lunes, 17 de septiembre de 2012

EL PRIMER AMOR-TERCERA PARTE-CAPITULO IX-LA LIBERTAD


  - CAPITULO IX -

                                     - LA LIBERTAD -

   La tarde caía lentamente mientras la silla de ruedas permanecía inmóvil en el porche de la cabaña. Contemplaba el relajante espectáculo del atardecer. Regalo de esas latitudes al espectador. La pureza del aire, el silencio roto por el canto de alguna avecilla, la brisa cálida y especialmente el sentirse fuera de aquellas cuatro paredes de la clínica devolvieron a José la felicidad y las ganas de vivir. A muy pocos kilómetros de allí reposaban los restos mortales de las dos mujeres de su vida. Su mente fue invadida por infinidad de recuerdos. Sus ojos se humedecieron en repetidas ocasiones y siempre, con ternura y cariño, Neus estaba presta a enjugar con su pañuelo aquellas amargas gotas, de recuerdos, de vida, de felicidad.
   “Que cambio tan espectacular se ha producido en este anciano” Pensaba mientras contemplaba a José o enjugaba sus lagrimas. “Se le ve rebosante de felicidad, inundado por la libertad plasmada en el paisaje”. Los pensamientos de la compasiva enfermera fueron interrumpidos por el sonido de un motor aproximándose. Estuvo en un trís de coger la silla y entrarla en la cabaña, pero no se atrevió a interrumpir esos momentos de felicidad del anciano y decidió arriesgarse. El vehículo de Caterine, con ella al volante, le tranquilizó y salió a su encuentro. Se saludaron y conversaron en torno al viaje. Se aproximó a José con ternura y tras depositar levemente sus labios en los de él. Comentó.
   - ¿Te apetece bañarte? Mi bien.
   Con las mismas muestras de afecto José dirigió su mirada. “Dios, como se parece a su madre” pensaba mientras acariciaba su rostro con la mirada y rompía el silencio de sus labios.
   - Es un placer al que no pienso renunciar mientras estés dispuesta a ello. El sentir la dulzura de tus manos acariciando mi cuerpo es un paraíso al que deseo aferrarme con todas mis fuerzas.
   Intentó retener sus ojos pero, el sentimiento le pudo más que su dominio, dejó escapar esas lágrimas que trataban de retener. Se abrazó a Caterine cargado de sentimientos, de agradecimiento, de amor. La reacción de su único y gran amor le desarmó por completo. Se fundió llena de pasión al hombre de sus sueños, embriagada por el placer de sentir aquellos fuertes y cansados brazos abarcando su cintura. Se sentó sobre sus piernas y se abandonó al placer de las  sensaciones y al calor de su cuerpo.
    Desnudos y abrazados descansaban envueltos por el agua de la bañera. Ella con sus brazos lo abarcaba por detrás y abandonados al ambiente de ternura, sensualidad y placer permanecieron en el baño por espacio de más de una hora.
    Neus preparó la mesa en el porche de la cabaña.  Solo la luz de dos velas proporcionaba la luminosidad necesaria para una velada romántica. No se puso servicio. Deseaba dejarlos disfrutar de la cena en intimidad. Pero Caterine no lo consintió, entró en la cocina y colocó un nuevo cubierto.
   En torno a la mesa daban cuenta de los alimentos preparados. Abajo, la oscuridad era casi absoluta. El lago se dibujaba gracias a las luces de las urbanizaciones levantadas en torno a él. Durante la cena José mostró su interés por ir al cementerio por la mañana y rezar unas oraciones ante las tumbas de Silvia y Linda. Caterine prometió acompañarlo. A ella también le apetecía ir, limpiarlas, adornarlas y adecentarlas un poco.
   Mientras trajinaba en la cocina poniendo en orden lo utilizado en la cena, José paseaba con su silla de ruedas por el porche. Neus le rogó hacerlo pero Caterine se negó en rotundo. Le invitó a  irse a la cama y descansar. Había trabajando todo el día en la casa.
   Al regresar, José, al lugar de la cena, frente a la puerta del salón, se encontró con el agradable espectáculo de Neus quitándose la ropa para ponerse el camisón. Era una mujer encantadora, poseía un cuerpo maravilloso y ahora lo ofrecía en todo su esplendor. Al darse cuenta de su presencia, su reacción inmediata fue cubrir su cuerpo. Recapacitó y prosiguió con normalidad. Al finalizar, aunque el camisón lo llevaba puesto, la transparencia de sus telas nunca aseguraría que aquel delicado cuerpo estuviese protegido de las vistas de extraños. Se aproximó a José y dando las buenas noches poso sus labios en la frente del anciano. Al agacharse para besarlo mostró todo el encanto de sus firmes y sensuales senos. José respondió al saludo y no pudo evitar lanzarle un cumplido. Se sonrojó y con la sonrisa en los labios se metió en la cama.
   Recogida la cocina Caterine se sentó junto a él y permanecieron unos minutos contemplando el magnífico paisaje ofrecido desde el porche.
   El sueño comenzaba a adueñarse de su cuerpo. Comunicó a su compañera el deseo de meterse en la cama. Entraron en la habitación y a los pocos minutos ambos se encontraban en el más profundo de los sueños mientras sus cuerpos descansaban abrazados.
   La lluvia se presentó esa mañana. Pero no impidió acercarse al cementerio y rezar unas oraciones ante las tumbas de su primer amor y de su mujer. Neus, decidió quedarse en la cabaña y ponerla en orden para poder vivir un nuevo día. El coche se deslizaba lentamente entre el torrencial de agua bañando el valle. Durante el tiempo del desplazamiento el silencio fue el dueño de aquel espacio móvil. Andaban pensativos. Sus rostros reflejaban la tristeza de los amargos recuerdos por el accidente.
   Antes de llegar al cementerio, Caterine se detuvo en una floristería. Adquirió varios ramos de flores y reanudó la marcha. Ante la puerta principal del cementerio municipal de la localidad detuvo el vehículo. Ayudó a José a bajar del coche y arrastrándole en su silla de ruedas se detuvieron frente a la tumba. Las lágrimas hicieron su aparición. Rezaron unas oraciones y mientras Caterine limpiaba las lapidas y las adornaba con las flores adquiridas, José se limitó a contemplar a su encantadora amiga. “Cuanto había llovido desde aquella primera noche cuando se encontraron en el hospital”. Pero sus recuerdos viajaron mucho más atrás, a su mente llegaron imágenes de su adolescencia cuando Brisite y Linda, tía y madre respectivas de Caterine, eran dos jovencitas realizando su footing diario.
   Sus recuerdos fueron sorprendidos por la caricia tierna y dulce de Caterine invitándole a abandonar el lugar.
   - Me gustaría pasear.
Comenzó rogando. Para proseguir.
 - Necesito sentir el agua, el viento, el oxígeno, el aire de esta maravillosa ciudad. No te puedes imaginar cuanto he añorado su falta estos últimos meses siempre encerrado en aquel agobiante hospital.
   Caterine asintió encantada, los deseos de José eran ordenes para ella, lo único que deseaba verdaderamente era poderlo hacer feliz. Con su marido Ignacio había roto definitivamente y su trabajo lo había abandonado por completo. Ahora tenía algo mucho más importante que la moda, los modelos, las presentaciones, o la competencia. El amor de su vida necesitaba su ayuda y su mayor deseo era, desde hacía muchos años, estar a su lado día y noche.
  Pasearon bajo la lluvia por espacio de dos horas. Llegaron a empaparse, a pesar de las magnificas prendas contra la lluvia que llevaban. Por eso, cuando le escuchó estornudar en dos ocasiones, decidió regresar al coche y volver a casa.
   En la cabaña se quitaron las ropas mojadas y se metieron juntos en el baño para relajarse con un caliente baño con masaje incluido.     
   Se  encontraban  en  la cocina preparando el almuerzo de ese día.
Cuando Neus sintió curiosidad por el amor que le profesaba al anciano.
   - ¿No eres familia de él? ¿Verdad? 
   Caterine comenzó a relatarle que su hermana estaba cansada con un hijo suyo. Y aunque ella se había casado, del único hombre que se había enamorado en su vida era de él.
   - Pero si  te soy sincera, aunque no ocupara mi corazón, estaría el resto de mi vida en deuda con él.
   Prosiguió contándole como se conocieron, como se volcó totalmente con su madre, y con ella cuando lo estaban pasando verdaderamente mal. Le contó lo maravillosa que había sido su esposa y la poca sensibilidad de sus hijos, a raíz de la muerte de su madre y de Silvia.
   La sobremesa finalizó. Caterine se puso a trabajar con unos nuevos diseños. José leía unas revistas médicas, y la joven enfermera ojeaba unos artículos sobre el parkinson.
   Llevaban unos minutos ocupados cada uno en sus menesteres cuando Neus se levantó precipitadamente de la silla y fue a buscar a Caterine mientras pronunciaba su nombre.
   - ¿Qué ocurre?
   Preguntó sobresaltada al ver lo alterada que estaba.
   - Mira lee este artículo.     
   Caterine leyó con detenimiento el artículo mostrado por Neus. Era referente a la enfermedad padecida por José y de los grandes progresos conseguidos en algunos casos. Las investigaciones eran de una universidad estadounidense y en el quince por ciento de los casos lograron erradicar totalmente la enfermedad.
   No sé lo pensó dos segundos, cogió el teléfono y tras las oportunas averiguaciones se puso en contacto con el jefe del departamento de dicha universidad.
   La conversación duró más de una hora y cuando colgó el teléfono, dirigiéndose a Neus dijo:
   - Prepárate, volamos a Estados Unidos en el primer vuelo.