- EL ACCIDENTE
-
El fallecimiento de su madre supuso un duro
revés para ella, especialmente por lo inesperado de aquella desgracia. Paco era
consciente que su adorada esposa lo estaba pasando mal. Sus tres hijas estaban
llenas de vitalidad, los cinco años de la pequeña, los siete de la mediana y
los nueve de la mayor mantenían entretenida a su madre.
Todas esas circunstancias tenían a Amparo
cansada. Pero aquella mañana al levantarse las nauseas le podían y tuvo que ir
precipitadamente al baño para vaciar su estomago. Paco, que se encontraba
preparando el desayuno, al escucharla fue de inmediato a interesarse. Al
remitir los vómitos, con esa sonrisa y esa mirada embriagadora, preguntó a su
esposo con cierto tono de preocupación.
- ¿No estaré embarazada?
A los nueve meses escasos de formular esa
pregunta partía con Paco y sus tres hijas en el coche con destino a la clínica
Virgen del Consuelo. Antes dejaron a las pequeñas en el colegio y luego con el
vehículo se presentaron en el centro hospitalario. Dos horas escasas tardó en
traer al mundo su cuarto hijo y único varón. José.
Los años transcurrían sin grandes problemas.
Paco se había hecho un seguro de vida. Pensaba, con razón, que si le sucedía
cualquier desgracia el panorama con esa retahíla de niños no auguraba muy
buenas perspectivas.
Una mañana, del incipiente otoño, se desplazó
en coche al banco para resolver los asuntos del seguro. Había aprovechado uno
de los huecos de su horario para realizar las gestiones pertinentes. Al salir
del banco, para coger el coche, volver al colegio y reanudar las clases, un
automóvil se lo llevó por delante al tratar de cruzar la calle. El cuerpo del
profesor se elevó unos dos o tres metros por el aire y fue a caer sobre el capó
del vehículo.
En unos segundos la aglomeración de gente en
torno al cuerpo inconsciente de Paco se hizo patente. Dos facultativos
asistieron de inmediato al accidentado y a los pocos minutos una ambulancia se
personaba en el lugar.
La sirena del vehículo de urgencias se hizo
sentir durante el trayecto desde el Palacio de la Música , lugar del
accidente, hasta el hospital más cercano al lugar, el Clínico universitario.
Mientras era conducido al hospital el
teléfono de su casa sonaba con insistencia. Fue Amparo quien atendió la
llamada, sus cuatro hijos estaban ya en clase y ella se disponía a salir hacía
la piscina del colegio, donde trabajaba.
- Es usted la señora de Francisco...
Los detalles del accidente le fueron
relatados por el agente de la policía municipal. Sorprendida y preocupada
escuchaba la información del representante del orden. Concluida la información
marcó el número de su hermana y le puso sobre aviso. En taxis se personó en la clínica donde por teléfono le
notificaron que se encontraba su esposo. Tras la correspondiente pregunta en
información de urgencias, le rogaron que esperara unos minutos y de inmediato
fue atendida por un facultativo.
- Aparentemente lesiones no se han
detectado. Pero no ha recobrado la conciencia. Sus constantes vitales son óptimas.
Pero en estos casos hay que esperar unas horas para ver como evoluciona. Puede
pasar a verlo, pero tan solo podrá estar unos minutos, en esta unidad de
cuidados intensivos solo se permite dos visitas al día y a sus horas.
Con el semblante preocupado se puso la bata
blanca y las fundas de plástico para el calzado entrando a continuación en la
sala de reanimación, donde permanecía inconsciente sobre el lecho su esposo.
Posó, con la dulzura que le caracterizaba sus labios en su frente y con los
ojos humedecidos abandonó la habitación muy a pesar suyo. Le hubiera gustado
estar a su lado, entrelazar su mano y acariciarle como solía hacer él siempre
que se sentaba junto a ella. Resignada fue con el semblante preocupado a la
sala de espera para aguardar con impaciencia recibir noticias más alentadoras. .
A la media hora entraba, su hermana. Se
levantó, fue a su encuentro para abrazarse en el centro de la sala mientras le
informaba de lo sucedido y de los datos que hasta el momento los médicos le
transmitieron.
- Me han dejado verlo, pero aunque le he
estado hablando no ha reaccionado. Ni un solo movimiento pude observar durante
el escaso tiempo que me permitieron permanecer
junto a su cama.
Amparo prosiguió relatándole su leve
estancia en la U. V.
I., hasta que la llamada del médico interrumpió a las dos hermanas. Dejaron de
inmediato la conversación y entraron juntas, donde les esperaba el facultativo.
Las noticias, aunque seguían en el mismo impás, al menos eran alentadoras.
Todas las pruebas realizadas indicaban la normalidad del paciente. Seguía sin
recobrar la con-ciencia pero no se detectaba, al menos por el momento, ningún
problema. Amparo abandonó la sala abrazada a su hermana, con sus impresionantes
ojos verdes bañados por un torrente de lágrimas. A su mente acudían todos los
momentos maravillosos vividos en compañía de su esposo. Se lamentaba de las
ocasiones en las que no había tenido un comportamiento correcto con él, no eran
muchos, pero ahora se arrepentía de no haber sido más flexible. Paco había sido
muy cariñoso con ella y sus hijos, y, si ahora lo perdía no sabría como vivir
sin su compañía. Su hermana trataba de consolarle. El sofoco se estaba
apoderando de su cuerpo y no era una mujer llorona. Tere le animaba
asegurándole que las noticias eran buenas y debía tener paciencia, todo se
resolvería satisfactoriamente.
A las
cuarenta y ocho horas del accidente le subieron a una habitación. Había dos
camas más, pero la estancia la ocupaba él solo. Seguía sin recobrar la
conciencia, pero Amparo se alegró de poder estar junto a él, tomarle de la mano
mientras le hablaba, aunque él siguiese en ese estado.
Al regresar de comer, en su segundo día en
la habitación, Paco abrió los ojos y de inmediato avisaron a la enfermera y
ésta al doctor. Amparo le hablaba pero Paco parecía ajeno a lo que le decía su
mujer.
Con la llegada del doctor las preguntas y
reconocimiento se sucedieron a lo largo de dos agotadoras horas. Paco comenzaba
a hablar pero no recordaba nada de lo sucedido. Conforme le preguntaban se
dieron cuenta que el problema era más grave de lo que suponían. Desconocía
hasta su nombre, no reconocía a Amparo y no sabía quien era. Mientras no le
hacía preguntas sobre él ó le alentaban a recordar algo, mantenía una
conversación con normalidad. Pero cuando las preguntas eran para tratar de
recordar o reconocer a alguien se bloqueaba y pedía salir de la clínica.
Con la llegada de Tere, Amparo abandonó la
compañía de su esposo y se metió con su hermana en la sala de visitas para
ponerle al corriente de las desagradables noticias. De nuevo sus ojos se
bañaron de lágrimas y abrazada a su hermana le relataba lo sucedido.
Ese domingo por consejo de los médicos se
acercaron a la clínica sus cuatro hijos. Pretendían que el paciente reaccionara
al verlos. Las normas a los pequeños eran claras debían entrar en la habitación
sin ir directamente a su padre. Debían saludar y limitarse a contestar
escuetamente cualquier pregunta que les formulara con la máxima naturalidad
posible. Así pues ante la expectativa de todos los presentes entraron en la
habitación.
- Buenos días.
Fueron
las únicas palabras que la mayor de los cuatro pronunció al entrar. Paco se
giró y saludo con normalidad. Iniciándose una conversación distante pero
mantenida durante unos minutos. Pero el pequeño no pudo contenerse y se lanzó a
sus brazos llamándole Papá. Él sonrió y dirigiéndose a la enfermera comentó
- Pobre chiquillo me ha confundido con su
padre.
Fue pronunciar la frase y, las cuatro criaturas, rompieron en un
desconsolador llanto para abrazarse a su padre y fundirse en un fuerte abrazo.
Paco perplejo los miraba sin saber que hacer ni que decir. La enfermera rogó a
los niños que abandonasen la habitación y fueran a la sala de espera. Llorando
se acercaron a su madre y le comentaron que papá no los había reconocido.
El incidente alteró al enfermo de manera
especial y en el momento que se quedó a solas en la habitación se vistió con la
ropa que había en el armario y sin que nadie se percatase de su maniobra
abandonó la clínica sin el menor impedimento.
Al celador de la planta lo saludo y se
despidió, lo mismo hizo con el guarda jurado de la entrada. Se encontraba en la
calle, libre de aquellas paredes y al respirar el aire contaminado de la calle
se llenó de satisfacción. Comenzó a caminar sin saber, ni plantearse, a donde
iba.
Mientras en el hospital el personal y su
familia comenzaron a preocuparse al no encontrarlo. Buscaron por todas partes y
al preguntar al celador de la planta reconoció que el caballero por el que
preguntaban se había despedido del él. Pero iba vestido con ropa de calle por
lo que no le dio importancia. Poco a poco fueron comprendiendo la situación.
Había abandonado el hospital. La confirmación definitiva la aportó las
declaraciones del guarda jurado de la puerta principal del hospital. De
inmediato el director del clínico comunicó a la policía el suceso. A los pocos
minutos, dos agentes de seguridad ciudadana se presentaban en el centro
sanitario para recopilar información. Su familia no salía de su asombro y la
preocupación invadió a sus componentes. Al llegar la noche no tenían noticias
de su paradero, agotados y angustiados se fueron a casa para recibir allí
cualquier información que les pudieran proporcionar.
Cuando Paco abandonó el hospital, al tocarse
los bolsillos encontró una cartera. Tenía dinero y unos documentos. No hizo
caso de los mismos y sin saber como ni porque se encontró subido en el autobús
que lo llevaba al Perelló. El transporte público se detuvo ante la entrada al
parador nacional del saler, sin pensárselo dos veces bajó para paseando acceder
al parador. Aquel paraje le entusiasmó hubo un instante como si recordara algo,
pero el sonido de una bocina de coche aconsejándole que lo mejor para su
integridad física sería circular por el lateral de la carretera y no por el
centro, le sacó de posibles recuerdos. Se paró en el campo de prácticas
dedicado al pateo. Contempló por espacio de unos minutos como lo hacía la gente
y luego tomando el camino paralelo al hoyo nueve, que conducía a la playa, se
introdujo por él hasta tropezarse con la
arena. Se descalzó y al disponerse a caminar por el linde de la playa escuchó
el llanto de una anciana. Se aproximó a la señora en cuestión y preguntó si le
ocurría algo. Al elevar la cabeza y ver a Paco se lanzó a sus brazos y mientras
lo besaba en un meloso francés le decía.
- Hijo mío, no te he perdido. Gracias a Dios
que has vuelto con tu madre.
Paco no dio importancia a las palabras de la
anciana y trató de consolarla. Se calmó pronto y dándole la mano abandonaron la
playa para entrar en la cafetería del parador. Conversaron por espacio de
varias horas. Primero se tomaron unos cafés, luego comieron y tras la sobremesa
se acercaron a recepción y ella pidió una habitación individual para su hijo.
Le llamaba José. Ese nombre le sonaba de algo y llegó a sumirlo como propio en
esas horas. Instalado en el parador se duchó. Una vez cumplimentado el aseo
personal, al abrir el armario, se asombró al no encontrar ropa. En chanclas,
envuelto en el albornoz y con la ropa en una mano, fue al encuentro de su
madre.
- Aquí
la tienes mi pequeño. Vístete de etiqueta que nos vamos a cenar al casino de
Monte Picayo.
Regresó con la ropa proporcionada por
aquella señora y se vistió. Luego regresó a la habitación de la anciana. Dudo
pero al fin se decidió a romper el silencio.
- Ma…má. Estaré en el vestíbulo.
La anciana asintió con un leve movimiento de
cabeza. Registro los bolsillos de la ropa que le había entregado y se dio
cuenta de la presencia de la cartera. Hurgó dentro de ella, estaba la
documentación y algo de dinero. La vació de documentos y fotografías para
guardarlas a continuación en la caja fuerte de la habitación. Luego metió el
dinero con algunos billetes más e introdujo la documentación de su hijo en la
misma. Concluida la operación salió al encuentro de José y tras entregarle la
cartera, con la documentación cambiada, se presentaron ante el vehículo que
esperaba en la puerta un flamante Mercedes. Le ofreció las llaves al tiempo que
comentaba.
- ¿Te acuerdas que hoy te toca llevar el
coche a ti?
La verdad, no recordaba. Pero cuando lo
decía, “su madre” sería por algo. Abrió las puertas, ayudó a que subiera la
anciana en la parte posterior, se puso al volante, y siguiendo las indicaciones
fueron al restaurante del casino donde tenían reservada mesa para cenar.
El metre del restaurante reconoció de
inmediato a la señora desvelándose por atenderla.
- Buenas noches señora Bordeaux. Es un
placer volverle a ver por aquí. Sus vinos entusiasman a nuestra clientela y la
última remesa que nos mandó son de una calidad incomparable.
Agradeció el cumplido y a continuación le
presentó a su hijo. Mostró su satisfacción por conocerlo, y personalmente los
acomodó en la mejor mesa del restaurante.
- El vino no hace falta que se lo
recomiende. Ha sido un placer conocer a su hijo, y espero que nos honre más a
menudo con su presencia.
Fue una cena de una calidad increíble y los
vinos de los mejores caldos producidos por aquella mujer en su finca de
Bordeaux.
Para reposar la cena decidieron dar una
vuelta y probar fortuna. Al personal del casino entregó una importante cantidad
de dinero que fue canjeada de inmediato por unas fichas. En una caja las
llevaba el empleado, mientras seguía fielmente a la anciana hasta el lugar de
juego elegido. Marie se detuvo tomo varias fichas de la caja que sustentaba el
empleado y dándoselas a “su hijo
comentó.
- Diviértete, cariño, yo me voy a probar
suerte con la ruleta.
José, nueva identidad de Paco, no le agradó
nada aquella sala llena de gente, tumulto y humo. El juego y especialmente con
dinero no le atraía en absoluto, por lo que decidió abandonar el local, y
entrar en el Púb. Próximo a la sala de juegos, donde un piano amenizaba el
ambiente. Se tomó un refresco y siguió con verdadero interés las melodías que,
una tras otra las experimentadas manos del músico, deleitaba a la clientela.
Marie Bordeaux, se había instalado en un
lugar privilegiado de la mesa donde se encontraba la ruleta. Apostaba a
diversos números con disparidad de suerte. Al ver acercarse a su abogado
personal, Bernard, dejó de jugar se levantó de la mesa y rogó a un empleado que
le facilitasen uno de los reservados del casino. Deseaba encargarle un asunto
de suma importancia y precisaba de tranquilidad, pero especialmente de intimidad.
Entraron en el reservado y cuando el camarero terminó de servir lo solicitado
por sus clientes cerró la puerta. Tenía orden de no ser molestados. Sentados en
aquellos acogedores sillones, Marie comenzó a lanzar indicaciones a su abogado.
- Bernard necesito que averigües todo lo
referente a esta persona.
Sacó la documentación de Paco que llevaba en
su bolso y entregándosela a su abogado
prosiguió.
- Necesito todos los datos, personales,
amistades, familia, relaciones, trabajo, inquietudes, sueños y toda la
información que se pueda imaginar sobre este personaje y de la gente que le
rodea, antes de regresar a Bordeaux. Es mi deseo que todo lo que hablemos esta
noche quede en el más estricto de los secretos.
Dejó una pequeña pausa que aprovechó para
dar un sorbo a su copa y prosiguió.
- Ponte en contacto con el mejor cirujano
plástico. Me han hablado de una clínica en Suiza que hace milagros. Deseo que
conviertan a este señor en mi hijo y lo quiero en el menor plazo posible. No
tengo tiempo que perder.
- Marie, te recuerdo que tu hijo murió esta
semana en Madrid por una sobredosis y lo enterramos en el más estricto de los
secretos. Lo que...
No le dejó continuar le exigió que
cumpliera sus ordenes inmediatamente y añadió al tiempo que se levantaba con
intención de regresar de nuevo a la mesa de juego.
- No hay tiempo Bernard, las cosas se nos
podrían complicar enormemente si no resuelvo este asunto antes de un mes.
Al abandonar Bernard el casino estaba
preocupado por su jefa. Lo que pretendía no podría salir bien. “Además. ¿Quién
era ese personaje?”. Meditaba al tiempo que pasaba por la puerta del Púb.,
donde se encontraba Paco. Decidió entrar antes de irse a la cama y tratar de
ponerse a trabajar en el asunto que le había encargado Marie. Al verlo se
sorprendió. Precisamente aquel personaje era sobre quien tenía que indagar. Ni
corto ni perezoso se sentó junto a él y entabló conversación. Pronto notó que
algo no funcionaba bien en aquel hombre. No sabía como se llamaba, creía que
José pero no estaba seguro. No deseaba hablar de él ni de recuerdos. Lo notó
excesivamente nervioso cuando le preguntaba cosas sobre, lo que hacía, si
estaba casado, y mil preguntas más, por lo que optó por conversar sobre temas
intrascendentes. Lo cierto es que le causó una buena impresión. Captó
inmediatamente que esa persona no recordaba nada sobre sí mismo. Educado con un
nivel cultural alto pero desconcertado mentalmente con su situación.
Tras dos largas horas de conversación decidió
despedirse y meterse en la cama, para comenzar el nuevo día con el trabajo
encomendado por su amiga y patrona. Al entrar en la habitación conectó la
televisión. En las noticias de media noche pudo ver la fotografía de Paco y
conocer algo de su historia.
Su primera intención fue coger el teléfono y
comunicar a la policía donde podían encontrar al personaje en cuestión. Pero
antes de descolgar se paró a
reflexionar. La señora Marie había pasado por un calvario con su hijo,
esclavo de la heroína y la coca hasta el punto de ocasionarle la muerte. Había
sido un personaje déspota y excesivamente duro con sus empleados, pero su falta
podría traer peores consecuencias. Los hermanos de su esposo y los sobrinos de
la señora Marie se harían con todo el negocio en el momento que ella se
encontrase sola. En los últimos años que el señorito no se acercaba por las
bodegas y viñedos por encontrarse inmerso en la droga, sus familiares habían
tenido un comportamiento mucho peor que él. Le odiaban por ser el único que los
mantenía a raya, pero ahora sin José la cosa sería mucho peor. Tal vez Marie no
estuviese tan trastornada como pensaba tras la muerte de su hijo. Solo Marie y
él estaban al tanto de su fallecimiento. Pues el empleado del crematorio que se
encargó de convertir el cadáver en cenizas se limitó a cobrar los cinco
millones de pesetas y no preguntó nada en absoluto. Si conseguía regresar, de
nuevo a Bordeaux, con su hijo los pondría en su sitio. Aquel personaje, ese
profesor de educación física, Paco, parecía el personaje ideal. No recordaba
nada. No sabía quien era y su físico, constitución, y edad eran parecidos a los
del hijo de Marie. Incluso ella ya se había encargado de hacerle creer que era
su hijo y hasta se lo estaba creyendo. Desistió de dar aviso a la policía. Sin duda
lo mejor era seguir el plan trazado por su jefa.
Esa mañana Bernard se levantó muy temprano y
de inmediato se puso en movimiento. Telefoneo a varios contactos y solucionó el
problema de la cirugía estética. En una clínica privada de Suiza se llevaría a
cabo la operación en el más estricto de los secretos. No había el menor
problema, con dinero se podía solucionar cualquier detalle. En menos de una
semana el paciente podría abandonar la clínica y realizar vida normal sin
ningún contratiempo. Cuando esa parte de su trabajo la tuvo resulta, la zanjó
con unas cuantas llamadas telefónicas, subió al coche y se dirigió a la
dirección que figuraba en la documentación de Paco. Se presentó como un agente
de seguros de vida, donde Paco tenía su póliza siendo atendido con exquisita
cortesía por su afligida esposa.
La tristeza en esa sencilla casa se palpaba
en todos sus moradores. Primero fue la mayor la que entró en el salón donde
mantenían la conversación Bernard y su madre, saludo y preguntó sí necesitaban
algo. Los increíbles ojos verdes de aquella jovencita impresionaron al
visitante. Se notaba que había estado llorando y la tristeza se reflejaba en su
expresión. Luego la presencia de la mediana, “Dios” exclamó en su interior
Bernard, vaya ojos azules. Aquellas jovencitas llamaban la atención
especialmente por sus miradas. Cuando estaba finalizando el interrogatorio al
que estaba sometiendo a la señora de la casa se presentaron los dos pequeños,
que regresaban del colegio.
- ¿Se sabe algo de papá?
Fueron las primeras palabras que pronunció
la pequeña de las chicas. Otra criatura encantadora. Bernard estaba asombrado
por la belleza de esas jovencitas. Ante la negativa de su madre los dos
pequeños rompieron a llorar y se fueron a su habitación. La mayor al escuchar a
sus hermanos se metió con ellos para tratar de calmar su acongojo.
A Bernard esas escenas le encogieron el
corazón. Por lo que había podido observar e informarse, aquella familia estaba
muy unida y sin la menor duda adoraban a su padre. Pero era un hombre
acostumbrado a pelear en mil batallas y, había vivido situaciones emotivas
mucho más fuertes de la que vivía en esos instantes. Por fin se despidió de
aquella madre y abandonó el hogar.
Salió de casa muy satisfecho había conseguido
gran cantidad de información. La amabilidad y la predisposición de las personas
de esa casa le habían cautivado. De allí se fue directo al colegio, donde
siguió indagando y preguntando. El personaje en cuestión era admirado y
venerado por todos. Con los que conversaron e interrogó hablaron maravillas de
aquel profesor.
La hora de la comida se acercaba, Bernard se
despidió de la última persona que contactó y en el coche se fue al Parador
Nacional del Saler donde había quedado a comer con Marie. Al entrar en la
cafetería se encontró con ella, se sentó a su lado al tiempo que pedía un
Martini.
- Buenos días Marie. ¿Y su hijo?
Ella le sonrió, Bernard era algo más que su
hombre de confianza. Le contestó que estaba jugando nueve hoyos en el campo. Había
quedado con él en la cafetería cuando finalizase para luego ir los tres al
comedor. Fue informada de todas las gestiones realizadas. Ella le felicitó al
tiempo que le preguntaba.
- ¿Tienes el número de cuenta de Paco?
Al confirmarle que si, comenzó de nuevo a
darle nuevas ordenes. En esta ocasión le encargó que ingresara lo antes posible
en esa cuenta, y a partir de esa fecha todos los primeros de mes,
aproximadamente el doble de su salario. Debía hacerlo por mediación de Gerardo,
un abogado de Valencia con el que había contactado para llevar a cabo su plan.
Le dio su número de teléfono y la dirección. Bernard le aseguró que esa misma
tarde resolvería el asunto. Ahora estaba convencido de lo acertada que estaba
Marie, todo estaba encajando a las mil maravillas, si lo hubieran programado no
les habría salido tan perfecto. Estaba claro que su señora pretendía compensar
económicamente a esa familia. Le había arrebatado a su jefe, pero en ningún
momento permitiría que lo pudieran pasar mal económicamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario