Eran las cinco de la madrugada cuando sonó
el teléfono de los Carbonell. José se incorporó sobresaltado de la cama y se
apresuró a descolgarlo. Era Caterine que
entre sollozos le comunicaba, haber escuchado por la CNN , la concesión del Nóbel a
Aleixandre Dekrauf. Con la ternura, la sencillez y el cariño de siempre,
consoló a su amiga.
- Pienso que deberías estar contenta.
Gracias a él tu madre sigue con vida y con toda sinceridad pienso que han
acertado plenamente.
Silvia comenzaba a despertarse, preguntó
quien se atrevía a llamar a esas horas y al detener por unos instantes su
conversación con Caterine para aclararle de quien se trataba, realizó un gesto
muy expresivo y dando media vuelta, trató de coger de nuevo el sueño.
Tras más de media hora de conversación,
colgó. El sueño no consiguió dominar de nuevo a
Silvia y al percibir el fin de la conversación. Preguntó.
- ¿Qué quería?
- Nada.
Contestó con rapidez. Dejó parar unos segundos y añadió.
- Ha escuchado que le han concedido el Nóbel
a Aleixandre.
De inmediato Silvia se incorporó se abrazó
con fuerza a su marido y trató de animarlo. Estaba convencida que se lo
concederían a él y la noticia debió suponer una gran decepción. Al comprobar lo
afectada que estaba, restó importancia a la noticia y trató de animarle. Tras
una larga pausa de silencio absoluto sustituido por todo el afecto y cariño de
los dos esposos, rompió aquel silencio.
- Mi único y ansiado premio eres tú. Nada ni
nadie en el mundo puede igualar lo que supone compartir mi vida contigo.
Las lágrimas se escaparon de los bellos ojos
de Silvia. Se abrazó a su esposo y se entregó llena de felicidad y
satisfacción. Pues no era él quien le estaba animando. “Este hombre es
excepcional pensaba mientras se entregaba a su esposo llena de pasión y deseo.
Cuando aquella pasión se calmó José cogió el
teléfono y llamó a su colega. Lo sacó de la cama, pero no le había notificado
nadie la noticia y agradeció de corazón a su compañero y gran amigo la
información. Se disculpó por la decepción que sin duda habría sufrido y
colgaron.
Esa mañana tuvo que atender a infinidad de
medios de comunicación y a un gran número de visitas que se sucedieron una tras
otra a lo largo del día, principalmente de familiares y amigos.
Cuando a las doce de la mañana se presentaba
Caterine, no podía dar crédito a sus ojos. Se encontraba metida de lleno en la
presentación de su colección. Esa misma noche se celebraba en París. Al
expresarle José su preocupación ella le tranquilizó asegurando que el jet
alquilado le esperaría sin problemas y llegaría sin dificultad al inicio del
pase.
Se encontraban conversando, cuando por la
puerta del salón hacía su entrada Ignacio. Se enteró por televisión y quería
expresarle su apoyo. Al ver a su esposa se quedó petrificado. Ella se aproximó,
le dio un par de besos en las mejillas, y regresó al tiempo que reanudaba la
conversación. José observó la reacción de Ignacio y aprovechó la ocasión para
facilitarles lo hablado en la alquería.
- Pienso que es hora que os sentéis, ahora
que tenéis tiempo y os sinceréis el uno con el otro.
Al tiempo que pronunciaba estas palabras
abandonaba el salón y cerraba tras de sí la puerta. El matrimonio se encontró
fuera de juego. Los había pillado por sorpresa y permanecieron varios minutos
uno frente al otro sin pronunciar una sola palabra. No era fácil iniciar la
conversación, pero por fin, tras unos eternos y tensos minutos Ignacio se decidió.
- Caterine, no me explico como has sido
capaz de dejarte una presentación por algo así. Te juro que no te entiendo.
Murió mi padre y tan solo te dignaste a telefonear. Cuando el bufete tuvo esa
crisis tan profunda y te rogué que te necesitaba a mi lado. Te dignaste a
telefonearme tres veces, lo cierto es que te molestaste tres veces ese día para
animarme, pero fuiste incapaz de venir porque estaba la fiesta final de la
presentación.
Ignacio continuó relatando infinidad de
circunstancias y situaciones por las que su mujer no había dado una respuesta
adecuada según su opinión. Escuchaba a su esposo con atención. En su memoria
iba grabándose uno a uno sus reproches. Se estaba tomando su tiempo para
responderle. No deseaba alterarse, necesitaba más que nunca estar serena y
dominar la situación. Ignacio continuaba sin parar recriminándole acciones,
despechos desaires y demás. Por fin, algo fuera de sí por la actitud de su
esposa añadió.
- ¿No tienes nada que decirme?
Un silencio hiriente se apoderó de aquel
amplio salón. Caterine no quitaba su mirada de los ojos de su esposo. Éste,
cuando la cruzaba la retiraba de inmediato, era incapaz de aguantar aquella
mirada fría, calculadora e hiriente cuando lo deseaba. De pronto, pensó que era
el mejor momento. Con voz pausada y tranquila comenzó.
- Por lo que he podido escuchar debo ser una
esposa con solo defectos. No te he oído decirme nada bueno hacia mi persona.
Cuando te conocí eras un chico encantador, alegre, divertido y disponías de
todo el tiempo del mundo para mí. Has sido una persona paciente con mi
profesión. Sabías desde un principio como era esto de la moda. Eres un hombre
muy trabajador y sé por José que cuando te confió los asuntos de sus empresas
respondiste perfectamente.
Cuando Caterine pronunció el fatídico
nombre, para él, saltó de su asiento como una pelota.
- ¡José! ¡Cómo no! Para ti solo existe ese
hombre en el mundo.
La entonación que le dio su esposo a la
frase estuvo a punto de hacerle perder la compostura, se mordió la lengua contó
hasta diez y le interrumpió diciendo.
- ¿Así que tus problemas son exclusivamente
los celos? Pues lo siento Ignacio. Para eso no hay remedio.
- Desde luego que lo hay.
Replicó exaltado por la tranquilidad y
seguridad con que le respondía.
- Dedica más tiempo a tu marido y olvida por
una temporada a José.
Mientras ella hacía sus ejercicios de
autocontrol para no perder los papeles, él proseguía con sus recriminaciones.
Llevaban más de sesenta minutos hablando, Caterine tan solo había dado unas
pinceladas a su intervención. Cansada de oír a su esposo le rogó guardar
silencio y le pidió que se sentara. Había hablado demasiado y ahora le tocaba a
ella aclarar ciertas cosas. Con una asombrosa tranquilidad y con ese tono dulce
y cariñoso que tanto agradaba a José comenzó su discurso.
- En primer lugar. Y no es la primera vez
que te lo digo. José esta por encima de todo, incluso antes que yo misma. Si
después de lo que te voy a contar, no estas de acuerdo con esta primera y única
premisa, será mejor que cada uno tome su camino. No es negociable. El resto,
hasta mi propia persona lo es. Comprendo tu incapacidad de entender algo que no
has vivido personalmente. También soy consciente que aun siendo capaz de
explicártelo a la perfección, nunca llegarás a saber la verdadera dimensión de
la situación vivida. Mi madre y yo no teníamos donde caernos, todo el mundo nos
rechazaba, nos repudiaban e incluso nos increpaban. Cuando nadie daba nada por
nosotras llegó el personaje del que tienes celos y nos tendió la mano. Te
recuerdo, por si tu memoria té falla, que a ti también te la tendió, aunque en
otras circunstancias. Fui yo la que le conté
los problemas del bufete y no se lo había terminado de contar cuando ya
te solucionó todas las dificultades. Pero volvamos a la época que teníamos
verdaderos problemas mi madre y yo. No solo se limitó a proporcionarnos
trabajo, vivienda, comida, ropas, dignidad, y un largo repertorio. Se ofreció
él mismo, su tiempo, su ternura, su cariño, su amistad. Robándoselo a sus
negocios, a su esposa, que por cierto la adora, a sus hijos. Si hubieras podido
ver la ternura y el cariño que tuvo con mamá, sin lugar a dudas fue
determinante para salvarla, estoy segura que no serias capaz de decir lo que
acabo de escuchar.
Las lagrimas acudieron a sus ojos, el
recuerdo de aquel tiempo, la incomprensión de su marido hacía José le impidió
proseguir. Comenzó a sollozar y aunque intentó continuar no conseguía articular
una sola palabra. Ignacio se conmovió se aproximó a su mujer se abrazó y
mientras sus brazos le abarcaban con lagrimas en los ojos se disculpó.
- Perdón. Caterine, perdóname por favor.
El silencio se adueño de la habitación. Ella
continuaba llorando, incapaz de salir de aquel llanto. Una mezcla de rabia, de incomprensión,
de amor, de agradecimiento y de tensión se daba en ese momento en su ser.
Con dulzura rogó a su esposa que se sentase
en el tresillo. Sacó un pañuelo del bolsillo y enjugó sus lágrimas, mientras
acariciaba con ternura y cariño aquel angelical rostro.
- Espero que sepas disculparme. Tratare por
todos los medios a mi alcance respetar esa premisa que has expuesto y como
señal de mi voluntad y mi amor hacia ti, me iré contigo a París para apoyarte
en la presentación de esta colección.
Abandonaron el salón. Entraron en el servicio,
se lavaron la cara y refrescaron el rostro. Salieron cogidos de la mano y
fueron a despedirse. Ignacio se disculpó ante José en presencia de su esposa,
agradeciendo el interés puesto por salvar su matrimonio. El chofer personal de
José les llevó al aeropuerto para subir al avión fletado por Caterine para
regresar a París.
Cuando ella, en la despedida, se abrazó a
José le susurró.
- Ya te contaré, eres un encanto. Y sigo
opinando que esos suecos se han equivocado de personaje al conceder el premio.
Posó sus labios en los de él y se marchó con
su esposo. Se sintió satisfecho los veía marchar bastante reconciliados y el
hecho de que Ignacio le acompañara era señal inequívoca que él comenzaba a
ceder en algo. Ahora solo le cabía esperar que Caterine fuese capaz de ceder.
Le hubiera gustado hablar con ella pero se les haría tarde si no emprendían
pronto el regreso.
El internado donde José cursó el
bachillerato se engalanó para recibir al personaje más celebre salido de aquel
centro. El salón de actos repleto de gente, no permitía entrar ni una alfiler,
alumnos, padres, religiosos, seglares. En fin toda la comunidad educativa sé
dieron cita para agasajar al personaje en cuestión. Se encontró y pudo saludar
a algunos de sus profesores. En la presentación del acto, la realizó el rector
mayor de la congregación desplazado exclusivamente para rendir homenaje a tan
celebre personaje. Los elogios, virtudes y cualidades del invitado se
resaltaron sin escatimar el mínimo calificativo. Cuando José tomó la palabra
fue muy corto en su mensaje.
- Sé por experiencia que los grandes
discursos no suelen llegar a la gente y como también fui niño sé que esto es lo
que más os aburre, seré breve y que la fiesta comience. Mi intención es dar un
consejo. Vosotros no debéis pensar en
mí, ni en esas figuras de la música, del deporte, de las ciencias o de la
política y ser vosotros mismos. Sois únicos y eso es lo que ha de mover
vuestras vidas. Tratar de sacar lo mejor que hay en vosotros y desarrollarlo
todo lo posible. Y que la fiesta comience.
El salón rompió en un estremecedor aplauso,
José bajó al público para estrechar la mano que le tendían aquellos
estudiantes. Ya en el patio del colegio los juegos, deportes y concursos
comenzaron, celebrando de esta manera la presencia del personaje en cuestión.
Junto a su esposa Silvia, compartió la conversación y el vino en su honor que
les brindó la dirección de la comunidad educativa.
Quedaron gratamente sorprendidos por la
sencillez y el saber estar del matrimonio.
Permaneció la jornada completa en el centro,
dedicando su tiempo especialmente a los más pequeños. Quienes los abrazaban,
manchaban sus trajes de chocolate, caramelo o de barro. Si algún educador
trataba de recriminarlos tanto uno como otro salían en su defensa.
- La ropa tiene fácil solución. Deben
comportarse como lo hacen con sus papás, nos encontramos mucho mejor si son
espontáneos, tal y como son.
Los niños giraban su rostro hacía el
educador y con un gesto muy significativo volvían con los esposos.
Cuando el matrimonio llegó a su casa,
estaban agotados. Se metieron directamente al baño y tras una buena sesión de
hidromasaje se fueron a la cama sin cenar.
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