El trabajo no le dejaba casi ni respirar.
Caterine viajaba, de una ciudad a otra, presentado la colección otoño invierno
de la firma Revaud. En ese mes de Junio recorrió más de diez ciudades por todo
el mundo. Por fin aquel maratoniano viaje concluyó. Era tiempo de descanso y su
primer destino fue New Ville deseaba ver a mamá y saludar a José, quien se
encontraba pasando unos días. Cuando Ignacio, su esposo, se enteró que viajó
primero a ver a su madre antes de pasar por Madrid y verle. Se enfadó y así se
lo comunicó por teléfono. Pero el verdadero enojó de su esposo fue saber que
José se encontraba pasando unos días en New Ville.
En casa se encontraba su tía, el matrimonio
Carbonell y su madre. Estaba en el salón saludado a los presentes cuando por la
puerta hacía su entrada José. Se miraron y la felicidad de Caterine se
reflejaba en su sonrisa al tiempo que abría sus brazos para fundirse con aquel
hombre. Mientras permanecían abrazados en medio del salón le susurro al oído.
- No te puedes imaginar lo que te he echado
de menos.
Besó con delicadeza la mejilla de su papá
adoptivo, como decía ella, y a continuación cogió con sus labios el lóbulo de
su oreja derecha.
-
Caterine espera a la intimidad, aquí delante de todos me da corte.
Con una de sus salidas solventó la
situación.
Esa noche en su habitación Caterine meditaba
sobre su vida. “No debí casarme nunca con Ignacio”. “No es mal chico, pero creo
que fue una pasión del momento.” “Esta tarde cuando me he abrazado a José me he
dado cuenta que es capaz de hacerme perder la noción de todo”. “¡Dios!. Como lo
deseo”. Era plenamente consciente de amarlo hasta límites desconocidos hasta
por ella misma. A la mañana siguiente volaba a Madrid para encontrase con su
esposo. La idea no le entusiasmaba y meditaba sobre la necesidad de hablar con
él sobre su relación, sobre su matrimonio.
El éxito de la gira superó todas las
suposiciones. La firma Revaud se implantó en todo el mundo consiguiendo abrirse
camino en países hasta la fecha impensables como China.
El Mercedes 500 SEC circulaba a gran
velocidad hacía el aeropuerto de Lyón. Caterine, sentada junto a José que
conducía el vehículo, le miraba con cariño y ternura. Había envejecido mucho en
esos últimos años y los primeros síntomas de la enfermedad le costaba
disimularlos. Su mirada estaba llena de afecto y cariño hacia aquel hombre. Le
hubiera gustado pedirle que se saliese de la carretera para perderse por cualquier
lugar. Pero como siempre la presencia en sus pensamientos de Silvia le hacía
desistir de tal deseo. Salieron solos de New Ville, pues su madre y Silvia
quedaron en acercarse a Ginebra para resolver unos asuntos de la empresa.
Cuando en la puerta de embarque se disponía
a despedirse sus labios se tropezaron por accidente y ella no pudo evitar la
pasión de aquella situación. Junto su cuerpo al de él y se fundió en un beso.
La acción de su “hija adoptiva” le pilló, tan fuera de juego que no supo reaccionar
y se quedó bloqueado todo el tiempo que quiso prolongar aquel maravilloso
paraíso. Al separarse, con una picara sonrisa se despidió al tiempo que le daba
la espalda y se introducía por la puerta de embarque.
De regreso a New Ville José recapacitaba
sobre el incidente en el aeropuerto y el comportamiento de Caterine en los
últimos meses. “Esta chiquilla no cambiara en su vida” “Es un caso, pero es
encantadora”. La quería como a una hija. A Bety la veía con más frecuencia,
pues a la postre era su nuera, pero su relación con ella no era igual que con
su hermana. Se identificaron desde aquella noche en el hospital de New Ville,
cuando se encontraron por primera vez. Él había ido al encuentro de su primer
amor, su madre, de la que no sabía nada desde hacía más de treinta años.
Fue directo al hospital, tenía cita con su
médico particular en New Ville, para recoger los informes de los últimos
análisis. Bernard, su médico, salió a su encuentro y los dos colegas entraron
en el despacho charlando.
-¿Cómo van esos ánimos?
Fueron las primeras palabras de su médico al
sentarse en el tresillo del despacho.
José se dio cuenta que algo no iba bien y a
su interlocutor le costaba darle la noticia. Por ello decidió tomar la
iniciativa.
- Sé
muy bien lo que tengo y la enfermedad esta evolucionando muy rápidamente.
Bernard iba a intervenir pero José le corto
para añadir.
- ¿Tengo que dejarme todo? Verdad.
La conversación prosiguió entre los dos
profesionales de la medicina. José era consciente que los análisis confirmaban
sus temores. Estaba muy entero y se despidió de su colega con un abrazo. Cuando
entró en casa no había nadie. Silvia se había ido con Linda, y Brisite se
encontraría con toda seguridad en las fábricas o en la tienda. Entró al salón,
se sentó y dirigiéndose al servicio pidió que le sirvieran el aperitivo. La
idea de la jubilación no le asustaba, de hecho ya no trabajaba prácticamente y
había dejado los negocios casi por completo a sus hijos y sobrinos. Dedicándose
solo a la investigación. Pero el verse un parásito y especialmente una carga
para su familia le preocupaba.
El sonido del teléfono le sacó de sus
cavilaciones.
- Señor. La señora Caterine al teléfono.
Un sirviente le acercaba el aparato. Durante
el tiempo que mantuvieron la conversación telefónica Caterine notó algo extraño
en la voz de su amor. Preguntó varias veces si se encontraba bien, pero cuando
colgó sintió que algo pasaba y sin pensarlo dos veces se despidió de Ignacio y
fue al aeropuerto a coger el primer vuelo que le llevara de nuevo a Lyón.
Circunstancia que no agradó en absoluto a su marido. Pero, ya estaba
acostumbrado a pasar largas temporadas sin su compañía. El trabajo les permitía
convivir muy poco. Pero ahora estaba de vacaciones y no tenía excusa para
alejarse de él. No podía comprender que por una simple intuición fuese capaz de
alejarse después de haber pasado más de dos meses sin verse un solo día, aunque
se telefonearan. Además acababa de estar con José.
Cuando en las fiestas familiares y vacaciones
se reunía la familia, especialmente en Navidades, los celos provocados por la
presencia de José, pero especialmente como su esposa tonteaba con él, le
podían. En más de una ocasión lo habló con Caterine y ella comenzaba a reír sin
darle la menor importancia a las quejas de su esposo. Nunca llegó a pensar que
llegara a pensarlo en serio. José estaba por encima de todo. De su madre, a la
que adoraba. De su trabajo, del que estaba profundamente enamorada. De su
esposo, en fin, por encima de ella misma. Por ello no le entraba en la cabeza que su marido sintiera celos de
“su padre”.
Intentó persuadirle para que abandonara la
idea, pero Caterine le dio la espalda pensando sinceramente que estaba
bromeando, dejándolo con la palabra en la boca.
De camino al aeropuerto el móvil sonó.
- Caterine si no regresas a casa será mejor
que cada uno tome su camino.
Se quedó helada. No podía entender el
comportamiento de su esposo. Ni le contestó, colgó el teléfono y prosiguió su
camino. Pero las amenazas de Ignacio no hicieron otra cosa que separarlos más.
“Lo que me faltaba que quiera dirigir mi vida”- “Desde luego que no le pondré
ni el mínimo impedimento”. Estaba fuera de sí la llamada de su marido había
conseguido sacarle de sus casillas y no era fácil. Pues solía ser una mujer
tranquila y calculadora. Pensó en José y olvidó todo su enfado. Deseaba estar
lo antes posible junto a él y averiguar lo que le sucedía. Estaba segura que
algo no era normal. Lo había observado durante años. Habían compartido los
primeros años de trabajo duro y sabía perfectamente como respiraba. Nada le
podía persuadir que, a su gran amor, no le pasara algo. Lo percibió con las
primeras palabras intercambiadas por teléfono.
Llegó al aeropuerto. Estacionó su coche en
el parking y sin entretenerse y algo acelerada recorrió los diferentes
despachos de billetes de las compañías con vuelos a Lyón para sacar billete en
el primer vuelo.
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