domingo, 12 de enero de 2014

UN AMOR NACIDO CON LA CREACIÓN- SEGUNDA PARTE - ANDREA - CAPITULO I - EL PRIMER ENCUENTRO

CAPÍTULO PRIMERO     

 

                                       EL PRIMER ENCUENTRO

 

 

    Esa mañana de Septiembre se presentó fría. Con unas condiciones meteorológicas poco comunes para esas fechas. Fue poner un pie en la calle y el hedor penetró, a través de la ropa de abrigo, hasta su alma. Un punzante dolor le retuvo por unos segundos mientras las manos arropaban su rodilla derecha. Siempre que la humedad dominaba el ambiente se resentía de sus rodillas, especialmente de su diestra, a pesar de haber transcurrido ya una década desde el grave accidente. Su atlética figura iba perdiendo tonalidad con la edad. La última operación sufrida, de hernia umbilical, había mermado sus abdominales. Mostrándose de forma llamativa la mal llamada curva de la felicidad. Asumida esa primera puya en su rodilla, retomó su camino hacia el centro educativo donde daba sus clases. Dos pasos y de nuevo el dolor penetró en su rodilla como agujas de costura atravesando la piel para hundirse en la carne y alcanzar el nervio obturador en su rama articular. El proceso fisiológico, delatando que algo no funcionaba bien en esa rodilla, se intensificó a la altura del hueco poplíteo. Apretó los labios, mostrando en el rostro una mueca de dolor. Para sonreír a continuación al recordar las puyas del picador en el programa de debate sobre la prohibición, o no de las corridas de toros, pensando para sí, que si la pobre res brava sufría con la misma intensidad que él, debían prohibir la fiesta. Consiguió recuperarse para reanudar la marcha pero aun se detuvo varias veces antes de llegar a su destino. No distaba más de seiscientos metros de su casa pero tardó cerca de veinte minutos.

   Al pisar el umbral de la entrada, sus articulaciones se habían calentado al mismo tiempo que su mente controlaba el dolor, entrando con naturalidad a su puesto de trabajo. Vestía con ropa de calle, a la que estaba poco habituado, pues al impartir la educación física siempre iba en chándal. Pero esa mañana no tenía trabajo con su alumnado. Era la presentación del curso y tras la charla de bienvenida por la dirección  del centro cada etapa y más concretamente cada unidad se perdía con el tutor en sus respectivas aulas. Los horarios, las normas de convivencia, las actividades a desarrollar, las salidas culturales y demás estrategias de enseñanza les irían transmitiendo a lo largo de la jornada.

   Su rostro cambió de expresión al encontrarse con sus primeros alumnos en el patio de recreo. Las bromas, saludos, anécdotas  y aventuras del verano se las fueron relatando el muchacho, la muchacha, la pareja o el grupo con el que se cruzaba.

    Era un enamorado de su profesión, adoraba a su alumnado y le correspondían de tal forma que era patente la conexión entre aquel maduro maestro y sus alumnos. (Él prefería el término de primaria, que el de profesor o catedrático más utilizado en las etapas que impartía clase). Le tocaba bregar con una banda de edad, entre los trece y dieciocho años, dura, difícil, que sin una entrega y amor hacia su profesión pero especialmente hacia esos jóvenes hubiera sido casi imposible llegar a sus casi cuarenta años de enseñanza.

   Sonrió al cruzarse con los nuevos en la plaza, quietos, asustadizos, temerosos al tiempo que esbozaban una sonrisa tenue al cruzarse con la de aquel maestro. Le chocó una jovencita, seguramente de 3º de la E.S.O., entre los catorce y quince años, que pegada materialmente en una pared buscaba la protección del muro para pasar desapercibida. No le había visto nunca por allí y aunque no daba clases en 2º de la E.S.O. si conocía de vista a los 60 alumnos nuevos que pasarían al segundo nivel donde impartía clases. Más tarde se enteraría que no solo era nueva en el centro educativo, era nueva en la ciudad y en el País. No hacía ni dos días que había aterrizado en España.

   Le tendió la mano y entrelazándola con la de ella le invitó a seguirle. Con los primeros pasos y sonriendo comentó.

 

    - No te preocupes ahora mismo te busco un novio para que no te deje durante todo el curso.

 

    Su sonrisa femenina hasta límites fashion se trasformó en una expresión de asombro. Se aproximó a uno de los veteranos de un curso superior, había pasado a cuarto y amen de su buena presencia tanto a nivel personal como académico era de lo mejorcito del centro. Los presentó y de inmediato los dejó solo para seguir bromeando con otros que rondaban por las proximidades.

   Estaba paralizada, no sabía cómo reaccionar pero el maestro había sabido elegir bien a su compañero para que fuera perdiendo ese temor inicial a la novedad. Se presentó con naturalidad.

 

   - Me dicen David.

 

   Algo indecisa aguardó unos momentos para confesarle que le decían Andrea. Aquel acento del castellano dulce, sensual, acariciando el aire y este arrastrado por las ondas envolver el rostro de su interlocutor. Que sorprendido por su voz y tras fijar su mirada en ella, le llenó de tal forma que se produjo una conexión instantánea. Pronto consiguió con sus bromas, sus cumplidos y esa chispa característica de él, que la encantadora joven fuese perdiendo el miedo, mientras le iba mostrando los diferentes lugares de su nuevo centro de estudios.

   Faltaban unos diez minutos, para entrar en el salón de actos y comenzar la jornada de presentación, cuando le preguntó con esa dulzura de las personas nacidas en Centroamérica.

 

    - ¿Quién es ese profesor? ¿Son todos iguales?

 

   Sonrió, confesándole a continuación que era el maestro de educación Física. (Él prefiere ese término). Se llama, Julián, aunque en la presentación pedía que le llamaran  Brad Pitt, por su parecido manifiesto.

 

   - Pero todos le llamamos Homer. Y te confesare algo, no me he cruzado en la vida con un maestro como él. Es genial, divertido, atento, dispuesto.

 

   Mantiene el estatus de cada uno pero te sientes con él como con uno más de tus compañeros.  Puedes pedirle lo que quieras si está en su mano te lo soluciona. Pero si es consciente que alguien lo puede hacer mejor que él, lo buscara para que te atienda. Es directo. También y es bueno que lo sepas las pocas normas que pone hay que respetarlas hasta el límite. Pues siempre las pacta con el equipo de clase. Un curso no aceptó una de las que se plantearon y lo respetó. Es genial pero ya te irás dando cuenta tú misma.

  De nuevo esa expresión, cien por cien femenina, mostrando su asombro. David le confesó que no se ofendía en absoluto con lo de Homer. Siempre en su primer contacto con el alumnado nos confesaba que prefería que le llamaran Homer a Don Julián.

 

   -Asegurando que lo que ofende, no son las palabras sino las formas y los momentos que se expresan.     

 

   Don Julián permaneció con el equipo de segundo ciclo durante la media hora que duró la presentación por parte de la dirección pedagógica. Luego salió al patio. En su soledad y en silencio, comenzó a recorrer aquellas instalaciones deportivas. El alumnado del primer ciclo se perdió con sus respectivos tutores en las aulas designadas a cada grupo.

   De sus casi cuarenta años en la enseñanza había disfrutado de lo lindo con su hobbies, pues no lo consideraba un trabajo aunque estuviera remunerado. Sin embargo desde hacía casi una década, concretamente sus últimos ocho años, los constantes cambio en los sistemas por parte del ministerio y los cambios de línea en la dirección de su centro educativo le tenían profundamente preocupado. En la soledad de su gran aula, el patio, comenzó a caminar por los tres recintos por dónde solía moverse para impartir su labor.

   El sol había comenzado a dominar la humedad inicial de esa mañana y sus ondas comenzaban a poner el ambiente a la temperatura propia de las fechas en la decadencia del verano. En la pista de balonmano, donde se dibujaba transversalmente tres campos de baloncesto, recapitulaba sobre los últimos acontecimientos que le tenían desconcertado. En su interior bullía esa sensación de desánimo, de incredulidad, de asombro al percibir como todos los estamentos educativos a excepción del alumnado y el profesorado se habían confabulado para controlar a la población. Con el único objetivo de conseguir, que las generaciones obedeciesen a unos parámetros de conducta, que nada tenía que ver con la formación integral del individuo, para el logro de intereses muy concretos. Abocando esa línea en las pretensiones del poder económico que controlaba un mundo que pretendía ser globalizado. El amor y respeto por la tierra donde uno había nacido. Le parecía imprescindible conocer su historia, su cultura, sus inquietudes, sus virtudes, también sus defectos para subsanarlos. Pero esa obsesión ultra nacionalista del gobierno autónomo le sonaba a los sistemas totalitarios que habían padecido y que gracias a los Cielos o lo que desee la gente, abandonaron la Península  hacía cerca de cuatro décadas. Los constantes cambios en el sistema educativo en los últimos diez años no solo tenía desconcertado a profesorado sino que al no dotarlo con el apoyo económico que requerían los abocaba al fracaso total. Los intereses de las editoriales y también, porque no pensarlo, los trastornos que ocasionarían en los centros para la confección de horarios y reparto de espacios. Convertían a las diferentes leyes educativas en bellas palabras, en increíbles textos que nos sacarían de la cola de Europa. Por el contrario todas esas trabas, amén del desconcierto del profesorado, con los modos que se estaba aplicando lo convertían en auténticos fiascos.  

 

    ¿Dónde estaba la educación integral del alumnado? ¿Dónde estaba el objetivo de conseguir la educación individualizada para el logro de la máxima potencialidad del individuo? ¿Dónde quedaba la libertad de cátedra del profesorado?

 

   En su paseo recordaba el último recorte de prensa que mandó al periódico, donde mandaba un artículo semanal sobre educación y del que se hacían eco otras publicaciones. Él definía las nuevas líneas que se trazaban como la educación para “Los inteligentes idiotas” (Inteligente. Sabio, perito, instruido). (Idiota. Que carece de toda instrucción). Consideraba la cuarta acepción que daba la real academia a esas dos palabras resaltando para la primera instruido y para la segunda la modificaba un poco aceptando “Que carece de toda instrucción menos de una”. Cada vez percibía más esa sensación de pretender formar, más que educar. Con esos cambios se lograba formar ciudadanos con unas destrezas lo más elevadas posibles para el desarrollo de una actividad muy concreta y ser un autentico analfabeto para el resto. Convirtiendo a la población en la maquinaria de la producción.  Con la gran ventaja con respecto a la que provocó la era industrial de poder rectificar su conducta cuando algo no se concluía correctamente. Pues su capacidad en esa especialidad concreta le daba esa ventaja.

   Comenzó a rondarle por la cabeza la obsesión de la dirección por la calidad. Habían invertido grandes cantidades de dinero para conseguir simplemente un certificado. Pues el tipo de calidad que se realizaba en el centro era más bien empresarial.  Pura rutina burocrática. Y como consecuencia una gran dedicación por parte del profesorado al cumplimentar ese papeleo distrayéndole del verdadero objetivo. Los niños o jóvenes.

   Pero conforme se iba comiendo el coco se percataba que no solo estaba sucediendo en su campo de trabajo. En general el desprestigio de los profesionales en todas las áreas se estaba fomentando para sembrar dudas, presiones y poder aplicar una política de atenazar a los ciudadanos. Más del sesenta por ciento de la población estaba hipotecada de por vida. Iban a vivir para trabajar y no trabajar para vivir.  

   Como profesional que era debía seguir las pautas marcadas por la consejería de educación. Y era una persona que jamás hacia algo fuera de lo programado. También es cierto que tenía dentro de su metodología programadas al menos dos alternativas para cada sesión. Luego si algo no salía como debía lo analizaba, estudiaba y plasmaba una posible reforma, que luego contrastaría con sus alumnos al finalizar el curso. Pero el tener que seguir esas pautas en las que no creía le llevaba demasiado tiempo extra para tenerlo preparado dentro de su filosofía de la enseñanza que siempre resumía con dos frases. Conocimiento lo más profundo de tu alumnado. Y amor hacia el individuo. Esa es la clave de la educación y se puede aplicar cualquier método, cualquier objetivo, cualquier forma de evaluar, cualquiera actividad que si se cumplen esos dos principios tendrás el éxito en la educación individualizada e integral de tu alumnado.

 

  - ¡Brad Pitt! No vienes a la presentación del bachiller.

 

   La llamada de atención por parte de un alumno de bachillerato le saco de sus cavilaciones. Sonrió al muchacho y conversando con él entraron juntos al teatro para escuchar por segunda vez el discurso de la dirección.

   Finalizada la charla Julián se encaminó hacia el despacho del director pedagógico para recoger las listas de su alumnado y el horario del incipiente curso académico. Tras los saludos correspondientes y la entrega de la documentación que había ido a buscar, el director, conocedor de las inquietudes de aquel profesional le preguntó cómo iban los ánimos. Era si no el mejor considerado por todos los estamentos si uno de los mejores maestros del centro. En el campo del alumnado ahí era indiscutible. Desde que la dirección comenzó a realizar encuestas sobre el profesorado a los jóvenes, Julián estaba muy por encima de la media del profesorado y situado casi un punto por arriba de su inmediato perseguidor. Tanto la dirección como los jefes de estudio y los padres eran conscientes de la calidad de ese educador. Especialmente el director pedagógico sabía de la situación por la que atravesaba ese gran profesional. Julián lanzó un comentario cargado de ironía muy común en él en los últimos tiempos y se despidió de su compañero de trabajo para regresar a casa, pues de momento hasta la tarde estaba libre.

  En primer lugar, antes de abandonar el centro educativo, pasó por secretaría para solicitar del secretario el listado del alumnado, de segundo ciclo de la E.S.O. y bachiller del incipiente curso académico, en formato digital. Le tendió un PEN, que siempre llevaba en su cartera pues todos los trabajos que mandaba o auto evaluación de sus alumnos siempre lo hacían por medio informático. El PEN le servía para el alumnado que a última hora le llevaba el trabajo en un CD, DVD o en otro medio tecnológico alegando que no le funcionaba Internet. De ahí lo descargaba en un ordenador del centro para pasarlo a su artilugio informático. Posteriormente lo guardaría en su ordenador de su domicilio. Le tendió el PEN al secretario y una vez descargados los archivos solicitados abandonó el recinto escolar.

   Llegó a casa de nuevo en soledad. Como adoraba esa palabra, pero especialmente como la anhelaba hacerla realidad. Si bien en más de una ocasión le hubiera gustado compartir su vida con alguien. Especialmente en esos últimos años donde la situación de la sociedad en la que le estaba tocando vivir esa última década le defraudaba totalmente. También, aunque rara vez caía enfermo, cuando la fiebre se apoderaba de su cuerpo le hubiera gustado tener a alguien a su lado. Pero no era menos cierto que siempre estaba rodeado de jóvenes, su trabajo así lo requería. En ese incipiente curso le iba a tocar bregar con doscientos ochenta y cinco adolescentes, (ciento treinta y cinco chicos, ciento cincuenta chicas).

   Era un enamorado de las citas e incluso se atrevía a escribir alguna. Sobre la soledad tenía una que la solía poner en su Bleger, en su Messenger o en el Facebook.

 

“La soledad me ahoga,  me castiga, me humilla, me flagela, me angustia, me atrapa, me.....pero bendita SOLEDAD”.

 

   Era una persona metódica, ordenada y se encargaba personalmente de mantener en inmaculadas condiciones su palacete próximo a los trescientos metros cuadrados. Solía cocinar y no se le daba mal, pero especialmente en épocas de evaluación o finales de curso, mas de una vez comía en el comedor del centro escolar. Aunque en esa última década procuraba salir de aquellas paredes e iba a un bar cercano a comer de menú, de bocadillo o, como su situación financiera no era precisamente precaria, entraba en el mejor restaurante de Donostia y comía como solía hacerlo con la familia. Tenía muchos conocidos, pero amigo lo que se dice amistad ninguna. Con catorce años, estudiando bachiller, en los años sesenta, mantuvo un grupo de amigos, en concreto eran cuatro incluido él. Pero en un viaje de fin de curso, al que no pudo ir él por estar castigado al no superar una asignatura en junio, los perdió a los tres en un accidente de aviación. Aquello le marcó mucho y tenía serias dificultades para relacionarse con las personas en ese grado de intimidad. Si que conocía a montones de personas y mantenía una buena relación con un buen numero de compañeros de trabajo. E incluso con algunos padres entabló una relación algo más intensa que la mera escolar, principalmente con los que presentaban problemas económicos o se habían visto abocados en los últimos tiempos al paro, pero nunca llegó a intimar hasta el punto de considerarlos amigos.

   Tras cerrar la puerta, abrió el armario empotrado del recibidor, colgó la prenda de abrigo, dejando a derecha el comedor y la cocina para entrar por la otra, situada a la  izquierda según se entraba en el recibidor, donde estaba ubicado su despacho. Un espacio cercano a los veinte metros cuadrados. Dejó la cartera sobre una gran mesa y salió del despacho por otra puerta distinta a la que entró, colándose en el  servicio y aprovechó para visitar a roca. Se lavó las manos y prosiguió para salir por la puerta que daba al dormitorio principal de la casa. Comenzó a desnudarse, dejando el pantalón y el jersey en el vestidor de su habitación, recogió la ropa interior junto a la camisa y la introdujo en una cesta de mimbre junto al ropero donde depositaba la ropa sucia. Abrió el armario, cogió una muda limpia y ropa cómoda para estar en casa. Descolgó la bata para dejarla a continuación en el vestidor y la muda junto a la ropa la depositó sobre la cama. Desnudo regresó al aseo conectó el jacuzzi, entrando a continuación para relajarse unos minutos mientras se iba llenando el vaso.

  Una vez acoplado en posición relajante conectó la música desde los mandos del jacuzzi y escuchando canciones se quedó medio adormilado. 

   Paró aquel artilugio, quitó el tapón y con la alcachofa de la ducha comenzó a mojarse el pelo. Se dio un buen masaje en el cuero cabelludo con el champú y luego embadurnó la esponja con musel, gel que solía utilizar. Finalizadas las maniobras de limpieza personal volvió a coger la alcachofa de la ducha para quitarse toda la espuma. Luego inició una buena limpieza del vaso del jacuzzi. Se envolvió en la toalla. Una vez seco se puso el albornoz para ir al lavabo y comenzar con el afeitado.

   Lo primero que hizo fue ir a su habitación coger la cesta con la ropa sucia y acercarse a la cocina para colocar la ropa en la lavadora. Puso al fuego la comida que se había preparado esa mañana antes de ir al trabajo, en la vitro cerámica conectada al mínimo y regresó a su despacho para preparar la presentación con los grupos de alumnos que tendría al día siguiente. Lo cierto es que lo tenía todo preparado desde finales de julio, pues no había terminado un curso cuando ya estaba preparando el siguiente con los cambios necesarios siguiendo las pautas marcadas durante el mismo y aceptando las sugerencias más repetidas por su alumnado. Prácticamente le bastó con imprimir las listas y las orlas con las fotos de los chicos y chicas que tendría en los diferentes grupos a la mañana siguiente.

   Dejó el ordenador encendido y en pausa. Regresando a la cocina donde se preparó la mesa, y colocó todo lo necesario para almorzar en casa.

   Julián provenía de una familia adinerada. Su padre había hecho una fortuna con las primeras urbanizaciones en las playas  del Mediterráneo y al fallecer, aunque la mayor parte de su fortuna, la dejó a su madre a él y a su hermana Elena les cayó un buen pellizco. Pero él siempre se había alejado de esos ambientes de la jet madrileña y cuando finalizó su carrera, su licenciatura en educación física y deportiva en el I. N. E. F. de Madrid con el dinero que le tocó en ese primer reparto se fue a su pueblo natal Donostia donde se instaló en la bella capital vasca. En el palacete que mantenía su familia, cercana a la playa de la concha y a quince minutos de sus centros educativos, el bachillerato lo daba en un edificio y secundaría en otro cercano a una manzana el uno del otro.  Su hermana se había casado con el presidente de uno de los bancos punteros del País y tenía cuatro niños. Eran unos mimados, maleducados y cretinos. Solo se acercaba por Madrid en Navidades y lo hacía por su madre que últimamente andaba con demasiados achaques. Alguna vez se escapó en semana santa o en verano, cuando sabía que su hermana había salido de vacaciones. No soportaba a sus pequeños, a ella al fin y al cabo era de su misma sangre, pero con el que no podía era con el prepotente de su marido. Con el capital que les había dejado su padre hubiera podido vivir sin dificultades el resto de su vida, pero adoraba su profesión y disfrutaba como nadie con su trabajo. Pero como ya les relaté en la última década estuvo a punto de enviarlo todo a freír espárragos. Luego se dejaba absorber por la clase que le tocaba, el cariño, afecto y respeto que le tenían sus alumnos le hacía desistir de esos pensamientos. Antes no le costaba mantener el semblante alegre, pero últimamente tenía que hacer esfuerzos para, principalmente al principio poner buena cara. Luego con la dinámica de sus clases y verse arropado por aquellas criaturas que para él eran esos hijos, que no había tenido, se volcaba en su trabajo y disfrutaba como un enano. Solo cuando habían reuniones le costaba Dios y ayuda acudir, haciendo verdaderos esfuerzos por no saltar.

   Normalmente paliaba ese control con alguna que otra ironía.

    Tras una leve siesta, que para él era sagrada regresó al centro de trabajo para acudir a la reunión concertada.  Al asearse para salir y mientras se lavaba la cara se le introdujo jabón en los ojos irritándoselos. Cuando el jefe de estudios le observó comentó.

 

   - ¿Qué te pasa en los ojos Julián?

 

   Sin dejar casi ni tiempo para terminar la pregunta respondió con la ironía que le caracterizaba.

 

   - Nada Juan. Que si uno no viene un poco colgado no hay quien aguante estas reuniones.

 

   Juan lo conocía demasiado bien y sonriendo le reprochaba con amabilidad su actitud.

   Fue como tantas reuniones poco fructífera y con la seguridad que a los acuerdos que habían llegado solo los cumpliría él y algún otro de vez en cuando. Aquel equipo educativo era de una gran calidad pero la política llevada a cabo en la última década por parte de la dirección del centro educativo tenía quemado al personal. Julián era de esas personas que a pesar de los pesares cumplía con su deber aunque no estuviese de acuerdo con esas líneas. Con los jóvenes se las agenciaba para que no les afectara demasiado y buscaba más la personalización de la enseñanza. 

    Al salir de la reunión como el día alargaba decidió pasear para descargar la adrenalina acumulada. Iba con una cadencia más lenta de lo normal en él. Mientras su mente continuaba reflexionando sobre todo lo sucedido en ese día. Una brisa fresca le hizo reaccionar, descolgando de sus hombros la rebeca que llevaba para cubrirse y protegiéndose de la humedad de la brisa marina. Al volver de sus cavilaciones se sorprendió al verse por la playa de la Concha. Giró su mirada a la izquierda y ante él se elevaba el bello edificio del ayuntamiento de la ciudad. Continuó caminando por la avenida costera dejando está a su izquierda y la playa a la derecha. Julián era de esas personas que a pesar de los pesares cumplía con su deber aunque no estuviese de acuerdo con esas líneas. Con los jóvenes se las agenciaba para que no les afectara demasiado y buscaba más la personalización de la enseñanza. 

    Al salir de la reunión como el día alargaba decidió pasear para descargar la adrenalina acumulada. Iba con una cadencia más lenta de lo normal en él. Mientras su mente continuaba reflexionando sobre todo lo sucedido en ese día. Una brisa fresca le hizo reaccionar, descolgando de sus hombros la rebeca que llevaba para cubrirse y protegiéndose de la humedad de la brisa marina. Al volver de sus cavilaciones se sorprendió al verse por la playa de la Concha. Giró su mirada a la izquierda y ante él se elevaba el bello edificio del ayuntamiento de la ciudad. Continuó caminando por la avenida costera dejando está a su izquierda y la playa a la derecha. Se trataba de Andrea. Aquella chiquilla que había aterrizado ese curso en Donostia. Su sonrisa y su mirada picarona le hicieron sonreír al tiempo que pensaba.

 

“Menuda diferencia con respecto esta mañana”. “Se va espabilando”.

 

   Pero se quitó la rebeca, la amarró a uno de los postes de la red y se dispuso a jugar con aquel grupo de jóvenes.  Andrea no lo hacía nada mal y aunque lo fuerte de Julián había sido el remate, ahora con su experiencia se dedicó más a colocar. Era consciente que aquellos jóvenes saltaban bastante más que él.

   Pasaron unos minutos encantadores y el equipo compuesto por los chavales, chavalas y Julián dieron un buen repaso al otro grupo. Finalizado el partido los jóvenes se metieron en las duchas para deshacerse del sudor y la arena, mientras Julián se despedía de ellos para irse hacia casa, cambiarse de ropa y darse una buena ducha. Antes de la partida los jóvenes le felicitaron. Sin él no habrían ganado y estrecharon sus manos. Tanto Andrea como la otra joven que jugó en el equipo posaron sus labios en las mejillas de aquel maduro profesor, mientras les regalaban esa sonrisa dulce, ingenua y femenina propia de toda adolescente.