos a excepción del alumnado y el profesorado se habían
confabulado para controlar a la población. Con
el único objetivo de conseguir, que las generaciones obedeciesen a unos
parámetros de conducta, que nada tenía que ver con la formación integral del
individuo, para el logro de intereses muy concretos. Abocando esa línea en las
pretensiones del poder económico que controlaba un mundo que pretendía ser
globalizado. El amor y respeto por la tierra donde uno había nacido. Le parecía
imprescindible conocer su historia, su cultura, sus inquietudes, sus virtudes,
también sus defectos para subsanarlos. Pero esa obsesión ultra nacionalista del
gobierno autónomo le sonaba a los sistemas totalitarios que habían padecido y
que gracias a los Cielos o lo que desee la gente, abandonaron la Península hacía cerca de cuatro décadas. Los constantes cambios en el sistema educativo en los
últimos diez años no solo tenía desconcertado a profesorado sino que al no dotarlo
con el apoyo económico que requerían los abocaba al fracaso total. Los
intereses de las editoriales y también, porque no pensarlo, los trastornos que
ocasionarían en los centros para la confección de horarios y reparto de
espacios. Convertían a las diferentes leyes educativas en bellas palabras, en
increíbles textos que nos sacarían de la cola de Europa. Por el contrario todas
esas trabas, amén del desconcierto del profesorado, con los modos que se estaba
aplicando lo convertían en auténticos fiascos.
¿Dónde estaba la educación integral del
alumnado? ¿Dónde estaba el objetivo de conseguir la educación individualizada
para el logro de la máxima potencialidad del individuo? ¿Dónde quedaba la
libertad de cátedra del profesorado?
En su paseo
recordaba el último recorte de prensa que mandó al periódico, donde mandaba un
artículo semanal sobre educación y del que se hacían eco otras publicaciones.
Él definía las nuevas líneas que se trazaban como la educación para “Los
inteligentes idiotas” (Inteligente. Sabio, perito, instruido). (Idiota. Que
carece de toda instrucción). Consideraba la cuarta acepción que daba la real
academia a esas dos palabras resaltando para la primera instruido y para la
segunda la modificaba un poco aceptando “Que carece de toda instrucción menos
de una”. Cada vez percibía más esa sensación de pretender formar, más que
educar. Con esos cambios se lograba formar ciudadanos con unas destrezas lo más
elevadas posibles para el desarrollo de una actividad muy concreta y ser un
autentico analfabeto para el resto. Convirtiendo a la
población en la maquinaria de la producción.
Con la gran ventaja con respecto a la que provocó la era industrial de
poder rectificar su conducta cuando algo no se concluía correctamente. Pues su
capacidad en esa especialidad concreta le daba esa ventaja.
Comenzó a rondarle por la cabeza la obsesión de la dirección por la
calidad. Habían invertido grandes cantidades de dinero para conseguir
simplemente un certificado. Pues el tipo de calidad que se realizaba en el
centro era más bien empresarial. Pura
rutina burocrática. Y como consecuencia una gran dedicación por parte del
profesorado al cumplimentar ese papeleo distrayéndole del verdadero objetivo.
Los niños o jóvenes.
Pero conforme
se iba comiendo el coco se percataba que no solo estaba sucediendo en su campo
de trabajo. En general el desprestigio de los profesionales en todas las áreas
se estaba fomentando para sembrar dudas, presiones y poder aplicar una política
de atenazar a los ciudadanos. Más del sesenta por ciento de la población estaba
hipotecada de por vida. Iban a vivir para trabajar y no trabajar para
vivir.
Como
profesional que era debía seguir las pautas marcadas por la consejería de
educación. Y era una persona que jamás hacia algo fuera de lo programado.
También es cierto que tenía dentro de su metodología programadas al menos dos
alternativas para cada sesión. Luego si algo no salía
como debía lo analizaba, estudiaba y plasmaba una posible reforma, que luego
contrastaría con sus alumnos al finalizar el curso. Pero el tener que seguir
esas pautas en las que no creía le llevaba demasiado tiempo extra para tenerlo
preparado dentro de su filosofía de la enseñanza que siempre resumía con dos
frases. Conocimiento lo más profundo de tu alumnado. Y amor hacia el individuo.
Esa es la clave de la educación y se puede aplicar cualquier método, cualquier
objetivo, cualquier forma de evaluar, cualquiera actividad que si se cumplen
esos dos principios tendrás el éxito en la educación individualizada e integral
de tu alumnado.
- ¡Brad Pitt! No vienes a la presentación del
bachiller.
La llamada de
atención por parte de un alumno de bachillerato le saco de sus cavilaciones.
Sonrió al muchacho y conversando con él entraron juntos al teatro para escuchar
por segunda vez el discurso de la dirección.
Finalizada la
charla Julián se encaminó hacia el despacho del director pedagógico para
recoger las listas de su alumnado y el horario del incipiente curso académico.
Tras los saludos correspondientes y la entrega de la documentación que había
ido a buscar, el director, conocedor de las inquietudes de aquel profesional le
preguntó cómo iban los ánimos. Era si no el mejor considerado por todos los
estamentos si uno de los mejores maestros del centro. En el campo del alumnado
ahí era indiscutible. Desde que la dirección comenzó a
realizar encuestas sobre el profesorado a los jóvenes, Julián estaba muy por
encima de la media del profesorado y situado casi un punto por arriba de su inmediato
perseguidor. Tanto la dirección como los jefes de estudio y los padres eran
conscientes de la calidad de ese educador. Especialmente el director pedagógico
sabía de la situación por la que atravesaba ese gran profesional. Julián lanzó
un comentario cargado de ironía muy común en él en los últimos tiempos y se
despidió de su compañero de trabajo para regresar a casa, pues de momento hasta
la tarde estaba libre.
En
primer lugar, antes de abandonar el centro educativo, pasó por secretaría para
solicitar del secretario el listado del alumnado, de segundo ciclo de la E.S.O.
y bachiller del incipiente curso académico, en formato digital. Le tendió un PEN, que siempre llevaba en su cartera
pues todos los trabajos que mandaba o auto evaluación de sus alumnos siempre lo
hacían por medio informático. El PEN le servía para el alumnado que a última
hora le llevaba el trabajo en un CD, DVD o en otro medio tecnológico alegando
que no le funcionaba Internet. De ahí lo descargaba en un ordenador del centro
para pasarlo a su artilugio informático. Posteriormente lo guardaría en su
ordenador de su domicilio. Le tendió el PEN al secretario y una vez descargados
los archivos solicitados abandonó el recinto escolar.
Llegó a casa
de nuevo en soledad. Como adoraba esa palabra, pero especialmente como la
anhelaba hacerla realidad. Si bien en más de una ocasión le hubiera gustado
compartir su vida con alguien. Especialmente en esos
últimos años donde la situación de la sociedad en la que le estaba tocando
vivir esa última década le defraudaba totalmente. También, aunque rara vez caía
enfermo, cuando la fiebre se apoderaba de su cuerpo le hubiera gustado tener a
alguien a su lado. Pero no era menos cierto que siempre estaba rodeado de
jóvenes, su trabajo así lo requería. En ese incipiente curso le iba a tocar
bregar con doscientos ochenta y cinco adolescentes, (ciento treinta y cinco
chicos, ciento cincuenta chicas).
Era
un enamorado de las citas e incluso se atrevía a escribir alguna. Sobre la
soledad tenía una que la solía poner en su Bleger, en su Messenger o en el
Facebook.
“La soledad
me ahoga, me castiga, me humilla, me
flagela, me angustia, me atrapa, me.....pero bendita SOLEDAD”.
Era una
persona metódica, ordenada y se encargaba personalmente de mantener en
inmaculadas condiciones su palacete próximo a los trescientos metros cuadrados.
Solía cocinar y no se le daba mal, pero especialmente en épocas de evaluación o
finales de curso, mas de una vez comía en el comedor del centro escolar. Aunque
en esa última década procuraba salir de aquellas paredes e iba a un bar cercano
a comer de menú, de bocadillo o, como su situación financiera no era
precisamente precaria, entraba en el mejor restaurante de Donostia y comía como
solía hacerlo con la familia. Tenía muchos conocidos, pero amigo lo que se dice
amistad ninguna. Con catorce años, estudiando
bachiller, en los años sesenta, mantuvo un grupo de amigos, en concreto eran
cuatro incluido él. Pero en un viaje de fin de curso, al que no pudo ir él por
estar castigado al no superar una asignatura en junio, los perdió a los tres en
un accidente de aviación. Aquello le marcó mucho y tenía serias dificultades
para relacionarse con las personas en ese grado de intimidad. Si que conocía a
montones de personas y mantenía una buena relación con un buen numero de
compañeros de trabajo. E incluso con algunos padres entabló una relación algo
más intensa que la mera escolar, principalmente con los que presentaban
problemas económicos o se habían visto abocados en los últimos tiempos al paro,
pero nunca llegó a intimar hasta el punto de considerarlos amigos.
Tras cerrar
la puerta, abrió el armario empotrado del recibidor, colgó la prenda de abrigo,
dejando a derecha el comedor y la cocina para entrar por la otra, situada a
la izquierda según se entraba en el
recibidor, donde estaba ubicado su despacho. Un espacio cercano a los veinte
metros cuadrados. Dejó la cartera sobre una gran mesa y salió del despacho por
otra puerta distinta a la que entró, colándose en el servicio y aprovechó para visitar a roca. Se
lavó las manos y prosiguió para salir por la puerta que daba al dormitorio
principal de la casa. Comenzó a desnudarse, dejando el pantalón y el jersey en
el vestidor de su habitación, recogió la ropa interior junto a la camisa y la
introdujo en una cesta de mimbre junto al ropero donde depositaba la ropa
sucia. Abrió el armario, cogió una muda limpia y ropa cómoda para estar en
casa. Descolgó la bata para dejarla a continuación en
el vestidor y la muda junto a la ropa la depositó sobre la cama. Desnudo
regresó al aseo conectó el jacuzzi, entrando a continuación para relajarse unos
minutos mientras se iba llenando el vaso.
Una
vez acoplado en posición relajante conectó la música desde los mandos del
jacuzzi y escuchando canciones se quedó medio adormilado.
Paró aquel artilugio, quitó el tapón y con la alcachofa de la ducha
comenzó a mojarse el pelo. Se dio un buen masaje en el cuero cabelludo con el
champú y luego embadurnó la esponja con musel, gel que solía utilizar.
Finalizadas las maniobras de limpieza personal volvió a coger la alcachofa de
la ducha para quitarse toda la espuma. Luego inició una buena limpieza del vaso
del jacuzzi. Se envolvió en la toalla. Una
vez seco se puso el albornoz para ir al lavabo y comenzar con el afeitado.
Lo primero
que hizo fue ir a su habitación coger la cesta con la ropa sucia y acercarse a
la cocina para colocar la ropa en la lavadora. Puso al fuego la comida que se
había preparado esa mañana antes de ir al trabajo, en la vitro cerámica
conectada al mínimo y regresó a su despacho para preparar la presentación con
los grupos de alumnos que tendría al día siguiente. Lo cierto es que lo tenía todo
preparado desde finales de julio, pues no había terminado un curso cuando ya
estaba preparando el siguiente con los cambios necesarios siguiendo las pautas
marcadas durante el mismo y aceptando las sugerencias más repetidas por su
alumnado. Prácticamente le bastó con imprimir las listas y las orlas con las
fotos de los chicos y chicas que tendría en los diferentes grupos a la mañana
siguiente.
Dejó el ordenador encendido y en pausa. Regresando a la cocina donde se
preparó la mesa, y colocó todo lo necesario para almorzar en casa.
Julián provenía de una familia adinerada. Su padre había hecho una
fortuna con las primeras urbanizaciones en las playas del Mediterráneo y al fallecer, aunque la
mayor parte de su fortuna, la dejó a su madre a él y a su hermana Elena les
cayó un buen pellizco. Pero él siempre se había alejado de esos ambientes de la
jet madrileña y cuando finalizó su carrera, su licenciatura en educación física
y deportiva en el I. N. E. F. de Madrid con el dinero que le tocó en ese primer
reparto se fue a su pueblo natal Donostia donde se instaló en la bella capital
vasca. En el palacete que mantenía su familia, cercana a la playa de la concha
y a quince minutos de sus centros educativos, el bachillerato lo daba en un
edificio y secundaría en otro cercano a una manzana el uno del otro. Su hermana se
había casado con el presidente de uno de los bancos punteros del País y tenía
cuatro niños. Eran unos mimados, maleducados y cretinos. Solo se acercaba por
Madrid en Navidades y lo hacía por su madre que últimamente andaba con
demasiados achaques. Alguna vez se escapó en semana santa o en verano, cuando
sabía que su hermana había salido de vacaciones. No soportaba a sus pequeños, a
ella al fin y al cabo era de su misma sangre, pero con el que no podía era con el
prepotente de su marido. Con el capital que les había dejado su padre hubiera
podido vivir sin dificultades el resto de su vida, pero adoraba su profesión y
disfrutaba como nadie con su trabajo. Pero como ya les relaté en la última
década estuvo a punto de enviarlo todo a freír espárragos. Luego se dejaba absorber por la clase que le tocaba, el
cariño, afecto y respeto que le tenían sus alumnos le hacía desistir de esos
pensamientos. Antes no le costaba mantener el semblante alegre, pero
últimamente tenía que hacer esfuerzos para, principalmente al principio poner
buena cara. Luego con la dinámica de sus clases y verse arropado por aquellas
criaturas que para él eran esos hijos, que no había tenido, se volcaba en su
trabajo y disfrutaba como un enano. Solo cuando habían reuniones le costaba
Dios y ayuda acudir, haciendo verdaderos esfuerzos por no saltar.
Normalmente
paliaba ese control con alguna que otra ironía.
Tras una leve siesta, que para él era sagrada regresó al centro de
trabajo para acudir a la reunión concertada.
Al asearse para salir y mientras se lavaba la cara se le introdujo jabón
en los ojos irritándoselos. Cuando el
jefe de estudios le observó comentó.
- ¿Qué te pasa en los ojos Julián?
Sin dejar
casi ni tiempo para terminar la pregunta respondió con la ironía que le
caracterizaba.
- Nada Juan. Que si uno no viene un poco
colgado no hay quien aguante estas reuniones.
Juan lo
conocía demasiado bien y sonriendo le reprochaba con amabilidad su actitud.
Fue como tantas
reuniones poco fructífera y con la seguridad que a los acuerdos que habían
llegado solo los cumpliría él y algún otro de vez en cuando. Aquel equipo
educativo era de una gran calidad pero la política llevada a cabo en la última
década por parte de la dirección del centro educativo tenía quemado al
personal. Julián era de esas personas que a pesar de
los pesares cumplía con su deber aunque no estuviese de acuerdo con esas
líneas. Con los jóvenes se las agenciaba para que no les afectara demasiado y
buscaba más la personalización de la enseñanza.
Al
salir de la reunión como el día alargaba decidió pasear para descargar la
adrenalina acumulada. Iba con una cadencia más lenta de lo normal en él.
Mientras su mente continuaba reflexionando sobre todo lo sucedido en ese día.
Una brisa fresca le hizo reaccionar, descolgando de sus hombros la rebeca que
llevaba para cubrirse y protegiéndose de la humedad de la brisa marina. Al
volver de sus cavilaciones se sorprendió al verse por la playa de la Concha.
Giró su mirada a la izquierda y ante él se elevaba el bello edificio del
ayuntamiento de la ciudad. Continuó caminando por la avenida costera dejando
está a su izquierda y la playa a la derecha.
Julián era de esas personas que a pesar de los pesares cumplía con su deber
aunque no estuviese de acuerdo con esas líneas. Con los jóvenes se las
agenciaba para que no les afectara demasiado y buscaba más la personalización
de la enseñanza.
Al salir de
la reunión como el día alargaba decidió pasear para descargar la adrenalina
acumulada. Iba con una cadencia más lenta de lo normal en él. Mientras su mente
continuaba reflexionando sobre todo lo sucedido en ese día. Una brisa fresca le
hizo reaccionar, descolgando de sus hombros la rebeca que llevaba para cubrirse
y protegiéndose de la humedad de la brisa marina. Al volver de sus cavilaciones
se sorprendió al verse por la playa de la Concha. Giró su mirada a la izquierda
y ante él se elevaba el bello edificio del ayuntamiento de la ciudad. Continuó
caminando por la avenida costera dejando está a su izquierda y la playa a la
derecha. Se trataba de Andrea. Aquella chiquilla que
había aterrizado ese curso en Donostia. Su sonrisa y su mirada picarona le
hicieron sonreír al tiempo que pensaba.
“Menuda
diferencia con respecto esta mañana”. “Se va espabilando”.
Pero se quitó la rebeca, la amarró a uno de los postes de la red y se
dispuso a jugar con aquel grupo de jóvenes.
Andrea no lo hacía nada mal y aunque lo fuerte de Julián había sido el
remate, ahora con su experiencia se dedicó más a colocar. Era consciente que
aquellos jóvenes saltaban bastante más que él.
Pasaron unos minutos encantadores y el equipo compuesto por los
chavales, chavalas y Julián dieron un buen repaso al otro
grupo. Finalizado el partido los jóvenes se metieron en las duchas para
deshacerse del sudor y la arena, mientras Julián se despedía de ellos para irse
hacia casa, cambiarse de ropa y darse una buena ducha. Antes de la partida los
jóvenes le felicitaron. Sin él no habrían ganado y estrecharon sus manos. Tanto
Andrea como la otra joven que jugó en el equipo posaron sus labios en las
mejillas de aquel maduro profesor, mientras les regalaban esa sonrisa dulce,
ingenua y femenina propia de toda adolescente.
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