martes, 19 de junio de 2012

EL PRIMER AMOR-PARTE III-CAPITULO IV-EL ACCIDENTE


- CAPITULO IV -

                                       - EL ACCIDENTE  -

   El servicio, volvió a interrumpir al señor, a las dos horas de su conversación. Tomó el teléfono ofrecido por el criado y escuchó.
   - ¿Don José Carbonell?
   Se trataba de un oficial de tráfico Suizo informándole del grave accidente sufrido por el automóvil en el que viajaba su esposa. El agente le proporcionó todos los datos, la localidad, el hospital donde habían sido ingresadas las accidentadas y su estado de gravedad. José insistió en saber si estaban con vida. Su interlocutor le aseguraba que cuando ingresaron en el hospital lo estaban pero su estado era crítico. Un escalofrío cubrió su cuerpo, solo recordaba una sensación igual a la que sintió en el instante que colgaba el teléfono. Con una claridad cinematográfica recordaba su reencuentro con Linda, tras más de treinta años, en la clínica de New Ville junto a Brisite. Se debatía entre la vida y la muerte. El SIDA dominaba su organismo y la vida se le iba en cada aliento. Se levantó dio las instrucciones oportunas al servicio y avisó al chofer para que le llevara a la población Suiza donde estaban ingresadas su mujer y Linda.
   En el trayecto. Agónico. Sus ojos se nublaron. Intuía lo peor y el dolor oprimía su alma. Pensó egoístamente en él, cosa rara, pero sabía que si alguien era capaz de soportar sus últimos años con la enfermedad que iba apoderándose de su cuerpo, esa, era Silvia. Comenzó a temblar como un chiquillo empapado tras jugar con el agua en pleno invierno. Quería, deseaba y rogaba que esos malos presagios saliesen de su mente, pero fue incapaz de conseguirlo. Cada vez estaba más convencido que había perdido a Silvia.
   Hacía un calor sofocante, y el acondicionador de coche funcionaba a pleno rendimiento, sin embargo, rogó al chofer que cambiara el frío por calor, al menos en la parte trasera del coche. Con sus ojos bañados en lágrimas recordaba su vida. Las primeras batallas contra su padre para lograr ir a la escuela. Cuánto luchó mama por conseguir que estudiara. El ingreso y el premio a su tesón e inteligencia. Si lugar a dudas fue la primera llave para llegar donde estaba. El internado. El padre Andrés, otra bendición del Señor. Linda su primer amor y ahora estaba junto a su esposa entre la vida y la muerte. Recordaba a Silvia en la facultad, el incidente en clase, los meses vividos juntos en Corea, la forma como se declaró en aquella habitación. Los partos de sus tres hijos. La paciencia que tuvo cuando Linda se debatía entre la vida y la muerte durante cerca de dos años. No podía ser. El Señor no iba a permitir separarle de su lado. Todos esos recuerdos se apagaron en el instante que el coche se detuvo ante la puerta del gran hospital. Su chofer se mantenía en la puerta del automóvil esperado a su jefe. Pero no conseguía que sus piernas le obedecieran.
   - ¿Le sucede algo Don José?
   El chofer comenzaba a preocuparse. Por fin, consiguió hablar con él. Rogó a las asistencias del hospital que llevasen una silla de ruedas. Estaba bloqueado y era incapaz de conseguir que sus piernas respondieran. Juan, el chofer, pidió a uno de los celadores que aparcase el coche. Mientras, él, entraba en el interior del hospital empujando la silla de ruedas con José. Aquel celador aceptó encantado. Conducir un Mercedes 500 SEC no se hacía todos los días. Estacionó el vehículo y devolvió las llaves a Juan, quien a indicación de su jefe sacó un billete y se lo entregó al joven.
   En recepción lo pasaron a un despacho donde, un equipo compuesto por tres médicos, se presentaron para informar al familiar.
   El estado de las dos accidentadas era crítico, no había muchas posibilidades, pero mientras hay vida hay esperanza. Al comunicarles que era médico la información fue más técnica sobre las lesiones sufridas. Estaba claro que si conseguían salir de aquello no lo harían en condiciones para valerse por sí mismas. Sintió la necesidad de ponerse en pie, no era momento de derrumbarse, y si conseguían recuperarse, él debía estar en las mejores condiciones posibles. Logró levantarse de la silla de ruedas y sin explicárselo muy bien las piernas le respondieron. Al salir del despacho para entrar en la sala de reanimación, y verles unos segundos, se encontró frente a frente con Caterine. Al llegar a New Ville le comunicaron lo sucedido. No se detuvo ni un segundo y en coche se desplazó hasta allí. Estaba asombrado. Como había podido llegar tan pronto. Ellos se desplazaron a gran velocidad y solo hacía escasamente una hora de su llegada mientras ella se encontraba en Madrid. Pero Caterine tuvo suerte consiguió salir a los diez minutos de llegar al aeropuerto. Al abrazarse comenzaron a llorar como dos chiquillos. Entre sollozos le comentó.
   - Viven, pero hay muy pocas posibilidades. No...
   Intentó continuar, pero no le salían las palabras, era incapaz de articularlas. Ella se abrazó con fuerza y lo besaba con toda la ternura del mundo. Acariciaba con increíble dulzura su nuca, su espalda, sus mejillas. Trataba de animarlo y consolarse ella al mismo tiempo.
   Cuando consiguieron controlarse un poco pasaron los dos cogidos de la mano a la sala de reanimación. Ahí sobre dos lechos permanecían inconscientes. Posaron sus labios sobre sus frentes y abandonaron la sala.
   - ¿Te apetece tomar algo? Voy a la cafetería.
   Con esa frase Caterine pretendía elevar su moral, estaba convencida que la recordaría, pues con esas mismas palabras se dirigió cuando se encontraron por primera vez. Pudo observar como una leve sonrisa se dibujaba en su rostro. Se abrazó fuertemente y entraron en la cafetería. Pidieron una tila y abrazados permanecieron en silencio sentados en un acogedor rincón del local. El silencio fue absoluto entre la pareja. Casi al unísono recordaron las mismas cosas. Su primer encuentro en el hospital, cuando la esperanza y la ilusión por la vida se apagaban en aquellas mujeres sin techo. La desolación  por no poder hacer nada por su madre que se le iba en cada segundo. La invitación a la cafetería por aquel apuesto y encantador hombre maduro, que a la postre sería la salvación de ella y de su madre. José les ofreció todo lo necesario para poder sacarles de la cloaca en la que mal vivían. El resurgir de la empresa de mama “Modas Revaud”. Pero especialmente recordaba el cariño y la ternura que mostró por su madre ese hombre donde descansaba su cabeza. Recordó lo maravilloso que había sido el amor conservado durante años. Si tuviera que describir lo que era el amor, aquel hombre le había proporcionado la definición perfecta. Y tantas y tantas cosas que habían podido padecer, disfrutar y vivir juntos. Cruzaron en infinidad de veces sus miradas y en sus rostros se dibujaba siempre la sonrisa. Estuvo, en más de una ocasión, tentada a unir sus labios con los de él pero comprendió que sería una gran torpeza por su parte. Se asustó al comprobar la felicidad que experimentaba todo su ser al sentir el calor de su cuerpo y la dulzura de sus brazos abarcando el suyo. Esa agradable sensación le había llevado a olvidar la situación de su madre. 
   A las dos horas de la llegada de Caterine se fueron presentando sus hijos, familiares y amigos. La magnitud que tomaba aquella situación le llevó a reaccionar con prontitud. José, para solucionar problemas imprevistos era una autentico lince. Consiguió solventarlo con un hotel cercano al hospital. Allí se instalaron. En un principio era José quien recibía a los familiares y conocidos que iban llegando, pero la situación comenzó a poderle y sus hijos le obligaron a subir a su habitación para tranquilizarse. Era tal la cantidad de gente desplazada que se vieron obligados a tomar medidas. Más de trescientas personas se dieron cita en la localidad Suiza. Caterine, Brisite y Jorge, los más enteros, se preocuparon de recibir a la gente. Todos los hermanos de José con sus hijos al completo, cerca de ciento veinte personas componían su familia directa, fletado un avión y se desplazaron juntos hasta la capital Suiza y de ahí en autocares a la población donde se encontraban ingresadas las dos accidentadas. No faltó Paul Valery que al encontrarse en la entrada del hotel con sus hijas se abrazó y trató de animarles.
   Caterine entró en la habitación para comunicarle que su familia había llegado al completo. Se encontraban en uno de los salones del hotel. No le apetecía nada bajar. Ella le propuso que fueran subiendo a la habitación poco a poco. Pero sus hermanos no se merecían algo así, se cargó de ánimo y consiguió bajar los tres pisos. Al entrar en el salón mantuvo el tipo y fue abrazándose uno a uno a sus hermanos y respectivas esposas y esposos, pero cuando le tocó el turno a Rita, la emoción le pudo y rompió a llorar. Tanto uno como el otro se fundieron en un fuerte abrazo. No consiguieron articular una sola palabra. No hacía falta. Sus rostros expresaban todo lo que se podía decir. El silencio en aquel gran salón repleto de gente era increíble, a pesar de haber cerca de noventa entre jóvenes, niños y bebes, amen de los treinta adultos. Pero por todas las mejillas correteaban ríos de lágrimas. Incluso entre los más rudos hombres del campo. De nuevo al encontrarse con Andrés sucedió lo mismo que con Rita. Cuando consiguió llegar a la tribuna, donde se ubicaba el micrófono, todos los presentes tomaron asiento. Pronunció un corto pero emotivo discurso y rogó que le disculparan. Salió abrazado a Caterine, bañados por una maraña de sentimientos y lágrimas, para recogerse en su habitación
   Transcurridos treinta minutos rogó a Jorge y Caterine hacer lo mismo con los amigos y conocidos.
   - Me he recuperado bastante bien. Bajare a saludar y agradecer su presencia.
   Se encontraba con fuerzas para repetir la operación. A los diez minutos escasos Caterine subía de nuevo a la habitación para comunicarle que todo estaba preparado. Cuando hizo acto de presencia alguien comenzó a aplaudir y el resto siguió el ejemplo. Fueron unos aplausos muy suaves y continuos, tratando de mostrar el respeto hacía aquel personaje y expresar su preocupación sincera en lo más profundo de sus corazones. Desde la tribuna pudo reconocer a varios de los presentes, vecinos de la alquería y especialmente gente del mundo de la moda. Se dirigió en tono suave y pausado. Agradeció en su nombre y en el de su familia el apoyo mostrado con su presencia. Invitó a Caterine a tomar la palabra y agradecer su presencia en representación de los suyos. Cuando se disponía a subir de nuevo a su habitación se encontró cara a cara con Paul Valery. Estrechó su mano y le agradeció personalmente su presencia. Sabía muy bien el valor que suponía para sus hijas.
   Por la noche, aunque se presentaron algunas complicaciones, toda la familia consiguió encontrar alojamiento. Los amigos y conocidos habían abandonado la población.
   José y Caterine obtuvieron permiso para pasar la noche junto a su esposa y madre respectivamente. Aunque les habían preparado unas camas próximas a las de ellas ninguno de los dos se tumbó. Se sentaron en una silla junto a Silvia y Linda y permanecieron toda la noche pendiente de ellas.
  

















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