sábado, 9 de julio de 2011

NEGRITA PURA VIDA CAPITULO 5 MANUEL ANTONIO

- CAPITULO – V

-MANUEL ANTONIO.

Llegaron mas tarde de lo programado, circunstancia que no le agradaba a Gonzalo. Ni siquiera estando de vacaciones. El banco le marcó mucho su conducta y sus hábitos. Pero la noche fue intensa, y tardó en mover al Negro.

Por fin desvelaría los secretos y encantos de aquel parque nacional del que oyó hablar en reiteradas ocasiones a su ahijado. Provistos de mochilas, con un par de sándwich, una botella de agua y una cervecita en cada una. Ropa, la justa. El bañador, unas chanclas, un polo y la toalla.

Anduvieron recorriendo prácticamente todo el parque. Subían por una escarpada y serpenteante senda invadida por la selva cuando Salvador comenzó a sudar. De nuevo el mono. Chillaba, maldecía al Viejo pero él estaba a su lado asistiendo y ayudando a superar la nueva crisis. Empapaba su toalla con agua y secaba el sudor frío. Fueron momentos duros y tensos. La selva parecía que se alteraba con El Negro Langostero. Los cangrejos negros con motas blancas y naranjas, de extremidades del mismo color, huían despavoridos en busca de refugio entre la espesura de la selva o en el mismo camino donde las grietas les permitían esconderse.

Los pavos salvajes enmudecieron ante los alaridos del Negro. Las pequeñas avecillas a penas se les escuchaban. Hubo un instante de un silencio aterrador que mezclado con la impresionante humedad les hizo estremecer. Cuando logró calmarse Gonzalo le proporcionó algo de agua aconsejándole beber a pequeños sorbos. Encontrando en todo momento el apoyo incondicional de aquel extranjero que le animaba a superar esos momentos críticos. La situación se repitió en varias ocasiones pero la intensidad nunca alcanzó esa primera vez y poco a poco fueron distanciándose, al tiempo que su intensidad iba en claro descenso.

Cuando se recuperaba volvían a reanudar la marcha. Y la selva tras unos segundos recobraba su sonido. De vez en cuando el camino se aproximaba al acantilado para ofrecer al espectador toda la belleza plástica del Pacífico bañando esas costas. La mar estaba tranquila y el cielo aunque con nubes permitió al sol lucir con cierta intensidad, brindando luminosidad al paisaje. Más de una hora de continuos ascensos y descensos, de encontrarse con pavos salvajes, con monos, iguanas, alguna que otra vivaz y rápida culebra, o serpiente no llegaron a distinguirlo. Sufrieron el constante y molesto zumbido de innumerables insectos.

Para lograr al fin aterrizar en una cala indescriptible, por su belleza, su colorido, su ritmo, su magia. El riachuelo, que les acompañó durante gran parte de su recorrido, y de donde se aprovisionó de agua para refrescar al Negro, moría en la parte sur de la cala, entre rocas y playa de arena. De una blancura exagerada. Estaban cansados. El paseo, de una belleza plástica única, había supuesto un esfuerzo considerable, añadido a la situación del Negro, les hizo anhelar la pronta salida de aquella selva. Ahora la playa les invitaba a poner sus cuerpos en horizontal mientras recobraban el aliento.

Pero especialmente las piernas. Se tumbaron junto a las palmeras inclinadas con respeto y veneración ante su majestad el océano. Esa sumisión ante lo imponente les proporcionó sombra y cobijo. Pero los lugareños, los reptiles y más concretamente las iguanas buscaban el mismo techo, para protegerse de un sol castigador. Pronto pudieron comprobar como cerca de la veintena de esos reptiles de diferentes tamaños y colorido variado comenzaban a rodearles. El Negro le aseguró que buscaban comida y sin duda esperaban que ellos se la proporcionaran. Fue nombrar los alimentos y repentinamente les entró un apetito desenfrenado. Buscaron en sus mochilas los sándwich, para paliar el hambre.

El descaro de esos bichos lo constataron de inmediato pues uno se atrevió a mordisquear el sándwich que mantenía en su mano Gonzalo. Bebieron agua y tras hacerse el ánimo se lanzaron al océano para refrescarse y relajar las piernas algo cargadas por la caminata. Al abandonar la cala, para seguir el recorrido, descubrieron unos servicios provistos de ducha. No lo dudaron. En un banco cercano de madera dejaron sus pertenencias para introducirse en los servicios. Entrar en las duchas y disfrutar de un buen chorro de agua dulce. Logrando despegar de sus cuerpos la sal, pero especialmente la arena que se les pegaba a la piel.

Con las toallas se secaron para sustituir el bañador por bermudas. Las chanclas por calcetines y zapatillas.

A lo largo de la jornada contemplaron gran variedad de especies animales, dos o tres familias diferentes de monos a las observadas en su primer circuito, un perezoso que le costaba moverse, y especialmente insectos y arácnidos de todos los tamaños y colores posibles. Salvador le indicaba cuales se podían tener en las manos sin problemas y cuales era mejor tenerlos lo más lejos posible. Salieron del parque aproximadamente a la misma hora de la tarde anterior.

Iban ansiosos por alcanzar el bar restaurante donde Gonzalo se encontró con El Negro por primera vez. En sus mentes iban saboreando las imperiales heladas, deseosas de ser acariciadas, abrazadas por unas manos cálidas, que les proporcionaran algo de abrigo. Pero especialmente anhelaban poder ingerirlas, para calmar sus resecas gargantas y disfrutar con verdadera pasión saboreando cada trago, mientras sus cuerpos recuperaban el frescor proporcionado por dicha bebida bien fría. No llegaron a sentarse, no podían esperar al camarero.

En la barra fueron al encuentro de sus primeras imperiales, para compartir placeres con los visitantes. Al llegar a la misma mesa de la tarde anterior, y antes de depositar sus posaderas en las sillas, las dos imperiales habían caído. Fueron sustituidas casi de inmediato por las que traía el camarero. Que apercibido de antemano, llevaba otras rebosando espuma y con el hedor en el vidrio. Desvelando su contenido frío y refrescante. El líquido entraba por sus gargantas apaciguando su sed, pues el último trago que se metieron en el cuerpo, antes de salir del parque era caldo puro.

Comenzaban a caer las segundas imperiales, cuando entre ellos comentaban, que pocos placeres eran comparables, a unas cervezas bien frías cuando la sed apremia. No le había dado tiempo al camarero a girarse para regresar y atender a otros clientes, cuando rogaban un par más. Iban por la tercera. Permaneció más tiempo entre sus manos, pero no llegaron a calentarse. Calmaban su sed al ritmo que las imperiales iban cayendo una tras otra, mientras observaron una mayor presencia de surfistas tratando de dominar la tabla, y la ola sincronizando los movimientos de ambas para viajar en compañía. Gonzalo mostró su interés por probar.

No concluyó la frase cuando Salvador se aproximó a un joven negro de unos veinte años.

- Negro préstame la tabla. Es para un amigo.

- ¡Viejo cabrón! ¿Como usted por aquí? ¡”El Negro Langostero! Quien iba a decirme que le encontraría por este lado del país.

Era un compadre de Puerto Viejo, familiar lejano, pero con mucha relación antes de dejar Puerto. Se la ofreció de inmediato y eso que luego se enteraría Gonzalo que un surfero deja antes a su mujer que la tabla.

Rieron de lo lindo a costa de aquel viejete que intentaba subirse sobre la tabla. Fue lo único que consiguió. Intentarlo. El máximo logro fue colocar un pie sobre ella mientras el otro permanecía en el aire para girarse la tabla y caer de espaldas contra el agua. Pero lo cierto es que se divirtió muchísimo, hasta tal punto que propuso repetir al día siguiente.

- Aunque me tenga que tirar todas las vacaciones intentándolo al final conseguiré por lo menos poner los dos pies.

Repetía una y otra vez mientras lo intentaba de nuevo ante las carcajadas del Negro y su compadre.

Gonzalo los invitó en el mismo bar restaurante de la playa a cenar. Platicaron sobre muchos temas pero especialmente conversaron sobre el surf. Costa Rica, España y la política tuvieron cabida en aquella plática entre el extranjero y los dos negros. Gonzalo no pudo reprimirse, sacando en la conversación la pesca de la langosta en España, y mas concretamente en su Cangas del alma.

Concluida la cena Jim, nombre del joven negro, retirándolos de la luz y aproximándose a la playa, donde la oscuridad permitía apartarles de las miradas de la gente, sacó unas papelinas del bolsillo y se las ofreció.

- Es de calidad suprema.

El Negro fue el primero en rechazar la oferta.

- Viejo cabrón, se me está amariconando. Cuando lo cuente en Puerto nadie me va a creer.

Gonzalo sonrió mientras cruzaba su mirada con Salvador. Se despidieron hasta la mañana siguiente, quedando en desayunar allí mismo donde habían cenado.

- ¿Quiere que le llevemos?

Agradeció el ofrecimiento pero había quedado con unos amigos yanquis. Iba a una fiesta montada por un importante personaje del cantón.

Esa noche también fue movidita pero más llevadera que la anterior. Salvador siempre se encontró con el apoyo de Gonzalo y así entre sueño, sudor, dolor, temblores y relax se presentó el nuevo día. Las nubes cubrían el cielo por completo y el tono oscuro no auguraba nada bueno. Aun así se ducharon, vistieron y en el coche se desplazaron para encontrase con Jim. Llegó cuando estaban finalizando el desayuno. Se sentó y tomó algo. Lo cierto que mucha gana no traía. Bebió un par de imperiales, según él, para quitarse la resaca de esa noche y fueron a un puesto cercano donde alquilaban tablas.

Jim le aconsejó una de mayor estabilidad, algo pesada para hacer surf pero aquel hombre se contentaría con mantenerse aunque fuese por unos segundos con los dos pies sobre ella. No tardó mucho en conseguirlo. El joven negro entendía de la materia. Gonzalo se encontraba mas seguro con aquella tabla que con la utilizada la tarde anterior. Su estabilidad era infinitamente superior, aunque para volar con la ola no era muy aconsejable. Pronto de ponerse en pie manteniendo el equilibrio, pasó a intentar tomar la ola.

Salvador dominaba el arte del surf y Jim era un experto. Llegaron a extrañarse del dominio que logró el viejito. Calificativo que comenzaron a utilizar al referirse a él. Se olvidaron de comer y solo llegaron a percatarse de la hora cuando Gonzalo miró el reloj. Llevaba ocho horas en la tabla. Estaba roto y aunque Jim los invitó a ir de fiesta prefirieron regresar al hotel, cenar allí para coger la cama después. Salvador iba controlando cada vez mejor el mono. Seguía teniendo pequeñas crisis y de vez en cuando esta requería la presencia y el animo de Gonzalo, pero lo superó mejor de lo esperado.

Mantuvieron su estancia en el hotel por una semana, dedicándola íntegramente al arte del surf. Gonzalo parecía que conseguía coger alguna que otra ola, siempre y cuando esta no fuera demasiado pronunciada. Disfrutó como un chiquillo. Cuando se tumbaba en la playa a descansar para protegerse del sol o la lluvia, dependiendo de la circunstancia del momento, recordaba a Ana, a su pequeña, Cangas y sus amigos de España. Pero en ningún momento se le pasó por la mente el banco, o sus compañeros de trabajo. Pura vida. Cuanta razón tienen los nativos, para expresar las palabras mágicas.

En esos escasos días en el país, constató la falta de ambición en su gente. Con un poco de pan, para llevarse a la boca, una chabola, pues la mayoría de las casas no podían recibir otro calificativo, y su hamaca. Especialmente su hamaca entre dos árboles, palmeras o prendidas en los porches de sus rudimentarias viviendas, les sobraba. Desde que aterrizó en aquel país, no había presenciado, ni sentido la menor discusión, elevación del tono de voz en ningún morador de aquel país. Lo más agresivo que recordaba, era el sonar de las bocinas cuando el disco iba a cambiar su tono rojo por el verde.

Le sorprendieron muchas cosas, pero especialmente tres. La conducción cuando había más de un carril, todo el mundo por la izquierda. Circularan a la velocidad que circularan, dejando el carril derecho completamente libre. Los paseos que solían darse las familias por las estrechas y mal trechas carreteras de espaldas a la circulación y por medio de la calzada sin inmutarse o retirarse un poco. El circular de noche en bicicletas completamente de oscuro y sin la mínima señalización en sus vehículos de tracción humana.

Pero el que colmó su asombro fue vivir un gran atasco de más de dos horas, con unas colas infinitas, pues el accidente se había producido muy próximo a la ciudad de Quepos. Al preguntar que sucedía. El Negro le contestó.

- Dos que se han tocado.

- Bueno. ¿Y porque no retiran los vehículos para que el resto pueda circular?

Se apresuró a responder Gonzalo con la ingenuidad de un europeo. El Negro sonrió.

Le explicó que allí nadie tenía la culpa cuando ocurría un percance de circulación y por ello nadie movía su coche hasta la presencia de la autoridad para tomar medidas y declaración a los perjudicados.

- ¿Entonces tomarán declaración a todos los que nos encontramos en este atasco? Pues también nos afecta el accidente.

Nueva sonrisa del Negro. “Estos extranjeros siempre con prisa”. “Hijos de su chingada madre”.

Su última noche en Quepos se perdieron en El Meteorito.

El espectáculo consistía en actuaciones en directo de cantautores. Entre ellos se encontraba como artista estrella. Delgadillo. Uno de los cantantes preferidos de Gonzalo. Al ver el anuncio le propuso al Negro ir esa noche a presenciar la actuación. Al día siguiente se perderían por la zona suroeste del cantón de Puntarenas la parte más salvaje y ausente de toda muestra de civilización si exceptuamos las viviendas, unas ruinosas carreteras y la tranquilidad hecha ceremonia por sus gentes. En concreto Gonzalo deseaba pasar unos días, antes de ir al Puerto Viejo como le prometió a Salvador, en la península de Osa.

Más concretamente en Puerto Jiménez. Alberto le había hablado del encanto de sus playas en Golfo Dulce.

Al iniciar Delgadillo “La bañera”. Canción preferida de Gonzalo, las lágrimas se desprendieron de sus cansados ojos azules. Salvador observaba incrédulo la reacción de su amigo. La canción no era triste, ni nostálgica, mas bien invitaba a la sensualidad, al sexo, a la ternura, al amor. Pero Gonzalo sollozaba mientras recordaba a Ana duchándose en casa con la puerta de par en par, cuando solo se encontraba su esposo en casa. Sabía que ella inmediatamente ponía la canción y él se sentaba en su sillón preferido y disfrutaba del espectáculo.

Siempre, al finalizar la melodía, terminaba en la ducha. Ella desnuda y él con la ropa que llevase en ese momento. Aunque fuera su mejor traje. Luego ayudado por su amor iba perdiendo una a una las prendas hasta quedar los dos cuerpos con el traje de Adán y Eva, desatándose toda la pasión, deseo, sexo, amor, ternura, entrega. Vivenciando sensaciones, devociones, pero especialmente compartiéndose. Llegó a excitarse al recordar el Paraíso en compañía de su Eva. No recordaba el tiempo que había pasado desde que aquella parte de su cuerpo no se alteraba. Salvador mantuvo la atención en la canción para tratar de descifrar la reacción de su amigo.

Te sorprendí a través del cristal de la bañera.

Cuando una puerta abierta. Me invitó a mirar la escena.

De tu piel que entre las nubes de vapor

se humedece y se despierta
El agua cae constante

te recorre y busca el suelo.

Recuerdo que en la tarde Era yo quien medía tu cuerpo
Con la constancia de quien Descubre eso que anda buscando
Y aun así Y aun así,

Y aun así y aun así

se da su tiempo

Y te miro a través
Del cristal de la bañera
Recoges el jabón
Y me concentro en tus caderas

Lo pasas por tu piel tan dulcemente Que le envidio su carrera
Tus gestos no se ven
Ni se ve el color de tus ojos Disueltos con vapor tus labios No llevan su tono usual de rojo
Y el tono de tu piel
Siempre contra el de la pared Resulta en curva, contornos Jabón y espuma El remedio para mi sed Digo bien para mi sed

Te estoy mirando a través Del cristal de la bañera
Lo miro casi todo Y todo lo que veo me ciega No te he llamado y tú En tu intimidad no te das cuenta Pensaba visitarte y tú Tan bella

e indispuesta
Que me decidí a marcharme Pero no a cerrar la puerta Para verte cuando escribo

No sea que desaparezcas Para verte cuando escribo No sea que... desaparezcas

Los últimos acordes del cantautor y de sus acompañantes sonaban para dar el toque final a la canción. Salvador le tendió el pañuelo. Lo veía muy acongojado, incluso se le escapaban algún que otro puchero. Pero no rompió el silencio, se dio cuenta que Gonzalo había percibido su preocupación y optó por que fuera él cuando consiguiera volver el que se expresara. No había escuchado nunca esa canción pero le impactó la carga sensual que portaba su poesía. Tardó tres canciones más en recuperar la normalidad.

Justo en el preciso instante que se hacía una pausa en el escenario y la música caribeña irrumpía en el local a través de los altavoces.

- Negro. Pensará que estoy loco. Pero esa canción me trae tantas sensaciones, tantos recuerdos, tantos placeres. Desgraciadamente todos murieron con ella.

Estaba muy sensible, muy afectado y se abrió por primera vez a su amigo. Las imperiales caían frías como pocas veces se suele tomar en un local público una tras otra. El calor era sofocante y las imperiales entraban como el agua.

Abandonaron el local con dificultad para mantener el equilibrio. Ahora conocía mejor al extranjero y le parecía increíble su comportamiento, su actitud hacía él.

- Tiene sangre negra, jodido español. Usted tiene sangre negra.

Repetía con dificultad por la falta de control sobre su mente, su habla, su mirada. Llegaron al hotel y solo Dios sabe como lo lograron de noche y por esas carreteras, pero el caso es que el coche estaba entero y ellos también. Recogieron las llaves en recepción ante la sonrisa del recepcionista. “Menuda trompa portan los ticos”.

Pensó nada mas verlos entrar por la puerta. Fueron directos a la habitación de Salvador. Allí primero uno y luego el otro se turnaron para limpiar su estomago rumiando y lanzándolo al inodoro cuanto habían bebido y comido esa noche. Se sentaron en los sillones del porche y Salvador se explayó durante el resto de la noche.

Comenzó maldiciendo a los dos terratenientes de Puerto Viejo. Dominaban la población desde Puerto Cahuita, pasando por Puerto Viejo hasta Puerto Manzanillo e incluso hasta la frontera con Panamá, no muy lejana a esta ultima localidad.

El gringo” dominaba los negocios de sexo, el contrabando y distribución de drogas, especialmente de maría y coca, aunque en la región cualquiera que tuviese arrendado un terreno en el lugar tenía alguna planta de maría. Junto con don Julián controlaba toda la pesca de la langosta de la región. Negocio en decadencia después de las prospecciones petroleras. Este último terrateniente también controlaba los campos de bananas, los cafetales y todos los locales para turismo de la zona. Aunque se decía que controlaba también al “gringo”.

Pues este figuraba como arrendado del personaje. Explotaban al negro, grueso de la población del cantón y descendientes de los jamaicanos, importados como esclavos en la época de la construcción del ferrocarril. Gonzalo detuvo el relato del Negro para preguntar.

- ¿No he visto el ferrocarril, ni he oído hablar de el?

El Negro sonrió para comentar.

- Esa es otra historia de este peculiar país. Se comenta que un ministro de transportes tenía una importante empresa de distribución de mercancías por carretera, y el ferrocarril le hacía demasiada competencia optando de un plumazo su abolición.

Más de cien años de sudores del negro lanzados por la borda por los intereses de una persona. Pero yo no me atrevo a poner la mano en el fuego por ese rumor. Aquí aunque muchas cosas suceden así, también somos muy propensos a confirmar rumores sin tener la seguridad de su veracidad. La versión oficial hace referencia al perjuicio ecológico ocasionado por el ferrocarril, su alto coste y su escasa necesidad ante las dimensiones del país.

Aclarada la pregunta prosiguió con el relato.

- Con esos dos tipos hay que ir con cuidado, lo mejor es pasar desapercibido o apretarles desde arriba.

Usted que tiene posibilidad de contactar con gente no haría nada mal en cubrirse las espaldas. Esas personas aunque con poder cuando alguien de arriba les aprieta las tuercas aflojan las piernas y ya sabe. Se cagan. Por el contrario con nosotros, los negros, cometen todo tipo de atropello sin posibilidad de defensa.

Le confesó que había sufrido los abusos de esos degenerados. Les daban tanto a los hombres, como a las mujeres y especialmente don Julián solía abusar de los niños. Dicho el preámbulo lanzó al espacio del porche. “El hijo de su chingada madre”. Para relatarle a continuación que cuando contaba con catorce años lo prendió y abusó de él hasta que se cansó.

No le dejó en paz hasta que tuvo sustituto y ese infierno lo vivió durante diez años. Luego pasó a confesarle su encuentro con el “gringo”.

- Con ese hijo de puta fue diferente. Lo busqué yo para conseguir unas rayas. Cuando uno está metido en la míerda revolcarse un poco mas no se nota.

Pudo escuchar mil relatos sobre el sometimiento, del negro principalmente, por esos salvajes. El estomago se le revolvía mas y mas. Y en esta ocasión el alcohol no tenía la culpa. “Que contraste de sentimientos, entre los momentos de esta noche”. Se repetía Gonzalo. La velada en El Meteorito y ahora los del porche.

martes, 5 de julio de 2011

NEGRITA PURA VIDA CAPITULO 4 - PURA VIDA

- CAPITULO IV –

- PURA VIDA -

La estancia en Texas fue de horas. Al estampar la firma en los documentos don Emilio respiró profundamente fundiéndose en un abrazo con don Gonzalo. Había aterrizado esa misma mañana con los primeros rayos del sol. Y en los postres, Gonzalo, se disculpaba de su anfitrión. En dos horas debía estar en el aeropuerto.

Solo, en una sala frente a la puerta de embarque, esperaba su vuelo con destino a Costa Rica. Alberto le aconsejó que si deseaba relajarse y olvidarse de todo.

En aquel país y precisamente en esas fechas, época de lluvias, era el lugar perfecto. Le recomendó tres lugares. Quepos, Puerto Jiménez y Puerto Viejo. Especialmente este último sabía que le cautivaría. Por su gente, por su tranquilidad, por su falta de civilización, por lo salvaje, por lo caribeño. Pero sobre todas las cosas por SU MAGIA.

El primer impacto al tomar tierra en el aeropuerto de Alajuela, en las proximidades de la capital San José, fue un enorme cartel. Un luminoso con un paisaje de Costa Rica y un titulo que rezaba así. COSTA RICA. PURA VIDA.

Pero durante los trámites de aduana su paso por la cafetería y su llegada al taxi que lo condujo al hotel escuchó la frase en más de tres ocasiones, en comentarios o conversación entre los nativos. Pura Vida. El mismo taxista sacó a relucir esas dos palabras que penetraron en su mente. Al menos eso pensó en un principio, pero más tarde se daría cuenta que iban a ser parte de su vida. Se le grabaron en su corazón, en su alma. Embrujándolo como a tantos visitantes de aquel país de ensueño. Una tierra que te la imaginas de una forma totalmente diferente a como es.

Comienza por desilusionarte para poco a poco introducirse por los ojos, por el tacto, por el estómago, por los sentimientos, por el alma. Hasta conseguir con continuidad y sin pausa embrujarte de tal forma que resulta imposible abandonar aquellos parajes, aquellas gentes. Seres humanos llenos de amabilidad, de tranquilidad, de temores hacia los extranjeros, pero especialmente llenos de pura vida.

Antes de entrar en el baño para darse una buena ducha tomó su móvil y se puso en contacto con su pequeña. Todo había ido a las mil maravillas y se encontraba en el hotel.

Le expresó el impacto tan grande que le había ocasionado aquel país. Solo conocía el aeropuerto y el trayecto hasta su hotel que por cierto estaba a escasos veinte kilómetros, pero ya le había fascinado ese lugar. Incluso no pudo reprimirse en soltar las dos palabras de rigor.

- Esto es como rezan sus carteles y su gente “Pura Vida”.

Estaba claro que Gonzalo no era consciente hasta que punto iba a involucrarse con ese pequeño trozo de Centroamérica. Estaba muy cansado la noche anterior había estado volando.

Por supuesto que no pegó ojo. Nunca había conseguido dormir en ningún transporte público. Se duchó y sin cenar, pues el tente en pie en la cafetería del aeropuerto apaciguaron su estomago. Se metió directamente en la cama para quedar a los pocos segundos completamente dormido.

El grado de humedad era increíble, favorecido por una niebla que no permitía ver mas aya de sus narices. Sin embargo la temperatura era elevada. Cerró la ventana, se metió en la ducha y tras vestirse bajó al comedor a desayunar. Era buffet por ello se preparó una fuente repleta de una ensalada de frutas, con piña, banana, mango, naranja, papaya, melocotón, sandia, todo en pequeños trozos ocupando la bandeja.

Se sirvió dos cucharitas de arroz y huevo revuelto con tomate. Para completar su bandeja con cuatro tostadas de pan de molde y un tazón de leche fría con un chorro de café. En una mesa próxima devoró aquella primera comida del día.

Antes de subir a su habitación solicitó en recepción contactar con alguna empresa de alquiler de vehículos. Deseaba un todoterreno que le permitiera moverse por el país. En un principio su idea no era alquilar ese tipo de vehículo pero el taxista que le condujo hasta su hotel le advirtió que si alquilaba un coche para moverse por esas tierras debía hacerse con un buen “carro”. Con tracción a las cuatro ruedas y el chasis bien elevado del suelo.

Estaba cerrando en la habitación la maleta, cuando le llamaron de recepción para notificarle la presencia del empleado del rentacar. Bajó casi de inmediato y tras la presentación, rellenaron los pertinentes formularios, enseñó su tarjeta de crédito y después de la explicación de las condiciones le mostraron el vehículo que tenía aparcado en la puerta. Las pertinentes normas de funcionamiento de lo fundamental. Ya con las llaves en su poder y el coche esperando, regresó a su habitación para recoger el equipaje, cargarlo en el coche y liquidar a continuación la cuenta con el hotel

Tras su primera estancia de su incipiente viaje a Costa Rica. El lugar elegido, tras dormir en las cercanías de la capital, fue Quepos. Población no muy lejana al hotel donde había pernoctado esa noche. Unos cien kilómetros le aseguró uno de los recepcionistas. Le costó cerca de dos horas llegar hasta dicha población costera pues la circulación de camiones era considerable y la posibilidad de adelantamiento prácticamente nula. Pero se recreó con el paisaje. Nunca se imaginó una geografía tan escabrosa. La selva invadía en momentos hasta la misma carretera.

Se instaló en un hotel, metido en la selva, entre la ciudad y el parque nacional Manuel Antonio. Su habitación estaba ubicada en una construcción rustica individual donde en un pequeño porche, de obligado paso para acceder a la habitación, había emplazado dos sillones, un sofá de tres plazas y una mesita. A su derecha una hamaca de cuerdas pendían sus dos extremos de un enganche en la pared, frente a este, en la pared opuesta otro para enganchar el otro extremo y permitir utilizar, en aquel porche, el susodicho elemento de descanso.

Entró en la habitación y tras colocar su equipaje, ducharse y pedir un aperitivo con bebida refrescante incluida, se tumbó en la hamaca y permaneció escuchando música de su mp3 hasta la hora del almuerzo. En horizontal y completamente relajado le vinieron de nuevo las dos palabritas en cuestión. Pura vida.

Pero indiscutiblemente en esos momentos ese lema reflejaba esos instantes de relax, de tranquilidad, de sosiego, de vida. Ana, su mujer, acudió a su mente. Como habría disfrutado de ese incipiente viaje.

Los lagrimales se aflojaron y el líquido salado retenido se desbordó inundando su recorrido hasta el principio de la espalda. Buscó el pañuelo pero no tenía ninguno a mano. Tampoco le apetecía dejar esa posición, optando por utilizar su polo para secarse. Debía hacer algo de ejercicio, pues llevaba más de una semana sin hacer nada de nada y era una persona que su media hora diaria en el gimnasio no se la quitaba nadie. Le servía para liberar tensiones, para descargar la adrenalina acumulada del día anterior y para mantener su más que aceptable cuerpo a pesar de su edad.

Además el ejercicio le ocuparía parte de ese tiempo libre que ahora era exagerado y le ayudaría a superar la pérdida reciente de su esposa. Se quedó adormilado por espacio de unos cuarenta y cinco minutos. Pero aunque se estaba francamente bien en aquella posición optó por moverse un poco. Entró en la habitación se puso el traje de baño, un polo, la gorra, las chanclas y con la toalla sobre el hombro decidió buscar la piscina. Recorrió varias dependencias del hotel y al comprobar la existencia de un gimnasio, próximo a la pileta, entró para hacer media hora de ejercicio en seco. Inicio un calentamiento prolongado, suave al principio y endureciéndolo progresivamente.

Recordaba muy bien las pautas dadas por su preparador físico del local madrileño donde solía acudir con asiduidad. Aunque los últimos años, con el cambio de casa del piso al chalet, se ejercitaba en su propio gimnasio. Como hombre meticuloso y de las cosas bien hechas, consiguió que su preparador le orientara en el montaje del mismo convirtiéndose en el mejor gimnasio privado de la urbanización. La quema de calorías duró algo más de lo previsto en un principio. Se prolongó cerca de los setenta minutos, aunque parte de la culpa la tuvo el calentamiento previo, que siguiendo las indicaciones recibidas en su tiempo, lo alargó mas de lo habitual.

Las palabras de aquel profesional se iban repitiendo en su mente. “Si deja un tiempo de hacer ejercicio cuando reanude de nuevo procure ampliar el calentamiento de diez a veinte minutos más. Siempre iniciándolo con estiramientos y amplitud de movimiento de las articulaciones sin olvidarse de ninguna”. Cuando finalizó su sesión se notó mas cansado de lo normal, pero era lógico. Su preparador se lo anticipó que así sucedería. Se dio una buena ducha con agua más bien fría y salió al exterior para introducirse en la piscina.

No había nadie en el agua pues era la hora del almuerzo y pudo nadar con libertad y comodidad por espacio de treinta y cinco minutos. A un ritmo constante pero más bien bajo con respecto a otras ocasiones. Pues la sesión de gimnasio después de varios días sin tocarlo le aconsejó no forzar la máquina. “Con esta edad hay que castigar al cuerpo pero no flagelarlo”. Se repetía mentalmente. Se puso en la parte de la piscina donde no cubría e inició una serie de ejercicios de estiramientos en el agua especialmente de relajación. Repertorio de su preparador.

Entró en la ducha de su habitación y tras asearse, se vistió para entrar en el comedor y reponer fuerzas. Durante la comida como la mayoría de la clientela había almorzado tuvo a su disposición a la plantilla completa del comedor. Conversó con ellos y le aconsejaron no ir por la tarde a Manuel Antonio, el parque nacional de la zona era de grandes dimensiones, recomendándole visitarlo a primera hora de la mañana. Sobre las siete. Hora de apertura. Siguió los consejos del personal del restaurante y tras finalizar la comida regresó al porche de su habitación para dar una cabezadita en la hamaca de cuerdas.

Ana le hubiera hecho andar. Le sentaba fatal tumbarse después de cualquier comida. Pero a él el descanso tras la ingestión de alimentos le reponía el cuerpo. No llegó a dormir pero se mantuvo relajado en su lecho balanceante y escuchando música por espacio de hora y media. Circulaba por una carretera estrecha y surtida de baches, hoyos, y hasta de precipicios. Pues si una rueda entraba en ciertos boquetes de la calzada ya no se salía de allí. Subidas, bajadas, curvas cercanas a los doscientos setenta grados. Circulaba con precaución a pesar de la escasez de tráfico pero el trazado así lo aconsejaba.

Anuncios de actividades acuáticas, del parque Manuel Antonio, de alquiler de cabinas, de hoteles, bares, pero sobre todo selva. Selva en cada recodo de la carretera, vegetación hasta en el asfalto. Y una mezcla de colores, con predominio del verde acariciaba su mirada. Entró en un restaurante de construcción muy sencilla con aparcamiento entre las palmeras colindantes con la playa. Otras protegían unas mesas de piedra con sus respectivos asientos del mismo material. Se detuvo en aquel local de hostelería. El sol que lucia en esos momentos le atrapó. Se sentó en una de las mesas y pidió una bebida refrescante.

Contemplaba la playa, casi vacía, acariciada por las palmeras y la vegetación de la selva que se detenía para brindar una arena blanca llena de troncos, ramas, cocos y cualquier otro material que los ríos por esa época arrastraban hasta el mar, y éste, generoso, los devolvía a la playa. Dos jóvenes, tratando de mantenerse en pie, en sus respectivas tablas de surf y el mar, con olas próximas a los tres metros tratando de impedírselo. El canturrear de aves, que poblaban la zona, se hacía sentir a la perfección. Y aunque fijó su mirada tratando de localizar alguna, no lo logró.

En compañía, del romper violento y prolongado de las olas se mantuvo entretenido mientras consumía su bebida. Entre los doscientos y cuatrocientos metros, océano adentro, unas islas mezclaban su vegetación de un verde intenso con la blancura de las olas al impactar contra ellas. El sol cayendo en el horizonte le proporcionaba un contraluz de una belleza plástica irrepetible. Llegó a sacar su cámara digital y plasmar en su tarjeta un buen número de instantáneas. Sus retinas trabajaban a destajo tratando de captar y posteriormente su cerebro analizar toda esa información, de luz y color.

Un lugareño le apartó de la contemplación del paisaje, que tan generosamente le ofrecía la Naturaleza. No pasaba de los treinta o treinta y cinco años pero su aspecto descuidado y falto de higiene mostraba la imagen de una persona de mucha más edad. Pidió una limosna. Gonzalo le invitó a sentarse.

- Tengo por costumbre no soltar un colón, pero si desea tomar algo. Pida lo que quiera. Lo tiene pagado.

Debía llevar tiempo sin probar bocado. Y aunque su intención en un principio era recoger algún dólar o colón para hacerse algún vinillo, o reunir plata para comprar alguna raya, aceptó encantado el ofrecimiento.

Solicitando al camarero una enorme bandeja con arroz, camarones, papas, con una buena variedad de verduras. Gonzalo le observaba. Era indudable que el alcohol y la droga dominaban a ese ser humano. Sintió lastima, pero aunque le hubiera gustado mantener una conversación con aquel personaje, se contuvo y le dejó comer. Disfrutó más que si estuviese ingiriéndolo él. Devoró aquella bandeja en un abrir y cerrar de ojos. Con una sola mirada Gonzalo le comprendió y volvió a pedir un nuevo plato. En este caso de arroz con calamares, verduras y papas.

Mientras esperaba que le sirvieran sacó del bolsillo una cajetilla de tabaco aplastada, hurgó y al comprobar que no le quedaba volvió a dirigir su mirada a Gonzalo. Este sonrió y de inmediato, mostrando la cajetilla vacía al camarero le pidió que le trajera un paquete.

- Usted es buena persona.

Fueron las primeras palabras que escuchó de aquel desdichado. Las pronunció nada mas abandonar el camarero la mesa para ir a por el tabaco. Gonzalo sonrió y en tono familiar respondió.

- Todo el mundo, cuando está de vacaciones, es buena persona.

Aquel personaje negó con la cabeza la afirmación de su bienhechor. Parecía que iba a hablar pero la llegada del camarero con el tabaco le interrumpió. Abrió con torpeza y extremada lentitud. “Pura vida”, las dos palabritas en cuestión llegaron a su mente mientras observaba la parsimonia, el ritual y hasta podría asegurar la ceremonia para abrir aquella cajetilla, sacar un cigarrillo y hacer el amago de sacar otro para Gonzalo. Pero al asegurarle que no fumaba desistió. Para por fin encender el que pendía de sus labios. “Si señor esto es vida y no el estrés de los últimos años”. Volvió a pronunciarse su mente mientras lo contemplaba.

Dio un par de caladas y se animó a romper el silencio entre los dos.

- ¿Sois extranjero?

Gonzalo respondió afirmativamente.

- Me llamo Salvador, aunque la gente del lugar me suele llamar El Negro Langostero.

Permitió unos segundos de silencio para darle la oportunidad al extranjero de presentarse, cosa que Gonzalo hizo de inmediato volviendo a tomar una actitud de escucha.

- Trabajaba en Puerto Viejo y sus alrededores pescando langostas, para los bares y restaurantes de la zona, pero ahora esta mal, muy mal el asunto.

Desde que las compañías petroleras estadounidenses Harken de Texas, y la MJK, de Luisiana, consiguieron, solo Dios sabe que hijo de su chingada madre les consintió hacerlo, los permisos para hacer prospecciones. La chingamos, compadre, la chingamos. Tras las primeras explosiones, la langosta rara vez volvía por los caladeros que solíamos pescar. Aun se coge alguna pero don Julián y su socio el “gringo” se han hecho con los pocos caladeros que quedan. Tuve que emigrar de allí y no sabe lo que me arrepiento. Mi Puerto Viejo es incomparable a ningún otro lugar del país. Pensé que las cosas me irían un poco mejor por aquí. ¡Pero que carajo! Me toca mendigar y al negro no crea que le hacen mucho caso por esta parte del país. Allí tengo alguna familia pero trabajan de peonaje en las plantaciones bananeras, un trabajo duro donde los hay y solo compensado por una comida mísera, y una vivienda ruinosa ocupada por dos o tres familias. A mi me sacan del mar y muero a los dos días. Por eso prefiero mendigar cerca del agua y de vez en cuando conseguir algún trabajo con un pescador independiente. Pero es difícil, la cosa está muy mal.

Aquel personaje deseaba explayarse y lo hizo sin la menor duda. Mientras Gonzalo disfrutó de compañía y del relato de aquel pintoresco personaje.

No le interrumpió le permitió hablar y hablar, dedicándose a observarlo mientras devoraba el otro plato.

Comenzaba a oscurecer. Gonzalo abonó la cuenta del chiringuito playero y cuando Salvador le agradeció su amabilidad y se disponía a partir. Gonzalo le propuso un trabajo.

- Don Salvador. Usted conoce bien este país especialmente Puerto Viejo. Precisamente uno de los lugares planificados para mis vacaciones en esta primera visita a Costa Rica. Le propongo un trato. Ser mi guía durante el resto de mi estancia en el país.

El Negro le miró perplejo, había guías mucho mas cualificados que él para esos menesteres. El solo entendía de pesca y si, era cierto que conocía Puerto Viejo como pocos, pero no eran los sitios que un turista desearía visitar. En pocos segundos por su mente pasaron mil y una suposiciones. Sería gay en busca de un buen culo negro. La verdad es que eso poco le importaba, cuantas veces los amos abusaban de ellos en las plantaciones o por simple diversión cuando los pillaban solos por las playas. Alguna vez en Puerto Viejo lo hizo por conseguir una raya. Y la berga de ese viejo español no iba a ser mejor ni peor que aquellas.

Gonzalo esperaba expectante la respuesta de don Salvador. Era un buen fisonomista y los cambios en la expresión en el rostro del Negro le indicaban que nada bueno estaba pensando de la oferta. Pero aguardó pacientemente a que se pronunciara. Por fin don Salvador se decidió a romper el silencio. Sin duda le correspondía a él tras la propuesta ofrecida por Gonzalo.

- No soy guía solo un pobre pescador. Hay personas aquí mucho mas capacitadas que yo. ¿Por qué ese interés en que sea precisamente este servidor el que le guíe por el país?

Había conseguido reaccionar, ahora el ladrillo estaba en el otro lado y esperaba con impaciencia cual iba a ser la respuesta. Gonzalo lo hizo de inmediato. No quería sembrar dudas.

- Simplemente porqué también soy un experto en la pesca de la langosta. En mi caso siempre ha sido con la europea. Para ser mas exacto la Palinurus elephas. Y siempre en las costas gallegas, allí en mi país. Siento verdadera curiosidad por conocer vuestro arte con la langosta verde caribeña y más concretamente las que suelen transitar por vuestras costas.

La respuesta, pero especialmente la rapidez en su contestación, dejó a Salvador desorientado. De nuevo una eternidad para responder a la aclaración recibida. Su mente no estaba muy lucida. Había ingerido gran cantidad de alcohol durante la comida y el mono de la coca comenzaba ha presentar los primeros síntomas. Pero entre sus dudas, la respuesta rápida de su interlocutor y la falta de lucidez, soltó lo primero que se le ocurrió.

- ¿Cuánto me va a pagar?

La sonrisa volvió a surgir desde las comisuras de los labios de Gonzalo.

Era consciente del estado de aquel pobre hombre y de su dificultad para coordinar todos esos acontecimientos en pocos minutos. Por ello y con la sonrisa en el rostro respondió sin permitir esa pausa que dejaba El Negro.

- En primer lugar llevarle de nuevo a Puerto Viejo. Estoy seguro que con eso bastaría. Pero hay más. Hasta que regrese a mi país le proporcionaré una habitación individual en los hoteles en los que nos hospedemos y tres comidas como mínimo al día. Luego si me descubre esos rincones que solo ustedes los lugareños conocen, y no los que suelen mostrar los guías profesionales.

Tal vez, y se lo repito otra vez. Tal vez le caiga algún dólar. Pero que quede muy claro desde el principio si acepta el trabajo, aquí no hay amo ni sirviente. Hay dos personas que busca unos intereses, que posiblemente no coincidan pero con el acuerdo se satisfagan los de ambos.

Gonzalo conforme exponía su proposición fue cambiando la cara sonriente de un principio por otra más formal y seria. Deseaba despejar cualquier duda a don Salvador. Indudablemente lo consiguió. Aquel pescador quedó impresionado. Había sido muy claro en su exposición.

En sus palabras nada daba a entender cualquier otro servicio que no fuera la de acompañante. También se percató que aquel español le había hecho una radiografía de su personalidad en los escasos minutos que llevaban juntos. Sin duda con regresar a Puerto Viejo bastaría para atender su petición. Pero quiso tentarle, el mono estaba haciendo mella y necesitaba algún dólar para calmarlo, y de paso ver como respiraba.

- Patrón. Me adelantará algún dólar, aunque tenga que realizar cualquier otro servicio.

De nuevo casi sin permitirle terminar la frase Gonzalo le paró.

- Mi querido amigo o no entiende muy bien el español que hablamos por aquellas latitudes, o esta un poco duro de oído. No hay siervo ni amo, lo he dejado claro desde un principio. Si rechaza mi oferta, mejor olvidarlo y encantado de conocerle. Ha sido un placer. En cuanto a los dólares me parece haber repetido por dos veces que tal vez. Y siempre ligado a una condición. Si...

Ahora fue Salvador quien le interrumpió. Tenía muy claro las pretensiones de ese extranjero. Y como muy bien le expuso el acuerdo interesaba a los dos. No le cabía la menor duda. Por ello replicó.

- De acuerdo don Gonzalo, acepto las condiciones sin más. Aquí tiene la mano y la palabra del Negro Langostero. No dude que quedará satisfecho y conocerá esos lugares. Y puedo asegurarle desde hoy mismo que esos dólares prometidos los conseguiré.

Sellaron sus manos desligándose al iniciar el trayecto hasta el vehículo. Fueron directamente a la población de Quepos en concreto a su zona comercial. Allí compró ropa, zapatos, una pequeña maleta, dos sombreros de paja, utensilios de limpieza personal y alguna cosilla más. Concluida la compra, en el todoterreno, se acercaron al hotel.

En recepción contrató una nueva habitación, recogieron la llave para dirigirse a sus respectivas habitaciones, arreglarse un poco y acudir a cenar. Gonzalo propuso hacerlo en el mismo hotel pero Salvador le recomendó un gran local en la ciudad, llamado el Meteorito. Un local agradable, tranquilo, de dimensiones descomunales, comparado con la mayoría de los locales del país. Surtido de variedad de platos en su menú y según El Negro de excelente calidad. Aceptó sin reparos. Desconocía aquella zona del mundo y si había contratado un guía era para aceptar sus consejos. Sin duda conocía bien el lugar.

Sus cuatro años vagabundeando por la zona así lo certificaban o cuanto menos sabía bastante más que él de aquella población.

Durante la cena Salvador, alegando ir al servicio, se las agenció para ponerse en contacto con uno de los proveedores de coca de la zona. Conversó con el dueño del establecimiento y con arte consiguió que se lo cargaran en la cuenta de don Gonzalo. Con la papelina en su poder regresó para terminar de cenar. Pero Gonzalo, acostumbrado a tratar durante años con mucha gente analizó con rapidez y eficacia el lenguaje corporal del Negro.

Detectando algo anormal en su comportamiento desde la salida del hotel hasta su regreso a la cena tras la visita a roca. Por el contrario Salvador buen conocedor del lenguaje corporal, era una característica típica de los nativos de Puerto Viejo, no se paró a descubrir lo expresado por Gonzalo. La abstinencia y su obsesión por conseguir calmar su dependencia le nublaron toda posibilidad de análisis del extranjero y no tenía ni idea de cómo respiraba. El español tenía por costumbre calcular los precios de las facturas que le iban a extender.

En concreto en los locales de hostelería con solo leer la carta se le quedaban grabados los productos con su coste. Siendo capaz de adivinar con exactitud y en escasos segundos la cuantía de la cuenta y no solo lo realizaba en euros. Era capaz de acertar hasta el céntimo en varias monedas a la vez. En esta ocasión la calculó en colones, dólares y por supuesto en la moneda comunitaria europea. El valor de la factura de esa cena, según los precios de la carta no excedía de los doce dólares y la nota reflejaba sesenta y dos, exactamente.

Abonó sin el menor gesto la cantidad presentada, para levantarse a continuación y dejar al Negro degustando su café mientras comentaba.

- Voy al servicio y luego si le apetece nos vamos a tomar alguna copa.

Salvador asintió. No había percibido nada extraño en su compañero y pensó que sería sencillo abastecerse de su dependencia sin necesidad de llevar dinero. “Estos inocentes extranjeros creen que lo saben todo”. Pensaba cuando lo vio levantarse y bajar hacia los servicios. Pero Gonzalo siguió la misma ruta que su compañero.

Rogó a un camarero la presencia del responsable del establecimiento. Quien se personó de inmediato pues se lo temía. La conversación se llevó con exquisita cortesía y educación. A Gonzalo no le gustaba montar broncas pero fue convincente y de inmediato consiguió sonsacar toda la información. Cuando el dueño del establecimiento le ofrecía los cincuenta dólares causante de las justas quejas del cliente. Los rechazó.

- No. Solo me interesaba conocer la verdad, esa persona está conmigo y si ha engañado a alguien ha sido a mí. Dejemos todo como está. No hay problema.

Al regresar a la mesa y proponer de nuevo ir a tomar alguna copa, Salvador se precipitó a decir que estaba muy cansado y prefería irse a descansar. No puso ningún inconveniente. Las intenciones de Salvador eran claras, quedarse a solas en su habitación con la pegatina y apaciguar los efectos del mono.

Retiraron las llaves de recepción para desplazarse a sus habitaciones, cuando Salvador se vio sorprendido por Gonzalo. Le invitó a sentarse en un sillón del salón, junto a recepción, y sin demorarse para sorprenderle aún más si cabe. Le lanzó su primer discurso.

- ¿Qué poco me conoce? Compañero. Tiene dos alternativas. Seguir lo pactado en la playa de mutuo acuerdo o romperlo ahora mismo. En este último caso, puede dormir esta noche en su habitación y hundirse más en esa mierda. Su estancia esta pagada incluido el desayuno de mañana, pero me despido de usted ahora mismo. De optar por el primer caso, me entregará esa pegatina que me ha costado cincuenta dólares y en lo pactado los dólares solo aparecen al final. Un condicionante. Me dará su palabra de Negro Langostero de no volver a intentar engañarme. Es mas ni siquiera lo pensará. En ese caso cada uno se ira a su habitación a dormir y aquí no ha pasado nada.

Salvador entre el mono y la sorpresa no sabía como reaccionar. “El muy cabrón, me ha pescado como a la langosta.” “Hijo de su chingada madre”. Hurgó en sus bolsillos. Sacó la pegatina. Se la ofreció al maldito viejo diciendo.

- Tiene mi palabra de negro que no volverá a suceder.

Sus ansias por regresar a Puerto Viejo eran más fuertes que su mono pero este ya le estaba haciendo daño. Con la cabeza baja añadió.

- Amigo tendrá que ayudarme esta noche y puede que algunas más a superar esta maldita dependencia del polvo blanco del demonio.

Gonzalo se alegró por la reacción del Negro ofreciendo su ayuda. Esa noche dormiría en el porche de su habitación y siempre que lo necesitará solo tendría que llamarlo. Pero el gesto de sumisión le dolió al español y sin poderlo evitar añadió.

- No baje nunca la cabeza para hablarme. Somos dos seres humanos hijos del mismo padre y la misma madre. Y le diré una cita que leí en mi país para recordarlo. Es de un Colombiano. Gabriel García Márquez en concreto. “El hombre solo debe agachar la cabeza para ayudar a levantarse a alguien”. Y en este caso me toca a mí agacharla.

Fue escuchar las palabras de aquel extranjero y comenzó a llorar, mientras repetía una y otra vez.

- El negro no esta acostumbrado a que lo traten así, el negro no esta acostumbrado.......

Un nudo aprisionó su garganta, a punto estuvo de liberar unas lágrimas, pero él era quien debía mantenerse firme. Se lo tragó y posando su brazo sobre el hombro de Salvador se fueron hacia la habitación. Fue una noche dura. Se retorcía de dolor, sudaba, vomitaba, chillaba, suplicaba, pero Gonzalo se mantuvo en su papel y lograron superar la noche. En una de las pausas le telefoneo su pequeña.

Conversaron durante unos minutos. Le aseguró que todo iba bien y que ya le contaría. Pues en el escaso tiempo que llevaba en el país habían pasado demasiadas cosas.

Esa mañana el sol lucía con intensidad. Salvador se encontraba algo mejor. Lo dejó duchándose y quedaron en verse en el comedor del hotel para desayunar. Gonzalo fue directo a su habitación. Se dio una buena ducha, se vistió y se reunió con Salvador en el comedor. Quien le aguardaba.

Agacho la cabeza. Se disponía a agradecer la ayuda pero Gonzalo se le adelantó.

- García Márquez.

Elevó la cabeza mientras sonreía y comentaba.

- Maldito extranjero no puede ser blanco. Debe tener sangre negra.

La expresión lanzada estaba llena de afecto, de amistad, de cercanía y recibió como respuesta otra frase cargada con los mismos adjetivos.

- Usted amigo mío no sabe que allí en España no sabemos muy bien que sangre llevamos. Ha sido un país invadido por todas las razas y pueblos en sus años de historia. Portamos sangre, romana, celta, mora, fenicia, francesa, anglosajona. Gitana, negra, y solo Dios sabe que mas. Y no solo eso. Cuando hemos invadido algún país no hemos tenido el menor reparo en mezclar nuestra sangre.

“Un polvo es un polvo”. Decía un castizo madrileño cuando hablábamos de esos temas.

Fue un desayuno sin temores, sin tensiones, sin reticencias. Tenían la sensación de conocerse desde hacía años. Esas horas vividas había derrumbado cualquier barrera de desconfianza.

El Negro estaba entusiasmado con regresar a Puerto Viejo, pero era consciente que su vuelta tendría sus dificultades. Aunque aquel personaje le inspiraba seguridad, familiaridad. No se atrevió a contarle los problemas que le habían hecho abandonar su Cantón y su ciudad.