jueves, 30 de octubre de 2014
UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN- SEGUNDA PARTE- ANDREA- CAPÍTULO 36-ANDREA SE VUELCA
Al
bajar Andrea de la avioneta fue directa a Julián, pasando de su padre, de su
abuelo, de su abuela, de “su madre” y de sus “hermanos”. Fue contactar con él y
el corazón darle un vuelco, se separó y de inmediato preguntó
¿Qué te sucede?
Todos
los presentes se quedaron de piedra, en primer lugar por su comportamiento,
pero especialmente por la pregunta. El abuelo sabía que percibía que la vida de
Julián se estaba apagando. Pero era aún muy joven. Sin embargo su nieta lo
había percibido al igual que él. No supo reaccionar y una sonrisa impropia de
aquel personaje se mostró en su rostro. Trató de salir del paso como
acostumbraba en esos casos, Con otra pregunta.
¿Pero a quien esperábamos?
Al
percibir el ambiente, pero especialmente la reacción de su maestro. Lo estaba
pasando mal. Por primera vez en su vida le había visto fuera de juego. Con
lágrimas en los ojos y un sofoco incontrolable se abrazó con fuerza a él.
Intuyó de inmediato que aquella vida se estaba apagando y un dolor solo sufrible
le embargó. Deseaba con todas sus fuerzas controlar su llanto. Le notaba cada
momento más tenso, más descontrolado, más fuera de sí. Sin duda era por su
reacción pero le resultaba imposible controlarse. Lo apretaba fuertemente
contra sus brazos y lo besaba con un descontrol desmedido. Los presentes
seguían atónitos ante la reacción de la joven, pero sobre todo por la actitud y
pasividad de Julián. Aquel personaje no era el mismo y eso lo percibió hasta el
pequeño de tres años. Haciendo un esfuerzo sobrehumano le plasmó un sonoro beso
en su mejilla y se fue entre lágrimas a abrazarse a sus familiares. Greet
descolocado, sorprendido, al igual que el resto reaccionó tendiendo la mano a
su “tío”. Este se abrazó al joven y girando sobre sus pasos se metió en el todo
terreno que tenía aparcado en la entrada del aeródromo. Andrea subió en el
carro de Julián y se las ingenió para que nadie más accediera al vehículo. Ante
la sorpresa de él que le llegó a decir:
¿No irían muy apretados en
los otros coches?
Pero
ante el silencio de la joven puso el carro en marcha con destino a la finca del
abuelo.
El
silencio se podía cortar en aquel habitáculo en desplazamiento. Él con la
mirada y los sentidos en la carretera. Ella con la vista en el asfalto que se
comía metro a metro las ruedas del coche. Y con la mente en el otro tratando de
captar todas las ondas cerebrales que se escapaban al espacio con la intención
de captar algo, que le tranquilizara, que le devolviera la confianza en sí
mismos, que despejara todas las incógnitas que se planteaban. Estaban cerca de
la cabaña de Julián cuando ella le pidió ir a su rincón. El silencio se adueñó
de nuevo entre el espacio de los asientos delanteros. No se desvió por el
camino para acceder a casa y ella se limitó simplemente a mirar a su compañero,
pero sin despegar sus labios. Entraban por el camino de la finca del abuelo
cuando dejó caer:
Luego de comer. Ahora nos
esperan a todos.
No
volvieron a cruzar palabra, un par de veces sus ojos y millones de
interrogantes se podían percibir en esas miradas algo apagadas, apenadas,
tristes a pesar de estar juntos, pero sobre todo preocupadas.
Una
comida que se prometía como todas las de la familia llena de alegría, de
bromas, chistes, ironías, pero sobre todo de una felicidad indescriptible, se
convirtió en una velada tensa, silenciosa, temerosa. Si se llegaba a escuchar
algo eran monosílabos y las respuestas, de la misma índole. Andaban esperando
los postres cuando Andrea invitó a Greet a salir un momento al jardín, fueron
escasamente treinta segundos. Una vez fuera le pidió que después de comer fuera
a la cabaña y se instalara, si lo deseaba podía pasar el tiempo en el
laboratorio. Precisaba salir de dudas y para ello necesitaba perderse con
Julián a solas y despejar todas sus inquietudes. No le puso inconveniente
alguno. Adoraba aquella criatura como a su propia alma y haría lo que fuera.
Antes de regresar a la comida le comentó una frase que le solía decir con
frecuencia y que pertenecía a una canción de Pablo Milanés aprendiéndola en un
perfecto castellano.
“Te prefiero compartida antes que vaciar mi
vida”
Se
giró hacia él sonriendo, se aproximó y le besó con todo su amor. Nada más
finalizar aquel beso le lanzó con esa mirada tierna, dulce y picarona que
poseía, un te quiero desde lo más profundo de su corazón. Era consciente que
Greet adoraba a Julián, le había contado toda la historia y cuáles eran sus
sentimientos hacía aquel maestro, así como la actitud de aquel hombre de
principios inquebrantables. Entraron en la casa y volvieron juntos a la mesa.
Miró a su abuelo y esbozó una sonrisa llena de vitalidad de un amor profundo
hacia toda su familia pero muy especialmente hacia ese anciano Bribri. Desde
ese mismo momento la tensión en la comida desapareció, la conversación nació
por arte de magia, así como las bromas, los comentarios, los chistes, la
ilusión y especialmente el amor que se respiraba en aquella mesa. Julián
recobró su estatus, su lugar, su forma de ser y todos se emocionaron al
comprobar que la normalidad regresaba.
Precisaba
estar a solas, le hubiera gustado pedirle a Andrea que le acompañara para
charlar como le prometió en el aeródromo, pero pensó que no era una buena idea.
Lo mejor era centrarse un poco y luego si se terciaba a la noche hablar. Pero
cuando se había despedido de todos, de Andrea la primera, al entrar en su coche
para ir a su refugio se sorprendió al verle en el asiento del copiloto. Sonrió.
No pronunció ni una sola palabra y puso el carro en marcha. De nuevo el
nerviosismo regresó aunque algo diferente. Se encontraban felices, seguros de
sí mismo y dispuestos a confesarse sin ningún reparo o traba. El miedo, si lo
tenían dentro. No quería hacerle demasiado daño y ella intuía que su maestro,
su amor reservado por el Señor desde la nada hasta la eternidad le iba a dejar
pronto. Sin embargo ahora sus rostros mostraban toda la felicidad que les
proporcionaba la compañía que disponían. Pasaron en primer lugar por la cabaña
y ella dejó su equipaje, luego subieron de nuevo al coche y terminaron en el rincón
de Julián. Nada más descender del vehículo se aproximó a él y le dio la mano
invitándole a perderse por la playa, como tantas veces cuando deseaban
platicar, o intercambiar algún secreto. Fue salir de la selva a la gran cala,
comenzaba el atardecer, cuando sus rostros mostraban toda la plenitud de la
felicidad. Sonrieron al cruzar sus miradas y de la mano caminando lentamente,
mientras se descalzaban, dejando el calzado junto al tronco, donde tantas veces
solía dejar su toalla, perfectamente ordenada, su polo plegado y sus chanclas
perfectamente paralelas. Descalzos sintiendo la humedad de la arena y el
frescor de unas olas dulces, serenas, espumosas y sumisas morían a sus pies
mostrando su respeto a los moradores de aquella cala. Anduvieron de un extremo
al otro, en silencio, alegres, pensativos, cariñosos, comprensivos, aguardando
que su pareja se decidiera a hablar. Pero a ninguno de los dos le apetecía
romper aquella armonía, aquella escena que protagonizaban y que el “Artista
Supremo” dibujaba cada instante un nuevo lienzo, muy parecido el uno al otro,
casi exacto al de la milésima de segundo anterior. A los que le acompañaba la
incomparable orquesta, cargada de magia, de armonía, de compases, de silencios
que el mismo artista sin dejar de dibujar los lienzos dirigía a la orquesta
protagonizada por las olas, los árboles, los animales, con tal arte que el
sonido penetraba en los oídos de nuestra pareja para aumentar su dicha.
Llevarían
cerca de los setenta minutos en absoluto silencio, con esa cadencia de paso tan
caribeña, tan acompasada con las olas. La noche se había apoderado de las
formas y de los colores cuando sin previo aviso él comenzó a despojarse de sus
ropas y sin tener en cuenta su rutina de orden las iba dejando caer sobre la
arena, permitiendo que la brisa las depositara a su capricho. Andrea, inmóvil,
sorprendida, sin capacidad de reacción, le observaba incrédula, inmóvil. Cuando
la última prenda, el slip, se dejó llevar por la brisa, inició una carrera con
la misma pauta que comenzó a quitarse las ropas. Entrando a la carrera en la
mar para colocarse en horizontal, cuando sus piernas no le permitieron
proseguir corriendo. Entonces comenzó a nadar. Por fin reaccionó y a una
velocidad desorbitada le imitó. Fue a su encuentro con el traje de gala de
Paraíso Terrenal. Al llegar a su altura comenzaron a reír. No fue necesaria ni
una sola palabra. Daba una brazada con su mano izquierda, cuando él frente a
ella la daba con la derecha. A cada ciclo sus caras se miraban y en la
expresión de sus rostros mostraban todo lo que les hubiera gustado decirse. En
un momento, detenidas sus brazadas, flotando en horizontal sus miradas se
quedaron fijas. Le tendió su mano invitando a su pareja a relajarse en esa
posición. Unidos por sus manos y a la par daban una brazada con la mano libre
para deslizarse durante unos metros en completo reposo. Aprovechando la inercia
de sus brazadas. La noche oscura e increíblemente estrellada contemplando la
belleza del firmamento mientras sus manos permanecieron entrelazadas. Andrea
sonreía, recreando su espíritu con el espectáculo de aquella velada, incrédula
ante la caja de sorpresa que tenía a su lado. No tardó en complacer su deseo.
El que escribió el día de su graduación. Aquel hombre siempre atento, siempre a
su disposición. Como le conocía, ni su propio padre tenía un conocimiento tan
profundo. Pero dentro de aquella serenidad, de aquellos recuerdos, de aquellos
pensamientos también llegaron a su mente el principal motivo por el que se
encontraban los dos solos en la cala. Apartó de inmediato esos pensamientos, no
era momento de desperdiciar esos instantes deseados. Aquel sueño que le confesó
y que ahora se cumplía para romper con su encanto. Porque dejaba de ser un
sueño. Ahora tendría que buscar otro, para poder seguir esperando algo. Las
sensaciones transmitidas a través de la mano de su maestro inundaban hasta el
último rincón de su ser. Al sentir que sus manos se separaban reanudaron el
nado. Esta vez hacía la orilla y las brazadas rítmicas les permitían volver a cruzar
sus miradas, sus sonrisas. La última cargada de sensualidad, de un cariño sin
límites le hizo recuperar la posición vertical, de inmediato le acompañó. Ahora
sus dos manos se unían. Sus cuerpos alejados por la longitud de los brazos se
fue reduciendo hasta que sin llegar a rozarse, aunque difícilmente entre amos
pasaría un periódico, dejó descansar sus labios por un segundo en los suyos, se
soltó de una de las manos invitando a su compañero a seguirle hasta la playa. Allí
se pusieron la ropa interior y el pantalón para regresar a la cabaña. Ella
entró en la habitación de Greet, una de las que reservaba para la familia
holandesa, él se perdió en la ducha con hidromasaje para despojarse de la sal y
arena que embadurnaban su cuerpo.
Se
encontraba sentado en su mesa del despacho cuando, tras el permiso
correspondiente, entró. Lo primero que vio fue su carta colgada en la pared, se
giró, sonrió y dando una carrera de cuatro pasos llegó hasta él para abrazarlo
con todo su amor.
Sentados
en el sofá del despacho rompió por primera vez el silencio.
Tengo Parkinson y está muy
avanzado, aunque los signos externos no dan muestras de ello.
Su
rostro se relajó mostrando tal ternura que Julián no pudo evitar las lágrimas.
Ese gesto, le transmitía todo su cariño, le decía que no debía preocuparse iba
a estar a su lado, aunque le costara el doctorado y el MIR. Se abrazaron y poco
a poco la conversación fue desatándose. Primero tímidamente pero luego fueron
expresando todos sus sentimientos, todas sus intenciones, todas sus
inquietudes. Él tratando de tranquilizarle. Se podía valer por sí mismo y
cuando llegara el momento que no fuera capaz se encargaría de contratar al
personal más apropiado para atenderle el resto de vida que le quedara. Fue
escuchar esas últimas palabras y cambiar el semblante de aquella criatura. Pero
como era capaz de decir que alguien ajeno a la familia le cuidaría. Se iba a
preocupar junto con Greet de cuidarlo y mimarlo. Iba a dejarlo todo y disfrutar
de los días que el Señor les permitiera disfrutar de su compañía. Discutieron largamente sobre el tema pero
Andrea tenía muy claro que en ningún momento abandonaría a su maestro.
Lloraron
hasta que el sol comenzaba a despuntar asomando su corona en el horizonte,
trazado por la línea del firmamento y el Caribe. Esos sentimientos mezclados
con la magia del lugar inundaron sus cuerpos y sus almas. Cargados de amor, de
comprensión, de cariño, de deseos de entregarse a su maestro mientras le
quedara un soplo de vida. Además le confesaba que medio Puerto se volcaría con
él si se enteraran. Pero tenía muy claro que nadie se ocuparía mientras ella
estuviera. Fueron juntos al Caribe y de nuevo con el traje de gala de Adán y
Eva sumergieron sus cuerpos en un mar sereno, acompañando a sus almas que
rebosaban felicidad. Nadaron por espacio de veinte minutos de la misma forma
que lo hicieron la tarde noche anterior y sin soltarse de la mano descansaron
con sus cuerpos en posición supina.
Julián
se quedó en la hamaca de la bóveda dormido mientras Andrea abandonaba el rincón
de su maestro para reunirse con Greet. Tampoco se había acostado, se metió en
el laboratorio y estuvo toda la noche inmerso en sus investigaciones. Al ver a
Andrea dejó cuanto tenía y se abrazó, que con un llanto sin pausa lloraba de
emoción, de alegría, de un amor profundo hacía esos dos hombres con los que le
compensó el Señor en su corta pero ajetreada vida. Greet estuvo comprensivo,
cariñoso hasta límites ridículos pero sin pronunciar palabra. Ésta la cedió,
entre pausa y pausa de su llanto. Sabía muy bien que tendría todo el apoyo
incondicional de aquel holandés que había entrado en su vida y esa seguridad le
llenaba su ser de felicidad.
Iba a devolver su billete de regreso a
España, pues lo tenía para la semana siguiente justo un día antes de la partida
de Greet hacía Holanda. El curso se iniciaba y debía preparar todo para
afrontar las prácticas de medicina. Ella iniciaba el MIR pero había decidido
renunciar y prepararse desde Costa Rica el doctorado. Pero cuando regresó a la
cabaña con su pareja, Julián conociendo bien a la joven había decidido
desplazarse con a Donostia, e instalarse en el palacete. De esa forma no
tendría que dejar los estudios y especialmente al principio no tendría
problemas para valerse por sí mismo y podría ir avanzando. Si la cosa se
complicaba a lo largo del curso podían contratar algún sanitario de su
confianza del mismo hospital para que le atendiera las horas que no pudiera
estar en casa por las clases y prácticas. Sabía que de haber tomado otra
determinación se habría quedado en Costa Rica sin posibilidad de avanzar en su
carrera. Los tres se abrazaron, lloraron, rieron, compartieron todo el cariño
que se tenían mutuamente y subieron en el coche para irse a comer a
Cahuita.
Tumbado
en su hamaca preferida de la primera planta de la cabaña de Andrea reposaba la
comida, mientras la pareja se había metido en su laboratorio. Olvidaron todo
cuanto tenían entre manos. Cada uno en su ordenador buscaba información sobre
el Parkinson cuando uno encontraba algo se lo decía al otro y lo analizaban
juntos para saber si guardaban la información o no. Ya había entrado la noche
cuando Julián les advirtió que se iba a recoger en su cabaña, estaba cansado y
había comido en exceso, se tomaría alguna infusión y se acostaría de inmediato.
Andrea detuvo cuanto tenía entre manos y dejando a Greet que prosiguiera con la
búsqueda de información se fue en compañía de su maestro para acompañarlo hasta
su casa. Fueron como no por el linde de la playa e insistía en quedarse en la
habitación de Greet por si precisaba algo. No le hacía gracia que se quedara
solo en la cabaña y mucho menos ahora que no andaba muy bien, pero Julián se
negó en rotundo. Se encontraba bien y hasta la fecha se había valido
perfectamente. Entraban en la cabaña cuando le propuso desplazarse a la mañana
siguiente a Golfito. Aceptó encantada, deseaba encontrarse con el Usekör,
coincidencia pretendía lo mismo. Deseaba hablar con el sabio Bribri y tratar de
indagar sobre su conocimiento de las enfermedades sobre el sistema nervioso y
los remedios que tenían para solucionarlo. Así pues quedaron en levantarse
temprano, él se encargaría de alquilar la avioneta que les transportara hasta
la localidad y de ahí tener contratado el carro para desplazarse por esas
carreteras. Andrea partió con la idea fija de sacar a Greet del laboratorio y
volver a la cabaña de Julián en la habitación que disponía su pareja. No
dejarían a su maestro solo.
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