jueves, 15 de marzo de 2012

EL PRIMER AMOR CAPITULO XVI- EL ENCUENTRO

- CAPITULO XVI -

- EL ENCUENTRO -

Se pasó haciendo gestiones todo el mes de Septiembre. El dolor oprimía su corazón necesitaba con urgencia ahogar sus penas y emplear todas sus energías en ayudar a la gente. Se había apuntado a una organización humanitaria y estaba esperando destino para asistir a un país asiático en conflicto, donde las minas contra personas estaban haciendo verdaderos estragos en la población civil. Consiguió un año de excedencia y, por tanto, no se incorporaría de inmediato al trabajo.

Justo el día de su cumpleaños, sus veinte, salía en un avión militar con material médico hacia Corea. Los cursillos previos le habían puesto sobre aviso con lo que se iba a encontrar. Su familia intentó que desistiera de aquella aventura pero José necesitaba involucrase en algo que le permitiera curar aquella herida en su corazón. Estaba convencido que su única salida para tratar de cicatrizar era salir de país. Olvidarse de todo lo que le rodeaba y dedicarse de lleno hacia gentes extrañas.

Cuando el avión aterrizó en la capital caía una lluvia torrencial. Los cuatro sanitarios, junto con el equipo, se repartieron en los camiones repletos de material quirúrgico, poniéndose en marcha de inmediato. En un principio la circulación se hacía sin muchos problemas, pero cuando abandonaron la red principal y se metieron por las carreteras auxiliares en más de una ocasión tuvieron que bajar de los camiones para ayudarlos a salir del fango. Aquel infernal viaje duró más de diez horas y por fin llegaron al lugar de destino. El sol había hecho acto de presencia y fue más sencillo descargar todo aquel material.

José esperaba la ducha como agua se busca en el desierto. Cuatro pedazos de tela rodeaban un tablón en el suelo, bajo la terraza de un edificio de dos plantas sede del hospital y de donde unos nativos con unos cubos de agua los lanzaban para la ducha de los sanitarios. Cuando lo vio su primera intención fue renunciar, pero sin duda alguna, tarde o temprano la deberían utilizar. Y que mejor momento, que el presente, cuando el barro cubría todo su cuerpo. Se desnudó hasta quedarse en ropa interior, se metió en aquel cuadrado de madera, se quitó la última pieza aguardando el agua que le liberara del sudor y del barro que embadurnaban su cuerpo.

Cuando los recién llegados, tres hombres y una mujer, pudieron disfrutar de la única ducha de las instalaciones entraron en el edificio. En una sala, de reunieron, quirófano, conferencias, etc., depende para lo que se precisara en el momento, el jefe médico de la zona los saludo y explicó la marcha del centro sanitario.

Tres médicos, contando a Pepe, era todo el personal de carrera superior encargado de atender aquella extensa zona del país. Uno se encontraba en otra instalación a veinte kilómetros de aquel lugar. Los otros tres compañeros de vuelo eran enfermeros especializados. Su misión era la intervención y rehabilitación de civiles, víctimas de las minas personales. Había otros puestos sanitarios repartidos por aquella provincia pero pertenecían a otras organizaciones. Cuando el jefe médico comunicó que el noventa por ciento de los casos atendidos era para amputaciones José se quedó petrificado. De inmediato se propuso hacer lo imposible para bajar esas cifras.

Una hamaca de tela era su cama y la habitación la compartiría con sus compañeros de viaje. Cuando entraron en el quirófano, si se podía llamar aquellas cuatro paredes quirófano, y vieron el panorama el alma se les cayó a los pies, pero se pusieron de inmediato al trabajo. Esa misma tarde debían operar a más de diez personas. Juan estaba agotado, llevaba más de dos semanas durmiendo una o dos horas diarias por termino medio, y en esos momentos se aproximaba a las treinta horas que sus ojos no percibían la oscuridad. Le cedió el quirófano al joven médico, manteniéndose atento a como se desenvolvía. José comenzó a recomponer aquella rodilla y aquel tobillo. La habilidad del muchacho era increíble. Cogía fibras de músculos y reponía los ligamentos destrozados, tras seis largas horas aquella pierna estaba salvada. Juan se quedó maravillado, pero no aguantaba más de pie se disculpó y fue a dar una cabezada. De inmediato rogó que pasaran al siguiente y de esa forma, tras cuarenta horas sin parar, solo hubo que amputar un brazo a un paciente, de los diez atendidos. Cuando Juan despertó, a las cuatro horas, no podía creer lo que aquel joven estaba haciendo. Ahora se daba cuenta. No habían exagerado al asegurarle que le mandaban a un genio de la cirugía. Más bien se quedaron cortos. Estaba con las últimas investigaciones, pero aquel pos adolescente era sin duda un cirujano excepcional. Y con la mayor humildad ayudó al genio de la cirugía con el resto de los pacientes.

Al mes de su llegada se defendía con el idioma nativo. Había organizado un grupo de voluntarios a los que instruía para llevar a cabo la rehabilitación mientras operaba. Los principales ejercicios debían hacerse en el agua y para ello construyó una balsa. Ideando una serie de canalizaciones para traer el agua desde los manantiales sin necesidad de transportarla a mano. Las magistrales lecciones para regadíos y recogida de agua ideadas por el padre Andrés en la época de la riada las asimiló y mejoró. Cuando no operaba se reunía con el enfermero, el grupo de voluntarios y los pacientes y enseñaba su prodigiosa técnica de rehabilitación acuática.

Juan estaba atónito, incrédulo, había aprendido con aquel muchacho más que en todos sus años de experiencia. Se turnaba con Pedro el otro médico para asimilar sus lecciones prácticas y teóricas sobre las nuevas técnicas quirúrgicas.

Al término de los tres primeros meses la estadística de amputaciones bajó más del sesenta por ciento. Con su llegada solo tres, de cada diez, debían sufrir la amputación de alguna extremidad. Ideó y perfeccionó una serie de aparatos ortopédicos permitiendo una mayor movilidad a los amputados. Para su construcción. Dedicó tiempo, especialmente de su descanso, para preparar a nativos, con habilidades manuales. Logró construir un pequeño edificio con varias habitaciones con baño y otros pequeños lujos. No eran el Plaza pero los sanitarios dispusieron de algo más de intimidad. A Juan esa revolución montada en sus dominios, desde la llegada de aquel joven médico, le parecía un sueño.

- Es un ser de otra galaxia. Salva miembros totalmente perdidos y domina el idioma al mes de estar aquí. Ha construido con ayuda de los nativos un hotel, ha creado una sala de rehabilitación con una eficacia impensable. Y no duerme ni dos horas al día.

¡Dios!. Gracias por habernos enviado a este ángel.

La noticia pronto corrió por toda la provincia. Las otras organizaciones comenzaron a enviar a sus médicos para asimilar aquellas técnicas revolucionarias.

Dos años desde su llegada. “La civilización” quedaba olvidada. Se encontraba en el quirófano más de cincuenta horas seguidas, junto a cuatro médicos de otras zonas asimilando aquellas técnicas de recomposición de articulaciones, cuando Juan le llamó. Al entrar en el despacho de su jefe se quedó helado. A la joven que le acompañaba, un nuevo refuerzo, le sucedió lo mismo.

- ¡Silvia!

Explotó. Mientras se aproximaba a su compañera de facultad y se fundía en un prolongado abrazo. Al separarse tomó sus manos en las suyas y comenzó a repasarle de arriba abajo.

- Cada vez estas más guapa.

Conversaron unos minutos, pero el trabajo los llamaba y tuvieron que dejarlo para más tarde. Cuando la faena se calmó un poco, Juan junto a uno de los médicos de otra organización se quedó de guardia. Rogando al resto abandonar el quirófano y tomar un descanso.

José invitó a Silvia a su habitación y allí sentados en dos cómodos sillones regalados por uno de sus pacientes se sentaron uno frente al otro. Había tanto que contarse que resultaba difícil comenzar. Ni corta ni perezosa Silvia se lanzó.

- Desde el primer momento, que te vi., entraste de lleno en mi corazón y deseaba poder intimar. Pero cuando te enfrentaste al catedrático defendiéndome, entonces supe que mi destino estaba escrito. Compartir mi vida contigo.

Silvia tenía siete años más que él. No se casó. Su corazón, su alma y su cuerpo estaban predestinados a él. Levantándose del sillón fue a sentarse sobre sus piernas, se abrazó para comérselo materialmente. Abandonaban la habitación con el propósito de conocer el centro de rehabilitación.

Estaba asombrada por todo lo realizado en la zona. Ya había estado antes allí, siendo estudiante, en periodos de dos o tres meses. Pero hacía más de tres años que no pisaba el lugar y ahora había decidido quedarse al menos durante un año.

Trabajaron codo con codo y cuando el escaso tiempo libre se lo permitía siempre comentaban lo mismo. "He aprendido aquí en dos, tres... meses más que en toda la carrera.

Las primeras Navidades que pasaron juntos los casaba el misionero en Noche Buena. Al recibir la noticia Rita juró que no sé lo perdonaría nunca. No permitirle disfrutar de una ceremonia así no tenía perdón.

Conforme el tiempo pasaba el amor iba creciendo en la pareja, trabajaban como auténticos animales y la mayoría de los días ni se llegaban a quitar la ropa para dormir las dos horas de rigor.