domingo, 26 de mayo de 2013

TRES AÑOS EN EL LABERINTO. CAPITULO XV- UN SUEÑO


                                                             - UN SUEÑO -

   A primera hora del lunes tenía su regreso a Valencia. Esa tarde del domingo Marie le rogó que se quedara unos días más. Su hijo había estado muy extraño últimamente y desde su llegada era otro. Su estancia había sido maravillosa en esa mansión, donde todos se desvivían por atenderla y procurando que su estancia fuera lo más agradable posible. Le apetecía quedarse, no lo iba a negar, pero sus hijos y en especial el pequeño le hicieron dudar. Desde la desaparición de su padre estaba muy sensible y falto de cariño. A pesar de desvivirse por él. De aceptar la invitación el pequeño se quedaría una semana sin su apoyo y compañía. No le parecía lo más correcto. Le expuso su deseo de permanecer unos días, pero también su obligación moral con sus hijos. Le convenció cuando le hizo una promesa.
   - ¿Si consigo que el próximo fin de semana, vengan a casa alguna de mis cuñadas con sus hijos? Regresare encantada a disfrutar de vuestra compañía.
   A Marie le hubiera gustado que se quedara, pero comprendía que la razón estaba de su lado y se alegró al comprobar que no estaba equivocada con esa mujer. Conforme más le trataba, era más consciente de su bondad, su dulzura, su cariño, su entrega a los suyos y a su trabajo. Estaba convencida que se había enamorado por segunda vez de su marido sin saberlo y eso le llenaba de satisfacción. El encuentro entre los dos, cuando se produjera, sería mucho más fácil.
   Marie, aunque no solía madrugar, ese lunes se levantó con la pareja y los acompañó hasta el aeropuerto. Cuando unieron sus labios para despedirse una grata sensación envolvió a la anciana. Se abrazó a ella y dándole dos fuertes besos en la mejilla se despidió hasta el viernes siguiente en casa, donde le tendría preparada una gran fiesta.
   Cuando el avión aterrizó en Manises, al salir por la puerta de llegadas internacionales se encontró con su pequeño. Como si no viera a su madre en varios meses se lanzó a su regazo, le abrazaba y besaba con tanta ternura que llegó a emocionar a su madre, al tiempo que le susurraba.
   - Mama, cuanto te quiero.
   Amparo se alegró de haber tomado la decisión de regresar, su hijo se lo estaba confirmando. Eran las ocho y media de esa mañana y él iniciaba las clases a las nueve. Su hija mayor había ido a recogerle en el coche y su hermano le había suplicado que le dejara acompañarle para abrazar a mama. Sé lo pidió con tanta añoranza y cariño que no pudo resistir complacerlo. Pero ahora tendrían que darse prisa para regresar y llegar a hora a clase.
   Cuando dejaron al pequeño en el colegio y mientras Ana acompañaba a su madre al despacho en la Ciudad del Deporte para controlar como había ido todo durante el fin de semana. Ana le preguntó.
   - ¿Cómo va tu amigo francés?
   Amparo adivinó un tono extraño en su voz, respondiEndo con otra pregunta.
   -¿Té duele que lo vea?
   El silencio se apoderó de aquel espacio móvil Amparo permanecía mirando a su hija y tratando de adivinar por sus gestos, por su tono de voz, o por su actitud cual era en realidad su respuesta. Por fin Ana se decidió a romper el silencio.
   - ¿Te has olvidado de papá?
   Dos lágrimas se dejaban deslizar con lentitud por las mejillas de su hija, su reacción le afectó y también sus ojos comenzaron a humedecerse. Dejó transcurrir unos minutos. Deseaba contestar con naturalidad pero sobre todo con especial sinceridad. No deseaba molestarle o herir sus sentimientos, era consciente que cuando estaba así de sensible cualquier cosa le afectaba demasiado. Unos segundos de duda hasta que encontró las palabras adecuadas arrancó, no sin temor, pero decidida a responder con sinceridad.    
   - No. Cariño mío. Ni mucho menos, precisamente su recuerdo es el que de una manera u otra ha provocado que sienta algo por José. Su comportamiento es tan parecido al de tu padre.
   Iba a continuar su reflexión pero su hija le detuvo.
   - Precisamente por eso mismo me duele. A mí también me recuerda mucho. Tiene detalles, acciones y hasta gestos que he llegado a creer en algunos momentos, cuando estuvo en casa, que era él.
   Las lágrimas volvieron a mostrarse con toda la dulzura y cariño que esa hija sentía por su padre. José le recordaba tanto a su padre que en su interior prefería no verlo para no sufrir. Tuvo que aproximarse a la acera y aparcar el coche. Se abrazó a su madre y bañadas en lágrimas compartían sus sentimientos y su amor mutuo.
   - ¿Sabes lo que te digo? Esta mañana no voy a ir a trabajar. ¿Tú tienes algo que hacer?
   Ante la negativa de su hija le pidió que pusiese el coche en marcha y se fueran las dos juntas a comer fuera. A donde se le ocurriese. Circulaban por la Autopista del Mediterráneo en dirección a Alicante mientras Ana le confesaba a su madre que su hermano también le comentó lo mismo que estaban hablado. José, le recordaba mucho a papá y por eso no quería que estuviese en casa. El puesto de su papá no se lo iba a quitar nadie.
   Las dos coincidieron en reconocer la caballerosidad, la ternura, la prudencia, el saber estar y multitud de virtudes de José. Verdaderamente era un hombre encantador. Ana le confesó que le comprendía perfectamente un hombre así es capaz de  hacerse querer por todos. Cuando su madre le confesó la promesa que le había hecho, Ana saltó de inmediato y le aseguró que había hecho muy bien en ir ella a su lado. Sabía que era un hombre de palabra y no volvería a pisar Valencia a menos que tuviera algo en firme sobre su padre.
   - Mama. Procura repetir lo de este fin de semana. Te ha sentado fenomenal.
   Una leve pausa, par tomar aliento y, continuó.
   - ¡Ya era hora que te viera reír! Pues desde que desapareció papa no lo habías hecho. Perdóname por mi actitud anterior. Tienes toda la razón y todo el derecho a no hundirte en ti misma.
   La mano de su madre se juntó a al suya mientras con un suave apretón mostraba todo el cariño que en ese momento sentía por su hija.
   Llegaron hasta Gandía, detuvieron el coche frente a un complejo comercial donde había un restaurante, reservaron mesa para comer y se dedicaron a pasear por la playa.    
    - Me ha invitado siempre que lo desee a ir a Bordeaux. Ahora no querían que me fuera. Marie me pidió que me tomara una semana de vacaciones. José llevaba una temporada algo raro y desde mi llegada era otro. Me apetecía quedarme, no voy a mentir.
   - Pues haberlo hecho. Creo que tú también necesitas desintoxicarte un poco del trabajo, de casa, de los hijos y divertirte un poco.
   Su madre sonrió, menudo cambió el de su hija, pero le aseguró que pensó especialmente en su hermano. Desde la desaparición del papá el pequeño se encontraba bastante mal y no haberse presentado ese lunes en Valencia le podría haber afectado bastante.
   - La verdad es que sí. Si no llegas a venir en el primer vuelo del lunes no sé lo que hubiera pasado.
   En esta ocasión mama había obrado como debía. Pero al enterarse que le propusieron que regresara el siguiente fin de semana Ana animó a su madre para que lo hiciera.
   - Además, creo que vienen varios primos, con los tíos ya que hay puente en Madrid. Ya sabes lo que les gusta estar en casa y subirse especialmente al segundo piso. Me quedaré, todo el puente al cuidado de los pequeños. Tú puedes irte tranquila.
   Madre e hija se fundían en un abrazo. Sin duda sus hijos eran un punto de apoyo para soportar todo lo que había pasado y principalmente su mayor Ana se había volcado con los de casa. Cosa que antes cuando estaba papá no sucedía. Era una segunda mama para el pequeño, y suplió en parte el afecto y cariño que unían al pequeño con su padre. Gema, la mediana se había convertido en su acompañante de los partidos, no se perdía uno en el que jugase su hermano y lo animaba, como en su tiempo lo hacía papá.
   - Tal vez la que peor lo esta pasando sea Ester la pobre no tiene el apoyo, de vosotras, las más mayores y mi trabajo me permite dedicarle poco tiempo. Estaba muy ligada a papá y con su carácter no lo debe andar pasando nada bien.
   Amparo había tomado la decisión de regresar ese fin de semana largo. Saldría el viernes por la tarde y no regresaría a casa hasta el martes a primera hora de la mañana.
   Ese viernes, a las diez, telefoneó a sus cuñadas para comunicarles que ella no podría estar el fin de semana. Pero ya habían sido alertadas por Ana y aunque no lo comentaron le animaron a que se fuera con toda tranquilidad. Irían  y ayudarían a su mayor a cuidar del resto. Había colgado el teléfono tras conversar con sus familiares de Madrid cuando sonó su móvil. La sonrisa se dibujó en su rostro, en la pantalla del teléfono figuraba el número y el nombre de José.
   - Diga.
   Disimuló como si no supiera quien le estaba haciendo la llamada. La tensión, la aceleración cardiaca y mil alteraciones más de su organismo se normalizaron al escuchar su voz, tardó unos segundos en contestar las sensaciones que en ese momento invadían su cuerpo, no había suficientes palabras en el diccionario para describirlas. Volvió a escuchar dos veces más la contestación a su llamada y por fin consiguió romper su estado de placer.
   - Dime que sí. ¿Por favor? ¿Vienes esta noche? ¿Verdad?
   El silencio en la respuesta volvió a alterar todas sus constantes vitales temía que le contestara demasiado rápido y fuera con un no. Eso lo destrozaría para todo el fin de semana. Las palabras, pero especialmente la dulzura de su contestación le obligó a dejarse caer sobre el sillón que tenía a sus espaldas. De lo contrario sé habría caído en redondo sobre el suelo.
  - Cariño, esperó verte en la puerta de llegadas internacionales a las veinte horas, que es la hora prevista de la llegada del vuelo.
   - Te aseguro que pueden quitarme las carreteras, levantar la cordillera del Himalaya, e inundar el camino que separa mi casa del aeropuerto con las fieras más terribles de la tierra, que me tendrás esperándote como el novio en la iglesia el día de su boda.  
   Intercambiaron dulces frases llenas de cariño, dulzura y amor. Colgaron con la ilusión puesta en el momento que pudieran tenerse el uno al otro.
   Cuando Marie, observó la expresión de “su hijo” tras colgar el teléfono, mandó al servicio que tuviesen todo preparado hasta el último detalle para recibir a la persona más importante del mundo en esa casa. No hizo falta preguntarle nada.
   Cuando él se enteró de todos los preparativos se enfadó. José respetaba a su madre por encima de todo. Pero los planes para ese largo fin de semana no pensaba compartirlo con más personas.
   - Mama. ¿Y si nos apetece salir a cenar en intimidad?
   Marie se entristeció, había vuelto a meter la pata, pero deseaba estar con Amparo tanto como “su hijo” era una mujer fuera de lo común y la adoraba como a ninguna otra persona.
  - Permíteme esta noche compartirla y el resto del fin de semana no volveré a meter me entre los dos.
   José se acercó a su madre. Le abarcó con sus brazos y besaba a su anciana madre con toda la ternura del mundo. Era consciente que deseaba verlos casados antes de morir y sobre todo con Amparo. Esa mujer había sido capaz de entrar en sus vidas con tanta fuerza que nada en el mundo podría separarles de ella.
   De pronto se acordó del partido que tenía el sábado, estaba claro que no podría asistir. Amparo estaba por encima de cualquier otra cosa. Volvió a coger su móvil y se puso en contacto con uno de sus entrenadores del complejo deportivo y le expuso el problema que tenía. No hubo necesidad de avisar a otro, se ofreció encantado de poder ayudar en algo a ese hombre. Siempre estaba dispuesto a ayudar a quien fuera, en el momento que fuera y ahora que se lo pedía no le podía fallar.
  No marcaba el reloj las quince horas de ese viernes, con toda seguridad Amparo se encontraría en su casa comiendo con su familia, cuando José subía a su coche y lo ponía rumbo al aeropuerto. Una hora le costó llegar pero le quedaban cuatro horas interminables para poderse reunir con ella. Durante ese periodo de tiempo pudo reflexionar sobre muchos asuntos. La investigación que llevaba a cabo, por medio de los mejores detectives privados tanto de Valencia como de Bordeaux, no estaba dando frutos. El desconcierto y la falta de pistas para conseguir un hilo, seguirlo y llegar hasta la persona que buscaba se hacía imposible. Se había comprometido con ella, y de nuevo le tendría que decir que no tenía nada. “Pensara que no quiero averiguarlo para estar a su lado”. Ideas de ese tipo inundaban su cerebro, pero en cuanto pensaba en ella se daba cuenta que Amparo no era una mujer de esas que desconfiaran. Era consciente que José estaría haciendo lo imposible por localizar alguna pista que le llevara a descubrir lo que paso con su esposo.  
   Cada cinco minutos miraba su reloj. “¡Dios! Ya podía haber ido así de lento el anterior fin de semana cuando estuve junto a ella”. Se decía cada vez que miraba la hora y aquella maquina parecía que estaba detenida. Se sentaba en la cafetería. Daba un paseo. Entraba en las tiendas del aeropuerto. Compraba un periódico o revista, la leía, releía pero el tiempo parecía que no pasaba.
   Eran las diecisiete horas, una eterna hora le quedaba para poderse abrazar a su razón de vivir, cuando su móvil sonó. El corazón le dio un vuelco. Las piernas le temblaban y las suposiciones, más pesimistas, se apoderaban de su mente. Pero cuando contestaron su corazón recobró su ritmo normal. Se trataba de Alín, su amiga radiofónica, deseaba recordarle que ese fin de semana se graduaba y deseaba que fuese su padrino. Al confesar que estaba esperando la llegada de Amparo le dijo.
   - Estupendo venir los dos. Los papás estarán encantados de tenerte y conocer a Amparo.
   Era consciente que aquello era un duro golpe para él, pero no podía fallarle. Aunque lo había superado bastante bien según sus informaciones, telefoneaba todas las semanas a sus padres, el problema no estaba controlado totalmente. Le costaba hacer amistades y había tenido alguna otra depresión después del incidente. Le prometió que a la mañana siguiente estaría con Amparo en la Universidad para asistir a su graduación.
   Aprovechó y acercándose a los despachos de billetes, compró dos para primera hora de la mañana. Sabía lo encantadora que era Amparo y cuando se lo explicara comprendería la circunstancia. Por otro lado estar lejos de casa les permitiría algo más de intimidad y a su madre le había prometido solo esa noche.    
   El vuelo procedente de Valencia tomaba tierra en ese preciso instante, los ritmos orgánicos de José perdieron el equilibrio. El aire le faltaba y las ansias de tenerla en su regazo era indescriptible.
   Fundidos en un solo ser permanecieron por espacio de varios minutos interrumpiendo el paso de resto del pasaje. Pero como dos adolescentes, aislados completamente del mundo que los rodeaba seguían pasivos ante las quejas y recriminaciones de la gente. Otros más tolerantes, sonreían al verles en una escena tan enternecedora, desde luego no eran dos chiquillos pero se notaba la pasión que ese encuentro había generado en esos dos enamorados. Pasaban como podía por el escaso espacio que habían dejado y proseguían su camino girando sus cabezas y contemplando aquella romántica escena de amor. No pronunciaron palabra, sus cuerpos transmitían a su pareja todo lo que con palabras se tenían que decir. Las sensaciones conectaban con las de su pareja y la química producida por el intercambio de las sustancias de aquellos besos los embriagó de pasión. Cuando, tras más de cinco minutos, volvieron a su estado adulto, sonrieron y de la mano recogieron su equipaje.
   En el trayecto del aeropuerto a casa José le relató el plan a seguir durante ese fin de semana. Lo inició con una disculpa, pero ella no le permitió finalizar.
   - Estar a tu lado es lo único que me importa en estos momentos. Además, no tenías que haber dejado a los pequeños.
   Iba a continuar, pero él había detenido el vehículo y se abrazaba a ella llenó de pasión, de ternura y amor hacía esa mujer que le quitaba el sueño.
   La fiesta estaba montada en casa. Marie no pudo esperar en el salón. Era consciente que no le quedaba mucha vida y deseaba de todo corazón que esas dos almas, que ella había separado, volvieran a unirse para el resto de sus vida