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EL NACIMIENTO -
Desde la primera intervención
con éxito el trabajo se acumulaba. Era necesario descubrir el porqué un
accidentado cuando llegaba al quirofano con más de dos horas desde el accidente
no se recuperaba al cien por cien y darle una solución. A los ciento ochenta
minutos la eficacia de recuperarlo perfectamente era del cincuenta por ciento,
el otro cincuenta aunque recobraba la movilidad padecía alguna dificultad
importante, principalmente en la coordinación. Sesenta minutos más tarde el
éxito se reducía a un veinticinco y cada hora la progresión era casi idéntica.
Se hacía imprescindible volcar todo el esfuerzo en esa línea de investigación
para solucionar el nuevo reto. Pero en los principales hospitales del mundo,
gracias a los resultados del equipo del doctor Carbonell consiguieron evitar
que muchas personas se vieran relegadas a la cama o a la silla de ruedas.
Caterine comenzaba a sentirse
pesada, necesitaba mimo, cariño, pero sobre todo atención por parte de su
esposo. José, tras sus últimos éxitos decidió trabajar media jornada y
dedicarle la otra a su mujer.
Faltaban dos semanas para
salir de cuentas, cuando recibió una llamada de un investigador, totalmente novel,
para él, y para el mundo de la medicina. Pertenecía a un estado donde la
dictadura controlaba a sus ciudadanos. Trabajaba en la universidad de la
capital. Había, o creía haber encontrado una solución para poder intervenir a
cualquier accidentado, incluidos
aquellos cuya inmovilidad venía de accidentes ocurridos varios años atrás. Pero
le resultaba imposible salir del país y mucho menos sacar información de
cualquier investigación llevada a cabo en su universidad. Había estudiado al
milímetro todas las publicaciones del doctor Carbonell, siguiendo las pautas
marcadas y tomando una de las vías de investigación sugeridas en el artículo,
aunque su método no estaba perfeccionado del todo, logró devolver la movilidad
a tres de las diez personas intervenidas. La mayoría llevaban años desde el
accidente, Interesándose José precisamente por ello. Deseaba encontrarse con él
y decidió por medio de la embajada ser invitado a dar una conferencia en la
capital del país en cuestión. No encontrando ningún impedimento. Es más todo
fueron facilidades
Caterine no estaba para viajar
y menos a un país con pocas garantías de ser respetados sus derechos. Optando
por quedarse y el doctor en compañía de sus colaboradores se desplazó un fin de
semana. Esa misma noche del viernes visitaron al personaje en cuestión en su
laboratorio de la facultad. José le había llevado varios dossiers de sus
investigaciones solicitadas por teléfono.
Repasaron minuciosamente los
estudios sobre los éxitos asegurados por el científico. Quedaron gratamente
impresionados. Precisamente Joel estaba esos últimos días iniciando una serie
de investigaciones con una línea muy similar.
Desde el primer instantes aquellas investigaciones despertaron el
interés del equipo del doctor pero especialmente el de él. No durmieron,
pasaron la noche en el laboratorio. Si bien tuvieron dificultades de movimiento
y especialmente de luz. Si los descubrían el régimen del país los podía incluso
acusar de espionaje, como les advirtió Jung. En esas horas de trabajo codo a
codo José comprendió estar ante otro genio de la investigación. Con medios
rudimentarios y sin la mínima motivación logró, resultados impensables, incluso
con un buen equipo. Jung se encontraba solo, no tenía familiares ni conocidos
con vida, la guerra civil vivida recientemente se encargó de borrar del mundo a
sus seres queridos. Odiaba aquel régimen y así se lo confesó a lo largo de la
velada. La respuesta de José fue inmediata, le brindó ayuda y al observar la reacción emocionada de su
colega, no perdió el tiempo, prepararon una estrategia para conseguir abandonar
el país e instalarle en Francia como refugiado político.
Ese sábado la conferencia
realizada por el equipo del doctor Carbonell fue un éxito y el gobierno se
apuntó un tanto al conseguir lo que otros países de mayor prestigio y peso
específico no lograron. Al finalizar la misma y durante el ágape en honor de
los conferenciantes, José logró del ministro de sanidad la promesa de enviar a
Francia al curso, que se iniciaba esa misma semana, sobre medicina del
movimiento y de rehabilitación, a un equipo de científicos del país.
Consiguiendo, con su habilidad de negociador, la entrada de Jung en la lista de
científicos a desplazarse a Paris. Al notificárselo el propio ministro, su
rostro se transformó, la tristeza, tensión y preocupación desaparecieron. Buscó
con su mirada a José sabía que el ministro había ido a su encuentro para
notificárselo. Le guiñó el ojo y en esos momentos le hubiera gustado explotar
de felicidad, pero consiguió controlarla.
- Mañana mismo, partirá con
dos colegas a París como invitados del doctor Carbonell.
Con estas palabras le
comunicaba el ministro a Jung la noticia. Inició sus pasos hacía José, pero con
una indicación significativa cambió de rumbo y se encontró con los otros
compatriotas compañeros de viaje para quedar en el ministerio y de ahí partir,
hacía el aeropuerto.
José y su equipo salieron unas
horas antes. Deseaba llegar a París con tiempo. Habló previamente por teléfono
con el secretario del ministro de asuntos exteriores sobre el asunto, quien le
confirmó entrevistarse a su llegada en el aeropuerto parisino.
Cuando el avión de líneas
regulares despegaba del país Jung sintió como todo su ser se inundaba de
felicidad. Por fin libre para trabajar, para salir, para hablar. Pero más que
esa libertad ansiaba, desde lo más profundo de su corazón, poder pertenecer al
mejor equipo del mundo en investigación sobre rehabilitación y trastornos del
movimiento. Además, esas escasas horas de relación con José le había llenado
plenamente. No podía dar crédito a lo vivido en esas horas. Tal vez, pensaba,
al tratarlo tan poco y en esas circunstancias, unido al deseo de salir de allí
y comprobar que tenía posibilidades de ser libre, lo había magnificado. Era un
hombre de una sencillez deslumbrante. De una inteligencia difícil de igualar.
Las palabras intercambiadas con sus dos colaboradores, le aseguraban que era
fácil agradar en unas horas a cualquier persona. Pero Joel le confesó llevar años trabajando con él y cada día le
sorprendía aquel genio de La
Naturaleza.
Nada más aterrizar y a punto
de pasar el control aduanero, dos agentes de inmigración se aproximaron y uno
solicitó a Jung acompañarle. Obedeció. Al cruzar el umbral de la puerta de un despacho vio a José abrazándose
y agradeciendo su colaboración. Los
trámites burocráticos se aceleraron, pues no en balde José se movió con
antelación y aunque perdieron unas horas mereció la pena. Era libre, le
proporcionaron la documentación de refugiado político y su correspondiente
permiso de trabajo y de residencia en el país.
Los otros dos científicos se
instalaron en un hotel parisino, una azafata había ido a recogerlos y sería su
anfitriona durante los días de estancia en la capital. Preguntaron a la bella
señorita por su compañero y tras las aclaraciones oportunas, se prepararon para
asistir esa tarde al congreso.
El equipo del doctor Carbonell, junto a su
nueva incorporación, tomó el jet de la familia y volaron con destino Lyón.
Durante el corto trayecto aéreo recibió la llamada de Caterine, estaba atascada
en la autopista que unía Lyón con su aeropuerto. Trazas de descongestionarse no
había. Es más iba en aumento, por ser hora punto. Quedó en desviarse por el
primer cambio de sentido y regresar a casa para esperarle allí. Comieron todos
en casa de los Carbonell. Tras la sobremesa instalaron, por el momento, a Jung
en el dúplex de Caterine. Esa misma tarde noche los tres ayudantes de José se
encontraban trabajando en el laboratorio. Mientras el matrimonio se desplazó a
París para relajarse, cenar y asistir a la opera.
José pasó toda la
representación observando a su esposa, estaba encantadora, su rostro reflejaba
la felicidad de ese primer embarazo inundando su cuerpo. En varias ocasiones
llamó, con el gesto y la mirada, la atención de su esposo. Pero él hizo caso
omiso a las gesticulaciones y mirada de su encantadora esposa y prosiguió
contemplándole. Mientras abandonaban el teatro le recriminó por su actitud en
la representación. Había sido excepcional y él no había prestado la mínima
atención.
- Mi amor, en ese teatro el
único espectáculo, lo verdaderamente embriagador en ese local repleto de
personas, eras tú. Y tras casi dos días sin poderte contemplar. ¿Crees que
estaba dispuesto a no disfrutar de tu mirada, de tu expresión, de tu encanto?
Pues no. Mi querida mama. No estaba dispuesto a distraer mi atención con otras
personas.
Las palabras de su esposo le
llenaban de felicidad, ella se veía enorme, aquel vientre donde albergaba su
primer hijo había deformado su perfecto cuerpo y cuando se atrevió a asegurar
estar hecha un adefesio, gorda y... no le permitió terminar se abrazó con
dulzura y comenzó a mimarle, acariciarle y a decirle mil y un cumplido que
envolvieron y elevaron su moral.
Una mañana, había salido de
cuentas, encontrándose en el laboratorio trabajando, el servicio entró
precipitadamente para advertir al señor el inicio de la dilatación. Dejó de
inmediato a sus ayudantes y salió como una flecha al encuentro de su mujer.
Estaba bastante avanzada, unos seis centímetros y los dolores se espaciaban
cada vez menos. El nuevo ser estaba a punto de irrumpir en el mundo. No se
separó de su esposa ni un solo minuto. Tras unas eternas horas al fin descansó
la parturienta al lanzar a su hijo al exterior. Al mirar a su esposo se le
nublaron los ojos de felicidad. Estaba entusiasmado, contemplaba a la pequeña,
había sido niña, con tal amor, que llegó a sentirlo. Tenía su mano entrelazada
a la suya, se la aproximó a sus labios y los posó con esa dulzura y cariño que
enloquecía de pasión a su media naranja.
Todo se había desarrollado
sin la menor complicación. Cuando salían del quirofano Brisite se encontraba
aguardando. Besó a su sobrina y recordó a su hermana Linda. Se habría sentido
tan orgullosa de su hija y nieta, que esos recuerdos aflojaron sus lagrimales y
unas gotas de felicidad recorrieron sus mejillas. El recuerdo de su hermana le
había emocionado. Caterine le tendió sus manos y de nuevo se fundieron en un
abrazo.
En la habitación llegó el
primer momento de acercar a su niña al pecho. Para estimular las glándulas de
la madre y al mismo tiempo la pequeña siguiera sintiendo el calor y el latido
del corazón de su progenitora. José a su lado no paraba de lánzarle cumplidos y
mostrar la felicidad que esa hija había traído a sus vidas. La habitación se
pobló de ramos de flores, de detalles para la madre y la niña. Desfilaron
infinidad de personajes, familiares, amigos, políticos y demás conocidos del
matrimonio.
-
¿Cómo te
gustaría llamarla?
Sorprendió a su esposo. Se
quedó pensativo. El nombre lo tenía en mente desde hacía tiempo, pero en esos
instantes dudaba.
- ¿Habías pensado en alguno en
concreto?
- ¿Mi vida prefiero que lo
elijas tú?
José dejó transcurrir unos
minutos y por fin se decidió a confesarle el que tenía en mente.
- Creo que a tu madre le
hubiera hecho mucha ilusión conocer a su nieta. A mí particularmente me
gustaría ponerle Linda.
Caterine sonrió. Precisamente
ella también pensó en le mismo nombre para su pequeña. Abrazó a su esposo, era
capaz de leerle hasta el pensamiento, le besó y confirmó el nombre.
Al fin llegó la hora de volver
a casa. Se había recuperado maravillosamente bien y salió por su propio pie
mientras en sus brazos acurrucaba al bebe.
Durante esa semana José no
piso prácticamente el laboratorio, pero sus colaboradores le tenían informado
puntualmente. Por regla general coincidía cuando se dignaban a realizar alguna
de las comidas, pues normalmente el servicio les llevaba unas bandejas y
reponía fuerzas mientras seguían enfrascados en su trabajo.