jueves, 30 de junio de 2011

NEGRITA PURA VIDA CAPILUTO 2 - EN FAMILIA

- CAPITULO II -

- EN FAMILIA -

Primeras horas de la mañana. El hedor se impregnaba en la piel. Esa noche no pudo descansar. Andaba cabizbajo al salir del parador y al abandonar la marquesina alzó la mirada sonriendo al comprobar la pincelada azul cubriendo los espacios entre las montañas del Pirineo Aragonés. Fue un espejismo. En pocos segundos unos densos nubarrones negros amenazantes de lluvia cubrieron el mismo espacio. Confirmando un día desapacible y triste. Subieron al todo terreno y nada mas iniciar la marcha comenzó a lloviznar.
La Naturaleza, esa que en tantas ocasiones acompañó a la pareja por sus incomparables parajes, había decidido sumarse a una jornada tan peculiar para la familia. Conducía Carlos. A su vera Anita. Papá y mamá iban en los asientos traseros. Él centrado y entre sus manos la urna con sus cenizas. El desplazamiento de veinticinco minutos se realizó en el más profundo silencio. Rostros tristes, llorosos, con la mirada perdida. Carlos era el único que mantenía su atención en la carretera, estrecha, de tierra y con innumerables curvas a derecha e izquierda.
Cuando el camino parecía no tener fin llegaron a una gran explanada donde detuvieron el vehículo. Descendieron y tras poner los pertinentes seguros comenzaron a caminar. En fila india pues el espacio no permitía lujos. Anita en primer lugar, detrás su esposo y siguiendo la estela del joven matrimonio, Gonzalo con su esposa entre sus manos. Fueron cerca de tres horas las que anduvieron en continua ascensión hasta que lograron alcanzar la cima del cilindro del Marboré. La cumbre, que en vida, más impresionó a Ana. Gonzalo nunca llegó a comprender muy bien porque precisamente esa montaña cautivaba tanto a su esposa.
En sus aledaños se alzaban otras más espectaculares, quizás con mas colorido. Intuía que seguramente, cuando la conquistaron por primera vez, su estado, embarazada de seis meses, le sensibilizó más que en la conquista de sus hermanas. En varias ocasiones, sentados para recuperarse tras alcanzar su corona, comentó a su esposo que si ella se iba primero él debía encargarse de lanzar sus cenizas desde esa montaña. Permaneciendo observando como el viento las depositaba sobre sus laderas. Así su espíritu descansaría en paz para la eternidad. Allí donde la naturaleza había conseguido entrar en su corazón.
Los tres, ante la belleza del paisaje postrado a sus pies, iniciaron un sencillo acto. La tristeza de sus rostros fue remplazada por una leve sonrisa. La angustia había desaparecido. Ni una sola lágrima se deslizó por sus rostros en todo el tiempo de reflexión y oración. Concluido, el sencillo acto religioso, abrió la urna de cerámica para volcarla, mientras las cenizas, acariciadas por la fresca brisa de esa mañana, se dejaron conducir hasta depositarse sobre la ladera de la montaña. Ultima voluntad de Ana.
Cumplir con ella, les llenó de satisfacción. Fue increíble, cruzaron sus miradas en más de una ocasión percibiendo esa sonrisa, esa felicidad y esa ausencia de dolor en aquel acto sencillo, intimo, familiar.
El homenaje a su esposa lo firmó con una frase.
- Mi dueña. Tu último deseo se ha cumplido. Más tarde o más temprano me reuniré contigo y durante toda una eternidad nada ni nadie nos separará.
Pronunciada la frase unas lágrimas resbalaban por su rostro. Besó a su pequeña. Se fundió en un fuerte abrazo con Carlos y emprendieron el regreso al Parador.
Subieron a sus habitaciones, para ducharse, cambiar sus ropas y terminar en el comedor del Parador para cenar, dialogar y acordar la mejor solución a la nueva situación. Gonzalo fue el primero en personarse en el comedor. Pidió un vino blanco acompañado por una ración de gambas rojas y aguardó la llegada de sus hijos. Se puso un elegante traje azul marino confeccionado por su amigo Pietro, el italiano. Una camisa de seda blanca y una corbata negra complementaba su vestimenta. No se hicieron esperar, a los cinco minutos de iniciar el aperitivo bajaba la pareja.
Gonzalo se quedó perplejo al ver a su niña como se parecía a su madre. Un traje negro, algo escotado, mostrando parte de sus encantos y un chal en tonos oscuros con algunos detalles en rojo y blanco, de una elegancia insultante, resaltaban su belleza. Carlos de sport. Saludaron a papá y se sentaron a la mesa.
Fue una cena relajada, encantadora. Una velada que reconfortó a la familia tras esas dos últimas jornadas. En el transcurso de la misma Gonzalo expuso sus intenciones de dejarlo todo. Le quedaban escasamente diez meses para la jubilación. Pero había decidido terminar su vida laboral.
Le pidió un favor más a su yerno. Conducir el trámite legal con el banco, para la jubilación anticipada.
- Papá. ¿Te vendrás a casa? ¿Verdad? Nos harías muy felices si decidieses compartir tu vida con nosotros.
El comentario de su pequeña le hizo sonreír. Su hija era un cielo. Pero le mostró sus intenciones. Era consciente que lo decía de corazón así como pondría la mano en el fuego que la idea partía de Carlos. Siempre comentaba con Ana, su mujer, que su niña había tenido mucha suerte con aquel hombre.
Estaba muy enamorado de Anita y su forma de pensar era la de un hombre bueno. Era adoración la que tenía por las personas solas. Especialmente si eran de la tercera edad. Cuantas veces había defendido intereses de ancianos sin recursos, aceptando su defensa desinteresadamente. Incluso, tras pedir permiso a su hija, mantuvo conviviendo con ellos, durante más de dos años en casa a un tío lejano sin recursos y con una enfermedad Terminal que le llevó a la muerte. Lo único que le reprochaba, siempre en tono cariñoso, era su rechazo hacia “los buitres” del banco, como solía llamarlos.
Cuando él expresaba su pertenencia a esos “Buitres” siempre salía defendiéndole.
- Por favor don Gonzalo (en ocasiones Papá) usted no tiene nada que ver con esas “alimañas” Los muy cabritos han sabido introducirlo en su rodillo. Con todo lo inteligente que es se ha dejado embaucar. Pero me consuela una cosa. Al menos hay alguien con humanidad en esa entidad. Como dice nuestro refranero. Usted es la excepción dentro de ese mundo.
Le constaba que las únicas broncas, que recibió en su larga trayectoria en la entidad, fueron por acudir en ayuda de personas humildes con pocos recursos.
Pero siempre consiguió darle en las narices a esos trepas. Especialmente al principio de su carrera bancaria, teniendo que tragarse sus recriminaciones. En los últimos diez años nadie se arriesgó a contradecirle. Algunas de esas personas humildes en su inicio en el banco eran en la actualidad los mejores clientes y los que no consiguieron triunfar en la vida jamás le dejaron colgado. Don Gonzalo. No solamente era querido por sus empleados, para algunos era su ejemplo.
Cuando Carlos, con colegas, comentaba algo sobre su suegro se le hinchaba el pecho y solía comentar. “Para saber la verdadera dimensión y valor de mi suegro, preguntarle a cualquier, y digo cualquier empleado del banco. Ellos os dirán que tipo de persona es. Consigue que todo trabajador bajo su mando se desviva por cumplir con su cometido. Jamás, y he hablado con mas de cien personas, pues estoy escribiendo un libro sobre él, ha recriminado a nadie en público. Cuando fallaban en algo, con una familiaridad propia de un padre a un hijo, entraba en el despacho y si el empleado no lo tenía, en una habitación donde no hubiera nadie. Conversaba con él tratando de buscar la mejor solución para resolver la situación.
Jamás los llamaba a su despacho para lanzarles la bronca. Las felicitaciones siempre las hacia al empleado con el mayor público posible. Hay mil anécdotas sobre don Gonzalo pero ya las leeréis en el libro”. En aquella velada manifestó sus intenciones. A la mañana siguiente se perdería por Galicia. A Cangas, con su amigo Alfredo el pescador. Consciente de ser descubierto tarde o temprano por los del banco si proseguía en el Parador. Necesitaba evadirse, buscar algo de soledad e intimidad. Y pescar con su amigo langostas, algo que le fascinaba, mientras se resolvía su jubilación. Era, sin la menor duda, el lugar y la ocupación ideal para su situación actual.
Luego viajaría un poco por el mundo para instalarse o bien en Galicia o en la Comunidad Valenciana. Su tierra natal. Pero esto último no lo tenía decidido. A Carlos le dio plenos poderes para resolver sus asuntos.
Al observar el gesto de su pequeña se apresuró a comentar.
- Estaremos en contacto y nos veremos los fines de semana, bien en Madrid, bien en Cangas, o en Valencia.
Ana trató de convencerle para que fuera a vivir con ellos pero Gonzalo era de los convencidos de la riqueza del refranero español “Cada poyuelo en su nido”.
Para evitar más comentarios sobre el asunto le prometió que tras el viaje volverían a reunirse para decidir cual sería su destino final y fijar su residencia definitivamente.
Consiguieron convencer a papá para quedarse el coche. Ellos pedirían un taxi para ir al aeropuerto más cercano y de ahí en avión hasta Madrid. En un principio no quiso aceptarlo pero la combinación hasta Cangas no era nada buena y a él no le agradaba en demasía el transporte público. Un tira y afloja entre las dos partes se resolvió con un acuerdo. Viajarían juntos hasta Pamplona.
Ellos se quedarían en el aeropuerto y papá no tendría problemas para proseguir en coche su viaje hasta Cangas.
La conversación se prolongó por espacio de unas horas, en uno de los salones del Parador, mientras degustaban unos cafés o infusiones. Estaban mas relajados tras esa jornada, especialmente Gonzalo quien planificaba, como tenía por costumbre, al menos las dos siguientes semanas. Era una persona que no le gustaba en absoluto las improvisaciones.
El cansancio fue haciendo mella especialmente en Anita. Estaba agotada.
Fue su padre quien se dio cuenta, se levantó y aconsejó ir a las habitaciones a descansar y recuperarse. Nadie rebatió la propuesta. Andaban muy cansados. Se despidieron y con las buenas noches abandonaron el salón para recogerse en sus habitaciones. Gonzalo se puso el pijama, quitó la colcha y cuando se disponía a retirar la sábana de la cama se dio cuenta que no tenía sueño. Si se metía comenzaría a dar vueltas y más vueltas. Se sentó en el sillón de la habitación conectó el hilo musical y tomando uno de los libros que su hija puso en su equipaje, inició su lectura.
El director se personó, conocedor de la partida de la familia. Se levantó más temprano de lo acostumbrado. Saludó efusivamente a su cliente y le deseó lo mejor, asegurándole que allí siempre tendría las puertas abiertas en cualquier momento. Abonó la cuenta. Carlos pretendió adelantarse pero Gonzalo siempre se las ingeniaba dé tal forma que cuando Carlos trataba de reaccionar ya era tarde. Intercambió unas palabras con su suegro pero sabía que cualquier intento de pagar iba a ser inútil.
- Eso sí. Carlos. Si no te importa prefiero que conduzcas hasta Pamplona.
No hubo objeción. Aunque trató de colocarse en los asientos traseros su pequeña se le adelantó cediéndole el lugar del copiloto. Mostró su disconformidad, no quería separar a la pareja, pero su niña no consintió de ningún modo. Conforme se alejaban de aquellos parajes, contemplando las cimas de los Pirineos Centrales los recuerdos acudieron a su mente. Su rostro cambiaba de expresión a medida que las diferentes escenas del pasado se visionaban en su mente. Anita le observaba y las comisuras de sus labios se ampliaban mostrando esa sonrisa que tanto apasionaba a su padre cuando mamá la mostraba.
No se rompió el sonido del motor del todo terreno, por el humano, pero ella sabía perfectamente que su padre recordaba a mamá. Por fin tras varios minutos contemplándolo posó su mano sobre el hombro de su papito, se giró y sus miradas se cruzaron mientras se sonreían llenos de afecto y cariño. Mientras las lágrimas, aquellas que no aparecieron prácticamente el día anterior se deslizaban con ritmo y continuidad por sus mejillas. Ella sacó el pañuelo, enjugó las de papá en primer lugar, luego las suyas y aproximó sus labios a la mejilla de su progenitor.
Anita se dio cuenta que su papito se había dormido.
Tomó uno de los cojines de los asientos traseros y acomodó su cabeza entre el asiento y el cristal. Luego, no sin esfuerzo, consiguió reclinar el asiento hacia atrás dejando a papá en una posición mucho más cómoda. Él se movió un poco ante la manipulación de su niña pero no se despertó. No había dormido nada esa noche y estaba destrozado. Anita finalizó las maniobras de acoplar bien a su papi con un beso en la frente mientras su mano derecha se deslizaba con toda su dulzura por la mejilla. Miró a Carlos que apartó por unos instantes la vista de la carretera para sonreír a su esposa.
Se despertó justo en el aparcamiento del aeropuerto. No podía dar crédito, no se enteró del viaje. Bajó con sus hijos alegando que era la mejor forma de espabilarse para coger luego el coche. De paso se despedía de ellos. No tuvieron dificultad para encontrar billete. El avión salía dentro de noventa minutos. Pidieron a Gonzalo que se fuera pues le quedaba una buena tirada de coche hasta Cangas. Pero aún permaneció con ellos durante treinta minutos tomando un tente en pie en la cafetería del aeropuerto.
Llegó a Victoria sobre las trece treinta. Lo cierto que apetito lo que se dice apetito no tenía pero allí conocía un restaurante donde servían unos platos increíbles. Buscó el local hostelero, entró, pidió mesa y almorzó.
La siguiente parada la realizó a la salida de León, para repostar tomar un refresco, estirar las piernas y visitar a roca. A las nueve de la noche entraba en Orense. De ahí a Cangas no había más de dos horas. Dudó entre cenar en la capital gallega o proseguir su viaje y hacerlo con su amigo Alfredo. En aquel pequeño bar de pescadores donde se comía un marisco supremo. Tomó el móvil y le telefoneó. No consintió que cenara en Orense.
- Gonzalo si cenas ahí dejó de ser tu amigo.
- ¿Sabes...?
No le dejó proseguir, sabía perfectamente lo que había sucedido. Había estado en Madrid en el funeral y habló con Anita.
- No digas nada, amigo. Ya te daré un abrazo dentro de un par de horas. Vente cuanto antes pero conduce con prudencia. Aquí Marta ya tiene preparada tu habitación.
Marta era una gallega rechoncha. Increíblemente alegre que estaba al servicio de los señores desde hacia más de cuarenta años.
Cuando Berta, la esposa de Alfredo, falleció continúo sirviendo al señor. Era considerada como un miembro más de la familia. Adoraba al pequeño Alberto único hijo del matrimonio y ahora todo un señor director del banco. Era el coordinador de la entidad en la comunidad Gallega. Vivía en La Coruña y hacia constantes viajes a Madrid, aunque cuando el tiempo se lo permitía se dejaba caer por su pueblo natal Cangas. Fue Gonzalo quien lo introdujo en la entidad financiera y le apoyó siempre desde Madrid, conocedor de sus dotes e inteligencia y anteponiéndole ante otros candidatos de menor valía pero con grandes padrinos.
Cuando Gonzalo elegía a alguien para un puesto de responsabilidad el consejo de la entidad jamás lo rechazaba. Sabían perfectamente que ningún otro candidato ni siquiera lo igualaría. Situaciones como esa le creó enemigos en altas esferas de la entidad, pero nunca pudieron hacer nada contra él o contra las personas que proponía. Desde las más altas esferas del banco seguían sus pasos y era uno de los candidatos mejor colocados para conseguir una de las vacantes de la dirección general. Alberto era uno más de los múltiples admiradores de don Gonzalo, le consideraba el hombre a seguir.
En sus ya veinticinco años en la empresa no había conocido a nadie que pudiera hacerle sombra. En las reuniones de Madrid solía emplear una frase de la Biblia para mostrar su adoración por él. “Nadie, absolutamente nadie es digno de desabrocharle las sandalias a don Gonzalo”. Un poco reformada por supuesto pero nunca pudieron refutar esa afirmación.
Había viajado con su padre a Madrid para asistir a los funerales de Ana. Sorprendiéndose al no verlo. Fue más discreto que su progenitor y luego se enteró por él de lo sucedido. Anita se lo contó. La hija de su padrino fue su primer amor.
Como había adorado y seguía adorando en silencio a esa criatura. Pero desde que se casó con Carlos ni se atrevía a mirarle cara a cara. Seguía amándola desde lo más profundo de su corazón pero esos sentimientos se los guardaba para él. Solo había una persona que conocía sus inquietudes. Marta, su tata, su mamá cuando perdió a la suya, su confidente, su tutora, la guardiana de sus secretos y su confesora.
Tras colgar el teléfono Alfredo comentó a Marta la pronta presencia de Gonzalo en casa. No hizo falta nada más.
De inmediato se dispuso a preparar la habitación de invitados para que todo estuviese en orden cuando aquel ángel se presentara en el caserío.
Entraba por el umbral cuando el reloj daba la media. Las veintidós. Fue Marta quien se abrazó al señor con lágrimas en sus robustas y sonrojadas mejillas y sin parar de hablar. Gonzalo sentía esa mole de carnes, pechos, michelines, barriga oprimiendo su cuerpo. Y sin pensarlo mucho comentó
- Dios me la quiso arrebatar, pero me ha concedido unos amigos que me ayudan a soportar esta enorme carga.
Marta soltó dos o tres burradas y le aseguró que tenía la ducha preparada. Cuando se quitara esas ropas debía entregárselas para lavarlas de inmediato. Su amigo esperaba a que Marta lo soltara. Cuando ocurrió se fundieron en un abrazo. No se pronunció palabra alguna, Marta se había encargado de agotar todas las del vocabulario. Si hicieron presencia unas lágrimas en los cansados y castigados cuerpos de los dos amigos. Alfredo le pidió que aligerase. Había llamado al bar y los esperaban fuese la hora que fuese. Su amigo no se entretuvo, se metió en la ducha y todo lo tenía preparado hasta el último detalle. El gel que solía utilizar, su champú, la crema de afeitar, las desechables de la marca que utilizaba en sus viajes, el masaje, el agua de colonia, el desodorante. “Esta Marta es increíble” pensaba mientras salía de la ducha. Quedando perplejo al comprobar como su ropa no estaba en el cuarto de aseo y una muda limpia y planchada le esperaba colgada de la percha junto a un conjunto de sport. Lo conocía muy bien. Siempre que iba a Cangas, colgaba los trajes, y las prendas cortas o deportivas eran la vestimenta habitual por aquellas latitudes.
Subieron al coche de Alfredo. Él conduciendo, Gonzalo a su lado y Marta en los asientos traseros.
Fue una cena extraordinaria como las que siempre realizaban en aquel bar junto al puerto donde Alfredo acudía con frecuencia. No solo a reponer energías, parte de la pesca capturada con su barca la llevaba a ese bar. Durante el transcurso de la velada Gonzalo le pidió quedarse en Cangas hasta que resolviera su jubilación. Alfredo saltó en compañía de Marta. “Si deseas instalarte a vivir, el resto de tu vida, estaremos encantados”.
Llegaron al caserío con el marisco saliéndoles por las orejas. Se habían pasado un poco. No tardaron en retirarse a sus habitaciones estaban cansados de comer, de trasnochar pero sobre todo de hablar. Gonzalo no se explicaba como aquella robusta mujer era capaz de comer como lo hizo sin dejar ni un momento descansar a sus cuerdas vocales. Era un torbellino. Un autentico volcán. Ni Cervantes en su dilatada carrera de escritor pudo escribir tantas palabras como aquella mujer logró lanzar por su boca esa noche.
Se levantaron temprano, a pesar de haberse acostado tarde la noche anterior.
El sol comenzaba a despuntar por Vigo cuando ponían la pequeña barca en funcionamiento. Le había dado tiempo en esas dos horas que transcurrieron desde que le llamó su amigo, para preparar todos los aparejos de pesca para salir con él esa mañana. La andana o palangre de nasas (conjunto de nasas (cestas de mimbre u otro material para capturar langostas) unidas por cabos), las tenía preparadas en la embarcación. Sabía que una de sus aficiones era la pesca de la langosta europea o como su amigo meticuloso con la ciencia le decía “la Palinurus elephas.
Hacía mas de treinta años que en fines de semana e incluso en jornadas de trabajo por Galicia, muy tempranito, o al atardecer, especialmente en los veranos los dos amigos salían con la barca para disfrutar de unas horas en el mar. La langosta pescada por uno mismo parecía tener un sabor diferente. Gonzalo había adquirido unos conocimientos amplios sobre la pesca de estos crustáceos y en concreto sobre las técnicas y los momentos de pesca de este animal marino. En ocasiones le daba consejo a su amigo un pescador de toda la vida. Cuando en momentos de descanso se conectaba a Internet buscaba información sobre ello.
Y luego la contrastaba con su amigo o con los amigos de él en el bar. Llegando a ser un gran experto tanto en el ámbito teórico como práctico sobre dichos crustáceos.
La jornada no se les dio mal consiguieron cinco ejemplares grandes, seis de tamaño aceptable y quince las devolvieron al océano para pescarlas mas adelante. Cuando adquirieran un tamaño para poder llenar el estómago. Marta se encargó de prepararlas como a Gonzalo le gustaba, para disfrutar de una jornada gastronómica en casa.

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