sábado, 9 de febrero de 2013

TRES AÑOS EN EL LABERINTO



- PRÓLOGO -




A MI MUJER:

Sobre el amor se ha escrito

y leído interminables frases.

Todas cargadas de razón,

de sentimiento, de magia,

de ....

Pero me quedo con la más breve.


Paco

   - CAPITULO - I -                       

                                 - EL COLEGIO -

   La campana se agitaba, con virulencia y destreza, de la mano del jefe de estudios. El hormiguero de niños en el patio, aparentemente desorganizado, se transformaba en un abrir y cerrar de ojos en rígidas filas hítlerianas. En menos de veinte segundos cada curso, con un impactante orden, se alineaba por estaturas frente a su maestro dibujándose una perfecta formación. A los tres minutos escasos profesores y niños habían desaparecido. El silencio era casi total. Solo el jadeo y la carrera de un curso que iniciaba su jornada con la clase de educación física lo rompía. Mientras en el vestuario ante la potente y cortante voz de mando del profesor, que atosigaba a los retrasados a unirse al grupo para comenzar el calentamiento, se estremeció. Desde el tercer piso se escuchaba, con increíble claridad, las voces de mando del profesor.
   - ¿Qué hay que hacer?
   - Tú corre. Es lo que hacen todos.
   Parecía que la normalidad volvía al curso. Pero de nuevo el temor envolvió a los adolescentes especialmente a los que se habían atrevido a poner en funcionamiento sus cuerdas vocales. El grito militar, exigiendo silencio, los atenazó. Los cincuenta alumnos de séptimo A, de la E. G. B. circulaban, en sentido contrario a las agujas del reloj, dando vueltas a los ochocientos metros cuadrados del campo de balonmano ante la atenta mirada de su profesor que controlaba y dominaba la situación desde los cincuenta centímetros de altura que separaban el pórtico del terreno de juego.
   Al comprobar que no faltaba nadie de nuevo su inconfundible voz exigiendo atención rompió la tranquilidad. Escasos segundos tardaron sus pupilos en formar dos filas perfectas frente a él. La tensión y la expectativa se observaban en cada rostro de aquellos adolescentes.
   Al dibujarse una sonrisa, en el joven licenciado en educación física por el I. N. E. F. de Madrid la tirantez, de esos rostros juveniles, se relajó un poco. Pero ante el primer tanteo a su profesor, por parte del “tonto” de turno, ésta regresó de nuevo a sus caras. Al irrumpir de nuevo en el silencio la cortante voz de mando. No en balde hacía escasos días que había finalizado su segundo periodo militar como suboficial de la escala de complemento del ejercito de tierra. Dirigiéndose al alumno en cuestión, y con cierta  ironía, comentó.
   - Mi experiencia me aconseja que usted caballero precisa de una mayor intensidad de trabajo físico. Como buen profesional, que me tengo, le proporcionaré sin el menor reparo esa necesidad urgente por la que suspira.
   Elevando su brazo derecho y señalando con su índice el campo de fútbol. Continuó
   - Aquel amplio terreno le invita a satisfacer sus ansias por la maratón y aplacar así esa necesidad fisiológica de ejercicio que con tanto anhelo me suplica. Luego el señor delegado.
   Nueva pausa buscando con la mirada en el grupo la personificación de su representante. Cuando éste, con cierta timidez y no falto de temor, elevó su brazo para hacer patente su cargo el profesor, tras la oportuna localización, volvió a dirigirse al alumno en cuestión.
   - El delegado le pondrá al corriente durante el recreo de toda la información que les trasmita mientras usted satisface sus deseos. En estos momentos es más importante aplacar sus ganas por quemar calorías que los conocimientos que les tenga que transmitir.
   Nueva pausa para recuperar el aliento y de nuevo añadió.
   - Estoy aquí para atender sus necesidades educativas. Especialmente en el campo físico.
   Resignado el adolescente abandonaba el grupo a la carrera hacía su destino. El campo de tierra.
   Paco. Que así se llamaba el profesor volvió a dar una de “cal” al comunicarles que se agruparan en torno a él.
   - Conmigo no hagan formaciones. Para mí terminaron hace dos años cuando, “El Generalísimo” gracias a Dios, nos dejó.
  Se presentó. Dejó claras cuales eran las reglas y normas para funcionar en sus clases y les mostró su predisposición para atenderles y especialmente a dialogar en todo momento.
   Finalizadas esas cinco clases de la mañana Paco regresó a casa. Había sido una mañana tranquila y el primer contacto con sus alumnos no le había supuesto un gran esfuerzo. Solo le llevó dos minutos desplazarse hasta su hogar. Nada más pasar el umbral fue directo a la ducha. Quince minutos escasos le llevó el aseo personal y dedicó la primera hora a recoger su habitación, pasar el aspirador a la casa y limpiar los cuartos de baño. Siguiendo las indicaciones, que esa mañana antes de salir a trabajar le había indicado su mujer, preparó la comida.
   Estaba en horario de verano y, por tanto, hasta que llegara Octubre no tendría clase por las tardes. Cuando tuvo todo en orden salió con destino a los laboratorios donde trabajaba su mujer. No estaba muy lejos y no le llevó más de quince minutos presentarse ante el edificio. Ella también gozaba de horario de verano. En jornada intensiva. De ocho a quince horas.
   El personal del laboratorio comenzaba a salir. Paco llevó su atención a la puerta por donde iban desfilando los trabajadores de aquellos laboratorios farmacéuticos. Aproximadamente a los diez minutos, de haber sonado la sirena de fin de jornada, su expresión recobraba la alegría al encontrarse con la impactante presencia de su mujer. Lo primero que percibió fueron sus increíbles ojos verdes y esa sonrisa, dibujada en su rostro, que le hacía estremecer. Se aproximó y tras unir con timidez sus labios abarcó su cintura y abrazados emprendieron el regreso a casa al tiempo que comentaban como les había ido esa mañana.  
   Las primeras reuniones de profesores para dialogar y acordar la programación del siguiente curso coincidieron con la salida de cuentas de Amparo que esperaba su primer bebé. La ilusión se reflejaba en los rostros del joven matrimonio. La natación tenía su pausa. Amparo permanecía, por las mañanas, sola en casa mientras él trabajaba a escasos metros en el colegio. Las tardes las dedicaban a pasear o conversar especialmente sobre la llegada del bebe.
   Ese siete de Septiembre, de mil novecientos setenta y ocho, al regresar de la reunión, Amparo le confesó que creía que el parto se le estaba moviendo. Le hizo coger las cosas que tenía preparadas desde hacía unas semanas y se dispusieron a ir a la clínica. Estaba muy preocupada. ¿Y si luego no era cierto que iba de parto y los mandaban a casa? Menudo corte. Su esposo menos temeroso a cualquier opinión externa comentó.
    - Mi vida eso tiene fácil solución. Montamos de nuevo en el coche y regresamos a casa. Lo que puedan pensar me trae sin cuidado. Lo importante sois tú y el bebé. El resto como si sé quieren estar des... todo el día. No me preocupa. Pero no me perdonaría en toda mi vida que por temor a la opinión de los demás os pudiera suceder algo a ti o al bebe. 
   “También tiene razón”. Pensó su mujer. Con todo lo necesario para atender al futuro ser se pusieron en camino. No se había hecho de noche cuando el llanto desgarrador de la pequeña se sintió en el quirófano ante el asombro y preocupación de su padre y el sufrimiento y descanso posterior de su madre. 
   Más tarde ya instaladas en la habitación contemplaba la cara de bobo de su marido que no quitaba la mirada de ellas. Orgulloso y satisfecho del fruto de aquel amor que compartían.
   Habían hablado del nombre de la niña pero sin llegar a un acuerdo. A los dos les gustaban cortos. Él había propuesto Amparo o Rut, mientras que ella prefería África. Desde luego a él ese nombre no le gustaba para su primera hija. Tras intercambiar opiniones decidieron ponerle Ana. Así  pues la primera criatura de ese matrimonio salió con nombre de la clínica.
   Las clases se reanudaron, dando entrada al nuevo curso, cuando una amarga noticia les llegó del ministerio de defensa. Una estructuración de la escala de complemento obligaba a realizar las prácticas de milicias a todas las promociones que no las habían realizado. Aunque Paco había sacado un buen número todas las promociones anteriores a la suya tenían preferencia para solicitar destino. Cuando las plazas se concedieron le había correspondido el  Regimiento de Cazadores de Montaña de la localidad de Irún. Aquello fue una ducha de agua fría. El colegio le había contratado. La temporada de natación se había iniciado. Solo llevaba un mes con su pequeña y ahora tenía que incorporarse a prácticas a primeros de Diciembre. Dinero para mantener la familia no había, pues antes del nacimiento de Ana, ella se había dejado su trabajo para dedicarse de lleno a su bebe.
   Esa tarde del sábado estando en el salón junto a su pequeña decidieron irse a finales de Noviembre a Madrid, a casa de los padres de Paco. Allí estarían acompañadas por sus cuñadas y a él le sería mucho más fácil encontrarse con ellas los fines de semana.
   Los días en el cuartel se hacían eternos. No había mucho que hacer era una época de difícil situación para las fuerzas de seguridad del estado. Especialmente allí. En el norte de España. Habían asesinado a varios altos cargos militares y la tensión se respiraba en los acuartelamientos del ejército. El teniente Coronel del recito militar donde servía como suboficial hizo llamar a Paco a la semana de tomar destino. Faltaban dos semanas para celebrase los campeonatos de invierno de la primera zona militar y la comandancia de San Sebastián participaría en esa competición de “campo través”. 
   - Tengo entendido que usted es Licenciado en Educación Física por el INEF de Madrid.
   Ante la afirmación de su subordinado continuó exponiéndole cual era su orden.
   - A partir de hoy mismo estará rebajado de todo servicio y dedicará su tiempo a preparar el equipo de esta comandancia para asistir a los campeonatos de la primera región militar a celebrar en Burgos.
   El sargento de la escala de complemento, aceptó la orden que su jefe le había encomendado y desde ese mismo momento se hizo cargo del equipo de “campo través”.
   Lo cierto es que no había tiempo material para preparar un equipo con un margen tan corto. Pero cuando se presentó en las pistas de atletismo pudo comprobar que los seis soldados seleccionados por las diferentes compañías tenían un buen historial atlético.
   A su regreso, los trofeos y el primer puesto de la región militar. Nunca en la historia de esa comandancia se había logrado una hazaña de tal magnitud y los jefes pensaron que el artífice había sido ese sargento de la escala de complemento. Las felicitaciones desde San Sebastián llegaron al jefe del regimiento de Cazadores de Montaña, rogando que en su nombre felicitase al  suboficial que había estado al mando de esa competición. No había colgado el teléfono el teniente coronel cuando mandaba llamar al sargento.
   El miedo le invadió. Pues en Burgos dos de sus subordinados le pidieron permiso para dormir fuera de la guarnición y se lo había concedido con una condición. Que a la mañana siguiente, sin falta, estuviesen en la estación a la hora de la partida del tren. Estos no se presentaron y ahora se esperaba la reprimenda de sus superiores por no haber comunicado el incidente.
   De camino al despacho del teniente coronel reflexionaba sobre el asunto. “La verdad sin Amparo y Ana a mi lado poco me va importar lo que me hagan”. El corazón se le había acelerado pero cuando pasó el umbral de la puerta estaba dispuesto a todo. La cara sonriente de su jefe le sorprendió y mucho más cuando se fundió en un abrazo con su subordinado.
   - Enhorabuena ha dejado nuestra comandancia en un lugar privilegiado. Deseo felicitarle personalmente y transmitirle la felicitación de nuestro Coronel.
   Las piernas se le aflojaron aquello era increíble, en realidad el mérito estaba en esos chicos. Pero como decía siempre la suerte cuenta en esta vida y así había sido pues aquel grupo eran atletas de un gran nivel y lo habían demostrado en esa competición.
   - Pídame lo que desee. Si está en mi mano se lo concederé.
   El ofrecimiento de su jefe lo aprovechó de inmediato, no en balde Amparo, su mujer, y Ana, su pequeña, no se separaban de su mente. Inmediatamente le rogó salir los viernes a las quince horas, pues de esa forma podía coger el TALGO de las quince treinta y estar por la noche en Madrid con sus dos tesoros.  De lo contrario tenía que coger el correo y hasta la mañana del sábado no verse con su familia.
   - Sargento, desde este mismo momento tiene permiso para salir todos los viernes, que no tenga servicio, a esa hora.
   No daba crédito a su suerte pues había escuchado que muchos capitanes y algún que otro comandante había solicitado la misma gracia y no la habían conseguido. Era muy estricto con el horario de sus subordinados, pero también era el primero en cumplirlo.
   Al regresar a la compañía le comunicaron que tenía una llamada. Se puso al aparato y pudo respirar. Se trataba de los dos soldados que no se presentaron en la estación. Perdieron el tren y cogieron el siguiente. Como Paco les había dicho a sus compañeros que en cuanto llegaran le telefonearan, fue llegar y ponerse en contacto con su superior. De lo contrario a la noche hubiera tenido que dar parte del incidente. Al colgar el aparato sintió un enorme descanso. Se jugaba mucho de haber sucedido algún problema, se habría acabado las salidas los viernes a esa hora privilegiada.
   Cuando el capitán de su compañía se enteró del permiso especial que gozaba aquel sargento de complemento se quedó perplejo. Pero eran órdenes superiores y como buen militar las acató. Pero cuando lo tuvo ante él para repartir las órdenes del día le comentó.
   - Usted es de los que pisa en terreno firme. Eh sargento. Le envidio, pero valoro su actitud. Tengo entendido que se lo ha ganado a pulso.
   Desde su triunfo en el campeonato Paco gozaba de muchos privilegios, era el protegido del teniente coronel y no era cuestión de enfrentarse a él. Si bien, no era menos cierto, sabía entenderse con la tropa y cumplía estrictamente el reglamento y las ordenes recibidas. Su capitán lo admiraba, serio con su trabajo, exigente y al mismo tiempo era el que daba ejemplo. Sus dotes de gran tirador las pudo constatar aquella mañana en Jaikibel, cuando se desplazaron con la compañía para practicar el tiro. Entre los oficiales y suboficiales organizaron una competición de tiro con mosquetón de alza telescópica. La final la disputaron el capitán de la compañía y el sargento Paco. Lo cierto es que, en la final, no hubo color. El sargento no falló ni un solo tiro mientras que el capitán llegó a herrar en cinco ocasiones. Se había picado con aquel sargento y le retó a un concurso de pistola. Paco sabía que ahí no tenía nada que hacer pero aceptó encantado para salvar el ego de su capitán. Después de esa jornada y en especial después de la semana que le tocó realizar a su subordinado admiraba al militar no profesional que era. Esa semana la compañía funcionó como nunca, la limpieza relucía en todos los rincones y no hubo un solo arresto en toda la semana. La actitud de su sargento con la tropa le tenía admirado, pero pronto comprobó el porqué esos soldados obedecían con prestancia y eficacia todas sus ordenes. Se lo contó un familiar que tenía en la compañía. Su primer día de servicio coincidió con un viernes, solían salir a la ciudad a darse un paseo, varios soldados regresaron ebrios, el sargento llamó a los compañeros con mayor relación con esos jóvenes soldados y les pidió que, sino deseaban ver arrestados a sus compañeros, les dieran una buena ducha y los acostaran cuanto antes. Así lo hicieron y gracias a la actuación de aquel mando no hubo ningún problema. Fue un detalle que provocó que la compañía se volcara con su sargento y le facilitarán su labor en esa semana de servicio. Pero hubo detalles por parte de aquel sargento no profesional que logró ganarse a sus subordinados y esa semana se notó en la compañía. Se mostraba duro y exigente con la gente que pretendía escaquearse de sus obligaciones. Siempre lograba que realizaran la misión encomendada a cada uno con prontitud y perfección. Cuando hacía gimnasia el primero en realizar los ejercicios era él. Los circuitos en carrera, con material, el sargento Paco siempre estaba al frente y comprendía a los que por un motivo u otro les costaba seguir el ritmo.      
   Las Navidades, las disfrutó en casa, junto con una grata noticia. En el boletín oficial del estado salía una ley que concedía prorroga de primera clase a todo soldado casado y con hijos. No lo pensó dos veces y nada más regresar al acuartelamiento, tras las Navidades, presentó su solicitud de baja en el IMEC, acogiéndose a continuación a la susodicha ley. Sin embargo, aún tuvo que esperar a primeros de Febrero para que le concediesen la baja y la prorroga de primera clase.
   A mediados de ese segundo mes del año, regresaba a su casa de Valencia y se incorporaba a su trabajo en el colegio y en la piscina. La pesadilla del servicio militar terminó y de nuevo el joven matrimonio pudo regresar a casa y continuar su vida cotidiana.
   Los años transcurrieron con clases durante la semana y viajes a uno y otro lugar de la Comunidad Valenciana, para asistir a las distintas competiciones de natación. Los veranos se desplazaban toda la familia a las ciudades españolas donde se celebraban los campeonatos nacionales.
    Con el pasar de los años la familia aumentó en dos miembros más, dos chicas, Gema y Ester. En cuatro años y medio tuvieron a sus tres hijas.





















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