lunes, 12 de agosto de 2013
UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN- PRIMERA PARTE- ANKI- PREFACIO - PRÓLOGO- Y CAPÍTULO PRIMERO: EL COLEGIO
PRIMERA PARTE
ANKI
PRÓLOGO
Entre
lagrimas y mordiéndose los labios, mientras retiraba su mirada, le confesó que
ella no sentía lo mismo. No mas lejos de sentir dolor ante la declaración no
hizo el menor caso de sus palabras. Consciente que aquella mujer estaba tan
prendada de él como él de ella. Lo percibía en las ondas que transmitía uno a
otro. Lo sentía con los roces de sus manos, de su piel, de sus cuerpos al jugar
en la arena, en el agua o en la discoteca. Ahora el irse ese domingo no tenía
el menor sentido. Todo su futuro dependía de aquella criatura, el resto, sus
estudios, la vela, la olimpiada, su familia. Sonrió al pensar en sus padres,
ahora su familia era ella exclusivamente, el resto estaban muy por detrás.
“Seremos
amigos, solo quiero estar junto a ti. ¡Mírame por favor que pierdo el alma”!
CAPITULO I
El
mes de Octubre se iniciaba con los primeros fríos del otoño. En el chalet de la
Moraleja, comenzaba a notarse movimiento. Julián un joven de catorce años se
preparaba para comenzar un nuevo curso, cuarto de bachiller y su
correspondiente revalida. La persiana de su cuarto se alzó con energía mientras
regresaba junto a su cama y se desprendía de la toalla para colocarse la ropa
que se pondría en su primer día de clase. Había regresado del aseo donde
atendió las primeras necesidades fisiológicas del día y su correspondiente
higiene. Desayunó en el salón mientras se
entretenía escuchando las noticias de la mañana. Tras la ingestión de las
primeras calorías del día, regresó al aseo para la pertinente limpieza bucal,
recogerse un poco la melena, tan de moda en esa época, y regresar de nuevo a su
habitación. Con los libros en la mano se despedía de su madre que permanecía en
el comedor. Salió por la puerta del garaje, subido en su flamante motocicleta,
y en la puerta le esperaban dos amigos en sus correspondientes monturas. Con la
prudencia de los adolescentes circularon por las silenciosas, bien asfaltadas y
limpias calles de la urbanización. Frente a un nuevo chalet detuvieron sus
máquinas y no tuvieron que aguardar mucho para encontrarse con el cuarto
componente del grupo que abandonaba el hogar para acudir como sus compañeros a
clase.
En
el centro educativo permanecieron escasamente dos horas y tras las mismas,
donde recibieron la correspondiente información de ese curso, decidieron
perderse en la bolera cercana al colegio y disputar una partida, mientras
comentaban los avatares del verano. Ese año Julián lo pasó en el palacete de
San Sebastián donde nació hacía la friolera de catorce años. Últimamente,
alternaban la costa levantina, concretamente en Gandía, con el Cantábrico.
Diferentes costas, diferentes gentes, pero con un encanto especial en ambas
localidades. La mediterránea era la ciudad natal de su madre, mientras que su
progenitor nació en la bella localidad de Euskadi. Donde también llegaron al
mundo él y su hermana pequeña a la que le separaban escasos días del año de
existencia. La partida se iba
desarrollando al tiempo que comentaban la última semana de agosto donde los
cuatro se reunieron en el palacete de Donostia. Aquella mansión, próximo a la
playa de la Concha era el lugar preferido de Julián, y sus amigos pasaron una
semana increíble. No dejaron un solo día de navegar, deporte donde Julián era
una autentico lobo de mar a pesar de su corta edad. Recordaban especialmente
una jornada donde la mar cambió radicalmente y pasaron verdaderos apuros para
regresar a puerto. Bueno, en realidad lo sufrieron sus compañeros. Él estaba
seguro de lo que hacía y nunca perdió la confianza en sus dotes de marino,
manejando la embarcación con una destreza que los prácticos del puerto, que
iniciaban su búsqueda, se asombraron por el conocimiento que tenía de la mar,
pero especialmente de la costa para regresar a puerto.
Luego se perdieron en La Perla, centro deportivo y gastronómico situado en la
misma playa. Comieron como pocas veces se hace y sus amigos recordaron durante
la partida aquella suculenta comida tras el miedo pasado en la embarcación.
Conocían a su amigo pero les sorprendió la cantidad de trofeos que almacenaba
en el palacete. Julián era el autentico deportista, le daba bien a cualquier
especialidad. Destacando la vela donde cosechaba una gran cantidad de éxitos.
El Voleibol, donde jugaba con la selección de su centro educativo, era el otro
deporte donde sus condiciones físicas le permitían destacar.
La
partida estaba próxima a su fin cuando tres jovencitas hacían su entrada en la
bolera para disputar una partida. Habían tenido la misma idea que los jóvenes. Tras el rollo de las normas, horarios, programaciones,
métodos evaluativos y demás informaciones escolares optaron por perderse en la
bolera. Las tres uniformadas con la vestimenta que caracterizaba al colegio
Base. Fue Julián el que reaccionó en primer lugar y tras las clásicas paridas
entabló conversación con las recién llegadas. Las presentaciones de rigor y no
tardaron en iniciar un juego por parejas. Julián decidió quedarse solo pero no
había finalizado sus palabras para mostrar su generosidad cuando hacía su
entrada una cuarta compañera de una belleza cuanto menos llamativa. Pronto
pudieron comprobar la mentalidad abierta y desenfrenada de aquella criatura, al
menos en ese primer contacto. Lógicamente Julián hizo pareja con la recién
llegada ya que sus amigos aceptaron el inicio caballeresco de su compañero. El cruce de miradas entre los amigos fue significativo,
envidiando los tres la suerte de Julián. Pero a decir verdad se lo ganó gracias
a su generosidad.
Se
conocían desde la guardería. Juan iba al colegio con Julián antes de cumplir el
añito, los otros Rafael y Nacho se unieron a ellos un año después, con dos,
aunque tanto Julián como Juan no los habían cumplido. Eran de finales de año.
Pronto se dio cuenta la enorme diferencia entre la mentalidad de Sara, la joven
que hacia pareja con nuestro protagonista y el resto de sus compañeras. Aquella
chica, aunque nacida en España, con meses se trasladaron a París donde había
vivido hasta escasamente unos meses, en concreto julio, cuando regresaron para
volverse a instalar en España. Mientras sus amigas guardaban las composturas
como correspondía a toda señorita de esa época de los Beatles en España. Sara se abrazaba a Julián cuando ella o él lograban
una buena jugada. Sorprendiéndose en las primeras muestras de alegría, pero
conforme avanzaba la partida lo encontró normal, sin darle mayor importancia a
la espontaneidad de su pareja. Pero tanto las compañeras de Sara como los
amigos de Julián, debido a la educación que llevaban lo interpretaron como una
jovencita algo ligera, libertina e incluso poco decente.
Finalizada la partida se ofrecieron a
acercarles a casa, pero ante la necesidad de mantener la compostura como
requería toda señorita en esa sociedad española de los sesenta, optaron por ir
cada uno por su sitio. La única que estaba dispuesta a subir en la moto con
Julián era Sara, pero para no dar la
nota discordante decidió a irse con sus compañeras. Ellos quisieron quedar para esa tarde pero tras el
intercambio de pareceres en el grupo decidieron citarse para ese sábado,
después de clase, al no tener colegio por la tarde. Comerían en el restaurante
de los padres de Juan, para una vez reposada la comida con una larga sobremesa
que les permitiría conocerse un poco más, desplazarse a una sala
cinematográfica y visionar el último estreno de esa semana. Se anotaron
los teléfonos para regresar, ellas en
transporte público y en sus monturas ellos, a la urbanización donde se
encontraban sus casas, comer y organizarse para el día siguiente cuando se
iniciaran las clases. Se encontraba descansando, como tenía por costumbre
cuando no tenía ninguna obligación, cuando Juan llamó a la puerta.
. El
servicio advirtió que el señorito estaba en su siesta, pero Juan con el
desparpajo y la confianza que tenía en esa casa entró para despertar a su amigo
y sentado en el sillón de la habitación comentar sobre sus nuevas amigas.
El recién
llegado mostró su sorpresa, incluso su envidia por el comportamiento de Sara,
mientras que él lo justificaba, pues había ido en varias ocasiones con sus
padres a Francia y en cierta forma era el comportamiento natural de la juventud
del vecino País. En los veranos cuando pasaban la temporada en Donostia, en más
de una ocasión cruzaban la frontera para ir a una discoteca principalmente en
Hendaya, si bien cuando se desplazaba con sus padres solían ir a San Juan de
Luz e incluso a Bayona. Y conocía bastante bien el comportamiento de la
juventud francesa. Desde luego no tenía nada que ver
con la represión que existía en España y más concretamente en el colegio
religioso donde estudiaban. Al comentario lanzado por su amigo, a su manera de
entender, fuera de cualquier lógica le replicó.
Juan debes controlar tus hormonas, andas algo
exaltadillo.
Las
bromas y comentarios prosiguieron por espacio de varios minutos, luego él se
vistió para salir a la calle, coger su bolsa de deportes y trasladarse al
pabellón de deportes donde entrenaban a Voleibol tres días a la semana. En
concreto en el equipo de juveniles del centro educativo donde cursaban sus estudios. Varios equipos a nivel nacional seguían los
pasos de los dos jóvenes jugadores. La
compenetración en el juego era increíble, sin ni siquiera mirarse sabían dónde
estaba el uno o el otro, resultado de
estar jugando desde muy pequeños. Juan era un gran colocador, mientras
que la envergadura y altura de Julián le proporcionaban todas las cualidades
físicas para un buen rematador, unido a su impresionante salto. En los test sin
carrera llegaba a los ochenta y tres centímetros. Adoraba todos los deportes,
siempre que le proponían participar en alguno nunca se negaba. Aunque su
predilección era la vela, principalmente en periodos de vacaciones. Luego muy
cerca de esa actividad deportiva le seguía la otra, el Voleibol. Un ojeador de
Canarias le propuso desplazarse a las Islas donde proseguiría becado sus
estudios pero renunció. No quería separarse de su compañero, consciente que
gran parte de la culpa de sus éxitos en el Voleibol se los debía a su perfecta
compenetración con él. Además la vela estaba por delante
del deporte de equipo. Los desafíos que le brindaba el mar no se lo
proporcionaba ningún otro deporte.
Regresaban bromeando a casa, en transporte público. No habían cogido sus
motos pues llovía con intensidad al salir de casa, cuando alguien acercándose a
los dos, plasmó sus labios en las mejillas primero de Juan, para repetir la
operación con su compañero.
¡Sara!
La
joven sorprendió a la pareja e inmediatamente los muchachos se levantaron del
asiento para ofrecerlo a su amiga a la que le acompañaba una señora de buena
presencia, sin duda su madre. Cogidos a la barra del transporte público y cara
a ellas conversaron durante el tiempo que duró el trayecto.
Iban a bajar
en la siguiente parada cuando la madre de Sara les propuso ir a cenar a casa.
Con la caballerosidad que les caracterizaban agradecieron el ofrecimiento pero
no les era posible. No habían pedido permiso a sus padres y al día siguiente el
colegio les esperaba. Sin olvidarse de los trabajos que tenían pendientes antes
de ir a la cama. La madre de Sara se sorprendió gratamente de los amigos de su
hija, correctos, educados y especialmente Julián era un muchacho de muy buena
presencia. Ella regresó a España tras divorciarse de su esposo. Una separación
poco ejemplar y nada grata. Hubo que pelear en los tribunales para conseguir la
patria potestad de su hija. Su esposo le hizo demasiado daño a su niña como
para seguir cercano a él. Decidiendo regresar con sus padres y abuelos una vez
finalizado todo el largo proceso judicial. Las dos eran
españolas, si bien Sara había podido optar a la doble nacionalidad. Los padres
de Sara fueron a tener a su bebé a Madrid donde el abuelo era un importante
ginecólogo. Tras el parto y recuperación regresaron a la capital francesa donde
tenían su residencia. Los problemas familiares comenzaron hacía la friolera de
cinco años, cuando Sara contaba con escasamente diez. La forma de saludar de
Julián, previa a bajarse del autobús, encandiló a la madre de Sara. Quien tras
recibir tan elegante y halagador saludo plasmó dos sonoros besos en las
mejillas del amigo de su hija.
Era
cierto que aquella joven, más francesa que española, le agradó al joven pero se
percató de inmediato que no sería la mujer de su vida. Julián era un joven de
valores muy arraigados en su alma a pesar de su corta edad. Era un chico casi ejemplar, ese calificativo no se lo
dieron en casa porque no asumía los consejos o las indicaciones que los mayores
le daban. Siempre los criticaba, exponía su punto de vista y hasta la fecha
aceptaba lo que decían o pedían sus mayores. Si bien últimamente se iba
revelando con ciertas imposiciones en las que no estaba por la labor. Y en más
de una ocasión le acarreo más de un problema. Pero como siempre les decía a sus
amigos jamás iría en contra de lo que creo o pienso aunque esté equivocado.
Para apuntillar el comentario con una de sus múltiples citas, algunas de su
propia cosecha. Prefiero equivocarme y luego rectificar a ir en contra de lo
que creo. El ser humano aprende mucho más de los errores que de los aciertos. Porque
siempre se buscan salidas. En el acierto no hay que buscar nada porque ya se ha
acertado. Con respecto al amor siempre citaba una frase de su madre.
“Solo existe un amor para cada ser y no
tiene principio ni fin. Nació con la creación y como la vida eterna, es eterno.
De ahí la importancia de saber cuál es el nuestro”
Con
su padre jamás pudo hablar de los problemas clásicos de su edad, de las
inquietudes de todo adolescente. Por el contrario se volcaba en su madre y no
tenía el menor reparo en vaciar con ella, sus miedos, sus dudas, sus preguntas.
Las confesiones de su madre le marcaron mucho en el terreno del sexo, del amor.
Ella le confesaba que jamás había estado con otro hombre que no fuera su padre.
Así como le aseguraba que jamás había practicado el sexo por el sexo, incluso
ni con su esposo. Era tal la compenetración, que de inmediato percibían cuando
al otro no le apetecía entregarse al juego del amor. Por eso también le aseguró
que no podría aconsejarle en algunas cosas ya que ella jamás se le pasó por la
cabeza realizarlas. Le aseguraba que el
sexo no era malo ni bueno. Todo dependía de las intenciones y comportamiento de
las personas que se entregaban a ello. Pero ella se sentía tan llena cuando
compartía con su esposo, esa relación de sexo adornada con un amor profundo del
uno por el otro, que cualquier otra experiencia le habría decepcionado
totalmente.
Esa forma de
pensar caló en el joven y las hizo propias. Una tarde de vacaciones Julián le
preguntó a su madre.
¿Cómo sabré que es la mujer designada para
mí desde el principio de la creación?
Aquella mujer sonrió a la pregunta de su pequeño, confesándole que el
mismo día que se cruzó con su padre se habría ido con él a la cama. Cosa que no
sucedió con los innumerables moscones que acudían a casa. Por el contrario su
padre, un muchacho sin cultura y sin estudios, le derritió desde ese primer
cruce de miradas.
¿Te
fuiste con él a la cama el primer día?
Una
nueva sonrisa ocupó la expresión de esa madre, al tiempo que comentaba que esas
cosas no se cuentan.
Pero no. No me fui a la cama con él.
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