sábado, 19 de octubre de 2013
UN AMOR NACIDO CON LA CREACIÓN- PRIMERA PARTE- ANKLI CAPITULO XI-LAS PRIMERAS JORNADAS
CAPÍTULO
XI
LAS PRIMERAS JORNADAS
Seguía sobre
el lecho, con una única pieza de cama, la sábana de abajo. Portaba un fino
pantalón corto de pijama, sin camiseta, vestimenta utilizada para dormir en
verano. La cama revuelta por la infinidad de posturas que trató de acomodar el
cuerpo para descansar. Miró el despertador, marcaba las cinco de la madrugada y
no había pegado ojo. Se levantó, tomó un zumo de naranja, se duchó y en
bañador, polo, chanclas y una toalla sobre el hombro abandonó el chalet cuando
la primera claridad del día comenzaba a distinguirse en el encuentro del mar
con el firmamento. De nuevo su corazón, porque el cerebro le pedía un poco de
paciencia, le condujo hasta el portal donde perdió a esa joven unas horas
atrás. De nuevo se sentó, dio una ojeada a las ventanas y luego dando la
espalda se dispuso a contemplar el amanecer de ese nuevo día. La armonía del
ambiente, el sol, el mar, sus olas, la arena, parecían diferentes a otras
mañanas. Observó un buen número de madrugadores que realizaban su acostumbrada
carrera matutina. O esos otros que a pesar de tener prohibido bajar a los
perros a la playa lo hacían a esas horas.
El sol
iniciaba con timidez su salida del escondite, emergiendo lentamente su corona
allá donde el cielo se entrelazaba con la mar. Sintió su mano en el hombro, no
la había visto llegar pero ese contacto volvió a alterar todo su organismo.
Mientras se giraba para tropezarse con aquel milagro escuchó la melodía de su
voz, al tiempo que pronunciaba las palabras, dejaba descansar sus labios en
él.
¿”Te puedo regalar otro premio Nobel”?
Tuvo la
intención de responderle con un dicho francés pero no le dio tiempo. Sus labios
se habían fundido y sus líquidos se mezclaban para que la química se encargase
de preparar ese coctel sin par, ese coctel de un amor sin descripción. No había
explicación posible, ambos derramaron unas lágrimas para poder liberar la
felicidad que almacenaban sus cuerpos y de no buscar una escapatoria sin duda
explotarían. Estaba preciosa, demasiado delgada para el gusto de Julián, pero
de una belleza sin límites. Ella asió su cintura mientras que su brazo protegía
a su pareja por los hombros. Se levantaron y con la cadencia de sus pasos se
dirigieron hacia el mar, mientras ella dejaba con una sensualidad sin freno su
rostro sobre el polo de Julián. Ya se había percatado de ello, pero no fue
consciente hasta ese momento. Aquella criatura era su amor designado por la
creación para perdurar por los siglos de los siglos. No le cabía la menor duda.
Se descalzaron, él en la mano que no la protegía asió las sandalias de ella en
compañía de sus chanclas y con los pies desnudos buscaron el frescor del
Mediterráneo a esas horas.
La madre de
Anki los seguía a una distancia prudencial por el paseo marítimo pero ninguno
de los dos fue consciente de ello. La aureola que los envolvía solo les
permitía deleitarse con su pareja, el resto era pura anécdota.
Andaba
insultante de felicidad. Interiormente se repetía una y otra vez que lo
sabía, que lo había intuido y por nada
dejaría perder esa oportunidad de seguir junto a ella para el resto de la
eternidad.
¿Desayunamos?
La propuesta
de Julián le pilló fuera de juego. Había quedado con su madre en bajar un segundo
e inmediatamente subía a desayunar. Al comprobar el reloj habían transcurrido
tres horas. La preocupación le entró en el cuerpo, tal vez se enfadaran y no le
dejaran bajar de nuevo. Al menos sola. Tomó de la mano a su pareja e iniciaron
una pequeña carrera en dirección a casa. No habían avanzado más de cincuenta
metros cuando le faltaba el aire. Él se preocupó, los médicos tenían razón al aconsejarle no realizar ejercicio. De
inmediato su madre se aproximó a la pareja. Al verla acercarse trató de recuperarse lo antes posible, pero
Julián ya le había tumbado sobre la valla del paso marítimo y mantenía sus
piernas en alto. Con la fatiga en su cuerpo sonreía a ese joven, que con una
ternura sobrecogedora le indicaba como debía respirar para recuperarse. De inmediato llegó su
progenitora, quien comenzó a interrogarle y a suplicarle que regresara a casa.
En un tono de voz sorpresivo recriminó a su madre mientras le rogaba callar, en
casa hablarían del tema. Un poco mas calmadas, Anki fue recobrándose hasta
incorporarse para sentarse junto a ella y Julián. Él seguía protegiéndola,
abarcando sus hombros con el brazo, y la preocupación del muchacho no le
permitió captar esa tensión, ese miedo, que Anki expresó mientras le suplicaba
a su progenitora callar.
Él se quedó
en una cafetería cercana a los apartamentos donde acordaron reencontrarse tras
desayunar con la familia. En otra
ocasión aquella mujer habría invitado al joven a subir pero estaba claro que
Anki deseaba mantener una conversación con sus padres. No quería destapar lo
que le sucedía. Su madre se percató de inmediato de las intenciones de su hija,
aunque no lo compartiera. Respetaba su decisión, de ahí que aceptara el acuerdo
al que llegó la pareja.
Tardó más de
lo que le hubiera gustado, pero el llanto invadió su ser y no quería por nada
del mundo encontrarse con aquella persona que llenaba su alma con el rostro
lloroso. Nada más salir por el portal la
sonrisa acudió a sus labios. No pudo aguantar sentado en la cafetería. Ahí
estaba frente al portal al otro lado del paseo marítimo caminando como león
enjaulado. Si hubiera fumado, al menos tres paquetes de cigarrillos habrían
caído en esa hora y media que tuvo que aguardar. Al verle salir, a punto estuvo
un vehículo de atropellarlo al cruzar la calzada sin mirar, ya que sus cinco
sentidos los tenía en aquella criatura. El susto fue descomunal pues el coche
le llegó a tocar el muslo, pero como buen deportista reaccionó y consiguió
saltar antes que el impacto fuera mayor. Se armó un pequeño revuelto pero él
solo escuchaba y veía a Anki. Cuando llegó a ella se abrazó como si se
reencontraran tras largos meses sin verse. Las sonrisas y los comentarios de la
gente se quedaron en pura anécdota. Abrazados se perdieron para tumbarse en la
arena cercanos al agua.
Fue una
semana intensa, deseosos de descubrirse uno al otro, aunque como muy bien se
dijeron era como si ya se conocieran de toda la vida. Julián le contó la
anécdota de una canción, “déjà vu”, ella corroboró lo las palabras de su
compañero.
Llegó el sábado, ese domingo debía regresar
con su padre a Madrid, tomar un vuelo y desplazarse a Barcelona con la
intención de presentarse a los exámenes donde optaba a matricula. Tras los
mismos regresar a Madrid para firmar el acuerdo con la Federación española.
Consciente que a la siguiente semana regresaría a Gandía para reencontrarse con
ella. Una semana separada de aquel ángel no estaba muy seguro si lo iba a poder
soportar. Pero ese sábado se encadenaron una serie de circunstancias que
cambiaron todas sus perspectivas inmediatas y de futuro.
Salían de una
cafetería donde habían estado contando sus proyectos, sus ilusiones, sus
ambiciones, sus deseos, cuando decidieron perderse en la playa. El catamarán de
unos amigos lo tenían en la arena y le propuso extender una gran esterilla
alfombra que tenía y contemplar la noche, el mar, el ruido de aquella zona
turística. Se mantuvieron apoyados en la embarcación por espacio de unos
minutos pero él estaba dispuesto a no irse sin una respuesta. Se levantó e
invitó a su pareja a acompañarle.
Paseaban por
el linde de la playa con sus pies descalzos mientras las cálidas aguas del
Mediterráneo acariciaban la cadencia de esos pasos. En un determinado momento
él se giró hacia su pareja y lanzó, lo que sus ojos, su rostro, su cuerpo, sus
conexiones cerebrales le habían estado confesando durante toda la semana. Ahora
era su voz quien expresaba lo que se escuchaba a gritos. Lo temía. Comenzó a
llorar. Tenía las mismas sensaciones que él pero era consciente que su enfermedad
iba apoderándose de su cuerpo y de su alma. Por nada del mundo deseaba hacer
sufrir a esa parte de su química que había conectado y reaccionado
perfectamente con ella. Entre lagrimas y mordiéndose los labios, mientras
retiraba su mirada, le confesó que ella no sentía lo mismo. No mas lejos de
sentir dolor ante la declaración no hizo el menor caso de sus palabras.
Consciente que aquella mujer estaba tan prendada de él como él de ella. Lo
percibía en las ondas que transmitía uno a otro. Lo sentía con los roces de sus
manos, de su piel, de sus cuerpos al jugar en la arena, en el agua o en la
discoteca. Ahora el irse ese domingo no tenía el menor sentido. Todo su futuro
dependía de aquella criatura, el resto, sus estudios, la vela, la olimpiada, su
familia. Sonrió al pensar en sus padres, ahora su familia era ella
exclusivamente, el resto estaban muy por detrás.
“Seremos amigos, solo quiero estar junto a
ti. ¡Mírame por favor que pierdo el alma”!
Ella comenzó a
llorar mientras se giraba buscando la protección de casa. Él con una cara de
bobo redomado se quedó inmóvil sin posibilidad de moverse, encogido en lo más
profundo de su alma. Bloqueado hasta tal punto que ni siquiera sus lagrimales
reaccionaron y no por falta de ganas.
Cabizbajo con
todo sus ser material y espiritual en un puño comenzó a desplazarse para
recoger la esterilla e ir a sentarse frente a los apartamentos de Anki. Por fin
sus lagrimales rompieron el bloqueo y dejó liberar unas lágrimas. No eran ni de
tristeza ni de felicidad, era una manifestación de su estado de incomprensión.
Era consciente que ella le amaba tanto como él, de eso no le cabía la menor
duda. Pero no comprendía su reacción. Le vio asomarse levemente a la ventana y
estar convencido que se iba a refugiar a su cuarto a llorar. ¿Pero porque?
Luego observó la misma operación de su madre e incluso un poco más tarde la de
su padre. Debía subir y disculparse. ¿Pero de qué? ¿Pedir explicaciones? A
quien y que tipo. Estaba completamente descolocado, le faltaba el aire, pero
especialmente atenazado por su impotencia, por su falta de reacción. Tras unos
eternos cuarenta y cinco minutos, salía por la puerta del portal. Los signos de
su llanto eran evidentes sin embargo la sonrisa la portaba en su rostro. Se
lanzó a sus brazos y el premio Nobel no se hizo esperar. Aquello compensaba de
sobra esos minutos de angustia, de impotencia, de desesperación. Abrazados sin
permitir que el aire pudiera perderse por ningún resquicio caminaban de nuevo
hacia la playa. Extendió la esterilla manta junto a la embarcación y sin
soltarse se sentaron apoyando sus espaldas en el artilugio flotante. Ahora la
dicha, la felicidad, el calor, la ternura se transmitía sin hilos de un ser al
otro. Mudos pero recreándose en las sensaciones permanecieron por espacio de
varias horas
Por fin ella
se decidió a articular sus cuerdas vocales para transmitir a su compañero a la
conclusión que había llegado tras ese lapsus de su relación.
“Mi querido Julián te habrás formulado
infinidad de preguntas. No me hagas mucho caso. Soy así. Mi mente me pide algo
que mi corazón no quiere que te diga pero creo que sería bueno que te fueras
esta semana para no perder esa oportunidad que te da la vida y que posiblemente
no se vuelva a repetir. Nos ayudará a los dos a comprender lo que nos pasa.
Pues nos conocemos escasamente una
semana y esta separación nos permitirá reflexionar a los dos”.
Julián le
interrumpió. No se pensaba ir mientras permaneciera en España. Su oportunidad la tenía delante de él. Y por nada, incluso
por su vida renunciaría a ese don que el Señor le había concedido. Le mostró su
convencimiento de percibir en ella lo mismo que él sentía por su persona. Le
respetaba y si su deseo era ser amigos lo aceptaba. Con respecto a las
preguntas, la única que se formulaba era la que tenía respuesta. La amaba como
anhelaba querer a alguien. La amaba como esa imagen que tenía grabada desde que
nació, pues ella era ese amor que el Señor le tenía reservado desde la creación
y como ésta, iba a ser eterno por los siglos de los siglos. Comprender, solo
comprendía una cosa, que le amaba por encima de su propia vida. Aquella charla
le fue serenando, le fue convirtiendo en lo que era, espontáneo, sincero,
divertido y directo. Comenzó a canturrear una canción de Pablo Milanés.
“La prefiero compartida antes que vaciar mi
vida”
Ella, comenzó
a reír, aquel joven era increíble. Ahora se daba cuenta que su respuesta y su
reacción de esa noche no había sido la más afortunada. Debía haberle confesado
la verdad sin desvelar el problema que le llevaba a no contarlo todo. Un demos
tiempo al tiempo hubiera sido lo más apropiado, pero ya estaba y si seguía por
ahí volvería a romper en llanto. Le trató de convencer, pero consciente que no lo
lograría. Sería capaz de coger un cuchillo, si se lo mandaba, e irse cortando
trocito a trocito. Pero separarse de ella ni en broma.
No recordaban
nada en absoluto, si se habían dormido, pero permanecieron sobre la esterilla y
apoyados en la embarcación hasta que el milagro de cada día se elevaba desde el
horizonte, emergiendo de las aguas del mediterráneo para impactar sus rayos en
nuestra pareja. Le acompañó hasta el tercer piso y en la puerta un nuevo premio
Nobel los separó. Se daban una ducha, cambiaban sus ropas para reencontrarse de
nuevo en el portal.
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