- CAPITULO IV -
- EL
ACCIDENTE -
El servicio, volvió a interrumpir al señor, a las dos horas de su
conversación. Tomó el teléfono ofrecido por el criado y escuchó.
- ¿Don José Carbonell?
Se trataba de un oficial de tráfico Suizo informándole del grave
accidente sufrido por el automóvil en el que viajaba su esposa. El agente le
proporcionó todos los datos, la localidad, el hospital donde habían sido
ingresadas las accidentadas y su estado de gravedad. José insistió en saber si
estaban con vida. Su interlocutor le aseguraba que cuando ingresaron en el
hospital lo estaban pero su estado era crítico. Un escalofrío cubrió su cuerpo,
solo recordaba una sensación igual a la que sintió en el instante que colgaba el
teléfono. Con una claridad cinematográfica recordaba su reencuentro con Linda,
tras más de treinta años, en la clínica de New Ville junto a Brisite. Se
debatía entre la vida y la muerte. El SIDA dominaba su organismo y la vida se
le iba en cada aliento. Se levantó dio las instrucciones oportunas al servicio
y avisó al chofer para que le llevara a la población Suiza donde estaban
ingresadas su mujer y Linda.
En el trayecto. Agónico. Sus ojos se nublaron. Intuía lo peor y el dolor
oprimía su alma. Pensó egoístamente en él, cosa rara, pero sabía que si alguien
era capaz de soportar sus últimos años con la enfermedad que iba apoderándose
de su cuerpo, esa, era Silvia. Comenzó a temblar como un chiquillo empapado
tras jugar con el agua en pleno invierno. Quería, deseaba y rogaba que esos
malos presagios saliesen de su mente, pero fue incapaz de conseguirlo. Cada vez
estaba más convencido que había perdido a Silvia.
Hacía un calor sofocante, y el acondicionador de coche funcionaba a
pleno rendimiento, sin embargo, rogó al chofer que cambiara el frío por calor,
al menos en la parte trasera del coche. Con sus ojos bañados en lágrimas
recordaba su vida. Las primeras batallas contra su padre para lograr ir a la
escuela. Cuánto luchó mama por conseguir que estudiara. El ingreso y el premio
a su tesón e inteligencia. Si lugar a dudas fue la primera llave para llegar
donde estaba. El internado. El padre Andrés, otra bendición del Señor. Linda su
primer amor y ahora estaba junto a su esposa entre la vida y la muerte.
Recordaba a Silvia en la facultad, el incidente en clase, los meses vividos
juntos en Corea, la forma como se declaró en aquella habitación. Los partos de
sus tres hijos. La paciencia que tuvo cuando Linda se debatía entre la vida y
la muerte durante cerca de dos años. No podía ser. El Señor no iba a permitir
separarle de su lado. Todos esos recuerdos se apagaron en el instante que el
coche se detuvo ante la puerta del gran hospital. Su chofer se mantenía en la
puerta del automóvil esperado a su jefe. Pero no conseguía que sus piernas le
obedecieran.
- ¿Le sucede algo Don José?
El chofer comenzaba a preocuparse. Por fin, consiguió hablar con él.
Rogó a las asistencias del hospital que llevasen una silla de ruedas. Estaba
bloqueado y era incapaz de conseguir que sus piernas respondieran. Juan, el
chofer, pidió a uno de los celadores que aparcase el coche. Mientras, él,
entraba en el interior del hospital empujando la silla de ruedas con José.
Aquel celador aceptó encantado. Conducir un Mercedes 500 SEC no se hacía todos
los días. Estacionó el vehículo y devolvió las llaves a Juan, quien a
indicación de su jefe sacó un billete y se lo entregó al joven.
En recepción lo pasaron a un despacho donde, un equipo compuesto por
tres médicos, se presentaron para informar al familiar.
El estado de las dos accidentadas era crítico, no había muchas
posibilidades, pero mientras hay vida hay esperanza. Al comunicarles que era
médico la información fue más técnica sobre las lesiones sufridas. Estaba claro
que si conseguían salir de aquello no lo harían en condiciones para valerse por
sí mismas. Sintió la necesidad de ponerse en pie, no era momento de
derrumbarse, y si conseguían recuperarse, él debía estar en las mejores
condiciones posibles. Logró levantarse de la silla de ruedas y sin explicárselo
muy bien las piernas le respondieron. Al salir del despacho para entrar en la
sala de reanimación, y verles unos segundos, se encontró frente a frente con
Caterine. Al llegar a New Ville le comunicaron lo sucedido. No se detuvo ni un
segundo y en coche se desplazó hasta allí. Estaba asombrado. Como había podido
llegar tan pronto. Ellos se desplazaron a gran velocidad y solo hacía
escasamente una hora de su llegada mientras ella se encontraba en Madrid. Pero
Caterine tuvo suerte consiguió salir a los diez minutos de llegar al
aeropuerto. Al abrazarse comenzaron a llorar como dos chiquillos. Entre
sollozos le comentó.
- Viven, pero hay muy pocas posibilidades. No...
Intentó continuar, pero no le salían las palabras, era incapaz de
articularlas. Ella se abrazó con fuerza y lo besaba con toda la ternura del
mundo. Acariciaba con increíble dulzura su nuca, su espalda, sus mejillas.
Trataba de animarlo y consolarse ella al mismo tiempo.
Cuando consiguieron controlarse un poco pasaron los dos cogidos de la
mano a la sala de reanimación. Ahí sobre dos lechos permanecían inconscientes.
Posaron sus labios sobre sus frentes y abandonaron la sala.
- ¿Te apetece tomar algo? Voy a la cafetería.
Con esa frase Caterine pretendía elevar su moral, estaba convencida que
la recordaría, pues con esas mismas palabras se dirigió cuando se encontraron
por primera vez. Pudo observar como una leve sonrisa se dibujaba en su rostro.
Se abrazó fuertemente y entraron en la cafetería. Pidieron una tila y abrazados
permanecieron en silencio sentados en un acogedor rincón del local. El silencio
fue absoluto entre la pareja. Casi al unísono recordaron las mismas cosas. Su
primer encuentro en el hospital, cuando la esperanza y la ilusión por la vida
se apagaban en aquellas mujeres sin techo. La desolación por no poder hacer nada por su madre que se
le iba en cada segundo. La invitación a la cafetería por aquel apuesto y
encantador hombre maduro, que a la postre sería la salvación de ella y de su
madre. José les ofreció todo lo necesario para poder sacarles de la cloaca en
la que mal vivían. El resurgir de la empresa de mama “Modas Revaud”. Pero
especialmente recordaba el cariño y la ternura que mostró por su madre ese
hombre donde descansaba su cabeza. Recordó lo maravilloso que había sido el
amor conservado durante años. Si tuviera que describir lo que era el amor,
aquel hombre le había proporcionado la definición perfecta. Y tantas y tantas
cosas que habían podido padecer, disfrutar y vivir juntos. Cruzaron en
infinidad de veces sus miradas y en sus rostros se dibujaba siempre la sonrisa.
Estuvo, en más de una ocasión, tentada a unir sus labios con los de él pero
comprendió que sería una gran torpeza por su parte. Se asustó al comprobar la
felicidad que experimentaba todo su ser al sentir el calor de su cuerpo y la
dulzura de sus brazos abarcando el suyo. Esa agradable sensación le había
llevado a olvidar la situación de su madre.
A las dos horas de la llegada de Caterine se fueron presentando sus
hijos, familiares y amigos. La magnitud que tomaba aquella situación le llevó a
reaccionar con prontitud. José, para solucionar problemas imprevistos era una
autentico lince. Consiguió solventarlo con un hotel cercano al hospital. Allí
se instalaron. En un principio era José quien recibía a los familiares y
conocidos que iban llegando, pero la situación comenzó a poderle y sus hijos le
obligaron a subir a su habitación para tranquilizarse. Era tal la cantidad de
gente desplazada que se vieron obligados a tomar medidas. Más de trescientas
personas se dieron cita en la localidad Suiza. Caterine, Brisite y Jorge, los
más enteros, se preocuparon de recibir a la gente. Todos los hermanos de José
con sus hijos al completo, cerca de ciento veinte personas componían su familia
directa, fletado un avión y se desplazaron juntos hasta la capital Suiza y de
ahí en autocares a la población donde se encontraban ingresadas las dos
accidentadas. No faltó Paul Valery que al encontrarse en la entrada del hotel
con sus hijas se abrazó y trató de animarles.
Caterine entró en la habitación para comunicarle que su familia había
llegado al completo. Se encontraban en uno de los salones del hotel. No le
apetecía nada bajar. Ella le propuso que fueran subiendo a la habitación poco a
poco. Pero sus hermanos no se merecían algo así, se cargó de ánimo y consiguió
bajar los tres pisos. Al entrar en el salón mantuvo el tipo y fue abrazándose
uno a uno a sus hermanos y respectivas esposas y esposos, pero cuando le tocó
el turno a Rita, la emoción le pudo y rompió a llorar. Tanto uno como el otro
se fundieron en un fuerte abrazo. No consiguieron articular una sola palabra.
No hacía falta. Sus rostros expresaban todo lo que se podía decir. El silencio
en aquel gran salón repleto de gente era increíble, a pesar de haber cerca de
noventa entre jóvenes, niños y bebes, amen de los treinta adultos. Pero por
todas las mejillas correteaban ríos de lágrimas. Incluso entre los más rudos
hombres del campo. De nuevo al encontrarse con Andrés sucedió lo mismo que con
Rita. Cuando consiguió llegar a la tribuna, donde se ubicaba el micrófono,
todos los presentes tomaron asiento. Pronunció un corto pero emotivo discurso y
rogó que le disculparan. Salió abrazado a Caterine, bañados por una maraña de sentimientos
y lágrimas, para recogerse en su habitación
Transcurridos treinta minutos rogó a Jorge y Caterine hacer lo mismo con
los amigos y conocidos.
- Me he recuperado bastante bien. Bajare a saludar y agradecer su
presencia.
Se encontraba con fuerzas para repetir la operación. A los diez minutos
escasos Caterine subía de nuevo a la habitación para comunicarle que todo
estaba preparado. Cuando hizo acto de presencia alguien comenzó a aplaudir y el
resto siguió el ejemplo. Fueron unos aplausos muy suaves y continuos, tratando
de mostrar el respeto hacía aquel personaje y expresar su preocupación sincera
en lo más profundo de sus corazones. Desde la tribuna pudo reconocer a varios
de los presentes, vecinos de la alquería y especialmente gente del mundo de la
moda. Se dirigió en tono suave y pausado. Agradeció en su nombre y en el de su
familia el apoyo mostrado con su presencia. Invitó a Caterine a tomar la
palabra y agradecer su presencia en representación de los suyos. Cuando se
disponía a subir de nuevo a su habitación se encontró cara a cara con Paul
Valery. Estrechó su mano y le agradeció personalmente su presencia. Sabía muy
bien el valor que suponía para sus hijas.
Por la noche, aunque se presentaron algunas complicaciones, toda la
familia consiguió encontrar alojamiento. Los amigos y conocidos habían
abandonado la población.
José y Caterine obtuvieron permiso para pasar la noche junto a su esposa
y madre respectivamente. Aunque les habían preparado unas camas próximas a las
de ellas ninguno de los dos se tumbó. Se sentaron en una silla junto a Silvia y
Linda y permanecieron toda la noche pendiente de ellas.
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