miércoles, 4 de julio de 2012

EL PRIMER AMOR-PARTE III-CAPITULO VI-EL FUNERAL


   Era viernes, el cementerio principal de New Ville estaba abarrotado. Familiares, amigos y las más altas autoridades de la localidad se dieron cita. Fue una ceremonia sencilla y rápida. Caterine pronunció unas palabras recordando la figura de su madre y la de Silvia. Entre lágrimas y sollozos recordó a Silvia como su segunda madre. Mostrando la amargura de sus sentimientos al perder a dos madres al mismo tiempo. José se extendió, algo más de lo normal, pero como muy bien dijo.
   - Podría hablar sobre estas dos mujeres toda la vida.
  Los discursos llenos de sentimiento, de cariño emocionaron a casi todos los presentes.
   De regreso a casa comenzaron los primeros roces entre José y sus hijos. Les confesó su intención de quedarse en New Ville, deseaba estar cerca de su esposa y no tenía la menor intención de abandonar la localidad. Pero su hijo Jorge prefirió esperar a llegar a casa para solucionar la situación. Estaban al corriente de la gravedad de su enfermedad. Precisaba una atención las veinticuatro horas del día. Durante esos días en el hospital, los signos externos de la enfermedad eran evidentes. Y por si todo eso no era suficiente, se había relegado a ir en silla de ruedas para el resto de su vida.
   En el salón de su casa, junto al lago, se encontraban sus tres hijos con sus respectivas parejas. Caterine quiso quedarse, pero con discreción Brisite consiguió convencer a su sobrina. “Es un asunto a resolver por sus hijos”. Resignada salió de la habitación. Pero mostró a su tía su total desacuerdo.
   - No le van a permitirle quedarse y eso lo matará. Estoy convencida de ello.
   Continúo mostrando su preocupación. Pero estaba claro. La solución correspondía a sus hijos.
   Los razonamientos, para regresar a España, fueron saliendo de labios de sus hijos y de sus respectivas parejas. Todos eran argumentos de peso, pero ninguno convencía a José. Su deseo era quedarse allí, pero por mucho que quiso esgrimir sus razones, su mente no era la de antes y le costaba conseguir una dialéctica convincente. En su interior lleno de rabia, sentía no poder expresarse como él sabía, pues de ser así no cabría la menor duda de lograr su objetivo. Por lo comentando en el salón su estancia ni siquiera sería en casa, en uno de los hospitales de las ciudades deportivas sería atendido como un autentico rey. Pero, el solo pensarlo, sentía una enorme opresión en su pecho y sus ojos liberaron unas amargas lágrimas. En el transcurso de la conversación se alteró de forma escandalosa y su hija mayor le aplicó un calmante de inmediato. A partir de ese instante se hundió, hasta tal extremo, de sentirse incapaz de articular sus cuerdas vocales, pero su mente se encontraba mucho más lúcida.
   Se disponían a partir de inmediato hacía el aeropuerto y regresar a Madrid. Su corazón le pedía levantarse y gritar pero su estado físico le impedía mover un dedo. Cuando salió por la puerta se encontró con Caterine, consiguió mover sus brazos para abrazarse a ella y no soltarle. Tal vez eso lo retuviese. Con la dulzura y cariño de siempre le abrazó, con una ternura conmovedora, mientras pronunciaba unas palabras.
   - Me dejas, papito mío. ¿Y que voy a hacer sin ti? Cuídate mucho y si me necesitas no dudes ni un segundo en llamarme acudiré como el perro más fiel a tu lado. Me tienes a tu disposición las veinticuatro horas del día.
   Las lágrimas inundaron los ojos de aquel hombre impotente para expresarle sus deseos, pero Caterine no pudo captar el mensaje transmitido. Tal vez de tener la certeza del estado de José, medio drogado, lo habría percibido. Interviniendo de inmediato con toda seguridad, pero el dolor de perderlo, convencida de partir por propia iniciativa le vendó los ojos y no captó el mensaje que el hombre de su vida le transmitía desde lo más profundo de su ser.
   Durante todo el vuelo los ojos de José permanecieron turbios por las lágrimas cubriendo sus cansados ojos azules. La mano cariñosa y tierna de su pequeña tratando de consolarlo le desquició más aún y de nuevo su hija mayor intervino para calmarle. Pero aunque le volvieron a dejar hundido físicamente, mentalmente parecía como si toda la sabiduría de aquel gran hombre volviese a su mente y lo vio claro. “Debo comportarme con sumisión para evitar esa maldita droga. No me puedo mover, ni pronunciar palabra alguna. Y luego escapar o pedir ayuda”. Sonrió con una picara y maliciosa sonrisa, como los chiquillos tomándose su tiempo para vengarse de alguien que les esta fastidiando.
   No llegaron a pasar por casa, lo condujeron directamente a la clínica de la ciudad del deporte. Allí estaría atendido y todos sus hijos podrían ir a visitarle a diario. Cuando se quedó solo en aquella lujosa cárcel de cinco estrellas, su mente se llenó de recuerdos. Su niñez, Ana y sus primeros pasos con el sexo. Su madre, Elisa su primera y gran maestra. Paco, su vecino y amigo, amen de cuñado y tantos y tantos recuerdos que le dieron fuerzas para recuperar su mente y su cuerpo. La merienda interrumpió sus recuerdos, la bandeja repleta de comida también le ofrecía una gran variedad de medicamentos. Los cogió y cuando la enfermera se distrajo unos segundos los escondió e hizo amago de ingerirlos. La estrategia estaba clara, si conseguía dejar de tomar esa medicación durante unos días tendría las suficientes fuerzas para llamar por teléfono. Si había alguien en el mundo capaz de atender su llamada de socorro a cualquier precio esa no era otra que su encantadora Caterine.
   Al iniciar su tercer día, le parecieron años, solicitó el teléfono. Se lo llevaron, pero no había terminado de marcar el número cuando la comunicación se interrumpió. Volvió a intentarlo y de nuevo se encontró de la misma forma. Por fin decidió avisar a la enfermera y mientras lo aclaraba se quedó petrificado.
      - Señor, no tiene permiso de sus hijos para marcar ese número.
   “Mis propios hijos”. ¡"Dios” ¡“No estaré soñando”. Pero no era momento de perder los papeles, había conseguido estar tres días sin las malditas drogas y no lo iba a estropear en ese momento. Encontraría la forma de ponerse en contacto con Caterine. Desde ese mismo instante que la enfermera le comunicó no tener permiso para hablar con Francia, fue enormemente distante con las visitas de sus hijos, se hacía el dormido, y ni se dignaba a mirarles a la cara. Ellos lo achacaban a la enfermedad y a la cantidad de medicamentos a ingerir diariamente.
   De nuevo su mente lúcida como no recordaba desde hacía mucho tiempo se puso en movimiento. Los días de visita, festivos y vísperas de fiesta, se dejaban caer por la clínica numerosos familiares, alguno se despistaría y conseguiría un teléfono móvil para poder contactar con Caterine.
   La primera vez lo pillaron y disimuló con un arte, que le hizo sentirse aquel astuto e inteligente hombre de su juventud, salvando perfectamente la situación.
   Adela, la enfermera jefe, sospechaba del anciano de la trescientas veinticinco, dueño y fundador del hospital. Tramaba algo. Pero por otro lado, con la medicación le sería prácticamente imposible intentar nada. No podía mover ni su silla, o al menos era lo que pensaba. José se cuidó de no mover un dedo y solo actuar únicamente en las situaciones totalmente favorables a sus propósitos. Sin duda alguna sus hijos supieron elegir el personal más competente del hospital para mantener a papa controlado.
   Transcurridos más de tres meses. José estaba desesperado, si aquel infierno se prolongaba un solo día más no se podría controlar. Su desespero le llegó a descuidar alguna de las precauciones mantenidas hasta el momento, pero la suerte se alió  con él. La enfermera que le vio mover la silla de ruedas con una maestría increíble y una rapidez sorprendente, para un enfermo en su estado, era una joven enternecida con aquel anciano. Controlado por todos y a quien no le permitían nada fuera de lo programado y acordado de antemano. Por eso cuando con esa rapidez le sorprendió cogiendo un móvil olvidado en uno de los sillones de la sala de televisión, se limitó a mirarle y sonreír. José en una de sus miradas de control y vigilancia se cruzó con la de aquel ángel sonriente. Al verse sorprendido cerró los ojos y rogó a los cielos no ser delatado por aquella mujer, pero especialmente de hacerlo fuera posterior a la llamada pretendida desde el mismo día en pisar las ruedas de su silla la clínica, tras el regreso de New Ville. Mientras mantenía sus ojos cerrados recordó cuando era pequeño y hacía lo mismo esperando el bofetón de su padre estrellándose en una de sus mejillas. Mantuvo la respiración mientras sus ojos permanecían en oscuridad. Por fin los abrió lentamente y ante su sorpresa la enfermera había desaparecido. Rogó al enfermero encargado de llevar la silla salir al jardín, hacía bastante calor y le apetecía tomar un poco el aire. Inmediatamente obedeció las órdenes recibidas y salieron. Intentó en varios despistes de su cuidador llamar por teléfono pero no encontraba el momento más idóneo.
   Neus, la nueva enfermera, le sorprendió al decirle con una dulzura escandalosa.
   - Mi travieso ancianito, apresúrese no podré entretenerle mucho tiempo.
   Fue decirle esas palabras cuando se aproximó a su cuidador y lo apartó del anciano con una excusa. El encanto y atractivo de la joven le permitieron su objetivo separarlo del anciano sin grandes dificultad. De inmediato José marcó el teléfono de Caterine. No se encontraba nadie al otro lado, pero pudo dejarle un mensaje.
   “Soy José, necesito tu ayuda con urgencia. Sácame de este maldito lugar. Si alguien te puede ayudar solo se me ocurre Neus, una joven enfermera. Te necesito.”






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