- EL EMBARAZO -
El jet de la familia
aterrizaba sin novedad en el aeropuerto de Lyón. Al descender del aparato no
podían creer tanta intimidad. Por fin caminarían por las calles sin problemas.
El chofer los esperaba. Se hizo cargo del equipaje mientras subían al vehículo
y recostados en los asientos de atrás sonreían satisfechos de poder volver a
casa, a la intimidad, a la tranquilidad cotidiana.
En la puerta del jardín, la
familia al completo les sorprendió. Por lo visto la tranquilidad y la intimidad
deberían esperar. La fiesta estaba montada. Todos se sentían satisfechos de
volver a tener entre ellos al jefe de la familia. Rieron, bailaron, conversaron
en armonía hasta altas horas de esa madrugada. Luego, poco a poco, la familia
se fue recogiendo en sus hoteles y la pareja, por fin, se quedó sola.
Eran las cinco de la madrugada
cuando Caterine ponía en marcha la bañera con hidromasaje. Juntos y abrazados
se quedaron por espacio de unos treinta minutos dejándose querer por las
chispeantes burbujas de la bañera. Sus labios se unieron en repetidas
ocasiones. En sus miradas, en su expresión se escribía la frase tan deseada.
“Por fin solos”. Se envolvieron en las
toallas y casi si llegarse a secar sus cuerpos se dejaron caer en la cama
iniciándose una apasionada y loca sesión de compartir sensaciones y deseos.
- Sabes, no te lo he dicho,
pero no he puesto ningún impedimento para no quedarme embarazada. Deseo
locamente un hijo.
José sonrió, no estaba bien
volver a ser padre. Siempre le había expresado a su mujer que con su edad, el
pequeño ó la pequeña sería quien verdaderamente lo pagaría. Un padre tan mayor
no les suele gustar a los niños. Pero aceptó la pequeña trampa tendida por su compañera.
Tal vez no prosperara nada, pues con su edad las posibilidades de un embarazo
eran escasas.
Esa mañana se quedó en su
laboratorio, llevaba investigando sobre unas nuevas prótesis que
revolucionarían el mundo de la ortopedia. Especialmente mejoraría notablemente
la calidad de vida de cualquier tipo de amputación. Confiando ciegamente en
conseguir la misma movilidad de una persona sin esa carencia. Estaba trabajando
en el despacho cuando entró sigilosamente su mujer y tras besarle se despidió.
Iba a ver a su tía Brisite para ponerse un poco al día y darle unos días de
vacaciones. Su esposo tenía familia para aburrirse, pero a ella solo le quedaba
su tía y su hermana. La situación de la firma Revaud eran inmejorables. Las
ventas y las promociones iban en aumento cada mes. Las dos empresarias se
metieron en el despacho y permanecieron horas contrastando información y
planificando los siguientes meses. No llegaron a salir ni para comer y ya
entrada la noche, Caterine, se despidió de Brisite deseándole unas felices y
merecidías vacaciones. Le instó para tomarse más tiempo pero si bien le vendría
bien esa semana para relajarse un poco, más tiempo no lo podría soportar. Su
pasión era la moda y deseaba volver de nuevo a trabajar.
Cuando Caterine entró en casa
los aullidos y ladridos de varios perros le llamaron la atención, al preguntar
al servicio le respondieron. “Cosa del Señor”. Sonrió, sin duda su querido
esposo iría a probar sus descubrimientos con algún perro callejero. Al entrar
en el cobertizo donde estaba ubicado el laboratorio lo encontró ocupado con un
perro con las piernas traseras amputadas por un tren. Ya no se oía al animal,
la anestesia comenzaba a causar su efecto. Se disponía a intervenirlo para
aplicar las prótesis fabricadas cuando Caterine se puso ropa esterilizada y
entró en el pequeño quirófano. Al cruzar sus miradas sonrieron, con un gesto se
ofreció a su esposo para ayudarle. A lo pocos segundos ya le estaba pidiendo
cosas.
Transcurridas dos horas salían
del quirófano, mientras el animal permanecía adormilado en la mesa de
operaciones. Se metieron en la ducha, salieron envueltos con los albornoces y
avisó a un joven médico, vecino y colaborador en sus investigaciones. Dejó las
instrucciones necesarias y se marchó con su mujer para vestirse y bajar a
cenar.
Se encontraban en la
sobremesa, cuando Joel, llegó todo alterado. Estaba rebosante de felicidad. El
animal se había levantado y caminaba con naturalidad. El experimento había
logrado su objetivo, pero se aconsejaba tener paciencia. Era la primera prueba,
con éxito, con un ser vivo y la prudencia dictaba comprobarlo varias veces,
pero sobre todo, era imprescindible, observar la evolución del animal. Caterine
invitó al joven médico a acompañarles a tomar café y compartir unos minutos de
distensión y tranquilidad.
El trabajo los tenía ocupados
casi todo el día, pero siempre a la hora de la cena se encontraban, charlaban
sobre la marcha de ese día y luego se acostaban temprano, pues a José le
encantaba madrugar. Era precisamente con las primeras horas de la mañana cuando
mejor y más inspirado se encontraba.
Brisite regresó de sus
vacaciones y Caterine tuvo más tiempo para estar junto a su esposo. Al mes de
su llegada, José fue invitado a París a un curso sobre técnicas quirúrgicas y
de rehabilitación. Se lo ofrecieron en numerosas ocasiones y siempre las
desestimó, pues deseaba estar junto a su mujer. Pero precisamente esa semana
ella viajaba a China para la presentación de su nueva colección y como él
deseaba presentar al mundo sus nuevos descubrimientos aceptó, aprovechando la
ausencia de su esposa.
Invitó a los médicos de La Fundación en Corea y a
los de las Ciudades del deporte de España, regentadas por su familia. Quedarían
impresionados les llegó a comunicar. Y eso dicho por el propio José era algo
fuera de lo normal.
Los organizadores se vieron
desbordados por la demanda de facultativos a la conferencia, viéndose obligados
a cambiar a una sede con mayor capacidad. Conscientes de no impartir ningún
curso José desde hacía años. Iba a ser la primera, tras el intento de varias
sociedades de conseguir la participación del famoso doctor, en más de diez
años. La inscripción al curso se cerró una semana antes de finalizar el nuevo
plazo, tras la ampliación de la sede. Constaba de cuatro sesiones. La primera
la daría ese viernes por la tarde. El sábado se distribuirían en dos sesiones
más, en jornadas de mañana y tarde. Por ultimo la cuarta sesión se impartiría
en la mañana del domingo donde pensaba exponer sus nuevos descubrimientos.
El palacio de congresos estaba
a rebosar, esa noche del viernes. Hubo gente sentada en los pasillos pues no
quedaba ni una sola butaca vacía. Fue una exposición brillante, su duración
estaba prevista en dos horas. Se había iniciado a las diecisiete y eran las
veintitrés. La gente continuaba escuchando aquel genio de la medicina.
Realizaban preguntas de todo tipo contestadas con brillantez y con simplicidad.
De nuevo la organización se vio obligada a intervenir, de lo contrario la gente
hubiera seguido hasta la mañana siguiente. El tiempo transcurrido, para recoger
sus papeles, levantarse, saludar, volver a hacerlo y salir del local, la gente
permaneció en pie aplaudiendo.
Abandonaba la sala con sus
recuerdos. No había disfrutado tanto explicando algo desde aquellos lejanos
años enseñando a su hermana Rita a leer, a multiplicar, o a dividir. Se marchó
a su hotel y fue directo a la cama. Ni siquiera cenó, estaba cansado por el
viaje y aquella maratoniana sesión.
A muchos kilómetros de allí el
sol llevaba unas cuantas horas fuera. Caterine abrió sus ojos y se dispuso a
levantase. Cuando se incorporó sintió una desagradable sensación de angustia,
se precipitó al servicio y arrojó la cena de la noche anterior. Brisite
compartía habitación y le atendió al instante. Tras recuperarse, decidieron
hacerle una visita al médico. Le aplicaron varias pruebas de urgencia.
Finalizado todo el proceso analítico y de reconocimiento el facultativo
sonriente le comentó.
- Lo suyo no es grave,
aproximadamente en nueve meses desaparecerán las molestias.
Observó la cara de sorpresa y
felicidad de la joven madre y con la sonrisa en su rostro, añadió.
- Efectivamente señora. Va a
ser madre.
Sobrina y tía permanecieron
abrazadas por espacio de varios minutos. No podía haberle dado una noticia más
agradable. Comenzó a llorar como una chiquilla abrazada a su tía. Cuanto le
hubiera gustado vivir ese momento junto a su esposo. Brisite le propuso
telefonearle pero una noticia de esa índole no era para darla por teléfono. A
su regreso lo primero sería, en privado, confesárselo. Ansiaba ese momento
desde la buena nueva pero especialmente
disfrutaba al imaginarse la expresión de su marido.
Faltaban unos días para volver
a estar juntos. Planificaba, de forma distinta cada minuto. Como se lo diría,
cuando y en que momento. Al salir de la consulta pasaron por una boutique de
bebes y no pudo evitar la tentación de entrar, ir a la sección de bebes, y
comprar algo para su futuro descendiente. La felicidad emergía de su cuerpo por
cada poro de su piel. Era una mujer deslumbrante. Brisite le observaba. Estaba
radiante. Físicamente era el retrato de su madre. Ahora recordaba como en
muchas ocasiones su esposo se pasaba, minutos, atónito mirándole. Con toda
seguridad recordaba a Linda. Había sido el primer amor de ese gran hombre y
cuando se volvieron a encontrar pudo observar como se quedaba contemplando a su
hermana. De la misma forma, con ese embobamiento, lo hacía últimamente con su
sobrina. A Caterine nunca le observó anteriormente tan fascinante, como en esos
momentos. De por sí era una mujer muy hermosa. Pero ahora, mirándole con
detenimiento, se explicaba el porqué la gente, y en especial los del sexo
opuesto, no podían evitar detenerse en medio de la calle para observarle.
Vestía con una elegancia exquisita, pero al mismo tiempo con una sencillez
envidiable. Ese aspecto lo copió de la primera mujer de su esposo. Jamás
conoció a una mujer con tanta “Clase” como Silvia. Sin duda la profesión de su
sobrina le permitió captar esa virtud. Cruzaron sus miradas. El rostro de
Caterine expresó sorpresa al comprobar como su tía le miraba. De inmediato
comprendió el gesto de su sobrina. Se detuvo y tomando las manos de su pequeña,
comentó.
- Eres idéntica a tu madre, y
has captado la clase y sencillez de Silvia. Estás maravillosa. Precisamente
estaba pensando en ello mientras te observaba. Tu felicidad la transmites en
cada paso, en cada gesto, en cada movimiento.
Sonrió, besó en las mejillas a
su tía y prosiguieron paseando hasta el hotel.
Ese sábado José deslumbró, aún
más, si cabe, a su audiencia. Había preparado meticulosamente aquel curso.
Empleó infinidad de novedades y a lo largo del día sus experimentados alumnos
irrumpieron en aplauso con frecuencia. Él les suplicaba proseguir de lo
contrario no terminarían ese curso intensivo en el tiempo estipulado. Pero no
lo podían evitar. Se escuchaban comentarios tales como. “Es un fuera de serie”.
“La academia sueca del Premio Nóbel se equivocó completamente al no concedérselo
a él”. “He aprendido en dos sesiones con este hombre mas que lo logrado en toda
mi carrera”. Cuando esa noche, la sesión debía haber finalizado a las veinte
horas y pasaban de las veinticuatro, prometió sorprenderlos al día siguiente.
La gente se quedó pasmada en sus asientos. “¿Que más podía contarles ese genio
de la Naturaleza ,
que les pudiera sorprender más aún de lo que estaban?”. La organización trató
en vano cortar la sesión. Hasta que un espontáneo subió al escenario, tomó el
micrófono y dijo.
- Estamos abusando de este
hombre, se le nota cansado. Dejémosle descansar y mostrando nuestro
agradecimiento mientras abandona el local.
Comenzó a aplaudir y los
presentes se pusieron en pie para acompañarle, lanzar vítores en todos los
idiomas y no se movieron hasta que abandonó el recinto. En los pasillos, en las
cafeterías cercanas, en los clubes próximos al palacio de congresos no se
escuchaban otros comentarios que la intervención de ese científico español
arraigado en Francia. Era increíble, no sólo los avances logrados en el campo
de la ortopedia y la rehabilitación, sino la forma de exponer las cosas y
mostrarlas con tanta sencillez que todo el mundo, incluso no siendo de la
profesión, podía comprender. Las innovaciones en los métodos y forma de dar
aquel curso fascinaron al más experimentado. Verdaderamente el precio de aquel
curso había sido ridículo al comprobar la calidad del conferenciante.
Antes de acostarse telefoneó a
su media naranja, lo hacía todas las noches. Percibió en sus palabras que la
felicidad le desbordaba. Al comentárselo, reaccionó tarde. No sabía que
responder. Tras unos segundos de titubeo le aseguró que su visita era muy
provechosa. Todo le rodaba muy por encima de sus previsiones. Para terminar con
un cumplido. Al colgar el teléfono se lamentaba de su torpeza. Pero era
inevitable expresar esos sentimientos que inundaban hasta el último rincón de
su ser.
- Tía. ¿Sabes? José ha notado
algo. Ese hombre me conoce mejor que a sus propios hijos. Que difícil es
ocultarle algo y sorprenderlo. Lo capta todo, incluso a través del teléfono.
- Cariño, no te olvides que es
investigador y de lo mejor del mundo. Esas personas ven a través de las
paredes. Es un don especial que muy pocas personas poseen y tu marido es uno de
ellos.
Ese día era la presentación de
la colección y esa enorme felicidad rodeando a la diseñadora la transmitió a
sus modelos y al público presente, convirtiéndose en el mayor éxito de todos
los tiempos en una presentación de colecciones de moda en ese país. Las
felicitaciones, los contratos, las nuevas invitaciones para otras ciudades se
presentaban en la oficina montada por la firma Revaud.
La expectación de ese domingo
en el palacio de congreso era impresionante. Con una antelación de varias horas
el recinto estaba a reventar. No había sitio ni en los pasillos. Los
organizadores estaban asustados. Si, por desgracia, sucedía cualquier incidente
aquello podía convertirse en una verdadera catástrofe. En tiempo récord, se
montaron unas grandes pantallas de televisión en unos aparcamientos cercanos y
miles de sillas se instalaron ante aquella pantalla. Una gran masa de
estudiantes de medicina, de las facultades parisinas, se dio cita. La habilidad
de uno de los organizadores, consiguió salvar una situación crítica y de paso
unos ingresos extras de gran importancia.
La sesión se inició ante un
silencio sepulcral. La presencia de varios animales en el escenario chocó a los
presentes. Conforme exponía las nuevas técnicas de esas prótesis los presentes
alucinaban por la sencillez y eficacia de esos descubrimientos. José miraba
constantemente a su público, temía haberse quedado solo. Era tal el silencio
que en varias ocasiones pensó que no tenía a nadie delante. A lo largo de cerca
de cuatro horas mostró, todos los materiales y desplegó sus más sofisticados
métodos para exponer con claridad y contundencia esos nuevos hallazgos. Esa
masa, cercana a la decena de millar, permaneció atenta a la exposición
incrédula por la capacidad de aquel sabio. Finalizada su exposición los
presentes tardaron en reaccionar, no podían salir de su asombro. José se quedó
en medio del escenario sorprendido. Sin saber que decir. Al fin decidió a
romper aquel cortante silencio.
- Bueno si tienen alguna
pregunta o duda. Estoy para ello.
Los aplausos desbordaban el
recinto. Le recordó su último día en
Corea, cuando el pueblo le brindó aquel homenaje. Preguntas había sin lugar a
dudas para pasarse una semana contestando. Pero en esta ocasión los
organizadores consiguieron, por la imposibilidad de atender a todos finalizar
el curso.
En los despachos del palacio
la organización agradecía al conferenciante sus inigualables lecciones.
Quisieron cerrar nuevos cursos y conferencias, pero José con la cortesía que le
caracterizaba les rogó que enviaran a casa las peticiones y contestaría a
todas. Pero advirtió que no era muy partidario de esos cursos. El tiempo lo
precisaba para dedicarlo a sus dos pasiones, su mujer y la investigación.
Al pagarle solicitó la
extensión del cheque a nombre de La Fundación. La cuantía aumentó considerablemente,
conscientes que todas las previsiones económicas se superaron con creces y no
era justo dejar todo ese dinero en la organización. El éxito era consecuencia
del personaje y quisieron hacerle participe de esos ingresos extras. Se
disculpó por no quedarse a la comida de clausura. Pero los organizadores
estaban al corriente pues antes de
aceptar dar el curso lo advirtió. Les hubiera gustado tenerlo, rendirle el aplauso
y homenaje de todos los presentes. Pero su mujer regresaba de Asia y quedaron
en encontrarse en el aeropuerto de Lyón. Mucha gente confirmó su asistencia a
esa comida por verle y aplaudirle.
Se fue a su habitación, allí
recibió la llamada de Caterine confirmándole que el avión tenía una demora de
unas horas. Antes de acostarse y descansar unos minutos llamó al restaurante
donde se celebraba la comida y prometió acudir a la sobremesa y rendir su
agradecimiento a todas esas personas que pacientemente le soportaron los tres
días.
El semblante de los
organizadores cambió por completo, no solamente era un gran científico, como
persona se superaba. Al anunciarlo a los comensales irrumpieron en un
estrepitoso aplauso.
Descansó tan solo media hora,
pero para él fue suficiente. Había estado en esa situación muchas veces a lo
largo de su vida y era capaz de recuperarse perfectamente en tan corto espacio
de descanso.
No habían servido los postres,
cuando entraba en el restaurante. De inmediato la organización salió a
recibirlo y con humor y buen sentido de la oportunidad uno de los organizadores
tomó el micrófono y comentó.
- Vamos a ofrecerles el mejor
postre. No se come, ni se bebe, pero escucharlo es sin duda el mejor manjar y
el mayor placer que cualquier persona puede sentir. Con nosotros. El doctor Don
José Carbonell.
Los comensales, sin excepción,
hasta los más ancianos que su trabajo les costó, se pusieron en pie, e
irrumpieron en un prolongado aplauso. Cuando tras unos largos quince minutos la
gente se sentó. El silencio se adueño del comedor. José tomó la palabra y en
tono de perdón y con humildad comenzó diciendo.
- Ante todo les ruego me
disculpen, por no haber podido compartir con unas personas tan agradecidas esta
comida. Mis más sinceras disculpas.
Prosiguió su discurso, con una
humildad y sinceridad que llegó a todos los presentes. No se extendió en exceso
y mostró su admiración por todos los que habían convivido con él esas tres
jornadas de trabajo y dedicación a los demás. Finalizó con una de sus frases preferidas.
- Nuestra profesión es ante
todo. Entrega a los demás. El verdadero genio, el verdadero médico, no es aquel
que sabe curar. Para mí es mucho más importante saber atender al enfermo en
todas sus necesidades. Y sabéis también como yo que en la mayoría de los casos
nuestros pacientes precisan más de nuestro cariño y comprensión que de
aliviarles del dolor.
Prosiguió con otras
reflexiones que provocó en muchos de los presentes emocionarlos profundamente.
Dio las gracias, elevó una copa de champagne y brindó, especialmente por esos
profesionales que dedican, aunque solo sea parte de su tiempo a las personas
más necesitadas y con poco recursos. Salió del local profundamente emocionado
por la acogida dispensada. Regresó al hotel, hizo las maletas, le llevaron al
aeropuerto y en el jet de la familia regresó a casa.