viernes, 15 de febrero de 2013

TRES AÑOS EN EL LABERINTO-CAPITULO II


                                                - EL ACCIDENTE -

   El fallecimiento de su madre supuso un duro revés para ella, especialmente por lo inesperado de aquella desgracia. Paco era consciente que su adorada esposa lo estaba pasando mal. Sus tres hijas estaban llenas de vitalidad, los cinco años de la pequeña, los siete de la mediana y los nueve de la mayor mantenían entretenida a su madre. 
  Todas esas circunstancias tenían a Amparo cansada. Pero aquella mañana al levantarse las nauseas le podían y tuvo que ir precipitadamente al baño para vaciar su estomago. Paco, que se encontraba preparando el desayuno, al escucharla fue de inmediato a interesarse. Al remitir los vómitos, con esa sonrisa y esa mirada embriagadora, preguntó a su esposo con cierto tono de preocupación.
   - ¿No estaré embarazada?
   A los nueve meses escasos de formular esa pregunta partía con Paco y sus tres hijas en el coche con destino a la clínica Virgen del Consuelo. Antes dejaron a las pequeñas en el colegio y luego con el vehículo se presentaron en el centro hospitalario. Dos horas escasas tardó en traer al mundo su cuarto hijo y único varón. José.
   Los años transcurrían sin grandes problemas. Paco se había hecho un seguro de vida. Pensaba, con razón, que si le sucedía cualquier desgracia el panorama con esa retahíla de niños no auguraba muy buenas perspectivas.
   Una mañana, del incipiente otoño, se desplazó en coche al banco para resolver los asuntos del seguro. Había aprovechado uno de los huecos de su horario para realizar las gestiones pertinentes. Al salir del banco, para coger el coche, volver al colegio y reanudar las clases, un automóvil se lo llevó por delante al tratar de cruzar la calle. El cuerpo del profesor se elevó unos dos o tres metros por el aire y fue a caer sobre el capó del vehículo.
   En unos segundos la aglomeración de gente en torno al cuerpo inconsciente de Paco se hizo patente. Dos facultativos asistieron de inmediato al accidentado y a los pocos minutos una ambulancia se personaba en el lugar.
   La sirena del vehículo de urgencias se hizo sentir durante el trayecto desde el Palacio de la Música, lugar del accidente, hasta el hospital más cercano al lugar, el Clínico universitario.
   Mientras era conducido al hospital el teléfono de su casa sonaba con insistencia. Fue Amparo quien atendió la llamada, sus cuatro hijos estaban ya en clase y ella se disponía a salir hacía la piscina del colegio, donde trabajaba.
   - Es usted la señora de Francisco...
   Los detalles del accidente le fueron relatados por el agente de la policía municipal. Sorprendida y preocupada escuchaba la información del representante del orden. Concluida la información marcó el número de su hermana y le puso sobre aviso. En taxis  se personó en la clínica donde por teléfono le notificaron que se encontraba su esposo. Tras la correspondiente pregunta en información de urgencias, le rogaron que esperara unos minutos y de inmediato fue atendida por un facultativo.
   - Aparentemente lesiones no se han detectado. Pero no ha recobrado la conciencia. Sus constantes vitales son óptimas. Pero en estos casos hay que esperar unas horas para ver como evoluciona. Puede pasar a verlo, pero tan solo podrá estar unos minutos, en esta unidad de cuidados intensivos solo se permite dos visitas al día y a sus horas.
   Con el semblante preocupado se puso la bata blanca y las fundas de plástico para el calzado entrando a continuación en la sala de reanimación, donde permanecía inconsciente sobre el lecho su esposo. Posó, con la dulzura que le caracterizaba sus labios en su frente y con los ojos humedecidos abandonó la habitación muy a pesar suyo. Le hubiera gustado estar a su lado, entrelazar su mano y acariciarle como solía hacer él siempre que se sentaba junto a ella. Resignada fue con el semblante preocupado a la sala de espera para aguardar con impaciencia recibir noticias más alentadoras. .
   A la media hora entraba, su hermana. Se levantó, fue a su encuentro para abrazarse en el centro de la sala mientras le informaba de lo sucedido y de los datos que hasta el momento los médicos le transmitieron.
   - Me han dejado verlo, pero aunque le he estado hablando no ha reaccionado. Ni un solo movimiento pude observar durante el escaso tiempo que me permitieron permanecer  junto a su cama.
   Amparo prosiguió relatándole su leve estancia en la U. V. I., hasta que la llamada del médico interrumpió a las dos hermanas. Dejaron de inmediato la conversación y entraron juntas, donde les esperaba el facultativo. Las noticias, aunque seguían en el mismo impás, al menos eran alentadoras. Todas las pruebas realizadas indicaban la normalidad del paciente. Seguía sin recobrar la con-ciencia pero no se detectaba, al menos por el momento, ningún problema. Amparo abandonó la sala abrazada a su hermana, con sus impresionantes ojos verdes bañados por un torrente de lágrimas. A su mente acudían todos los momentos maravillosos vividos en compañía de su esposo. Se lamentaba de las ocasiones en las que no había tenido un comportamiento correcto con él, no eran muchos, pero ahora se arrepentía de no haber sido más flexible. Paco había sido muy cariñoso con ella y sus hijos, y, si ahora lo perdía no sabría como vivir sin su compañía. Su hermana trataba de consolarle. El sofoco se estaba apoderando de su cuerpo y no era una mujer llorona. Tere le animaba asegurándole que las noticias eran buenas y debía tener paciencia, todo se resolvería satisfactoriamente.
   A las cuarenta y ocho horas del accidente le subieron a una habitación. Había dos camas más, pero la estancia la ocupaba él solo. Seguía sin recobrar la conciencia, pero Amparo se alegró de poder estar junto a él, tomarle de la mano mientras le hablaba, aunque él siguiese en ese estado.
   Al regresar de comer, en su segundo día en la habitación, Paco abrió los ojos y de inmediato avisaron a la enfermera y ésta al doctor. Amparo le hablaba pero Paco parecía ajeno a lo que le decía su mujer.  
   Con la llegada del doctor las preguntas y reconocimiento se sucedieron a lo largo de dos agotadoras horas. Paco comenzaba a hablar pero no recordaba nada de lo sucedido. Conforme le preguntaban se dieron cuenta que el problema era más grave de lo que suponían. Desconocía hasta su nombre, no reconocía a Amparo y no sabía quien era. Mientras no le hacía preguntas sobre él ó le alentaban a recordar algo, mantenía una conversación con normalidad. Pero cuando las preguntas eran para tratar de recordar o reconocer a alguien se bloqueaba y pedía salir de la clínica.
  Con la llegada de Tere, Amparo abandonó la compañía de su esposo y se metió con su hermana en la sala de visitas para ponerle al corriente de las desagradables noticias. De nuevo sus ojos se bañaron de lágrimas y abrazada a su hermana le relataba lo sucedido.
   Ese domingo por consejo de los médicos se acercaron a la clínica sus cuatro hijos. Pretendían que el paciente reaccionara al verlos. Las normas a los pequeños eran claras debían entrar en la habitación sin ir directamente a su padre. Debían saludar y limitarse a contestar escuetamente cualquier pregunta que les formulara con la máxima naturalidad posible. Así pues ante la expectativa de todos los presentes entraron en la habitación.
   - Buenos días.
   Fueron las únicas palabras que la mayor de los cuatro pronunció al entrar. Paco se giró y saludo con normalidad. Iniciándose una conversación distante pero mantenida durante unos minutos. Pero el pequeño no pudo contenerse y se lanzó a sus brazos llamándole Papá. Él sonrió y dirigiéndose a la enfermera comentó
   - Pobre chiquillo me ha confundido con su padre.
   Fue pronunciar la frase y,  las cuatro criaturas, rompieron en un desconsolador llanto para abrazarse a su padre y fundirse en un fuerte abrazo. Paco perplejo los miraba sin saber que hacer ni que decir. La enfermera rogó a los niños que abandonasen la habitación y fueran a la sala de espera. Llorando se acercaron a su madre y le comentaron que papá no los había reconocido.
   El incidente alteró al enfermo de manera especial y en el momento que se quedó a solas en la habitación se vistió con la ropa que había en el armario y sin que nadie se percatase de su maniobra abandonó la clínica sin el menor impedimento.
  Al celador de la planta lo saludo y se despidió, lo mismo hizo con el guarda jurado de la entrada. Se encontraba en la calle, libre de aquellas paredes y al respirar el aire contaminado de la calle se llenó de satisfacción. Comenzó a caminar sin saber, ni plantearse, a donde iba.
   Mientras en el hospital el personal y su familia comenzaron a preocuparse al no encontrarlo. Buscaron por todas partes y al preguntar al celador de la planta reconoció que el caballero por el que preguntaban se había despedido del él. Pero iba vestido con ropa de calle por lo que no le dio importancia. Poco a poco fueron comprendiendo la situación. Había abandonado el hospital. La confirmación definitiva la aportó las declaraciones del guarda jurado de la puerta principal del hospital. De inmediato el director del clínico comunicó a la policía el suceso. A los pocos minutos, dos agentes de seguridad ciudadana se presentaban en el centro sanitario para recopilar información. Su familia no salía de su asombro y la preocupación invadió a sus componentes. Al llegar la noche no tenían noticias de su paradero, agotados y angustiados se fueron a casa para recibir allí cualquier información que les pudieran proporcionar.
   Cuando Paco abandonó el hospital, al tocarse los bolsillos encontró una cartera. Tenía dinero y unos documentos. No hizo caso de los mismos y sin saber como ni porque se encontró subido en el autobús que lo llevaba al Perelló. El transporte público se detuvo ante la entrada al parador nacional del saler, sin pensárselo dos veces bajó para paseando acceder al parador. Aquel paraje le entusiasmó hubo un instante como si recordara algo, pero el sonido de una bocina de coche aconsejándole que lo mejor para su integridad física sería circular por el lateral de la carretera y no por el centro, le sacó de posibles recuerdos. Se paró en el campo de prácticas dedicado al pateo. Contempló por espacio de unos minutos como lo hacía la gente y luego tomando el camino paralelo al hoyo nueve, que conducía a la playa, se introdujo por él hasta tropezarse con  la arena. Se descalzó y al disponerse a caminar por el linde de la playa escuchó el llanto de una anciana. Se aproximó a la señora en cuestión y preguntó si le ocurría algo. Al elevar la cabeza y ver a Paco se lanzó a sus brazos y mientras lo besaba en un meloso francés le decía.
   - Hijo mío, no te he perdido. Gracias a Dios que has vuelto con tu madre.
   Paco no dio importancia a las palabras de la anciana y trató de consolarla. Se calmó pronto y dándole la mano abandonaron la playa para entrar en la cafetería del parador. Conversaron por espacio de varias horas. Primero se tomaron unos cafés, luego comieron y tras la sobremesa se acercaron a recepción y ella pidió una habitación individual para su hijo. Le llamaba José. Ese nombre le sonaba de algo y llegó a sumirlo como propio en esas horas. Instalado en el parador se duchó. Una vez cumplimentado el aseo personal, al abrir el armario, se asombró al no encontrar ropa. En chanclas, envuelto en el albornoz y con la ropa en una mano, fue al encuentro de su madre.
   - Aquí la tienes mi pequeño. Vístete de etiqueta que nos vamos a cenar al casino de Monte Picayo.       
   Regresó con la ropa proporcionada por aquella señora y se vistió. Luego regresó a la habitación de la anciana. Dudo pero al fin se decidió a romper el silencio.
   - Ma…má. Estaré en el vestíbulo.
   La anciana asintió con un leve movimiento de cabeza. Registro los bolsillos de la ropa que le había entregado y se dio cuenta de la presencia de la cartera. Hurgó dentro de ella, estaba la documentación y algo de dinero. La vació de documentos y fotografías para guardarlas a continuación en la caja fuerte de la habitación. Luego metió el dinero con algunos billetes más e introdujo la documentación de su hijo en la misma. Concluida la operación salió al encuentro de José y tras entregarle la cartera, con la documentación cambiada, se presentaron ante el vehículo que esperaba en la puerta un flamante Mercedes. Le ofreció las llaves al tiempo que comentaba.
   - ¿Te acuerdas que hoy te toca llevar el coche a ti?
   La verdad, no recordaba. Pero cuando lo decía, “su madre” sería por algo. Abrió las puertas, ayudó a que subiera la anciana en la parte posterior, se puso al volante, y siguiendo las indicaciones fueron al restaurante del casino donde tenían reservada mesa para cenar.
   El metre del restaurante reconoció de inmediato a la señora desvelándose por atenderla.
   - Buenas noches señora Bordeaux. Es un placer volverle a ver por aquí. Sus vinos entusiasman a nuestra clientela y la última remesa que nos mandó son de una calidad incomparable.
   Agradeció el cumplido y a continuación le presentó a su hijo. Mostró su satisfacción por conocerlo, y personalmente los acomodó en la mejor mesa del restaurante.
   - El vino no hace falta que se lo recomiende. Ha sido un placer conocer a su hijo, y espero que nos honre más a menudo con su presencia. 
   Fue una cena de una calidad increíble y los vinos de los mejores caldos producidos por aquella mujer en su finca de Bordeaux.
   Para reposar la cena decidieron dar una vuelta y probar fortuna. Al personal del casino entregó una importante cantidad de dinero que fue canjeada de inmediato por unas fichas. En una caja las llevaba el empleado, mientras seguía fielmente a la anciana hasta el lugar de juego elegido. Marie se detuvo tomo varias fichas de la caja que sustentaba el empleado y dándoselas  a “su hijo comentó.
   - Diviértete, cariño, yo me voy a probar suerte con  la ruleta.
   José, nueva identidad de Paco, no le agradó nada aquella sala llena de gente, tumulto y humo. El juego y especialmente con dinero no le atraía en absoluto, por lo que decidió abandonar el local, y entrar en el Púb. Próximo a la sala de juegos, donde un piano amenizaba el ambiente. Se tomó un refresco y siguió con verdadero interés las melodías que, una tras otra las experimentadas manos del músico, deleitaba a la clientela.
   Marie Bordeaux, se había instalado en un lugar privilegiado de la mesa donde se encontraba la ruleta. Apostaba a diversos números con disparidad de suerte. Al ver acercarse a su abogado personal, Bernard, dejó de jugar se levantó de la mesa y rogó a un empleado que le facilitasen uno de los reservados del casino. Deseaba encargarle un asunto de suma importancia y precisaba de tranquilidad, pero especialmente de intimidad. Entraron en el reservado y cuando el camarero terminó de servir lo solicitado por sus clientes cerró la puerta. Tenía orden de no ser molestados. Sentados en aquellos acogedores sillones, Marie comenzó a lanzar indicaciones a su abogado.
   - Bernard necesito que averigües todo lo referente a esta persona.
   Sacó la documentación de Paco que llevaba en su bolso y entregándosela  a su abogado prosiguió.
   - Necesito todos los datos, personales, amistades, familia, relaciones, trabajo, inquietudes, sueños y toda la información que se pueda imaginar sobre este personaje y de la gente que le rodea, antes de regresar a Bordeaux. Es mi deseo que todo lo que hablemos esta noche quede en el más estricto de los secretos.
   Dejó una pequeña pausa que aprovechó para dar un sorbo a su copa y prosiguió.
   - Ponte en contacto con el mejor cirujano plástico. Me han hablado de una clínica en Suiza que hace milagros. Deseo que conviertan a este señor en mi hijo y lo quiero en el menor plazo posible. No tengo tiempo que perder.
   - Marie, te recuerdo que tu hijo murió esta semana en Madrid por una sobredosis y lo enterramos en el más estricto de los secretos. Lo que...
    No le dejó continuar le exigió que cumpliera sus ordenes inmediatamente y añadió al tiempo que se levantaba con intención de regresar de nuevo a la mesa de juego.
   - No hay tiempo Bernard, las cosas se nos podrían complicar enormemente si no resuelvo este asunto antes de un mes.
   Al abandonar Bernard el casino estaba preocupado por su jefa. Lo que pretendía no podría salir bien. “Además. ¿Quién era ese personaje?”. Meditaba al tiempo que pasaba por la puerta del Púb., donde se encontraba Paco. Decidió entrar antes de irse a la cama y tratar de ponerse a trabajar en el asunto que le había encargado Marie. Al verlo se sorprendió. Precisamente aquel personaje era sobre quien tenía que indagar. Ni corto ni perezoso se sentó junto a él y entabló conversación. Pronto notó que algo no funcionaba bien en aquel hombre. No sabía como se llamaba, creía que José pero no estaba seguro. No deseaba hablar de él ni de recuerdos. Lo notó excesivamente nervioso cuando le preguntaba cosas sobre, lo que hacía, si estaba casado, y mil preguntas más, por lo que optó por conversar sobre temas intrascendentes. Lo cierto es que le causó una buena impresión. Captó inmediatamente que esa persona no recordaba nada sobre sí mismo. Educado con un nivel cultural alto pero desconcertado mentalmente con su situación.
  Tras dos largas horas de conversación decidió despedirse y meterse en la cama, para comenzar el nuevo día con el trabajo encomendado por su amiga y patrona. Al entrar en la habitación conectó la televisión. En las noticias de media noche pudo ver la fotografía de Paco y conocer algo de su historia.
   Su primera intención fue coger el teléfono y comunicar a la policía donde podían encontrar al personaje en cuestión. Pero antes de descolgar se paró a  reflexionar. La señora Marie había pasado por un calvario con su hijo, esclavo de la heroína y la coca hasta el punto de ocasionarle la muerte. Había sido un personaje déspota y excesivamente duro con sus empleados, pero su falta podría traer peores consecuencias. Los hermanos de su esposo y los sobrinos de la señora Marie se harían con todo el negocio en el momento que ella se encontrase sola. En los últimos años que el señorito no se acercaba por las bodegas y viñedos por encontrarse inmerso en la droga, sus familiares habían tenido un comportamiento mucho peor que él. Le odiaban por ser el único que los mantenía a raya, pero ahora sin José la cosa sería mucho peor. Tal vez Marie no estuviese tan trastornada como pensaba tras la muerte de su hijo. Solo Marie y él estaban al tanto de su fallecimiento. Pues el empleado del crematorio que se encargó de convertir el cadáver en cenizas se limitó a cobrar los cinco millones de pesetas y no preguntó nada en absoluto. Si conseguía regresar, de nuevo a Bordeaux, con su hijo los pondría en su sitio. Aquel personaje, ese profesor de educación física, Paco, parecía el personaje ideal. No recordaba nada. No sabía quien era y su físico, constitución, y edad eran parecidos a los del hijo de Marie. Incluso ella ya se había encargado de hacerle creer que era su hijo y hasta se lo estaba creyendo. Desistió de dar aviso a la policía. Sin duda lo mejor era seguir el plan trazado por su jefa.  
   Esa mañana Bernard se levantó muy temprano y de inmediato se puso en movimiento. Telefoneo a varios contactos y solucionó el problema de la cirugía estética. En una clínica privada de Suiza se llevaría a cabo la operación en el más estricto de los secretos. No había el menor problema, con dinero se podía solucionar cualquier detalle. En menos de una semana el paciente podría abandonar la clínica y realizar vida normal sin ningún contratiempo. Cuando esa parte de su trabajo la tuvo resulta, la zanjó con unas cuantas llamadas telefónicas, subió al coche y se dirigió a la dirección que figuraba en la documentación de Paco. Se presentó como un agente de seguros de vida, donde Paco tenía su póliza siendo atendido con exquisita cortesía por su afligida esposa.
   La tristeza en esa sencilla casa se palpaba en todos sus moradores. Primero fue la mayor la que entró en el salón donde mantenían la conversación Bernard y su madre, saludo y preguntó sí necesitaban algo. Los increíbles ojos verdes de aquella jovencita impresionaron al visitante. Se notaba que había estado llorando y la tristeza se reflejaba en su expresión. Luego la presencia de la mediana, “Dios” exclamó en su interior Bernard, vaya ojos azules. Aquellas jovencitas llamaban la atención especialmente por sus miradas. Cuando estaba finalizando el interrogatorio al que estaba sometiendo a la señora de la casa se presentaron los dos pequeños, que regresaban del colegio.
   - ¿Se sabe algo de papá?
   Fueron las primeras palabras que pronunció la pequeña de las chicas. Otra criatura encantadora. Bernard estaba asombrado por la belleza de esas jovencitas. Ante la negativa de su madre los dos pequeños rompieron a llorar y se fueron a su habitación. La mayor al escuchar a sus hermanos se metió con ellos para tratar de calmar su acongojo. 
   A Bernard esas escenas le encogieron el corazón. Por lo que había podido observar e informarse, aquella familia estaba muy unida y sin la menor duda adoraban a su padre. Pero era un hombre acostumbrado a pelear en mil batallas y, había vivido situaciones emotivas mucho más fuertes de la que vivía en esos instantes. Por fin se despidió de aquella madre y abandonó el hogar.
  Salió de casa muy satisfecho había conseguido gran cantidad de información. La amabilidad y la predisposición de las personas de esa casa le habían cautivado. De allí se fue directo al colegio, donde siguió indagando y preguntando. El personaje en cuestión era admirado y venerado por todos. Con los que conversaron e interrogó hablaron maravillas de aquel profesor.
   La hora de la comida se acercaba, Bernard se despidió de la última persona que contactó y en el coche se fue al Parador Nacional del Saler donde había quedado a comer con Marie. Al entrar en la cafetería se encontró con ella, se sentó a su lado al tiempo que pedía un Martini.  
   - Buenos días Marie. ¿Y su hijo?
   Ella le sonrió, Bernard era algo más que su hombre de confianza. Le contestó que estaba jugando nueve hoyos en el campo. Había quedado con él en la cafetería cuando finalizase para luego ir los tres al comedor. Fue informada de todas las gestiones realizadas. Ella le felicitó al tiempo que le preguntaba.
   - ¿Tienes el número de cuenta de Paco?
   Al confirmarle que si, comenzó de nuevo a darle nuevas ordenes. En esta ocasión le encargó que ingresara lo antes posible en esa cuenta, y a partir de esa fecha todos los primeros de mes, aproximadamente el doble de su salario. Debía hacerlo por mediación de Gerardo, un abogado de Valencia con el que había contactado para llevar a cabo su plan. Le dio su número de teléfono y la dirección. Bernard le aseguró que esa misma tarde resolvería el asunto. Ahora estaba convencido de lo acertada que estaba Marie, todo estaba encajando a las mil maravillas, si lo hubieran programado no les habría salido tan perfecto. Estaba claro que su señora pretendía compensar económicamente a esa familia. Le había arrebatado a su jefe, pero en ningún momento permitiría que lo pudieran pasar mal económicamente.











No hay comentarios: