lunes, 12 de agosto de 2013

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN- PRIMERA PARTE- ANKI- PREFACIO - PRÓLOGO- Y CAPÍTULO PRIMERO: EL COLEGIO

PRIMERA PARTE

                 ANKI

PREFACIO
 
   Al comenzar a ensuciar unas hojas, suelo inspirarme en situaciones, en sentimientos o escritos leídos que me impactaron, para rehacer su trama con perspectiva propia. Ciertos escritos están basados en vivencias personales. Otros simplemente en la letra de una canción o  su argumento gira en torno a una cita.
   Estas hojas que comienzo a ensuciar no están exentas de lo descrito. Su desarrollo está basado en una cita propia. Donde se refleja fielmente la filosofía que lleva a su protagonista a colocar en un lugar predominante de su vida, la cita que plasmaremos a continuación. Con su comportamiento, su actitud y fe a esa creencia basada en es amor que los cielos le designaron en el instante de la Creación.
   “Solo existe un amor para cada ser y no tiene principio ni fin. Nació con la creación y como la vida eterna, es eterno. De ahí la importancia de saber cuál es el nuestro. Y yo estoy seguro, AMPARO, que el mío eres tú. Por eso jamás podrá haber otra mujer en mi vida”.               
                                                                                      PACO.

  Se han definido tres etapas muy marcadas en la vida de su protagonista.

   La primera titulada “ANKI”. El nombre de ese amor eterno. Una adolescente holandesa, que desea pasar su último verano en las playas levantinas, donde conoce a Julián. Nuestro protagonista. El escrito se inicia cuando el joven cursa cuarto de bachiller y su correspondiente revalida. Cuenta con catorce años, los mismos que su amor eterno.

   La segunda cercana a su jubilación en la enseñanza se desarrolla con el encuentro con una adolescente nueva en su centro de enseñanza. Le llama poderosamente la atención por recordarle a Anki. Su nombre, “ANDREA”, y es precisamente el titulo escogido para esta parte

   La última y definitiva se inicia con el nacimiento de su “nieta”, con más de una década jubilado, donde su salud comienza a dar los primeros problemas al anciano. Su titulo, como no podría ser de otra forma, toma el nombre de la hija de Andrea. “ESTER”

PRÓLOGO

 

   Entre lagrimas y mordiéndose los labios, mientras retiraba su mirada, le confesó que ella no sentía lo mismo. No mas lejos de sentir dolor ante la declaración no hizo el menor caso de sus palabras. Consciente que aquella mujer estaba tan prendada de él como él de ella. Lo percibía en las ondas que transmitía uno a otro. Lo sentía con los roces de sus manos, de su piel, de sus cuerpos al jugar en la arena, en el agua o en la discoteca. Ahora el irse ese domingo no tenía el menor sentido. Todo su futuro dependía de aquella criatura, el resto, sus estudios, la vela, la olimpiada, su familia. Sonrió al pensar en sus padres, ahora su familia era ella exclusivamente, el resto estaban muy por detrás.


   “Seremos amigos, solo quiero estar junto a ti. ¡Mírame por favor que pierdo el alma”!

 

   Comenzó a llorar mientras se giraba buscando la protección de casa. Con una cara de bobo redomado se quedó inmóvil sin posibilidad de moverse, encogido en lo más profundo de su alma. Bloqueado hasta tal punto que ni siquiera sus lagrimales reaccionaron y no por falta de ganas.
  Cabizbajo con todo sus ser material y espiritual en un puño comenzó a desplazarse para recoger la esterilla e ir a sentarse frente a los apartamentos de Anki. Por fin sus lagrimales rompieron el bloqueo y dejó liberar unas lágrimas. No eran ni de tristeza ni de felicidad, era una manifestación de su estado de incomprensión. Con la certeza que le amaba tanto como él, de eso no le cabía la menor duda. Pero no comprendía su reacción. Le vio asomarse levemente a la ventana y estar convencido que se iba a refugiar a su cuarto a llorar. ¿Pero porque? Luego observó la misma operación de su madre e incluso un poco más tarde la de su padre. Debía subir y disculparse. ¿Pero de qué? ¿Pedir explicaciones? A quien y que tipo. Estaba completamente descolocado, faltándole el aire, pero especialmente atenazado por su impotencia, por su falta de reacción.


CAPITULO I                        

                              EL COLEGIO


   El mes de Octubre se iniciaba con los primeros fríos del otoño. En el chalet de la Moraleja, comenzaba a notarse movimiento. Julián un joven de catorce años se preparaba para comenzar un nuevo curso, cuarto de bachiller y su correspondiente revalida. La persiana de su cuarto se alzó con energía mientras regresaba junto a su cama y se desprendía de la toalla para colocarse la ropa que se pondría en su primer día de clase. Había regresado del aseo donde atendió las primeras necesidades fisiológicas del día y su correspondiente higiene. Desayunó en el salón mientras se entretenía escuchando las noticias de la mañana. Tras la ingestión de las primeras calorías del día, regresó al aseo para la pertinente limpieza bucal, recogerse un poco la melena, tan de moda en esa época, y regresar de nuevo a su habitación. Con los libros en la mano se despedía de su madre que permanecía en el comedor. Salió por la puerta del garaje, subido en su flamante motocicleta, y en la puerta le esperaban dos amigos en sus correspondientes monturas. Con la prudencia de los adolescentes circularon por las silenciosas, bien asfaltadas y limpias calles de la urbanización. Frente a un nuevo chalet detuvieron sus máquinas y no tuvieron que aguardar mucho para encontrarse con el cuarto componente del grupo que abandonaba el hogar para acudir como sus compañeros a clase. 

   En el centro educativo permanecieron escasamente dos horas y tras las mismas, donde recibieron la correspondiente información de ese curso, decidieron perderse en la bolera cercana al colegio y disputar una partida, mientras comentaban los avatares del verano. Ese año Julián lo pasó en el palacete de San Sebastián donde nació hacía la friolera de catorce años. Últimamente, alternaban la costa levantina, concretamente en Gandía, con el Cantábrico. Diferentes costas, diferentes gentes, pero con un encanto especial en ambas localidades. La mediterránea era la ciudad natal de su madre, mientras que su progenitor nació en la bella localidad de Euskadi. Donde también llegaron al mundo él y su hermana pequeña a la que le separaban escasos días del año de existencia. La partida se iba desarrollando al tiempo que comentaban la última semana de agosto donde los cuatro se reunieron en el palacete de Donostia. Aquella mansión, próximo a la playa de la Concha era el lugar preferido de Julián, y sus amigos pasaron una semana increíble. No dejaron un solo día de navegar, deporte donde Julián era una autentico lobo de mar a pesar de su corta edad. Recordaban especialmente una jornada donde la mar cambió radicalmente y pasaron verdaderos apuros para regresar a puerto. Bueno, en realidad lo sufrieron sus compañeros. Él estaba seguro de lo que hacía y nunca perdió la confianza en sus dotes de marino, manejando la embarcación con una destreza que los prácticos del puerto, que iniciaban su búsqueda, se asombraron por el conocimiento que tenía de la mar, pero especialmente de la costa para regresar a puerto. Luego se perdieron en La Perla, centro deportivo y gastronómico situado en la misma playa. Comieron como pocas veces se hace y sus amigos recordaron durante la partida aquella suculenta comida tras el miedo pasado en la embarcación. Conocían a su amigo pero les sorprendió la cantidad de trofeos que almacenaba en el palacete. Julián era el autentico deportista, le daba bien a cualquier especialidad. Destacando la vela donde cosechaba una gran cantidad de éxitos. El Voleibol, donde jugaba con la selección de su centro educativo, era el otro deporte donde sus condiciones físicas le permitían destacar.

   La partida estaba próxima a su fin cuando tres jovencitas hacían su entrada en la bolera para disputar una partida. Habían tenido la misma idea que los jóvenes. Tras el rollo de las normas, horarios, programaciones, métodos evaluativos y demás informaciones escolares optaron por perderse en la bolera. Las tres uniformadas con la vestimenta que caracterizaba al colegio Base. Fue Julián el que reaccionó en primer lugar y tras las clásicas paridas entabló conversación con las recién llegadas. Las presentaciones de rigor y no tardaron en iniciar un juego por parejas. Julián decidió quedarse solo pero no había finalizado sus palabras para mostrar su generosidad cuando hacía su entrada una cuarta compañera de una belleza cuanto menos llamativa. Pronto pudieron comprobar la mentalidad abierta y desenfrenada de aquella criatura, al menos en ese primer contacto. Lógicamente Julián hizo pareja con la recién llegada ya que sus amigos aceptaron el inicio caballeresco de su compañero. El cruce de miradas entre los amigos fue significativo, envidiando los tres la suerte de Julián. Pero a decir verdad se lo ganó gracias a su generosidad.  

   Se conocían desde la guardería. Juan iba al colegio con Julián antes de cumplir el añito, los otros Rafael y Nacho se unieron a ellos un año después, con dos, aunque tanto Julián como Juan no los habían cumplido. Eran de finales de año. Pronto se dio cuenta la enorme diferencia entre la mentalidad de Sara, la joven que hacia pareja con nuestro protagonista y el resto de sus compañeras. Aquella chica, aunque nacida en España, con meses se trasladaron a París donde había vivido hasta escasamente unos meses, en concreto julio, cuando regresaron para volverse a instalar en España. Mientras sus amigas guardaban las composturas como correspondía a toda señorita de esa época de los Beatles en España. Sara se abrazaba a Julián cuando ella o él lograban una buena jugada. Sorprendiéndose en las primeras muestras de alegría, pero conforme avanzaba la partida lo encontró normal, sin darle mayor importancia a la espontaneidad de su pareja. Pero tanto las compañeras de Sara como los amigos de Julián, debido a la educación que llevaban lo interpretaron como una jovencita algo ligera, libertina e incluso poco decente.  

   Finalizada la partida se ofrecieron a acercarles a casa, pero ante la necesidad de mantener la compostura como requería toda señorita en esa sociedad española de los sesenta, optaron por ir cada uno por su sitio. La única que estaba dispuesta a subir en la moto con Julián era Sara, pero  para no dar la nota discordante decidió a irse con sus compañeras. Ellos quisieron quedar para esa tarde pero tras el intercambio de pareceres en el grupo decidieron citarse para ese sábado, después de clase, al no tener colegio por la tarde. Comerían en el restaurante de los padres de Juan, para una vez reposada la comida con una larga sobremesa que les permitiría conocerse un poco más, desplazarse a una sala cinematográfica y visionar el último estreno de esa semana. Se anotaron los  teléfonos para regresar, ellas en transporte público y en sus monturas ellos, a la urbanización donde se encontraban sus casas, comer y organizarse para el día siguiente cuando se iniciaran las clases. Se encontraba descansando, como tenía por costumbre cuando no tenía ninguna obligación, cuando Juan llamó a la puerta.

. El servicio advirtió que el señorito estaba en su siesta, pero Juan con el desparpajo y la confianza que tenía en esa casa entró para despertar a su amigo y sentado en el sillón de la habitación comentar sobre sus nuevas amigas. 

  El recién llegado mostró su sorpresa, incluso su envidia por el comportamiento de Sara, mientras que él lo justificaba, pues había ido en varias ocasiones con sus padres a Francia y en cierta forma era el comportamiento natural de la juventud del vecino País. En los veranos cuando pasaban la temporada en Donostia, en más de una ocasión cruzaban la frontera para ir a una discoteca principalmente en Hendaya, si bien cuando se desplazaba con sus padres solían ir a San Juan de Luz e incluso a Bayona. Y conocía bastante bien el comportamiento de la juventud francesa. Desde luego no tenía nada que ver con la represión que existía en España y más concretamente en el colegio religioso donde estudiaban. Al comentario lanzado por su amigo, a su manera de entender, fuera de cualquier lógica le replicó.

 

  Juan debes controlar tus hormonas, andas algo exaltadillo.

 

   Las bromas y comentarios prosiguieron por espacio de varios minutos, luego él se vistió para salir a la calle, coger su bolsa de deportes y trasladarse al pabellón de deportes donde entrenaban a Voleibol tres días a la semana. En concreto en el equipo de juveniles del centro educativo donde cursaban sus estudios.  Varios equipos a nivel nacional seguían los pasos de los dos jóvenes jugadores. La compenetración en el juego era increíble, sin ni siquiera mirarse sabían dónde estaba el uno o el otro, resultado de  estar jugando desde muy pequeños. Juan era un gran colocador, mientras que la envergadura y altura de Julián le proporcionaban todas las cualidades físicas para un buen rematador, unido a su impresionante salto. En los test sin carrera llegaba a los ochenta y tres centímetros. Adoraba todos los deportes, siempre que le proponían participar en alguno nunca se negaba. Aunque su predilección era la vela, principalmente en periodos de vacaciones. Luego muy cerca de esa actividad deportiva le seguía la otra, el Voleibol. Un ojeador de Canarias le propuso desplazarse a las Islas donde proseguiría becado sus estudios pero renunció. No quería separarse de su compañero, consciente que gran parte de la culpa de sus éxitos en el Voleibol se los debía a su perfecta compenetración con él. Además la vela estaba por delante del deporte de equipo. Los desafíos que le brindaba el mar no se lo proporcionaba ningún otro deporte.

   Regresaban bromeando a casa, en transporte público. No habían cogido sus motos pues llovía con intensidad al salir de casa, cuando alguien acercándose a los dos, plasmó sus labios en las mejillas primero de Juan, para repetir la operación con su compañero.

 

     ¡Sara!

 

   La joven sorprendió a la pareja e inmediatamente los muchachos se levantaron del asiento para ofrecerlo a su amiga a la que le acompañaba una señora de buena presencia, sin duda su madre. Cogidos a la barra del transporte público y cara a ellas conversaron durante el tiempo que duró el trayecto.

   Iban a bajar en la siguiente parada cuando la madre de Sara les propuso ir a cenar a casa. Con la caballerosidad que les caracterizaban agradecieron el ofrecimiento pero no les era posible. No habían pedido permiso a sus padres y al día siguiente el colegio les esperaba. Sin olvidarse de los trabajos que tenían pendientes antes de ir a la cama. La madre de Sara se sorprendió gratamente de los amigos de su hija, correctos, educados y especialmente Julián era un muchacho de muy buena presencia. Ella regresó a España tras divorciarse de su esposo. Una separación poco ejemplar y nada grata. Hubo que pelear en los tribunales para conseguir la patria potestad de su hija. Su esposo le hizo demasiado daño a su niña como para seguir cercano a él. Decidiendo regresar con sus padres y abuelos una vez finalizado todo el largo proceso judicial. Las dos eran españolas, si bien Sara había podido optar a la doble nacionalidad. Los padres de Sara fueron a tener a su bebé a Madrid donde el abuelo era un importante ginecólogo. Tras el parto y recuperación regresaron a la capital francesa donde tenían su residencia. Los problemas familiares comenzaron hacía la friolera de cinco años, cuando Sara contaba con escasamente diez. La forma de saludar de Julián, previa a bajarse del autobús, encandiló a la madre de Sara. Quien tras recibir tan elegante y halagador saludo plasmó dos sonoros besos en las mejillas del amigo de su hija.

   Era cierto que aquella joven, más francesa que española, le agradó al joven pero se percató de inmediato que no sería la mujer de su vida. Julián era un joven de valores muy arraigados en su alma a pesar de su corta edad. Era un chico casi ejemplar, ese calificativo no se lo dieron en casa porque no asumía los consejos o las indicaciones que los mayores le daban. Siempre los criticaba, exponía su punto de vista y hasta la fecha aceptaba lo que decían o pedían sus mayores. Si bien últimamente se iba revelando con ciertas imposiciones en las que no estaba por la labor. Y en más de una ocasión le acarreo más de un problema. Pero como siempre les decía a sus amigos jamás iría en contra de lo que creo o pienso aunque esté equivocado. Para apuntillar el comentario con una de sus múltiples citas, algunas de su propia cosecha. Prefiero equivocarme y luego rectificar a ir en contra de lo que creo. El ser humano aprende mucho más de los errores que de los aciertos. Porque siempre se buscan salidas. En el acierto no hay que buscar nada porque ya se ha acertado. Con respecto al amor siempre citaba una frase de su madre. 

 

   “Solo existe un amor para cada ser y no tiene principio ni fin. Nació con la creación y como la vida eterna, es eterno. De ahí la importancia de saber cuál es el nuestro”

 

   Con su padre jamás pudo hablar de los problemas clásicos de su edad, de las inquietudes de todo adolescente. Por el contrario se volcaba en su madre y no tenía el menor reparo en vaciar con ella, sus miedos, sus dudas, sus preguntas. Las confesiones de su madre le marcaron mucho en el terreno del sexo, del amor. Ella le confesaba que jamás había estado con otro hombre que no fuera su padre. Así como le aseguraba que jamás había practicado el sexo por el sexo, incluso ni con su esposo. Era tal la compenetración, que de inmediato percibían cuando al otro no le apetecía entregarse al juego del amor. Por eso también le aseguró que no podría aconsejarle en algunas cosas ya que ella jamás se le pasó por la cabeza realizarlas. Le aseguraba que el sexo no era malo ni bueno. Todo dependía de las intenciones y comportamiento de las personas que se entregaban a ello. Pero ella se sentía tan llena cuando compartía con su esposo, esa relación de sexo adornada con un amor profundo del uno por el otro, que cualquier otra experiencia le habría decepcionado totalmente.

   Esa forma de pensar caló en el joven y las hizo propias. Una tarde de vacaciones Julián le preguntó a su madre.

 

   ¿Cómo sabré que es la mujer designada para mí desde el principio de la creación?

 

   Aquella mujer sonrió a la pregunta de su pequeño, confesándole que el mismo día que se cruzó con su padre se habría ido con él a la cama. Cosa que no sucedió con los innumerables moscones que acudían a casa. Por el contrario su padre, un muchacho sin cultura y sin estudios, le derritió desde ese primer cruce de miradas.

 

¿Te fuiste con él a la cama el primer día?

 

   Una nueva sonrisa ocupó la expresión de esa madre, al tiempo que comentaba que esas cosas no se cuentan.

 

   Pero no. No me fui a la cama con él.