viernes, 21 de octubre de 2011

NEGRITA PURA VIDA CAPITULO 19 EL NACIMIENTO

- CAPITULO – XIX-

- EL NACIMIENTO -

Gonzalo, medio adormilado en el asiento del avión, repasaba esos dos años en Costa Rica. Jamás se hubiese podido imaginar, bullir ese tiempo sin su mujer con esa intensidad. Pero especialmente con esas ganas de vivir. En sus reflexiones llegó a la conclusión, que su esposa no le había dejado del todo. Seguía a su lado al reencarnase en Negrita, para animarle en su lucha en aquel rincón, y a realizar lo que mejor sabía hacer su esposo. Entregarse a los demás. La sonrisa de aquella nativa le había devuelto, a escasos días de la pérdida de Ana, las ganas de vivir. Seguro que aún seguía junto a él. Y en las noches su alma flotaba por la cala para darle calor, cariño, amor y fuerzas para seguir con aquella labor.

No había parado en ese tiempo de moverse, de pescar, de nadar y compartir. Si ella hubiera seguido a su lado ningún otro momento de su vida habría superado ese periodo. Pero a pesar de su muerte, era enormemente feliz al comprobar el cambio de los nativos de Puerto Viejo, desde que llegó hasta esas fechas. La calidad de vida de los lugareños había mejorado increíblemente. Y aunque se había modernizado mucho la zona, seguía conservando ese encanto salvaje, virgen, controlado por la naturaleza. La mano del hombre, aunque intervino en la construcción de estancias hoteleras, se hizo respetando el lugar. Cualquier visitante al circular por la carretera no percibía la menor construcción en la zona. La vegetación se encargaba de ocultarlas para mostrar al viajero simplemente la selva.

Todas las instalaciones hoteleras habían sido diseñadas sin sobrepasar las dos plantas y siempre en armonía con el entorno. El único propietario de la zona diferente a Gonzalo era el “Chino” a quien el español le tendió la mano cuando ese último mes tuvo problemas. Logrando reformar y mejorar el local. Solo le impuso una condición, para prestarle una fuerte cantidad sin intereses. Que siguiera respetando el entorno. El chino era también un enamorado de Puerto Viejo y al igual que a Gonzalo le gustaba La Naturaleza. Pensaba en la generosidad y gratitud de esas gentes. Todos absolutamente todos dedicaban cuatro horas de su descanso para formar parte de las patrullas de protección.

Ese cariño, afecto, veneración y respeto mantenido por los nativos no se podía pagar con nada. Ese calor fue el causante que no se desesperara con la pérdida de Ana, unido a ese trabajo voluntario para levantar, pero especialmente respetar, aquel paraíso. El Negro. “Dios el negro”. Que habría sido de aquel desdichado de no cruzar su camino con aquel español. Una sobredosis, un navajazo, un tiro, una paliza del “gringo” o de sus secuaces, habrían terminado con su vida. El Viejito se convirtió en esos años en el protector del negro. De toda esa gente nativa que había permanecido en régimen de esclavitud durante siglos. Y lejos de convertirse en un nuevo patrón era ese socio justo, equitativo pero especialmente el mayor protector de su gente.

Desviviéndose por todos, al tiempo que lograba el funcionamiento de aquel rincón privilegiado del Mundo. Pero su labor fue más lejos de lo puramente comercial. Llegó a convertirse en una especie de guía espiritual. Limando asperezas, asistiendo o propiciando la asistencia a los más necesitados. Resolviendo situaciones y problemas comprometidos. Pero con una humildad ejemplar, consciente que gran parte de ese éxito se lo debía a su ahijado. Su amistad y sus negocios con la cúpula del gobierno le abrieron todas las puertas. Seguramente sin ese apoyo nunca habría logrado lo que en esos momentos le hacía sentirse una persona útil. Iniciaba esa etapa crítica, difícil, de la tercera edad. Unido a la conciencia del deterioro de su salud.

Ese medio siglo de dedicación a la entidad financiera, le estaba pasando factura. Había tenido dos o tres achuchones, pero nunca lo comentó con su hija. Solo El Negro, que le atendió siempre, era consciente de su delicado estado de salud. A Negrita se lo ocultaron siempre. Salvador le aconsejaba, casi a diario, la necesidad de pasar por una buena revisión. Pero él siempre lo achacaba al trabajo y al poco descanso. Aunque personalmente sabía con seguridad, que la causa no era el trabajo. Precisamente esa actividad impuesta voluntariamente, era la culpable de mantenerse con esas ganas de vivir. Consciente del descenso considerable de su actividad, desde que dejó el banco.

Estaba ilusionado con el nacimiento de los bebés, especialmente al pensar en su hija.

Al fin cumpliría su deseo de ejercer el papel de madre con esos bebes, vivenciando casi todas las sensaciones de una madre. Tal vez la parte más bonita de esa labor, pero sobre todo llenaría el único hueco por cubrir en su matrimonio. Percibía en su corazón el dolor de Negrita al no poder disfrutar de sus hijos, pero la conocía muy bien. Negrita no sería feliz viviendo con aquellas criaturas siempre atemorizada por la posible presencia de aquel salvaje. Antes de esa decisión le propuso mil soluciones pero la totalidad de las propuestas que podían interesarle pasaban por dejar Puerto Viejo para siempre. Eso era equivalente a quitarse la vida. Las otras, las que pasaban por seguir en Puerto no le permitían tener a los pequeños. Su estancia en Puerto Viejo la necesitaba mas que a los bebes.

En una ocasión le confesó que solo había en el mundo una cosa por la que abandonaría Puerto Viejo. “Usted. Mi Viejito”. Esas palabras vibraban en su mente e inundaban su corazón. Pero por mucho que la deseara. Su amor por Ana, a pesar de haber abandonado el mundo de los vivos, era superior a cualquier otra cosa. Estaba convencido que Negrita era la encarnación de su querida Ana. Gestos, miradas, sonrisas, movimientos y mil detalles le recordaban a su mujer. Pero como estaba convencido que no podría compartir su vida en el otro mundo con las dos, renunció a ese regalo de la naturaleza.

Las noticias procedentes de España eran inmejorables. Los acontecimientos se desarrollaban conforme a los planes, y pronto Negrita podría corretear por la cala, bañarse en sus aguas, y mantener largas pláticas con él en la hamaca, junto a su Caribe. Su otro gran amor. Recordaba su perfecto cuerpo sin prenda alguna, seguido por el foco de la luna llena. Estaban platicando en la hamaca cuando se levantaba sin previo aviso, se despojaba de sus ropas y se introducía en el agua para nadar un rato. Luego regresaba, volvía a cubrir su cuerpo con la misma ropa, sin secar ni quitarse la arena del cuerpo, y retornaba a su huequito para proseguir la plática.

La azafata le sacó de sus recuerdos para traerle un tente en pie.

Se lo tomó, se levantó para estirar un poco las piernas, de paso visitó a roca regresando de nuevo a su asiento. Saco su MP3 del que no se solía separar y lo conectó. La primera canción en aparecer le regresó de nuevo a su Puerto Viejo y en concreto a la cabaña, pero esas mismas imágenes se mezclaban con la de su esposa. “La bañera” era la pieza musical que sonaba y la imagen de Negrita en la ducha de la cabaña se le presentó con una claridad casi real. Pero esas imágenes le hacían dudar si la que estaba en la ducha era Ana o Negrita. Sonrió cuando pensaba que era Negrita y unas lágrimas se deslizaban, cuando la imagen era la de Ana. Continuaba mezclando imágenes cuando la voz del encargado de la tripulación aconsejó sentarse, enderezar los sillones y abrazarse con los cinturones.

Iban a realizar la aproximación a pista. Barajas los esperaba. Tras los trámites de aduana y recogida de equipaje vio a Carlos en la puerta de llegada del vuelo procedente de San José. Estaba solo, pues Anita no quiso dejar sola a Negrita ya que Marta no podía asistirle. Se dieron un fuerte abrazo y tras confirmarle que todo marchaba bien fueron hacia el aparcamiento del aeropuerto. Carlos no consintió que su suegro portara el equipaje. Lo cargó en el maletero y los dos en el vehículo lo pusieron rumbo al chalet de la sierra, donde les esperaban.

Aunque era patente la deformación de su cuerpo Negrita estaba radiante. Increíblemente hermosa. Cuanto tiempo sin contemplar, esa mirada, esos ojos verdes.

Pero cuando su sonrisa brotó de su rostro, apareció su mujer en el espacio de su mente dedicada al recuerdo bloqueándole por completo. Era su mujer o se trataba de Negrita. Nunca estaba seguro. Se fundieron en un abrazo mientras Anita un poco despagada, esperaba que su padre le hubiera abrazado en primer lugar, tuvo que resignarse a la conclusión del saludo con Negrita. No esperó demasiado para sentir los cansados brazos de su padre abarcándole, mientras sus labios se posaban en sus mejillas. El bombo postizo, le dificultaba la proximidad a su pequeña.

La hora de la comida estaba próxima. Papá se instaló en su habitación iba a ducharse adecentarse y cambiarse de ropa, mientras ellos prepararon el aperitivo.

En el salón mientras picoteaban alguna cosilla aguardaron la llegada del viajero. Carlos se encargó de reservar la comida en el restaurante donde solían ir a comer los sábados y domingos cuando se desplazaban a la sierra. Pero en esta ocasión quedaron en llevarles lo encargado a casa. La amistad de muchos años de la familia con el dueño del restaurante le permitió ese privilegio pues no servían comidas a domicilio. Justo cuando Gonzalo bajaba de su habitación dos empleados del restaurante se personaban con la comida. La mesa estaba lista se llevaron las cosas que quedaban del aperitivo y en torno a la mesa repusieron fuerzas. La tarde la pasaron contándose las mil y una anécdotas sufridas durante ese tiempo. A la mañana siguiente tenían cita con Marta en su clínica.

La ultima antes del parto, que según todos los cálculos apuntaba a que se produciría en los próximos días.

Gonzalo se retiró pronto a la cama pues el cambio de horario lo notaba mucho y las persianas se le cerraban. Quería acompañarles a la clínica y a su edad el descanso era fundamental. Les hubiera gustado charlar más con él, pues llevaban mucho tiempo separados. Especialmente Negrita, pero comprendieron que Gonzalo ya no era el de antes y además les vendría bien descansar a ellos también.

Marta los esperaba con los brazos abiertos, volver a ver a Gonzalo le emocionó y se abrazó al que consideraba su padre, pues desde muy pequeña perdió al suyo y aquel hombre se comportó con ella como tal.

Pero su generosidad no se limitó a desarrollar una labor paternal. A su madre le apoyó no solo en lo económico, en compañía de Ana le aportaron ese otro sustento afectivo tan necesario en unos momentos trágicos. Logró situarla en un puesto envidiable, permitiéndole a Marta proseguir con los estudios. Estaba convencida de no poderle negar nada aquel ser humano si se lo pedía.

- Te veo fenomenal papi. Con un moreno que te hace atractivo a pesar de la edad. El Caribe te sienta bien.

Marta siempre se dirigía a Gonzalo en esos términos, pues en realidad su actitud su comportamiento, su desvelo hacia ella, al igual que sucedió con Ana era de intimidad.

- Pero bueno. Que pasen las embarazadas.

Las mujeres entraron en la pequeña clínica y mientras sometía a Negrita a la revisión los hombres esperaron en el despacho charlando.

- ¿Carlos los papeles de mi testamento van por buen camino?

Gonzalo se interesó por las últimas conversaciones que había tenido con su yerno. Se notaba que la vida se le iba apagando y esa vitalidad de hacía tan solo un año no era la misma. Había mostrado su interés, tras dialogar con sus hijos, de dejar claro todos los papeles. Pero en esa conversación fue un poco más lejos.

- Quiero que en estos días hasta mi partida de nuevo con Negrita a Puerto Viejo, todas mis propiedades en España pasen a vosotros y los gastos corran a cargo de mi cuenta.

La exposición de Gonzalo prosiguió. Quería que abriera una cuenta a nombre de Anita y de él. Pasaría todo su dinero disponible y títulos de acciones a dicha cuenta. Salvo necesidad no debían tocarla hasta que llegase su hora.

- Ahí seguirá Alberto gestionando para la compra o venta de valores para cuando fallezca todo este resuelto a vuestro nombre. Los gastos que suponga dicha cuenta o su revalorización por valores, pago a hacienda y demás, se cargaran en ella. Las propiedades disponer como mas os plazca.

Carlos le aseguró que cumpliría con lo pedido y con respecto al testamento tenía los papeles en casa. Debía firmarlos para llevarlos a su amigo. Un notario de prestigio en la capital.

- Negrita, esto está ya aquí. No se si mandarte a casa.

El parto era eminente. Lo aconsejable era no regresar a la sierra y quedarse en la Capital. Pero no podían ir todos a casa de Anita pues podrían sospechar. Marta les propuso instalarse en su casa. Precisamente su esposo estaba de viaje y no regresaría hasta la siguiente semana. No lo pensaron. Mientras Carlos y Gonzalo se iban al chalet, las dos mujeres, se refugiaron con Marta. Tranquilizaron a los señores al comunicarles que les telefonearían en el momento del parto.

El resto del día y los dos siguientes Gonzalo junto a Carlos fueron resolviendo los asuntos tratados en la clínica. En la madrugada del tercer día recibieron la llamada. Como dos resortes se ducharon a toda prisa y a gran velocidad se acercaron a la consulta. Las dos doctoras tenía preparado todo para atender a Negrita incluso mantuvieron durante doce horas una ambulancia por si se presentaba cualquier contratiempo. Lo cierto es que fue más rápido de lo previsible en un parto múltiple. Primero salió un bebé, una niña y a los cinco minutos asomaba su cabecita la segunda. Nada más coger a la segunda en sus brazos para reanimarla comento. Se llamarán Ana y Guadalupe como su madre. Anita había decidido escoger los dos nombres de Negrita.

Pues al coincidir uno con el suyo la gente no haría muchas preguntas. Tal vez encontrara mas dificultad para justificar el segundo. Pesaban dos kilos, ochocientos gramos y dos setecientos. La tez de su piel aunque algo morenita no delataba ningún rasgo de su abuela. Cosa que extrañó bastante a Marta y a Ana pero de nuevo la suerte se alió.

Negrita fue recuperándose e inmediatamente Ana le acercó a las niñas. En un principio no quería pero no lo consintió. Al tenerlas en sus brazos comentó.

- Vosotras habéis nacido con estrella. Mis niñas. Tenéis unos padres como pocos niños en el mundo. Miró a Ana y le pidió que las cogiera mientras le besaba y le agradecía de corazón todos sus desvelos.

- Ya tienen nombre Negrita. Guadalupe y Ana.

De inmediato desveló los nombres de las criaturas. Negrita sonrió, mientras Marta daba los últimos puntos y terminaba su trabajo. Recogido y puesto todo en orden, avisaron a los caballeros quienes entraron a conocer a las dos pequeñas. Carlos no pudo evitar unas lágrimas mientras se aproximaba en primer lugar a Negrita. Besó sus mejillas para agradecerle su generosidad. Luego se aproximó a su esposa le besó, arrebatándole de los brazos a la pequeña que portaba.

- Se llama Guadalupe.

Se giró para coger a la segunda y comentó.

- Y aquí esta Ana.

Tanto Carlos como Gonzalo sonrieron. Conocían ambos muy bien a Anita y esa idea había partido de ella sin la menor duda. Gonzalo se acercó a Negrita mientras se fundía en un abrazo cargado de ternura.

- Mi Viejito. Ya es abuelo.

Sonrió y con esa chispa que solía tener salió con....

- Desde hace años. Mi Negrita. Desde hace años.

Marta rogó a la familia la necesidad de que Negrita se recuperase y para ello propuso que permaneciera en su casa para tenerle mas controlada. Pero Gonzalo no quería separarse de ella. Marta reaccionó de inmediato, invitándole a instalarse con ellas. Marta, Ana y Carlos los acompañaron, con las niñas, a la vivienda de la primera.

Instalados, el matrimonio regresó con los bebes a casa. Ella fue directa a su habitación y se acostó en la cama mientras a las niñas las introducían en sendas cunitas, como habían planeado. Mandó al servicio preparar sueros y luego biberones a las recién nacidas pues no podía darles pecho por una infección que le obligó a inyectarse un medicamento, para evitar la subida de leche. El servicio estaba alborotado. Tener de nuevo a su señora y a esas dos criaturas era todo un acontecimiento. Carlos permaneció junto a su esposa y ambos fueron recibiendo a familiares y amigos. Se extrañaron al no ver a Gonzalo pero alegaron que había estado en el parto y luego tuvo que partir hacia levante a resolver unos asuntos.

Al llegar la noche y quedar solos el matrimonio respiraron. Tomaron en sus brazos a una niña respectivamente, se miraron, sonrieron y Carlos salió con una gracia.

- Tengo a Ana o a Guadalupe.

Ana sonrió y de inmediato le comentó.

- Tienes a Guadalupe. Fíjate en esa marquita que tiene en el glúteo derecho. Papá me dijo que es idéntica a la que tiene Negrita. Y lo más curioso de todo, mamá también tenía la misma marca.

- ¡Caramba con papá! No pierde detalle. ¿Y le has preguntado por que sabe que es igual a la de Negrita?

- Carlos, eres bobo.. En Puerto Viejo siempre se baña en tanga. Además no te hagas el bueno que esa marca, estoy convencida que te fijaste también.

Sonrieron. Bromearon sobre el asunto hasta que María entró, tras el oportuno permiso, con los dos biberones. Cada uno cogió a una niña en brazos y se dispusieron a dárselo. Ante la cara y la actitud de Maria. Ana sonriendo comentó.

- ¿María desea dárselo usted?

La oferta de su señora le sorprendió, pues a pesar de desearlo con todas sus fuerzas, nunca pensó que captara ese deseo.

Sin pensarlo dos veces se aproximó iba a coger en brazos al bebé que sustentaba en sus brazos Ana, cuando Carlos le detuvo ofreciéndole la pequeña que tenía él. Sabía perfectamente que su mujer deseaba darles ese primer biberón. María aproximó una silla junto a la cama y con el biberón en la mano y entre su regazo mantenía a la recién nacida con el otro. En su expresión, en su mirada se reflejaba la felicidad que la situación aportaba a esa mujer. Ana miró a su esposo, le lanzó un beso con todo su cariño. Emocionada como pocas veces, disfrutaba primero por el detalle de su esposo y en segundo lugar por compartir ese momento con una de sus pequeñas.

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