viernes, 27 de marzo de 2015

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN. TERCERA PARTE. ESTER CAPITULO DÉCIMO NOVENO. VICENTE SE CONFIESA CON TERCI

CAPITULO DÉCIMO NOVENO 

VICENTE SE CONFIESA CON TERCI

 

 

    Tras el aseo personal se reunieron en el comedor del hotel a desayunar. Lo habían comentado por la noche, pero concretaron durante la primera comida, que al tener el día libre, se desplazarían a la playa a practicar surf. Robert era un gran dominador de la tabla y Ester deseaba aprender. Siempre le había fascinado volar sobre las olas con una simple tabla. Por ello tras el desayuno se perdieron en las habitaciones para el aseo personal y vestirse con ropas apropiadas para la actividad que iban a desarrollar. La limusina de Robert los aguardaba en la puerta principal, para transportarlos hasta el local donde alquilaban tablas. Aquellos profesionales pensaron que era un grupo de novatos, no se equivocaba, tanto Ester como Vicente nunca se habían subido a una tabla, aunque no pensaban que hubiera excesiva diferencia con las embarcaciones de vela. Pero Robert, un experto en la disciplina, recriminó con educación y dulzura al empleado manifestando que no estaba tratando con un principiante. De inmediato se disculpó y atendió sus peticiones. Le expuso las características de cada una de las tres tablas, advirtiendo su deseo de estrenarlas. Dos con gran estabilidad y una para competición. Había visto llegar a los jóvenes y desde luego pagarían lo que les pidiera.  Telefoneó a un local solicitando con la mayor urgencia el material solicitado por los jóvenes.

   Andaban enfundándose los trajes y al percibir las dificultades de Ester para enfundarse el traje Robert con su caballerosidad comenzó aconsejando para terminar ayudando a colocarse el equipo Andaban con los últimos acoples cuando una furgoneta llegó con el material. Fue Robert el encargado de repartir las tablas y de inmediato abonó el setenta y cinco por ciento del valor, confirmando que abonaría el resto al concluir la jornada. Al escuchar el precio se percató que las había comprado. O no le entendieron o prefirieron no enterarse. Restando importancia al asunto ya que podía perfectamente llevarse las tablas en el jet de su padre y cuando sus amigos acudiese a Cancún las tendrían para practicar en aguas del Caribe.

   Pasaron una mañana increíble, Ester la gozó, no recordaba una mañana tan divertida observando las payasadas que realizaba Vicente. Verle tan animado y con ese humor le emocionó profundamente. Luego Robert tan caballeroso y respetuoso. Un muchacho de una alta posición social y se comportaba con ella como si fuera el mayordomo con la princesa de palacio. En más de una ocasión le confesó que dejara de hacer el ganso, pero él sabía que si se ponían al mismo nivel no podía respetar a ese ángel. Deseaba abrazarle, besarle y poder mantener una relación como cualquier pareja de adolescentes, pero no era posible. Él, casi un adulto, ella comenzaba a ser una mujer. Le dolía separarse pero en parte lo prefería, podría decirle todo cuanto le quería, sin riesgos, ni peligros. Cómo la adoraba.

   El padre de Robert le fue a buscar para invitarlos a comer en uno de los mejores restaurantes del mundo. Abonó hasta completar la factura de las tablas solicitando al chófer que las llevara al jet de su padre. Se las llevaba a México. En la limusina junto a su padre, fueron conducidos a al hotel y mientras los jóvenes se daban una buena ducha y se cambiaban de ropa el padre de Robert se quedó en la cafetería dialogando con Rafael. Amos hablaron del tema estrella, aquella criatura. Cuando le contó el detalle que tuvo con su hijo en Cancún no se extrañó, esa niña era un ángel. La primera en aparecer fue Ester estaba preciosa y por supuesto que se llevó los correspondientes piropos de aquellos dos personajes. Se sentó junto a ellos pidió un refresco, aguardando a la llegada de las dos estrellas de surf. Por lo visto ambos deseaba estar lo más radiantes posibles ante aquella princesa que les acompañaba. A su entrada los adultos bromearon un poco con los dos pollos todos repeinados y de punta en blanco. Ester sonrió ante las bromas. Rafael aceptó la invitación de aquel padre y los cinco emprendieron el viaje al restaurante.

   Comieron con tranquilidad, en paz y con una privacidad exquisita. Hablaron de mil cosas, descubriendo la cultura y el fondo inmejorable de niña- mujer que les acompañaba.

    Esa mañana madrugaron todos los componentes de la delegación española. En el microbus los condujeron al aeropuerto.  Robert se apuntó con ellos, mientras su padre los seguía en la limusina. Una vez en su destino y tras facturar maletas, los tres se fundieron en un prolongado abrazo. En cuanto llegaran a España se debían conectar para relatarse mutuamente como les había ido el viaje.    

    La delegación española de vela estaba instalada en el avión de aerolíneas comerciales aguardando la orden de la torre de control para desplazarse a la pista e iniciar el vuelo de regreso, cuando por megafonía daban la bienvenida a todo el pasaje, para añadir que tenían el honor de viajar con ellos la delegación española de vela donde entre sus componentes se encontraba el ganador de la prueba internacional de la clase Laser. A la que le acompañaba su compañera y heroína de la competición. El comandante de la nave y toda la tripulación se congratulaban con la presencia de un ejemplo no solo del deporte sino de referencia para jóvenes. Dieron su nombre y apellidos. Ester atónita, pensaba con toda sinceridad que no era para tanto pero aceptó, no había escapatoria allí en las alturas. Pero toda aquella parafernalia que se había montado en torno a su acción se había sobre valorado. Vicente entrelazó su mano, al tiempo que la otra le arropaba por el lado opuesto para esbozar una sonrisa.

   Mientras el avión se desplazaba a cabecera de pista para el despegue, Ester comentó que temía llegar a España. Si la noticia se había dado le aguardaba otra parafernalia como esa, pero especialmente cuando se incorporara a clases.

 

   En fin habrá que acostumbrarse por qué vamos a ser medallistas olímpicos.

 

   Vicente asintió con la cabeza. Deseaba confesar a Terci lo que no le contó la primera vez y había sido la causa de su comportamiento en los últimos años. Pero aguardaría a que estuvieran en navegación de vuelo para iniciar su confesión.

    La aceleración era progresiva. Aquella mole de hierros y aparatos electrónicos con dos alas comenzaba sus primeros pasos para despedirse del suelo durante unas horas. Al anunciar los auxiliares de vuelo que se podían levantarse de los asientos y desabrocharse los cinturones si era su deseo intentó iniciar su confesión pero una azafata interrumpió la incipiente conversación. Alguien deseaba conocer personalmente a Ester. Una anciana enjoyada hasta las cejas, le dijeron de quien se trataba pero lo cierto es que no llegó a enterarse. Le dio un par de besos y regresó a su asiento.

 

     ¿Vicente te has enterado quien era?

 

   La respuesta de su amigo no se hizo esperar y los dos sonrieron ante las circunstancias. De nuevo se iba a animar con su confesión cuando Terci, se disculpaba para acudir al aseo y descargar aguas menores. Regresaba a su asiento cuando alguien descubrió su identidad y fueron aplaudiéndole hasta lograr refugiarse en su puesto. Allí le esperaba su amigo aplaudiendo como el que más. Transcurrieron unos minutos de un silencio tenso. Él aguardaba el instante que les dejaran poder conversar sin problema. Fue cuando percibió que Vicente deseaba confesar le algo. Lo había leído en su expresión al levantarse para ir al servicio. Ahora cuando cruzaba la mirada lo percibía tenso, nervioso, pero aguardó pacientemente a que se rompiera a hablar.

    Tras una media hora de absoluta tranquilidad le tomó una mano con las suyas. Sintió un vuelco en su pequeño pero inmenso corazón, temía que fuera con alguna declaración de amor. Estaba enamorada, como se suelen enamorar las niñas, de Robert. Un sudor frio le entró por todo el cuerpo no podía hacerle daño a ese joven, bastante había sufrido, pero de ninguna manera engañaría al muchacho. Por fin se decidió a arrancar. Comenzó confesando que hacía dos años, tuvo una relación con una chica que se llamaba como ella. Terci. Pero el Señor no tuvo compasión y se la llevó. Un cáncer le devoró en menos de seis meses. El rostro de Ester palideció y comenzó a llorar sin posibilidad de freno se abrazó a Vicente y éste se contagió. Que egoísta había sido, pensando en ella misma sin saber ni siquiera de que se trataba y ahora su amigo le había revivir lo que tantas veces le había contado su madre, su padre y el protagonista de aquella historia, su abuelo. Vicente fue relatando paso a paso desde que se conocieron y a cada episodio los pelos se le ponían de punta. Esa historia la había oído ya. También se desarrolló en su principio en Gandía. El paseo marítimo, los apartamentos, la playa, la pandilla, la confesión, el rechazo por no confesar su enfermedad. Todo coincidía, de pronto le detuvo, las lágrimas copaban las mejillas para proseguir con la historia. Vicente permanecía incrédulo ante lo que aquella niña le contaba. No había duda era un ángel del cielo, o tal vez Terci reencarnándose. Lloros, asombros incredulidad, reencarnación, espíritus. Cuando la historia se contó, pues coincidía la nacionalidad de ella, la ciudad, el precario estado económico de la familia, su amor por el acantilado, lo único que cambiaba la historia amen de los personajes era que el palacete estaba en Gandía todo lo demás era idéntico. Vicente se convenció que los Bribris sin duda tenían esa capacidad que Terci le confesó cuando hablaron por primera vez. En más de una ocasión las auxiliares de vuelo preguntaron y luego se acercaban a la pareja para proporcionarles pañuelos de papel donde enjugar aquellos ojos y recuperar su luminosidad, su luz, su brillo pero especialmente esa felicidad que transmitían.

   Les costó más de una hora recuperar la normalidad. Los ojos rojos, húmedos del llanto y sus almas encogidas. Sus manos unidas, sus corazones emocionados, serenos, le confesó que no habría otra mujer en su vida. De inmediato le detuvo.

 

   “Solo hay un amor para cada persona y nació con la creación…”

 

   Paró la frase porque Vicente le cortó al continuar con ella.

 

      “…Y nació con la creación y como ella es eterno. Por eso mi amor nunca podrá haber otra mujer en mi vida”  

 

     ¡Dios!

 

     Exclamaron al tiempo. No podía ser. Estaban soñando con toda seguridad. Ester buscaba encontrarse con su abuelo pero andaba tan alterada, tan sorprendida que le fue imposible conectar con él. Lo deseaba para aclarar todo aquello. No entendía nada y tal vez él se lo podría explicar.

 

    ¿Conectas con ella verdad?

 

    De nuevo la sorpresa. Pero la respuesta no se hizo esperar.

 

   ¿Era posible conectar con una persona desaparecida?

 

   Le confesó que sí, ella lo hacía con su yayo y éste en sus casi setenta años esperando a reencontrarse se veía, animaba y conversaba, con cierta frecuencia con su Anki.

 

    Solo se lo he confesado a mi madre y ahora a ti. No sea que la gente me tome por loca. Aunque a decir verdad bien poco me importa. Esos encuentros fueron los que me dieron la fuerza para no desesperar y seguir luchando en este mundo para cumplir la promesa hecha a mi yayo. Ser campeona olímpica

 

   Se sumergieron en todas esas historias, comentaban lo increíble de las coincidencias. En la conversación él le aseguró que ya sabía quién iba a ser el campeón olímpico pues era consciente que al igual que su yayo la palabra era sagrada. Su sonrisa reveló la nueva veracidad de lo que decía. Se abrazaron, se besaron en las mejillas y cuando se quisieron dar cuenta. Llegaban a su destino. El aeropuerto de Barajas. Se habían pasado todo el viaje hablando. Ni se dieron cuenta que les servían la comida y luego se la retiraban completamente llena. Ahora al descender del aparato tenían un hambre descomunal. Sus padres y la madre de Vicente aguardaban la salida de sus tesoros, pero no era menos la nube de medios de información y público que se aglomeraba en la puerta para recibirlos

   A sus familiares les costó llegar. Andrea se asustó al ver el rostro de su hija. Las huellas del llanto se reflejaban a la perfección, luego la lipotimia temía que se desplomara allí mismo. Pero se tranquilizó al proporcionarle unos dulces energéticos que se tomó para recuperar algo el color de su rostro. Luego una pequeña aclaración al oído de su madre le tranquilizó. Ya habían conocido a la madre de Vicente y hablaron sobre el asunto del diseño. Como Ester se imaginaba sus padres contestaron lo que sabía. Era de su niña y la decisión era única y exclusivamente de ella. Su abuelo los había aleccionado bien. Las decisiones que afectan a uno solo debe tomarlas uno solo. Conocieron a Vicente y quedaron en verse o bien en Donostia donde tenían su casa o bien en Gandía donde ellos les ofrecían la suya.

   Como se habían desplazado en coche, subieron al vehículo y se instalaron en el hotel donde sus padres pernoctaron la noche anterior. Eran conscientes que tras un viaje tan largo le apetecería descansar un poco, optando por dormir esa noche en Madrid y regresar a Donostia a la mañana siguiente sin prisas, comiendo en el camino a casa. La madre de Vicente había pensado viajar esa tarde, al fin y al cabo era unas cuatro horas pero vio tan desdibujado el rostro de su hijo que optó por ir al mismo hotel y compartir la cena con ellos.

    Podrían estar unas horas más juntos. Para asimilar un poco todo lo vivido en esa intensa semana, pero especialmente esas horas de avión de regreso, que por cierto ni se enteraron. Se metieron tanto en la historia de Vicente que las horas volaron al igual que el avión.

   Lo primero fue una buena ducha. Ester se llenó la bañera hasta los topes y permaneció relajándose en el agua bien caliente por espacio de treinta minutos, se vistió y bajo a recepción para cenar con la familia.