Era viernes, el cementerio principal de New Ville estaba abarrotado.
Familiares, amigos y las más altas autoridades de la localidad se dieron cita.
Fue una ceremonia sencilla y rápida. Caterine pronunció unas palabras
recordando la figura de su madre y la de Silvia. Entre lágrimas y sollozos
recordó a Silvia como su segunda madre. Mostrando la amargura de sus
sentimientos al perder a dos madres al mismo tiempo. José se extendió, algo más
de lo normal, pero como muy bien dijo.
- Podría hablar sobre estas dos mujeres toda la vida.
Los discursos llenos de sentimiento, de cariño emocionaron a casi todos
los presentes.
De regreso a casa comenzaron los primeros roces entre José y sus hijos.
Les confesó su intención de quedarse en New Ville, deseaba estar cerca de su
esposa y no tenía la menor intención de abandonar la localidad. Pero su hijo
Jorge prefirió esperar a llegar a casa para solucionar la situación. Estaban al
corriente de la gravedad de su enfermedad. Precisaba una atención las
veinticuatro horas del día. Durante esos días en el hospital, los signos
externos de la enfermedad eran evidentes. Y por si todo eso no era suficiente,
se había relegado a ir en silla de ruedas para el resto de su vida.
En el salón de su casa, junto al lago, se encontraban sus tres hijos con
sus respectivas parejas. Caterine quiso quedarse, pero con discreción Brisite
consiguió convencer a su sobrina. “Es un asunto a resolver por sus hijos”. Resignada
salió de la habitación. Pero mostró a su tía su total desacuerdo.
- No le van a permitirle quedarse y eso lo matará. Estoy convencida de
ello.
Continúo mostrando su preocupación. Pero estaba claro. La solución
correspondía a sus hijos.
Los razonamientos, para regresar a España, fueron saliendo de labios de
sus hijos y de sus respectivas parejas. Todos eran argumentos de peso, pero
ninguno convencía a José. Su deseo era quedarse allí, pero por mucho que quiso
esgrimir sus razones, su mente no era la de antes y le costaba conseguir una
dialéctica convincente. En su interior lleno de rabia, sentía no poder
expresarse como él sabía, pues de ser así no cabría la menor duda de lograr su
objetivo. Por lo comentando en el salón su estancia ni siquiera sería en casa,
en uno de los hospitales de las ciudades deportivas sería atendido como un
autentico rey. Pero, el solo pensarlo, sentía una enorme opresión en su pecho y
sus ojos liberaron unas amargas lágrimas. En el transcurso de la conversación
se alteró de forma escandalosa y su hija mayor le aplicó un calmante de
inmediato. A partir de ese instante se hundió, hasta tal extremo, de sentirse
incapaz de articular sus cuerdas vocales, pero su mente se encontraba mucho más
lúcida.
Se disponían a partir de inmediato hacía el aeropuerto y regresar a
Madrid. Su corazón le pedía levantarse y gritar pero su estado físico le
impedía mover un dedo. Cuando salió por la puerta se encontró con Caterine,
consiguió mover sus brazos para abrazarse a ella y no soltarle. Tal vez eso lo
retuviese. Con la dulzura y cariño de siempre le abrazó, con una ternura
conmovedora, mientras pronunciaba unas palabras.
- Me dejas, papito mío. ¿Y que voy a hacer sin ti? Cuídate mucho y si me
necesitas no dudes ni un segundo en llamarme acudiré como el perro más fiel a
tu lado. Me tienes a tu disposición las veinticuatro horas del día.
Las lágrimas inundaron los ojos de aquel hombre impotente para
expresarle sus deseos, pero Caterine no pudo captar el mensaje transmitido. Tal
vez de tener la certeza del estado de José, medio drogado, lo habría percibido.
Interviniendo de inmediato con toda seguridad, pero el dolor de perderlo,
convencida de partir por propia iniciativa le vendó los ojos y no captó el
mensaje que el hombre de su vida le transmitía desde lo más profundo de su ser.
Durante todo el vuelo los ojos de José permanecieron turbios por las
lágrimas cubriendo sus cansados ojos azules. La mano cariñosa y tierna de su
pequeña tratando de consolarlo le desquició más aún y de nuevo su hija mayor
intervino para calmarle. Pero aunque le volvieron a dejar hundido físicamente,
mentalmente parecía como si toda la sabiduría de aquel gran hombre volviese a
su mente y lo vio claro. “Debo comportarme con sumisión para evitar esa maldita
droga. No me puedo mover, ni pronunciar palabra alguna. Y luego escapar o pedir
ayuda”. Sonrió con una picara y maliciosa sonrisa, como los chiquillos
tomándose su tiempo para vengarse de alguien que les esta fastidiando.
No llegaron a pasar por casa, lo condujeron directamente a la clínica de
la ciudad del deporte. Allí estaría atendido y todos sus hijos podrían ir a
visitarle a diario. Cuando se quedó solo en aquella lujosa cárcel de cinco
estrellas, su mente se llenó de recuerdos. Su niñez, Ana y sus primeros pasos
con el sexo. Su madre, Elisa su primera y gran maestra. Paco, su vecino y
amigo, amen de cuñado y tantos y tantos recuerdos que le dieron fuerzas para
recuperar su mente y su cuerpo. La merienda interrumpió sus recuerdos, la
bandeja repleta de comida también le ofrecía una gran variedad de medicamentos.
Los cogió y cuando la enfermera se distrajo unos segundos los escondió e hizo
amago de ingerirlos. La estrategia estaba clara, si conseguía dejar de tomar
esa medicación durante unos días tendría las suficientes fuerzas para llamar
por teléfono. Si había alguien en el mundo capaz de atender su llamada de
socorro a cualquier precio esa no era otra que su encantadora Caterine.
Al iniciar su tercer día, le parecieron años, solicitó el teléfono. Se
lo llevaron, pero no había terminado de marcar el número cuando la comunicación
se interrumpió. Volvió a intentarlo y de nuevo se encontró de la misma forma.
Por fin decidió avisar a la enfermera y mientras lo aclaraba se quedó
petrificado.
- Señor, no tiene permiso de sus hijos
para marcar ese número.
“Mis propios hijos”. ¡"Dios” ¡“No estaré soñando”. Pero no era
momento de perder los papeles, había conseguido estar tres días sin las
malditas drogas y no lo iba a estropear en ese momento. Encontraría la forma de
ponerse en contacto con Caterine. Desde ese mismo instante que la enfermera le
comunicó no tener permiso para hablar con Francia, fue enormemente distante con
las visitas de sus hijos, se hacía el dormido, y ni se dignaba a mirarles a la
cara. Ellos lo achacaban a la enfermedad y a la cantidad de medicamentos a
ingerir diariamente.
De nuevo su mente lúcida como no recordaba desde hacía mucho tiempo se
puso en movimiento. Los días de visita, festivos y vísperas de fiesta, se
dejaban caer por la clínica numerosos familiares, alguno se despistaría y
conseguiría un teléfono móvil para poder contactar con Caterine.
La primera vez lo pillaron y disimuló con un arte, que le hizo sentirse
aquel astuto e inteligente hombre de su juventud, salvando perfectamente la
situación.
Adela, la enfermera jefe, sospechaba del anciano de la trescientas
veinticinco, dueño y fundador del hospital. Tramaba algo. Pero por otro lado,
con la medicación le sería prácticamente imposible intentar nada. No podía
mover ni su silla, o al menos era lo que pensaba. José se cuidó de no mover un
dedo y solo actuar únicamente en las situaciones totalmente favorables a sus
propósitos. Sin duda alguna sus hijos supieron elegir el personal más
competente del hospital para mantener a papa controlado.
Transcurridos más de tres meses. José estaba desesperado, si aquel
infierno se prolongaba un solo día más no se podría controlar. Su desespero le
llegó a descuidar alguna de las precauciones mantenidas hasta el momento, pero
la suerte se alió con él. La enfermera
que le vio mover la silla de ruedas con una maestría increíble y una rapidez
sorprendente, para un enfermo en su estado, era una joven enternecida con aquel
anciano. Controlado por todos y a quien no le permitían nada fuera de lo
programado y acordado de antemano. Por eso cuando con esa rapidez le sorprendió
cogiendo un móvil olvidado en uno de los sillones de la sala de televisión, se
limitó a mirarle y sonreír. José en una de sus miradas de control y vigilancia
se cruzó con la de aquel ángel sonriente. Al verse sorprendido cerró los ojos y
rogó a los cielos no ser delatado por aquella mujer, pero especialmente de
hacerlo fuera posterior a la llamada pretendida desde el mismo día en pisar las
ruedas de su silla la clínica, tras el regreso de New Ville. Mientras mantenía
sus ojos cerrados recordó cuando era pequeño y hacía lo mismo esperando el
bofetón de su padre estrellándose en una de sus mejillas. Mantuvo la
respiración mientras sus ojos permanecían en oscuridad. Por fin los abrió
lentamente y ante su sorpresa la enfermera había desaparecido. Rogó al
enfermero encargado de llevar la silla salir al jardín, hacía bastante calor y
le apetecía tomar un poco el aire. Inmediatamente obedeció las órdenes
recibidas y salieron. Intentó en varios despistes de su cuidador llamar por
teléfono pero no encontraba el momento más idóneo.
Neus, la nueva enfermera, le sorprendió al decirle con una dulzura
escandalosa.
- Mi travieso ancianito, apresúrese no podré entretenerle mucho tiempo.
Fue decirle esas palabras cuando se aproximó a su cuidador y lo apartó
del anciano con una excusa. El encanto y atractivo de la joven le permitieron
su objetivo separarlo del anciano sin grandes dificultad. De inmediato José
marcó el teléfono de Caterine. No se encontraba nadie al otro lado, pero pudo
dejarle un mensaje.
“Soy José, necesito tu ayuda con urgencia. Sácame de este maldito lugar.
Si alguien te puede ayudar solo se me ocurre Neus, una joven enfermera. Te
necesito.”
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