miércoles, 13 de junio de 2012

EL PRIMER AMOR TERCERA PARTE CAPITULO III LA DECISIÓN


   El trabajo no le dejaba casi ni respirar. Caterine viajaba, de una ciudad a otra, presentado la colección otoño invierno de la firma Revaud. En ese mes de Junio recorrió más de diez ciudades por todo el mundo. Por fin aquel maratoniano viaje concluyó. Era tiempo de descanso y su primer destino fue New Ville deseaba ver a mamá y saludar a José, quien se encontraba pasando unos días. Cuando Ignacio, su esposo, se enteró que viajó primero a ver a su madre antes de pasar por Madrid y verle. Se enfadó y así se lo comunicó por teléfono. Pero el verdadero enojó de su esposo fue saber que José se encontraba pasando unos días en New Ville.
   En casa se encontraba su tía, el matrimonio Carbonell y su madre. Estaba en el salón saludado a los presentes cuando por la puerta hacía su entrada José. Se miraron y la felicidad de Caterine se reflejaba en su sonrisa al tiempo que abría sus brazos para fundirse con aquel hombre. Mientras permanecían abrazados en medio del salón le susurro al oído.
   - No te puedes imaginar lo que te he echado de menos.
   Besó con delicadeza la mejilla de su papá adoptivo, como decía ella, y a continuación cogió con sus labios el lóbulo de su oreja derecha.
   - Caterine espera a la intimidad, aquí delante de todos me da corte.
   Con una de sus salidas solventó la situación.
   Esa noche en su habitación Caterine meditaba sobre su vida. “No debí casarme nunca con Ignacio”. “No es mal chico, pero creo que fue una pasión del momento.” “Esta tarde cuando me he abrazado a José me he dado cuenta que es capaz de hacerme perder la noción de todo”. “¡Dios!. Como lo deseo”. Era plenamente consciente de amarlo hasta límites desconocidos hasta por ella misma. A la mañana siguiente volaba a Madrid para encontrase con su esposo. La idea no le entusiasmaba y meditaba sobre la necesidad de hablar con él sobre su relación, sobre su matrimonio.
   El éxito de la gira superó todas las suposiciones. La firma Revaud se implantó en todo el mundo consiguiendo abrirse camino en países hasta la fecha impensables como China.
   El Mercedes 500 SEC circulaba a gran velocidad hacía el aeropuerto de Lyón. Caterine, sentada junto a José que conducía el vehículo, le miraba con cariño y ternura. Había envejecido mucho en esos últimos años y los primeros síntomas de la enfermedad le costaba disimularlos. Su mirada estaba llena de afecto y cariño hacia aquel hombre. Le hubiera gustado pedirle que se saliese de la carretera para perderse por cualquier lugar. Pero como siempre la presencia en sus pensamientos de Silvia le hacía desistir de tal deseo. Salieron solos de New Ville, pues su madre y Silvia quedaron en acercarse a Ginebra para resolver unos asuntos de la empresa.
   Cuando en la puerta de embarque se disponía a despedirse sus labios se tropezaron por accidente y ella no pudo evitar la pasión de aquella situación. Junto su cuerpo al de él y se fundió en un beso. La acción de su “hija adoptiva” le pilló, tan fuera de juego que no supo reaccionar y se quedó bloqueado todo el tiempo que quiso prolongar aquel maravilloso paraíso. Al separarse, con una picara sonrisa se despidió al tiempo que le daba la espalda y se introducía por la puerta de embarque.
   De regreso a New Ville José recapacitaba sobre el incidente en el aeropuerto y el comportamiento de Caterine en los últimos meses. “Esta chiquilla no cambiara en su vida” “Es un caso, pero es encantadora”. La quería como a una hija. A Bety la veía con más frecuencia, pues a la postre era su nuera, pero su relación con ella no era igual que con su hermana. Se identificaron desde aquella noche en el hospital de New Ville, cuando se encontraron por primera vez. Él había ido al encuentro de su primer amor, su madre, de la que no sabía nada desde hacía más de treinta años.
   Fue directo al hospital, tenía cita con su médico particular en New Ville, para recoger los informes de los últimos análisis. Bernard, su médico, salió a su encuentro y los dos colegas entraron en el despacho charlando.
   -¿Cómo van esos ánimos?
   Fueron las primeras palabras de su médico al sentarse en el tresillo del despacho.
   José se dio cuenta que algo no iba bien y a su interlocutor le costaba darle la noticia. Por ello decidió tomar la iniciativa.
   -  Sé muy bien lo que tengo y la enfermedad esta evolucionando muy rápidamente.
   Bernard iba a intervenir pero José le corto para añadir.
   - ¿Tengo que dejarme todo? Verdad.
   La conversación prosiguió entre los dos profesionales de la medicina. José era consciente que los análisis confirmaban sus temores. Estaba muy entero y se despidió de su colega con un abrazo. Cuando entró en casa no había nadie. Silvia se había ido con Linda, y Brisite se encontraría con toda seguridad en las fábricas o en la tienda. Entró al salón, se sentó y dirigiéndose al servicio pidió que le sirvieran el aperitivo. La idea de la jubilación no le asustaba, de hecho ya no trabajaba prácticamente y había dejado los negocios casi por completo a sus hijos y sobrinos. Dedicándose solo a la investigación. Pero el verse un parásito y especialmente una carga para su familia le preocupaba.
   El sonido del teléfono le sacó de sus cavilaciones.
   - Señor. La señora Caterine al teléfono.
   Un sirviente le acercaba el aparato. Durante el tiempo que mantuvieron la conversación telefónica Caterine notó algo extraño en la voz de su amor. Preguntó varias veces si se encontraba bien, pero cuando colgó sintió que algo pasaba y sin pensarlo dos veces se despidió de Ignacio y fue al aeropuerto a coger el primer vuelo que le llevara de nuevo a Lyón. Circunstancia que no agradó en absoluto a su marido. Pero, ya estaba acostumbrado a pasar largas temporadas sin su compañía. El trabajo les permitía convivir muy poco. Pero ahora estaba de vacaciones y no tenía excusa para alejarse de él. No podía comprender que por una simple intuición fuese capaz de alejarse después de haber pasado más de dos meses sin verse un solo día, aunque se telefonearan. Además acababa de estar con José.
   Cuando en las fiestas familiares y vacaciones se reunía la familia, especialmente en Navidades, los celos provocados por la presencia de José, pero especialmente como su esposa tonteaba con él, le podían. En más de una ocasión lo habló con Caterine y ella comenzaba a reír sin darle la menor importancia a las quejas de su esposo. Nunca llegó a pensar que llegara a pensarlo en serio. José estaba por encima de todo. De su madre, a la que adoraba. De su trabajo, del que estaba profundamente enamorada. De su esposo, en fin, por encima de ella misma. Por ello no le entraba  en la cabeza que su marido sintiera celos de “su padre”.
   Intentó persuadirle para que abandonara la idea, pero Caterine le dio la espalda pensando sinceramente que estaba bromeando, dejándolo con la palabra en la boca.
   De camino al aeropuerto el móvil sonó.
   - Caterine si no regresas a casa será mejor que cada uno tome su camino.
   Se quedó helada. No podía entender el comportamiento de su esposo. Ni le contestó, colgó el teléfono y prosiguió su camino. Pero las amenazas de Ignacio no hicieron otra cosa que separarlos más. “Lo que me faltaba que quiera dirigir mi vida”- “Desde luego que no le pondré ni el mínimo impedimento”. Estaba fuera de sí la llamada de su marido había conseguido sacarle de sus casillas y no era fácil. Pues solía ser una mujer tranquila y calculadora. Pensó en José y olvidó todo su enfado. Deseaba estar lo antes posible junto a él y averiguar lo que le sucedía. Estaba segura que algo no era normal. Lo había observado durante años. Habían compartido los primeros años de trabajo duro y sabía perfectamente como respiraba. Nada le podía persuadir que, a su gran amor, no le pasara algo. Lo percibió con las primeras palabras intercambiadas por teléfono.
   Llegó al aeropuerto. Estacionó su coche en el parking y sin entretenerse y algo acelerada recorrió los diferentes despachos de billetes de las compañías con vuelos a Lyón para sacar billete en el primer vuelo.













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