jueves, 1 de diciembre de 2011

NEGRITA PURA VIDA CAPITULO 27 - LA TRAGEDIA

   - CAPITULO - XXVII -
                                           - LA TRAGEDIA -  

   El curso académico en la facultad complutense de Madrid se inició con las gemelas como alumnas del primer curso de medicina. Un nuevo mundo se avecinaba, con nuevas esperanzas, metas infinitas, pero sobre todo con un entusiasmo desorbitado y unas inmensas ganas por llegar al juramento hipocrático. Al mes escaso de asistir a clase conversaron con Marta para poder compartir un par de tardes a la semana en su clínica. No solo aceptó.
   Aquello le hizo rejuvenecer y disfrutó enseñando, aconsejando y compartiendo conocimientos con su ahijada y gemela. A las dos le apasionaba ese mundo de la ginecología. Observar y comprobar la evolución del milagro de la vida fue una experiencia inolvidable. En ocasiones iban a casa de Marta para cenar y estudiar las tres juntas. Su madrina no solo fue su maestra de prácticas también les ayudó especialmente en la búsqueda de ampliación de contenidos sobre temas tratados en las diferentes asignaturas. Orientándoles en los trabajos que debían presentar y ayudándoles en búsqueda de información.
   Llegaron a dominar las técnicas de los diferentes aparatos empleados en ginecología. En multitud de ocasiones comentaban con su maestra o con sus padres lo que suponía observar esos rostros de las madres que acudían a la consulta cuando contemplaban asombradas a sus bebes por medio de las ecografías.  
   Tanto el matrimonio como sus gemelas andaban ajetreados con la preparación del viaje a Costa Rica. Ese año les correspondía viajar a ellos para pasar juntos las Navidades.
Pero aunque no les hubiera tocado ir. Las noticias que llegaban del otro lado del charco aconsejaban, que papá no debía desplazarse. Gonzalo no andaba muy bien de salud y llevaba tiempo sin realizar viajes por recomendación de su médico personal. Las gemelas habían estado ese ultimo verano pero el matrimonio llevaba un año sin ver a papá. Anita especialmente anhelaba poder compartir unos días con él. La nostalgia, el recuerdo, el cariño, el amor por su papi del alma le tenía muy inquieta especialmente desde que las pequeñas le comentaron lo desmejorado que lo habían encontrado en su último viaje
   Su delicado estado de salud no auguraba el poder compartir muchas Navidades más. Anita tenía el presentimiento que serían las últimas. No entendía, no comprendía muy bien el porqué de esa sensación. Pero esa convicción le aflojó el nervio sensible y comenzó a llorar como una chiquilla, sin posibilidad de control. Carlos acudió presto a interesarse. Estaban tranquilos en el sofá del salón escuchando música cuando le sorprendió el llanto. Al confesar el motivo la estrechó contra su pecho mientras besaba su frente, sus mejillas, sus ojos, su nariz. Dejándole descargar esa angustia y ofreciéndole su cariño y apoyo.
   Era consciente y sabía  que era ley de vida. Pues no solamente tenía una edad considerable, su estado de salud era precario. Además estaba convencido que su salud empeoró desde que añadió a sus preocupaciones “al gringo”. El muy “jodión” no pararía de incordiar hasta su muerte.
   La familia aguardaba pacientemente en la puerta de embarque. Anita y Carlos contemplaban a sus pequeñas. Llegaron a comentar que su belleza llegaba a ser insultante para el resto de las mujeres. Rebosaban felicidad, simpatía, gracia y especialmente ritmo por todos los poros de la piel.
Era imposible cruzarse con ellas sin que la mirada permaneciera fija. La armonía de sus movimientos al desplazarse por la sala para comprar algo o ir a los servicios invitaba a moverse. Portaban el ritmo del Caribe en cada paso. Jugaban con pequeños que correteaban por los pasillos. Pero especialmente Guadalupe devolvía la sonrisa a quien se la mostraba, con tal ternura, con tal dulzura que embobados permanecían con sus miradas clavadas en el movimiento y armonía de sus desplazamientos. Hasta que la vista les impedía seguirlas. Ante su desconsuelo y desilusión. Los jovencitos y no tan jovencitos les costaba reprimir sus instintos, sus deseos de lanzarles algún piropo que otro.
   Solo los más lanzados lo hacían encontrándose de inmediato con esa sonrisa inconfundible de Guadalupe. Era una fotocopia a su madre. Cuantas veces el matrimonio lo comentó con Gonzalo, con Negrita y el Negro. Pero el carácter tímido, sumiso, bonachón, sin capacidad de odio de Negrita lo heredó Ana. El de Guadalupe era el contrapunto. Jovial, extrovertida, y siempre con la respuesta justa en cada momento. Nunca se quedaba con la palabra en la boca. Tenía respuesta para el piropo, la sandez, la grosería o la caballerosidad. En ocasiones su hermana le suplicaba que se contuviera, pues se cortaba con la espontaneidad de su gemela. Su timidez le superaba.
   Durante las diez horas y pico que duró el vuelo, la idea de ser las ultimas navidades con su papi, ocuparon la mente de Ana. Recordaba todos esos momentos cuando era un bebé, porque su madre se lo había contado mi veces, de juegos, cariños y desvelos de su padre. No había iniciado el llanto por la noche cuando ya estaba en pie para atender cualquier necesidad. Recordaba sus primeros juegos. Momento que tenía libre los dedicaba de lleno a la familia y en especial a su pequeña. Su apoyo en los estudios y la gran ayuda que recibió en la elección de su carrera. Como aceptaba de inmediato a cualquier chico que traía a casa. Considerándolo desde el primer día como un hijo mas.
   Cuando comentaba en la intimidad siempre le decía lo mismo. “Si lo has elegido será por algo”. Esa confianza plena en ella le emocionaba profundamente siempre  que lo recordaba y en esta ocasión no fue menos. También llegó a su mente el incidente con su amiga Marta y el secreto mantenido por “su hermana”. Fue la única ocasión que su padre temió por ella. Pero estaba convencida que no fue por desconfianza. Papá conocía demasiado bien a esos dos granujas. Sus ojos comenzaron a nublarse y de sus lagrimales la humedad rebasaba la posibilidad de retención. Unas lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.
   No lograron alcanzar la mitad del recorrido cuando encontró el calor de su esposo. En esta ocasión tomándole la mano y apretándola fuertemente a la suya. La conocía demasiado bien para saber quien le rondaba por su cabecita. Y no era para menos. Don Gonzalo era de ese último grupo de hombres que comentaba el dramaturgo alemán, Bertolt Brecht.
     Hay hombres que luchan un día y son buenos.
    Hay otros que luchan un año y son mejores.
    Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
    Pero hay los que luchan toda la vida: Esos son los        
   imprescindibles.
     Siempre que leía o escuchaba esas estrofas pensaba en su suegro. También él se solía emocionar cuando lo observaba últimamente, con su torpeza al andar, su dificultad de movimiento, pero maravillándose por la mente que conservaba. Mantener una conversación con él era un verdadero placer y un aprendizaje constante. En todos sus años de existencia no había conocido a ningún ser humano que pudiera compararse con él. En alguna ocasión comentando con su esposa llegó a asegurarle que si hubiera tenido un poco mas de ambición y hubiera pensado mas en él, habría llegado donde se hubiese propuesto.
   Anita con esa mirada y con la sonrisa dibujada en su rostro sentenciaba.   
   - “Ha llegado donde él ha querido.”.
  Alzaron la mirada al unísono y sonrieron. Ver a su pequeña Guadalupe moviéndose en el pasillo a pleno ritmo merengue con un joven negro les alejó de sus pensamientos y la sonrisa regresó a sus rostros. Miraron a Ana y ésta se acurrucaba en su asiento prendida de vergüenza. Nunca llegaría a comprender a su hermana. El negro intentó invitarle a salir, a petición de  Guadalupe. Pero se negó. Era incapaz de moverse conscientemente. Pero sus padres sabían que poseía tanto o mas ritmo que su otra pequeña.
   Pero su timidez le podía. Finalizada la actuación la gente irrumpió en un fuerte aplauso. Gesto que sonrojó mas si cabe a Ana, que trataba de ocultarse. El resto del viaje Guadalupe se lo pasó conversando con el joven. Averiguó que había estado de gira por Europa y que se dedicaba a la música profesional. No era muy conocido pero la gira constituyo un éxito y comenzaba a despuntar en ese difícil mundo de la música. El ritmo acompañaba al  joven que no paraba de moverse incluso cuando conversaba. Guadalupe disfrutó del viaje como en pocas ocasiones en un trayecto tan largo.
   Cuando les mandaron sentarse y abrocharse los cinturones, no daban crédito al escuchar por megafonía que estaban llegando al aeropuerto de Alajuela.
   En la escalerilla del avión aguardaba el abuelo y Negrita en compañía de las personalidades que veneraban al Viejito. Un funcionario se encargó de todos los tramites de los pasajeros y no tardaron en tomar el vuelo local hacía Limón.
   No habían aterrizado en Puerto Viejo con el todoterreno cuando el “gringo” tenía noticias de la llegada de los viajeros. Faltaban tres días para la Noche Buena y las ansias e impaciencia le podían.
   Lo tenía pensado hasta el último detalle. Permanecía amarrado en la cala de la cabaña, en compañía de un matrimonio con dos hijos. Al ver acercarse una patrullera de la policía se escondió en el camarote. La autoridad preguntó a los ocupantes y tras una rutinaria inspección y comprobación de papeles reanudaron la marcha. “El gringo” era consciente que las medidas de seguridad se habían incrementado en los últimos días. Debía mantenerse alejado de la vista de los servidores del orden. En esta ocasión se desplazó con un yate de dimensiones más grandes pero en la popa y elevada por dos pequeñas grúas mantenía la lancha rápida de Ezequiel, para cualquier emergencia.
   Desde su camarote y con unos dispositivos ópticos acoplados pudo observar la llegada de la comitiva a la cabaña. La seguridad estaba a pleno rendimiento. Pudo contar hasta veinte hombres dispersos por la zona e incluso intuyó, cosa que hasta la fecha no había contado, con ciertas embarcaciones de pescadores que desde luego no se dedicaban a la pesca. Sin duda el Viejo había dispuesto para esos primeros días de su llegada una seguridad reforzada. Pero no dudaba que bajaría notablemente o desaparecería en esas dos fechas tan señaladas. Contempló a las gemelas. Tuvo que sacar el pañuelo para recoger la baba que le caía. Fijó su mirada especialmente en Guadalupe.
   Era la misma imagen de Negrita en todo su esplendor. Llegó a excitarse hasta tal punto que no pudo evitar descargar toda su lujuria, sin dejar de observarlas. Tan pronto fijaba el objetivo óptico en Negrita como en Guadalupe o en su hermana. Mientras las observaba y proseguía descargando revivía mentalmente el momento esperado para satisfacer su apetito enfermizo con aquellas dos criaturas en presencia de su madre.
   Liberada la carga contempló como corrían las tres hacia la playa para lanzarse al agua y recrear sus cuerpos en las cálidas y acogedoras aguas del Caribe
   Guadalupe una vez que entró en el agua se quitó las dos piezas para percibir con mayor intensidad las caricias de las olas recorriendo su cuerpo desnudo. Sus compañeras de baño lo hicieron con sus dos piezas en su sitio. Recreo el objetivo en la que permanecía flotando completamente desnuda y no pudo evitar volver a descargar su cuerpo mientras saboreaba aquel escultural cuerpo. En el momento del éxtasis apartó la mirada del objetivo y pudo ver al Viejo en la playa sentado en una silla que le llevó El Negro. Observaba a sus niñas y enfermera disfrutar del agua. Guadalupe se alejó nadando para aproximarse al yate.
   En el cuello portaba enganchado el bikini. Le faltaban unos quince metros para abordarlo, cuando el “gringo” estuvo a punto de tirar por la borda todo su meticuloso plan, elaborado durante más de ocho meses. Pues una de las embarcaciones de pescadores se aproximó hasta casi colisionar cuando Guadalupe se aproximó al yate. Se colocó las dos piezas en su sitio y saludó a la familia que tomaba el sol en cubierta. Luego hizo lo propio con los pescadores. La familia invitó a la joven a subir a bordo. No tuvieron que repetírselo. El “gringo” se salvó por los pelos. Unos segundos de retraso en la llegada de la  embarcación y lo hubieran pillado in fraganti. Sonrió, con ese gesto diabólico cuando conseguía salir de una situación complicada.
   Esa circunstancia añadió más datos a su información y las cautelas que debía adoptar en todo momento para llevar a la práctica su plan. Guadalupe conversó con los pasajeros y con los tripulantes de la embarcación que se habían aproximado. Quedaron prendidos de la belleza, de la dulzura, de la espontaneidad, pero en especial, de su cultura. Al sentir de nuevo el picor del sol, desde estribor de la embarcación, decidió zambullirse, buscando la hidratación del agua y el reencuentro con la familia. Jugueteó con Negrita.
   - Mi niña eres increíble no paras un solo momento.
   Se maravillaba cada vez que estaba con ellas por lo distintas que eran.
   Ana  se  asemejaba mucho más a su carácter. Por el contrario Guadalupe era un torbellino. No pasaba desapercibida por ningún sitio, parecía que no conocía la vergüenza. Todo le parecía normal y natural.
   Al salir del agua, tras aquel encantador baño, se abrazó a su abuelo mojando sus pantalones y camisa. Pero Gonzalo se sentía enormemente feliz de tenerla en casa.  
  - Negrita. Son increíbles. Estarás orgullosa de ellas.
   Le sonrió mientras abarcaba su cuello y mostraba su sonrisa para replicar.
   - Sus padres han sabido educarlas. Mi Viejito jamás podré agradecerle lo que ha hecho por mí.
Tras la ducha pertinente se reunieron en el comedor para degustar la comida elaborada por el servicio. Las langostas ocupaban la fuente principal de la mesa y los visitantes pudieron degustar una vez más aquellos deliciosos crustáceos.
   La Noche Buena se presentó cargada de luz y ambiente festivo. El servicio había dejado todo preparado a excepción de la cena. Pero varios de los platos bastaban con calentarlos un poco. Gonzalo les exigió irse a sus hogares para compartir esas dos fechas con sus familias y les aconsejó que por su bien no regresaran hasta el segundo día de Navidad.
   Luego pidió al Negro que las patrullas durante esos dos días descansaran. El Negro le desobedeció. Delante del él les ordenó pasar las dos fechas con sus familiares, pero luego al salir de la cabaña concertó con ellos una patrulla de un mínimo de cinco hombres, turnándose cada dos horas. No quería dejar desprotegida la cabaña durante esas dos veladas. Los nativos se ofrecieron a seguir con la misma vigilancia mientras permaneciera la familia entera. El Negro sabía perfectamente que mucha gente alertaría al Viejo y se enteraría de su desobediencia.
   Había anochecido y hasta la hora de preparar la cena faltaban varias horas.
   Negrita en compañía de sus pequeñas aprovechó que Su Viejito descansaba en el porche de la cabaña para ir a darse un baño con ellas. Invitó a Carlos, al Negro y Ana a acompañarlos pero estos prefirieron descansar en el porche mientras devoraban unas novelas. Cuando el “gringo” observó que las tres se dirigían a la playa el corazón se le aceleró escandalosamente. Vestía, unas bermudas, y de su cinturón prendía un machete y su arma favorita el revólver. Bajó una pequeña embarcación a remos y con sumo sigilo alcanzó la playa. Entre la maleza de la selva ocultó la embarcación y los remos. Tenía localizados a los cinco de la patrulla.
   Cuatro vigilaban la cabaña y sus alrededores y el quinto permanecía atento a las tres mujeres que alcanzaban en esos instantes la playa. Si liquidaba a ese vigía tendría las manos libres al menos durante dos horas en toda la playa de la cala. Se deslizó con cautela entre la selva y sorprendió al vigilante por detrás para cortarle el cuello en un movimiento rápido y eficaz de su machete. Escondió el cadáver entre la maleza y aguardó el momento propicio para satisfacer su enfermizo plan. Guadalupe había abandonado sus dos piezas sobre la hamaca que utilizaba su abuelo y se bañaba completamente desnuda.
   Fue la primera en abandonar el agua y se tumbó en la playa un poco alejada de la vivienda para evitar que su abuelo le viera y se enfadara con ella por no ponerse el bañador. Fue el momento que esperaba el “gringo”. Dirigió sus pasos con cautela hacia la joven y con el machete en el cuello le obligó a adentrase en la selva. Permaneció abrazado al cuerpo desnudo y tembloroso de la joven por espacio de cinco minutos. Por fin su hermana y Negrita abandonaban el agua. Cuando lo hicieron obligó a Guadalupe a llamarlas.
    - Tu hermana no tiene perdón de Dios. Cuantas veces le ha dicho el abuelo y El Negro que no debe entrar en la selva.
   Al acercase a la zona donde oyeron su llamada Negrita se quedó helada. El machete del “gringo” rodeaba el cuello de su niña. A pesar de la oscuridad lo reconoció de inmediato. Pero su confirmación fue definitiva cuando pronunció las primeras palabras.
   - Entrar calladitas y sin el menor ruido o esta hija tuya perderá su cabecita.
   Presas del pánico obedecieron de inmediato. El sitio había sido elegido a conciencia. Un pequeño claro de la selva protegido por la maleza de la vista de la playa le iba a permitir disfrutar su sueño.
   - Bueno Negrita. Sabes que a tu “gringo” no le puedes engañar toda la vida.
   Y estoy seguro que esperabas este momento. Tal vez lo temieras, pero lo esperabas y en el fondo creo que lo deseabas tanto como yo.
   Las lágrimas inundaban los ojos de las tres mujeres. Negrita consiguió controlarse. Con voz aparentemente firme ordenó al “gringo”.
   - Deja a las niñas. Me tienes a mí. Si lo deseas me iré contigo donde quieras. Pero a las niñas no les hagas daño.
   La sonrisa perversa se dibujaba en el rostro del personaje que mantenía su machete en el cuello de Guadalupe. Con esa expresión comenzó a desabrocharse los pantalones mientras manifestaba.
   - Negrita. Mira como van a disfrutar tus pequeñas con un hombre.
   Y no te preocupes luego tendré para ti.
   El llanto, la impotencia, el pánico ante una acción repentina de aquel paranoico le impedía moverse. Rogaba y suplicaba con plena desesperación en su interior, pues sabía muy bien que aquel individuo no solo no le afectaba sus súplicas, sino que más bien le servían de estimulante. Se mordió de nuevo el alma y ante su impotencia se controló para no proporcionarle mas placer al abominable ser que tenía frente con su pequeña amenazada. Estaba elevando el segundo pie para deshacerse de sus bermudas cuando se sorprendieron al escuchar a Gonzalo.
   - Pareces muy seguro y valiente con las mujeres “gringo”. Pero incapaz de enfrentarte a un hombre.
La reacción del “gringo” no se hizo esperar. A pesar del asombro provocado por la presencia del viejo soltó a la muchacha y desenfundó su revólver. El disparo certero de uno de los componentes de la patrulla, que al ver salir a Gonzalo le siguió, penetró justo en el centro de los ojos del gringo,  seguido  de  un  nuevo  sonido  de otra arma.  “El  gringo” cayó fulminado, pero su revólver había sido accionado al mismo tiempo que impactaba la bala en su entrecejo, perdiéndose su proyectil en el cuerpo de Gonzalo. Negrita y las pequeñas fueron a abrazarle. No había terminado de posar sus manos en el cuerpo de Su Viejito cuando sintió la viscosidad y el calor de su sangre.
   La bala había impactado en su cuerpo y se desvanecía. Las escasas fuerzas que le quedaban en sus piernas desaparecieron mientras se desplomaba abrazado a Su Negrita.
   - No. Mi Viejito. No. Porqué Dios mío. Porqué. Porqué has permitido que ese proyectil no fuera para mí.
   Los chillidos y lloros alteraron al resto de la familia y se encontraron con la imagen de Negrita abrazada a Su Viejito impregnada de sangre y llorando. Llorando como jamás habían escuchado a nadie. Producía escalofríos escuchar aquel llanto desgarrador.
   En los segundos siguientes al incidente un vehículo se aproximaba al lugar  y transportaron a la máxima velocidad a don Gonzalo al hospital. Pero era demasiado tarde. Su corazón había dejado de latir y su respiración solo mantenía el ritmo de las bocanadas del Negro realizándole la respiración boca a boca. Mientras su corazón no reaccionaba a los bombeos manuales.
   Cuando llegaron al hospital el paciente había fallecido. Probablemente cayó fulminado en el mismo instante que recibió el impacto. La desesperación de todo el pueblo era patente. Esa noche no habría celebraciones en Puerto Viejo.
Toda la población se congregó en las proximidades del local sanitario. El murmullo de las oraciones era el único sonido que se podía escuchar junto al llanto desgarrador de Negrita que había perdido el control. Hasta que un facultativo le suministró un fuerte sedante y se desplomó en el sillón. Aún así sus ojos eran un mar de lágrimas. Su Viejito no le podía dejar. Ana se arropaba en su esposo mientras El Negro trataba de consolar a las gemelas. A las dos horas escasas se personaba don Gilberto en compañía del ministro del interior. Quienes mantuvieron vela toda la noche acompañando a la familia.
   A la mañana siguiente y a pesar de tratarse de una fecha tan señalada se presentaba el presidente del país.
   Hubo que transportar el cadáver hasta Santa Fe para incinerarlo pues era el deseo de Gonzalo. Negrita permanecía bajo los efectos de los sedantes, pues era retirárselos y caer en la desesperación. Todos andaban algo preocupados con ella.
   Permanecían reunidos en uno de los salones del gran hotel. Negrita abrazaba con desesperación la urna con las cenizas de Su Viejito.
No había pronunciado una sola palabra desde el desenlace  pero cuando Anita comentó.
   - Creo que deberíamos esparcir sus cenizas en su cala de Puerto Viejo. Sin duda a papá le hubiera gustado que lo hiciéramos.
   Fue escuchar la frase cuando Negrita rompió el silencio. Con una serenidad que sorprendió más que sus palabras.
   - No mí querida niña. El alma de Viejito siempre permanecerá en Puerto Viejo. Pero sus restos, me lo confirmó en mas de una ocasión, deseaba que se lanzaran en el cilindro del Marboré, en compañía de su mamá.